domingo, 30 de agosto de 2015

114. Vida de perros y gatos

Acaba de aparecer esta noticia en la red; y es una noticia que quizás tenga dos ángulos o enfoques, según el lector pertenezca a uno u otro bando. Tengamos en cuenta que las aerolíneas tienen establecido que estos acompañantes no están permitidos en la clase de asientos que la mujer ocupa, que el acompañante de la mujer no viaja en el lugar que está indicado para estos casos, y que la mujer reacciona histéricamente y sin ningún respeto por las autoridades civiles de la aerolínea que primero le llaman la atención, ni por las autoridades de policía que acudieron a controlar la situación. El avión tuvo que regresar al punto de partida, con el consiguiente perjuicio para la aerolínea y la consiguiente molestia para el resto de pasajeros. A mi modo de ver, fue una situación bochornosa. ¿Quién cree que tiene la razón? Si después de ver el video usted se siente solidario con la mujer, entonces está en un bando; pero si, después de verlo, usted se solidariza con la aerolínea, pertenece al otro.


http://yahoo-noticias-es-international.tumblr.com/post/127064728083/una-mujer-es-expulsada-de-un-avi%C3%B3n-por-negarse-a

Supongo que en mi remota niñez descubrí que el mundo se dividía entre niños llorones y niños que no. Yo era de los llorones. Poco después supe que el mundo se dividía entre niños tímidos y niños extrovertidos. Aunque ustedes no lo crean, yo era de los tímidos. Luego supe que había deportistas e intelectuales, y que yo era uno de estos. En la escuela no sólo entendí que había blancos y negros, sino que al hacer la primera comunión descubrí que había ricos y pobres, cuando los padres de un niño rico me discriminaron para la piñata de un condiscípulo. Llegó la época en que puse mi interés en las mujeres y supe que había muchachos conquistadores natos, y muchachos que no. Yo no. En el bachillerato supe que había jóvenes destinados a ir a estudiar en Estados Unidos, y otros que podían darse por bien librados si lograban matricularse en alguna universidad de garaje. Para estas alturas de la vida ya sé que el mundo se divide entre partidarios de los rojos y partidarios de los azules, entre hinchas de los verdes e hinchas de los rojos, entre amantes de la lírica y amantes del tango, entre amantes del tango y amantes del reguetón, entre ateos y religiosos, entre los que votan por el presidente y los que votan contra el presidente, entre izquierdistas y derechistas, entre homosexuales y heterosexuales. Y un largo etcétera de divisiones que daría la impresión de que, a pesar de todos los cuentos sobre el asunto de la diversidad y pluralidad de pensamiento, la humanidad no es gregaria sino guerrera, y siempre tiene que estar compitiendo sobre si el mío es más grande que el tuyo.

El perro de la casa. Y está el asunto de las mascotas. Yo creo que el mundo se divide entre los que aman a las mascotas… y los que no. Por algún temor atávico yo soy de los que no, y mi niñez fue tortuosa porque yo les tenía pavor a los perros y ellos olían la adrenalina producida por mi miedo. Me ladraban agresivamente y me pelaban los colmillos de manera amenazadora. Tal cosa me aterrorizaba. Respeto a los que aman a sus mascotas, y no trataré de disuadirlos de que lo hagan; pero espero que ellos tampoco traten de convencerme de que las ame. Ellos no lo dicen abiertamente, pero conozco esa expresión de “tranquilo, que no hace nada”, mientras el bicharejo me pasea la lengua por la mejilla y se me recuesta como si yo estuviera obligado a quererlo. Yo me siento aterrorizado en ese momento, pero su dueño apenas esboza una sonrisa supuestamente comprensiva de “tranquilo, que no hace nada”. Es una sonrisa bastante comprensiva… con las mascotas. Aunque sus dueños no lo sienten, porque su olfato se acostumbra a ello, los perros huelen a perro y los gatos huelen a gato. A mí me fastidia ese olor. Por cierto que la palabra mascota es engañosa, e igual se aplica a un humilde periquito metido en su jaula que a un oso siberiano enrazado en orangután. Para algunos, mascota es todo animal que quiera a su dueño, aunque la tome con el resto del mundo como si fuera el enemigo. Detesto eso.

El polideportivo. Madrugo a caminar por media hora en el polideportivo del barrio. Algunas veces salgo a las 4 de la mañana, y otras a las 5. A veces estoy muy solo, y a veces estoy acompañado. No siento miedo, a pesar de la posibilidad de que cualquier atracador tempranero (o cualquiera tardío, que es más probable) me amenace con un arma para quitarme el llavero y el reloj, que es lo único que cargo a esa hora. Solía ser una hora feliz… hasta que a una joven, encapuchada para resguardarse de un mal viento, le ha dado por aparecerse en la pista con dos perrotes que ella adora y supone que todo el mundo tiene que hacer lo mismo. Me amarga el rato. Mientras sus perros corretean libres por el terreno de los humanos, y ya una vez me tomaron desprevenido y se me acercaron a olisquearme y a gruñir mientras la dueña gritaba algo así como “¡Puppy, no! ¡Terry, acá!”, yo me metí a la jaula de microfútbol y me encerré a dar vueltas en redondo como perro asoleado. El mundo al revés.

Annie. Era una perra inmensa, obesa, sobreprotegida, con vejez de perro que creo que se calcula multiplicando por 7 para equiparar a la de un ser humano. Entraba al ascensor llevada de la traílla por su dueña, pero Annie era una dama, una verdadera dama. Ningún intento por congraciarse con el extraño, ningún jadeo, ningún gruñido, ningún ladrido, ningún mal olor. Su dueña cargaba un recogedor de basura y una bolsa plástica, y era evidente su intención de no dejar nada por ahí suelto que pudiera incomodar a los demás. Todo un ejemplo para la comunidad, pero un solitario ejemplo. No son muchos los que lo siguen.

La del otro edificio. Por causas que yo ignoro, la señora que vive en el otro edificio es un ser hostil y gruñón, en permanente guerra con la comunidad y en permanente transgresión de las normas de convivencia establecidas en el manual. Quién sabe qué de resentimientos y reconcomios reconcentrados arrugan su alma, y esa neurosis se refleja no sólo en su actitud sino en el comportamiento de sus perros que le ladran a todo lo que se mueve y a lo que no se mueve. Son la clara demostración de que “las cosas se parecen a su dueño”. Mientras ladren al otro lado de la calle, a mí no me molestan. Allá ellos. Pero hay personas que sí. Tales ladridos les alborotan la gastritis, la migraña, la úlcera péptida, el reumatismo, los achaques todos de su vejez. Desde mi ventana veo a la vecina del frente salir con sus perrotes con un par de cinticas amarradas al cuello como si fueran traíllas para cumplir con la norma policial, pero los deja sueltos a su albedrío mientras ella aparenta ver pasear a las hormigas con sus hojitas a cuestas por el jardín del frente. Ni se le ven bolsas plásticas en la mano, ni se le nota ningún interés por saber qué están haciendo sus mascotas mientras ella contempla hormigas.


La perra de mi amiga. Una galgo afgana, cocker spaniel, o algo así, de tamaño equivalente al de un enano. Tal tamaño en un humano es pequeño, pero en un perro ¡es gigantesco! Su lustroso pelambre café, sus orejas caídas, y su mirada circunspecta, le daban un aire de dama victoriana de las de dedo parado. Mi amiga nos recibió amablemente y nos invitó a pasar a la sala de recibo. Yo hice ademán de sentarme en un sillón que había junto a la ventana, pero la perrota se lanzó en voladora a ocupar el asiento que yo había escogido. “Es que ese es su asiento preferido”, dijo mi amiga. La perra no se echó perrunamente, como es de suponer, sino que literalmente se sentó, con su apariencia de señora, a recibirnos la visita. Mi amiga nos contó que a la perra no le gustaba ningún alimento concentrado habitual de los que venden en el mercado, y mucho menos aceptaba comer preparaciones caseras que tuvieran la apariencia remota de ser sobrados. No se rebajaría ella a comer porquerías. Entonces mi amiga, que no tendría por qué contarles pero sé positivamente que ha tenido momentos de afugias económicas por asuntos que no viene al caso, hace lo que sea para comprarle unos enlatados de importación que valen a dos dólares. Se come uno por día. No exagero si digo que la perra come mucho mejor que mi amiga, sin contar con lo que cuesta cortarle las uñas, peinarla y maquillarla con moños, en una sala de belleza especializada para mascotas. Extrañamos a mi amiga en un funeral de la familia. No tenía ropa de luto qué ponerse, ni tenía con quien dejar a la perra. “No se puede dejar sola, porque se deprime”, me explicaron.


Theo y Lolita. Son los perros de mis hermanas, que frecuentan la casa de mi madre. Dos Yorkshire Terrier. A mi anciana madre, que toda la vida detestó a las mascotas, le ha tocado aceptar éstas desde que en casa ella dejó de mandar. Puedo darme cuenta de que, para decirlo con sus propias palabras, “las mastica, pero no se las traga”.  Theo es un bulloso ladrador que muerde a los médicos y enfermeras que van a revisar a mi madre. Muerde a los plomeros, a los electricistas, a los visitantes. Es un malcriado agresivo que, pese a que yo no le muestro ningún interés, me ha adoptado como su macho alfa. Me ladra eufórico cuando me ve, y se pone histérico cuando hago ademán de salir. Ha llegado a aferrarse con sus dientes de mi bota del pantalón para impedir mi partida, y mis hermanas han optado por encerrarlo en el baño mientras yo salgo. Lolita, en cambio, es calmada. También me hace fiestas con su cola, y aceza buscando que yo le pase la mano por el lomo en una primera caricia. Se sube a un mueble y se voltea boca arriba para que yo le acaricie la barriga. Me sigue, entonces, mientras yo saludo al resto de la familia, y se echa a mi lado por largo rato hasta que se le calma la ansiedad. Tuvo problemas de parásitos mientras mi sobrina estuvo en embarazo. Cualquier desparasitador podía afectar a la criatura que venía en camino, y hubo que palear la cosa con un baño frecuente, mientras transcurrían los nueve meses de gestación. “A los perros no se les puede bañar con frecuencia porque les hace daño”, decían los perrólogos del vecindario, que nunca faltan. El problema fue cuando nació la niña. La perra se llenó de celos, y hubo que cuidar de que no le hiciera daño a la bebé. Ya está crecida y empieza a dar sus primeros pasos. Mis hermanas le han regalado un juguete de peluche que la niña dejó caer al piso. Lolita se ha apoderado de él y lo ha llevado debajo de la cama en actitud de “no me lo quiten, porque es mío”. Se lo han quitado, y la perrita se ha puesto a aullar de manera lastimera. Jura mi madre que vio salir lágrimas de sus ojos. Mis hermanas han tenido que salir a comprar un peluche igual, y ahora la perrita juega incansable con él y lo esconde debajo de un cojín para que no se lo quiten. Ya lo tiene medio desbaratado. “Es que no le falta sino hablar”, dice mi madre, que de alguna manera ha tenido que aceptar que los perros sean los nuevos dueños de la casa.

La hija de mis amigos. Es una joven que se casó hace un par de años, pero muy pronto se separó. Por incompatibilidad de caracteres, según dijeron. No tuvieron hijos. De hecho, no querían tenerlos. Lo de la separación, en sí, no fue problema. Fue un simple acuerdo refrendado por el conciliador del Instituto de Bienestar Familiar. Lo de quién se queda con el carro y quién con el apartamento no fue problema. Sólo hubo un punto en el que no parecían ponerse de acuerdo: “¿Quién se queda con el perro?”. El conciliador tuvo que acudir a una solución salomónica y el perro permanece una semana con el uno, y la otra con el otro. Santo remedio.

La hija de mi amiga. A pesar de su belleza, ninguno de sus novios parece durar. Las cosas se le vinagran cuando ellos descubren que ella quiere a su perro más que a ninguna otra cosa en el mundo. “Quien no quiere a mi perro, no me quiere a mí”, es su frase favorita, y “primero mi perro, después lo demás”, es la otra con la que explica por qué la cama está destendida o por qué el almuerzo no está preparado. Ninguno aguanta. Le ha resultado un pretendiente con propuesta de matrimonio. Es alguien de otro país, que conoció por Internet pero no han podido ponerse de acuerdo en el asunto del perro. “Un perro, es un perro”, dice él, “Y aquí puedes comprarte uno a tu gusto. Por aquí hay muchos”. La propuesta no le satisface. Ella responde: “Mi perro es mi perro, y nadie lo reemplaza. Si no puedes resolver lo de sus trámites de inmigración, prefiero quedarme aquí”. Parece ser que al hombre lo espera una vida de perros.

Mi amiga. Tuvo una perrita con nombre humano, que murió de vieja. La ha reemplazado con una gata, y le ha puesto el mismo nombre que tal vez sea el de alguna maestra de primeras letras que la torturó en vidas pasadas. El animal es el verdadero dueño de casa. Fui a visitar a mi amiga, y me senté en el sofá de la sala en el momento en que la gata dio un salto y se acomodó en mi regazo. Yo grité, aterrado, “¡Quítame este animal de encima, quítamelo!”. Mi amiga me miró, sorprendida. “Ella sólo quiere que la acaricies un poco y después te deja. Anda, acaríciala”. Yo estaba paralizado de terror. “¿Por qué no la encierras en la otra pieza, mientras pasa mi visita?”, le propuse. “Y, ¿Como por qué voy a encerrarla, si ella está en su casa?”, fue la declaración de principios de mi amiga, y esa fue la última vez que visité la casa de la gata. No pienso volver. A estas alturas de la vida no estoy para acariciar gatos ni para que los felinos me marquen territorio.

Corduroy y Crème Puff. Crème Puff, de propiedad de Ashley Reed Okura en Estados Unidos, era el gato más viejo del mundo, según los Record Guiness. Tenía 38 años calendario cuando murió, lo que equivale a 171 años en un humano ¡Una barbaridad! Le sobrevive Corduroy del estado de Oregon (USA) que tiene 26 y eso equivale a 105 ¡Otra barbaridad! La expectativa de vida normal en un animal de esos está entre los 15 y los 20 años, o sea entre 70 y 90 de un humano promediados a razón de 4.5 por cada año; que no son pocos, pero son más humanamente aceptables. Ignoro cómo calculan esta conversión.

Llegó el tiempo de las mascotas. Los tiempos han cambiado desde cuando a las mascotas caseras o pets no se les llamaba así y las alimentaban con las sobras que quedaban después de que comían los humanos. Casos se ven en que un multimillonario deshereda a los miembros de su familia y deja toda su fortuna en una fiducia a favor de su mascota preferida. Gatos ha habido cuyos abogados y albaceas testamentarios se enriquecen a costa de sus maullidos. Ahora la sección dedicada a las mascotas en los supermercados ocupa más espacio que la de los bebés, y hay cuidos especializados por edades y razas y características, incluidos los concentrados dietéticos para los animales obesos. Hay zoosicólogos especializados en el manejo de traumas de las mascotas que viven en el estrecho espacio de un apartamento, hay clínicas y hoteles para ellas, hay servicio médico veterinario de emergencia con ambulancia a domicilio, hay servicio de peluquería canina y felina, y ahora hay cementerios y servicios funerarios para animales, según esta noticia:

…Pero, como cualquier otra compañía, Coffins diversificó su negocio y hace unos años empezó a vender ataúdes para perros, gatos, loros, y canarios, que tardan unas tres horas en fabricar. Tal ha sido el crecimiento de esta rama de negocio que ya tienen un cementerio para las mascotas, tres coches fúnebres específicos para ellos, y hasta un velatorio animal personalizado. Coffins tiene entre 30 y 40 servicios mensuales en los que se rinde tributo a las mascotas fallecidas, como si fueran seres humanos”.

Ingenio macabro en industria funeraria” (Bogotá, 15 de agosto de 2015), de Agencia EFE para Diario Extra.com.


Los cementerios y servicios funerarios han tenido que reinventarse desde que muchas personas han optado por no contratar velatorios ni servicios exequiales sino que van directamente a la cremación y se contentan con una misa de cenizas presentes mientras llevan el ánfora para vaciarla al pie de un árbol en el Jardín Botánico. Si la gente no quiere gastarse la plata en los sepelios de la gente, pues que se la gasten en perros. Lo importante es que el negocio no se acabe. ¿De qué me extraño, si las mascotas son ahora más importantes que la gente?

Maltrato a los animales. Pero no se crea que porque no me gustan los animales es que no los quiero. Sí los quiero. Les tengo conmiseración y soy solidario con ellos, no me gusta que los maltraten. Tener un animal grande encerrado entre las cuatro paredes de un apartamento es, para mí, un maltrato. Dejarlo solo mientras la familia se va de paseo o de vacaciones, por más cuido y agua que le dejen en la coca, o vuelta que les dé algún vecino, es una tortura. Me alegró que recogieran a los caballos de tiro de las calles y los reemplazaran por motocarros. Me alegró que prohibieran la cabalgata etílica durante la Feria de las Flores. Me alegra que las corridas de toros hayan venido a menos. Me alegra que muchos animales salvajes encuentren en los parques de reserva zoológicos una franja protectora contra maltratos de los cazadores furtivos.

Pero no todo son noticias buenas en este perro mundo. Hay noticias malas, y no solo en el hecho de que los burros que poblaban la carretera hacia la costa hayan desaparecido entre los molinos de alguna fábrica de salchichón.


Las mascotas al cine. Cuando llegó al cine, el gorila King Kong era un disfraz fabricado en el departamento de efectos especiales para un actor secundario del estudio de producción, al que por un juego de cámaras se le hacía aparecer de tamaño gigante. En cambio la perra Lassie, el perro Rintintín, y Chita la de Tarzán, fueron animales de carne y hueso, debidamente entrenados para actuar en las películas, que hicieron las delicias del bolsillo de sus dueños que los cuidaban a cuerpo de rey. Otros animales han aparecido como relleno necesario para contar la historia, y tal puede decirse de los cuadrúpedos que aparecen en la película “El señor que susurra a los caballos”. Por su parte, “Hachiko” fue un perro akita japonés que protagonizó la película de su nombre, junto al actor Richard Gere, basada en una historia real.


Y también se basa en una historia real el perro de la película “Marley y yo” (en realidad fueron 22 perros labradores los utilizados para las distintas escenas de la película) cuyo nombre proviene de Bob Marley, el cantante jamaiquino de reggae, y cuenta la historia autobiográfica de un periodista de nombre John Grogan (interpretado por Owen Wilson) que lo adoptó para llenar el vacío producido por la falta de hijos en su matrimonio con una colega de nombre Jenny (interpretada por Jennifer Aniston). Su amigo Sebastián (Erik Dane) lo convenció de adoptarlo con los argumentos de que “Si tienes un hijo, dejas de ser tú para convertirte en un padre. En cambio, si tienes una mascota, no eres un padre. Sigues siendo tú. ¡Eres el amo!... No es difícil. Lo alimentas, lo paseas, y lo dejas salir de vez en cuando, pero en verdad no importa porque tú no vas a cuidarlo sino ella… Se supone que es como un niño, pero más fácil de entender”. Los hijos vinieron después, pero el animal resultó ser el rey de la casa; una casa que por su culpa, y por otros factores, se convirtió en un caos invivible. Es un perro dañino y destructor que pone a su dueño en aprietos a cada nada y acaba con los muebles, con las paredes, con lo que se ponga al alcance de sus colmillos. Al final, cuando su vida termina, la familia reconoce que en todos los momentos de su relación matrimonial Marley estuvo presente y eso se aprecia en los recortes de prensa que el periodista guarda de toda su carrera, y en las fotografías del álbum familiar que registran las distintas celebraciones con perro incluido. La película, dirigida por David Frankel en el 2008, aparece clasificada como una comedia, y como tal parecería ligera y hasta chistosa; pero es un drama, y como tal la considero no sólo porque el protagonista fallece, dejando una huella imperecedera; sino porque, a mi modo de ver, una familia que construya su vida alrededor de un perro, y sus amos se conviertan en comparsas y esclavos del animal, ya no sólo es una situación dramática, sino ¡Una tragedia! Para mí, es una verdadera tragedia. No quiero estar en su lugar. No esperen que nunca lo esté. Pertenezco al mundo de los “No mascotas”.


Película “Marley y yo”, dirigida por David Frankel en 2008, con Jennifer Aniston y Owen Wilson (película completa en español):


En el tema que nos ocupa es una mera curiosidad, pero esta película sucumbe a la tentación hollywoodense de meter a Colombia en cuanto asunto se atraviese y confirma que el mundo se divide entre países narco ofertantes y países narco demandantes. Sebastián, el reportero colega de John en el periódico, anuncia que va a viajar a Colombia porque se consiguió un amigo “que le va a presentar a Pablo Escobar” (el patrón de la Hacienda Nápoles, con sus leones y rinocerontes cuasi domésticos), y después cuenta de cómo se reunió con Escobar y estuvo rodeado de guardaespaldas que no tenían fusiles AK47 sino Kalashnikov, pero más tarde agrega que “Con entrenamiento de los Estados Unidos Colombia le declaró la guerra a la droga”, con lo que supongo Hollywood quiso ponerse a paz y salvo con la opinión pública nuestra, si acaso tal cosa les preocupa.

Sospecho que más les preocupa a mis amigos lo que yo pueda opinar de los perros, que es casi nada, que la preocupación de Hollywood por la opinión pública colombiana… que es ¡Nada! Y esto me da pie para introducir una frase dicha en esta película por Arnie Klein (representado por el actor Alan Arkin), jefe de redacción del periódico donde trabaja John: “No uses signos de admiración en los reportajes, porque es ¡Como reírte de tus propios chistes!”. La película fue titulada en algunos países como "Una pareja de tres"  Ja-ja-ja.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


domingo, 23 de agosto de 2015

113. Tango en Colombia

TEMPRANA PRESENCIA 
DEL GÉNERO DEL TANGO EN COLOMBIA
1908-1935
Por Carlos Alberto Echeverri Arias

–Del bolero al tango.
Reseña de lectura y conversación de sobremesa–

San Antonio de Pereira es un corregimiento que no queda en Pereira sino en San Nicolás de Rionegro en el oriente antioqueño. Era un corregimiento… puesto que la modernización de las vías y de los vehículos de desplazamiento, y el crecimiento urbano, lo han convertido en un barrio casi pegado de la cabecera en la vía que de allí conduce al municipio de La Ceja. Es también el sitio de moda para los veraneantes de LLanogrande, Rionegro, La Ceja, y alrededores; que allí encuentran lo que los muchachos llaman un desparche con tabernas, restaurantes, palacios del postre, y ventorrillos de chunchulla, fritos, y empanadas que son como un monumento a los triglicéridos y el colesterol, con el encanto que para el ser humano tiene hartarse de lo que está prohibido.

Acabo de enterarme de que el fin de semana antepasado en ese barrio de Rionegro se celebró la decimosexta Fiesta de la Empanada. Debió ser una fiesta deliciosa con tablados musicales y pasarela de jovencitas incluida porque, para los que no lo saben, lo mejor de allá no son los postres ni las empanadas sino el desfile de modelos que le vuelven a uno la boca agua y le hacen torcer los labios a la mujer que lo mira a uno de soslayo mientras dice con cierto desprecio: “deje de babearse, mijo, que se le nota la bobada”.

"A la empanada deberían hacerle un monumento", habrá dicho más de uno después de vaciar un plato de empanadas de iglesia con ají, y metido un par de billetes en la alcancía pro construcción del templo del barrio.


Dice el padre Luis Gonzaga Valencia, párroco de Caicedonia (Valle), que:

"Llevo 25 años haciendo bazares y festivales con empanadas. Con ellas he construido iglesias en Sonsón, Andalucía, Bugalagrande, la capilla del ingenio Pichichí, y esta de Caicedonia que estamos levantando luego de los destrozos del terremoto de 1999". 

Pues no sólo le hicieron uno, sino dos monumentos a la empanada. El uno es una escultura moderna, de corte figurativo, que los habitantes del barrio Aranjuez de Manizales le encargaron al escultor Agustín Gallego Montes:


En Manizales hicieron un monumento en honor a la empanada”, en El Tiempo.com, octubre 9 de 2008:

Y el otro es una escultura de corte impresionista que los habitantes del municipio de Caicedonia, liderados por don Alberto Villa Vélez, un emprendedor paisa “criado allí desde chiquito”, que se dedicaba a la venta de seguros, encargaron a los artesanos cerrajeros Tulio y Marco Tulio Agudelo (padre e hijo) y que “les quedó patentica”.


A la empanada le hicieron monumento en Caicedonia”, por Fernando Hernández para El Tiempo.com, mayo 22 de 2005:

De estas cosas me enteré porque don Alberto Villa Vélez, que “no sabía hacer empanadas, pero sí sabía quién las hacía bien hechas”, no sabía cantar boleros pero sí le gustaban mucho y se reunía con los amigos a oírlos, al punto de ocurrírsele hacer en Caicedonia un concurso dedicado al bolero que, con su nombre, lleva ya muchos años realizándose en las cercanías del monumento a la empanada.

El “VIII Concurso Nacional de Intérpretes del Bolero Alberto Villa Vélez”, realizado entre el 2 y el 4 de noviembre del año 2012, se efectuó con el siguiente programa en el que participaron como expositores muchos miembros de la cofradía de melómanos de los que participan en estos foros de la ciber red:


Llama mi atención el tema “La historia del bolero en Hispanoamérica”, tratado por don Jaime Rico Salazar, pues me figuro que tuvo que esforzarse para resumir datos con la ingente cantidad de boleros e intérpretes que brillan en el firmamento bolerístico de Cuba, Puerto Rico, México, para hablar sólo de esos tres países donde los cultores del género son legión en una región donde cada país debe participar, supongo, con por lo menos un bolero memorable en el afecto del público y en el que Colombia también participa con tal cual ejemplo, como decir “Qué me has dado tú” (… para quererte tanto… qué me has dado tú que me enseñaste a amar…), del maestro José Rubén Márquez, que fue exitoso en la voz del cantante argentino Leo Marini:


Y como decir, naturalmente, la muestra llevada por los asociados del XXI Encuentro Matancerómano de la ciudad de Medellín en este agosto de 2015 en el que se mencionaron boleros colombianos como: “Corazón”, de Rafael Roncallo, que cantara Nelson Pinedo; “Luna mensajera”, de Ligia Mayo, que interpretara ella misma; “Sólo un minuto”, de Álvaro Dalmar, que interpretara con su trío; “Te amo”, de Jorge Áñez, que interpretara con Tito Guizar; “La sigo queriendo”, de Tito Cortés, que interpretara Daniel Santos; “Me fascina”, de Jaime R. Echavarría, que interpretara Nueva Gente; “Castigo”, de Edmundo Arias, que interpretara Héctor Lavoe; “Ríete ahora”, de José Rubén Márquez, que interpretara Felipe Pirela; “Mientras me quieras tú”, de Rafael Mejía Romani, que interpretara David Lama con la orquesta de Pacho Galán; “Que Dios me libre”, de John Mario Londoño, interpretado por él mismo; “Te busco”, de Lucho Bermúdez, que interpretara Matilde Díaz; “Noches de Cartagena”, de Jaime R. Echavarría, que interpretara Matilde Díaz. En fin. Boleros colombianos sí hay, pero son minoría frente a la pléyade de boleros y boleristas en otras latitudes.

Sin embargo, otra de las charlas del encuentro académico en el evento de Caicedonia estuvo a cargo del Sr. Álvaro Gartner (Máximo Gris) con el título de “Por qué no hay un bolero colombiano”, y quizás la esencia de su exposición esté contenida en la siguiente carta dirigida a un amigo suyo de nombre Enrique:


Menciona el Sr. Gartner en esa carta a Tartarín Moreira y Carlos Vieco que compusieron tangos; y a Carlos Gardel, que cantó bambucos en estilo criollo sureño sin dar crédito a sus autores, como decir “Asómate a la ventana”, que es de José Alejandro Flórez Roa, un hermano del poeta Julio Flórez; o como decir el pasillo “Mis Flores Negras”, que es de Julio pero Gardel no le hace reconocimiento en los créditos. 

Podemos decir que los colombianos, en general; y los antioqueños, en particular; hemos sido amantes del tango a lo largo de todo el siglo XX, pero no hemos tenido nutridos compositores tangueros y la muestra es escasa con relación a la inmensa cantidad de los tangos rioplatenses, al punto de decir que sólo hay un tango nuestro que se conserva en el favor del público, y es el tango “Lejos de ti” (1948) que compusiera Julio Erazo Cuevas, barranquillero hijo de pastuso y criado en Guamal (Magdalena), que hacía parte del bullanguero conjunto de Los Corraleros de Majagual. Suena tanto por estos lados, a todas horas, y lo piden tanto a los operadores de tragamonedas en los cafés, que a algunos oyentes ya les causa disgusto y exasperación. “¿No tienen otra cosa qué poner?”; preguntan, desconsolados, a los meseros. No la tienen. Qué pena, pero no la tienen

Tango “Lejos de ti”, de  Julio Erazo, interpretado por el argentino Raúl Garcés con Los Caballeros del Tango:

RESEÑA DE LECTURA

–Crónica y ensayo–
–Temprana presencia del género Tango en Colombia, 
1908-1935–
Por Carlos Alberto Echeverri Arias,
Cantarrana Editores, Medellín, noviembre de 2014

Aunque el autor denomina crónica a este trabajo, no es una crónica periodística estrictamente sino un ensayo, un juicioso ensayo en el que se aprecia la enorme cantidad de trabajo de investigación realizada por el autor. Es un documento de referencia, destinado a ocupar espacio de consulta en las bibliotecas al lado de los diccionarios, enciclopedias, y estudios sesudos por parte de quien se interese en los pormenores de este género musical. Amén de la gran cantidad de notas con detalle de su fuente de origen, está la importante bibliografía que menciona y que remite a los lectores a otras obras que aportan al bagaje de conocimiento universal sobre el tema. Es un libro pequeño de apenas 100 páginas, pero puede decirse de él que cada página vale mucho más de lo que pesa por la densidad de su aporte y la facilidad de su lectura en una manigua de detalles que, necesariamente, se presta para la confusión. Los tres tipos de llamados o paréntesis que escogió, y que pueden molestar en su lectura a los amantes del género de la novela argumental, son necesarios para puntualizar comentarios. Están los de pie de página, los de pie de foto, y los que remiten a las notas del final y a la bibliografía. No tienen pérdida y son una respuesta a la pregunta usual “¿De dónde sacaría tal cosa?”.

Allí me entero de que uno de los primeros tangos compuestos en Colombia a principios del siglo XX, en el año de 1912, no fue de un hombre sino de una mujer. Se trata de “Chispa”, cuya autoría es de María Gutiérrez-Ponce (María Gutiérrez-Ponce y Germán-d´Ribón). Suyos son también “Alba de amor”, de 1913; “Ingratitud”, de 1925 o 26; “Príncipe de Gales”, de 1926; “Pobre de mí”, de 1928). 

Por los días del año 1900 Pedro Morales Pino había compuesto el tango “Encantado de verte”, que por su ritmo era un tango pero figuró como danza o habanera porque el género aún no se había popularizado ni se identificaba bien por estos lados. Jerónimo Velasco González también compuso el tango “Buenas noches” en el año de 1911. No digamos que muchos, pero sí varios tangos instrumentales habían sido compuestos por colombianos como Luis A. Calvo o Emilio Murillo antes de que, con el mítico tango “Mi noche triste”, de la voz de Carlos Gardel surgiera el tango canción en el año de 1917. Del tango colombiano puede decirse lo que del bolero, y es que se ha compuesto en pequeña cantidad y que, no es que no exista, sino que no ha tenido una universal acogida o inmensa popularidad.

Recuerdo que cuando se popularizó entre nosotros el “merengue apambichao” me entró la curiosidad de saber qué es eso y me dijeron que era una expresión acuñada en los bailaderos latinos de las playas de Palm Beach (Pambich) en Miami. 

Merengue apambichao”, merengue dominicano compuesto en 1955 por el argentino Carlos Argentino Torres e interpretado por él con el acompañamiento de la cubana Sonora Matancera:
Parece que no hay tal como me dijeron, y que la explicación es otra, que gustosamente comparto con los lectores:


En este libro me entero de que hubo un tango brasileño que se conoció como “maxixe” y se bailaba pegado o abrazando a la pareja, lo que era un escándalo para los curas y las Ligas de la Decencia de la época, y tengo mis sospechas de que de ahí surgió la expresión “bailar amacizado” (o amaxixado). De tal palabra surgió la composición “Machicha colombiana”, compuesta en 1910 por el maestro Emilio Murillo.
En resumidas cuentas, este libro no tiene pérdida. Si de leer se trata, se lee de un tirón; pero si de estudiar se trata, hay que volver a él una y otra vez en busca de resolver el misterio de por qué a los paisas nos gusta tanto el tango, y de si nos gustaba mucho de antes –cosa que aquí se confirma– o nos empezó a gustar con el accidente de Gardel. Invito a los interesados a que compren este libro oportunamente, porque los 300 ejemplares de la primera edición seguramente se van a agotar con rapidez. Van mis respetos por el autor, a quien no tengo el placer de conocer y esta es, por lo tanto, una “publicidad comercial no pedida ni pagada”. Por su título, he comprado el libro con expectativa; pero, por su contenido, lo he puesto en mi biblioteca con satisfacción.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


domingo, 16 de agosto de 2015

112. La importancia de llamarse Ernesto, o la importancia de ser serio

(The importance of being Earnest)

A Oscar Wilde se le ocurrió el gracioso calambur de titular esta comedia haciendo un juego de palabras entre la inglesa “earnest”, que significa “serio”, y el nombre germano de Ernest que suena igual y significa hombre fuerte en el combate, decidido, luchador. 

A Francisco de Quevedo se atribuye, tal vez apócrifamente, el calambur de haberle dicho coja a Su Majestad Isabel de Borbón, esposa del Rey Felipe IV de España, ofreciéndole con galantería dos ramos de flores: “Entre jazmines y rosas, mi señora escoja”. Hay nombres, palabras, títulos, que se prestan a confusión. En algunos casos lo hacen de propósito para pescar en río revuelto, y en otros lo hacen por ignorancia.

Esther Soré

Hace poco me enteré de la existencia de una cantante chilena de los años cuarenta, cuyo nombre artístico era Esther Soré. Su nombre de pila era Marta Yupanqui Donoso, lo que naturalmente no resultaba comercial. No sé de donde sacarían sus padrinos artísticos lo de Esther, en esos días en que la nadadora Esther Williams triunfaba en Hollywood como actriz de la película “Escuela de Sirenas”, al lado de nuestro barítono Carlos Julio Ramírez; pero leí que lo de Soré salió de una deformación de la palabra francesa para denominar el propósito que tenía la cantante de quitarle a la música folclórica chilena el estilo del traje campesino y vestirla con un tono más elevado de traje de etiqueta o “tenue de soirée”. 

En la vida artística es común el cambio de los nombres de pila por otros más sonoros y de impacto comercial, e ignoro por qué a los actores Jake Gyllenhaal y Arnold Schwarzenegger no les dio por hacer lo mismo: 


Buscar un nombre o un título apropiado es importante, para evitar confusiones, y no sé si al cantante de rock británico Robbie Williams le causaría disgustos la existencia de un actor de cine con el nombre de Robin Williams. El nombre de pila del cantante es Robert Peter Williams, y yo en su lugar me hubiera puesto “Robbie Peter”. Suena bien y hubiera evitado que sus fanáticas derramaran lágrimas por la noticia de su supuesto suicidio cuando el muerto no era él sino el otro.

El Sr. Guillermo González Rivera es un compositor colombiano nacido en La Vega (Cundinamarca) y residente en Zipaquirá, cuyas obras “Gladicita”, “Mi camino”, “Nunca te olvidaré” y “Ocho de junio” no han contado con el favor popular y comercial que han dado gloria y fama a otros autores a veces de un solo tema exitoso.

El Sr. Guillermo González Arenas, nacido en Manizales y residente en Medellín, es autor de una composición que, de no tener otras, sería suficiente para acreditar su aporte al baile y la fiesta colombianos de los años 50. Sólo que, por cosas de la vida, el denominado rey de la rumba catalana en España, Pedro “Peret” Pubill Calaf, aparece como autor de esta obra de González Arenas titulada “El muerto vivo” (No estaba muerto, estaba de parranda). El cubano Rolando Lasserie fue el que la metió en los bailes de la época:


El Sr. Guillermo González Ospina, nacido en Anserma y residente en Manizales, fue el autor de un poema en homenaje a la Feria de Manizales que sus paisanos consideraron de suficiente belleza como para hacerle un pasodoble: “Fiel surtidor de hidalguía, /Manizales rumorosa, /bajo tu cielo de rosa /canta el viento su alegría”. Invitaron los manizalitas a su feria taurina al compositor mexicano Agustín Lara con la intención de atenderlo bien y proponerle que le hiciera un pasodoble a esa feria; pero el músico, después de beber litros y litros de whiskey, les dijo que él no musicalizaba letras ajenas y solamente ponía música a las suyas. Hubieran quedado con un palmo de narices, de no ser por el músico español Juan Mari Asins que hacía parte de la banda taurina de El Empastre y se inspiró en el poema para componer el inmortal pasodoble que es como un himno de esa ciudad:


Este pasodoble fue afortunado al ganarse el fervor del público, pero no el autor de su letra, Guillermo González Ospina, porque falleció sin haber recibido un peso de regalías, ni lo han recibido sus herederos, porque resultó que el cundivegano Guillermo González Rivera se avivó… ¡Y cobró él las regalías! Todavía las está cobrando y los herederos del ansermeño no han podido convencer a los de Sayco y Acimpro de que su padre fue el verdadero autor, a pesar de las evidencias. Como decían los abuelos, “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. 

En un Postigo de Orcasas (cómo exploré este título y el seudónimo que me identifica, para no dar lugar a confusiones) hablo de un cantante colombiano que estuvo por tierras del Perú, donde se casó con una bella mujer que fue reina de belleza de ese país. El nombre artístico de este cantante, que ahora reside en México y es mi amigo, es el de Elías “Marabú” Ramírez; pero no debe confundirse con el cantante peruano Luis Barrios Rojas, conocido como Lucho Barrios, a quien por ser compositor de una canción con ese título también denominan “Mr. Marabú”. Eso es un lío.

Hubo un momento en que puse mi atención en canciones que tenían silbido incorporado (quizás luego vuelva sobre eso), hubo otro en que la puse en canciones con el tema de las cartas, y otro en que me fijé en las que tenían que ver con el mentir o las mentiras. 

En artículo separado escribiré sobre el bolero “Escríbeme” que popularizó Alfredo Sadel y el tango “Escríbeme”, amén de los muchos temas referidos a las cartas que son un sistema de comunicación que va quedando en el olvido.

En otro artículo nos referimos a la polémica entre José Barros y José Berroa. Se presta a confusión solamente el hecho de que dos autores titulen sus obras como “En la orilla del mar” y “A la orilla del mar”; ya que la preposición no es suficiente para desambiguar.

Alguna vez pensé en hacer una serie sobre canciones que tienen el mismo título, pero por sobresaturación de materia me cansé de recopilar datos. No sé cuántas canciones llevan el título de “Serenata”, no sé cuántas el de “Sonata”, no sé cuántas el de “Ave María”, no sé cuántos poemas llevan el título de “Madrigal”, etcétera de etcéteras. Ya mencioné en otro artículo el caso del tema “Estoy pensando en ti”, de Benil dos Santos y Raúl Sampaio Cocco, que el Sr. Google no sólo atribuye a Agustín Lara sino que lo confunde con una composición de Eros Ramazzotti.

Tres temas tengo anotados que llevan por título “Te busco”. 

Uno, se hizo famoso en la voz de Celia Cruz, y es de la autoría del dominicano Víctor José Víctor Rojas (…y no hago más que rebuscar paisajes conocidos en lugares tan extraños que no logro dar contigo…): 


Como Víctor es el primer nombre, y Víctor el primer apellido, este autor optó por bautizarse artísticamente como… Víctor Víctor; repitiéndose, a la manera de José José, de Estéfano Estéfano, o del pianista Lang Lang.

Otro, es un tango de la autoría de Edgardo Donato y Héctor Marcó (Sos una estrella fugitiva que cruza el cielo de mi mente… Te busco, te llamo, en mis noches te reclamo), interpretado por Horacio Lagos con la orquesta de Donato: 


Y el otro, es un bolero colombiano de la autoría de Lucho Bermúdez que fue interpretado por Matilde Díaz con la orquesta del autor (Te busco por la distancia, con una angustia de llanto…):


Hay un bolero de José “Pepe” Guizar Morfin titulado “Sin ti”, que se hizo famoso en interpretación del trío Los Panchos (Sin ti, no podré vivir jamás. Y pensar que nunca más estarás junto a mí…):


Otro, también titulado “Sin ti”, que se hizo famoso por Hugo Romani y es de la autoría de Domingo “Don Fabián” Fabiano (Sin ti, esta pobre vida que se va; que se va como se fue tu amor, que jamás volverá…):


Otro “Sin ti” que es un vallenato con autoría e interpretación de Diomedes Díaz (Me voy, pero ten presente que muy dentro llevo tu imagen grabada…):


Y otro “Sin ti”, con letra, música, e interpretación de Donato y Estéfano (Sin ti soy un pasaporte vencido, un hombre que ha perdido mil batallas…):


Este dueto está conformado por el cubano Donato Poveda; y por el colombiano, de Manizales, Fabio Alonso Salgado, que adoptó el nombre de Estéfano Estéfano porque sonaba más artístico. 

No voy a cansarlos con las versiones de “Sin ti” compuestas por el cantante mexicano conocido como Samo, cuyo nombre de pila es Samuel Parra Cruz; por el dueto integrado por el español Abraham Mateo, y la francesa Caroline Costa; y por el grupo puertorriqueño rockero, rapero o baladista denominado MDO, que quedó cuando al inicial grupo Menudo se le crecieron los integrantes y la palabra original se redujo a la mitad.

Hace poco me encontré con el video de un conocido vals argentino que suele interpretarse a dos voces que van acelerando el ritmo en un crescendo hasta convertirse casi en un trabalenguas. Es de la autoría de Pedro Pidoto y Ramón Eduardo Argüello, y lleva por título “Adoración” (Ven ¡Oh!, por Dios; quiero vivir, quiero sentir ese placer…). Aquí puede escucharse en las voces de Carlos Heredia y Hugo Duval con la orquesta de Rodolfo Biagi:


A la par con este “Adoración” me encontré con un “Mi adoración” de Vicente Fernández. Se trata de la canción ranchera con letra, música, e interpretación suyas, que dice “¡Ay! Cómo quiero besarte, cómo quiero estrecharte en mis brazos, vida mía…”:


Y estando en esas apareció otro “Adoración” que dice “Soñé ser tuyo y, en mi afán, tenerte…”. Se trata de un pasillo ecuatoriano de la autoría de Genaro Enrique Castro Gómez y Enrique Ibáñez Mora que, entre otros, fue interpretado por Julio Jaramillo:


Con lo que sí nos enloquecimos el Sr. Google y yo fue con la pregunta ¿Qué otras canciones hay con el título de Adoración? Resulta que todo himno religioso que las comunidades cristianas evangélicas componen al Creador parece llevar ese título, y es un ejercicio de composición que les ponen como tarea en las reuniones catequísticas de los jóvenes que aprenden a tocar guitarra para servicio del culto. Ahí se pierde hasta el más avezado al punto que el pastor Bob Kauflin, director de Desarrollo de la Adoración para el conjunto de iglesias denominadas Sovereign Grace Ministries (Ministerios de la Gracia Soberana, fundada en 1982), cansado de juzgar y calificar trabajos de aprendices de música religiosa elaboró una guía titulada “Las 10 mejores formas de escribir malas canciones de adoración”, donde recurriendo a la paradoja les explica qué es lo que no deben hacer cuando se pongan en la tarea de alabar a Dios por medio de esos himnos hechos en casa. Entre sus consejos están el de no tratar de escribir el próximo éxito mundial; no desconocer la capacidad promedio de la voz humana, puesto que no todos somos bajos profundos ni sopranos coloratura; y no poner más atención en la letra que en la música, ni poner más atención en la música que en la letra, porque son cosas que van unidas. Y, sobre todo, concentrarse en los propios sentimientos sin especular con lo que pueda estar pensando Dios. Sabios consejos que apuntan a que uno debe escribir más por uno mismo que por los demás. Qué cosa sabia.

Entre la cantidad de oratorios e himnos que se encuentran, hay uno compuesto por Ennio Morricone para la película La Misión y se conoce como “El oboe de Gabriel”. Se ha convertido en un clásico. La película, dirigida por Roland Joffé en 1986, está basada en la vida del misionero peruano Antonio Ruiz de Montoya, representado en la película por el Padre Gabriel (Jeremy Irons), y cuenta también con la actuación de Robert de Niro. Aunque hay un video con el fragmento de la película en que el Padre Gabriel en mitad de la selva desenvuelve su instrumento y toca la bella pieza, desde el punto de vista musical me ha parecido más ilustrativo este video interpretado por el oboísta danés de origen judío Henrik Chaim Goldschmidt:


La soprano Sarah Brightman le ha puesto una letra profana, que no por profana deja de ser bella, con el título de “Nella fantasia” (En mi fantasía veo un mundo justo donde todos viven en paz y con honestidad…); y la celestial música de Morricone es inspiradora, mueve a la meditación. Me recuerda el estilo de la cantante irlandesa Eithne Patricia “Enya” Ni Bhraonáin, que inspira a los seguidores de la Nueva Era astrológica, cuyas creencias no comparto pero sí me agrada la placidez de su música. El tema de Ennio Morricone no lleva el título de “Adoración”, pero es un oratorio que bien pudiera llevarlo:


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


domingo, 9 de agosto de 2015

111. Vals del segundo, justo a tiempo

De niño observé que hay días en que el sol sale más temprano, y hay días en que sale más tarde. Era un misterio para mí, hasta que en clases de geografía me enseñaron aquello de los solsticios de invierno y de verano. Durante mi viaje a Cuba el año pasado pude ver como a las nueve de la noche en la Habana el día estaba tan claro como a las cinco de la tarde en Medellín ¡Sorprendente!

Atardecer en La Habana, Cuba

Cuando la crisis energética sufrida en Colombia por la merma de agua en las reservas de los embalses durante el gobierno del Dr. César Gaviria Trujillo en los años de 1992 y 1993, debido al fenómeno climatológico del Niño, a algún genio se le ocurrió copiar el asunto de la llamada “hora de verano” que se usa en los países donde hay estaciones, adelantando una hora los relojes respecto de la hora estándar. Para muchos de nosotros, tan peregrina idea resultó ser un despelote y al recordar tal cosa solemos burlarnos de esa idea como de quien piensa que la calentura está en las sábanas o de quien resuelve buscar el ahogado río arriba.

En Venezuela al presidente Chávez se le ocurrió adelantar la hora oficial en media hora para que sus ciudadanos no tuvieran que levantarse antes de que saliera el sol. Por tal medida, el sol de los venezolanos ya no sale una hora antes que el de Colombia sino apenas media hora. Tal cosa también sucede en Birmania y en la India, y empezará a suceder en Corea del Norte cuyo dictador acaba de tomar esa decisión para los ciudadanos en vista de que no puede darle órdenes al sol de que salga más temprano. Sí pudiera, pero el sol no le haría caso; como no le hicieron caso los ciudadanos a la revolución francesa que ordenó cambiar el nombre de los meses (vendimiano, brumario, frimario, etc.). Tuvieron que recular, y adaptarse a la nomenclatura internacional (septiembre, octubre, noviembre, etc.).

Hay cosas que no son fáciles de explicar o definir con palabras. Recuerdo los días de adolescencia en que hacíamos la prueba de abordar a algún condiscípulo y preguntarle a boca de jarro: “Defíname la palabra desmenuzar”. El hombrecito empezaba a hurgar en su cerebro, e incapaz de encontrar las palabras adecuadas hacía una maniobra gestual con la mano derecha frotando la yema del pulgar contra las de los dedos índice y anular. Tal pareciera que estaba palpando una pizca de talco.

Con mucha razón se ha dicho toda la vida que “el tiempo es relativo”, y el artículo de hoy es relativo al tiempo. 

“Reloj”, bolero con letra y música de Roberto Cantoral, interpretado por Lucho Gatica:

Para describir la pieza musical que sigue, es necesario haber cursado largos estudios musicales y haber alcanzado altos grados en las materias de solfeo y pentagrama. No de otro modo se domina tal sencillez en la explicación, con el uso adecuado del lenguaje propio de la profesión. Cometería una infidencia si anticipara a ustedes el nombre del autor (o de los autores, puesto que se trata de una creación colectiva) de esta muestra de simplicidad académica y didáctica en un campo que es, per se, especializado. Me abstengo de transcribir tanto el texto en inglés, que viene anexo a la letra en español; como la dicha letra que es, por naturaleza, inexistente; ya que se trata de una obra de corte esencialmente instrumental. 

(Tomado del blog letrasdecanciones.com):

Los antiguos valses ya habían inspirado a Ravel sus deliciosos “Valses nobles y sentimentales” y su hermoso poema sinfónico “La Vals”, para “el” orquesta, cuando los alumnos del último curso del Centro de Altos Estudios Musicales Manuela encararon la composición colectiva de "El Vals del Segundo". "El Vals del Segundo" añade a su riqueza temática y formal, que se manifiesta ya desde el primer compás, un indudable valor musicológico. En el trabajo de investigación previa, los compositores consultaron viejas partituras de la Belle Epoque y descubrieron con sorpresa que la tonalidad era la misma en todas: blanco amarillenta. En "El Vals del Segundo"está presente el espíritu de Johann Strauss, Lehar y Waldteufel; Offenbach, Beckenbauer y von Suppé; Kollmann, Oskar Strauss, Joseph Strauss, Karl Maria y von Weber. Para su ejecución se emplea habitualmente una orquesta limitada, pudiendo modificarse sensiblemente con una orquesta buena. "El Vals del Segundo" comienza con un portato assai. El segundo tiempo es un deciso e a terra col battere, en el cual se plantea el desarrollo ulterior de la obra plácidamente, en forma muy tensa, con total serenidad, agitadamente, en una paz plena, turbulenta, creando un clima calmo, caótico, definiendo indubitablemente la intención de los autores, de alguna manera. Sigue el intermezzo, compuesto sobre un esquema en el cual las figuras predominantes son negras, como en el jazz. El intermezzo desemboca en el tiempo siguiente, que por otra parte era la única posibilidad. Se trata del levare languente, que establece una atmósfera de bacanal. Las cuerdas cantan, ebrias de gozo, mientras los oboes se superponen a las flautas. El desenlace es abrupto: un pizzicato tanto de ritmo alocado, paradójicamente a cargo de las cuerdas. La agrupación bien antigua de Les... la agrupación Viena Antigua de Les Luthiers ejecuta "El Vals del Segundo".
Les Luthiers


Les Luthier no sólo son unos músicos destacados, sino que se han posicionado en los primeros lugares del mamagallismo, como también podría denominarse al género de la filobromistosofía.

He recordado esta pieza del humor lesluthierano, por cuenta del reloj Mido Ocean Star que mi padre me regaló cuando cumplí 15 años para recordarme “que ya era hora” de algo que sólo él sabía de qué. Yo tardé por lo menos tres años más en descubrirlo.

Reloj de pulsera, a la hora de 
darle cuerda

Muy orgulloso vivía yo de mi reloj, y todas las mañanas lo desprendía de mi muñeca y con él en mano me disponía a esperar el momento en que en el Radionoticiero Caracol sincronizaban la hora con la señal horaria desde Fort Collins, Colorado; momento en el que yo sacaba un poco la tuerca del minutero para ajustarlo al segundo con dicha hora y darle cuerda con el tornillo como si estuviera definiendo la palabra desmenuzar. 

Hora Caracol, sincronizada con la señal horaria de Fort Collins, Colorado (USA):

Justo es decirlo, era ese un reloj mecánico análogo, de los de volante, pelo y rubíes incrustados; antes de que hicieran su aparición los relojes electrónicos digitales de batería de cuarzo, que no requerían de dar cuerda cada mañana. De ese elemento fui despojado a navaja pelada una vez en que salía con él de la prendería barrioguayaquilera donde acababa de rescatarlo dando gracias a Dios “por la resaca que ya pasó, y la de la noche que llega”.

Por ese entonces el lugar que marcaba la señal horaria en el mundo, y señalaba el meridiano cero, era el observatorio de la ciudad inglesa de Greenwich, cuya sigla GMT indicaba cuál era la “Greenwich mean time”, según me dice el Sr. Google aunque mi ignorancia siempre pensó erradamente que era “Greenwich meridiam time” (¡Qué bruto!). De ahí para adelante, o para atrás, había que agregar o quitar horas según el meridiano en que estuviera ubicada la ciudad donde uno vive. La cosa sigue siendo igual, pero ahora el tiempo se mide según la UTC que es el Tiempo Universal Coordinado y se controla con un reloj de cesio cuya precisión es del orden de un segundo de atraso cada 1.400.000 años (un millón cuatrocientos mil). Podría decirse que un reloj de esos nunca se atrasa, pero resulta que hay un fenómeno que podría denominarse la “cámara-lentización” de la Tierra, pero no se llama así sino “ralentización”, y consiste en que se frena un poquito en su rotación alrededor del sol. Estoy seguro de que ninguno de nosotros acató a atrasar un segundo sus respectivos relojes el pasado mes de junio. Los científicos sí lo hicieron por requerirlo en razón de su trabajo, y leo que algunos computadores alcanzaron a afectarse por lo que diría un albañil que “un segundo sí es desplome”.


De todos modos, estas mediciones están sujetas a los conceptos técnicos de los científicos que son humanos, y errare humanum est, como se sabe. Total que se inventaron los controles satelitales y el sistema de locación GPS del cual se aprovechan hasta los taxistas. Fue así como se descubrió, por medio de un aparato GPS, que el meridiano 0º 0´00” ¡No queda en el observatorio de Greenwich sino 102 metros más allá! La explicación la da doña Wikipedia de Google:

¿Por qué un dispositivo GPS
situado sobre el Meridiano de Greenwich 
no indica la longitud 0º00'00"?

Existe una diferencia angular de 5.3 segundos entre el meridiano de Greenwich y el meridiano de referencia utilizado por el sistema GPS WGS84 (denominado IRM). Es consecuencia del procedimiento utilizado para la puesta en marcha en 1958 del primer Sistema de Posicionamiento Global por Satélite, cuando se usaron como base de partida del nuevo sistema geodésico las coordenadas en el sistema NAD27 de la estación de observación de satélites situada en las inmediaciones de Baltimore. La mayor precisión del nuevo método por satélite, se tradujo en un desplazamiento del Meridiano 0º del Sistema GPS (utilizando la longitud de Baltimore como referencia de partida), quedando situado unos 102 metros al este del meridiano de Greenwich materializado en el Observatorio. Esto es debido a la corrección de diversos errores de concordancia entre los sistemas cartográficos europeo y norteamericano, difícilmente apreciables por los métodos de geodesia clásicos. Cuando se constató esta diferencia en 1969, se descartó la posibilidad de reajustar todo el sistema GPS para eliminar este desfase.

Así es que el verdadero regulador del tiempo de los humanos no es el sol, como siempre se creyó, sino el reloj de cesio de la UTC que señala el Tiempo Universal Coordinado.

Ahora, volvamos a la música, en general; y al vals, en particular.

El Dr. Luciano Londoño López y yo fuimos amigos, pero también fuimos contradictores. Tal vez era ese el encanto de nuestras conversaciones, ya que ninguno de los dos tragaba entero. Con frecuencia teníamos posiciones distintas, claro, pero después de forcejeos terminábamos por ponernos de acuerdo. Y frecuentemente, también, uno de los dos partía desde una posición, y terminaba compartiendo los argumentos del contrario, como en el asunto de la cuna gardeliana en que yo empecé siendo francesista y terminé siendo uruguayista; pero no por imposición, sino por convicción.

Él era apegado a la tesis de que los textos originales había que respetarlos (sic), y yo defendía mi punto de vista de que cuando un letrista o un cantante se equivocan hay que corregirlo. El ejemplo que yo más solía poner era uno inexistente, pero posible: si a alguien le da por escribir “tristezas del corason” en la partitura original; por más original que sea, uno tiene que enmendarle la plana y escribir corazón como es debido. No parecíamos ponernos de acuerdo en eso pero, puntilloso como él era, terminó por aceptar que yo tal vez no andaba tan desenfocado con mi capricho. Yo lo definía a él como “un purista”, y él me definía a mí como “un transgresor”. Un transgresor en la escuela de la Nueva Historia –la de la teoría de los indicios– a la que él se adhirió, no tenía cabida. Presiento que en mi ayuda vino don Ricardo Ostuni una vez en que escribí una charla o medio ensayo acerca de los gazapos en las canciones, y expuse la frecuencia con que los argentinos caen en el dequeísmo, como en aquel tango que dice “nunca digas de que no me quieres” que yo proponía reformar con un “nunca digas que tú no me quieres” y el Dr. Luciano puso el grito en el cielo pero don Ricardo me dio la razón. Así es que cuando yo escribí acerca de “Bajo un cielo de estrellas” diciendo que ese era un vals argentino, el Dr. Lucio me corrigió: “Don Orly, no existe tal cosa de vals argentino. Un vals es un vals, y punto”. Yo argumenté que la diferencia regional de un vals a otro estaba dada por el sabor, y que el sabor del vals argentino se lo daban el piano, el violín, el contrabajo, y el bandoneón; que el vals venezolano estaba marcado por el arpa; el vals mexicano por el sonido de mariachis; y el vals ecuatoriano, y el vals peruano, y el vals colombiano, y mil valses más con sus propios sonidos; que los diferenciaban del vals vienés evocador de los salones de la corte austrohúngara enmarcado en el formato de la orquesta filarmónica. Ahora me entero de que en esos salones el vals fue mal recibido en un principio, y que su origen no es vienés sino ¡checo! Vea, pues.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Wikipedia:
Al oír la palabra "vals", enseguida se relaciona con música clásica, pero lo cierto es que el vals sólo es una forma musical y puede estar en cualquier estilo, por ejemplo en forma de rancheras mexicanas, Su característica más significativa es que sus compases son de ¾.

EL VALS
(Por José Portaccio Fontalvo)

Uno de los géneros musicales centenarios, que se extendió por todo el mundo, ha sido el vals. Contrario a lo que se ha creído, el vals nació en la antigua Checoeslovaquia, pero un edicto del emperador del estado austro-húngaro lo hizo expulsar de Bohemia por señalarlo “dañoso para la salud del cuerpo y del alma”. Como era canción y baile que se apartaba de la contradanza y del minué, se consideraba vulgar que por primera vez una pareja –hombre y mujer– se abrazaran bailándolo. Erradicado, fue acogido por los músicos vieneses Josef Franz Karl Lanner y Johannes Strauss, quienes no solo lo impusieron ante el pueblo sino que más tarde fue acogido por las más encumbradas familias de la capital austriaca. Lo meritorio del vals es que tempranamente fue también aceptado por la gran mayoría de las naciones del orbe. Cada uno de estos pueblos lo vistió con sus instrumentos típicos y lo hizo hacer parte de los respectivos folclores musicales, especialmente en los países de Latinoamérica. Son famosos los valses Danubio azul, de Johannes Strauss II, austriaco; El caballero de la rosa, de Richard Strauss, alemán; El vals de las flores, de Peter Tchaikowsky, ruso; Sobre las olas, de Juventino Rosas, mexicano; Estrellita del sur, de Felipe Coronel Hueda, peruano; Noche azul, de Ernesto Lecuona, cubano; Juliana, de Leonel Belasco, venezolano, y nuestro crédito colombiano Tristezas del alma, de Luis Alberto Rodríguez Moreno. El corto espacio no me permitió mencionar otros ejemplos.

José Portaccio Fontalvo
joseportaccio@hotmail.com

(Comentario tomado del periódico EL HERALDO, de la ciudad de Barranquilla. Edición del día miércoles, 9 de octubre de 2013)




domingo, 2 de agosto de 2015

110. La payanca, el bar donde Gardel no ha muerto... y cada día canta mejor

En la noche del 10 al 11 de diciembre de 1915 Carlos Gardel recibió la bala que se alojaría en su pecho hasta la muerte. En artículo titulado “Tango y política, el Zorzal conservador”, del diario La Nación.com.ar de junio 26 de 2005, se cuenta la historia de cómo por cuestión de faldas relacionadas con la mujer Giovanna Retana, un malevo de los lados del Mercado del Abasto de nombre Roberto Guevara L. fue contratado por Juan Garesio el dueño del Cabaret Chantecler para dar muerte a su rival Gardel, y le propinó el disparo en un pulmón dando voces con la fallida predicción de “¡Gardel, ya no vas a cantar más El Moro!”; y de cómo los hermanos Traverso (Yiyo, Constancio, Félix, y José Cielito), que también maleaban por esos lados, lo defendieron del acoso. “El Moro” hacía referencia a un caballo y a una supuesta inmunidad de su intérprete (Y a mí nada me faltaba/cuando mi Moro tenía./Libre era cuanto quería./Ni guapetón me alcanzaba,/ni alcalde me perseguía…/cuando mi Moro tenía). Recuperado de su herida, y con la bala aún alojada en el pecho, Gardel grabó “El Moro” para el sello Odeón de Buenos Aires en el año de 1917.

http://www.lanacion.com.ar/715971-tango-y-politica-el-zorzal-conservador


Dice Marcelo O. Martínez en Gardel-es.blogspot.com (artículo Postales de una vida, dos anécdotas y curiosidades) que la L. del segundo apellido de Roberto Guevara, que algunos identifican erradamente como Lynch para dar a entender que se trataba de un tío del Che Guevara, era en realidad Leiva y correspondía a un homónimo del tío del médico revolucionario que cuando el incidente, naturalmente, aún no había nacido ni ligado su vida a la revolución cubana. El argumento de Martínez es contundente: Roberto Guevara Leiva era un bandido, mientras que Roberto Guevara Lynch pertenecía a una familia distinguida. En la biografía de Gardel, de doña Wikipedia de Google, también aparece el hecho así relatado:


Antes de finalizar el año, en la noche del 10 al 11 de diciembre de 1915, recibió un balazo en un confuso episodio. El hecho sucedió durante un altercado en la calle, luego de celebrar su cumpleaños en el Palais de Glace del barrio La Recoleta (salón de baile de la época), cuando estaba acompañado por los actores Elías Alippi y Carlos Morganti. Para entonces Gardel ya era conocido y el hecho apareció en la crónica policial de los diarios La Prensa y La Razón («Agresión a Gardel»), donde se señaló que los agresores fueron un tal Roberto Guevara -el autor del disparo- y Moreno Gallegos Serna, probables matones del bajo mundo, éste último mencionado por Eduardo Arolas al dedicarle su tango «Suipacha». Las causas y sucesos posteriores a la agresión permanecen confusos. Su amigo Edmundo Guibourg relata que, luego del ataque, Gardel fue a Tacuarembó para recuperarse, donde se encontró con el hermano menor del caudillo Traverso, «Cielito Traverso», escondido allí por haber asesinado a un hombre en el cabaré Armenonville. También se ha difundido la información falsa de que el matón Roberto Guevara era en realidad Roberto Guevara Lynch, tío del aún no nacido Che Guevara y miembro de una rica familia porteña. Finalmente, al morir Gardel la bala aparecería en su autopsia, dando pie también a teorías sobre un hipotético (y falso) enfrentamiento armado en el avión, que habría causado el accidente que le costó la vida”.

En la partitura del tango instrumental “Suipacha”, inspirado en una batalla de la independencia argentina, el compositor Eduardo Arolas pone una dedicatoria “A mis estimados amiguitos Moreno Gallegos Serna y E. Garrido”, de donde concluye don Ricardo Ostuni que “Es válido conjeturar que, en realidad, todos los intervinientes en el suceso se conocían y frecuentaban la noche porteña”.

Es cierto que la bala disparada en esa ocasión apareció en la autopsia, pero no es cierto que fuera disparada durante el accidente en el Olaya Herrera.

Años después, ya en la década de los sesenta, un retrato de Gardel a pincel recibiría otro disparo que le propinó un borracho a la voz de “Gardel, te voy a matar por segunda vez”; y tal pintura, con herida y todo, fue a parar al Patio del Tango de Aníbal “El gordo” Moncada, cuando se trasladó para el barrio Antioquia.

Pintura de Carlos Gardel, 
con el disparo señalado 
por un recuadro rojo en la 
parte inferior


Muchos aseguran que él no ha muerto porque logró salir con vida del accidente, pero que debido a las horribles cicatrices de sus quemaduras se oculta en Guarne, dicen, o en una finca, o en una isla, o sólo ellos saben dónde se oculta El Zorzal Criollo, según dicen. Claro que, al decir de sus admiradores, él sigue vivo en su memoria y “Cada día canta mejor”.

Tal incidente y tales circunstancias, inspiraron al tanguero Reinaldo Spitaletta para escribir un cuento en que el personaje, como el Jairo de la novela “Aire de tango”, no digamos que se parece a Gardel sino que… ¡Es Gardel! El Zorzal hace su entrada al bar, y da pie para que se desarrollen los hechos que no les cuento para no tirarme en el cuento. Sólo les digo que tal cosa sucede en el bar La Payanca, uno de los tradicionales de Medellín, que hace dos o tres años se ha cambiado de lugar.

La Payanca
Por Reinaldo Spitaletta

El nombre del Bar la Payanca, que por muchos años quedó en la carrera 49 nro. 46-03 (Junín con la calle Maturín) cuando su propietario era don Gilberto Vallejo, ahora es propiedad de su hermano Bernardo y está situado en el costado occidental del Parque de Bolívar, diagonal a la iglesia Basílica Metropolitana (carrera 49 nro. 54-71). Un segundo bar con ese nombre, también filial del original, es propiedad de Norberto Lopera y queda en la carrera 51 nro. 49-45, a media cuadra del parque principal de Itagüí. El Bar la Payanca es, pues, un antiguo santuario del tango, cuyo nombre se resiste a desaparecer pero, ¿De dónde sale eso de La Payanca?

Boleadora para la payanca

Las bolas que tensan la cuerda por los extremos, dan pie a la metáfora con la que nuestros güevones son llamados boludos en Argentina.

En mi ensayo con la tesis de que la novela “Rayuela”, de Julio Cortázar, es un tango; puesto que en el abandono de la mujer amada hay un argumento de tango recurrente tanto en “Mi noche triste” como en “La Cumparsita”; y que no sólo es un tango sino que es un homenaje a Gardel, porque quince de los diez y seis títulos tangueros allí mencionados son del repertorio gardeliano; afirmo que:

La Payanca, el tango con letra de Francisco Nicolás Bianco y Juan Andrés Caruso, y música de Augusto Pedro Berto, es un artilugio para cazar a corta distancia, enredando una cuerda en las patas del animal y atrayéndolo, con lo que puede compararse a promesas de brujo: “Sortilegios y amarres de amor.  Le atraemos el ser querido en tres días”.  Así dice la letra: “Ay, yo te imploro, /que enlaces para siempre a la que adoro...”. 

Tres aclaraciones tengo para hacer a esa nota que escribí. La primera es que el artilugio, propiamente dicho, es la boleadora que con destreza usan los boleadores en el baile del malambo, y la payanca se le dice a una de las suertes de enganche que con esa boleadora practican los vaqueros y cazadores en las patas del ganado o en el cuello de los ñandúes. 

Boleador de malambo

Martín Peralta interpreta el malambo con boleadoras:

La segunda, es que aunque Cortázar tiene a “La Payanca” entre los tangos mencionados en “Rayuela”, y su grabación es contemporánea con las grabaciones de Gardel, tal título no aparece en la lista del repertorio gardeliano y por lo tanto ¡No es de Gardel! 

La tercera es que, en algunos lugares como el portal “Hermano tango.com.ar”, dice que el autor de la letra de ese tango es Francisco Nicolás Bianco.

Letra: Francisco N. Bianco  (Francisco Nicolás Bianco)
Música: Augusto P. Berto  (Augusto Pedro Berto)
Grabado por la orquesta de Eduardo Arolas con la voz de Francisco Bianco. (1917)

Tal dato ¡Es un error!, puesto que su autor fue Juan Andrés Caruso; y Bianco, con el seudónimo artístico de “Pancho Cueva”, fue sólo su intérprete en la grabación hecha por la orquesta de Eduardo Arolas para la RCA Víctor de Nueva York. A menos que Caruso y Bianco hubieran compuesto la letra en colaboración, pero tal cosa no la han afirmado sus anotadores. De lo que puede concluirse que la primera letra es de Juan Andrés Caruso, con la música indiscutible de Augusto Pedro Berto. Después salió otra letra, la segunda, con autoría de Jesús Fernández Blanco.

Por los días en que estalló la primera guerra mundial; cuando los fonógrafos eran una rareza, y la radiodifusión sólo comenzaría en Colombia finalizando la década del veinte; alguna canción se apoderaba del favor del público que la escuchaba cantada en vivo por algún artista, y la repetía y silbaba a todas horas. Esa canción marcaba un hito en la historia citadina y permanecía posicionada por uno o dos años hasta que llegara otra de gran arraigo. Dice don Luis Toro Escobar en su libro “Mis recuerdos de Medellín” (publicado en 1984 y citado por Carlos Andrés Echeverri Arias en el ensayo “La temprana presencia del género tango en Colombia, de 1908 a 1935”, publicado en 2014) que por ese tiempo en la ciudad “Si no recuerdo mal, la canción de 1915-1916 fue “La payanca” (Una payanquita yo quiero tener, etc.)”.

Payanca viene del quechua “palla” que significa recoger, y su distorsión fonética “paya” es usada por los ordeñadores como interjección para aquietar a las vacas mientras les sacan la leche: “¡Paya! ¡Paya! ¡Paya!”. Dice la página Alero Quichua.org.ar que “Payanka es un tiro de lazo desde atrás para enlazar un animal y así sacarlo o separarlo de los demás”. La misma raíz se emplea en otras palabras, como “payana”, con el sentido de brebaje bebedizo o filtro de amor para amarrar al ser querido, en cuyo caso viene a ser una metáfora. De su letra, se desprende que es con este sentido que la palabra es usada para poner título al tango “La payanca”.

Dicen que el nombre del tango le viene por una mujer así apodada, que trabajaba en un quilombo o prostíbulo frecuentado por los autores. Muy hábil debió ser ella en asuntos de amarres de amores para inspirar su inclusión y ser inmortalizada en ese tango que, aunque no aparece en el repertorio de Gardel, bien que mereció haber aparecido.

La Payanca

Música de Augusto Pedro Berto.

Versión instrumental grabada en la RCA Víctor de Nueva York el 25 de marzo de 1918 por la orquesta típica argentina de Celestino Ferrer:


I. Primera letra, de Juan Andrés Caruso:

Versión de Francisco Nicolás “Pancho Cueva” Bianco, con la orquesta de Eduardo Arolas, grabada en mayo 15 de 1917:


¡Ay!, una payanca 
yo quiero arrojar 
para enlazar 
tu corazón. 
¡Qué vachaché! 
¡Qué vachaché!

Esa payanca será certera, 
y ha de aprisionar 
todo tu amor
¡Qué vachaché! 
¡Qué vachaché!

Porque yo quiero tener 
todo entero tu querer. 
Mira que mi cariño es un tesoro, 
es un tesoro, 
y peor que un niño 
por ella lloro, 
por ella lloro.

Payanca de mi vida, 
¡Ay!, yo te imploro. 
Payanca de mi vida, 
¡Ay!, yo te imploro, 
que enlaces, 
para siempre, 
a la que adoro, 
a la que adoro.

II. Segunda letra, de Jesús Fernández Blanco.

Versión de Hugo del Carril y Sabina Olmos, tomada de la película “La vida es un tango”:


Con mi payanca de amor, 
siempre mimao 
por la mujer, 
pude enlazar 
su corazón. 
¡Su corazón! 
Mil bocas, como una flor 
de juventud, 
supe besar 
hasta saciar 
mi sed de amor. 
¡Mi sed de amor! 

Ninguna pudo escuchar 
los trinos de mi canción 
sin ofrecerse a brindar 
sus besos por mi pasión. 

¡Ay, quien pudiera volver 
a ser mocito, y cantar, 
y en brazos de la mujer 
la vida feliz pasar! 

Payanca, 
Payanquita, 
de mis amores; 
mi vida la llenaste 
de resplandores. 

Payanca,
Payanquita, 
Payanca de mi amor; 
ya te he perdido.
Tú eres una flor, 
y solo tu recuerdo 
fiel me ha seguido. 

El fuego del corazón 
en mi cantar supe poner 
por eso fui Rey del amor, 
Rey del amor.  
Con mi payanca logré 
a la mujer que me gustó 
y del rival siempre triunfé. 
¡Siempre triunfé!

Hay un juego infantil argentino con un piolín o cuerda pequeña y dos bolitas en los extremos, con el que los niños juegan a ser mayores atrapando gallinas y palomas tirándoles boleadora entre las patas, de payanca o a la payanca.

Hay otro juego infantil denominado “payanca o payana”, que jugaban los indios tobas y los wichis de la región del Chaco, que consiste en cinco bolitas que se lanzan al aire y se atrapan de una en una en la palma de la mano; similar al que en mis tiempos, por estos lados, se denominaba “catapis”, y en otros lados llamaban “kapichua”; pero esa es ya otra cosa.

Juego de la payanca:

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)