domingo, 28 de agosto de 2016

167. Atravesado, como iglesia en media manga

Preámbulo:

Debo aclarar que este escrito es más una recreación literaria que una reseña histórica, y que como se suele decir cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Este cuento es un poco Delio Ramírez Toro, mi padre. Un poco don Manuel Sierra, mi amigo de enfrente. Un poco don Quico Medina, mi vecino de los lados del parque. Un poco el entorno que en el año de 1963 marcó los comienzos del barrio Belén Altavista parte baja, un barrio en extramuros de la ciudad de entonces, contiguo a la finca del Dr. Pablo Bernal Restrepo, “Finca de los Bernal”, donde hoy se asienta el barrio Loma de los Bernal.

En límites con la Loma de los Bernal estuvo por muchos años una iglesia en construcción, abandonada e invadida por bichos de toda clase, escombros, y viciosos que buscaban ampararse en la soledad de sus altas paredes desconchadas y en la oscuridad de la noche. Muchos años después, los alrededores fueron urbanizados y convertidos en los barrios La Nubia y Aliadas; y en 1975 la iglesia fue ocupada por los padres de la comunidad española del Padre San José de Manyanet, Congregación de la Sagrada Familia, que en la actualidad tienen un colegio allí, regentan un seminario de la comunidad, y atienden la parroquia de “Jesús, María, y José”.

De esta iglesia abandonada en media manga hago mención en el libro “En Altavista se acaba Medellín”, en los capítulos 8, 16, 24, y 32.

http://cronicas-belen-y-otras.blogspot.com.co/p/en-altavista-se-acaba-medellin.html

El espanto de la Loma de los Bernal es mencionado por la Sra. Margarita Inés Restrepo Santamaría en artículo publicado en el blog Lo Paisa.com:

http://www.lopaisa.com/barrios/belen.html

Aunque había más fincas en el sector, la más representativa y que le da nombre es la que fue propiedad del ex alcalde de Medellín (octubre de 1949 a noviembre de 1950) Dr. Pablo Bernal Restrepo y su esposa doña Blanca Rosa Londoño Saldarriaga. La transformación de este lugar da paso a afirmar que “en Altavista ya no se acaba Medellín sino que se acaba en la Loma de los Bernal”. Llegará un día en que podamos afirmar que “Medellín ya no se acaba en la Loma de los Bernal sino que llega a las afueras de San Antonio de Prado”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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ATRAVESADO, COMO IGLESIA EN MEDIA MANGA

(Orlando Ramírez-Casas)

"Lo único permanente es el cambio
(Heráclito)

1. ¡DEJEN DORMIR, CARAJO!

Abel Bernal tenía el ceño adusto, aparentando mal genio. Repelente o repeledor de los demás, que decía su nieta. O su hijo, que también decía:

Mi papá tiene el genio más atravesado que una iglesia en un potrero: por las malas no lo convence nadie.

Para Abel la comparación tenía la validez de quien ve las cosas con propios ojos. Se sentía tierno y sabía que bastaba con que le insistieran un poco, por las buenas, para que diera el sí en los permisos. Eso lo había sabido la nieta en su momento, y lo sabía ahora la bisnieta adolescente. El hijo también lo sabía (aunque con él tuvo que ser más estricto, “para enseñarlo a ser verraco en esta vida”). Así le decía, a manera de disculpa, cuando le debía apretar riendas en la niñez. De viejos, les bastaba una mirada para entenderse. Se explica que los permisos se los pidieran al abuelo que era el patriarca y no al padre, que ya era abuelo. Los permisos los daba él allí en su casa, en donde su palabra era ley. Su hijo, heredero del terruño, debería esperar su muerte para posesionarse de la propiedad, porque Abel no se había dejado mangonear de joven y no iba a hacerlo ahora que tenía sus años. Pero desvivía por ellos, por su familia. No había en el mundo nada que amara más que a los suyos y a este pedazo de tierra en donde vivían y en donde había visto morir a su mujer. Era todo cuanto tenía. Por ellos defendía los cuatro terrones que se veían húmedos de lluvia desde el taburete en donde había estado sentado viendo llover por largo rato, con su mirada perdida en el pasado. Un pasado en otra tierra que, por más que reburujara, no tenía soles. Sólo nubes oscuras, nubes y más nubes desde cuando tuvo que venirse de su patria chica...

No me gusta llamarla así: mi patria chica. Patria es el lugar que uno quiere, el lugar por el que uno siente pertenencia. Pero yo no. No quiero ese terruño –frunció los labios. 

En su casa todos conservadores. Y en la de su mujer. Y a él, atravesado, le dio por llevar la contraria, por sentirse liberal, y no supo por qué. Ni sabe ahora que no es nada, que es antitodo. De allí tuvo que salir con su mujer casi pariendo, a vivir a otro lugar. Allí dejó a su padre, a su madre, a sus hermanos, a sus suegros, a sus cuñados, a sus amigos, a sus vecinos, a sus conocidos todos. Allí quedó enterrada su niñez llena de miedos y de fierezas. ¿Qué puede hacer un niño envalentonado, queriendo matar, frente a sus muertos? Allí están enterrados los que murieron antes y los que murieron después de su partida.

Puñados de huesos cubiertos de tierra-sangre y carcomidos por los gusanos ya no son gente. No vale la pena visitar. 

Se suponía que tenía que venirse por ser de filiación política liberal y los de su entorno conservadores. Se suponía que era por eso, pero entonces ¿por qué a ellos los mataron? ¿Por qué mataron a los que él quería? ¿Por qué lo despojaron de la tierra e invadieron su abandono? Un par de lágrimas se escaparon de su cárcel y las recogió con el borde de la ruana. No quería que nadie las viera. No quería que se supiera que él lloraba.

¿Para qué se tienen que dar cuenta los demás de que hago nudos con los recovecos del corazón?

No volvió a su tierra. Jamás. El intento por recuperar la propiedad se le quedó enredado en abogados. En razones. En peticiones de mejoras que valían más que los cuatro palos de café. Prefirió dejar perder esos derechos que seguir dejándose mangonear por leyes y leguleyos.

Había escampado. Las gotas de lluvia, como joyas engastadas en las hojas de los árboles, refulgían con el sol que las secaba en la época invernal. En verano se agostaban las hojas, resecas; se caían tostadas, traqueando las pisadas. En invierno se solazaba contemplando el verdor y viéndolas brillar en su pequeño paraíso. Y repensando la vida tal como en el verano. Pensar la vida es cosa de estar con la mirada perdida bajo el sol o bajo la luna, véanse más los astros o las nubes. En ese día sus pensamientos no eran tan desprevenidos como acostumbra. Por el contrario: ese citatorio para ir a ver abogados en la ciudad lo tenía preocupado. Desconfiaba de ellos y de su palabrerío porque a duras penas leía y escribía. Por él, vivir lejos de la ciudad era ideal. Pero más abajo de la vivienda empezaba ese otro mundo de la ciudad aborrecida. Antes quedaba lejos y había venido acercándose, sin saber cómo, y arropándolo por los cuatro costados. Aunque a distancia de diez cuadras, por el momento y mientras él pudiera mantenerla alejada. Unas pocas eran las ventajas de la ciudad: los médicos, por ejemplo, aunque poco enfermaran él y los suyos y se mantuvieran en pie con bebedizos de hierbas que él mismo preparaba. La escuela para la nieta antes, y ahora para la bisnieta. Las compras. No era más. Las visitas, no. No le gustaba visitar ni ser visitado. 

Por mí que me dejen solo, que así vivo más tranquilo.
  
Él llegó de una vereda o paraje rural en el campo. Ni siquiera de un poblado: del mero campo, del puro sector montañoso alejado de la cabecera de su pueblo. Montañero que llamaba al terruño en que nació y de donde se vino estando joven. Contratado por ese señor que vio en sus venticinco años, en su musculatura de trabajador y en su difunta mujer en vías de parir, las personas ideales para cuidar de estas tierras que en ese entonces eran fincas de afueras de ciudad. Con el apoyo del patrono puso su verraquera campesina a trabajar y lograron sacarle miles de cargas de café y miles de cabezas de ganado (debían ser miles, claro, aunque no pudiera contar bien) y miles de litros de leche. Siempre fue así, con el patrono. Hubo un momento en que su permanencia en estas tierras se vio amenazada: cuando al hijo del patrono se le dio por hacerse arquitecto y urbanizar. Convenció a su padre de que destinaran un pedazo de tierra para hacer casas. Tenía más de loco que de cuerdo, el loco Medina. Cuando le preguntaron su opinión, les dijo francamente:

Yo no creo que la gente quiera venirse a vivir tan lejos del comercio y de escuelas, de médicos y de iglesias. No hay ni siquiera transporte.

Al desalmado arquitecto se le ocurrió construir una iglesia en mitad de uno de los potreros. Gastándose los ladrillos que su papá sacaba de la ladrillera en el extremo más alejado de la hacienda. Pensaba que alrededor de la iglesia se construirían las casas. Dios no lo dejó hacer más locuras en su nombre y se lo llevó de un infarto fulminante. Ahí está la iglesia, solitaria, en medio del potrero. Es refugio de vacas y pastadero de cabras. Aunque no pueda llamarle pasto a las malezas desabridas que brotan en su interior. Dicen que hay dineros enterrados, o joyas, o quién sabe qué; pues se siente ruido de espantos y parecen flotar sábanas blancas y luces en las noches. Para averiguarlo habría que tumbar la iglesia y es tarea dispendiosa. Es posible que el muerto haya dejado tesoros guardados por si a alguno se le ocurre revivirla a su iglesia. O “plasmar la idea”, que dicen los señoritos de ciudad de esas tonterías. Entonces pensó el difunto, tal vez, en darle una ayuda con sus ahorros a quien quisiera seguir la cuerda de su locura. Mientras tanto ahí están sus espantos asombrando a los labriegos. Alguna vez Abel se armó de valor por fuera y salió solo (por dentro transpiraba sus miedos) con una pica y una pala para excavar en donde aparecían luces. Lo sorprendió la luz del día con un hueco como si quisiera construir un edificio de cien pisos. Y nada de tesoros. Volvió a tapar con la tierra removida.

¡Eh!, que se traguen sus oros los difuntos, que yo no estoy para que se rían de mí y de mi esfuerzo. ¡Dejen dormir, carajos, y no jodan!

2. ¡DEJEN TRABAJAR, CARAJO!

Pensó que hacer labores cerca de la ciudad era como trabajar en ella. De hecho, cuando sus familiares hablaban de él a media voz en el campo que dejó atrás, cuidados de no ser escuchados por extraños, antes de que la violencia los arrebatara, decían que se había ido a vivir a Medellín. No era cierto. Había diferencias. Entre matas y animales se sentía respirar distinto. No estaba viviendo en la selva de cemento, pero aprovechó la cercanía para entrar en oficinas a diligencias: Encargó a los abogados de rescatar lo que la muerte le había dejado con extraños. 

Se enredaron en papeleos. Me enredaron –dijo Abel–. Quisieron enfrentar machetes con tiquitiquis telegráficos y reclamar derechos a distancias. Pa´esa gracia habría ido yo. 

Fueron respondidos por abogados que tampoco quisieron venir a Medellín:

Dicen mis poderdantes que el propietario debe venir a hablar con ellos. Que hay cosas que tienen que conversar.

Prefirió dejar perder sus cosas antes que darles oportunidad de meter sus huesos en un osario. Aunque hizo un poco de repulsa:

¿Entonces vamos a dejar perder las dos finquitas, m´hija? –dijo dolido a su mujer, “su negrita” que él le decía por cariño.

Yo creo que sí es mejor. Nada tiene que ir a hacer por allá a conversar con los que mataron a su papá y a su mamá. Con los que mataron a los míos. ¿Qué voy a hacer con la vida, m´hijo, si me lo devuelven en un costal lleno de huesos?

Los abogados del Instituto de Crédito para Vivienda se habían vuelto a reunir con el propietario de la finca que lindaba con la urbanización recién construida, próxima a ocupar. El siguiente proyecto se realizaría en el terreno colindante, cuyo joven y único propietario aceptó venderles, pero había un inconveniente. Un escollo insalvable, casi. El escollo estaba entrando en ese momento por la puerta de vidrio que daba acceso a las dos oficinas y ostentaba un letrero pintado a la altura de los ojos: “Rodríguez y Pérez, abogados”. Vestidos de saco y de corbata, con sus lentes y sus calvas incipientes, uno de ellos estaba sentado en la silla giratoria detrás del escritorio. El otro lo hacía en una de las dos sillas de recibo, adelante. Cuando la recepcionista les anunció la llegada del cliente esperado, el uno regresó a la oficina contigua, y el otro tomó la bocina del teléfono, haciéndose el que hablaba, mientras oscilaba un juguete de metal reluciente y un bolígrafo. Desde el fondo de un portarretratos era observado por su joven y bella esposa y por sus dos hijos pequeños. Atrás estaba una estantería llena de libros jurídicos y un diploma enmarcado en el que se alcanzaba a leer con letras y filigranas: “La Universidad... Rodríguez... Abogado...”. El jurista hizo una seña con el dedo índice invitándolo a sentarse, y con la palma levantada otra que significaba algo así como “discúlpeme un momento, ya lo atiendo”. Unos minutos que al campesino se le hicieron largos, largos, muy largos. El abogado colgó la bocina un segundo y extendió mecánicamente la mano para saludarlo, mientras retomaba el teléfono con la otra mano:

Excúseme otra llamada, don Abel, que no demoro –salió su voz desde una gentileza forzada.

Otros minutos dilatadísimos. Abel no lo sabía, pero la llamada era para el abogado de la oficina contigua y el tema que hablaban era un montaje destinado a ablandarlo en la salmuera de la antesala: ventajas del equipo que juega de local. El visitante apretaba un pañuelo entre las manos, nervioso, para secarse el sudor. Y le daba casi por estrujar el sombrero de fieltro Stetson con el pañuelo sudoroso. El Sombrero de los domingos. Su nieta le había planchado su mejor pantalón de dril y su mejor camisa blanca y le había embetunado las botas cafés, para que pudiera atender dignamente al llamado del citatorio. Y él se había afeitado con cuidado las arrugas de sus setenta y ocho años, usando la misma barbera afilada, recuerdo de su abuelo, con la que se hacía brotar barbas a punta de deseos por los días en que iba a cumplir catorce años, que cuidaba como un tesoro y que, en alguna vez, le sirvió para mandar de estampida al compañero de convivencia de su nieta que pensó que podía golpearla impunemente, pero le salió el tiro por la culata, gracias a ese filo con que se acariciaba mañana de por medio. Sus pensamientos iban y venían entre el recuerdo de sus cuatro paredes, en donde se sentía cómodo, y la sensación de su incómoda presencia en este lugar.

Abuelo, ¿quiere que lo acompañe donde los abogados? –le había preguntado su nieta esa mañana.

No, m´hija, irán a pensar que pueden zarandearme y que preciso de refugiarme en faldas de mujeres. Yo sé a qué atenerme.

Apareció el segundo abogado en el momento en que el primero colgaba el teléfono, y los dos exhibieron su mejor sonrisa de bienvenida y el más caluroso apretón, en otra vez, de aquellas manos suaves. Apretón que lo obligó a poner a un lado su pañuelo y su sombrero y a dejar al descubierto las suyas encallecidas. Nunca se había sentido cómodo en estas oficinas. Escuchó su andanada de propuestas y dijo no. Dos suspiros y una mirada de inteligencia lo soslayaron (“¡Viejo atravesado!”). Volvieron a las andadas.

No insistan con esa propuesta, que no me interesa. Y no me hagan venir hasta aquí, que yo también soy un hombre muy ocupado. (¿Qué se creen los filistrines éstos, qué se creen?).

3. ¡DEJEN DESCANSAR, CARAJO!

Días después de la tarde del chaparrón, al lado de la ventana en el corredor, desde donde le gustaba sentarse a oír llover, el viejo Abel se instaló a mirar la llegada de la noche. Se fijaba en las faldas y pequeños cerros que se sucedían uno tras otro, cubiertos de malezas y matas enmarañadas, detrás de los matojos. Veía las eras en donde cultivaba sus verduras. Veía el cuarto construído con materiales de demolición, que había convertido en cochera para los marranos. Veía la vaquita pastando y preparándose para la próxima ordeñada. Veía las gallinas correteando y sacudiendo para tragar lombrices que descubrían a flor de tierra. Veía el perro que corría olfateando el aire cada vez que percibía la llegada de un extraño, y que ladraba endemoniado para advertirle a él de su presencia; y para advertir al extraño de que si avanzaba un paso más, tendría que vérselas con sus colmillos afilados. Veía la tierra seca: seca de polvo en el verano y húmeda de barro en el invierno, que era su solar de tender ropas. Se quedaba dormitando en el taburete recostado a la pared, mientras soñaba con sus cosas y pensaba en todo eso. 

Esto se siente solo desde que murió mi mujer. ¡Cómo quería a esa negrita que no he podido olvidar por nada... cómo la quiero!  Para mi alma es como si la suya aún viviera y se hubiera ido apenas de paseo, es como si existiera. La muerte se lleva los pellejos de los muertos, y las alegrías de uno, pero le deja las tristezas. ¡Cómo me hace de falta mi negrita!

La enterró, pero no ha ido ni una sola vez a visitar su tumba en el cementerio. ¿Para qué? Ese olor a tierra mojada le estruja el corazón como si fuera un trapo sucio de cocina. Si se trata de recordarla, estas cuatro paredes lo hacen a cada instante. Y su cama. Y su baúl. Y el retrato que tuvo que descolgar de la pared y alejar de otras miradas porque así la sentía más suya. Y el padrenuestro que le reza cada noche antes de acostarse. 

Los ladridos del perro lo despertaron. Y la nube de polvo por el camino lo alertó. Sus ojos, que a pesar de la edad no menguaban, le mostraron el campero que se acercaba y fue reconocido en la distancia: el del niño Medina, nieto del patrono, camino hacia su finca. Su padre había fallecido, como se sabe, de un infarto. De no haberlo hecho, tendría la misma edad del viejo Abel, más o menos. Habían sido amigos y compinches de aventuras aunque de los dos era Abel, un simple campesino, el mesurado. Al otro, ya un doctor, lo apodaban “el loco Medina”. Tan loco que fue capaz de matar con una escopeta al muchacho que entró furtivamente en su finca a maltratarle un pedazo de pasto recién cortado y a robar frutas o elevar cometas (de lo que hacía, el loco y su víctima murieron con el secreto). El patrono, padre del loco, ya era hombre maduro cuando contrató como agregado de la finca al mozalbete recién casado. Le permitió hacer esta casa y le asignó límites para que pudiera tener su propio cultivo y animales. De eso hace cincuenta años. Abel recuerda porque estaba por nacer su hijo, que ya es un viejo. Nunca le hizo escrituras el patrono, pero hizo prometer a su nieto, en el lecho de muerte, que respetaría los derechos del trabajador sobre el pedazo de tierra. Por haberle sido fiel toda la vida y porque ya tenía derechos de posesión y mejoras acreditadas con el tiempo. Y unas prestaciones, una liquidación, y una jubilación nunca pagadas y nunca reclamadas. Su propiedad le era incuestionable, por encima de la ley. Pero además porque la ley lo apoyaba con más veras que si hubiera un papel escrito. Es que a un contrato sobreentendido podría agregársele cualquier cantidad de cláusulas, sin restricción. Anteriormente la palabra era una escritura. Ahora dicen que no hay ley para el que se retracta de un negocio, “para el mamón”. Pero él sabía bailar al son que le tocaran. Para los abogados también hay abogados. Para todo espueludo siempre hay un gallo de pelea que sacude más hartas mañas. El niño Medina era amable con  él, ni qué negarlo. Y estaba necesitado de vender su tierra por haber descuidado de su herencia, si lo sabría el viejo. Y el pedazo de terreno de Abel era una piedra en el zapato de esa constructora, eso ya lo tenía por entendido. Pero a él no le vinieran con malabares de ciudadano a montañero. Con seguridad el niño Medina le volvía con la propuesta de que vendiera su tierrita para la nueva urbanización. “No lo voy a hacer”, se dijo en voz alta, no para que alguien lo oyera, sino para reafirmarse a sí mismo en su decisión de no vender:

¡Eh!, yo tengo el cuero rayado pero no con lápices, sino con alambre de púas, ¡no me jodan!

4. ¡DEJEN VIVIR, CARAJO!

En ese domingo llegaron en el campero del niño Medina cuatro hombres con cara de resaca: aquél, un chofer corpulento que antes no había sido necesario (¿será más lo de conductor o será más lo de guardaespaldas?), y los dos ya conocidos abogados con traje de finqueros. Observados desde un cuarto vecino por los ocupantes de la casa de Abel: su hijo, su nieta y su bisnieta, que alcanzaban a escuchar la conversación de la visita. Después de “invítenos a un café tinto” que le propusieron para limar asperezas y bajarle a la incomodidad del frío recibimiento, después de “no hay como el café tinto de finca, hecho con agua de panela”, después de “tomémonos un aguardiente del que traemos en el carro para la resaca –y, corrección, observando la extrañeza del viejo por la palabra de diccionario–: el guayabo, que decimos los paisas”, propuesta hecha para sustraerse a la disculpa agria del ¡no hay! De idas y venidas con temas intrascendentes de “cuando mi abuelo y este viejo verraco le sacaban a esto... ¿cuántas cargas de café, hombre Abel?”, sacaron el as de adentro de la manga:

No queremos perjudicarlo. Al contrario, nos interesa su bienestar.

Entonces les propusieron, a él y a los que escuchaban escondidos, que podían conservar este terreno y, a cambio de su colaboración, permitiéndoles llevar a cabo el proyecto de urbanizar el lote contiguo y dejar pasar la vía de acceso principal por éste, construirían para ellos, sin costo alguno, una casa igual a las otras, en donde podrían vivir con todas las comodidades de una urbanización. Sería suya con escrituras, y también le harían escrituras del terreno, que podrían dejar abierto a la posibilidad de que si en un futuro él o sus herederos resolvían vender, fuera una escuela con un escenario polideportivo que hasta podría llevar el nombre del patriarca. Se entró pensativo al orinal, aparentando necesidad, pero con el fin de digerir la propuesta: y se encontró con tres voces acuciosas:

Padre... Abuelo... Abelito: ¿Qué espera para decir que sí? ¡Esa propuesta está buenísima! Es la oportunidad, para nosotros, de vivir en casa decente y no en ésta que se nos cae a pedazos. ¡Vamos, abuelo!

Se dejó convencer. De su familia y de los visitantes. Se firmaron documentos de cesión en notaría y de aceptación de derechos.

Me tendieron una trampa –pensó– ¿quién puede decir no a esas miradas suplicantes de mi nieta más nieta? Es que ¡sí son bobadas! pero esta muchachita me ha cortado el ombligo, como dicen. Se parece a mi difunta mujer como si hubiera reencarnado en ella. Sus facciones, sus gestos, las cosas que dice. Yo la veo a la hija de mi nieta y es como si la viera a mi adorada. Sólo Dios sabe que no la quise sino a ella. A nadie más. No le he buscado reemplazos. Ella no lo creía. Siempre estaba viendo fantasmas. Por eso no me gustaba ir a la ciudad. Para que no pensara que mi corazón tenía otros rumbos. Era parco con las mujeres que se acercaban a la finca. Me hice fama de repeledor. No quería darle motivos. Murió pensando lo contrario, mi pobre vieja, pero ahora ya lo sabe. Sólo la quise a ella. Sólo la quiero. Si no me doliera tanto el alma cuando la recuerdo, hasta me parecería un chiste que a la hepatitis que la llevó la nombren “buena moza”. Pero no soy bueno pa´contar chistes.

5. ¡DEJEN DE JODER, CARAJO!

Dicen que los muertos se van y no vuelven. Él debería creerlo. Desde que la mujer que llenaba todos sus espacios murió, no ha hecho sino recordarla. No ha hecho sino soñar con ella. Debería verla, ella debería hablarle. Pero no ha vuelto. Se ha ido y no ha vuelto como si no le importara lo que dejó atrás.

Y yo estrujado, pensando en mi propia muerte sin saber cuándo me llegue para ir a encontrarme con ella que a lo mejor ya me olvidó. A lo mejor se dice, pero es a lo peor. ¿Qué cosa puede haber más horrible que el olvido? El olvido del otro, no el de uno. Si uno olvidara, sería un alivio. Pero el corazón no olvida. No olvida. No olvida.

Los planos, las maquetas, los componentes del proyecto urbanizador empezaron a circular ágilmente por las oficinas de la constructora. En la maqueta un espacio representaba el terreno del viejo Abel, que por fin había dado su anuencia de vender, marcado con un letrerito de “Escuela futura”. La familia del viejo se encontró recibiendo en su casa de corredor destartalado a unos ingenieros, topógrafos y conductores, que contrataron con la nieta del anciano la fabricación de sus almuerzos. Compró cajas de bebidas gaseosas, que metió en una caneca con agua, para conservarlas frescas y vendérselas a los trabajadores. Y su casa, que desde siempre estuvo alejada del bullicio, se convirtió en el cuartel de avanzada de cuadrillas que se sucedieron interminablemente.

La casa principal, la de los patronos, fue cedida por su heredero, el niño Medina, para que pudieran demolerla. No sintió dolor el último de los Medina. Se sentía incómodo viviendo solo en una casona de tal tamaño. Las locuras de su padre lo perseguían en las miradas de vecinos y extraños que se acercaban por estos lados. Le dolía también la ausencia del abuelo cuyo vacío no se acostumbraba a llenar. Había sido su abuelo y padre cuando murió “el loco Medina”. No se acostumbraba a la falta de la tía Maruchita que le preparaba golosinas y consideraban loca porque sufría de ataques epilépticos. No la dejaron ser normal. No tanto por sus ataques, como por vivir acosada por sus visiones de niñez. Decían que estaba poseída por un demonio que la ponía a hablar en lenguas muertas cuando le daban sus ataques. La exorcizaron junto con la casa y sus alrededores, pero no cesaron los ruidos ni las luces ni las sábanas blancas paseando por los corredores. La tía Maruchita se fue consumiendo hasta que murió, siendo joven, con apariencia de mujer vieja. El niño Medina se propuso no poner atención a esas bobadas pero, por si acaso, ocupó la sola pieza de la entrada y no volvió a visitar las otras instalaciones. Sintió alivio, por lo tanto, de vender la propiedad y ver que la arrasaran con tractores y palas mecánicas. Dos o tres trabajadores en ese sector. Y el Ingeniero residente que sintió accionar la palanca del maquinista y golpear la pala contra una pieza metálica. Miró si se habían producido daños en la máquina:

No sabemos qué sea, Ingeniero, vamos a despejar los lados para ver de qué se trata y le informamos.

Prefirió mirar él mismo.

Debajo de una de las piedras removidas, la grande del pie de la iglesia, la que necesitó de tacos de dinamita para pulverizarla, apareció un baúl de madera podrida, resguardado por cuadernas de hierro oxidado y un candado más oxidado aún, cuyo contenido los dejó atónitos. Objetos sagrados: custodias, patenas y copones de oro. Artículos religiosos. Prendas eclesiásticas que se deshicieron al tocarlas. (“Dicen que hasta hostias consagradas, petrificadas, dicen. Esas son cosas que a la hora de la verdad nunca se saben”)

Mala suerte, Ingeniero, si hubieran sido monedas estaríamos ricos, pero con cosas de la Iglesia no se puede uno meter, traen maldición.

Cierto es: bien hicieron los abogados de la constructora en ponerlas en manos de la Curia, que a ellos corresponde.

Eso está bien y que hubiera venido el Monseñor a bendecir nuevamente los terrenos, Ingeniero, porque ya nadie quería quedarse a trabajar de noche: espantaban los ruidos. Espíritus que dejaron su corazón enterrado con los tesoros. Desde ese día no han vuelto a aparecer.

6. ¡DEJEN MORIR, CARAJO!

Los ojos del viejo Abel, acostumbrados al paisaje de su entorno, no presintieron cuando vio aparecer por el camino aquella nube de polvo entre ladridos de perro, en un domingo de hace varios meses, el revolcón que se venía encima con la urbanización de su tierrita. El de la escritura de compraventa de sus derechos en la notaría fue el primer aviso de cambio. El segundo fue el letrero. No, no el pequeño de la maqueta de la firma proyectista: otro más grande, el de la valla gigante levantada a la entrada de la finca, que se alcanzaba a ver desde la ventana de su casa y a leer en la distancia:

“Aquí se construirá la Urbanización Altamirana”

Con una cantidad de datos que él no entendía bien: “no sé cuántas casas, no sé cuántos pesos, no sé cuántos meses” y con el logotipo del Instituto de Crédito para Vivienda.

Después despejaron un pedazo de terreno frente a su casa y construyeron una caseta para guardar herramientas. Un vehículo de remolque desenganchó un furgón que, al abrir sus compuertas traseras, dejaba caer una escalerilla. Resultó ser una pequeña oficina para el Ingeniero residente con su casco protector. Aparecieron volquetas y tractores que, con sus cuchillas, sus palas y sus volcos, empezaron a remover la tierra del otro lado de la finca y a convertirla en un terreno plano. Las gallinas se fueron zambullendo de una en una en las ollas de sancocho. Igual las verduras, que la capa de polvo ya no dejaba retoñar. Y los cerditos que ya no tenían sobras de comida para alimentarse, porque los trabajadores no dejaban nada. Absolutamente nada. No había tiempo para cuidar la huerta. El tiempo a duras penas alcanzaba para atender a los comensales y para venderles bebidas y cigarrillos y prestarles el baño y guardarles la ropa de trabajo. La casa se convirtió en tienda mixta, sin permiso oficial, porque también vendían cerveza. Fría, que es como les gusta. Y salchichón cervecero, con limón. Y se abrió una libreta de cuentas para anotar los consumos y pagar “cuando llegue la quincena”. No se dieron cuenta de cuándo pasaron de ser agricultores a comerciantes. El Ingeniero les hizo instalar, desde lo alto de un cerro, una tubería negra que llamaban PVC y había sustituido a la de hierro. “Para que no les falte el agua, don Abel, porque vamos a canalizar la quebradita”. Las máquinas se iban acercando ya a la casa y todo el frente se había convertido en una gran cancha de polvo y barro donde cabría el engramado de dos estadios. Los topógrafos comenzaron a medir y medir el terreno otra vez (¿cuántas van?), y a colocar estacas. Cada cuatro estacas formaban un rectángulo de tierra. Un lotecito. Tan pequeño a la vista, que no parecería que allí pudiera caber una casa con todos sus espacios. Menos si se comparaba con las amplias casas en donde la mayoría estaban acostumbrados a vivir. Parecía un campo llano a punto de empezar la siembra del fríjol.

Un domingo fue la asignación de los lotes. Los adjudicatarios se habían escogido por puntaje. Cada hijo marcaba un punto. A más hijos, más puntos. Familias pobres y numerosas que ocuparían las trescientas casas y conformarían un grupo de aproximadamente mil quinientas personas. Era un cálculo promedio, porque algunas familias tenían más de cinco hijos, otras más de diez. Ese domingo llegaron los adjudicatarios. Con algunos o con todo su grupo familiar. Se les asignaron, por sorteo, sus respectivos lotes. El hijo de don Abel tuvo que ir dos veces al mercado, para renovar el surtido de la tenducha. De todo. Vendieron muchos sancochos, a algunos. Y mucho plátano y mucha papa y mucha yuca y mucha leña para aquellos propietarios, orgullosos y felices, que querían celebrar haciendo su primer sancocho en la casita. Casita inexistente, pero que ya veían con los ojos de sus sueños. Habían llevado ollas para eso.

“Tener casa no es riqueza, pero no tenerla es mucha pobreza” –  decían aliviados del temor de que, en cualquier momento, los dueños pidieran sus casas de arriendo con el pretexto de que “la estamos necesitando” o les subieran el valor de la renta más allá de sus posibilidades.

Por eso quisieron marcar su propiedad sobre el lote que les correspondió, con ese sancocho. Algunos hasta orinaron en alguno de sus mojones. Casi se les veía el impulso de levantar una de sus patas, como los perros, para indicar que a partir de ese momento ese rectángulo de tierra sería su dominio.

Ya iban varias semanas del sorteo, y se veía el encintado del pavimento haciendo calles y el del cemento haciendo aceras, cuando empezaron a verse los lotes con una brecha formando dibujos geométricos como de laberintos con muchas entradas y una sola salida:  el espacio correspondiente a la puerta exterior. Las brechas empezaron a verse con entramados de hierro formando parrillas. Las parrillas empezaron a llenarse de concreto. Cualquier día los lotes estuvieron con sus cimientos listos para soportar las paredes. De pronto las construcciones estuvieron a punto de techo. Algo después se vieron todas con sus techos. Todas, menos una: la segunda desde la esquina. La de don Abel. Esa fachada parecía la sonrisa mueca de un niño que acabara de perder el primer diente. El Ingeniero se rascaba la cabeza, desconcertado, frente a Abel:

No, Ingeniero, no es terquedad. ¿Para qué voy a estar cambiando techo por cemento, si lo que quiero es levantar un segundo piso?

Tenía lógica. ¿Cómo explicarle al anciano que su deber de funcionario era ponerle oficio a los millares de tejas que el Instituto ya había licitado? ¿Que la Directora de Relaciones Públicas quería tomarle una foto a la urbanización con sus techos iguales para el anuario de realizaciones? ¿Qué si abría esa compuerta los otros propietarios iban a querer hacer lo mismo? No se dejó convencer... el anciano. Al Ingeniero no le quedó más remedio que dejarlo tirar su placa de cemento y reprocharle, para guardar las apariencias:

Debería ser agradecido, como los otros, y no ponerse a regatear por algo que a usted le está saliendo gratis, porque la constructora no le está cobrando por hacer su casa.

¿Qué pendejada es esa que está diciendo? –preguntó, visiblemente disgustado– ¡Gratis no me sale!  A cambio de ella di la firma para renunciar a lo que era mío. Estoy sacrificando mi libertad, que no tiene precio. Que agradezcan los que tienen por qué. Yo no. A mí me cambiaron mi casa grande por una alcancía y mis sembrados por una escuela. Y no lo agradezco, sino que me arrepiento. Me matan los remordimientos.

Ganó esa pelea, como había ganado muchas otras en el pasado. Pero perdió la batalla con la vida. Los cambios fueron demasiado para él. Y enfermó. Se tendió en cama, cobijado por un manto de tristeza.

Hija, dé una vuelta por donde el abuelo, a ver cómo está.

Ya voy, madre –contestó la bisnieta.

Abelito, ¿quiere una arepa con mantequilla, huevo frito y café con leche, para que desayune?

No, m´hija, esas arepas plásticas precocidas no me apetecen porque no saben a maíz-maíz. Ni tampoco esa margarina de fábrica que le quieren hacer creer a uno que es mantequilla. Ni esos huevos galponeros de yema blanca...

¿Yema blanca? ¡Cómo se le ocurre!  No ve que son amarillas.

Amarillo es el sol, m´hija. Esas yemas son de color blanco sucio y no saben a nada. Ni esa leche descremada de bolsa me sabe a teta de vaca. Como a ustedes les dio por cambiar los animalitos por un botellero y unas tablas. ¡Pendejadas que no se comen! Por hacerles caso a ustedes perdimos la libertad y nos volvimos esclavos de todo el que toca la puerta a cualquier hora para comprar una gaseosa.

Echarle plata al cajón no es perder la libertad, Abelito.

Sí es perderla. La libertad consiste en que uno pueda disponer del tiempo a su albedrío.

Se fue poniendo enfurruñado, de mal genio. Llevaba varios días de mal comer y decía a su nieta que “hasta el perro, que se perdió, estará por ahí en una cañada, muriéndose de pena moral”.

¿Quiere que le llame al padre, Abelito?

¡Al padre! ¿Al del galpón que convirtieron en iglesia? Me tendría que confesar de no haber podido perdonar a las ánimas del purgatorio por ocultarme el entierro que busqué como alma en pena. Y a él se lo entregaron sin que tuviera que sudar gota. Déjeme a mí con mis remordimientos. 

¿Cómo así, Abelito, se va a poner a pelear con la Iglesia? Eso sí que no lo haga. No ve que algún día se muere y le toca irse para otro lado, así no vuelve a ver a la Abuelita –le salió la bisnieta con ese argumento contundente.

Está bien, tráigalo –se resignó.

Es cierto, ha sido frío en cosas de religión, ha sido frío. Pero no soportaría alejarse de la única mujer que amó en la vida y espera encontrar allá en el cielo. Si algo tiene de bueno la muerte, será eso, el volverla a encontrar. No será cosa de dejar que lo alejen de ella. Recibió al Cura y se cubrió de bendiciones con su paz. Rezó un padrenuestro pidiendo ayuda al alma de su negra y quiso empezar otro...

Cuando la nieta sintió que le sobrevenía un nuevo ataque de asma al abuelo, corrió para auxiliarlo. A poco de medio recuperarse, todavía en brazos de su nieta, exclamó:

Yo tenía para ustedes mi pequeño cielo, pero me lo quitaron, m´hija, me lo quitaron.

Se lamentaba mientras veía a sus vecinos descolgando la curiosidad por la ventana. Los tenía encima, él que los había tenido a distancias. Sintió que ya no le quedaba el menor asomo de independencia si, hasta para escupir sus flemas en la bacinilla, tenía ojos ajenos adentro de la casa. Y entonces, sintiéndose derrotado, se puso rojo y se santiguó, como pidiendo perdón por otra de sus malas palabras. Y, antes de exhalar el último suspiro, le increpó a la nieta, dejando rodar una lágrima de impotencia:

¡Esto me lo arrebató el putas!

Su hijo quiso asumir el mando, pero ya no había qué mandar. Quiso enterrarlo en el solar de su terruño, pero no lo dejó el Cura. Quiso poner esa frase como epitafio en la lápida de Abel Bernal... pero no lo dejó el sepulturero. Perdón, abuelo, tenías razón: a esto... 

“Se lo llevó el putas”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)





domingo, 21 de agosto de 2016

166. Loma de los Bernal, historia con espanto propio

En febrero de 2005 entré al taller de escritura literaria de la Biblioteca Pública Piloto, que en ese entonces funcionaba en el antiguo auditorio del 2º piso, antes de que construyeran el auditorio de la nueva Torre de la Memoria. Lo orientaba el profesor Jairo Morales Henao, pero por sus pasillos todavía podía presentirse el espíritu del escritor Manuel Mejía Vallejo que lo había orientado años atrás. 

Para llegar allá los miércoles en la tarde, los aprendices debíamos pasar por la oficina de don Miguel Escobar Calle. Tomé la costumbre de pasar a saludarlo antes de entrar al salón. Un día le llevé de regalo un ejemplar de mi libro “En Altavista se acaba Medellín” y él me preguntó que si era el barrio que queda contiguo a la Loma de los Bernal. Le dije que sí. “La Loma de los Bernal tiene una historia que todavía está por escribirse”, me dijo, y me sugirió hablar con la Sra. Olga Beatriz Bernal Londoño, de la biblioteca de la Universidad Pontificia Bolivariana, “que pertenece a la familia de los Bernal y tal vez acceda a contarte la historia que vos podés escribir”. Pensé en hacerlo, pero nunca lo hice después de que alguien me dijo que “eso es algo de lo que a los Bernal no les gusta hablar”. Lo dejé así.

De un suceso en la finca del “loco Bernal”, sin mencionarla, di cuenta en el libro sobre Altavista. Allí escribo que:

“(Una de las muchachas bonitas del barrio era)… Fátima Castrillón.  A Cayetano, su hermano, le dispararon con escopeta por adentrarse a jugar en finca ajena contigua a su barrio, a rodar con un carrito de rodillos, a comer frutas, a elevar cometas.  Los dueños consideraban que dañaba el pasto y le habían advertido, pero un muchacho de doce años no hace caso de advertencias, y para muchas personas un intruso es un intruso, sin importar su edad.  Su muerte pagó los daños que habíamos hecho todos”.  

La escritora Ana Cristina Restrepo Jiménez lo confirma… en parte: “Entonces, los paseos de olla y las barras de niños que robaban frutas de los árboles eran cuadros habituales alrededor de la Loma de los Bernal. Así permaneció hasta el auge de la construcción en los años ochenta”. 

Con el tiempo el dicen que dicen me habló de espantos en la finca de los Bernal, de entierros encontrados con custodias y ornamentos sagrados. De hostias consagradas incorruptas mientras los vestidos se deshacían por el tiempo, la humedad, y el moho. De una muchacha que sufría de ataques epilépticos y en un trance producido por el espanto de la finca había escrito cosas en sánscrito o en arameo, y no sé qué más; pero en la imposibilidad de verificar esas historias no pude meterle muela a esos escritos, excepción hecha del texto “Atravesado, como iglesia en media manga”, en el que cuento algunos dimes y diretes sin mencionar el lugar como tal ni a sus personajes, texto que insertaré en este blog el próximo domingo. 

Pensé que esa historia se iba a quedar sin escribir, pero resulta que la escribió el mismo patriarca de la finca, Dr. Pablo Bernal Restrepo, en un texto inédito que por el nombre de su casa tituló “La Colina”, y actualmente el borrador está en poder de una de sus nietas. A ese texto, de 241 páginas, tuvo acceso la escritora Ana Cristina Restrepo Jiménez, por ser amiga de niñez de Ana María Henao Bernal, y con base en él escribió ella el artículo titulado “El misterio doloroso de la Loma de los Bernal”, que aparece entre las páginas 247 a 253 del “Libro de los Barrios” del periódico Universo Centro, publicado con el patrocinio de la Alcaldía de Medellín en el año de 2015.


En primer lugar, de los datos consignados en el artículo puede deducirse que “el propietario original de esos terrenos era don Ángel Gaviria”, y que éste le vendió a su yerno Marcos Restrepo; que a su vez en 1919 le vendió 113 cuadras a su yerno Bernardo Bernal Bravo, casado con doña Julia “Vivita” Restrepo Gaviria, la madre del Dr. Pablo Bernal Restrepo. El Dr. Bernal Restrepo, que fue alcalde de Medellín en dos oportunidades, llega a ser propietario del terreno por la línea materna y contrajo matrimonio con doña Blanca Rosa Londoño Saldarriaga. Fueron padres de los Bernal Londoño, que componen la siguiente generación propietaria de la finca grande que, al ser dividida en fincas pequeñas, da origen al actual barrio de la Loma de los Bernal en la Comuna 16 de Belén, tal vez el más reciente barrio de la ciudad por estos lados.

En cuanto a la historia oral, transmitida de boca en boca, de los espantos en la finca, y del entierro de cosas sagradas halladas en ese predio; coincide poco más o menos con el testimonio irrefutable del libro escrito por el Dr. Bernal:

…El Martes Santo sacaron de la tierra un copón con 435 hostias; el Miércoles Santo, uno con 395. Cuando abrían el vaso sagrado, las formas incorruptas desprendían un agradable olor a nardos. Era hora de contarle al mundo lo que estaba pasando. Los peregrinos no tardaron en llegar. La muchedumbre invadió la casa, los tejados y las arboledas. El Jueves Santo, Juan Gonzalo descubrió una custodia con una hostia, también en perfecto estado… El relicario con las hostias fue entregado al padre Germán Montoya; ese domingo, los Bernal Londoño comulgaron con ellas. La custodia y los copones fueron a dar a la iglesia de San Benito…”.

Tal vez fuera hora de contarle al mundo lo que estaba pasando pero… no era posible mientras la historia contada no tuviera el aval de la curia diocesana que dijo que no:

…La Curia de Medellín tomó la determinación de enviar una comunicación a El Colombiano en la cual solicitaban no volver a publicar nada que tuviera referencia (sic) a los acontecimientos de La Colina…”.

Con el tiempo tal vez a los directivos de El Colombiano se les olvidó ese instructivo porque la Sra. Margarita Inés Restrepo Santamaría en un artículo escribió que:


EL COLOMBIANO 

Medellín

“…La romería comenzaba hacia las 5:00 p.m. del Jueves Santo; todos se dirigían al sector de Belén, a mirar una luz nocturna que salía de una tierra de don Pablo Bernal Restrepo; decían las malas lenguas que un sacrílego había enterrado allí una hostia que se había robado de una iglesia. Fue en los cincuenta, y se quedaron con las ganas de ver el fenómeno –cuentan Marta Elena y José María Bravo–. Romerías sin tumultos y con menos expectativas, pero con sabor a barrio, entre cafés, comidas y música, se suceden a diario…”.

A pesar de la cortina de humo que se quiso tender sobre el asunto, ya se sabe que no fue una hostia sino cientos, más de medio millar, y que las hostias milagrosamente y a pesar del tiempo transcurrido, y de las circunstancias de mala conservación, no estaban corruptas sino consumibles y exhalando olor a nardos. 

Como diría un montañero de pueblo: “Cogeme ese trompo en la uña”.

El artículo que yo hubiera podido escribir por sugerencia de don Miguel Escobar Calle se quedó en veremos, porque lo que no es pa´uno no es pa´uno, y la suerte se lo tenía destinado a la escritora Ana Cristina Restrepo Jiménez gracias a que una dama de la familia Bernal fue su amiga de niñez. "Al que le han de dar, le guardan; y si está frío, le calientan", dice la sabiduría popular. Pero dice también esta sabiduría que "A la larga todo se sabe, y por más que quieran tapar el sol con las manos la verdad sale a flote"; y esta vez la verdad salió a flote por boca de su principal protagonista, el Dr. Pablo Bernal Restrepo, que es el que da nombre a la Loma de los Bernal.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



domingo, 14 de agosto de 2016

165. Belén de Otrabanda en Medellín

(Nota: Este texto hace parte de un proyecto inédito para un libro sobre la otra banda del río Medellín u occidente de la ciudad, y circuló privadamente en un concurso convocado en agosto de 2012 en el que no resultó favorecido).

BELÉN DE OTRABANDA EN MEDELLÍN
–DE ALDEA EXTRAMUROS
A COMUNA BARRIAL DE LA CIUDAD–

1 BELÉN DE OTRABANDA

Allá está Medellín, la hermosa villa”, exclamaron en el cerro del Picacho los paseantes, a poco de pasar por San Cristóbal, y se detuvieron a divisar la ciudad que está a sus pies “muellemente tendida en la llanura”.(1)

¡Miren! Al lado del cerro Volador está el Estadio; atrás, el cerro Nutibara; arriba del Estadio está el barrio La América; después de La América se ve el barrio Belén; y, detrás de Belén, Morro Pelón o Cerro de las Tres Cruces.

Los cerros tutelares de occidente, junto con el Cerro del padre Amaya que no vemos porque está en la vereda Palmitas de San Cristóbal. Ni el de Morro Pobre o Cerro de los Adventistas en La Castellana, que no cuenta porque es apenas una colina.

La vista panorámica de la extensamente poblada ciudad es imponente; y, después de contemplarla, los viajeros siguieron su recorrido hacia el predio lechero de los hermanos Federico y Hernán Velásquez Restrepo en el corregimiento bellanita de San Félix.(2)

Al caer la tarde, sentados bajo los pinos, y cobijados por un frío calador, los hermanos conversaban con su invitado Orlando Ramírez Casas.(3) Un vaho de espesa neblina se colaba por entre las ruanas, y una fumarola acompañaba sus palabras. El tema era, como es frecuente en hombres de su edad, aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Los dientes castañeteaban, y los Velásquez no tuvieron que rogar al invitado con la propuesta:

¡Tomémonos un aguardiente! 

Hicieron ademán de brindis, y Orlando se dejó venir con la pregunta:

¿Es cierto que sus abuelos fueron dueños del antiguo Belén de Otrabanda?

Federico, el menor, miró a su hermano:

Sí lo fueron, pero el que sabe de eso es Hernán, puesto que de niño acompañó los recorridos que hacían, a pie y en bestia, por caminos finqueros de lo que hoy son barrios de La América y Belén. A mí no me tocó.

Entonces fueron terratenientes, con tantas propiedades –dijo Orlando.

Terratenientes cuya riqueza no llegó a nosotros porque la fortuna cambió de rumbo, y las tierras cambiaron de dueños –respondió Hernán.

Hernán Velásquez Restrepo es un hombre de 75 años y contextura media, más delgado que grueso. De estatura mediana, coronada por una calva raleada de canas, y un cartapacio de recuerdos que afloran al menor estímulo. Al empezar a hablar, puso ojos de nostalgia y dejó ir la mirada hacia el pasado. 

Es hijo de don Ezequiel Velásquez Medina y doña Aura Restrepo Velásquez; parientes lejanos que no necesitaron dispensa para casarse. Cuando nacieron los padres de Hernán, partes de La América y Belén habían sido urbanizadas, y lo de las fincas había venido a menos. Sin embargo sus abuelos, que conservaban algo de esas tierras, le contaban al nieto sobre los tiempos que les tocó vivir en la niñez.

Sólo Belencito se dividió en tres propiedades de doña Camila Tobón Castilla, la esposa de don Enrique Sanín Arango (hoy Convento de la Madre Laura); doña Margarita Posada Amador, esposa de don Ignacio Vieira Jaramillo y nieta de don Carlos Coroliano Amador (Barrio Santa Mónica); y los que le vendieron a los Adventistas del Colegio Colombo Venezolano, Gilberto y Emiliano Sierra Velásquez, llamados “Los gavilanes” (Urbanizaciones Laureles Campestre, Plaza Campestre y Río Campestre),(4) de los mismos Velásquez de nosotros.

Contanos pues, Hernán, lo que sabés sobre estos barrios que antes andabas a caballo, y ahora recorremos en automóvil por vías pavimentadas. ¡Contá, pues!

2 ENCIMA DEL BATOLITO DE ALTAVISTA

Aunque en 1803 el Cabildo aprobó la erección del Partido de la Iguaná, desmembrándolo de La Culata (hoy San Cristóbal) y dando comienzo al poblamiento del occidente de Medellín, la urbanización masiva sólo se dio a mediados del siglo XX:(5) 

Hacia 1940-50 la ciudad se vuelca a la Otra Banda e incorpora tempranamente dos aldeas, La América (antes La Granja) y Belén (antes El Guayabal), que se habían desarrollado durante el siglo XIX. Posteriormente incorporará a Robledo, Bello, El Poblado, e Itagüí; y está en proceso de incorporar a Envigado, Sabaneta y San Cristóbal. Estos tenían ya una estructura parecida a la del viejo Medellín y a la de los nuevos barrios: una plaza con iglesia y unas pocas calles alrededor”.(6)

Belén y La América dejaron de ser corregimientos para convertirse en barrios según el acuerdo 142 de 1938 del Concejo de Medellín, pero devolvámonos un poco en la historia para explorar el territorio, Orlando.

Los territorios, Hernán, son como bulbos de cebolla de los que uno sólo ve la última capa cubierta de tierra, pero a medida que va quitando capas van apareciendo otras, y otras, y otras, hasta llegar al corazón, ¿No te parece?

Tu ejemplo encaja, y uno a medida que quita capas, de generación en generación, no deja de llorar por el pasado, echándole la culpa a la cebolla.

Esta tierra se asienta sobre una gran roca volcánica que los geólogos llaman “Batolito de Altavista”, una placa pétrea con área equivalente a un cuadrado de 9 km de lado, situada “entre el Barcino del valle de la quebrada doña María y el barrio de Belén”. Esta placa es “una inmensa roca ígnea intrusiva de material de cuarzodiorita tipo boquerón, de aproximadamente 83 km2, formada hace millones de años en la edad eoterciaria del período cretácico...(7). Para cuando los aborígenes llegaron a asentarse sobre esta roca ígnea, ya estaba cubierta por una gruesa capa de tierra y vegetación, lo que les permitió tener sembrados de pan coger para vivir (fríjol, arracacha, maíz, legumbres), hasta que los españoles se apoderaron de sus tierras y los exterminaron. En este tiempo, de antes y después de Cristo, la placa intrusiva lo que ha hecho es cambiar de dueños.

De dueños sí cambió, Hernán, pero no siempre de forma pacífica y con firma de escrituras. A veces a punta de flecha y bala, sellada con sangre.

Se dice que “Hace 10.500 años el Valle de Aburrá era recorrido por tribus de cazadores y recolectores, y cuando llegaron los conquistadores españoles en 1541 encontraron asentada una población nativa numerosa, que opuso poca resistencia. Eran aburraes, yamesíes, peques, ebéjicos, noriscos, y maníes; que, se calcula, estaban allí desde el siglo V a.C”.(8) 

Poca resistencia no opusieron, Orlando, sino mucha; pero estaban en desventaja al cruzar flechas con balas, lo que equivale a armarse uno con un palo de escoba para enfrentar a un elefante furioso.

Los españoles que llegaron al Valle de Aburrá, “veinte infantes de a pie y doce hombres de a caballo”, fueron atacados por indígenas en una guazábara que duró tres horas “É aquel mismo día, en la tarde, los naturales se tornaron á rehacer é se juntó un escuadrón de fasta tres mil indios é vinieron fasta junto al pueblo que echaban los dardos é tiraderas dentro dél; y como el dicho Jerónimo Luis Tejelo vio que los indios tornaban, dejando recado en los heridos con la demás gente, salió otra vez á los naturales, é tuvo con ellos otra guazábara, que duraría hora y media”.(5) O sea que muy a la entrada del valle había un caserío donde los indígenas tenían sus “asientos viejos”, y desde donde echaron dardos y tiraderas a los intrusos. Si tres mil hombres dotados con armas conocidas, son incapaces contra treinta y dos barbados que traen caballos y truenos desconocidos, eso sí es como para desanimar al más valiente, y no queda otro remedio que el suicidio o la esclavitud. Eso hicieron, y así acabaron.

Me ha dado por pensar, Hernán, que si los indígenas fueran fuertes y numerosos podrían declararnos la guerra para recuperar lo suyo. No sería la primera vez que esto ocurriera. Ya pasa entre israelíes y palestinos, que desde mediados del siglo XX se disputan el mismo territorio… Qué digo… ¡Desde hace siglos de siglos!

En juicio que en 1543 le hicieron al mariscal Jorge Robledo en Valladolid por desacato al gobernador Sebastián de Belalcázar, hizo relato de sus andanzas y adujo que “los indios de estas provincias estaban muy rebeldes y no quisieron venir de paz y por no les hacer guerra no quise entrar en ellas y pasé al río grande de aquella banda sin riesgo alguno”. Robledo desistió de perder tiempo en estas cercanías, por haber encontrado “grandes casas abandonadas y caminos tajados en roca… y quienes los habían fecho debía ser mucha posibilidad de gente”.(5)

Robledo no fundó ciudad en el Valle de Aburrá porque no encontró oro, porque la quería más distanciada de Belalcázar, porque no tenía suficiente gente para fundar dos ciudades, y porque los aburraes opusieron mucha resistencia.(5)

Al rematar la avenida 33 por el occidente, y por culpa de un caballo que se fue a un hueco, excavadores urbanos del cerro de los Adventistas encontraron en el 2010 unas tumbas indígenas. “En una yacía el esqueleto casi desintegrado de un hombre, que vivió hacia 1540. Fue enterrado en posición fetal con un volante de huso, instrumento que usaban para transformar el algodón en hilo… Todo reafirma la tesis de que los antiguos habitantes de este valle eran tejedores y agricultores… para los historiadores y estudiosos de la cultura es un verdadero tesoro que permite conocer cómo vivían los antepasados”.(9)

Era 1540 y, cuando murió, estaba a menos de un año de la llegada de los españoles, Hernán. Se escapó por poco de morir de “guazábara” y de que los españoles “comieran del muerto”, forzados por su necesidad de proteínas.

La primera vez que los vieron, los aburraes se enfrentaron a los españoles. En la ferocidad del encuentro pelearon tan furiosamente con sus flechas que fueron “capaces de matar y comer del muerto”, como solían hacer con sus enemigos; pero, al verse perdidos, optaron por ahorcarse con sus maures, porque no querían ser esclavos de los barbados que blandían truenos. Los indígenas enterraban a sus difuntos en promontorios, para que sus huesos pudieran quedar más cerca de los dioses y descansar en paz. Los españoles también “mataron y comieron del muerto”. Con perdón del Señor, no era cosa de dejarse “morir de hambre junto a la fuente”, habiendo tanta comida que se comerían los gallinazos o los gusanos.

¿Cómo llegaron los españoles a estos lados, hombre Hernán?

Siguiendo el río grande de Santa Marta Magdalena o río Cauca desde Cali, aquel que los indígenas llamaban Bredunco, el mariscal Jorge Robledo llegó en julio de 1541 al pueblo de Amagá, cerca del que los indios beneficiaban un ojo de agua salina, “que se dice en su nombre `Murgia´ e nosotros le pusimos `de la sal´…”.(10) Luego se apodó “de las Sepulturas” por encontrar guacas o tumbas de barro enterradas en una colina que “ocupaba más de una cuadra cuadrada en el alto llamado del Tablazo”. Con el tiempo se llamó “Guaca”, y después San Rafael de Heliconia, por la parroquia allí asentada.(11) 

A Heliconia lo tenemos detrás, Hernán. Basta subir por Altavista el curso de la quebrada Buga, o por Aguas Frías el de la quebrada La Picacha, y desde el cerro de El Barcino se ven las montañas de Guaca. Nosotros vamos allá en carro, pero los indígenas iban y venían a pie, como si nada.

Por Altavista aún se ve un pequeño tramo de la vía trazada por los indígenas y empedrada con lajas. Camino de aquellos que describía Pedro Cieza de León como “de piedra tajada, hechos a mano, más anchos que los del Cuzco”.(10)

3 LLEGARON LOS BARBADOS

El mariscal Robledo mandó a Jerónimo Luis Tejelo con sus treinta y dos hombres, y estos subieron por el Alto de las Cruces-Quebrada Larga-El Barcino y Altavista para descubrir el valle de Aburrá de los yamesíes, la tribu que lo habitaba. Al bajar desde El Barcino hacia el río que veían correr de sur a norte por el valle de los aburraes, en cercanías del cerro Nutibara y aproximadamente donde hoy está el aeropuerto Enrique Olaya Herrera, fueron atacados y pidieron auxilio al mariscal Robledo que se vino “con todo el Real”, o sea con todos sus hombres, a prestar apoyo para vencer a los nativos parapetados en sus “asientos viejos”. 

O sea que el primero en llegar fue Tejelo, pero luego vino el mariscal Robledo con toda su gente y aquí acamparon, ¿Verdad?

Acamparon por casi un mes durante el que el capitán Diego de Mendoza fue enviado en busca del “dorado” con los tesoros de Arví, que sospechaban en ruta traversa hacia el río grande de Santa María la Magdalena, que los indígenas llamaban Yuma; pero se regresó del Valle de San Nicolás de Rionegro, por haber encontrado nada de oro y “mucha posibilidad de gente”. Sardella dice que “se partió de aquella provincia de Aburrá otro día después de San Bartolomé”,(10) por lo que el Valle de Aburrá fue rebautizado con el nombre del santo el 24 de agosto de 1541, un día antes de la partida. Durante la permanencia se reporta la misión por veinte días de la expedición de Diego de Mendoza, y la decisión de Robledo de regresar al río Cauca, ya que había venido a buscar oro y no lo encontró. Dos meses y medio después fue la primera fundación de Santa Fe de Antioquia, pero esa ya es otra historia.

Algunos historiadores confunden entre sí a Álvaro de Mendoza Carvajal y a su primo Diego, que venían con Robledo; y los confunden con Alonso de Mendoza Carvajal, encomendero de Tubará cerca de Cartagena. Son parientes, pero son distintos. 

En resumidas cuentas, el ingreso de los españoles al Valle de Aburrá se produjo por donde hoy es Altavista de Belén, y de eso no hay duda.

Sí la hay, pero esa es la hipótesis más aceptada.

El Valle de Aburrá estaba dividido en dos: la banda derecha del río, hacia las montañas de oriente; y la banda izquierda, la otra banda, hacia las de occidente. Para 1574 La Real Audiencia concedió a don Gaspar de Rodas merced de tres leguas de tierra entre montañas, desde el Ancón de La Estrella hasta el de Barbosa en El Hatillo, suficientes para ser considerado el primer dueño hispano de “la bella villa”.

Antes de ser de tus abuelos, La América y Belén fueron de don Gaspar de Rodas, ¿es cierto, Hernán?

Lo es. Y después fueron de don Alonso López de Restrepo Méndez, mi antepasado.

También mío, pues tengo sangre de Restrepo. Según el Dr. López de Mesa, “todos los antioqueños somos primos”. Los apellidos se cruzan unos con otros.

Hay quien dice que, a la hora de la verdad, todos tenemos como trastatarabuelos a un conquistador español y una indígena de la servidumbre; y entre los ancestros vergonzantes a un cura doctrinero y una esclava.

El apellido Restrepo tiene un solo origen: don Alonso López de Restrepo Méndez y don Marcos López de Restrepo Águila, dos primos llegados de España al Valle de Aburrá en 1646, que estuvieron en el gabinete de gobierno de don Miguel de Aguinaga en 1675 cuando se dio inicio a la vida política de la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín. Don Marcos no tuvo bisnietos hombres, sólo bisnietas, y hasta ahí llegó el apellido por parte suya. Los demás Restrepo descienden de don Alonso, propietario en la otra banda del Valle de Aburrá. 

Dicen los taxistas, muy chistosos, que “en Medellín hay más hoyos, que Jaramillos”; y yo creo que hay más Restrepos que Hoyos.

En cuanto al apellido Velásquez en la Otrabanda, su origen pudo ser el primer marido de doña Marcela de la Parra y Márquez de Fontidueña, apodada “la cacica”, quien por haber sido su dueña dio primer nombre hispano al Cerro Nutibara.(12)

Es posible que nuestro Velásquez venga del condueño del “Cerro Marcela de la Parra”, hombre Orlando, pero de eso no estoy seguro.

Pudo ser ese Alonso Velásquez de Obando Mera, que venía del viejo Arma y se casó con doña Marcela en 1645; u otro descendiente del capitán Alonso de Velásquez que en 1544 era regidor de la recién fundada Santafé de Antioquia. 

Es que el de Arma desciende del de Santafé. Son de los mismos. Doña Marcela es conocida como terrateniente de la Otrabanda del Valle de Aburrá y figura como hija de la mestiza Leonor Márquez de Fontidueña en su primer matrimonio con el tunjano Juan de la Parra, padre por adopción; pero el correo de las brujas la atribuye al cura doctrinero del resguardo de San Lorenzo, el padre Facundo Ramírez Herrera, rico hacendado a quien algunos llamaron “Padre Fecundo” por sabérsele de por lo menos ocho hijos tenidos con distintas mujeres. Todo se sabe y nada hay oculto bajo el sol.

Con el correr de los años el padre Facundo llegó a ser hombre de gran fortuna económica, poseyendo una estancia de pan y caballería en el Valle de Aburrá con 26 esclavos… En los estudios genealógicos realizados por Rodrigo Escobar Restrepo aparece el padre Ramírez Herrera cuando en 1647 da 500 pesos de dote a Marcela de la Parra Márquez para su matrimonio con Alonso de Velásquez y Obando Mera, con quien vivía en amancebamiento desde 1641… a quien también autoriza el padre Facundo para recoger todo el ganado que le debían por concepto de diezmos, situación que solamente tiene explicación por ser Marcela una hija espuria del citado cura con la mestiza Leonor Márquez de Fontidueña… Lorenza de Herrera también ha sido considerada como hija del presbítero Facundo Ramírez Herrera habida en una mestiza de apellido Rodríguez, la que recibió de parte del cura unas tierras en Altavista por 1657 o 58 cuando ésta casó con Juan Gil, apodado El Mozo, hijo natural del portugués Juan Gil González en una esclava de Juan Pérez Montilva…”.(13)

El padre Facundo testó y murió en Santafé de Antioquia, en 1665; y, según registro eclesiástico de defunciones, su hija Marcela también testó y fue enterrada en la Villa de Aburrá el 6 de noviembre de 1691.(5)

En conclusión, la fortuna de Velásquez venía de doña Marcela, y la de ésta venía del padre Facundo, ¿no?

Eh, ¡Qué chismoso sos vos! Pero aclarame una cosa, Orlando, si doña Marcela de la Parra nació en 1620 en la encomienda de Guayabal, y su padre biológico fue el padre Facundo; él debió ser el primer cura doctrinero del resguardo establecido en 1616 por don Francisco de Herrera Campuzano, ¿No creés? 

El padre Baltasar de Pereyra y Orrego era cura doctrinero por encargo en la encomienda de don Alonso de Rodas Carvajal, con quien tuvo pleito por cobro de estipendios; pero sólo estuvo hasta la visita de don Francisco Herrera Campuzano en marzo de 1616, cuando asumió en propiedad el padre Facundo Ramírez Herrera que levantó la capilla de Guayabal y ejerció hasta 1622, fecha en que volvió el padre Pereyra. A partir de 1626 aparece el padre Lorenzo de Cortés y Figueroa, hasta 1630 en que fue nombrado cura de Santafé de Antioquia. Lo sucedió el padre Juan Gómez de Ureña y Pimienta Valeros cuyos hermanos Antonio, Miguel, y José, se destacaron en la vida pública; mientras sus hermanas María, Ana Catalina, y Margarita, se destacaban por sus matrimonios en lo social. Fue el padre Juan el que en 1646 solicitó permiso para cerrar la capilla del resguardo de San Lorenzo en Guayabal y trasladar su ministerio a una nueva capilla al pie del cerro de las sepulturas del Sitio de Aná, puesto que por haberse desbandado ya tenía más españoles que indios en su doctrina. Tengo entendido que el Padre Tomás Francisco de Arnedo Paladines también fue cura por encargo en el poblado de San Lorenzo de Belén o Guayabal.(5) 

Para reponer la que había robado en San Jerónimo de los Cedros, robó don Alonso de Rodas Carvajal una custodia en la capilla de Guayabal.

Capilla que se desplomó por abandono en 1720. ¡Ay, si los escombros y las piedras hablaran!

A esta primera capilla de Guayabal, que antecedió a la iglesia de Nuestra Señora de Belén, siguieron otras. Al empezar el siglo XIX había algunas capillas viceparroquiales para descentralizar los servicios religiosos; como la de San Francisco Javier, que quizás sea el origen del nombre del barrio San Javier; la de Jesús, en el Salado de don Juan Correa, que quizás sea el origen del barrio de El Salado; la de la Asunción, en Guayabal; la de San José, en las Playas; la de los Dolores, en la Iguaná; y las de los Dolores, San José, y San Antonio, en Altavista; algunas de ellas bendecidas o inauguradas por el padre Lorenzo Castrillón a finales del siglo XVII.(5) 

No figuraba todavía la capilla de la Virgen de Belén en la finca que fue de don Carlos Coroliano Amador, luego de doña Camila Tobón de Sanín, y finalmente de las Hermanas Lauritas. Para diferenciarla de la iglesia de Belén, la capilla fue llamada Belencito, y dio nombre al barrio que creció a su alrededor.

La capilla de San Antonio en el corregimiento de Altavista dio nombre al sub-barrio que aún existe, y no debe confundirse con el caserío en el resguardo de La Estrella dedicada a San Antonio en el sitio de El Prado, ahora corregimiento de San Antonio de Prado de la ciudad de Medellín. 

En el libro de bautismos del padre Lorenzo Cortés de Ordaz aparece una partida que dice que “bautizó y puso óleo y crisma en el sitio de San Antonio de Aburrá a una niña nacida el 18 de mayo de 1648, a quien llamó María Gertrudis, hija legítima del capitán Antonio Zapata de Múnera y de doña Ana María de Toro Zapata. Fueron padrinos el capitán Diego Beltrán del Castillo y Jerónima de la Fuente”.(5) Allí se realizó el bautizo por ser la residencia del capitán Zapata, y este San Antonio viene a ser el de Altavista.

El padre Tomás de Zafra también estuvo bautizando en Belén. ¿Vos sabés si vivió en el alto que lleva su apellido y da nombre a uno de los barrios de la actualidad?

Algunos dicen que el nombre del alto viene del corte de la caña de azúcar; pero no, nada tiene que ver. Le viene de un antecesor del cura.

El camino de Altavista por el cerro del Barcino, hollado por los indígenas, bordea la montaña donde se asienta el barrio nombrado “Zafra” por haber sido del nuevo esposo de doña Juana Taborda, la joven que don Gaspar de Rodas convirtió en viuda sin hijos del viejo Francisco Moreno de León, viuda que en 1563 casó en segundas nupcias con don Fernando de Zafra Centeno.(14) Con el tiempo la herencia del difunto se pobló de casas a lado y lado de la vía que pasa por “Antonio José de Sucre” y “Tenche”. Otros caminos poblados a los lados conducían por La América a la Loma de San Cristóbal, pasando por el “Salado de Correa” y San Ciro de Aná o Robledo hacia San Sebastián de Palmitas en San Cristóbal, que era la vía natural para llegar desde el Valle de Aburrá a Santa Fe de Antioquia. Los caminos se bordearon de casas pero lo demás eran fincas, bautizadas por sus dueños, que dieron nombre a los urbanizados barrios de la actualidad.

En el “Salado de Correa” de San Javier, que hoy se llama barrio El Salado, tienen origen las quebradas La Salada y La Saladita que caen a La Hueso.

El nombre le viene de don Juan Correa de Soto y doña Catalina Durán, de Extremadura, que en 1675 figuraban en el sitio de Guayabal como poseedores de tierras en el Valle de Aburrá. Su hijo Pedro, casado en 1634 con doña Olaya Collantes, es tenido como tronco del apellido Correa en Antioquia.(12) 

4 TERRITORIO DE BELÉN

Hay divergencia entre historiadores, y yo me acojo a las tesis del Dr. Alberto Bernal Nicholls.(15) Vamos a asumir que “Otra Banda” es el occidente del Valle de Aburrá, margen izquierda del río Medellín, lo que sitúa a Belén y La América en Otrabanda. Para 1616 se fijó un poblado indígena en los alrededores del “cerrito redondo que hay en la mitad del valle”, con la primera capilla en territorio de lo que hoy es Medellín. Había otra en Copacabana, pero eso es otro cuento.

El cerrito tiene que ver, como lo tienen las quebradas Aguasal y de la Sal que caen al río Medellín. Según el Dr. Bernal, y tiene argumentos, la quebrada Aguasal no es la Santa Elena en oriente, sino la Hueso en occidente.

Los límites del resguardo que don Francisco Herrera Campuzano señaló en marzo 2 de 1616 “a los dichos indios de la población de San Lorenzo de Aburrá y para sus sucesores por términos y resguardos; para sus rozas, labranzas y sementeras; ejidos, propios, pastos, y baldíos; y para sus bestias y ganados y crianza de ellos” fueron: “…Desde la quebrada que llaman de Agua Sal, que está de la otra banda del dicho río de Aburrá, hasta donde entra y se junta con él; y el dicho río de Aburrá arriba hasta el mogote o cerrillo redondo que está en medio de dicho valle; y del dicho cerrillo, a dar al sitio de la casa de Antón; y de allí, al sitio que llaman “de los asientos viejos” de los indios de Aburrá, que llaman el Guayabal; y de allí, cortando el Bermejal; y de allí, todo el camino adelante que va al Ancón de los yamesíes hasta llegar a la quebrada que llaman de La Sal, que baja del dicho Ancón; y toda la dicha quebrada desde el dicho camino hasta donde se junta con el dicho río de Aburrá; y de allí el dicho río arriba hasta llegar a la cumbre y nacimiento de él; de allí, volviendo por las cabezas del dicho valle y lomas y cumbres altas, hasta caer otra vez al primer lindero de la dicha quebrada de Agua Sal, hasta donde se junta con el dicho río de Aburrá, aguas vertientes a él y a la población debajo de los linderos dichos”.(5) 

Todo indica que este resguardo estaba marcado “por el mogote o cerrillo redondo que está en medio de dicho valle” de Aburrá, y que esta descripción corresponde al Cerro Nutibara, ¿no te parece, Hernán?

En Belén estuvo este poblado desde 1616 hasta 1646, en que le fue asignado como resguardo el territorio de La Estrella a los indígenas, y al cura doctrinero se le autorizó traslado al sitio que con el tiempo sería “villa”, por ser caserío de españoles. La corona española prohibía, por razones de seguridad, que los españoles y su servidumbre indígena y esclava (negros, zambos, mulatos) vivieran en el mismo lugar, aunque estaba claro que debían estar cerca para poder prestar los servicios demandados. Eso de si El Poblado original quedó en la banda derecha del río, o en la otra banda, sigue siendo objeto de debate. 

Para finales del siglo XIX el territorio de Belén y La América perteneció, principalmente, a dos familias. De una parte, el bisabuelo materno de don Hernán, don Ricardo Restrepo Muñoz, cuyas propiedades iban por el occidente desde Belencito en La América hasta la Loma de San Cristóbal, lindando con propiedades de las familias Paniagua y Álvarez del Pino. Tuvo pocos herederos: el médico Emilio Restrepo Maya y su hermana Teresita fueron unos; además del abuelo de don Hernán, don Ricardo Restrepo Maya, padre de doña Aura Restrepo Velásquez, casada con don Ezequiel Velásquez Medina. 

Esos Paniagua, ¿tienen que ver con los de la Banda Paniagua de San Javier?

Los Paniagua eran descendientes del español don Juan Flores de Paniagua y sus hijos Carlos y Cristóbal; y los Álvarez del Pino, descendían de don Pedro, el hispanoascendiente de don Mateo Álvarez del Pino Tabares y su hijo el capitán Mateo Álvarez del Pino Lezcano. Las familias Paniagua y Álvarez del Pino emparentaron entre sí. Álvarez y Paniagua fueron pioneros en dar libertad y tierras a sus esclavos; por lo que estos, en agradecimiento, adoptaron sus apellidos y dieron origen a una numerosa afrodescendencia de Álvarez y Paniaguas en la Loma de San Javier o San Cristóbal; y en el barrio que bordea la quebrada la Madera, en Bello.(16) 

Lo que significa que la banda recibió el apellido Paniagua por adopción.

Por su parte los Restrepo se dividieron en dos ramas distinguidas con los apodos de “Platanares”, los de la línea recta; y “Pachereques”, los procedentes por línea paterna de don Juan José Tomás de Restrepo, hijo del padre Juan Ambrosio López de Restrepo y la negra Pacha; y por la materna descendían de doña Lorenza, que era Zamora por adopción e hija biológica del padre José Jerónimo de Betancur y Velasco con doña Lorenza López Atuesta y Correal de Ocampo, pariente política de un hermano del padre Juan Ambrosio. Hay otra línea de Restrepo por adopción, puesto que los esclavos del Dr. José Félix de Restrepo Vélez, impulsor de la ley de libertad de los esclavos; y del padre Cristóbal, su hermano; adoptaron el apellido y dieron origen a los llamados “Restrepo curas”, por ser el esclavo liberto José Vicente de Restrepo sacristán del padre Cristóbal en la iglesia de Santa Gertrudis en Envigado. El sacristán José Vicente, de nombre original Abdul-Alí, siendo Príncipe Heredero del Reino, fue raptado por unos traficantes de esclavos en Sudán o Nigricia (África).  A la muerte del Rey, sus súbditos lo descubrieron en Envigado y mandaron comisión para llevarlo a que asumiera la corona. Él se negó:(16)

Prefiero morir como esclavo liberto en tierra de cristianos, que reinar en tierra de paganos” –dijo, y abdicó al trono.

Cuenta el padre Jesús María Mejía que José Vicente fue contratado para la parroquia de Santa Gertrudis de Envigado por el primer párroco, su ex amo.  A sus descendientes Nemesio Restrepo, padre de “la Conga” Gertrudis; y Víctor Restrepo, hijo de la Conga; los llamaban “los Restrepo curas”, por tener origen en aquel manumiso del padre Cristóbal.(16)

A mi modo de ver, y a diferencia de otros Restrepo, no eran numerosos los Restrepo Maya de Belén; pero Restrepos y Velásquez se cruzan de manera macondiana y bíblica, puesto que los nombres de Ricardo, Ezequiel, Eliécer, Eleázar, y Eliseo, se repiten de una generación a otra con esos apellidos.

Lindando con los Restrepo estaban los Velásquez, cuyas propiedades iban desde La América hasta los barrios de Altavista y Granada en Belén. Fincas que en algún momento fueron propiedad del tras-tátara-tatarabuelo José Antonio Velásquez Toro, casado con Micaela Tamayo Peláez; y de ellos pasaron al tras-tatarabuelo Francisco, y a su esposa María Ramona Maya Posada; que pasaron, entre otros, al tatarabuelo Sinforoso, casado con Concepción Gaviria Castro; de estos al bisabuelo Ángel, casado con María Josefa Posada Estrada; de estos al abuelo Ezequiel, casado con Elena Medina Restrepo... Don Ezequiel Velásquez Posada tuvo 14 hermanos (Rafael, María Elena, Eleázar, Alfonso, Francisco, José Joaquín, Limbonia, Ana Josefa, Clara, Obdulio, Daniel, Darío, Ángel María y Eliseo) y las propiedades, por lo tanto, se fragmentaron.(17) 

Una de estas fragmentaciones fue la finca “Granada”, que perteneció a tu abuelo y a sus hermanos, ¿Verdad, Hernán?

El barrio Granada recibe su nombre por la finca que fue de los Velásquez; y en 1936 el abuelo Ezequiel, junto con su hermano Obdulio Velásquez (Posada), donaron el terreno y construyeron el colegio San Juan Bosco de las Hermanas Salesianas de María Madre Mazzarello. Ellos las trajeron a Belén, y las tuvieron en una casa sobre la calle 30, luego en la de Bernardo Velásquez en el parque, y finalmente las instalaron en el Barrio Granada.

Donde están los barrios Los Almendros y El Nogal, al lado del cementerio de Belén, tuvo tejares don Ezequiel Velásquez (Posada), padre del segundo Ezequiel Velásquez (Medina) y sus veinte hermanos, con lo que las propiedades quedaron no digamos fragmentadas sino atomizadas. Doña Elena Medina Restrepo, la esposa de don Ezequiel Velásquez Posada, era hija de don Germán Medina, de los Medinas propietarios de tejares que eran “dueños de toda la parte de Belén desde lo que hoy es la Universidad Pontificia Bolivariana hacia Tenche, al pie del cerro Nutibara, donde era el matadero de ganado de la ciudad”. 

De los de Francisco “Quico” Medina que en 1965 se veía ordeñando, vestido de sombrero de paja y alpargatas, carriel terciado y ruana, en su potrero de la quebrada “Altavista” con cra. 76, conocido como “manga de los Medina”.

Claro que hubo también otras familias que fueron adquiriendo terrenos, como los Cuartas y los Cadavid de los tejares; o los Sierra "Gavilanes", de La América.

Es que los Gavilanes, Gilberto y Emiliano Sierra, tuvieron propiedades por lo Velásquez. Doña Celia Velásquez Orta, la esposa de don Eduardo Sierra Echeverri, era tataranieta de don José Antonio Velásquez Toro y doña Micaela Tamayo Peláez; y nieta de don Rafael Velásquez Restrepo y doña María Fernanda Maya Posada. 

El Sr. Rafael Velásquez Restrepo, del corregimiento de La América, solicitó permiso para edificar una capilla a la Virgen de los Dolores en terreno donado por él, porque las parroquias de Belén y de Robledo distaban de ese lugar. El permiso fue concedido el 14 de abril de 1869 por el obispo Valerio Antonio Jiménez”.(18)

Los Velásquez dieron nombre a calles que llevaban a sus fincas. La carrera 84 se conoció como “Calle Velásquez Restrepo”, la 85 como “Calle Emiliano Sierra Velásquez”, y la 90 como “Calle Ulpiano Echeverri Velásquez”.

En Caldera de Atacama en Chile hay una calle en homenaje al misionero franciscano Juan de Dios “Crisógono Sierra Velásquez”, apodado “El Padre Negro” por el contraste de su piel oscura con la blancura de la hostia, que llegó a Chile procedente del barrio Robledo de Medellín. Es de otros Sierra y de otros Velásquez, según creo.(19)

Aunque genealógicamente Mayas y Amayas son los mismos, tu trastararabuela María Ramona Maya debió ser de los propietarios en Otrabanda, por matrimonio con los Álvarez del Pino, Hernán.

En el siglo XVIII doña María Álvarez del Pino Lezcano, hermana del capitán Mateo, se casó con don Juan José Maya Acevedo y tuvieron tres hijos: Salvador, continuador directo del apellido; María, continuadora indirecta; y el padre Manuel Ignacio A. Maya Álvarez del Pino, “que se firmaba Pbro. Manuel Amaya, anteponiendo una A a su apellido, y estaba emparentado con las mejores y más poderosas familias del Valle de Aburrá. Era dueño del cerro más alto de esta jurisdicción”.(20) El padre Amaya recorría en mula el camino desde Santafé de Antioquia hasta su predio de la Loma de San Javier; y cuenta la leyenda que un día venía cargado con oro en la faltriquera y se perdió en el cerro “El Moral”, de su propiedad, fragoso monte en límites de San Cristóbal con San Antonio de Prado al que, tras infructuosa búsqueda, siguieron llamando “Cerro del Padre Amaya”.(20)

Muchas cosas pasaron antes de que el 23 de abril de 1880 una creciente de la Iguaná le cambiara el nombre a “San Ciro de Aná”, cerca de la actual Cuarta Brigada del Ejército, y don Manuel José Álvarez Carrasquilla lo reconstruyera en lo alto con el nombre de Barrio Jorge Robledo. 

En Otrabanda había caseríos, pero el desarrollo vino a impulsarse por tres grandes motores: el transporte, con el tranvía eléctrico para la América y Belén en los años de 1920; el mejoramiento de vías, con la pavimentación; y la construcción de la Universidad Pontificia Bolivariana en los 40, proyectada para financiar con la venta de lotes aledaños urbanizables. Laureles y San Joaquín vienen de ese proceso ajustado al Plan Piloto de Valorización que incluyó el trazado de la avenida a Belén (calle 33), el de las avenidas universitarias (Bolivariana y Medellín), el de la avenida Nutibara (de Bulerías a Tarapacá), y “prácticamente se proyectó urbanísticamente el occidente del río Medellín”.(5)

5 PASO A LA URBANIZACIÓN DE BELÉN

Al proyectar la Avenida Bolivariana, que conduce de la calle San Juan hasta el parque de Belén, “Se hizo el trazado, pero no la obra, por dificultades insalvables con los dueños de las fajas”.(21)

En esos tiempos el progreso era lento. Aunque en 1890 hubo una planta de 50 teléfonos para servicio de lo que conocemos como el centro de la ciudad, apenas en 1919 se amplió a 3.000 líneas que llegaron hasta Acevedo, Envigado, El Poblado, y Caldas; pero los barrios del oriente tuvieron apenas unos pocos y los de Otrabanda no estaban incluidos, puesto que la masificación del servicio se dio apenas en la década de 1950.(5)

En 1919 la Honorable Junta de Fomento de la fracción de Belén solicitó al Concejo Municipal el tendido de líneas de energía eléctrica para el corregimiento, entendiendo como tal los alrededores del parque. Respondieron:

Estése a lo resuelto por el Concejo en sesión de 26 de agosto de 1919, esto es que se aplace hasta la inauguración de la Planta Hidroeléctrica de Piedras Blancas el suministro de energía eléctrica para las fracciones”.(22)

O sea que los servicios del centro de la ciudad tardaron en llegar a Otrabanda.

Había servicios, pero incipientes. Los construyó la misma comunidad.

Otra cosa era el suministro de aguas por particulares, antes de que entrara el municipio a regular, porque en Belén había contrabando y abuso:

Toman agua los que poseen títulos de propiedad en sus escrituras que dicen `tiene derecho al agua´… y toman agua muchos más, sin títulos ni derecho… los que toman en las dos derivaciones hechas antes de llegar a los Depósitos tapan la acequia principal en tiempo seco, y dejan sin agua la mayor parte del pueblo… por poseer los comuneros un viejo y deteriorado acueducto común para la conducción de agua a la cabecera, que nadie repara, y porque los aparceros se echan lo más que pueden, con perjuicio de los predios sirvientes… pero en verano el caudal escasea y el agua la acaparan los predios dominantes de suerte que el Distrito deja de recibirla para cuatro fuentes que tiene en las escuelas, tres en las calles, y una en la plaza… o porque, como los señores Velásquez, desean que se conserve el viejo acueducto destapado para regar sus fincas, y otros alegan que si se varía el acueducto no podrán llevar el agua a sus predios… ”.(22)

Don Ezequiel Velásquez Posada lideraba con la comunidad conversaciones que aún no se llamaban “mesas de trabajo”, y depuso sus intereses inmediatistas de finquero a favor del Municipio, para que éste asumiera el suministro de manera más amplia, condición que facilitó la posterior urbanización de ese sector.

Cuando uno lee la historia de La América y Belén, Hernán, encuentra parientes tuyos bien sea por lo Velásquez o por lo Restrepo.

O por lo Cuartas, o por lo Medina, o por lo Echeverri, o por lo Maya, o por lo Álvarez, o por lo Sierra, o por lo Cadavid. Todos estaban entroncados.

Por los lados del parque de Belén se tramitaba para 1919 la refacción o reparación de líneas privadas de acueducto y la integración con líneas de uso público tomadas de la quebrada La Picacha de Aguas Frías, con costos a dividir según la participación de los propietarios; lo que se desprende de lo solicitado por los vecinos, entre los que se encontraban los siguientes:

En Sept. 16 de 1918 se reunieron en esta inspectoría… Juan Pablo, Ángel María, Tomás, Salvador, y Ezequiel Velásquez; Misael Restrepo, Adriano Cadavid, Antonio J. y Marco A. Cuartas… el Distrito tomará razón de las pajas de agua… cada uno de estos se compromete a reconocer proporcionalmente los gastos que para arreglar la cañería correspondan… por la parte alta de Belén pasa la quebrada llamada `La Picacha´, que es capaz de abastecer muchas veces al pueblecito en cualquier tiempo…”.(22)

Más adelante aparece, en enero 25 de 1920:

Don Ezequiel Velásquez, por sí y como recomendado de los presbíteros Joaquín Peláez y Jesús Urías Gómez, y de la señora Sara Mesa… elevó a escritura pública la cesión de derechos de aguas a favor del Municipio, ya que se trata de un bien general… las mismas condiciones convinieron Antonio J. Cuartas y otros… Los señores Salvador, Tomás, y Ángel María Velásquez y el señor Adriano Cadavid dieron rotunda negativa de cesión… Se hace constar que el Sr. Marco A. Cuartas está ausente en una finca del río Cauca pero tan pronto como venga se le intimará para que concurra ante el personero… así mismo se hace constar que los herederos de Nicanor Upegui no concurrieron por espíritu de pusilanimidad… y que los Sres. Manuel Acevedo y Misael Restrepo residen en Medellín en los barrios de Quebrada Arriba y Guayaquil”.(22)  

Es curioso, Hernán, que para 1920 hubiera vecinos que no podían ser citados o no podían asistir al corregimiento de Belén porque vivían distantes ¡en Medellín!… en los barrios de Quebrada Arriba y Guayaquil. 

Curioso sí es, Orlando, pero hay que tener en cuenta que para 1929 la urbanización del barrio en terrenos de la cancha de fútbol Los Libertadores, que recibió el nombre de San Joaquín por la iglesia parroquial, estaba en veremos porque a la administración municipal eso le parecía muy lejos.

El personero municipal Horacio Tobar, y el gerente de obras públicas J. Mario Restrepo, dirigieron una carta el 24 de septiembre de 1929 a la Junta de Obras Públicas informándole que: “El Dr. Abraham Escobar A. a nombre del Sr. Joaquín F. Toro, ofrece ceder gratuitamente al municipio un globo de terreno para la construcción de casas higiénicas para la clase proletaria en el barrio San Joaquín de esta ciudad, y aunque la oferta es incondicional ya que no importa gravamen alguno para el Distrito de Obras Públicas, es nuestra opinión que no debe aceptarse porque dicho terreno, fuera de que es pantanoso, lo que hace costosa la edificación en él, está ubicado en un barrio muy apartado”, y luego agregan que “además está comprobado con casos recientes que esas cesiones gratuitas resultan gravosas para el municipio, unas veces por la calidad de las cosas cedidas, y otras porque éste no puede en un momento dado llenar las aspiraciones de los cedentes”.(22)

Eso está claro. “Nadie da una puntada sin dedal”. Si alguien regala alguna cosa, espera beneficios. Ni siendo bobo. Pero los personeros tenían razón porque para ese momento esos terrenos eran pantanosos por las avenidas del río Medellín en invierno, antes de que se hicieran las obras de canalización.

Los personeros hablaban con prejuicio por la lentitud de secamiento de los terrenos, puesto que la canalización del río fue propuesta en el Concejo de 1912. “Debió trabajarse en ella con eficacia, porque en 1925 se afirma que estaba concluida la mayor parte y se había dado al servicio en la margen oriental la avenida de Los Libertadores (Avenida Regional, de sur a norte)”.(5) Después se construiría la avenida de Los Conquistadores (Autopista al sur) en la Otrabanda.

Antes el río se desbordaba y se adentraba tanto formando playas, que había una laguna al pie del cerro que se conocía como “Charco del peñol Marcela de la Parra”. Allí los meandros del río daban la impresión de que el curso de éste no viniera de Caldas sino de la iglesia de Belén.(5)

El río en las crecientes arrastraba arenas que depositaba en los meandros occidentales, dando lugar al arenal conocido como “Las Playas”, en donde con el tiempo se construyó el aeropuerto Enrique Olaya Herrera en finca comprada a don Jesús Sierra Cadavid, como heredero de su padre don Jesús María “Pepe” Sierra.

Los descendientes del suplealcalde (1761) Silvestre “García” Cadavid Polé heredaron el tejar El Guamal de San Diego y el “Cerro Marcela de la Parra”, que entonces recibió el nombre de “Cerro de los Cadavides”. En 1927 lo vendieron a la  Sociedad de Mejoras Públicas que lo rebautizó “Cerro Nutibara”, poco antes de que la canalización del río lo alejara de Las Playas de Belén, homenajeando así a un cacique indígena cuyos dominios no estuvieron en el Valle de Aburrá sino por los lados de Dabeiba.

El matadero del cerro Marcela de la Parra o de los Cadavides, que tomaba aguas de la vecina quebrada Altavista, fue adjudicado en 1888 a los hermanos Pedro Nel, Tulio, y Mariano Ospina Vásquez, hijos del Dr. Mariano Ospina Rodríguez. En 1911 el matadero pasó al municipio con el nombre de un afluente que cae al río Nechí en límites de los departamentos de Antioquia y Bolívar.

Es un afluente al que el minero Antonio de Quintana “puso el nombre de Tenche, que ha conservado”.(23) Buscando oro en 1758 debió sacar algún pez barbado, de escamas pequeñas, parecido al tinca tinca; pez llamado “tenca” en latín tardío, o “tenche” en francés antiguo e inglés de la edad media, y de ahí debió tomar el nombre para el riachuelo.

Sos bueno para especular, pero tiene sentido. El Tenche del cerro Nutibara quizás venga del río, el río del pez, y el pez debió originar el escaso apellido del inglés Nicholas Tenche, que por no ser católico fue expulsado en 1627 de la isla de Tenerife en las Canarias.(24)

El nombre de Tenche no le fue dado por los hermanos Ospina Vásquez sino por unos trabajadores suyos de apellido Montes que “a principios del siglo XX, tras una furiosa creciente de la quebrada Altavista, la compararon con el río Tenche que nace en Santa Rosa de Osos y corre por Carolina del Príncipe, Guadalupe, y Angostura en el norte de Antioquia. Así, sin querer, bautizaron el sector(25) que se creyó tenía origen indígena con el significado de “río o agua bonita”, lo que algunos descartan porque no pudieron confirmar el uso de esa palabra entre las tribus que habitaron los alrededores.

6 ARRIBO AL SIGLO XXI

Con excepción del Corregimiento de Altavista, parte alta, que es una unidad político-administrativa separada; el Belén de hoy en sus 88.3 km2 tiene más de 160.000 habitantes y comprende los barrios que bordean la primitiva vía de ingreso de los españoles. Según registros, está compuesto por 22 barrios a saber:

Altavista baja - Belén parque - Diego Echavarría - El Nogal - El Rincón - Fátima - Granada - La Gloria - La Hondonada - La Mota - La Palma - Las Mercedes - Las Playas - Las Violetas - Loma de los Bernal - Los Almendros - Los Alpes - Miravalle - Nueva Villa de Aburrá - Nutibara - Rosales - San Bernardo.

En esa lista no están todos los barrios, Hernán, hay más.

Así es, Orlando, hay sectores que hacen parte de los anteriores.

Entre estos están Manzanillo y la Capilla del Rosario, de Belén Rincón. Urbanizaciones como El Rodeo, Rodeo Alto, Villas del Rodeo, Sol del Rodeo, Rayo de Sol, Marsella, Kalamary, Tierralta, Veleros, La Calleja, y otras. Sectores como Vicuña, Terminal, y Los Molinos. Además Los Sauces, Malibú, La Alameda, El Castillo, el Porvenir, La Nubia, Aliadas, Las Margaritas, Villa Café, Aguas Frías, y otros. 

Como Conquistadores, que era de Belén, y ahora es de Laureles; o Laureles, que era de La América, y ahora es comuna aparte; o los 28 habitantes de Tenche que viven en Belén y pertenecen a Guayabal.(25)

Son de cuatro familias con los apellidos Restrepo, Álvarez, Correa, y Ángel; que no por ser pobres dejan de estar relacionados con los apellidos tradicionales que poblaron a Belén.

Ahí están sólo los barrios de Belén, con las universidades Pontificia y de Medellín; ya que no incluye los de La América, con el Estadio y la Cuarta Brigada. Ni los de Guayabal, con el aeropuerto Olaya Herrera y el zoológico Santa Fe, construidos en fincas del muy rico José María “Don Pepe” Sierra Sierra, de los de Girardota, que tuvo zacatín de aguardiente en donde está la Plaza de Mercado de Tarapacá.

La división de Belén en más de 22 barrios se dio en lo que fueron fincas; y los herederos de sus primitivos dueños hicieron parte de esa transición legalizando situaciones de hecho en comunidades que, en los comienzos, fueron habitadas sin planeación; pero ésta llegó, y el parroquialismo dio paso al modernismo.

Con el tiempo las “dificultades insalvables con los dueños” se solucionaron.

El 15 de septiembre de 1940 “Se inauguró solemnemente la carretera (hoy avenida) Bolivariana que va en línea recta desde la Refrigeradora Central en la carretera de La América (hoy calle San Juan) hasta la plaza (hoy parque) de Belén”… “Pero ahora, con motivo del proyecto de la Universidad Católica Bolivariana, cuyos terrenos quedan sobre la carretera, la Junta Económica logró construirla con grandes esfuerzos”… “Los gastos de compra de fajas y construcción son por cuenta del Municipio de Medellín, y la Junta Económica le ha prestado dinero que el Municipio devolverá al cobrar el impuesto de valorización sobre los predios adyacentes a la carretera”… “He aquí el detalle de algunas fajas compradas: … a Juan C. Medina… por valor total de $7.000… a Bernardo Velásquez una manzana inmediata a la plaza (parque) de Belén  por $34.000”.(21)

Hoy hay barrios llamados Belén y Guayabal, pero el occidente todo se llamó en un tiempo “Guayabal”, y en otro se llamó “Partido de Otrabanda”.

El caserío cerca a las fincas de los Restrepo y los Velásquez se llamó en la segunda mitad del siglo XVI, “Asientos viejos de Aburrá de los Yamesíes en el Guayabal”; en 1616, se convirtió en el resguardo “Poblado de San Lorenzo”; después se llamó “Otrabanda de Aburrá”; y luego fue denominado “Sitio de Guayabal”; en 1814 pasó a llamarse “Belén de Otrabanda”, haciendo referencia al nombre de la parroquia de Nuestra Señora de Belén; para mediados del siglo XIX, se llamó “Partido de Belén”; y luego simplemente “Belén”, antes de que en 1963 el acuerdo 52 del Concejo de Medellín lo convirtiera en “Comuna 16 de Belén”.

Las divisiones político administrativas, Hernán, continuamente están recibiendo ajustes y cambios. En estos momentos La América es la zona centroccidental que comprende las comunas 11 de Laureles, 12 de San Javier, y 13 de La América, con gran cantidad de barrios dentro de ella. Por su parte Belén es la zona suroccidental que comprende las comunas 15 de Guayabal y 16 de Belén, con otra gran cantidad de barrios en su territorio. No paramos de crecer.

El Dr. Rubén Darío Restrepo decía, al hablar de Laureles, que “muy pocas instituciones han ejercido tanta influencia en el progreso de una ciudad como la que ha tenido la Universidad Bolivariana, que permitió el planeamiento de un vasto sector urbano abierto a los más adelantados sistemas de urbanismo”… 

Decía él que “el zancudo merece un monumento, porque conservó para su integración a la ciudad las tierras del occidente, que de haberse poblado masivamente antes lo hubieran sido con habitantes de mala clase”.(5)

Hombre Orlando, estamos debiéndole ese monumento al zancudo.

Los estudiosos han clasificado seis estratos socioeconómicos, asignando el estrato 1 para las construcciones de invasión, sin planeamiento urbano, a las que les ha llegado una intervención municipal tardía para integrarlas al conjunto del tejido social; y se sube hasta el estrato 6 para denominar a los de mayores ingresos y calidad de vida. Es así como en pocas cuadras se encuentran ambos extremos en una convivencia forzosa e ineludible que dista de lo que los colonizadores españoles se proponían: una villa para blancos, con marco definido (lo que hoy es el centro); un resguardo para indígenas, en territorio separado (lo que era el poblado de San Lorenzo); y un sector para los zambos, mulatos, y esclavos de raza negra, en los ejidos o afueras de lo que era la villa de entonces (Guanteros y Niquitao). Pretendía la autoridad tener a las gentes distanciadas, pero las gentes encontraron la manera de cruzarse entre las sábanas. “La llamada raza antioqueña se formó en este Valle de Aburrá por mezcla de españoles, especialmente vascos, llegados de Europa en los siglos XVII y XVIII, con mestizas o criollas nacidas aquí en la segunda mitad del siglo XVI, producto de la unión de conquistadores con indígenas”.(15) Hoy convivimos en un mestizaje intrínseco e innegable. Los condominios cerrados de estratos 5 y 6 distan apenas unas cuadras de los asentamientos, con fuerte y definida afrodescendencia, de estratos 2 y 3, en una cercanía y segregación que opera en ambos sentidos, como ocurre en Belén Rincón donde “Entre los antiguos habitantes del barrio y los de las nuevas urbanizaciones se detecta una desconfianza del uno hacia el otro porque para el uno el otro es un extraño.  Y el fenómeno se repite en el interior del barrio antiguo, como es el caso de la colonia chocoana diciendo que `Aquí no se reciben blancos´ para segregar a los nativos en sus fiestas y prácticas culturales”.(26)  

Yo conocí a Belén Rincón cuando la Loma de los Bernal era una finca, y la Avenida 80 era una trocha que estaba apenas en construcción.

La aldea pobre de Belén Rincón gozaba de unión, todos los vecinos se conocían y compartían desde fiestas hasta comidas. Solía tener el ambiente de una gran familia, autónoma, alegre y solidaria. Las calles eran escenario de encuentros entre vecinos donde se compartía desde un saludo hasta información de cómo estaban las familias de cada uno. Después de ser incluido como parte de Medellín en el Plan de Ordenamiento Territorial, empezaron los cambios y el barrio empezó a sufrir un fenómeno de desplazamiento silencioso, ya que llegaron nuevas urbanizaciones que subieron el estrato y los impuestos del sector y, en consecuencia, los dueños de las fincas y las tierras que estaban alrededor tuvieron que vender para irse a otro lugar donde pudieran pagar los impuestos. Por esa accidentada llegada de los nuevos pobladores se fue creando en los desplazados y las personas que habían vivido allí toda su vida un sentimiento de resistencia y de nostalgia por el pasado… Como opina doña Nanda, `ellos llegaron, tumbaron las finquitas, y se encerraron tras esas rejas que cubrieron con bambú para que no los fuéramos a tocar, para no vernos y que no tuviéramos nada que ver con ellos… viven en el barrio, pero no participan de él´. Ahora las historias que solían contar los abuelos para pasar su legado de generación en generación, y que además creaban un sentido de pertenencia por el barrio y su cultura, se han cambiado por la falta de pertenencia de las nuevas generaciones y los nuevos pobladores… Hoy esas historias que ellos contaban en las tardes, meciéndose en sus sillas, y que los nietos escuchaban extasiados una y otra vez, han ido muriendo con los viejos, que ya no son escuchados, y va quedando bajo el concreto la memoria, la identidad de lo que alguna vez fue una aldea de vecinos de familias extensas… bajo el concreto de las urbanizaciones están hoy las fincas de casas de tapia y los recuerdos que antaño tuvieron tanto valor. Ahora Belén Rincón es apenas un barrio más de Medellín. Por esta razón escribí el libro que es la voz de los abuelos, de la memoria… para que no quede enterrada bajo el concreto… que también a ellos se los ha ido llevando poco a poco”.(27)

Belén Rincón ya no es un rincón. Se llenó de urbanizaciones de conjunto cerrado, con nombres exóticos que deben espantar a sus antiguos moradores.

Los nombres de los barrios de hoy y sus habitantes, para emplear el símil que propusiste, Orlando, equivalen a capas de cebolla.

Y en esas capas se encuentra tu familia, Hernán, que no sólo fue dueña de terrenos en Otrabanda sino actora de la transformación en nuevos barrios.

Los parientes de Hernán figuran en la construcción de la Avenida Bolivariana en la década del 30, desde San Juan hasta el Parque de Belén. Allí se inicia en la ciudad el concepto de derrame de impuestos de valorización para llevar a cabo tales obras. En la década del 50 el canónigo Ignacio Duque Salazar funda el Liceo San Rafael en una casa que era fábrica de tabaco y fue comprada a don Obdulio Velásquez Posada, quien dirigió los trabajos de construcción cuando la casa fue demolida para construir el nuevo edificio del liceo. 

Es Hernán Velásquez, pues, sobrino nieto de don Obdulio y memoria del transitar por fincas que fueron de los abuelos y ahora son barrios densamente poblados de la que ya no es ciudad sino área metropolitana; con límites que se han borrado, y se confunden, entre un municipio y otro del Valle de Aburrá. 

Mucha agua han derramado las quebradas Altavista y la Picacha desde que Belén era una vereda alejada de la cabecera de la villa hasta convertirse en comuna de la zona sur-occidental de Medellín. 

Olvidado el tranvía, al iniciar el siglo XXI el Metroplús es el último aporte del modernismo a lo que fueron fincas de don Ezequiel. 

Sería posible, Hernán, que cualquier día caminaras por la “Calle Velásquez” a medianoche y te toparas con el espíritu de algún tatarabuelo que la trajinó.

Belén sigue creciendo y el espíritu del abuelo Ezequiel se perdería, con seguridad, si le diera por venir a desandar pasos por lo que fueron sus fincas, de las que sólo reconocería los nombres en los itinerarios de ruta de los buses.

NOTAS AL MARGEN

(1) Gutiérrez González Gregorio. Poema A Medellín. 

(2) Velásquez Restrepo Hernán y su hermano Federico. Conversación en el corregimiento de San Félix, diciembre 31 de 2011. Este escrito se inició en una conversación informal, que no fue copiada textualmente, y los Velásquez son un hilo conductor que se usó como pretexto para introducir diálogos, emitir opiniones, insertar citas de lectura, o hacer mención de datos históricos y genealógicos que sólo comprometen al autor.

(3) Ramírez Casas Orlando. Escritor nacido en Medellín (1945), autor de los libros de crónica e historia urbana “En Altavista se acaba Medellín” y “Buenos Aires, portón de Medellín”.

(4) Vélez Granda Albéniz (albenizvelezyahoo.com.mx). Barrio Belencito, reseña histórica. Mapa “Plan de Belencito 1920”, en http://barriobelencito.blogspot.com 

(5) Piedrahita Echeverri Javier (Pbro.). Documentos y estudios para la historia de Medellín. Agosto de 1975, Concejo de Medellín, Editorial Alcaldía de Medellín, 731 págs. Auto del Resguardo Indígena de El Poblado de San Lorenzo de Aburrá, y otros. Págs. 174-179. Relatos del cronista de indias Juan Bautista Sardella.

(6) Melo González Jorge Orlando. Colombia es un tema –espacio e historia de Medellín- (Cap. IV-La ciudad moderna).

(7) Municipio de Medellín, módulo de Geología. Robert Scheibe, Emil Grosse, Gerardo Botero Arango:

(8) Colombia.buscamix.com. Historia de Medellín:

(9) López L. Néstor Alonso. El Tiempo.com. Artículo Hallan restos de un hombre que vivió en 1540:

(10) (a) Robledo Correa Emilio. Vida del mariscal Jorge Robledo.

(b) Sardella Juan Bautista. Relación del descubrimiento de las provincias de Antiochia por Jorge Robledo. Repertorio Histórico de la Academia Antioqueña de Historia, nro. 3, octubre de 1921:

(11) Montoya Mejía Luis Carlos. Monografía del municipio de Heliconia (Guaca), 1938.

(12) Arango Mejía Gabriel. Genealogías de Antioquia y Caldas. Álvarez, Correa, Paniagua, Restrepo y Velásquez. 

(13) Arango E. Vicente F. Sotanas inquietas de Antioquia. Cap. Padrones de la raza. Jun/2006, pág. 29 a 33.

(14) Naranjo Ramos María Emilia. Capitán Fernando de Zafra Centeno, militar español (siglo XVI).

 (15) Bernal Nicholls Alberto. Miscelánea sobre la historia, usos y costumbres de Medellín. Edit. U. de A., 1980. Nota en la 1ª edición: “Relato de lo que vi, leí y oí de personas mayores, serias y de buen juicio, ceñido todo a la más pura veracidad”.  Bernal Nicholls (*1900, †1982). Apéndice (pag. 114 a 117), con el artículo La verdadera historia del origen de Medellín, publicado por el Magazine Dominical de El Espectador el 2 de abril de 1978.

(16) (a) Garcés Escobar Sacramento. Monografía de Envigado.

(b) Centro Virtual Isaacs de la Universidad del Valle. Alfredo Vanín. Entrevista a Alejandro Tobón y María Eugenia Londoño, del Depto. de Arte de la Universidad de Antioquia, sobre la contribución de la afrodescendencia a la música, y la participación de las familias Álvarez y Paniagua con la Banda Paniagua de la Loma de San Javier.

(c) Muñoz Delgado Edgar Alonso La Madera: crónicas de un barrio invisible–barrio Madera en Bello–, colección Cielos de Arena del Fondo Editorial EAFIT, 2002.

(17) Pareja Mejía Enrique y Restrepo Jaramillo Iván. Árbol genealógico “geneanet.org”, Ezequiel Velásquez Posada:

(18) Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores, de la América. Wikipedia de Google:

(19) Juan de Dios “Crisógono” Sierra Velásquez, “El padre negro”, Caldera de Atacama (Chile):

(20) (a) Quién es quién en 1810, 1ª parte –Guía de forasteros del Virreinato de Santa Fe para el primer semestre de 1810, Gobernación de Antioquia y Cabildos–. Díaz López Zamira, Gutiérrez Ardila Daniel, Jaramillo Velásquez Roberto Luis, Martínez Garnica Armando, Ripoll Ma. Teresa. Biblioteca Luis Ángel Arango, Banco de la República.

(b) Llano Juan Guillermo. Técnico de RCN Radio Televisión en el Cerro del Padre Amaya. Leyenda oral oída de don Guillermo, su padre, y contada al Dr. Mario Ceballos Zuluaga, gerente local de la cadena. 

(21) Olano Estrada Ricardo. Memorias, Vol. II, correspondientes al día 23 de septiembre de 1940. Presidente de la Sociedad de Mejoras Públicas y del Concejo Municipal de Medellín.

(22) Actas del Concejo Municipal. Archivo Histórico de Medellín. Biblioteca Virtual de Antioquia, Universidad de Antioquia, Barrios La América y Belén –tomo 373, folios 54-74, expediente sobre aguas para Belén, 1920.

(23) Restrepo Maya Vicente (1837-1899). Estudio sobre las minas de oro y plata de Colombia. 

(24) Fajardo Spíndola Francisco, de la Asociación Española de Americanistas, ensayo 132 “Comerciar con el enemigo: Canarias y la guerra contra Inglaterra, 1625-1630”, nota de pie de página nro.8. 

(25) Valencia Gil Juan Carlos. Artículo “Tenche, el barrio de 28 habitantes”, publicado en febrero 9 de 2012 en El Colombiano.com, con cita de Hugo Bustillo Naranjo: “Microhistoria: de la creciente salió su nombre”:

(26) Habitar y comunicar, Belén Rincón, publicado por la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Sede Medellín en Ensayos Forhum 20. 

(27) Boletín de la Institución Educativa Alcaldía de Medellín, de Belén Rincón, correspondiente al mes de abril de 2007. Declaraciones de Diana Isabel Duque Muñoz, autora del libro Bajo el concreto: memoria de Belén Rincón, publicado en el 2006 por Comfenalco y la Alcaldía de Medellín.