miércoles, 18 de marzo de 2015

90. Jurisconsulto tanguero, el Dr. Carlos Gaviria Díaz

Para la gente del común es bien sabido que el Dr. Carlos Gaviria Díaz era líder y cabeza visible del partido político de izquierda denominado Polo Democrático, es sabido que él era un exmagistrado de las Altas Cortes, así no se tuviera claro de cual, y es sabido que fue profesor universitario en la carrera del Derecho. Son cosas sabidas. Pero hay facetas suyas que no son tan conocidas.

A raíz del fallecimiento del Dr. Carlos Gaviria Díaz, sopetraneño exmagistrado de la Corte Constitucional de Colombia, reproduje un artículo del escritor Héctor Abad Faciolince donde revela detalles sobre su amistad, su compadrazgo, y sus conversaciones relacionadas con personajes de la literatura. Allí leo que el Dr. Gaviria coincidió en las sesiones del tribunal de Sir Bertrand Russell en Roma con el escritor argentino Julio Cortázar, autor de esa novela tango titulada "Rayuela", y que Gaviria estuvo exiliado por dos años en Argentina. Tendría, pues, oportunidad de refrendar su gusto por el tango; y digo de refrendarlo porque debió adquirirlo por ósmosis callejera en las aceras de las cantinas de su Sopetrán natal y en los guayaquileros recovecos del Medellín donde vivió.

Entre los aficionados al tango hay un abanico de profesiones que, me atrevería a decir, las abarca todas desde el más humilde obrero y artesano hasta las más altas magistraturas. Entre nosotros los ha habido médicos, ingenieros, arquitectos, escritores, abogados, y pare de contar. La sola profesión del derecho entre nosotros cuenta con los tangófilos doctores Jaime Jaramillo Panesso, miembro de la Asociación Gardeliana de Colombia; y Jesús Vallejo Mejía, reconocido tanguero de ley. 

Precisamente sobre el aspecto tanguero del Dr. Gaviria Díaz escribe el frontineño Dr. Andrés Nanclares Arango, exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia, quien compartía con el Dr. Gaviria ese gusto y de quien hace una tanguera semblanza que los pinta como tangueros en ley y en extratiempo de su práctica como guardianes de la ley. Ese artículo fue publicado por el periódico El Espectador, pero el Dr. Nanclares me ha autorizado a difundirlo entre la cofradía de los tangueros que en el mundo somos. Bienvenidos, pues, a este blog el escritor Héctor Abad Faciolince y el exmagistrado Andrés Nanclares Arango en sus respectivas semblanzas del Dr. Carlos Gaviria.


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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CARLOS GAVIRIA DÍAZ, POR HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

Si la memoria fuera un hilo con dos puntas y con algunos nudos, podría rememorar a Carlos Gaviria empezando por un extremo del hilo -mi recuerdo más remoto de él-, contar luego algunos nudos en que la memoria se condensa, y terminar por la otra punta del hilo de la vida, cuando esta llega al final y se comprende lo más triste que tiene la muerte de un amigo: que ya nunca más vamos a caminar juntos, a comer y beber juntos, y, sobre todo, a conversar juntos. Lo que más falta me va a hacer de Carlos son sus palabras y el tono de voz con que las decía: inteligencia, entusiasmo, citas que su extraordinaria memoria traía a cuento, y sobre todo claridad de las ideas. Hablar con Carlos -que siempre fue un maestro- era aprender algo en todo momento, poner en duda las propias convicciones, aclarar el pensamiento a través del diálogo. Saber que ya no puedo llamarlo ni oírlo ni invitarlo a conversar será ya siempre en mi vida una carencia imposible de llenar.

Si me remonto a la punta más lejana del hilo, puedo recordar el momento en que conocí a Carlos Gaviria, que no era amigo mío todavía, sino de mi padre. Esto ocurrió a principios de los años 70, cuando el joven profesor de Filosofía del Derecho -que ya había sido Decano de su Facultad, a los 32 años- fue destituido de su cátedra (junto con más de cien profesores) por un rector reaccionario de la Universidad de Antioquia. Yo era apenas adolescente y recuerdo que la junta del sindicato se reunía en la biblioteca de nuestra casa. Carlos y mi papá presidían la Asociación de Profesores y en las reuniones se decidía la estrategia de la huelga que estaban haciendo para oponerse a esa destitución y a un “estatuto docente” que eliminaba la libertad de cátedra. Recuerdo que, pese a todo, en esas reuniones había mucha más risa que angustia. Pensaban tomarse la universidad una tarde, y hasta dormir allá el tiempo que fuera necesario, y las esposas de los profesores serían las encargadas de llevarles de noche los alimentos. Mi mamá y María Cristina Gómez (la esposa de Carlos) se ocuparían de esta última parte. Después no recuerdo bien qué pasó. El resultado de esa huelga y de esa destitución colectiva dependía de las elecciones presidenciales: si ganaba Álvaro Gómez Hurtado, el candidato conservador, los profesores echados no volverían jamás a las aulas. Si en cambio ganaba el candidato liberal, López Michelsen, el destituido sería el rector y los profesores volverían a la cátedra. Lo que ocurrió fue esto último y durante más de diez años Carlos y mi padre vivieron una tregua de libertad y pudieron seguir enseñando en la Universidad.

Luego viene el primer nudo de memoria con Carlos. Lo nombran miembro del Tribunal Russell en Roma y allá se reúne, entre otros, con Julio Cortázar, para analizar las detenciones ilegales y los crímenes de las dictaduras de América Latina. Como Cortázar era el ídolo de mis lecturas juveniles, más que preguntarle por los crímenes de la dictadura militar brasileña me recuerdo interrogando a Carlos por la manera de ser del autor de Rayuela. ¿Era en la vida tan divertido, luminoso y tierno como en sus libros? Aunque las reuniones de Roma eran más políticas que literarias, Carlos me confirmaba la intuición de todos los que hemos leído a Cortázar sin conocerlo. A partir de entonces nuestras conversaciones fueron más de lecturas que de política, más de libros que de conflictos sociales.

Pasan los años. El nudo siguiente se refiere al momento más duro de nuestras vidas, cuando a los profesores de la Universidad de Antioquia ya no los destituyen sino que los matan. En Medellín empiezan a matar los grupos paramilitares y mi papá y Carlos están no solo amenazados, sino descorazonados, desesperados: ya hay más angustia que risa en sus encuentros semanales. Desde el Comité para la Defensa de los Derechos Humanos tratan de detener con palabras y protestas la masacre, pero no lo consiguen. Después del asesinato de mi padre le ruego a Carlos que se vaya del país, pues si no él va a ser la víctima siguiente, y Carlos viaja a Argentina donde pasa un par de años en el exilio. Salva su vida y es un milagro que haya sobrevivido casi 30 años más, ayudando a hacer menos salvaje a Colombia, primero desde la cátedra y luego con sus revolucionarias sentencias en la Corte Constitucional. Cuando trato de pensar en Colombia con optimismo recuerdo que Carlos pudo haber muerto asesinado en la década de los 80 del siglo pasado y en cambio vivió hasta el año 15 de este siglo, y que murió en la cama, después de haber ayudado a mejorar en algo este país atrasado.

Un nudo más: a principios de los años 90, cuando yo vivo todavía en Italia, gracias a Carlos consigo publicar mi primer libro. Es un esmirriado e inseguro volumen de cuentos que, gracias a él, me publican en la editorial de la Universidad de Antioquia. Él mismo escribe la nota de la contratapa. No solo eso: me anima a volver a Colombia y hasta me consigue trabajo para reemplazar a Juan José Hoyos en la dirección de la revista Universidad de Antioquia. A mi regreso la amistad se estrecha aún más: lo siento como un amigo heredado de mi padre, y en cierta medida como un padre sustituto. En vista de que su esposa, María Cristina, es pedagoga, y había fundado guarderías y colegios inspirados en las ideas libertarias de Russell y del mismo Carlos, mis hijos estudian en esas escuelas. Aunque quizá era más lo que gozaban que lo que aprendían, mis hijos tienen de ese colegio memorias de felicidad y agradecimiento. Era como ir a una finca toda la semana, recuerdan todavía.

Un nudo más: nos volvemos compadres. Estando en vacaciones en la finca de mi familia en Támesis, La Inés, Carlos, que es agnóstico, me pide que deje de ser intransigente y que le dé un gusto indoloro a mi mamá: que bauticemos a mi hijo en la iglesia de la aldea cercana, Palermo. Por él accedo a pasar por alto mi fanatismo anticlerical y Carlos es el padrino de mi hijo. En adelante seremos compadres y de algún modo siento que mi hijo ha heredado la bondad y el ánimo ecuánime de su padrino. Era Carlos una especie de no creyente que sin embargo practicaba las mejores normas morales del cristianismo: si hubiera purgatorio, no lo probaría.

Ha llegado el momento de mencionar otro nudo importante, el de las obras y los hijos. “Por sus frutos los conoceréis”, dice una de las partes más citadas del Nuevo Testamento. La vida de Carlos fue ejemplar en todo sentido, pero si lo fuéramos a juzgar por sus obras y sus hijos, saldría aun mejor librado que por su propia vida. Ana Cristina, Natalia, Juan Carlos y Ximena son ciudadanos intachables y seres humanos extraordinarios. Son los frutos de una educación en la que se conjugan la libertad responsable con la imaginación. Doy un detalle de esta última: contaba Carlos que a él le daban pereza los juegos infantiles que implicaban demasiado movimiento físico. Cuando sus hijos le proponían jugar a los escondidijos, Carlos aceptaba, pero los escondites debían ser mentales y no había que ir a buscar a nadie por toda la casa: bastaba pensar en donde se escondía cada uno, y tener la honestidad de aceptarlo, si lo encontraban: detrás de la cortina de la sala, no; debajo de la cama de la mamá, no; en el horno, detrás de la nevera, en el baño de abajo. En fin, los lugares mentales para esconderse eran incluso más numerosos que los reales y el juego se volvía más interesante, casi infinito.

Los imbéciles (que nunca faltan), se han atrevido a llamar a Carlos Gaviria marihuanero y drogadicto, por su sentencia ejemplar sobre la autonomía humana y la despenalización de la dosis personal de drogas. La vida de Carlos podría examinarse con lupa, y también la de sus hijos, para darse cuenta de la imbecilidad de esas acusaciones. Lo que pensaba está en su obra, hecha de ensayos, artículos y sentencias. En sus hijos y en su obra no hay más que ejemplos de sobriedad e inteligencia.

Otro nudo básico de nuestra amistad fueron Borges, la poesía en lengua española, y en general la lectura. Siempre que nos veíamos o cuando hablábamos por teléfono, hacíamos un recuento de nuestras últimas lecturas. Nos recomendábamos autores, nos dábamos regalos de libros. Conservo sin leer los dos tomos de una de sus obras fundamentales: “La decadencia de Occidente” de Spengler. Pero en cambio, gracias a Carlos, llegué a leer y a admirar otros de sus libros más queridos: la Apología de Sócrates y algunos de los Diálogos de Platón. Varias obras de Bertrand Russell y de Isaiah Berlin. Sobre el célebre ensayo de este último, “El erizo y la zorra”, recuerdo haber hablado con Carlos varias veces. Marx era el típico zorro que todo lo reducía a una gran idea económica. ¿Era zorro Carlos en este sentido marxista? No lo era, pues sus convicciones eran mucho más complejas, abiertas, liberales y libertarias. Sin embargo, en su práctica política, y para intentar mantener unido al Polo Democrático (quizá su nombre era el único que conseguía juntar casi todas las tendencias de la izquierda colombiana), a veces parecía más el erizo que no era que el zorro que genéticamente se inclinaba a ser.

Acabo de mencionar algunos libros de historia o de filosofía. En realidad, en general, hablábamos mucho más de literatura que de ideas abstractas. Los grandes autores de Europa Central eran nuestra más amada pasión común, una patria de judíos en lengua alemana: Joseph Roth, Franz Kafka, Stefan Zweig, Elias Canetti, Karl Kraus… Hay muchos otros nudos intelectuales y vitales en el hilo de mi memoria con Carlos Gaviria: la música clásica y popular, la comida, el vino, los atardeceres, las conversaciones peripatéticas por el campo, las historias privadas sobre la mezquindad de algunos líderes de la izquierda colombiana, pero el espacio no es ilimitado ni la ocasión propicia para todo. Estoy viendo los rostros de sus peores detractores (de derecha y de izquierda), pero no vale la pena mencionarlos. Uno a quien salvó del suicidio acogiéndolo fraternalmente en su casa, se dedica al asqueroso oficio de calumniarlo.

Llego, entonces, a la punta más próxima del hilo, cuando mi amigo Carlos se enferma. Un día, a principios de este año, recibo una llamada suya. “Tengo que informarte -me dice- que por primera vez en 77 años de vida estoy en un cuarto de hospital.” Siempre había tenido buena salud, pero esta vez lo habían internado en una clínica en Medellín. Lo que más lo exaspera es el desacuerdo de los médicos. “A veces la medicina no parece una ciencia sino un arte adivinatorio”, me dice. No se ponen de acuerdo en los motivos de su neumonía: “criptogénica”, dicen, es decir, de origen críptico, oscuro. No saben si lo que tiene es lupus, cáncer, fibrosis pulmonar, o alguna otra enfermedad autoinmune o degenerativa. Le prescriben cortisona. Se siente mejor y se va a Bogotá, que es la ciudad donde ha vivido en los últimos años, aunque la altura no le conviene. Planea un viaje a Argentina para mediados de año, a descansar. Las noticias de corrupción sobre Pretelt y la Corte Constitucional lo deprimen mucho; también la muerte de Nicanor Restrepo lo desanima. Se siente mal después de una conferencia y vuelven a internarlo, esta vez en Bogotá. Ya no saldrá del hospital.

Recuerdo la última conversación larga que tuvimos, en su apartamento de Medellín, convaleciente. Hablamos de nuestras lecturas recientes: yo, novelas para un premio del que era jurado; él, un libro que le fascina sobre el romanticismo. Me confiesa que nunca ha podido saber si él es un ilustrado o un romántico, pero que cada vez se inclina más por esta última definición. Intenta que su razón contenga sus emociones, pero la belleza de la vida, el misterio de la ética, el arrebato del arte y de la música, lo sacan de sí mismo.

Hablamos de la muerte, de su posible muerte. Me dice que ha vivido todo lo que esperaba vivir y que no siente apego por nada. Que está dispuesto a morir con toda serenidad. Yo pienso en Sócrates, su maestro más lejano, y su actitud me parece igual de serena. Le digo que en todo caso no hay afán y que yo preferiría conversar muchas más veces con él, siquiera hasta los noventa. Por supuesto no sé que esta será nuestra última conversación. Está vestido impecablemente, y, si bien un poco pálido, tiene la pulcritud y calidez de toda la vida.

La última vez que lo veo ya está en cuidados intensivos. Incluso sedado se ve sereno y pulcro. No me impresiona. Tomo su mano, y como yo no rezo, le recito unos versos de Borges que él mismo le leyó a mi padre en una reunión del Comité para la Defensa de los Derechos humanos, hace 30 años. Se trata de “Los justos”, un poema que empieza así: “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire. / El que agradece que en la tierra haya música…” Algunos versos más y termina: “El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. / El que prefiere que los otros tengan razón. / Estas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.” No sé si los médicos van a salvarlo o no; no sé si me oye o no; no sé si he venido a visitarlo, simplemente, o a despedirme para siempre. Tomo su mano un rato, y me voy. Respira, sigue siendo pulcro hasta en su último trance. Cuando la familia debe decidir si -fieles a su sentencia sobre la muerte digna- deben desconectarlo, él mismo deja de respirar, sin obligarlos al “homicidio por piedad” que él mismo despenalizó en Colombia.
Hay una la palabra con la que me gusta definirlo y con la que lo voy a recordar toda la vida: pulcritud. Cuando fue candidato a la presidencia de la república me di cuenta de que Carlos, precisamente por su limpieza, no podía llegar a ser presidente. Si bien con él muchos tuvimos el sueño -que no dudo en calificar de platónico- de que un filósofo gobernara la república, ese sueño se estrelló con una realidad muy mezquina: a los electores no los convence solamente la calidad de los argumentos ni la ausencia de promesas imposibles; en la república real, no en la utópica, sino en la república tal como ella es, la aquí presente en este país tropical, no siempre gana el mejor, ni el más sabio. En general gana el más rabioso o el más astuto.

Pero todos, en el fondo, empezando por el mismo Carlos (que leía a su amado Platón con ojo crítico), teníamos la duda de que el filósofo pudiera ser el mejor gobernante. Para empezar, según Maquiavelo, es muy conveniente que quien gobierne sepa mentir, y Carlos Gaviria jamás practicó el arte de la mentira; debe saber traicionar, y él nunca tuvo este defecto; y el gobernante, sobre todo, debe ser capaz también de matar, y en esto nuestro filósofo sí era el más retrasado de todos los alumnos. Démosle gracias a Apolo, entonces, y a todos los dioses griegos a quien Sócrates rendía culto en solemnes holocaustos, de que Carlos Gaviria no haya llegado a ser presidente de esta república. Habría tenido que ensuciarse con el ejercicio del poder y ensuciar la virtud que es su mayor herencia: la pulcritud. Nos queda la memoria de su honradez y de su decencia. Es verdad que hoy de Carlos solo quedan sus cenizas, pero mientras sus ideas sean recordadas y respetadas, esas cenizas, como en el verso de Quevedo, tendrán sentido. La vida limpia y sabia de Carlos Gaviria debería ser recordada siempre como un gran ejemplo para Colombia.

Por mi parte ya no podré volver nunca más a conversar con el querido amigo. Seguiré su ejemplo de los escondidijos mentales y trataré de seguir hablando con él en el pensamiento.

Héctor Abad Faciolince
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Carlos Gaviria y el tango


Por Andrés Nanclares Arango


“Y yo me hice en tangos,
me fui moldeando en barro,
en miseria,
en las amarguras que da la pobreza,
en llantos de madre,
en la rebeldía del que es fuerte
y tiene que cruzar los brazos
cuando el hambre llega”.
(Celedonio Esteban Flores)
                                                                 
No todo el mundo supo del fervor con que Carlos Gaviria sentía y pensaba el tango. Y pocos son testigos, asimismo, de cómo exaltaba la baja grandeza que descubría en las letras de ese género musical, gestado en los predios amargos de gauchos desplazados a la capital y de inmigrantes expulsados por las guerras eternas de sus países europeos de origen.

Y apenas unos cuantos de los que lo escucharon ayer,  recuerdan hoy que el profesor Gaviria le confería al tango una fuerza moldeadora de igual o superior eficacia, por oposición, a la que transmiten en materia de valores esas urnas de cristal, asépticas y acríticas, en que los gobiernos tibios y timoratos de este lado del mundo se han empeñado en convertir las universidades.

A escondidas del catecismo constitucional, era un deleite oírlo disertar en torno al origen de esa canción que se entona para no llorar, según dice Gardel en Milonga sentimental, y de las batallas que tuvo que ganar este baile de conventillos y lugares de mala fama antes de ser admitido en sociedad.

Sabía mucho de letras y de intérpretes y de compositores el doctor Gaviria. En este sentido, juntaba aguas con Borges, Sábato y Ferrer. Su erudición sorprendía. Pero  lo encantador era escucharle el discurso que desplegaba en torno a la bronca poesía hallada por él en algunos tangos, en los suyos, en los que recorrían los laberintos de su corazón, y lo grato también  que era  extasiarse ante las palabras que les dedicaba a las honduras metafísicas ocultas detrás de las partituras y  las voces atormentadas de los autores de su preferencia.

En el embalurde del cuchifai, o sea en la angustia del hombre de la calle y del café convertida en tango, Gaviria encontraba trazas de la poesía cruel de su Borges, su Whitman y su García Lorca, entre otros, y  más allá declaraba, sin las pesadeces del sabihondo, que en estos ritmos podía palparse en concreto una  categoría universal equiparable a la geworfenheit que analiza Heidegger en el Ser y la Nada y otros de sus abstrusos libros de filosofía.

Nuestro respetado y apreciado constitucionalista, tenía claro que el dolor del recuerdo es la esencia de la canción de los seres inadaptados. Pero cuando se sentaba a pensar en voz alta en los tangos y milongas de su devoción,  no lo hacía para revivir la felicidad perdida. Lo suyo no era la nostalgia por la nostalgia. Su gusto lo hallaba en adentrarse, a la manera de un topo con gafas, en la sal primigenia de la queja de la canción ciudadana y en desentrañar el desasosiego de unas vidas enceguecidas por la grisura de su destino y heridas por los hados de la tragedia.

Pero también inquietaban al abogado Carlos Gaviria, aparte de esas razones y sinrazones musicalizadas, los deslumbramientos poéticos salidos de esos versos sin rienda ni freno que daban cuenta de las peripecias existenciales de compadritos y  malevos. No en vano, desde esa perspectiva, le gustaba leer con aplicación a Borges, a Sábato y a Cortázar, especialmente su Rayuela, “tango de 635 páginas”, según el tangólogo Joaquín Roy.

La biografía de Evaristo Carriego, la de Borges, era uno de los referentes de Carlos Gaviria en sus conversaciones alrededor de estos pensamientos tristes que se bailan.

No compartía la postura mordaz de Borges, dicha muchas veces hasta en la misma boca del lobo, en torno a que el advenimiento del tango canción, el de Gardel y sus contemporáneos, había propiciado el inicio de la decadencia de esa mitología de puñales que era el tango verdadero, el tango milonga, expresión de la cultura de negros y esclavos.

Esa visión de Borges, empero, la discutía el catedrático Gaviria por puro divertimiento intelectual. Sentenciaba que este poeta brujo, este impertinente muchacho de ochenta años, no obstante su crítica extravagante, también había caído, por decirlo así,  en el tango canción, en el llamado tango decadente.

Así lo delata la letra que Borges escribió para Astor Piazzola en 1965. Ese poema, titulado “El Tango”, le parecía a Carlos Gaviria, cuando lo tarareaba, una de las letras cantadas que con mayor destreza y finura se acercaba al desciframiento del inefable sentido de la vida. De sus quince estrofas, destacaba las dos últimas: “Esa ráfaga, el tango, esa diablura, /Los atareados años desafía; /hecho de polvo y tiempo, el hombre dura/ menos que la liviana melodía, /Que sólo es tiempo./ El tango crea un turbio pasado irreal que de algún modo es cierto /El recuerdo imposible de haber muerto /peleando en una esquina del suburbio”.

Y de este fragmento, el profesor Gaviria deducía, asustado, que la verdad es que no sabemos aún, después de tanto leer y preguntar, si de verdad somos seres que existen en la realidad, o si somos entes que sueñan que están vivos, como lo sugiere Borges en su obra.

Era fácil percibir cómo el profesor Gaviria encontraba más zumo en el texto de los tangos que en su música. En la memoria, guardaba una serie de versos atangados que  equiparaba en altura literaria a los de Almafuerte y Leopoldo Lugones. Y acudía a algunos ejemplos para soportar su aserto. Si la poesía es ese ajedrez misterioso dotado de un tablero y unas piezas que aparecen y desaparecen como en un sueño, según una de las definiciones de Borges, Carlos Gaviria concluía que la fascinación de ese juego de luces y sombras era el que hacía de Malena, el tango de Homero Manzi, uno de los más poéticos.

De esta canción, el profesor Gaviria extraía, y los repetía en tono declamatorio, unos cuantos versos: “Tal vez, allá en la infancia, su voz de alondra/ tomó ese tono oscuro de callejón. / Malena canta el tango con voz de sombra, /Malena tiene pena de bandoneón/ Tus ojos son oscuros como el olvido; / tus labios, apretados como el rencor; /tus manos, dos palomas que sienten frío.

Expresiones como “tono oscuro de callejón”,  “con voz de sombra” y esa que evoca los imposibles  “ojos oscuros como el olvido”, le parecían confirmatorias de que el duende de la poesía había puesto su mano de viento en la gestación de esa melodía fatal. Nadie podrá desconocer, lo afirmaba con énfasis nuestro elocuente sofista de los nuevos tiempos, que estas imágenes están hechas con la masa inasible de los sueños y escritos con la mano zurda de la diosa blanca.

Y estas observaciones, a los ojos de Gaviria, no se las merecían únicamente las letras de Borges y Homero Manzi.  Al sensible abogado del pelo cano y al docto conocedor de los recovecos de la ley madre, también unos versos de Sábato le servían de soporte para disertar emocionado. En Alejandra, poema de Sábato musicalizado por Aníbal Troilo, el ojo agudo del profesor encontraba la esencia última y real de lo que el escritor no había podido expresar a través de la prosa de “El Túnel”, su obra capital.

Y por eso susurraba, evocando a Troilo, estos versos de esa cadenciosa composición de maravilla: “Mis ojos nublados te buscan en vano. /Después de diez años he vuelto aquí, solo, /soñando aquel tiempo, oyendo aquel barco. /El tiempo y la lluvia, el viento y la muerte/ya todo llevaron, ya nada dejaron”.

No sólo la poesía oculta en las letras del tango, dije, electrizaba el nervio arisco de nuestro singular habitante de este país del trabalenguas institucional y el autismo ciudadano. También lo conmovía, y con qué entusiasta vitalidad, esa metafísica subyacente en las frases sangrantes de estas canciones que siguen clamando contra la soledad y el absurdo.

Las letras y las músicas de Enrique Santos Discépolo, cada vez que las escuchaba, le movían el piso, como se estila decir, a nuestro socrático profesor de derecho. Tuvo claro que Discepolín no fue un loco maluco ni un desarraigado sin mapa ni un derrotista elemental, según han dicho de él quienes se hacen cruces de espanto cada vez que oyen cualquiera de sus tangos.

Gaviria supo que el dolor visceral de Discépolo era el mismo de un filósofo de semáforo y asfalto, descarnado y hecho trizas por fuerza de su sufrir y su obsesiva manera de echarle cabeza a la absurda finitud de su existencia.

Supo el maestro Gaviria que la angustia de Discepolín era de una intensidad similar a la que hizo de Barba Jacob y Antonín Artaud un par de individuos atropellados por la tempestad y el infortunio.

Y puso de presente nuestro conferencista, siempre tan diestro en el arte de la palabra, que la agonía de Santos Discépolo no era la misma, desodorizada y seca, de cualquier filósofo de sistema y  cuadraturas aristotélicas.

A  este hombre, lo asumía el humanista Gaviria  de la manera como se aborda el examen de las posturas de un metafísico sucio que para expresarse eligió el rugido melodioso del bandoneón, en lugar del frío racionalismo del tratado filosófico, o la cantinela sin fondo de los filosofólogos de jaula o cafetería.

Y por eso, porque sentía en carne propia la fuerza sanguínea de sus compases y sus ritmos, lo tenía entre uno de esos seres signados por la autenticidad que él tanto apreciaba.

"¿Qué vachaché?" y “Tormenta”, dos de los cantos universales de Discépolo, desataban en Carlos Gaviria el más festivo y lúcido de los discernimientos. Le parecía que entre esos dos textos y otros dos de Barba Jacob,  Futuro y Canción de la vida profunda, había identidad cromosomática. Hallaba en ellos el mismo grito pelado y un idéntico misterio. Creía ver en Barba Jacob un gemelo de Santos Discépolo. Hasta semejanza física les encontraba, aunque el primero parecía un fantasma, según lo dijo Mejía Vallejo, y el segundo era la inconfundible estampa de un espartillo que piensa.

De ¿Qué vachaché? destacaba su violenta y ácida crítica a la moral social cultural imperante en nuestro medio y alzaba su voz para resaltar el poder punzante de uno de sus versos: “¿Pero no ves, gilito embanderado, que la razón la tiene el de más guita?/ ¿No ves que la honradez la venden al contado y a la moral la dan por moneditas?/ ¿No ves que no hay ninguna verdad que se resista frente a dos pesos moneda nacional?/ Vos resultás, haciendo el moralista, un disfrazao sin carnaval”./ 

Al elocuente y picante doctor Gaviria, este tango le parecía apropiado para convertirlo en símbolo patrio de Colombia.  En sus versos, veía el reflejo de lo que a su juicio una sociedad de tercera categoría puesta de revés, exactamente como la nuestra, hace de sus gentes y de sus maneras de ver el mundo y la vida. A los hombres y a sus mujeres, los vuelve indignos y tramposos. Los torna viles e incapaces de nobleza.  Los pone a hociquear en las cloacas. Les reduce a la nada su estética del vivir. Los abellaca. Los acanalla. Y es en ese sumidero de aguas negras donde nace, crece y se reproduce, sin ley ni tatequieto, esa clase de funcionarios a quienes su alma de forajido y sus maneras de sheriff, o las modosas del sacerdote virtuoso,  los mueven a convertir los estrados judiciales en mercadillos de autos y sentencias al menudeo, elaborados al gusto del mejor postor.

A la profundidad metafísica del poema Tormenta, hecho tango por Julio Sosa, el profesor Gaviria le rendía culto. Y tenía muy en la punta de la lengua su texto. Y de vez en cuando, entre contertulios, lo entonaba y lo hacía saboreando las palabras. Pero enfatizaba que ese himno,  propio del ateo, no era el suyo, el del agnóstico que no niega ni afirma la existencia de dios, por cuanto su mundo no era el de la fe sino el de la razón y la experiencia.

Y luego de esta advertencia, entraban en escena Discépolo y Sosa, émulos en materia de tribulaciones, esta vez interpretados por la voz desgarrada del musicante Carlos Gaviria: “¡Aullando entre relámpagos, /perdido en la tormenta/ de mi noche interminable, Dios /Busco tu nombre!/ No quiero que tu rayo/ me enceguezca entre el horror;/ porque preciso luz para seguir./ ¿Lo que aprendí de tu mano, Dios, no sirve para vivir?/¿Cuál es el bien/ del que lucha en nombre tuyo, /limpio, puro?/ ¿Para qué?

Pues bien. A todas estas, queda en el aire la idea de que la afición del doctor Gaviria por los tangos era la de alguien a quien  sólo le atraían los que se compusieron y se cantaron entre 1920 y 1940. Su cercanía era con Celedonio Flores, Rivero y Pugliese y otros cantores de ese estilo. El tango que vino después, el de Piazzola y Horacio Ferrer, no parecía conmoverlo. Se notaba en él cierta desconfianza en torno a la validez sonora y a la capacidad de penetración de estos ritmos asaltados en mala hora por el surrealismo. Les reprochaba su imaginismo y los oía con desgana.  Canciones del corte de El hombrecito blanco o La última grela, le parecían baladas imitativas y las tildaba de sinfonías alejadas de la armonía y el compás del tango tradicional.

Quizás uno solo de los tangos de Astor Piazzola, Adiós Nonino, despertaba en él cierta inquietud. Solía decir que en esa pieza, como en los tangos hijos de la victrola, había un dolor esencial y sereno. Y añadía que esa canción, una verdadera elegía, condensaba el sentimiento de quien al borde del precipicio despide a su padre o a su maestro antes de su partida hacia los nebulosos territorios de la muerte.

Y es por eso que le gustaba su letra cifrada y lo atraía el imán de su ambigüedad entre luces y lo tramaba el misterio de sus resonancias. Y es también por eso, si nadie se opone,  que se hace oportuno recordar por estos días, a manera de homenaje a la  hidalguía del profesor emérito, una de las estrofas de este tango.

A quienes le reconocieron su magisterio, a  quienes exaltaron su capacidad para crear esperanzas y a quienes elogiaron en el doctor Gaviria la tenacidad del sembrador de semillas a lo largo de los caminos de este país estéril, no les habrá de pesar la lengua para volver sobre el Adiós Nonino de Piazzola, ese himno a la gratitud,  y decir: “Soy la raíz del país/ que amasó con su arcilla./ Soy la sangre y la piel/ de aquel que me dio la semilla. / Soy el afán de aquel que sembró/ de esperanza el camino”.

Andrés Nanclares Arango
Correo: nanclaresarango@hotmail.com                  


 

martes, 17 de marzo de 2015

89. Cárcel del Buen Pastor en San Javier, curada de espantos



La Comunidad de las Hermanas del Buen Pastor, fundada por Santa Eufrasia Pelletier como desmembración de las Hermanas de la Caridad fundadas por San Juan Eudes, se subdivide en dos comunidades coexistentes: la de las hermanas activas, y la de las monjas contemplativas. A su vez tienen seminarios (noviciados y postulantados), escuelas, y centros de formación; y en sus lugares de trabajo tienen áreas de contacto con el público y con la población atendida, y áreas de clausura reservadas a la Comunidad. Cada sección puede funcionar en edificaciones conexas bajo un mismo techo, o en edificaciones separadas por pocas o por muchas cuadras de distancia. Se entiende, entonces, que aunque la Comunidad ya no es administradora de la Cárcel de Mujeres del Buen Pastor en San Javier –La América–, y que la cárcel ya no existe como tal porque la población detenida fue trasladada al complejo carcelario de El Pedregal en el corregimiento de San Cristóbal, las monjas conserven casas en el barrio Prado Centro, en el barrio Buenos Aires sector del Vergel, y en el barrio Buenos Aires sector de Miraflores, aparte la casa donde atienden niñas desprotegidas en el sector de la Terminal de Transporte del Norte de Medellín. En algún momento las hermanas activas y las monjas contemplativas convivieron en lo que hoy es la Normal Superior Antioqueña de Señoritas en el barrio Buenos Aires, pero cerca de 1937 las contemplativas se trasladaron al Amparo Juvenil contiguo a las instalaciones del F-2 de la Policía en Belén San Bernardo, en terrenos que ahora ocupa el Parque Biblioteca de Belén (carrera 76 entre calles 19 y 20). Las hermanas activas, por su parte, se trasladaron al complejo de la edificación de la cárcel de mujeres en el barrio La América, donde tuvieron su sitio de reclusión anexo a la cárcel, una escuela contigua, y luego el sitio de reclusión de las monjas contemplativas que dos o tres décadas después llegaron desde Belén San Bernardo.

La llegada de las Hermanas del Buen Pastor a Colombia está datada en 1890, cuando desde Nueva York arribaron a Bogotá las primeras seis religiosas de esta Comunidad, que quizás hubieran sido solicitadas desde 1889 o antes.

Sobre su llegada a Medellín dicen los historiadores Juan David Posada Segura y Luz María Acevedo Jaramillo que:

La reclusión de mujeres abrió sus puertas, previo contrato firmado por el alcalde municipal Dionisio Arango Mejía, y su primera directora fue la Hermana María del Sagrado Corazón, una religiosa de la Comunidad. Su llegada ocurrió por solicitud de Monseñor Joaquín Pardo Vergara, entonces obispo de la ciudad de Medellín”.

(Página 108 del ensayo “Privación de libertad en los establecimientos de Medellín”, subtítulo “Reclusión de mujeres de Medellín 1894-2010”).

Y dice el historiador Rodrigo Campuzano Cuartas que:

En 1838 el presidente José Ignacio de Márquez se interesó por el primer modelo carcelario (de trabajos forzados para los presos)… la casa de reclusión o casa de trabajo fue otro cambio importante que por entonces nació bajo una concepción de cárcel donde la privación de libertad estuvo vinculada al trabajo artesanal como labor acorde al sexo”.

(Página 96 del artículo “El sistema carcelario en Antioquia durante el siglo XIX”, como parte del texto final de la investigación “Historia de las instituciones judiciales en Antioquia durante el siglo XIX”, patrocinada por Colciencias y la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, con la colaboración de la historiadora y abogada Ada Luz Hernández Montoya).

Y agrega en nota de pie de página que:

18. “Si bien la ley de 1838 previó que los detenidos se separasen por sexo, en ella no se encuentra una disposición que ordene la construcción de una cárcel específica para mujeres y, al parecer, esta iniciativa sólo se dio a finales del siglo; según la ordenanza 5 del 29 de mayo de 1894 de la Asamblea Departamental que exigió que la dirección fuera contratada con las Hermanas del Buen Pastor”.

Debemos tener en cuenta que el Dr. Dionisio Arango Mejía no fue alcalde sino gobernador de 1897 a 1898, y de 1906 a 1908; y en un boletín de la Comunidad se lee que “…nueve años después de la llegada a Bogotá ya su meritoria labor era conocida y deseada en todo el país y en Medellín solicitaron sus servicios”. Si tenemos en cuenta que en una agenda calendario de las Hermanas aparece 1899 como hito del año de llegada a Medellín, podemos deducir que en 1890 llegaron a Colombia, en 1894 fueron solicitadas por la Asamblea de Antioquia, y al finalizar el siglo llegaron a esta ciudad durante la gobernación de Arango Mejía y el obispado de Monseñor Joaquín Pardo Vergara, siendo su primera directora la Hermana María del Sagrado Corazón, que falleció en Medellín a muy avanzada edad. No hay que confundir a esta religiosa con otra europea de la misma comunidad de nombre Hermana María del Divino Corazón.

Habría que distinguir tres períodos: en el primero las Hermanas pertenecían a la Provincia de Bogotá. A partir de 1960 fue separada la Provincia de Medellín, y a partir de 2011 se unificaron en una sola las provincias colombo venezolanas.

Los historiadores Posada y Acevedo en la obra citada dicen lo siguiente:

…Empezó a funcionar en el puente de las Pizas (hoy avenida de Greiff con carrera Carabobo) con 60 internas y religiosas extranjeras. En 1903 se trasladó a la Casa de Pichincha donde se encuentran actualmente las torres de Bomboná… El 24 de septiembre de 1912 se abrió la sección Gran Clase de Voluntarias de atención a niñas y jóvenes que necesitaban ayuda, donde funcionaba la cárcel de San Javier –La América–; la que operó hasta el mes de julio del año 2010”.

Creí leer en alguna parte que antes de la llegada de las Hermanas a La América allí funcionaba un pabellón para presos siquiátricos, y esto se confirma un poco más adelante donde estos historiadores dicen que:

“…este establecimiento albergaba también el único anexo siquiátrico de la ciudad de Medellín en el que se recluía a hombres con trastorno mental sobreviniente, esto es, hombres que no fueron declarados inimputables por trastorno mental en el proceso, pero su condición posterior hizo necesario alojarlos en instalaciones especiales…”.

Escuela Normal Antioqueña 
Superior de Señoritas, 
frontis de entrada

En el libro en dos volúmenes publicado por Eafit “Memorias de don Ricardo Olano (Estrada) 1935-1947” hay referencias al reclusorio de las Hermanas del Buen Pastor y transcribo párrafos de mi libro “Buenos Aires, portón de Medellín” en donde cito esa información:

Escribió don Ricardo Olano en abril 15 de 1937: "Visité con don Ricardo Botero su lote en Buenos Aires (alrededor del Castillo de los Botero), junto a la capilla (hoy iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón), y él ofreció ceder una faja para continuar la calle Uribe Ángel (o sea la carrera 35). La continuación de esta calle hasta Aranzazu (o sea la calle 47, Bomboná) pasa por terrenos del convento vecino (de las Hermanas del Buen Pastor, hoy Normal Antioqueña) y ya inicié conversación para ello con el síndico de esa casa".

No se entiende esto si no se remite uno a la época en que los terrenos entre El Cuchillón y Ayacucho, y entre Cuatro Esquinas y Uribe Ángel, eran fincas de propiedad de Don Pepe Sierra, una parte; del General Pedro José Berrío, otra; de las Hermanas del Buen Pastor, otra; y de don Ricardo Botero Saldarriaga, la otra. De ahí que se necesitara la colaboración de dos de ellos para ceder fajas de terreno que permitieran la extensión y ampliación de Uribe Ángel. El convento al que se refieren es la edificación que conocemos como Normal Antioqueña, donde las Hermanas administraron un preventorio o sitio de reclusión para muchachas díscolas, y abarcaba un lote de terreno que fue urbanizado por las hermanas, según registró don Ricardo Olano: 

"Las monjas del convento del Buen Pastor en Buenos Aires, atendiendo a las constantes sugerencias de la Sociedad de Mejoras Públicas, resolvieron urbanizar el gran lote de terreno que hay detrás del convento y encomendaron esta obra a los señores Alberto Álvarez C. y Antonio Arango, expertos urbanistas. Está muy adelantado el trabajo y ya las monjas han recibido una buena suma de dinero procedente de lotes vendidos a diez pesos la vara cuadrada. En 1942 se abrieron en dicho lote las siguientes calles: Carrera Canal (carrera 36A), entre Barcelona (calle 47A) y Ayacucho (calle 49). Carrera 36 (Honduras), hasta la calle 48A, luego se prolongará hasta Ayacucho (calle 49). Carrera 35 (Uribe Ángel), de Bomboná (carrera 47) a la calle 47A. Calle 48 (Pichincha), entre Canal (carrera 36A) y Uribe Ángel (carrera 35)".
(Hasta aquí la cita de mi libro)

Los terrenos de este establecimiento marcaban el final de la calle Pichincha por el oriente, puesto que la calle 48 en Buenos Aires tiene otro nombre, y en sus memorias no hay mención a la “Casa de Pichincha” de las Hermanas del Buen Pastor que estuviera situada en el lugar que hoy ocupan las torres de Bomboná (antiguas instalaciones de las oficinas de Transportes y Tránsito). A menos que las Hermanas tuvieran dos casas situadas a cinco cuadras una de otra, lo que para la época suena un poco ilógico, pienso que tal vez se trate de algún malentendido.

Escuela Normal Antioqueña 
Superior de Señoritas, 
patio interno

Víctor Bustamante Cañas, que se ha convertido en un notario del patrimonio arquitectónico de la ciudad –Y lo llamo notario, y no guardián, puesto que sus denuncias fílmicas hechas en videos caseros registran edificaciones que ya no existen o están próximas a su demolición–, dentro de la serie “Medellín, deterioro y abandono de su patrimonio”, ha escrito un artículo y montado un video en su blog Neonadaísmo 2011 con el título “La cárcel del buen pastor”, sobre el antiguo establecimiento carcelario femenino de San Javier –La América– que fue desmantelado. 

Cárcel del Buen Pastor 
de San Javier -La América-, 
frontis de entrada

Durante su existencia, la antigua cárcel sufrió transformaciones. En el aspecto arquitectónico, mediante reformas y adiciones arbitrarias que no guardaron armonía con el estilo original. Cada que se requería una ampliación los maestros de obra hacían un remiendo al capricho de la dirección de turno. En el aspecto administrativo, cuando la tarea se le asignó al recientemente establecido, en su momento, Instituto Nacional Penitenciario de Colombia (Inpec), cesando en sus funciones la Comunidad de las Hermanas del Buen Pastor. El aspecto religioso se nota en la capilla específicamente construida para la meditación y el rezo de oraciones; e ignoro si las nuevas cárceles, con la moderna tendencia política de tratar de borrar a Dios de la mente de los hombres, estén dotadas de algún tipo de capilla; y se nota en las imágenes religiosas del santo patrono de la institución que era, precisamente, Jesús el buen pastor.

Cárcel del Buen Pastor 
en San Javier -La América-, 
garita de vigilancia


La importancia de este texto y este video radica en que son documentos que registran para la posteridad algo que está ad portas de desaparecer cuando las antiguas edificaciones sean demolidas y sobre los 55.000 metros cuadrados de terreno se construya una nueva universidad destinada a la capacitación de más de 10.000 estudiantes del Centro Occidente de la ciudad. Una entidad gubernamental denominada Sapiencia, bajo la dirección del Sr. Sergio Roldán Gutiérrez, será la encargada de llevar a cabo la transformación.

No estoy seguro del planteamiento de Víctor Bustamante y sus acompañantes en el sentido de que la vetusta edificación amerite su conservación como patrimonio arquitectónico de la ciudad. De lo mostrado en el video, sólo dos o tres cosas se salvan; como decir la capilla mencionada, como decir el frontis de entrada de la puerta principal. Creo que no es más. 

Pero hay un factor que inclinaría a pedir que las máquinas explanadoras arrasaran todo el terreno y se comenzara nuevamente de ceros. Según Jonathan López, vigilante asignado por la empresa Dogman de Colombia para las abandonadas instalaciones: “Aquí hay muy mala energía. En este lugar espantan”. Lo dice un hombre cuyo oficio de vigilante diurno y nocturno en lugares desolados no le permite ser de temperamento asustadizo ni crédulo, que reconoce haber vivido la experiencia de vigilar una sala de velación en cercanías de la Plaza Minorista de Mercado, y otra dentro del cementerio de Jardines Montesacro. Es un hombre que tendría que haberse curado de espantos. “Aquí en las noches se escucha el cerrar de puertas, susurros, gritos de mujeres. El ambiente es muy pesado. Es miedoso. Una noche se me vino encima una sombra desde aquel baño hasta aquí donde estamos parados”. 

Que el hombre no es asustadizo, lo demuestra el hecho de que sigue trabajando en el oficio después de ver la sombra; pero de que es crédulo lo muestra la seriedad y firmeza con que lo cuenta. Uno no puede sustraerse a la realidad incontrovertible y testimonial de lo vivido en carne propia. 

De la declaración de Sergio Roldán se desprende que las Hermanas tuvieron que solicitar dispensa del Vaticano para trasladarse a otro lugar y poder vender el inmueble. No podían regalarlo a la municipalidad, por constituir un bien patrimonial de mucho valor y nadie, por desprendido que sea, anda por ahí regalando cosas a troche y moche. Mucho cuento sería que lograran recuperar la abultada cantidad de dinero que por concepto de arrendamientos les quedó debiendo el Inpec.

Aparte estas minucias, creo que el texto y el video publicado en el blog de Neonadaísmo 2011 constituyen un documento notarial de veeduría pública muy interesante para la microhistoria de nuestra ciudad.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)




lunes, 16 de marzo de 2015

88. John Nash, una mente brillante y encadenada

(4 de 4)

Sin ninguna razón en particular, en la madrugada del domingo 24 de mayo de 2015 sentí curiosidad por indagar sobre la vida del matemático norteamericano John Forbes Nash Jr., ganador del Premio Nobel de Economía en el año de 1994, y me encontré con la impactante noticia que empezaba a circular en la red sobre su fallecimiento ese sábado, hacía apenas unas pocas horas, en accidente de tránsito cuando con su esposa Alicia transitaba por la autopista Turnpike a la altura de Monroe Township en New Jersey, hecho en el que el conductor del taxi salió gravemente herido mientras sus pasajeros sin cinturón de seguridad salían despedidos por las ventanillas. El profesor Louis Niremberg, coganador del Premio Abel de Matemáticas 2015, había conversado con ellos en el aeropuerto por espacio de una hora, antes de que abordaran el taxi que los conduciría hacia la muerte.

Noticia de la muerte en El Salvador.com:

La vida de Nash viene a completar lo que hasta este momento era una trilogía en mi blog, pero pasa a convertirse en una tetralogía: la de los talentos brillantes que han sufrido una enfermedad altamente discapacitante, pero han encontrado en sus cónyuges el apoyo físico y emocional para salir adelante en medio de sus limitaciones. 

Iniciada la serie con la historia de Jacqueline du Pré y su esposo Daniel Baremboim, continuada con Stephen Hawkins y su esposa Jane Wilde, luego con Mark O´Brien y la terapeuta Cheryl Cohen Greene que le brindó las seis sesiones de sexo, se complementa ahora con John Nash y su esposa Alicia Esther Lardé López-Harrison.

John Nash y Alicia Lardé de Nash

Alicia nació en El Salvador en el año de 1933 y en 1943, a sus diez años de edad, emigró con sus padres a los Estados Unidos donde se convirtió en la primera mujer de origen salvadoreño en graduarse en el prestigioso MIT (Massachusetts Institute of Technology) como ingeniera aeroespacial, lo que implica tener una mente científica y una formación académica rigurosa. En esa institución conoció a su profesor de matemáticas, el Dr. John Forbes Nash Jr., nacido en junio 13 de 1928 y bautizado con el mismo nombre de su padre, y ella se enamoró de su brillante capacidad para las ciencias matemáticas. La poca inteligencia social y evidente discapacidad de él para las relaciones interpersonales no fue obstáculo para que entre la alumna y el profesor se estableciera una relación afectiva que, pese a él ser ateo confeso, en 1957 desembocó en un matrimonio católico y los hizo padres de dos hijos, el menor de los cuales, John Charles, heredó de su padre el nombre (todos los hombres de la familia se llaman John), la esquizofrenia, y la habilidad matemática. John Martin es su hermano mayor. Difícil debió ser para la científica Alicia enamorarse y compartir la vida durante más de medio siglo con un hombre que padecía de nacimiento una esquizofrenia paranoide que por períodos lo tuvo internado en instituciones siquiátricas sometido a electrochoques, camisas de fuerza, y drogas somníferas estupefacientes. En sus comienzos llegó a ser diagnosticado como autista por su egocentrismo, y algunos le diagnosticaron trastorno de bipolaridad. Una personalidad indudablemente compleja y una relación inaguantable para cualquiera que no tuviera el temple y el carácter de la científica que lo acompañó en su proyecto de vida. No todo fue un lecho de rosas. En 1953 el profesor John había tenido una relación fallida con Eleanor Stier, de la que quedó John David, un hijo que se hizo enfermero y con el que el científico sólo vino a hacer contacto en los años finales de su vida. Incapaz de sobrellevar la situación, en 1962 Alicia pidió el divorcio y se separó de él; pero en 1970 lo readmitió en su casa con el carácter de inquilino para brindarle apoyo, sin las exigencias de la vida matrimonial. Sin embargo, ese apoyo emocional y ese compartir una vida bajo el mismo techo fueron sacando a Nash del ostracismo hasta superar (que no curarse) las limitaciones que le imponía su atroz enfermedad que conllevaba otras disfunciones sociales con acusaciones de inclinación homosexual y de acosos o insinuaciones indebidas hacia miembros del alumnado. A pesar de eso, fue profesor distinguido en las universidades MIT y Princeton, y sus investigaciones lo llevaron a obtener el Premio Nobel de Economía de 1994, conjuntamente con John. C. Harsanyi y Reinhart Selten. En 1958 había sido candidato a la “Medalla (John Charles) Fields” de matemáticas, y en 2015 obtuvo junto con el canadiense Louis Nirenberg el “Premio (Niels) Abel de Matemáticas”. 

La Medalla Fields y el Premio Abel son considerados, por los matemáticos, equiparables a los premios de Suecia donde no existe un Premio Nobel de la materia porque según dicen las malas lenguas el ingeniero químico Alfred Nobel sentía aversión por ellas a causa de que el matemático Mittag-Leffler indujo a su esposa a serle infiel. Suculento cotilleo de farándula que... es totalmente falso porque el inventor de la dinamita, a la hora de la verdad, ¡Nunca estuvo casado!

Biografías:



Es un hecho reconocido que la paciencia, abnegación, y entrega, de la Sra. Alicia hacia el Dr. Nash, fueron factores decisivos en la superación de su enfermedad; relación afectiva que la muerte no fue capaz de destruir porque a ambos les llegó en el trágico accidente, cuando ya eran octogenarios. Pero es también un hecho, que puede deducirse a simple vista, que la Sra. Nash sacrificó una prometedora carrera en la ingeniería aeroespacial para dedicarse a sacar adelante la de su esposo. Con ello coronó un objetivo y contribuyó al acrecentamiento de los conocimientos de la humanidad en campos un poco abstractos para nosotros los legos en la materia, como decir que la teoría conocida como “El equilibrio de Nash” consiste en una “Teoría del juego y dinámica de la rivalidad humana-Puntos de equilibrio en los juegos de las personas”, que se aplica a los juegos competitivos. Yo no sabía que la había estudiado alguna vez durante mi vida laboral cuando el conferencista de un seminario sobre negociación nos habló de la teoría del gana-gana que consiste en que dos negociadores en una contienda sacrifican cada uno un poco y encuentran un arreglo en que ambos ganan y ninguno pierde.

Sylvia Nasar escribió una biografía no autorizada del científico (ya se sabe que a los personajes y a sus familias no les gusta que se ventilen ciertos asuntos), que sin embargo sirvió de base para la película “Una mente brillante”, protagonizada por Russell Crowe con Jennifer Connelly en el papel de Alicia, película que contó con el beneplácito del científico y su esposa, y estableció un lazo de amistad entre ellos y el actor Crowe.

La película “Una mente brillante” del año 2001 fue dirigida por Ron Howard y contó con la participación de Ed Harris, Christopher Plummer y Paul Brittany; en la que el director Howard aparece como extra, sin figurar en los créditos, haciendo el papel del Gobernador que da un baile al que asisten el científico y Alicia en un momento en que todavía no eran esposos:

En medio de la complejidad de su relación el científico, dentro de la película, pregunta a su amigo Charles: “¿Debería casarme? ¿Cómo puedo estar seguro?”, a lo que su amigo responde “No hay nada seguro en eso. Es lo único seguro que sé”. Nash se resuelve a proponerle matrimonio a Alicia de manera tan matemáticamente encriptada que tal vez sólo ella podía entender cuál era su propósito. Ella recurre a una metáfora para responderle cuyo sentido, aunque no sean literalmente sus palabras, es el siguiente: “Desde el punto de vista de lo que se puede tocar con la mano, el universo es un acto de fe. El amor es igual. Existe, pero no podemos verificarlo”. De la película dijo Nash que “tiene errores y licencias”, pero acepta que es una aproximación a su vida.

La película es una recreación literaria con elementos de realidad, pero así mismo con una gran cantidad de ficción, considerando como tal también la recreación de las visiones, fantasmas y alucinaciones que permanentemente acosaban al personaje y con las que aprendió a convivir al final de su vida. Dice el artículo de Wikipedia que él “Aprendió a vivir con sus alucinaciones… ignorándolas por completo”. 

La teoría de Nash es una especie de aplicación de la fórmula matemática que aprendimos en la escuela cuando nos enseñaban a dividir. Es aquella que dice que cuando hay dos hombres y una mujer en un baile uno le propone a la chica que “Tres en uno no caben. Bajo el uno, y quedamos tú y yo”.

En la película protagonizada por Crowe la teoría es aplicada en una escena práctica para que el público la entienda a la perfección. Es el momento en que se encuentra en un bar junto a unos amigos y ven un grupo de señoritas. Entre ellas se destaca una rubia a la que todos quieren abordar. Pero Nash los interrumpe y les refuta la idea de competir por abordar a la misma mujer. Si todos van por la misma, se bloquearán entre sí y es probable que nadie pueda conquistarla. Es por eso que el matemático propone a su grupo ir por las demás”. 

Dice Nash en la película:

"Si todos vamos por la rubia, nos obstaculizaremos y ninguno de nosotros se la llevará, después iremos por las amigas y nos ignorarán porque no querrán ser el segundo plato. ¿Y si nadie va por la rubia? De esta manera no nos obstaculizaremos y no ofenderemos a las otras chicas... ¡victoria asegurada!". 

Esa fue la forma que el director Ron Howard encontró para explicar el "equilibrio de Nash". Mi mente pervertida saca la conclusión de que si todos vamos por la rubia, todos perdemos, pero si convenzo a los demás de que vayan por las otras y dejen la rubia de lado… la rubia me queda a mí. Elemental, mi querido Watson.

Película "Una mente brillante":

Al ver la película me encontré con varias coincidencias en la filmación respecto a las dos películas que se hicieron sobre Stephen Hawkins, coincidencias que me hicieron sentir una especie de déjà-vu, como decir algunas escenas en el campus universitario. No es coincidencia, sino el resultado de que el comportamiento en dichos lugares es igual en todas partes. Una de ellas es aquella en la que el científico y su novia se apartan de la fiesta y se sientan en la grama a contemplar las estrellas; o la escena en que el estudiante garrapatea fórmulas en el vidrio de la ventana de la residencia que le fue asignada. De inmediato pensé: “esto lo he visto antes”. 

Crowe, en el papel de Nash, garrapatea fórmulas en la ventana

Llamó mi atención el buen trabajo que hicieron los maquilladores al envejecer artificialmente a Crowe y a Connelly para representar a la envejecida pareja científica de los últimos años.

Crowe, envejecido, en el papel de Nash

Varios premios Oscar de la Academia le fueron concedidos a la película que Hollywood hizo sobre esta pareja extraordinaria que acaba de dejarnos, unidos hasta más allá de la muerte.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

domingo, 15 de marzo de 2015

87. Mark O´Brien, y las seis sexsesiones de Cheryl Cohen Green

(3 de 4)

El mito de que una mujer, o un hombre, deben llegar vírgenes al matrimonio, es una norma social impuesta por la religión y, casi podría decirse, que es impuesta “contra natura”. La naturaleza animal inclina a las criaturas a la práctica sexual. Pero no se equivoca la religión al imponer normas de control para impedir el sexo indiscriminado, irreflexivo, e irresponsable; y está bien que lo enmarque dentro de condicionamientos que garanticen el buen comportamiento social. El libre albedrío y la promiscuidad tienen consecuencias dañinas e irreversibles. Sólo que de ahí a pretender que los hombres vivan como ángeles, como si el sexo no les hubiera sido dado junto con las necesidades de comer, de beber, de dormir, de evacuar, o de respirar, hay mucho trecho.

Por atavismos ancestrales, la sociedad ha rechazado a las practicantes de la prostitución, profesión considerada la más antigua del mundo, y es obvio que la mayoría de ellas la ejerce como un medio de procurar su subsistencia. No voy a censurar a quienes su naturaleza genética inclina a la práctica de un sexo desaforado sólo por su gusto, y por sentir su necesidad de una manera insaciable, de lo cual no son culpables ellos sino su herencia hormonal. Hay personas que hacen de dicha tarea un apostolado pedagógico que ejercen con verdadera abnegación y comprensión hacia una muchachada ignorante en esas lides que en sus hogares de origen encuentra más evasivas que respuestas a sus preguntas, y más soslayamientos que soluciones. Esas matronas que cumplieron con la sagrada obra de misericordia de enseñar al que no sabe, merecen reconocimiento, y merecen gratitud más que censura.

Insertaré un poema erótico de Mark O´Brien, un poeta norteamericano que tuvo una vida admirable.

POEMA DE AMOR PARA NADIE EN PARTICULAR
(Por Mark O´Brien, periodista y poeta)

Déjame tocarte con mis palabras; 
ya que mis manos yacen inertes, 
como guantes vacíos.

Deja que mis palabras golpeen tu pelo,
se deslicen por tu espalda,
y cosquilleen en tu vientre;
ya que mis manos, 
ligeras y libres como ladrillos, 
ignoran mis anhelos 
y rehúsan obstinadamente 
llevar a cabo mis deseos más silenciosos.

Deja que mis palabras entren en tu mente 
llevando antorchas; 
y admítelas voluntariamente en tu ser 
para que ellas puedan acariciarte,
suavemente, desde adentro.

Este poema sería algo cotidiano si no se tratara de un autor que lo escribió en sus especiales circunstancias, contradiciendo su dedicatoria porque lo escribió pensando en la persona que lo había ayudado a realizar un sueño que se supone proscrito para los enfermos en estado de discapacidad.

Mark O´Brien sufrió poliomielitis a los seis años y desde entonces estuvo tetrapléjico en una camilla y conectado a un pulmón de acero para ayudarlo a respirar. Su cuerpo estaba muerto, pero su cerebro en plenitud de facultades hasta morir a los cincuenta años de edad. A pesar de sus dificultades y de estar anclado a una camilla de por vida, asistió a la Universidad de Berkeley y se graduó como periodista y licenciado en literatura inglesa.

Mark O´Brien en la vida real

Reseña en Wikipedia:

Habiendo conseguido ejercer el periodismo con éxito, usando sólo sus labios para sostener una baqueta de oprimir botones y algunos dedos para accionar con dificultad un teclado, se convirtió también en poeta y activista gremial; sin embargo, había algo en su organismo que funcionaba: el enamoramiento y el impulso sexual. ¿Cómo satisfacerlos? En medio de su situación atrajo la atención de alguna amiga que sintió admiración por él, por su fortaleza de ánimo, por su inteligencia, por su buen humor, y llegó a sentir y a despertar un mutuo amor platónico al que no podría llamarse amor sino afecto, cariño, o cualquier otra cosa. Nada más podía esperar Mark, así después de someterse a un tratamiento él hubiera logrado encontrar en otra joven una especie de amor que se enmarcaba también dentro de los parámetros y clasificaciones de la joven anterior. Claro que, en sus condiciones, haber tenido dos novias (que no amantes) no es un logro despreciable; pero haber recibido el tratamiento, y haberlo culminado con éxito, es algo que rebasa todas las expectativas.

Consistió ese tratamiento en obtener seis sesiones terapéuticas con la Dra. Cheryl Cohen Greene, una paramédica que ejerce el oficio de sustituta sexual para personas en condiciones de discapacidad. Lo suyo no tiene nada que ver con la prostitución ni altera para nada una vida normal de familia con esposo, hijos, y nietos, en un acto que no puede prestarse a equívocos. Se trata de dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento, ni más ni menos. Una verdadera obra de misericordia.

Dra. Cheryl Cohen Greene, sicoterapeuta 
y sustituta sexual,  junto con Helen Hunt, 
la actriz que la representó en el cine

Cheryl Cohen Greene: Vida, fama y experiencias de una sustituta sexual:

Gracias a ella, y a otras como ella, varios en la situación de Mark han podido morir tranquilos con el deseo satisfecho de haber conocido el sexo en circunstancias en que tal cosa era impensable. “Ya no soy virgen”, fue su parte triunfal cuando lo consiguió.

Los actores John Hawkes y Helen Hunt 
en la película Seis sexsesiones

El director australiano Ben Lewis, que anda en muletas porque en su niñez sufrió poliomielitis, hizo en el 2012 una película sobre la experiencia de Mark, con John Hawkes en el papel de O´Brien; Helen Hunt, en el papel de la sexoterapeuta Cheryl Cohen Greene; William H. Macy, en el del padre Brendan, sacerdote católico; y otros actores. El padre Brendan es un confesor que asume el papel más de amigo comprensivo y motivante que de censor y predicador represivo. Por la temática explícitamente sexual que da lugar a diálogos y a escenas de desnudos sin tapujos, es una película que sólo se ve en televisión en las horas de la madrugada, pero bien vale la pena. No hay en ella lugar a equívocos o malas interpretaciones, ni a pensamientos maliciosos. En esta película el sexo es tratado de una manera realista y absolutamente profesional.

Pasando a otro tema, pero siguiendo el hilo conductor de esta serie, los invito a releer la historia del solitario cantor que en una madrugada cerró los ojos de su exesposa acabada de fallecer y la despidió entonando una estrofa de la canción El Ermitaño: "Después que te perdí vine a saber cuánto te amaba". Su abnegación y esmeradas atenciones cuando ella quedó en silla de ruedas, a pesar de estar separados en su vida matrimonial, se comparan con la actitud que asumió Daniel Baremboim ante la enfermedad de su exesposa Jacqueline du Pré, y encajan perfectamente en la temática que hemos venido tratando. Se trata del artículo "39-Cantores solitarios", publicado en abril de 2014 en este blog.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

domingo, 8 de marzo de 2015

86. Stephen Hawking, mente brillante en un cuerpo débil

(2 de 4)

No he visto la película Hilary y Jackie (dir. Anand Tucker, Gran Bretaña 1998) sobre Jacqueline Du Pré, la chelista ex esposa del pianista y director Daniel Baremboim, que murió aquejada por una esclerosis múltiple. Tampoco he visto una larga lista de películas, documentales, y series de televisión, que tienen al físico astrónomo Stephen Hawking como inspirador o como personaje central; ni he leído sus numerosas publicaciones de tipo científico, ni sus varios libros publicados; con excepción de “Breve historia del tiempo” que, por su lenguaje sencillo, me cautivó hace ya un cuarto de siglo.

Pero sí he visto, y a ellas voy a referirme, un par de películas sobre su vida; que, con motivo de los premios Oscar de 2015, se han venido mencionando últimamente.

La una es la película para televisión producida por la BBC de Londres en el año 2004, con hora y media de duración, que fue dirigida por Philip Martin y protagonizada por Benedict Cumberbatch y Lisa Dillon. No es estrictamente un documental, en el sentido de que no hace un collage con escenas y personajes filmados en la vida real; pero puede considerarse como tal habida cuenta de que muestra hechos verídicos de una manera apegada a la verdad y con pocas licencias de recreación cinematográfica. Esta película recibió el beneplácito de Hawking e hizo que su intérprete Cumberbatch fuera nominado para premios por su actuación, teniendo en cuenta lo difícil que es interpretar a un personaje con una distrofia muscular tan severa. A mi modo de ver, el actor lo consiguió con sobrada solvencia haciendo creíble su interpretación y metiéndose en el papel con verdadera dedicación. Pone énfasis esta película en las teorías promulgadas por Hawking, en el difícil camino que recorrió para obtener el reconocimiento académico no obstante la oposición de prestigiosos colegas científicos que promulgaban tesis opuestas a la suya; sin soslayar las dificultades de una vida amorosa y familiar difíciles de enfrentar para una persona con sus limitaciones, y de sobrellevar con comprensión y abnegación para las personas que lo rodearon, incluidos su esposa e hijos, sus padres, sus colegas y discípulos, sus enfermeras y médicos.

Hawking, de la BBC de Londres en el 2004. Película completa subtitulada en español (1 hora, 28 minutos): 

De otra parte, está la película “Teoría del todo” basada en el segundo libro autobiográfico de Jane Wilde, la primera esposa del astrofísico y madre de sus hijos, en el que cuenta lo que fue su vida con el científico. También lo hizo en el primer libro, pero a diferencia de ésta fue aquella una biografía sesgada por el resentimiento de la ruptura, emotividad que buscó corregir con la segunda, cuando muchas asperezas se habían limado.

Stephen Hawking y Jane Wilde en la vida real 
y, al lado, la recreación cinematográfica de 
Eddie Redmayne y Felicity Jones.

Eddie Redmayne, el actor que encarna al científico en esta película, consigue meterse en el papel de una manera tan extraordinaria que arrancó un par de lágrimas a Hawking y lo hizo exclamar después de ver la película que “A veces pensé que era yo”. Lo acompaña la actriz Felicity Jones en el papel de Jane. Aunque no evade las teorías y tesis expuestas por el científico, se centra la película en el aspecto de la vida personal y de las dificultades de superación de una enfermedad para la que los médicos pronosticaron dos años de vida y él ha rebasado el pronóstico por medio siglo. Muestra la película algo que seguramente sucedió en la vida privada. Las circunstancias en que la mujer se enamoró y aceptó casarse con un enfermo, las circunstancias de su vida en común, las veces en que estuvo a punto de claudicar y tirar la toalla, el apoyo que encontró en el profesor de música del que se enamoró, y él de ella, contando en principio con la complicidad de Hawking que era consciente de sus limitaciones. La pareja del físico terminó divorciándose y ella casada con el músico, sin dejar de conservar la amistad con Hawking que, a su vez, terminó casado con Elaine Mason, su enfermera, en un matrimonio que fue controvertido y terminó también en divorcio en medio de mutuas acusaciones de maltrato físico y sicológico. Algún comentarista en la red expuso sus razones de por qué esta película NO debería ganar el premio Oscar, pero lo cierto es que el actor protagonista lo ganó, y Hawking y yo estamos de acuerdo con la Academia de Hollywood, porque su actuación fue magistral.

Reseña crítica de Támara Vázquez:

Crítica contraria a la película:

Suele esperarse, de una biografía, que sea verídica; y de una actuación, que sea creíble. A mi modo de ver, ambas cosas se consiguen tanto en la película de la BBC en el 2004 como en la de Universal Pictures en el 2014.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


lunes, 2 de marzo de 2015

85. Jacqueline du Pré, talento extraordinario en un cuerpo enfermo

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Si bien la fórmula universal del rito matrimonial determina que la pareja se compromete a estar junta en la salud y la enfermedad hasta que la muerte los separe, la realidad en ocasiones se distancia del ideal porque, a la hora de la verdad, es un compromiso difícil de cumplir.

Un amigo me hablaba de su prometida, modelo de pasarela, bella, elegante, sofisticada, y le hice la pregunta del millón: “Si sufrieras un accidente y quedaras reducido a una silla de ruedas, ¿ella te acompañaría con abnegación hasta la muerte, o displicentemente te abandonaría a tu suerte?”. Y luego reforcé la idea: “Si fuera ella la que sufre una desgracia, ¿tendrías el valor de apoyarla en todas las circunstancias?”. No son cualesquiera preguntas. Cargar un cuerpo para bañarlo, percibir sus nauseabundos olores, limpiar sus repulsivas babas y mucosidades, limpiar sus excrementos, saberlos ayudar en sus crisis y entender sus ininteligibilidades, no es cualquier cosa. Suelen estos enfermos maldecir su suerte y resentirse con quienes los rodean, se vuelven caprichosos y demandantes, exigentes. No es fácil. La pregunta le quedó rondando en la cabeza, y semanas después me contó que había terminado con ella y se había conseguido una novia más humilde y de menor figuración. Vi en su mirada una señal de agradecimiento. No todos tienen la suerte de tener un amigo que les abra los ojos, ni todos tienen la capacidad de seguir consejos de terceros.

Alguna vez vi en el tvcanal Film & Arts un documental sobre una esplendorosa mujer que nació a mediados de la década del cuarenta, chelista culta, bella rubia de ojos claros y sonrisa tan radiante que sus amigos la apodaban “smiley” (sonrisita). De una alegría exuberante, tocaba el chelo con una pasión fuera de serie. Uno de sus maestros dijo de ella que le había arruinado determinado concierto porque después de oírselo ya no le parecía que ninguno más pudiera tocar como ella tocaba. Otro maestro hizo alusión a que fue niña prodigio, con una memoria portentosa y la capacidad de aprenderse, prácticamente de un día para otro, un concierto que le fuera puesto como tarea. Otro agregó que cuando ella llegaba a ocupar su lugar el escenario se iluminaba con su energía. “Todos los músicos la miraban arrobados y se inspiraban en ella. Tal vez todos estuvieran secretamente enamorados de su atrayente personalidad”, dijo algún otro. Los videos de apoyo en blanco y negro, caseros al parecer, la mostraban haciendo un despliegue de alegría y virtuosismo como si las notas le salieran de adentro y le hicieran cosquillas. A su lado un apuesto joven pianista, delgado, con pelo negro y cara de actor de cine, la miraba orgulloso y sorprendido por la magia de su interpretación. En cierto momento ella tomó el piano en vez del chelo para tocar y ¡qué pianista! Con cuanta pasión y precisión hizo vibrar también ese instrumento. Pasaba de un instrumento a otro con soltura.

Jacqueline du Pré

Video casero de Jacqueline du Pré tocando el piano para su joven esposo Daniel Baremboim:

Me costó trabajo reconocer en el apuesto joven que había a su lado al pianista y director Daniel Baremboim, y en la bella y feliz mujer a la chelista Jacqueline du Pré. Los videos pertenecían, seguramente, a los días posteriores al matrimonio de la musical pareja, cuando no había sombras que empañaran su dicha. Esas sombras llegaron. A los 28 años de edad a Jacqueline le sobrevino una esclerosis múltiple (¿Y deberé agregar que “deformante”?) que la sometió a una silla de ruedas hasta que la muerte se la llevó cuando apenas tenía cuarenta dos años. Estaba casada con Daniel Baremboim, aunque separados por las en este caso insuperadas dificultades que suelen surgir en casi toda relación de pareja. Sin embargo, había sido un matrimonio glamoroso que cosechó éxitos profesionales por donde quiera que iba. Cuando ella enfermó, Baremboim se multiplicó para darle su apoyo económico y emocional durante 14 años, viajando constantemente entre su casa en Londres y la de su segunda esposa, Yelena Bashkírova, en París. Lo que él hizo es cosa sabida y reconocida, pero no faltó quien criticara su actitud, como es el caso de esta minibiografía que encontré en Internet:

De María Neal:
Soy una gran admiradora de Jacqueline du Pré y de su música. No tuvo una vida fácil la artista, siempre de un lugar a otro y no creáis que su marido Daniel Baremboim dio del todo la talla en los años de su enfermedad terrible. Ella lo tenía todo para ser feliz: era joven, guapa, rubia, con éxito, se codeaba con los grandes de la música, tenía ángel y se casó enamoradísima hasta las trancas del pianista y director de orquesta, tanto que se convirtió por él al judaísmo y se casó en Jerusalén adonde acudieron todos sus amigos del mundillo musical, a la boda asistieron el presidente David Ben Gurion y su esposa Paula. Y luego todo cambió, mientras ella estaba en silla de ruedas él ya llevaba una doble vida en París y tenía un hijo con la que hoy es su esposa, eso sí, iba algunos fines de semana a Londres a verla, para cubrir el expediente. Mientras la dulce Du Pré languidecía siempre al cuidado de su fiel enfermera de color que la atendió hasta el final. Materialmente nunca le faltó de nada, su marido se ocupó de eso, pero… no solo de pan vive el hombre. Los años finales fueron terribles, su dulce aspecto físico se transformó de tal manera que daba escalofríos verla, su carácter se agrió, la enfermedad la fue devorando poco a poco hasta cercenar todas sus capacidades físicas, todas menos la conciencia para que así se diera cuenta de todo su sufrimiento. Cuando murió estaban con ella el Rabino Friedlander, que la consoló en muchos momentos de desesperación, su sicoanalista doctor Limentari a quien ella con su sentido del humor apodaba ”el limón”, su maestro de chelo William Plet y su hijo Anthony Plet, amigo de la infancia de Jacquie y Daniel Barenboim que llegó para recoger su último suspiro. Su tumba está en el cementerio judío de Londres y su epitafio en inglés reza “Jacqueline du Pré, amadísima esposa de Daniel Baremboim”. Hay también una inscripción en hebreo y a sus pies crece un bello rosal de rosas alpinas cuyas flores llevan el nombre de la violonchelista. Espero que donde esté lleve una vida más feliz que la que tuvo aquí.

Interesante nota pero… leyendo la que trae Wikipedia se encuentra uno con que la bella Jackie tampoco era fruta que comiera mono, como se dice, y las relaciones con su hermana Hilary tuvieron bemoles y desafines que dieron lugar a un libro biográfico y a una película basada en ese libro.

Reseña de la película inglesa Hilary y Jackie:

La película británica “Hilary and Jackie”, dirigida por Anand Tucker en 1998, y basada en esa biografía, tuvo como protagonista a Emily Watson en el papel de Jackie y por ella estuvo nominada al Oscar como mejor actriz. Es de suponer que se trata de una versión sesgada por parte de Hilary, una hermana cuya relación fraterna no fue del todo fraternal, pero pasa con las biografías autorizadas que solamente cuentan lo que conviene, y las que cuentan lo que no conviene no son autorizadas.

Tratándose de personas que sufren una enfermedad como la que sufrió la chelista, me parece meritorio que Baremboim hubiera estado pendiente de ella hasta el último suspiro, y no censuro el hecho de que teniendo él un hogar en Londres hubiera formado otro en París, máxime si había mediado una separación conyugal previa al momento de crisis de la enfermedad de su exesposa. 

En todo caso, independientemente de sus circunstancias de la vida privada, el hecho es que ambos esposos hacían gala de un talento artístico excepcional, y así digan que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, lo cierto es que la inteligencia y la razón ocupan el mismo cuerpo y caminan dentro de las mismas botas que ocupan los sentimientos y el corazón. Son distintos, pero van unidos por ese cuero que polvo es y en polvo se ha de convertir.

Stephen Hawking y Elaine Mason

Tal el caso del físico astrónomo Stephen Hawking, que en la medida en que sus conocimientos y su cerebro se fueron disparando a la categoría de la genialidad, el cuerpo que los contenía se fue aminorando en el deterioro por una enfermedad degenerativa denominada esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Varias biografías y documentales se han hecho sobre su vida, y sobre Jane Wilde, la mujer a quien conoció en la universidad y que se enamoró de él (de su inteligencia, naturalmente; ya que el atractivo físico, agravado por la enfermedad, no era su fuerte) al punto de casarse con él y afrontar la tarea de criar tres hijos a su lado, apoyándolo en su desarrollo profesional. Estuvo a punto de derrumbarse, reconoce en la biografía de su vida al lado del científico. Por romántico que suene, la vida al lado de una persona tan discapacitada no es nada fácil. Sólo el amor, y tiene que ser mucho amor, logra salvar tal situación. Que a la larga el matrimonio haya terminado en divorcio y ella haya contraído nuevo matrimonio con su profesor de música, no es extraño. Lo extraño es que los dos hayan seguido siendo amigos; y que él también haya contraído nuevo matrimonio con su enfermera Elaine Mason, así culminara en un nuevo divorcio entre mutuas acusaciones de maltratos físicos y emocionales. Dos matrimonios, en la situación de Hawking, no son poca cosa; y menos si se tiene en cuenta que siendo veinteañero en los años 60 le fueron diagnosticados solamente dos años de supervivencia, y ya cumplió 72. Eso supone medio siglo de horas extras, lo que es toda una vida.

De sus logros matemáticos como físico y como científico dedicado a pensar en la creación del universo, de cómo su Teoría del Big Bang logró imponerse contra la opinión de otros físicos que defendían tesis contrarias, hay suficiente divulgación; y sobre su vida hay varios documentales y películas, pero eso será tema para otro día.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)