domingo, 2 de febrero de 2020

274 - Entrevistas a Gabriel García Márquez, compilación para que no se las lleve el viento

(Fernando Jaramillo Echeverri, Memorabilia GGM)

ENTREVISTAS A GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ:
COMPILACIÓN PARA QUE NO SE LAS LLEVE EL VIENTO, 
EN PRIMER LUGAR

“Señores, vengo a contarles: / hay nuevo encanto en la Sabana. / En adelanto, van estos lugares, / ya tienen su diosa coronada…”.

El epígrafe de la novela “El Amor en los tiempos del Cólera”, es un verso tomado del juglar vallenato Leandro Díaz, con quien Gabriel García Márquez celebró su cumpleaños número 86 un año antes de morir Gabo en el año 2013. Díaz, que era un año menor que el escritor, moriría dos meses después de esa celebración de cumpleaños, anticipándose en un año a la muerte de su amigo.

Reseña de lectura
de Orlando Ramírez-Casas (Orcasas)

(Los números de página remiten al listado de entrevistas en el primer artículo de esta serie de cuatro)

PARA QUE NO SE LAS LLEVE EL VIENTO
–Ensayo de Fernando Jaramillo Echeverri, 
compilación de 111 de las entrevistas realizadas
a Gabriel García Márquez a lo largo de su vida–
Jaramillo Editores, Colección Memorabilia, vol. 21
Cali (Colombia)
Primeras ediciones mayo y agosto de 2011
742 páginas de 17 x 24 cms.

A TODO LIBRO SE LE LLEGA SU DÍA

El contenido de fondo en este libro significó un dispendioso trabajo de acopio por parte del compilador en el transcurrir de muchas décadas, y un monumental trabajo de transcripción de esas entrevistas al computador para permitir su publicación en un tomo con la no despreciable cifra de 742 páginas. Es ese un envidiable esfuerzo que merece reconocimiento y felicitación.

Como dicen, a todo santo se le llega su día, y me ha llegado la hora de leer este voluminoso libro. 

Me dijo Bernardo González White:

“Hombre, Orcasas, si hay alguien que puede apreciar y disfrutar este libro como se lo merece, ese sos vos. Sé que le vas a sacar el mayor provecho”.

Casi seis años estuvo en la estantería de mi biblioteca a la espera de que yo encontrara tiempo para leerlo, porque resulta que no es este un libro que se pueda leer de un tirón como se leen las novelas de Corín Tellado, sino uno del que empecé a tomar notas y apuntes y cuando menos pensé ya llevaba seis páginas de anotaciones con referencias cruzadas que me iba encontrando en la lectura; porque tengo claro que, cuando termine, tendré que emprender de inmediato una juiciosa reseña, que haré como si hubiera hecho una entrevista a García Márquez, contraviniendo precisamente una norma que él no se cansaba de predicar:

“Allá, en El Heraldo, puedo decir que viví la época más importante de mi vida, porque definí claramente qué era lo que quería hacer. Me di cuenta de que quería escribir un tipo de novela nuestra, distinta…  Te cuento que nunca en mi vida hice una entrevista, que ahora se pusieron de moda. Los periodistas actuales creen que si no es con entrevista no hacen nada. Nosotros hacíamos la noticia y contábamos cómo era una persona, no lo que esa persona decía.…” (Págs. 368 y 527).

Pues, esta reseña estará armada mayormente con lo que García Márquez dijo en las entrevistas que le hicieron y están contenidas en este libro.

Para facilidad, copiaré el índice o contenido que me permite referenciar las citas o notas al margen, sin tener que escribir todos los datos bibliográficos del texto citado. Son 111 entrevistas, y el número de página que se cite remitirá a la respectiva entrevista. Se da el caso de que una idea citada aparezca en dos o más entrevistas en cuyo caso, con el fin de no recargar la reseña, en muchos casos me referiré solamente a una de ellas, para ilustración del lector.

Pero por su pertinencia haré alguna excepción, como en el caso de alguna cita que insertaré en más de un lugar en esta reseña, al quejarse él de los periodistas, de los editores, de los que se aprovechan de él en algún sentido, y de las dificultades económicas que tuvo que sortear antes de alcanzar el éxito:

“Lo que más me molesta del éxito es que me utilicen, que me exploten, que me pongan como anzuelo… El escritor es tan explotado como cualquier obrero…” (Págs. 115 y 207).

Aclaro que en mis anotaciones hay una falta de concordancia de tiempos porque el presente y el pasado se superponen debido a que en mi mente pesa el hecho de que García Márquez ya murió, lo que me impele a escribir en pasado; pero concedió sus entrevistas cuando estaba vivo, lo que me lleva a citar en presente. Es esta una minucia que los lectores me sabrán disculpar. Aclaro también que a don Gabriel le digo de muchas maneras, incluido el facilismo de GGM y el confianzudo trato de Gabo, no porque fuera mi amigo íntimo sino para no recargar la lectura de mi reseña repitiendo su nombre completo una y otra vez. Esto lo hago por consideración a los lectores. Advierto también, a los puristas que lean esta reseña, que he hecho uso de una licencia arbitraria en el uso de las mayúsculas al mencionar los títulos de las obras, para no usar comillas en exceso y diferenciarlos a la vista del contexto en que se encuentran. 

Aprovecho para explicar al lector que no siempre pongo las citas textuales o literales tal como las encuentro en la lectura, porque a diferencia de la mayoría creo que uno como lector debe corregir errores protuberantes en el texto. Por más que uno encuentre la frase “Escribo con el corason…” (Pág. 680) –Ojo, no es este el caso. Pongo el ejemplo sólo para ilustración–; por más que uno encuentre una cosa así escrita por el autor, aunque aparezca identificada con la salvaguardia de (sic) puesta por el editor, uno está en el deber de poner corazón en la transcripción, como debe ser, para ser fiel a la intención del que escribió, a lo que los magistrados llaman “espíritu de la ley”, para diferenciarlo de su literalidad. 

De la entrevista que le hizo Daniel Samper Pizano cito una frase del libro en que aparece “buso” con ese, y con la palabra (sic) escrita entre paréntesis (Pág. 33). Los he eliminado y reemplazado por la palabra con la ortografía correcta. Esa es una prenda de vestir con cuello alto para cubrir la nuca, que llaman cuello de tortuga, y suelen usarla los buceadores marinos tanto en el traje impermeable de sumergimiento como en el suéter de lana que después se ponen para abrigarse. Es una prenda usada por los “buzos”. Allí aparece el nombre de la crítica “Helena Boniatowska” (sic) (Pág. 34). Es claro que se refiere a la escritora mexicana Elena Poniatowska, y yo simplemente corrijo la grafía.

A propósito de Elena Poniatowska, era amiga de Gabo y de su esposa Mercedes desde antes de la publicación de Cien Años de Soledad, y lo siguió siendo hasta que la muerte los separó. Ella estaba presente en el hall del Teatro de Bellas Artes de la ciudad de México cuando entró Mario Vargas Llosa y le propinó a Gabriel García Márquez “Por lo que le dijiste a Patricia” el contundente golpe de mano de exboxeador que encontró el ojo enclenque de GGM a tiro de ojo para amoratarse. Ella acompañó a la Gaba para auxiliar al noqueado escritor y conseguir la chuleta helada de carne de hamburguesa que le pusieron como emplasto sobre los párpados; y ella le hizo a García Márquez la que tal vez fue la última entrevista que le hicieran al escritor antes de morir. Habiendo estado donde estuvo, y sabiendo lo que sabía, se abstuvo de hacer preguntas incómodas sobre el hecho que causó el distanciamiento irreconciliable de casi cuarenta años entre los dos Premio Nobel de Literatura latinoamericanos. Esa entrevista que Poniatowska le hizo a García Márquez no se encuentra entre las 111 del libro que estamos reseñando, pero copio de ella un fragmento porque coincide y confirma cosas que el escritor dijo en otras entrevistas:

[Para Gabriel García Márquez, los amigos de antes de su triunfo son quienes importan: Carlos Fuentes, el cineasta Luis Alcoriza, Álvaro Mutis, Jomí García Ascot y María Luisa Elío, a quienes les dedicó su libro y nunca imaginaron que eso los haría inmortales.

–Lo que no me explico, Gabo, es que escribieras un libro en que suceden tantas cosas en un lapso tan largo, como son 100 años, y no te confundieras con tantas generaciones de Buendía, guerras civiles y batallas, hijos, nietos y tataranietos de Arcadio Buendía.

–Bueno, tuve unos cuadernitos, así –hace una señal con la mano–, unos cuadernitos de colegio que uso, como éste que tú traes, de hojas que se arrancan. Cuando terminé mi novela había llenado por lo menos 40, porque cuando Pera, la secretaria de Manolo Barbachano Ponce, estaba pasando a máquina el capítulo tres, yo ya iba con el cuadernito por el 12, por el 15. El libro llevaba gran velocidad y no lo podía dejar escapar, entonces en ése cuadernito escolar consultaba en qué punto del relato iba, ¿entiendes?

–Pero, ¿apuntabas frases, ideas, fechas?

–No, nada de eso, yo iba controlando la estructura del libro en ese cuadernito. Necesitaba saber si Fulano de Tal era nieto o bisnieto o tataranieto de Arcadio Buendía, porque yo mismo me había hecho bolas, y entonces me remitía al cuadernito donde tenía todo muy claro. Incluso hice un árbol genealógico, pero lo rompí.

–¿Así es que tus 40 cuadernos fueron invaluables?

–Sí. Cuando el editor me mandó decir que había recibido el original de Cien Años de Soledad, llamé a Mercedes y nos sentamos una noche y rompimos absolutamente todos los cuadernitos.

–¿Por qué?

–Por pudor. Ahora me dicen críticos y amigos que no debí de hacerlo, porque hubieran tenido un gran interés para los estudiosos, pero yo no quise que alguien viera las costuras del libro, su cocina, los desperdicios, las cáscaras, los cascarones de huevo, las peladuras de papa, por eso los destruí. Incluso a mí mismo me dio pudor encontrarme con ellos; era como ver intimidades que no se deben conocer… Oye, Elena, es una vergüenza que estés haciendo la entrevista con grabadora. Desde que los periodistas trabajan con grabadora ya no piensan, ya no interpretan, ya nada, ni siquiera piensan.

–Gabo, es que hablas mucho y muy rápido, se me caería la mano de tanto escribir.

–Pero la entrevista sería mejor si tú condensaras, si interpretaras tus notas. Entonces tomarías todo lo esencial, sintetizarías, y no taca, taca, taca, mecánicamente, toda esta palabrería está de más. Además me molesta la grabadora, me molesta mucho; me distrae, me fuerza, me pierdo en mis pensamientos, me siento acosado, espiado… 

Cien Años de Soledad acabó con todo. Gabo se sentó sobre el mundo entero y viajó a Europa con su nueva novela El Amor en los Tiempos del Cólera colgada del cuello en una USB…

–Gabo, al escribir Cien Años de Soledad, ¿pensaste que estabas haciendo la historia de todo el continente latinoamericano, la de su soledad, su atraso, su desamparo, su miseria?

–Yo nunca fui consciente de ello, nunca soy consciente de nada que sea importante. Tú lo sabes muy bien, tú me conoces… Y sabes también que tengo una cita dentro de 10 minutos…]

https://yosoitu.lasillarota.com/han-pasado-5-anos-de-la-muerte-gabriel-garcia-marquez-esta-fue-una-de-sus-ultimas-entrevistas-en-vida/155323

(Nota de Orcasas: En las páginas 63 y 259 del libro, GGM hace alusión a la rotura de los borradores de esta novela).


García Márquez andaba siempre a mil revoluciones por minuto, y no le gustaba perder el tiempo con entrevistas, así se las hiciera su gran amiga Elena Poniatowska.

Fernando Jaramillo Echeverri, manizalita nacido en 1939 y residente en Cali, ha dedicado casi toda su vida a recoger libros, documentos, fotografías, entrevistas, ensayos, y todo lo que tenga que ver con el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. En la “Introducción” dice Jaramillo que:

“El trabajo aquí recopilado es el resultado de la recolección de textos que me ha llevado 50 años y contiene trabajos que he encontrado en países tan alejados como España, México, y Argentina… advirtiendo que en ella no están todas las entrevistas que le han hecho en su vida. Tampoco están aquellas que ya han sido publicadas en forma de libro. A manera de ejemplo, no están muchas de las que Alfonso Rentería Mantilla publicó en el libro García Márquez habla de García Márquez, puesto en las librerías en noviembre de 1979, y que hoy es un clásico de los primeros reportajes otorgados por el escritor colombiano. De aquellas publicadas en ese libro, tomé un par que tienen especial valor por su indudable contenido histórico…” (Pág. 9).

Esta explicación despeja mi pregunta de por qué no aparecen allí las entrevistas que el escritor concedió en La Habana al periodista Rafael Lam; en las que habla de la música caribeña, y de su admiración por el conjunto Sonora Matancera.

“En las entrevistas que están en este libro se podrán encontrar opiniones sobre temas tan diferentes como la política y la culinaria, sobre sus libros, sobre fútbol, sobre sus sueños, sobre su familia, sobre ovnis y extraterrestres, sobre amor y sexo, sobre poesía y sobre teatro; y, desde luego, sobre una de sus grandes aficiones que es el cine… Quizá en este momento recordó las cientos de veces en que desarmó los libros de otros escritores para verle las costuras y descubrir cómo habían sido escritos… Los novelistas, a diferencia de los demás profesionales, leemos las novelas para desarmarlas, para deconstruirlas en su estructura y saber cómo están escritas. Las volteamos, las ponemos al revés, ponemos las tuercas y tornillos, y todas las piezas, sobre la mesa; y cuando sabemos cómo están hechas, ya no nos interesan más… los novelistas somos escudriñadores de estructuras…” (Págs. 9, 269, 314, 315 y 446).

Dice García Márquez en uno de los epígrafes de la compilación, en cita tomada de su autobiografía “Vivir para contarla”, que:

“Es incontable el número de entrevistas de que he sido víctima a lo largo de cincuenta años y en medio mundo, y todavía no he logrado convencerme de la eficacia del género, ni de ida ni de vuelta. La inmensa mayoría de las que no he podido evitar sobre cualquier tema deberán considerarse como parte importante de mis obras de ficción, porque sólo son eso: fantasías sobre mi vida. En cambio, las considero invaluables, no para publicar, sino como material de base para el reportaje, que aprecio como el género estelar del mejor oficio del mundo: el periodismo”. 

Es curioso que no haya dicho “entrevistas que me han hecho”, sino “entrevistas de que he sido víctima”dando a entender que para él han sido una mortificación que está dispuesto a acabar diciendo que lo esperan para su siguiente cita.

“Gabo le tiene un odio particular a los aviones y a los ascensores, porque es claustrofóbico; pero más odio parece tenerle a las entrevistas grabadas…” (Pág. 144).

El particular museo de Jaramillo, que él denominó Memorabilia GGM, fue reconocido en su valía por el mismo García Márquez. Para Gabo debió ser muy halagador que una persona dedicara tanto tiempo y esfuerzo a ocuparse de su obra. Eso es humano, y en reconocimiento concedió a Fernando Jaramillo una entrevista personal en su apartamento de El Laguito en Cartagena, según cuenta Jaramillo: 

“… el Sábado de Gloria del año de 1985… día en que conocí personalmente a García Márquez… cuando me recibió con un cálido apretón de manos…” (Pág. 7). 

La obra de García Márquez es copiosa, y su sola lectura demanda una buena cantidad de tiempo; pero están además los libros escritos sobre él y sobre su obra, que también son copiosos y demandan otra buena cantidad de tiempo. Agréguense los artículos de prensa, de revistas, y de Internet, y tendremos una tarea desbordante. Me limitaré, por lo tanto, al García Márquez que puede deducirse de la lectura de las entrevistas contenidas en esta compilación de Jaramillo Echeverri.

Cuando un libro me atrapa, y es este el caso, me da por hacer reseñas minuciosas. Baste decir que cuando leí “Cien Años de Soledad” hice una reseña de lectura de 60 páginas, y que me embarqué en la tarea de hacer un árbol genealógico de los Buendía. Tiempo después descubrí que otras personas se habían sentido en la necesidad de hacer lo mismo para poder entender la laberíntica maraña de cruces y ramificaciones entre los descendientes de los Buendía y de los Iguarán, de los diecisiete Aurelianos y los muchos Arcadios que allí aparecen; y que inclusive salió la edición conmemorativa de la novela que hizo la Real Academia Española de la Lengua en el 2007, impresa por Editorial Alfaguara, con esta útil ayuda como apéndice. No sólo eso. Cuando García Márquez escribía la novela, él mismo recurrió al truco de hacer su propio árbol genealógico en un cuaderno de espiral, para no perderse en los vericuetos del inextricable tejido.

García Márquez y yo compartimos una obsesión, aun siendo conscientes de nuestras propias falencias y limitaciones: nos gusta ser meticulosos y perfeccionistas. Dijo GGM en entrevistas que: 

“Mi mayor sufrimiento, mi mayor desgracia, es un perfeccionismo llevado a un extremo que nadie puede imaginarse hasta qué punto es torturante… El perfeccionismo es la peor desgracia que me pudo haber ocurrido. Es un sufrimiento constante, una pasión milimétrica…” (Págs. 522, 528 y 575).  

Sé a qué se refiere, porque a la manera de la suegra que pañuelo en mano va revisando que los floreros de la nuera estén libres de polvo, hice esta lectura bolígrafo en mano; señalando deficiencias de tildes o de puntuación, de dequeísmo y antidequeísmo, y cosas de esas sintácticas y gramaticales que en la lectura llamamos “basuritas”; y que son minucias de forma porque, a la hora de la verdad, lo importante es el contenido de fondo. 

Entendamos a Gabriel García Márquez como un genio que nació con el talento natural para escribir de la manera como lo hizo, y para ver al mundo como lo vio; entendamos, además, que la acumulación de experiencias en el transcurrir de la vida fueron madurando su juicio y su criterio como le sucedería a cualquier hombre con una inteligencia de nivel común; pero entendamos, también, que fue un hombre no solo con las virtudes que le conocemos sino con los defectos y miserias de cualquier otro hombre, a la manera como él quiso mostrarnos a Bolívar en “El General En Su Laberinto”

“Lo que más me interesaba era que Bolívar se viera como hombre, como ser humano… Ese hombre de carne y hueso que, intuimos, fue el Libertador. No el de las estatuas, sino el de carne y hueso…” (Págs. 402 y 439). 

En estas circunstancias, y sabiendo que tal condición tuvo que causarle muchas dificultades en el interior de su vida familiar, pensemos que GGM fue un hombre enamorado, así no fuera enamorador, y que tuvo que ser infiel matrimonial por naturaleza, o por lo menos coqueto. 

“Nada hay más bello en este mundo que una mujer bella, de manera que el gran conjuro de todos los males sería una mujer bella; pero como no la puedo poner en un florero ni colgarla del ojal; entonces lo más bello, después de una mujer bella, es una flor amarilla…” (Pág. 230).

“Los hombres coquetos no tenemos nietos sino sobrinos, ¿Sabías eso?…” (Pág. 488).

“Mercedes y yo, por ejemplo, formamos una buena pareja… A veces digo, en broma claro está, que me he casado para no tener que comer solo. Mercedes, por supuesto, me contesta que soy un hijo de perra… Mi mayor debilidad es mi corazón, en el sentido emocional, sentimental. Si fuera mujer, siempre estaría diciendo a todo que sí. Necesito que me quieran muchísimo. Mi gran problema es que me quieran más, y para eso escribo… Si no hubiera sido escritor, me hubiera gustado ser pianista en un bar, y de ese modo habría podido contribuir a que los amantes se sintieran más cerca uno del otro… A mí me sucede con toda mujer que me gusta. Simplemente verla, conocerla, aunque no sea bella sino que me impresione por algún motivo, me da un gran susto… ” (Págs. 260, 263, 264 y 316).

Su matrimonio con la señora Mercedes Barcha Pardo, a quien escogió para esposa cuando ella era apenas una niña, y cuyo matrimonio duró efectivamente hasta que la muerte los separó, en la salud y la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, superó muchas dificultades gracias a la capacidad de ella para remangarse, como se le dice a la “disposición para desenvolverse con habilidad y prontitud en algún trabajo o situación”.

Hubo un incidente entre los dos Premio Nobel latinoamericanos, mitológicos como escritores pero de carne y hueso como ciudadanos del común, que no aparece relatado en estas entrevistas, pero que cito del periódico El País de España publicado el 7 de julio de 2018 por el periodista Jesús Ruiz Mantilla:

“…La amistad de Vargas Llosa y García Márquez… Una alianza hecha añicos por un incidente que hizo temblar el boom literario y abrió una sima entre los dos ejes más importantes del movimiento. Ocurrió en México D. F. Mario andaba en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes cuando García Márquez se acercó a saludarlo. Tras una mera explicación a la que después no ha seguido más que un silencio de casi cuatro décadas, el escritor colombiano recibió un puñetazo en la cara. Tan sólo le dijo: “¡Esto, por lo que le hiciste a mi esposa Patricia en Barcelona!”. Hubo testigos, revuelo y aspavientos aquel 12 de febrero de 1976… Del revuelo que se formó tras el altercado en México, queda una anécdota. La escritora y amiga de ambos, Elena Poniatowska, al ver a Gabo en el suelo, se asustó pero quedó impresionada por el remango de Mercedes Barcha. “Elenita, hay que ser prácticos”. Y se marchó a por algo frío para quitarle la hinchazón. Cruzó al restaurante de enfrente, el Hamburger Heaven, para aliviarle el ojo y la mejilla izquierda a causa del KO. En vez de hielo, se presentó con una chuleta fresca y se la aplicó en la cara. “Luego”, le contó Poniatowska a Xavi Ayén, “se lo llevaron en un Volkswagen, y en ese rumbo incierto del escarabajo se perdió para siempre… la amistad que había forjado el boom…”.

El episodio del amoratamiento del ojo muestra a los dos Premio Nobel, que habían sido grandes amigos, no como ángeles más allá del bien y del mal sino como seres humanos de carne y hueso, sometidos a las pasiones de cualquier persona del común. 

En todo asunto, decía un juez conciliador en un juzgado de divorcios, hay tres versiones: La del uno, la del otro, y la verdadera.

Se tejieron dos o tres hipótesis sobre lo ocurrido, pero la verdad no la va a encontrar uno en las entrevistas que le hicieron a García Márquez, porque él se propuso no mencionar el tema, para nada, y murió llevándose el secreto a la tumba. Tampoco va a encontrarla uno en su esposa Mercedes, porque se supone que un marido no le cuenta a la mujer con pelos y señales cómo sucedió realmente una cosa así, y tendrá que darle una versión bastante maquillada. Es posible que le hubiera contado a su amigo Álvaro Mutis, pero él falleció en el año de 2013 sin haber soltado prenda. A sus hermanos y familiares no creo que les haya contado la verdad verdadera, ni de fundas. Quedan Vargas Llosa y su exmujer Patricia, que sí tienen porqué saber la verdad, sobre todo ella, pero hasta el momento no han hablado; y creo que ya no vayan a hacerlo, y opten por cargar también con el secreto hasta la muerte. 

Atando un cabo aquí, y otro allí, parece ser –ojo: no afirmo sino que digo que parece ser– que Vargas Llosa estuvo echándose una cana al aire con una azafata escandinava, y García Márquez se lo contó a la mujer tratando de pescar en río revuelto. Pero no contó con que ella iba a ser capaz de irse de la lengua y le iba a revelar el asunto a su marido, vaya uno a saber si adornando los pormenores, y así lo hizo. Lo demás lo consiguió un puño fornido chocándose con un ojo desprevenido. “Me tomó por sorpresa”, dijo García Márquez. El resultado no habría cambiado si lo hubiera encontrado alerta. El hecho es que el lector no encontrará detalles del asunto en las entrevistas ni en los testimonios de los testigos. Debe remitirse a los rumores de pasillo. 

“La última hipótesis dice que Vargas Llosa habría entrado en cólera al enterarse de que García Márquez y su mujer aconsejaron a Patricia, su esposa, separarse de él… El motivo: el escritor peruano habría sostenido un romance con una modelo norteamericana en Finlandia… “Mientras ambas parejas vivían en París, los García Márquez mediaron en los disturbios conyugales entre Vargas Llosa y Patricia, su esposa, acogiendo sus confidencias”, sostiene el fotógrafo Rodrigo Moya…”.

Parece ser que no fue en París, sino en Barcelona; y hay otras versiones que dicen que la azafata no era una modelo norteamericana residente en Finlandia, ni era una modelo finesa, ni era modelo sino azafata, y era escandinava pero noruega y no finesa, y no era noruega sino sueca. El dicen que dicen no se logra poner de acuerdo en el asunto, y hasta llegaron a decir que nada de azafatas suecas sino que se trató de una pariente que resultó ser medio hermana de Vargas Llosa y no fue un fin de semana sino que él se fue a vivir con ella. Dimes y diretes que han sido totalmente descartados pero que llegaron a circular. Lo que pasa es que cuando la verdad de las cosas no sale a la luz, se da pábulo a la imaginación de la gente para que llene los vacíos, y la gente para imaginar cosas se tiene confianza.

https://www.vanitatis.elconfidencial.com/noticias/2015-06-12/vargas-llosa-patricia-y-garcia-marquez-un-lio-faldas-que-termino-con-un-ojo-a-la-virule_881702/

En entrevista que publicaron La Vanguardia de Barcelona y El Espectador de Bogotá, los entrevistadores se atrevieron a tocar el tema vedado; o, como se dice, a mencionar la soga en casa del ahorcado, cuando inquirieron por un segundo tomo de memorias de “Vivir para contarla” que Gabo manifiesta no querer hacer porque: 

“Me encontré con una cantidad de gente que debería aparecer y que, caramba, no quiero que estén en mis memorias. No sería honrado dejarlos por fuera, porque fueron importantes en mi vida, pero no me caen simpáticos…” (Pág. 719).

“Aunque GGM no da nombres, no podemos dejar de preguntar por Vargas Llosa, el escritor peruano cuya amistad quedó cortada de raíz tras el puñetazo en público que en México le propinó en el año de 1976, a causa de un incidente personal cuyo esclarecimiento ellos han delegado en los biógrafos del futuro. ¿No es posible que algún día se produzca una reconciliación?” (Pág. 719).

El transcurrir del tiempo no reparó las cosas que habían quedado irremediablemente rotas, aunque tengo la sospecha de que enfriadas las calenturas del momento algún día hubieran podido limar asperezas de no mediar entre ellos la mujer. El hombre, como se sabe, tal vez perdone; pero la que no perdona es la mujer.

“En ese momento su esposa Mercedes Barcha, que ha entrado en el estudio hace unos minutos, responde con contundencia: Para mí ya no es posible. Han pasado treinta años, y hemos vivido tan felices sin él, que no lo necesitamos para nada. Gabo es más diplomático, así que esta frase pueden ponerla exclusivamente en mi boca” (Pág. 720).

“Hay una frase del Che Guevara que no olvido nunca: Hay que endurecerse sin perder la ternura… La ternura es de todos los hombres, las que son inclementes son las mujeres, pero esa inclemencia es lo que nos salva, porque los hombres estamos completamente en carne viva. Con la inclemencia, la mujer nos protege y nos da la seguridad de la que hablaba…” (Pág. 332).

“El amor en este momento es igual que a los quince o dieciocho: la cosa más maravillosa sobre la tierra… El tiempo no ha cambiado mi ideal del amor porque, no crea, no hay tanta diferencia. Como dice un amigo mío, que tiene ochenta años, el índice de mortalidad infantil es muy elevado, mientras las tasas de longevidad crecen día a día. El amor mueve con la misma fuerza a cualquier edad… En este momento me veo más simpático y más guapo que nunca…” (Págs. 653 y 657).

“Eso no es nada… Me hace recordar el de una vieja de Nueva York que me mandó una carta elogiando mis libros en la cual al final me ofrecía enviarme, si yo quería, una foto suya de cuerpo entero. Mercedes la rompió furiosa…” (Pág. 30).

En su entrevista María Elvira Samper le habló de que:

“En un momento dado de la vida lo llamaban Trapo Loco y no hablaba sino de rumbería…” (Pág. 332). 

Él respondió:

“Soy una persona distinta de la que hubiera podido ser: un ser indisciplinado y parrandero… En medio de todas las cosas fui indisciplinado, pero hubo un momento en que me di cuenta de que si yo hubiera sido lo que en ese entonces quería ser, hubiera sido totalmente feliz pero no hubiera llegado a ser nada en la vida porque hubiera sido bohemio, serenatero, todo lo que te puedas imaginar; pero, sobre todo, un mujeriego infinito… Tengo la mayor indulgencia por los errores que se cometen de la cintura para abajo…” (Págs. 137 y 332).

“¿Hay algo ante lo cual sucumba? –Sí, pero no te lo contesto porque ¡Me mata Mercedes!…” (Pág. 332).

“Sobre mis heroínas favoritas en la vida real, me abstengo de contestar. Todas forman parte de mi vida privada…” (Pág. 137).

“¿Puede tener relaciones de amistad, profundas y duraderas, con mujeres de las que no haya sido su amante? –Sí. En América Latina es raro, pero creo que en Europa no lo es… Una mujer puede ser fea, pero inteligente; y cada vez estoy más convencido de que la inteligencia es lo más importante en una mujer…” (Pág. 349).

“Tengo necesidad de las mujeres. Vivo rodeado de mujeres. Mi agente es una mujer, mi mejor amiga es mi esposa, tengo mejores relaciones con las mujeres que con los hombres. Ellos son mis compañeros, pero todas las relaciones fundamentales que tengo son siempre con mujeres… Siempre tuve muchas más amigas…” (Págs. 349 y 381).

“Nunca dejo de pensar ¿Cómo voy a hacer esta entrevista? ¿Qué voy a decir para no repetirme mucho? Por fuerza, la entrevista periodística se convirtió para mí en un trabajo de invención y, casi, me atrevo a decirlo, de ficción…” (Pág. 176).

“Mi problema es que quiero mucho a mis colegas periodistas y cuando tengo afecto por alguien soy capaz de crear algo, alguna pequeña historia inventada, para que él o ella puedan hacer una entrevista diferente. …” (Pág. 263).

A los periodistas que en el transcurso de su vida le hicieron una y otra vez las mismas preguntas se les ocurrió hacerle varias preguntándole por cosas ajenas a la literatura y el periodismo, que eran sus campos naturales; o por sus obras, que también lo eran; y el hombre resulta hablando de marxismo y capitalismo, de ovnis y extraterrestres, de gobierno y de guerrilla, y de militares y de paramilitares, temas en los que se defendió con solvencia; y resultan preguntándole sobre la cocina caribeña, tema en el que también se defendió con solvencia; y resultan preguntándole sobre fútbol… ¡Sobre fútbol!

¿Fútbol? Sí. No tiene nada de raro. En sus días de bachillerato no solo fue el mejor bachiller por su rendimiento en los estudios, sino que:

“Quisiera saber si practicó deportes alguna vez… – Nunca practiqué deportes en competencia… El hecho es que nunca he hecho deporte en competencia, aunque de muchacho jugaba béisbol…” (Pág. 538).

Tal vez se refiera a que no fue selección departamental de algún deporte, ni lo practicó a nivel profesional, pero algo destacado lograría ser para que lo nombraran capitán.

“García Márquez destacó en varios deportes; llegando a ser capitán del equipo del Liceo Nacional de Zipaquirá en tres disciplinas, fútbol, béisbol, y atletismo…” (Wikipedia).

Sus respuestas son indicadoras de las dos Colombia a las que él hace referencia más adelante: La andina, y la caribeña. Para los andinos el deporte nacional tal vez sea el fútbol, mientras que para los costeños tal vez sea el béisbol.

Por sus respuestas se deduce el poco interés de Gabo en esa materia, referida a los departamentos del interior, pues él la ha vivido desde sus experiencias en las ciudades de la costa. En los años treinta y cuarenta ya había campeonatos de liga entre equipos de fútbol en Colombia, y ya se habían fundado, aunque con otros nombres y sin tramitar todavía sus personerías jurídicas, el Deportivo Independiente Medellín en 1913, El Atlético Nacional en 1935, el América de Cali en 1927, el Deportivo Cali en 1912, y otros. De muy antiguo venía el fútbol, pero de antes y remontados al año de 1898 se tiene conocimiento de los primeros equipos de béisbol. Eso en cuanto a antigüedad, porque en cuanto a cantidad de aficionados sí habría que hacer un censo para conocer el dato.

Sobre su visión costeña versus la visión cachaca de los deportes masivos, él mismo lo dice:

“Todavía no se jugaba fútbol en el país… Estaba estudiando Derecho en la universidad en 1947, cuando llegó la noticia de que Colombia era campeón mundial de béisbol y los colombianos mismos, sobre todo los del interior, se sorprendieron porque no sabían que ese deporte se jugaba desde hace muchos años en la Costa Caribe…” (Pág. 538).

Diciente es su experiencia futbolera, ya convertido en escritor:

“Siempre veo los partidos de la Copa Mundial de Fútbol. El mejor partido de copa que vi en mi vida fue el de Brasil contra Italia en el año de 1970 en México. Ese año estaba con mis hijos en mi casa de México, y ellos sí no se pierden ni un minuto. Entonces me avisaban si valía la pena o no asomarme para ver el desenlace. Claro, seguí muy de cerca el equipo de Colombia, que realmente me causó mucho orgullo a pesar de la desilusión que ocasionó a muchas personas su eliminación… A quien verdaderamente le gusta el fútbol, nada le importa quién gana o quién pierde, porque solo el verlo jugar es un gran y bello espectáculo…” (Pág. 539).

De ahí se deduce que fue hincha de radio o, a duras penas, de televisor; y que los aficionados en la casa eran sus hijos. Los hinchas hinchas no sólo no hubieran despegado los ojos de la pantalla, sino que hasta hubieran empeñado el televisor para ir a ver el partido en el estadio.

Pero, entonces, saca sus dotes de periodista y escritor y con dos o tres datos básicos ya es capaz de formarse una opinión, y de expresarla:

“Encontré en los archivos un artículo que hablaba del partido en 1964 entre Perú y Argentina, que terminó con 300 muertos y mil heridos… –Pienso que no sólo hay que calmar a los hinchas del fútbol, sino que hay que calmar también al ser humano y cambiar el modo de ser de la sociedad, porque los estallidos de violencia en el fútbol no son más que la proyección de eso. Hay que cambiar las mentalidades y pacificar al ser humano…” (Pág. 541).

Llegados a este punto, GGM señala un fuera de lugar:

“Vienen a hacerme entrevistas dizque sobre literatura, y siempre terminamos hablando de otra cosa…” (Pág. 136).

“La entrevista tiene una desventaja y es que cualquier cosa que no sea trascendental para arreglar el mundo, se considera frívola. No me preguntan qué almorcé, o qué me gusta comer, sino qué pienso de la guerra del Golfo, de la Constituyente, del problema del narcotráfico, del sida, en fin… Intempestivamente, recibí durante un mes, por lo menos, el asedio de un periodista español por teléfono… Me llamaron unos amigos intermediando… Bueno, que venga… En 24 horas atravesó el océano y estaba en México… No traía ninguna pregunta de actualidad, y me vi obligado a inventar una respuesta de actualidad para que tuviera un titular. Se fue a las siete de la noche, y a las ocho yo tenía una entrevista transcrita que me mandó por fax pidiéndome que la leyera en una hora porque quería alcanzar el avión de regreso en la noche, para irse. Sólo tenía tres horas antes del cierre de emisión… Estuvo un mes esperando y no traía nada de actualidad… Quizás la culpa haya sido del periódico que no le dio el tiempo necesario para prepararse…” (Pág. 528).

Se quejaba García Márquez de que los periodistas tergiversan las respuestas, e inventan cosas que no sucedieron, atribuyéndoselas a él (Pág. 276).

“No me gusta hacer entrevistas ni que me las hagan… Encuentro siempre algo convencional en una lista de preguntas y respuestas… En mi obra periodística hasta 1960, que está en seis tomos, no hay ni una sola entrevista. Sí hay una, a Álvaro Mutis, que es inventada en el sentido de que en rigor no lo fue, pero le quise dar la forma de entrevista porque me parecía que era el recurso de reportero que más convenía a lo que estaba haciendo…” (Págs. 493 y 645).

“… Todos prometen una entrevista única, y todas terminan por parecerse porque le hacen a uno siempre las mismas preguntas. Uno tiene que ingeniárselas para responder algo distinto a cada colega, para que la cosa no salga igual… Los periódicos han priorizado el equipamiento material e industrial, pero han invertido muy poco en la formación de los periodistas… La calidad de la noticia se ha perdido por culpa de la competencia por la chiva, que es la magnificación de la primicia… A veces se olvida que la mejor noticia no es la que se da primero, sino la que se da mejor… Se le pide al periodista que escriba un reportaje, pero llega un aviso publicitario y el reportaje se ve reducido a una columna… Hace unos momentos me dijiste una pregunta más, y con esta son dos. Recuerda que lo más difícil no es saber por dónde empezar, sino cuando terminar… Me están esperando arriba desde hace rato –Dijo García Márquez, mirando el reloj por última vez…” (Págs. 400, 527, 599, 651 y 656).

Dijo GGM que: 

“La mejor entrevista que he leído… fue la que trató de hacerle Gay Talesse a Frank Sinatra, pero el personaje tenía gripa y canceló encuentro tras encuentro… Eso es la entrevista, la historia de cómo no pudo entrevistarlo durante toda esa semana…” (Pág. 649).

Unos muchachos estudiantes de periodismo inventaron una entrevista que García Márquez no había concedido. Habló por teléfono con uno de ellos, que le dijo: 

“Mira, lo que pasa es que como es tan difícil hacerte una entrevista, nosotros pensamos que era mejor inventarla… –Pues lo reprochable no es sólo eso, sino que está mal inventada. Es una mala entrevista… nada de lo que dice ahí lo he dicho yo, ni se parece a lo que diría, ni tiene nada que ver con ninguna de estas cosas…–” (Pág. 279). 

Luego García Márquez agrega en la entrevista que concede al Grupo de Redacción de El Mundo de Medellín que: 

“La mejor que me han hecho es una entrevista inventada. Una mujer en Caracas agarró como veinte reportajes míos, fue cogiendo lo mejor, y lo armó de tal manera que yo leí la entrevista y me decía que no podía ser porque yo no he dado esta entrevista pero es mía, y es mejor que si la hubiera dado, ¡Qué maravilla!... La llamé por teléfono y le di las gracias…” (Pág. 279).

En la entrega del Premio Nobel en Estocolmo, el momento no era propicio para entrevistas. Eduardo Gómez Ortega lo abordó inoportunamente. Dice Gómez Ortega que: 

“El micrófono de otro periodista se interpone entre nosotros. Con evidente mal talante, García Márquez le larga una frase tan arbitraria como injusta. ¿Eres colombiano y trabajas para la radio suiza? No sé si te contestaré… Y no le contestó. Apurado, miró el reloj en un gesto que denotaba claramente sus pocas ganas de seguir la charla…” (Pág. 243).

En entrevista concedida a una enviada de la revista Semana ella le preguntó: 

“¿Y Castro qué, podría usted criticarle algo a Cuba sin enemistarse con Fidel?... – Esa pregunta tiene un punto de irrespeto a tres personas que respeto mucho: A Fidel, a mí, y a usted misma. Dejemos el asunto de este tamaño. ¿Qué quiere preguntar de Cuba?...” (Pág. 418).

“No puedo hablar mal de los colegas… pero cada vez son más los malos periodistas… ¿Y esto no iba a ser sólo unas declaraciones por teléfono? Para que no digáis que soy antipático y grosero…” (Pág. 595).

“Ya ves porqué nunca doy entrevistas, Mercedes, llegan con esa mansedumbre y no se van nunca…” (Pág. 725).

Era un ser humano, con altibajos y cambios de humor según las circunstancias y las presiones a las que se veía sometido. En otras ocasiones mostraba su faceta más amable. Carlos Alberto Giraldo Monsalve, que fue alumno del taller de la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano, así lo recuerda:

https://lavilla.com.co/portal/2015/04/27/a-mi-me-toco-un-gabriel-garcia-marquez-ameno-generoso-y-cordial-con-los-alumnos/

“Hay versiones contrarias, pero a mí me tocó un Gabriel García Márquez ameno, generoso, cordial, cariñoso con los alumnos, una persona que estuvo durante los cinco días de taller dispuesto a compartir lo que sabía del oficio del periodismo. Nunca tuvo reparos, regaños o malestares en esas conversaciones…”.

¿De qué habló GGM en las entrevistas compiladas en este libro? Es claro que mi lectura seguramente difiere del enfoque que le dé cualquier otro lector; y es también claro que uno no puede resumir en pocas páginas el contenido de un libro tan voluminoso. Como también es claro, y él lo dijo, que: 

“Cada quien tiene una parte de su personalidad totalmente en secreto, que nunca se comunica a los demás ni se revela a nadie… Estoy seguro de que es imposible conocer a una persona en su totalidad…” (Pág. 260). 

“Para saber lo que realmente pienso, tienes que leer mis libros. En ellos me encuentro completamente desnudo…” (Pág. 215).

Dijo García Márquez: 

“Uno tiene una vida pública, una vida privada, y una vida secreta. He escrito mucho sobre mi vida pública y mi vida privada. Acerca de mi vida secreta, no he escrito una sola palabra…” (Pág. 478). 

El libro trae, entre las páginas 486 y 525, la transcripción de una entrevista radial que Darío Arismendi Posada le hizo a Gabo para Caracol Radio de Bogotá en el año de 1991. Ignoro si la transcripción la hizo el compilador, pero al incluirla en el libro hay un párrafo que aparece repetido –“El mismo hermetismo de ella…” (Pág. 502)–, lo que se pasó en la revisión del texto.

Algo pasó, quizás por haber asistido a alguna rueda de prensa en la que se suministró un comunicado de prensa o documento de memorias con un contenido estándar. El caso es que los enviados de la redacción de El Periodista, de Buenos Aires; y Lídice Valenzuela, de Prensa Latina de Caracas; publicaron en 1987 prácticamente las mismas preguntas con prácticamente las mismas respuestas en las que se habla de las circunstancias de creación de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, de sus objetivos, de su financiación. Leída una, puede prescindirse de la lectura de la otra. 

“Al cabo de tantos años de frustraciones, uno sigue esperando en el fondo del alma que llegue por fin el entrevistador de su vida. La mayoría de los entrevistadores, y sus entrevistados, no han aprendido que las entrevistas son como el amor: Se necesitan dos, y solo salen bien si estas dos personas se quieren. De lo contrario, el resultado es un sartal de preguntas y respuestas de las cuales puede salir un hijo en el peor de los casos, pero jamás una conversación fluida, y de reproducir luego la esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no será literal, por supuesto, pero creo que será más humano; como lo fue, durante tantos años, el buen periodismo… Antes de ese invento luciferino que lleva el abominable nombre de magnetófono, un aparato que no capta los latidos del corazón…” (Pág. 398).

“La otra noche con una joven periodista estuve durante una hora explicándole por qué no le daba una entrevista. A la media hora le dije: Por lo pronto, ya tienes más material del que nadie ha tenido en mucho tiempo sobre mí… Pero ella no alcanzaba a pensar, a asimilar, lo que le estaba diciendo; porque estaba pensando en qué me iba a preguntar después, para convertir de todas maneras aquello en una entrevista. Al final no escribió, digamos, un relato o crónica del encuentro conmigo, sino que sacó lo que pudo y lo convirtió en entrevista. Personalmente, a mí eso me afecta porque necesariamente toda entrevista es una improvisación, y yo soy todo lo contrario de un improvisador…” (Pág. 528).

“Empiece por decir que ya no doy más reportajes porque me tienen hasta aquí… Los periodistas vienen, nos emborrachamos juntos hasta las dos de la mañana, y terminan poniendo en la entrevista lo que les digo fuera de reportaje… Además ya no rectifico, porque desde hace dos años todo lo que se publica como declaraciones mías es pura paja… La vaina es siempre la misma, lo que digo en dos horas, lo reducen a media página, y resulto hablando pendejadas. Fuera de eso, el escritor no está para dar declaraciones sino para contar cosas. El que quiera saber qué opino, que lea mis libros. En Cien Años de Soledad hay 350 páginas de opiniones y tienen los periodistas todo el material que quieran. Es que hay más: Fuera de la persecución de los periodistas, tengo ahora una que nunca pensé tener y es la de los editores. Aquí llegó uno a pedirle a mi mujer las cartas personales. Una muchacha se apareció con la buena idea de que le respondiera 250 preguntas para publicar un libro llamado 250 Preguntas a García Márquez. Me la llevé al café de aquí abajo y le expliqué que si respondía 250 preguntas el libro sería mío, y sería el editor el que se cargara con la plata. Me dijo que sí, que tenía razón, y como que se fue a pelear con el editor porque a ella también la estaban explotando… Voy a decirle una vaina en serio, a los editores los mando tranquila y dulcemente para el carajo… Son una verdadera plaga… Dicen que los escritores vivimos de ellos, pero son ellos los que viven de nosotros. Los escritores vivimos de nuestros lectores y los editores son parásitos que se alimentan de nosotros y de nuestros lectores… A mí lo que me soba es que muchos jóvenes escriben para publicar y no por el gusto de escribir. Por eso le tengo desconfianza al futuro de la literatura colombiana… No digan que no hay valores ocultos pero que no han salido a la luz porque no hay quien los publique… Los editores están buscando autores con escoba por debajo de las camas… Ese es su negocio, naturalmente, y por eso es que viven persiguiendo a los escritores. Pero espere y verá que con Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa, y los otros, estamos preparando una vaina contra los editores, y que no se calienten… Jamás le he llevado un libro a un editor…” (Págs. 29, 30 y 31).

“Lo que más me molesta del éxito es que me utilicen, que me exploten, que me pongan como anzuelo… El escritor es tan explotado como cualquier obrero…” (Págs. 115 y 207).

“Después de Cien Años de Soledad… Por primera vez los escritores, que antes andábamos detrás de los editores para que nos editaran, tuvimos que escondernos debajo de la cama para que no nos alcanzaran en su asedio…” (Pág. 371).

De la desahogada que se pegó Gabo salen muchas cosas a relucir. Su mala relación con sus colegas periodistas entrevistadores, porque tergiversan y alteran las entrevistas, y porque repiten una y otra vez las mismas preguntas, que obligan a dar una y otra vez las mismas respuestas. Su mala relación con los editores a quienes considera parásitos explotadores y, él no lo dice, el boom latinoamericano en esos momentos se estaba agrupando bajo el cobijo de su agente literaria Carmen Balcells, a la que llamaban la Mamá Grande, porque así unidos formaban una especie de sindicato con un gran poder de negociación para poner ellos las condiciones y hacer a un lado a los editores que se hacían de rogar. No fue ese un movimiento publicitado, pero en el caso de su exclusivo club evidentemente dio resultados. Y sale a relucir el caso de muchos que escriben para publicar o para mandar a los concursos, y no por el placer de escribir. A estos los menosprecia García Márquez.

“Escriben para ganarse el concurso, y la meta se convierte en eso… Las dos veces que mandé a concurso… eran cosas que ya tenía hechas desde antes…” (Pág. 145).

De ese sindicato, y del poder que le dio su notoriedad, sacó Gabo una ventaja y fue la de que le permitieran revisar y corregir los libros en el instante en que entraban al proceso de impresión (Pág. 522), salvaguardándolo de las alteraciones que los editores suelen hacer en los textos originales porque hay dos tipos de modificaciones: los errores de uno que ellos detectan y corrigen, lo que es bueno; y los que ellos creen que son errores de uno, pero no lo son, y su modificación es una contrariedad para el autor.

“En Cien años cambié solamente una palabra, aunque Paco Porrúa, director literario de Suramericana, me dijo que cambiara todo lo que quisiera. Creo que lo ideal sería escribir un libro, imprimirlo, y después corregirlo. Cuando uno manda algo a la imprenta, y después lo lee impreso, es como si hubiese dado un paso adelante o atrás, que es importantísimo… Cuando llega el primer ejemplar, cancelo todo lo que tenga que hacer, y me siento inmediatamente a leerlo todo, ya que es otro libro distinto del que conozco porque se ha establecido una distancia entre el autor y el libro y esa es la primera vez que lo leo como lector. Esas letras que están ahí ya no son las de mi máquina de escribir, no son mis palabras, son otras que andan en otro mundo, y que no me pertenecen… Después de esa primera lectura, no he vuelto a leer jamás Cien Años de Soledad…” (Págs. 62, 63 y 289).

“Discrepo de aquellos que miran las telenovelas con desprecio y las consideran un género menor… Es un género menor, porque los intelectuales las hemos dejado a autores de género menor; pero, ¡Qué maravilla poder hacer una telenovela que paraliza a nueve millones de personas todos los días a la misma hora! El mensaje cultural que puede llegar a través de la televisión es extraordinario. Creo que lo que hay que hacer es apoderarse de la televisión, no despreciarla, y usarla como un instrumento de penetración cultural. Eso sería revolucionario…” (Págs. 336 y 543).

“Los intelectuales viven diciendo que la televisión es una porquería, y como medio incluso la desprecian. No hacen nada para que realmente deje de serlo. Pero si la televisión no es el medio más importante, con seguridad es el más eficaz. Por ejemplo, con la publicación de un libro se venden cien mil ejemplares en un año, mientras en televisión se alcanzan diez millones de espectadores en solo una noche. Creo que los intelectuales, en cambio de quedarse despreciándola, deberían amarla y apropiársela…” (Págs. 378, 379 y 549).

“Supón que de un libro se venden, exageradamente, un millón de ejemplares en un año. En una sola noche, una telenovela puede llegar a cincuenta millones de hogares en un solo país. Entonces, para alguien como yo que sólo quiere que lo quieran por las cosas que hace, es mucho más eficaz una telenovela que una novela. Lo que pasa es que ya tenemos un condicionamiento mental que nos hace pensar que una telenovela es sinónimo de cursi, pero yo no lo creo así. Si los intelectuales no despreciaran tanto la televisión, esta no sería tan mala…” (Págs. 384 y 455).

También dijo Gabo:

“No se puede hacer nada grande en literatura, ni en nada, si no se es feliz haciéndolo…” (Pág. 152).

Creo que Fernando Jaramillo Echeverri ha sido feliz con la tarea, que le ha dado muchas satisfacciones, de convertirse en un coleccionista de gabodocumentos, y esa pasión le ha permitido publicar este libro que es una compilación no digamos difícil sino casi imposible de hacer para una persona que no tuviera su bagaje acumulado de años. De eso estoy seguro, como también lo estoy de que yo he disfrutado la lectura de este libro, que he rumiado y degustado con lupa, porque equivale a encontrarse un diario minuciosamente manuscrito en el fondo de un baúl, cuya lectura es una radiografía del pensamiento de un escritor tan reconocido. En conclusión, he sido feliz haciéndolo.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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LISTADO DE ENTREVISTAS CONTENIDAS EN EL LIBRO PARA QUE NO SE LAS LLEVE EL VIENTO, 
COMPILADAS POR FERNANDO JARAMILLO ECHEVERRI

(1) Páginas 7 a 10 – Introducción
(2) Páginas 11 a 14 – Un hobby de magia y poesía – Arturo Camacho Ramírez –  Revista Casa Silva, Bogotá, 1954
(3) Páginas 15 a 19 – Un novelista que quiere seguir escribiendo novelas – Alonso Ángel Restrepo – El Colombiano, Medellín, 1955
(4) Páginas 20 a 21 – Varias entrevistas en el Premio Rómulo Gallegos –  Caracas, 1967
(5) Páginas 22 a 28 – Una novela en América Latina – Mario Vargas Llosa – Universidad Nacional de Ingeniería UNI, Lima, 1967
(6) Páginas 29 a 37 – El novelista Gabriel García Márquez no volverá a escribir –Daniel Samper Pizano – El Tiempo, Bogotá, 1968
(7) Páginas 38 a 46 – GGM, una conversación infinita –Miguel Fernández Braso – Editorial Azur, Madrid, 1968
(8) Páginas 47 a 50 – Las primeras entrevistas, apartes – Imagen/Visión – Caracas-México, 1969
(9) Páginas 51 a 71 – Algún Día Estados Unidos hará su revolución socialista –Rita Guibert – Siete voces, Editorial Novado, México, 1971
(10) Páginas 72 a 77 –Después de perder 32 guerras, todavía esperamos ganar la siguiente – Redacción de Revista Alternativa – Bogotá, 1974
(11) Páginas 78 a 80 – HABEAS de verdad, por los derechos humanos – Redacción de Revista Alternativa, Bogotá, 1975 
(12) Páginas 81 a 85 – Gabo vuelve al periodismo – Grupo de Redacción Revista Visión, México, 1975 
(13) Páginas 86 a 93 – El empleo de ser famoso – Orlando Castellanos – El Universal, México, 1976 
(14) Páginas 94 a 117 – Gabo cuenta la novela de su vida – Germán Castro Caicedo – El Espectador, Bogotá, 1977
(15) Páginas 118 a 124 – El viaje a la semilla, I – Grupo de Redacción – El Manifiesto, del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1977
(16) Páginas 125 a 130 – El otoño es un poema, II – Grupo de Redacción – El Manifiesto, del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1977
(17) Páginas 131 a 136 – Mi trabajo político consiste en escribir bien, III – Grupo de Redacción – El Manifiesto, del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1977
(18) Páginas 137 a 139 – Marcel Proust interroga a García Márquez – Alberto Zalamea Costa – Hombre de Mundo, México DF, 1978
(19) Páginas 140 a 143 – Todo periodismo es político – Angel S. Harguindey – El País, Madrid, 1978
(20) Páginas 144 a 155 – Gabriel García Márquez, diez mil años de literatura – Manuel Pereiro – Revista Bohemia, La Habana, 1979
(21) Páginas 156 a 164 – García Márquez habla de García Márquez – Peter H. Stone – Revista Época, Roma, 1979
(22) Páginas 165 a 174 – La guerra de la información – Ramón Chao e Ignacio Ramonet – Revista Alternativa, Bogotá, 1979
(23) Páginas 175 a 181 – García Márquez, un periodista que no pudo ser músico – Pierre Boncenne – Revista Lire, Roma, 1980
(24) Páginas 182 a 186 – No soy dado a las abstracciones – Waldemar Verdugo Fuentes, “Waldemar Dante” – Revista Vogue, S/I, 1981
(25) Páginas 187 a 195 – Comadreo literario de cuatro horas con GGM – Juan Gustavo Cobo Borda – Gaceta de Cultura, Bogotá, 1981
(26) Páginas 196 a 203 – García Márquez rechaza el terrorismo – Yamid Amat Ruiz y A. Rodríguez – Caracol, Bogotá, 1981
(27) Páginas 204 a 214 – El mundo de Gabo – Darío Arismendi Posada – El Mundo, Medellín, 1982
(28) Páginas 215 a 223 – Quién carajos somos los latinoamericanos – José Hernández Iglesias – El Mundo, Medellín, 1982
(29) Páginas 224 a 227 – Amnistía es solo parte de la paz – Juan Gossaín Abdala y A. Rodríguez – Caracol, Bogotá, 1982
(30) Páginas 228 a 232 – No puedo darme el lujo de emocionarme – Darío Arismendi Posada – El Mundo, Medellín, 1982
(31) Páginas 233 a 241 – Puedo morir tranquilo, ya soy inmortal – Alberto Oliva – Buenos Aires, Revista Gente, 1982
(32) Páginas 242 a 243 – La cumbia del Nobel – Eduardo Gómez Ortega – Revista Gente, Buenos Aires, 1982
(33) Páginas 244 a 264 – Entrevista con Gabriel García Márquez – Claudia Dreyfus – Playboy, USA, 1982
(34) Páginas 265 a 267 – No hay nada más difícil que ser colombiano – Nohra Parra – Revista Cromos, Bogotá, 1983
(35) Páginas 268 a 272 – García Márquez, el gallo no es más que el gallo  – Alejandro Cueva Ramírez – Revista Pluma, Bogotá, 1983
(36) Páginas 273 a 274 – Al escritor no lo acaba nada… excepto el Nobel – Gloria Valencia Diago de Acosta Borrero – El Tiempo, Bogotá, 1983
(37) Páginas 275 a 281 – El periodismo, una vacuna contra la gloria – Redacción de El Mundo – Medellín, 1983
(38) Páginas 282 a 292 – Entrevista radial Radio Habana Cuba – Sin más información, 1983
(39) Páginas 293 a 295 – Vivo con métodos clandestinos – Brian J. Malet – El Mundo, Medellín, 1984
(40) Páginas 296 a 303 – Este continente está vivo – Redacción de El Mundo, Medellín, 1984
(41) Páginas 304 a 308 – Ya es hora de que pongamos de moda la felicidad – Roberto Solans – La Nación, Buenos Aires, 1984
(42) Páginas 309 a 310 – Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo – Redacción de Clarín – Buenos Aires, 1984
(43) Páginas 311 a 320 – Tener el lector agarrado por el cuello, no dejarlo pestañear – Carlos Gaveta – Revista El Periodista, Buenos Aires, 1985
(44) Páginas 321 a 332 – Habla Gabo – María Elvira Samper – Revista Semana, Bogotá, 1985
(45) Páginas 333 a 340 – García Márquez y la música – Armando López – Revista Opina, La Habana, 1985
(46) Páginas 341 a 345 – Espejismo con Puerto Rico – Joseán Ramos Rodríguez – Diario El Mundo, Nueva York, 1985
(47) Páginas 346 a 354 – Gabriel García Márquez – Jean Pierre Richard – LUI, París-Madrid, 1986
(48) Páginas 355 a 358 – García Márquez, el hombre de cine – Redacción de la Revista El Periodista – Buenos Aires, 1987
(49) Páginas 359 a 364 – Inventar el mundo es lo más maravilloso que hay – Lídice Valenzuela – Agencia Prensa Latina – La Habana, 1987
(50) Páginas 365 a 369 – Y usted, Gabo, ¿Cómo entró a El Espectador?   T– Sara Marcela Bozzi – El Espectador, Bogotá, 1987
(51) Páginas 370 a 377 – En mis tiempos libres no quedaba más remedio que… – Hernando Piñeros S. – El Espectador, Bogotá, 1987
(52) Páginas 378 a 382 – Yo imaginaba que alcanzaría un límite – Isa Pessoa – El Espectador, Bogotá, 1988
(53) Páginas 383 a 387 – Las telenovelas son una maravilla – Susana Cato – El Mundo, Medellín, 1988
(54) Páginas 388 a 390 – Mis años felices – Marlise Simons – The New York Times, Nueva York, 1988
(55) Páginas 391 a 394 – Nos entenderemos aunque sea en español – Daniel Samper Pizano – Revista Cambio 16, Madrid, 1988
(56) Páginas 395 a 397 – Bolívar en agonía – Laurence Tacou – Semanario L´Express, París, 1988
(57) Páginas 398 a 398 – Gabriel García Márquez no tiene quien lo entreviste – El Mundo – Medellín, 1988
(58) Páginas 399 a 403 – Entregaré un Bolívar de carne y hueso – Maritza Jiménez – El Nacional, Caracas, 1988
(59) Páginas 29 a 37 – Las dos corbatas de Gabriel – Enrico Filippini – La República, Roma, 1989
(60) Páginas 408 a 411 – La fama es un oficio de 24 horas – Redacción de El Tiempo – Bogotá, 1989
(61) Páginas 412 a 416 – Juan Gossaín Abdala – El Tiempo, Bogotá, 1989
(62) Páginas 417 a 421 – Gabo, ¿Otro dinosaurio? – Redacción Revista Semana – Bogotá, 1989
(63) Páginas 422 a 424 – La fusilada del General en su Laberinto – Redacción de El Espectador, Bogotá, 1989
(64) Páginas 425 a 432 – Gabo responde a los críticos – Susana Cato – Medio, Caracas, 1989
(65) Páginas 433 a 443 – El general en su Laberinto es un libro vengativo – María Elvira Samper Nieto – Revista Semana, Bogotá, 1989
(66) Páginas 444 a 450 – Crónica de una visita anunciada – Ana María Larraín – Reseña, Santiago de Chile, 1990
(67) Páginas 451 a 456 – María es un texto sagrado – José Hernández Iglesias – Edición Dominical de El Tiempo, Bogotá, 1990
(68) Páginas 457 a 460 – Nostalgias cachacas de un costeño varado – Alejandra Buitrago Herrera – El Tiempo, Bogotá, 1990
(69) Páginas 461 a 465 – GGM y la cocina del Caribe – Marco Antonio Contreras Torres – Informe Cultural, Cartagena, 1990
(Contreras, cantautor y periodista, dirigió la Revista Coralibe de Barranquilla)
(70) Páginas 466 a 471 – Europa se cree el ombligo del mundo – Rosa Mora – El Espectador, Bogotá, 1990
(71) Páginas 472 a 477 – Hay que manosear la Constitución – Daniel Samper Pizano – El Tiempo, Bogotá, 1990
(72) Páginas 478 a 483 – Gabo para norteamericanos – Michelle Miller - A. Day – The Los Ángeles Time, Los Ángeles, 1990
(73) Páginas 484 a 485 – Cartagena, sede natural de La Constituyente – Gonzalo Zúñiga Torres – El Universal, Cartagena, 1990
(74) Páginas 486 a 525 – Entrevista radial – Darío Arismendi Posada – Caracol Radio, Bogotá, 1991
(75) Páginas 526 a 537 – El periodista es hoy en Colombia un corresponsal de guerra – Gilberto Bello – El Espectador, Bogotá, 1991
(76) Páginas 538 a 542 – García Márquez habla de fútbol – Prensa Latina – Balón Gráfico Deportivo, Barranquilla, 1991
(77) Páginas 543 a 545 – Hay que filmar la realidad real – José Hernández Iglesias – El Tiempo, Bogotá, 1991
(78) Páginas 546 a 547 – Sin conciencia del pasado – Redacción Revista Universitaria Jaque – Medio, Bogotá, 1991
(79) Páginas 548 a 550 – Jamás seré director – Redacción Revista Semana – Medio, ciudad, 1991
(80) Páginas 551 a 553 – Quieres que hablemos – Jairo Dueñas Villamil – Revista Cromos, Bogotá, 1991
(81) Páginas 554 a 557 – No me siento únicamente colombiano – Manuel Osorio – Revista Unesco, París, 1991
(82) Páginas 558 a 559 – Que me compren un fax – Juan Cruz Ruiz – El País, Madrid, 1991
(83) Páginas 560 a 566 – Cuando Escalona me daba de comer – Marco Antonio Contreras Torres – Revista Coralibe, Barranquilla, 1991
(84) Páginas 567 a 575 – El placer de narrar – Juan Cruz Ruiz – Bebelita, Madrid, 1991
(85) Páginas 576 a 578 – Edipo Rey, candidato a la alcaldía – Eduardo García Martínez – El Tiempo, Bogotá, 1992
(86) Páginas 579 a 582 – Gabo estrecha la mano de Colón – Joaquín Ibars – La Vanguardia, Barcelona, 1992
(87) Páginas 583 a 592 – El barco donde estaba el paraíso – Silvia Lemus – Revista Nexos, México, 1993
(88) Páginas 593 a 595 – El fin de un ayuno – Rosa Mora – El Espectador, Bogotá, 1994
(89) Páginas 596 a 599 – El periodismo bota corriente – Winston Manrique Sabogal – El Espectador, Bogotá, 1994
(90) Páginas 600 a 601 – El amor, maravilloso demonio – Entrevistador – Redacción de El Espectador, Bogotá, 1994
(91) Páginas 602 a 607 – Suelto adjetivos para desahogarme – Antonio Caballero Holguín – Cambio 16, Bogotá, 1994
(92) Páginas 608 a 610 – Gabo, no al Ministerio de la Cultura – Redacción de El Tiempo – Medio, Bogotá, 1994
(93) Páginas 611 a 619 – Y se murió hasta el último – Entrevistador – Revista Cromos, Bogotá, 1994
(94) Páginas 620 a 621 – Me gustaría más cantar que escribir – Christiane Muratele – Revista Cosas, Santiago de Chile, 1995
(95) Páginas 622 a 626 – En Colombia no hay secretos – Roberto Pombo Holguín– El Tiempo, Bogotá, 1995
(96) Páginas 627 a 630 – Por qué no creo en el Mincultura – Redacción de Revista Semana – Bogotá, 1995
(97) Páginas 631 a 635 – El amor es mi única ideología – Traducción de Luis E. Guarín – El Tiempo, Bogotá, 1995
(98) Páginas 636 a 642 – El reportaje, la mejor noticia para el Lector – Carlos Alberto Giraldo Monsalve – El Colombiano, Medellín, 1995
(99) Páginas 643 a 646 – Un Nobel en busca de un adjetivo – María Paz López – La Vanguardia, Barcelona, 1995
(100) Páginas 647 a 657 – La alergia del Gabo – Boris Muñoz – Semanario Radar, Nueva York, 1996
(101) Páginas 658 a 663 – Gabo cambia de oficio – Susana Caro – Cambio 16, Bogotá, 1996
(102) Páginas 664 a 665 – El país está en interinidad – Entrevistador – Redacción de El Tiempo – Bogotá, 1996
(103) Páginas 666 a 668 – Me aburre escribir guiones – Andrew Paxman – Reuter/Variety,S/I,, 1996
(104) Páginas 669 a 680 – Carajo, hagamos algo y punto (tres entrevistas) – Luis Cañón Moreno – El País, Cali, 1996
(105) Páginas 681 a 697 – T   T– Gustavo Tatis Guerra – El Colombiano, Medellín, 1996
(106) Páginas 698 a 702 – De regreso al periodismo – Hero Buss – Cambio 16, Bogotá, 1996
(107) Páginas 703 a 716 – Entrevista a García Márquez – Plinio Apuleyo Mendoza García – Desafíos RCA, Bogotá, 1999
(108) áginas 717 a 725 – Dejar de escribir no ha cambiado mi vida – Enviado especial – La Vanguardia, Barcelona, 2006
(109) Páginas 726 a 727 – El viajero de Pléyades – Iridan Saren – El Viajero. blogspot. com, S/I, 2010
http://blogs.eltiempo.com/alternativa-extraterrestre/2010/05/23/gabriel-garcia-marquez-opina-sobre-ovnis/
(110) Páginas 728 a 731 – Sobre la gramática – NN S/I, 2005
(111) Páginas 732 a 737 – Frases de Gabriel García Márquez – Recogidas al azar – Por el compilador

Hasta aquí llega el segmento de la reseña que está en primer lugar, y luego pasaremos al segmento que viene en segundo lugar.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Cruce de notas:

De Orcasas, enero 30 de 2020

Apreciado don Fernando Jaramillo Echeverri
Memorabilia GGM

Cordial saludo.

Acabo de terminar la lectura de su compilación de entrevistas garciamarquianas, que me tuvo literalmente atrapado durante un par de meses. 

Tengo el blog Postigo de Orcasas que no es comercial sino cultural, pero que además no es masivo sino con un promedio de visitas que subió de 60 a 70 visitantes en los últimos tres meses y se ha sostenido en 64 para el último año. No es más. Lo uso para compartir con mis amigos mis impresiones sobre el mundo que me rodea, sin más pretensiones. 

En primer lugar, quiero compartir con usted las anotaciones que a manera de reseña recogí de la lectura y relectura del libro, por si las encuentra de su interés. En segundo lugar, y si usted no tiene inconveniente, pondré el material en mi blog una vez obtenga su beneplácito para el efecto.

Espero que sea una reseña de su agrado, y agradezco su atención.

Feliz día,

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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De: Fernando Jaramillo –memorabilia.ggm@gmail.com–, enero 31 de 2020.

Que trabajo tan monumental. Me llena de orgullo que el libro haya servido de inspiración para sus comentarios. Se lo agradezco infinitamente.

Por supuesto que puede darle el uso que quiera en su blog y en cualquier otra publicación.

Cordial saludo 

F. Jaramillo
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De Orcasas, enero 31 de 2020

Mi apreciado don Fernando:

Gracias a usted, por permitirme compartir con los lectores estas anotaciones que a algunos servirán para otros trabajos sobre nuestro escritor cumbre, y sobre sus facetas de hombre detrás del mito.

Gracias también por haber tenido el olfato y la visión hace medio siglo de empezar a recoger todo lo concerniente a un hombre que todavía no se sabía las alturas a las que iba a llegar. De no ser por usted, esa frondosa documentación se hubiera desperdigado y hubiera sido obra de una casi imposible recuperación para cualquier otro, aún con las ayudas del computador y la Internet. A mi modo de ver, casi imposible.

Cordial saludo,

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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(El ojo amoratado de Gabriel García Márquez fotografiado por Rodrigo Moya Moreno)

ENTREVISTAS A GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ:
LA HISTORIA DE UN DESTINO INELUDIBLE, 
EN SEGUNDO LUGAR

(Los números de página remiten al listado de entrevistas en el primer artículo de esta serie de cuatro)

ENTREVISTAS QUE LLAMARON MI ATENCIÓN

Todas las entrevistas incluidas en el libro son interesantes, como quiera que pasaron el filtro de selección del compilador que resolvió incluirlas en el voluminoso libro y no dejarlas por fuera; pero hay algunas que a mí particularmente en la lectura me atrajeron, y consideré de especial interés. Aquí las señalo:

La de Peter Stone (García Márquez habla de García Márquez), de la página 156 a la página 164, sobre el proceso de madurez literaria hasta convertirse en escritor, y sobre cómo escribió sus obras más reconocidas.

La de Armando López (García Márquez y la música), de la página 333 a la página 340, sobre los géneros musicales de su preferencia.

La de Joseán Ramos (Espejismo con Puerto Rico), de la página 341 a la página 345, sobre la situación colonial del Estado puertorriqueño frente a los Estados Unidos.

La de Gilberto Bello (El periodista es hoy en Colombia un corresponsal de guerra), de la página 526 a la página 537, sobre la amenazada vida de los periodistas en el país. 

La de Darío Arismendi Posada (Entrevista Radial), de la página 486 a la página 525, sobre la vida familiar, la situación del periodismo, las posturas políticas, su afición de cineasta, actitud frente a la ropa y la moda, su amistad con el poder político, el proceso de creación de sus obras, sus amigos de siempre, su gusto por la música, sus lecturas. Arismendi lo abarcó ¡Todo! 

La de la revista Semana (Jamás seré director), de la página 548 a la página 550, con una recopilación de sus ideas, y su afirmación de que jamás será un director de cine por considerar esa una tarea muy difícil.

La de Marco Antonio Contreras (García Márquez y la cocina del Caribe), de la página 461 a la página 465, hablando sobre la comida caribeña. Tiene un párrafo de introducción de Contreras en estilo garciamarquiano que me parece extraordinario. 

La de Marco Antonio Contreras (Cuando Escalona me daba de comer), de la página 560 a la página 566, en la que hablan sobre la música vallenata.

La de Gustavo Tatis Guerra (Gabo, el otro), de la página 681 a la página 697, sobre el tema de dónde salen los sucesos y los personajes de sus obras.

La de Boris Muñoz (La alergia de Gabo), de la página 647 a la página 657, en la que Muñoz logra torcerle el cuello al cisne de un Gabo renuente a concederla, por ser alérgico a las entrevistas, y en medio de apremios de tiempo y de compromisos resultaron hablando por espacio de 45 minutos y no por los 15 inicialmente concedidos. El título es una alusión a la Gripa de Frank Sinatra de Gay Talesse, que entrevistó al cantante sin haber hablado con él. Gran parte de la entrevista de Muñoz es un relato de las peripecias que tuvo que pasar el periodista novato para lograr acorralar prácticamente al hostil entrevistado: 

“Recuerda que lo más difícil no es saber por dónde empezar, sino cuando terminar… Me están esperando arriba desde hace rato –Dijo García Márquez, mirando el reloj por última vez…” (Pág. 656)

De mis anotaciones de lectura deduzco que por afinidad hay varios grupos de citas o tópicos en esas entrevistas, y trataré de agruparlas para ponerlas en contexto.

VOCACIÓN DE ESCRITOR 
Y LA TAREA DE ESCRIBIR

“La verdad es que la literatura es una ciencia que hay que aprender, y que existen diez mil años de literatura detrás de cada cuento que se escriba. Para conocer esa literatura, se necesita modestia y humildad… Al fin y al cabo la literatura no se aprende en la universidad sino leyendo y leyendo a los buenos escritores… Lo más difícil es empezar a escribir…” (Pág. 150).

“Uno aprende a escribir leyendo a los otros escritores, a los buenos. Lo importante es no equivocarse, porque hay que saber cuáles son los buenos. Si te pones a imitar a los malos, te sale todo malo…” (Pág. 367).

“Muchos quieren ser el García Márquez de ahora y lo que quieren es el Premio Nobel, pero para llegar al García Márquez de hoy no basta con cumplir 64 años… Mis primeros pasos fueron en El Universal de Cartagena…” (Pág. 493). 

“Soy escritor por timidez… He tenido que refugiarme en la literatura… Me encantaría tener éxito en los salones contando cuentos como un prestidigitador… En mi caso, ser escritor es un hecho descomunal porque soy muy bruto para escribir…” (Págs. 60 y 184).

“Estoy viendo que el que tiene razón es mi papá, que no ha leído ninguno de mis libros porque dice que yo soy demasiado bruto para escribir nada bueno… (Pág. 37). 

“Este va a ser mi último libro, y no escribo más. Ya escribí el plan de libros que tenía para veinte años. Ahora se acabó y no tengo más plan. Ni tengo ganas de escribir. Eso cada vez es más difícil y soy muy bruto para escribir…” (Págs. 36 y 37).

“¿A dónde quieres llegar? Sencillamente a ser el más importante escritor del mundo…” (Pág. 47).

“El escritor vende su libro en la máquina de escribir. Si es legible e interesante se va a vender con seguridad y cualquier estímulo publicitario será menos eficaz que el trabajo del escritor en el momento de escribir… El mejor medio para vender es el comentario que el lector satisfecho hace… Hay editores que piensan que un libro malo promovido con todos los efectos publicitarios puede venderse más que si fuera bueno…” (Págs. 202, 209 y 226).

“Hay una cosa que no tenía prevista, y es la fama. Quería ser un escritor, y quería ser un buen escritor, y quería ser un muy buen escritor, y quería ser el mejor escritor del mundo… Porque no se puede llegar a ser un regular escritor si uno no tiene el propósito de ser el mejor escritor del mundo. Es decir, no se puede escribir regularmente bien si uno no se propone en cada letra ser mejor que Cervantes, ser mejor que Shakespeare, ser mejor que Dante, ser mejor que Sófocles… Lo que pienso es que en el oficio de escritor la modestia es una virtud sobrevalorada, porque si tú te sientas a escribir modestamente, quedas convertido en un escritor de nivel modesto. Entonces hay que meterle toda la ambición del mundo, y hay que emular a los grandes modelos…” (Págs. 101, 144 y 571).

Detrás de eso hay mucho trabajo previo, de eso no hay duda; como tampoco la hay de que, para hacerlo, hay que asumir la tarea con tal empeño que el escritor termina por enfermarse por la tensión, por la carga de estrés que maneja, y termina por somatizar su angustia, por presentar síntomas sicosomáticos:

“Para mí el hecho de escribir en periodismo o en literatura me produce terror, además de náuseas y vómitos que sólo se me quitan cuando me siento por obligación frente a la máquina de escribir. Al hacerlo, hay una especie de vértigo contradictorio. Por un lado, la fascinación por la satisfacción que puede dar el resultado del trabajo, y por el otro, una enorme resistencia física para realizarlo. Aunque logre finalmente vencer esto, no dejo de inventar cualquier pretexto, excusas para aplazar el comienzo… (Pág. 178).

Cada entrevista es un contexto diferente, pero al leerlas compiladas en un solo libro uno lee algo y recuerda que ya lo leyó muchas páginas atrás. Las frases sacadas de un contexto y puestas en otro contexto pueden sonar contradictorias.

“¿Usted goza de sus libros cuando los escribe, o sufre? – Los gozo muchísimo. En el momento en que los estoy escribiendo son las mejores épocas de mi vida. No me enfermo, no siento dolores de ninguna clase, nada…” (Pág. 521).

“Hay una cosa curiosa con El Coronel No Tiene Quién Le Escriba. Cuando estuve escribiéndolo tuve furúnculos o golondrinos, y no me los pudieron quitar con nada. Me hicieron toda clase de tratamientos, fui a Nueva York a que me los extirparan, me sacaron sangre de un lado y me la inyectaron en el otro, me pusieron vacunas y toda clase de vainas. Durante cinco años no hubo nada qué hacer porque se me quitaban y me volvían a dar. Cuando escribía Cien Años de Soledad se me ocurrió enfermar al coronel Aureliano Buendía. ¿Qué enfermedad le pongo a este cabrón para que se joda sin matarlo? Entonces le puse los golondrinos, y en el momento en que quedó con ellos se me quitaron a mí. De eso hace diez años, y no me volvieron a dar…” (Pág. 126).  

“No pretendo quejarme, pero me da la impresión de que las personas que no escriben no se dan cuenta del drama que eso representa. Decir que este es un trabajo de obrero, un trabajo artesanal muy duro, no es demagogia…” (Págs. 178 y 179).

“En el fondo, la literatura no es otra cosa que carpintería… Escribir algo requiere tanto empeño como fabricar una mesa. El escritor trabaja sobre una realidad que es un material duro como la leña. Literatura y carpintería requieren de una notable habilidad técnica y una buena dosis de secretos del oficio. Pero, sobre todo, en la base de ambas hay un trabajo esforzado…” (Págs. 161 y 185)

“En un momento dado me di cuenta de que Mercedes ya no podía seguir encargándose sola de todo. Interrumpí el trabajo de la novela, y me puse a escribir un guion para la radio, pero en el mismo momento de empezar a hacerlo me vino una insufrible jaqueca. Pese a que los médicos me recetaron todos los medicamentos posibles, no hubo ninguno que pudiera curármela. Por último, cuando reanudé la novela, el dolor desapareció por completo…” (Pág. 258).

Gabo era un niño cuando su abuelo materno, el coronel Nicolás Márquez, con quien se crió, lo sacó de Aracataca para llevarlo de paseo a conocer las instalaciones de la compañía bananera United Fruit Company, con alojamientos que los directivos gringos habían convertido en campamentos elitistas. Aracataca, según “Cien Años de Soledad”, era un poblado sin energía eléctrica:

“Una aldea de veinte casas de barro y cañabrava, construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes, como huevos prehistóricos”. 

En las bodegas del restaurante bananero había un refrigerador eléctrico con bloques de hielo que contenían pargos rojos congelados, preservándose incorruptibles hasta el momento de su preparación. Ese episodio increíble para un niño que se alumbraba con velas, dio lugar a la frase con la que comienza “Cien Años de Soledad”: 

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. 

Mucha agua ha corrido por el río para ese niño que recibió la iluminación, la revelación, la inspiración de escribir esos hechos cuando muchos años después, en 1950 o 51, su madre lo llevó de nuevo a Aracataca para vender la casa en la que cuando niño él había vivido con los abuelos.

“Mi madre volvió a Aracataca a vender la vieja casa de los abuelos, y la acompañé… Había salido de Aracataca a los 8 años y no había vuelto nunca… Al volver empecé a preguntarle a mi madre por la historia de mi abuelo, de la familia, de dónde habían venido, y sentí que todo eso era un material literario que tenía allí dentro y que no sabía muy bien por donde iba a reventar…” (Págs. 158, 193, 194 y 257).

Creo que en el siguiente párrafo se condensa el mensaje de García Márquez sobre la tarea de escribir:

“Empezar una novela es lo más difícil, y siempre es difícil empezar cada capítulo. Por eso es muy bueno escribir cuentos, pues tienen la ventaja de que no hay que empezar sino de a uno a la vez. La novela, cada vez que termina un capítulo, el día en que va a empezar el siguiente, es terrorífico. Siempre tengo la impresión de que la novela se va a quedar ahí, y no va a seguir. Porque empezar cada capítulo es muy difícil. Más aún, el primer capítulo, el primer párrafo… Lo más difícil de una novela es el primer párrafo. En el primer párrafo uno mismo descubre cuál será el estilo, cuál será el tono, e inclusive se da cuenta de cuál es el ritmo y cuál pueda ser la longitud probable de la novela. En cambio terminarla es muy fácil. Además, doy un consejo: cuanto más pronto termine uno, mejor. Porque, por ejemplo, yo soy muy mal lector. En el momento en que un libro me aburre, ahí lo dejo; porque tengo muchos libros en cola esperando para leer y no se pone uno a perder el tiempo en un libro que no se sabe defender hasta el final… Libro leído, lo tiro, lo boto, lo voy dejando por todas partes… No leo ni por respeto, ni por devoción, ni por obligación… Cuando estoy escribiendo me acuerdo de eso y pienso que los lectores son lo mismo. En el momento que me aburre lo que estoy escribiendo, cambio todo y busco la manera de que se vuelva otra vez interesante. Es un buen consejo, es decir, el primer lector de sus libros es uno mismo, y uno debe tratar de no aburrirse con su libro para que el lector no se aburra…” (Págs. 65, 66, 271 y 380).

“Cuando empiezo a escribir un libro sé a dónde va a llegar, sé cuál es la última frase desde antes de sentarme a escribirlo. Cuando me siento a escribir tengo todo el libro en la cabeza, como si lo hubiera leído, porque lo he pensado durante años…” (Págs. 330 y 632).

“En mi biblioteca hay un estante repleto de diccionarios que consulto después de haber escrito… Primero pongo las palabras, y después consulto…” (Págs. 392, 393, 487 y 528).

“Aparte los diccionarios y enciclopedias, no creo tener más de 3.000 libros en la biblioteca. Todos los años hago poda, y todo libro que leo lo boto o lo regalo…” (Pág. 534).

“Tengo mala ortografía, pero para eso hay correctores…Tengo un sentido natural del idioma que nace con uno y sé que lo que escribo está bien construido, que es correcto, pero ignoro por qué… Si al escribir tuviera en cuenta las reglas de la Academia o consultara con el diccionario si esto o aquello, se puede decir que iría en el primer capítulo de Cien Años de Soledad…” (Págs. 211 y 212).

“Las últimas cartas que escribí a mi madre fue estando en el internado de Zipaquirá… Eran cartas informativas de la vida, de lo que hacía, pero para mí fueron muy importantes, y es una lástima que las haya perdido, porque en el correo siguiente ella me las devolvía con la ortografía corregida…” (Pág. 487).

“Muchos de los periodistas que me encuentro salieron de una escuela de periodismo… Hay que revisar a fondo esas escuelas… Doy un ejemplo de uno que es bueno, hace buenas preguntas, la forma en que lleva la entrevista es buena, la graba. Pero, cuando transcribe, no sabe dónde van los puntos, dónde van las comas, no tiene la menor idea de la ortografía. Una sola coma cambia el sentido por completo… Necesitamos hacer una revisión a fondo de las escuelas de periodismo en Colombia…” (Pág. 330).

“García Márquez finalmente aprobó el texto, sin verlo, pero advirtiendo que lo miraría más tarde, poniendo particular énfasis en la puntuación. Su meticulosidad va más allá…” (Pág. 543).

“Nunca estudié literatura en ninguna escuela, e ignoro por completo las leyes de la Gramática Castellana. Escribo de oído…” (Pág. 372).

“No he pedido que se suprima la gramática, dije que hay que simplificarla; y este verbo, según el diccionario de la Academia, significa hacerla más sencilla, más fácil o menos complicada. Pasando por alto el hecho de que esa definición dice tres veces lo mismo, es muy distinto lo que dije de lo que dicen que dije. Pedí también que humanicemos las leyes de la gramática, o sea que las ablandemos, desenojemos, hagámoslas más benignas. ¿Dónde está el pecado?… A mí la ortografía me la corrigen los correctores de pruebas. Si cometo pocos errores gramaticales, es porque he aprendido a escribir leyendo al derecho y al revés a los autores que inventaron la literatura española, a los que siguen inventándola porque aprendieron de aquellos. No hay otra manera de aprender a escribir…” (Págs. 728 y 729).

“La crónica es la novela de la realidad. Es un relato en el que hay que respetar estrictamente la realidad. Y en una novela, en un relato literario, la diferencia está en el tratamiento literario de los hechos. Es decir, que mi mejor reportaje de verdad es Crónica de una Muerte Anunciada. La gente que fue testigo de ese hecho sabe que no fue exactamente así, pero sienten que así fue… La crónica es, para mí, el género o rama del periodismo que más se acerca a la literatura, en cuanto a la forma de recolección de la información, de la organización, y del ojo que analiza. Es un género que ya no se cultiva mucho…” (Pág. 527).

“En 1950, cuando estaba en Barranquilla, escribí La Hojarasca en el reverso de unos boletines de aduana aburridísimos. Una agente de Editorial Losada en Bogotá se enteró meses después de que había un costeño que tenía una novelita, me la pidió, y la mandó a la Argentina… La editorial la rechazó con una carta del crítico Guillermo de Torre Ballesteros que decía no solamente que el libro era impublicable, sino que el muchacho que lo había escrito no tenía porvenir… (Pág. 31).

“¿Llegaste a imaginar lo que ocurriría cincuenta años después? – Jamás. Lo que sí sabía con toda seguridad es que era escritor, y que no había en este mundo nada que me parara…” (Pág. 94).

Para cuando llegó la carta de Guillermo de Torre, la decisión de García Márquez de ser escritor ya no tenía reversa.

“Siete meses antes del 9 de abril de 1948 publiqué mi primer cuento, La Tercera Resignación. En esos días Eduardo Zalamea Borda dirigía el suplemento Fin de Semana de El Espectador, y a mi parecer era la persona mejor informada del mundo. Con los años, cuando entré a trabajar en el periódico, fue mi jefe y uno de mis mejores amigos… No nos conocíamos, pero él había escrito la eterna nota de respuesta a la eterna queja de que a los jóvenes no los publicaban. Entonces él dijo que la joven generación literaria no parecía muy convincente, pero que de todos modos las puertas del periódico estaban abiertas… Yo, por solidaridad generacional, mandé mi cuento; y al domingo siguiente, 13 de septiembre de 1947, apareció publicado nada menos que con una nota de Eduardo rectificando su anterior juicio pesimista y diciendo que sí había promesas valiosas como este García Márquez… Cuando leí esto, me dije: ahora sí me jodí. No me queda más remedio que volverme un buen escritor, para no hacer quedar mal a Eduardo Zalamea… De pronto veo un señor que tenía abierto el Suplemento de El Espectador en donde había un título enorme, a ocho columnas, que decía La Tercera Resignación… y lo más triste de todo era que no tenía cinco centavos para comprar el periódico. Entonces salí como loco, buscando a un costeño que tuviera plata para conseguirlo, y lo encontré. Lo compramos, y esa noche hicieron fiesta los del grupo… Domingo Manuel Vega y Jorge Álvaro Espinosa, el que me había regalado La Metamorfosis de Kafka…” (Págs. 192, 366 y 367).

“José Salgar que era el Jefe de Redacción, el de la carpintería, como suele decirse, y sentí que comencé a hacer el tipo de periodismo que a mí me gusta. Lo primero que me dijo fue: Si no le tuerces el cuello al cisne de la literatura, no llegarás a ninguna parte. Creo haberle ganado esa discusión, demostrando que la literatura es un buen complemento del periodismo, así como el periodismo es un buen complemento de la literatura…” (Pág. 369).

INFLUENCIAS LITERARIAS

Habla de Faulkner, habla de Rulfo, habla de Hemingway, escritores que de alguna manera influyeron en su formación.  

“Uno que me hizo dar ganas de escribir, una influencia decisiva, y eso tal vez se note más, fue Edipo Rey de Sófocles. Es una estructura perfecta donde el investigador descubre que él mismo es el asesino…” (Págs. 64 y 666). 

Otro, que le develó el hecho de poder escribir con realismo mágico fue Kafka en su Metamorfosis: 

“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama transformado en un monstruoso insecto… ¡Nadie me había dicho que eso se podía hacer!… Así narraba la abuela… Las cosas más insólitas dichas con la mayor naturalidad. Y al día siguiente empecé… El tono en aquel estilo que tenía mi abuela cuando contaba sus historias. Decía cosas que parecían tan fantásticas, absurdas, pero contadas con absoluta naturalidad…” (Págs. 120, 160 y 254). 

Esa es tal vez la influencia más decisiva para Gabo, la de su abuela materna doña Tranquilina Iguarán de Márquez. 

“Lo que sucede es que tengo una gran influencia, la de mi abuela… por una razón muy especial: me criaron los abuelos… La abuela Tranquilina que era la persona más intranquila y más móvil que recuerde… ” (Págs. 586 y 588). 

“Tengo más influencia de las canciones vallenatas que del cine y la literatura…” (Pág. 549)

EL OFICIO DE PERIODISTA Y SUS TRUCOS

A diferencia de otros escritores que los menosprecian, García Márquez clasifica estos oficios dentro del género literario. No es de extrañar, porque cuando él escribía una crónica o un reportaje, así no fuera una entrevista que era una modalidad que él rehuía, la convertía en una pieza literaria. 

Tenía olfato para detectar aquel asunto oculto detrás de la noticia que más atraería la atención del lector:

“Creo que si un escritor tiene que escoger para vivir entre el cielo o el infierno, escogerá el infierno: Hay mucho más material literario…” (Pág. 70).

“Cuando escribo para periódicos, algunas personas piensan que hago literatura. Soy muy riguroso cuando hago periodismo y me fijo mucho en la realidad. Pero tengo una forma de ver y seleccionar esa realidad, que es muy literaria. Sigo el mismo método de observación en periodismo y en literatura. Gracias a esta, percibo cosas que otros no ven…” (Pág. 479).

“Cuando conocí al Papa Juan Pablo II, excardenal Wojtyla, un mes después de ser elegido, dos cosas atrajeron mi atención. Estábamos hablando cara a cara, cuando sentí que se desprendía uno de los botones de mi chaqueta deportiva. Lo oí caer sobre el piso, y me mantuve inmutable. Yo lo hubiera dejado allí; pero él lo vio, se inclinó, y lo recogió… Luego me acompañó hacia una puerta pequeña y extrajo un montón de llaves para tratar de abrirla, pero no pudo. Tuve la impresión de que se impacientaba. Dijo algo en polaco, y me imagino que fuese ¡Carajo!... Luego se golpeó con una mano la frente, recordando algo, y volvió al escritorio. Espichó un botón y la puerta fue abierta desde afuera…” (Págs. 406, 479, 480 y 640).

Él hubiera querido hacer el reportaje del caso en 1967 de un camión cargado de harina para amasar pan, al que se le derramó un recipiente con el insecticida Folidol. No era cosa del camionero perder una carga por causa de un incidente tan nimio a su parecer, y el pan envenenado causó la muerte de 78 personas entre las cuales había muchos niños en la población de Chiquinquirá en el departamento de Boyacá. Gabo quiso hacer ese reportaje, pero descubrió que ya él era un personaje notorio, y que sus colegas se volcarían no a hablar de los muertos sino de la forma como él cubría la noticia (Págs. 594 y 699). Tuvo que renunciar a su propósito. Para ese momento Cien Años de Soledad era ya un suceso editorial, y lo era el reportaje convertido en novela del Relato de un Náufrago, “… un tema refundido y gastado por los periodistas… Trillado, traqueado…” (Págs. 177 y 638) antes de que le encargaran la tarea de hacer ese reportaje al que él le tenía pereza. 

“… El marinero estuvo catorce días en una balsa y la prensa y la publicidad lo explotaron durante diez días y luego lo dejaron tirado…” (Pág. 645). 

García descubrió que el barco de la Armada Nacional había naufragado por el sobrepeso, porque venía atiborrado de electrodomésticos de contrabando cargados por los oficiales y cadetes de la Marina, y ese fue el elemento que cambió la historia de ese reportaje porque enfocó la noticia no en el naufragio del barco o en la sobrevivencia de la balsa, sino en la corrupción de los tripulantes contrabandistas. 

“La cosa se puso cabrona en Colombia, porque era la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla y los periódicos estaban censurados. Veinticinco años después, tengo la impresión de que a la dictadura no le gustó mucho el reportaje del náufrago…” (Pág. 103).

Esa circunstancia envió al reportero al exilio en París, y poco después produjo el cierre del periódico.

Por la dignidad del estadista, no publicó el reportaje de un asunto que no requería de olfato sino de tapabocas para la nariz, y fue lo del líder soviético Leonid Brezhnev, cuya salud se veía deteriorar a pasos agigantados, aunque su estado era en verdad, como se dice, un secreto de Estado. García Márquez lo cuenta:

“El cómo se supo que Brezhnev estaba gravemente enfermo, es de chiste. Fue al baño, no tiró de la cadena, y los servicios secretos recogieron la caca, la analizaron, y por las medicinas que estaba tomando supieron la enfermedad. De eso murió…” (Págs. 645 y 646).

En una entrevista dijo García Márquez que:

“Estaba escribiendo un cuento y no me interesaba poner en fecha tal. Entonces dije: Esto ocurrió en el otoño en que el Papa Pío XII tenía una crisis de hipo que le costó mucho trabajo superar…” (Pág. 569).

Fue una noticia que escribió pero no pudo publicar. La de la muerte del Papa Pío XII, El Papa que Murió de Hipo. En un fin de semana de finales de 1954 la tenía lista porque Su Santidad se había agravado de esa molesta y poco solemne enfermedad. Se preveía que podía morir de un momento a otro, y era bueno tenerla lista para el momento llegado… Y no llegó. 

“En muchas ocasiones nos hemos divertido recordando la ‘chiva’ frustrada del hipo que estuvo a punto de matar al Papa Pio XII. Fue un fin de semana en el que teníamos la responsabilidad de una edición extra de El Espectador que le ganara a las que preparaban también los competidores… El Papa no murió de ese hipo sino de otro, en 1958, combinado con diversas afecciones gástricas…” (José Salgar, ex jefe de redacción de El Espectador).

Otra noticia que su olfato de reportero le mostró fue el hecho de que un empleado de correos jubilado o a punto de jubilarse atendiera una oficina para tratar de encontrar destinatarios en el cementerio de las cartas perdidas (Págs. 177 y 531). Él sabía ver la noticia donde otros periodistas no la veían, y hasta se vio en la necesidad de inventarse una noticia y crearla para justificar los viáticos cuando fue enviado al Chocó a cubrir un paro cívico que en ese momento no existía (Págs. 35 y 104). La solución fue genial. “Pues, si no existe, ¡hagámoslo!”. Tres días estuvo sacándole partido a un paro cívico que no existió hasta su llegada.

Hay un tema sobre el que a él le hubiera gustado escribir desde sus propias vivencias, pero por razones obvias no le fue posible porque para vivirlo hubiera sino necesario estar muerto, y para escribirlo hubiera sido necesario estar vivo. No le era posible, pues, “Vivir para contarla”, y es la experiencia de su propia muerte:

“Otro punto respecto a la muerte, y es lo que más me duele como escritor, es que es la experiencia más importante de la vida de uno, pero sobre la cual no podré escribir una novela… El miedo a la muerte lo tiene todo el mundo, pero más que a la muerte misma es al tránsito, por lo que creo que los más felices son los que se mueren de un infarto fulminante. Creo que el miedo no es a estar muerto sino a estar muriéndose… Cambiaría todos mis libros por la posibilidad de seguir viviendo… Mi verdadera vocación no es la de escribir, sino la de estar vivo…” (Pág. 329).

Con los escritores y periodistas novatos los periódicos y los editores no deben ser indulgentes. Un texto si no pasa el visto bueno de calidad, independientemente de cualquier otra consideración, no debe publicarse. ¿Cuál es la mejor ayuda de los periódicos a los escritores jóvenes?

“No estimulándolos, no publicando nada de ellos que no sea verdaderamente de valor… Cuando estos escriben algo que tiene valor, las puertas se abren solas…” (Pág. 19).

“La falta de mística de algunos periodistas se debe, en parte, a que el trabajo los ha obligado a la inmediatez; y a que las empresas periodísticas han invertido más en su tecnología que en el recurso humano…” (Pág. 599).

Sobre el acartonamiento de los historiadores opina que:

“Desde el punto de vista científico y político, la historia que se ha escrito en Colombia fue escrita por los vencedores, y desgraciadamente han tratado no de que la historia se parezca al país, sino de que el país se parezca a la historia que ellos escriben… Nosotros seguimos viviendo y trabajando con la historia que nos escriben. Si los historiadores han hecho ficción, pues me parece lógico que los autores de ficción hagamos la historia, pues de todas maneras nos quedará mejor…” (Pág. 498).

La Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano, y la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, son obras por las que García Márquez siente debilidad y patrocina generosamente con sus fondos, aunque su esposa Mercedes le dice que: 

“Deja de hacer películas y dedícate mejor solamente a escribir…” (Pág. 550). 

No sólo fundó y patrocinó la Escuela de Nuevo Cine Latinoamericano y la Escuela de Nuevo periodismo Iberoamericano, sino que tuvo la idea no concretada de fundar y patrocinar una Fundación de la Nueva Historia de Colombia (Pág. 442) buscando reescribirla más que escribirla, porque ya ha sido escrita pero de manera sesgada y poco objetiva al punto que los historiadores se dividen en bolivarianos y santanderistas según sus simpatías. El propio García Márquez no oculta su afiliación al grupo de los primeros.

"¿Cuál de las biografías de Bolívar que leyó le gustó más?... - Sorprendente. La de Indalecio Liévano Aguirre es de las mejores que hay. Lo que pasa es que Indalecio era negado para la literatura. Tiene un estilo muy árido. Pero lo que es su posición, su información, la organización de los datos, el concepto, políticamente es excelente…” (Pág. 435).

LITERATURA Y CINE

Dice el poeta Jaime Jaramillo Escobar que “poeta no es el que escribe versos, sino el que mira el mundo con ojos de poesía…”. Esto se aplica muy bien a García Márquez que leyó mucha poesía, pero no es autor de libros de poemas. 

“¿Para qué? En mi literatura no hay sino poesía…” (Pág. 559).

La entrevista para Imagen de Caracas, transcrita por El Mundo de Medellín, concluye después de conversar con GGM que:

“Escribir para el cine exige una gran humildad… Esa es la gran diferencia con el trabajo literario. Mientras el novelista es libre y soberano frente a la máquina de escribir, el guionista de cine es apenas una pieza en un engranaje muy complejo y casi siempre movido por intereses contradictorios…” (Págs. 39, 49 y 50).

“Siempre trato de que no se transporten al cine mis libros, porque prefiero que los lectores sigan imaginándose el mundo y los personajes como quieren, y no con esa imposición de la imagen…” (Págs. 307 y 350).

“Nunca dirigiría una película porque creo que ese es el trabajo más difícil que pueda existir en el planeta…” (Pág. 363).

“Los críticos son muy extraños, porque después de que uno se ha fregado cinco años con una novela, ellos se preocupan porque las velas en esa época no se prendían así, sino asá…” (Pág. 553).

“Los críticos son una especie de parásitos profesionales que por determinación propia y sin que nadie los haya nombrado se han constituido en intermediarios entre el escritor y el lector. Es decir, el escritor se toma el trabajo de tratar de comunicar sus experiencias, de mandarle su obra al lector, y se encuentran en el camino con que hay unos señores que no dejan que llegue directamente esa obra al lector sino que dicen: Un momento, ustedes no están en condiciones de entender lo que este señor les quiere decir, pero nosotros se lo vamos a explicar. Entonces entran en un problema de desexplicación total…” (Pág. 110).

Tenía un círculo íntimo de amigos que eran los primeros lectores de los borradores de sus novelas. ¿Con qué criterio escoge a sus amigos, esos privilegiados que leen sus obras antes que nadie? (Págs. 269 y 306).

“Más bien los ha escogido la vida. Son amigos que he ido conociendo a través de mi vida. Los he escogido, primero porque tienen una buena formación literaria, segundo porque tienen un muy buen criterio y tienen lo más importante de todo que de verdad, de verdad, me dicen lo que piensan; así sea lo más doloroso… El primero es Álvaro Mutis que es distinto porque no sólo es quien lee los originales sino que mientras estoy escribiendo el libro lo pongo a buscar bibliografía, lo llamo por teléfono, le pregunto cosas, y a veces sucede además otra cosa que es muy linda: Tengo la superstición de que cuando se está escribiendo una novela no se debe contar, porque se sala o empava… con Cien Años de Soledad Álvaro estaba tan entusiasmado que se la contaba a todo el mundo, y todo el mundo entusiasmadísimo me la contaba a mí; pero la que estaba contando Mutis, y encontraba cosas que eran mejores de las que yo estaba haciendo… Cuando le pasé el primer borrador me llamó y me dijo que Usted es un sinvergüenza y me jodió porque esta novela no tiene nada que ver con la que me contaba y yo quedé muy mal con todo el mundo…” (Págs. 269, 306, 499, 500, 593, 655, 656).

“Hay una cosa que hace sufrir terriblemente y es que un director te lleve a ver su película por primera vez. Cuando es buena, la felicidad de uno es poder salir y decir a todos lo que piensa. Pero cuando es mala, se va volviendo cada vez peor, y va llegando al final, y sabes que algo le tienes que decir, algo que no puede ser mentiroso. Es un sufrimiento. Lo mismo sucede con los amigos que escriben una novela. Uno no puede decirles que no la leyó, y está obligado a tratar de leerla. Es difícil, pero hay distintas maneras de ser directo. Generalmente agradecen la opinión, pero lo que no perdonan es una manera brutal de decírselas y, sobre todo, no decírselas delante de nadie… Tengo ahora mucho cuidado en lo que digo sobre todo a los jóvenes, porque un juicio mío acertado o desacertado puede hacer mucho daño porque sé que oyen y duele muchísimo más. He tratado toda la vida de no decir o escribir algo que le pueda doler a alguien. Claro que es imposible no pisar callos involuntariamente…” (Págs. 533 y 534).

INCOHERENCIAS Y CONTRADICCIONES

García Márquez es coherente en las mismas respuestas que da a unas mismas preguntas, como es el caso del momento en que sintió la inspiración de ser escritor cuando su madre lo invitó a acompañarla a vender la casa de los abuelos en Aracataca, o la iluminación que tuvo para escribir Cien Años de Soledad cuando se dirigía con su familia a Acapulco, o la revelación del realismo mágico que le llegó cuando leyó la primera frase de La Metamorfosis de Kafka. Es coherente en esas y muchas otras cosas, pero se pierde un poco cuando habla del primer recuerdo que tiene en la vida: 

“Empecé a escribir desde que tengo memoria… El recuerdo más antiguo que tengo es que dibujaba comics y ahora me doy cuenta de que posiblemente lo hacía porque todavía no sabía escribir… Siempre he buscado medios para contar, y me he quedado con la literatura, que es el más accesible. Pero pienso que mi vocación no es la de escritor, sino la de contador de cuentos…” (Pág. 58).

En cuatro entrevistas se refiere a su recuerdo más antiguo, y en cada caso el recuerdo es diferente, como diferente es la edad que tiene en ese momento. Calculo que un niño que no sabe leer pero toma un lápiz para dibujar, y además se siente atraído por las tiras cómicas que aparecen en periódicos y revistas, debe tener no menos de tres años y no más de cinco.

Cuando tenía un año: 

“Mi recuerdo más antiguo es el de mí mismo llorando a gritos en una casa enorme, para que alguien viniera a quitarme los pañales embarrados de caca. Debía tener un año de edad y estaba en el dormitorio de la vieja casa de Aracataca donde había nacido. Apenas si podía mantenerme de pie agarrado a los barrotes de la cuna. Sesenta y siete años después conservo el recuerdo nítido de que la ansiedad de quitarme los pañales no era por la molestia de la caca, sino por el miedo de que se me ensuciara el mameluco estampado de florecitas azules que me habían puesto en la mañana…” (Págs. 682 y 683).

Cuando tenía tres años vio pasar por el cielo un avioncito negro militar celebrando el centenario de la muerte de Bolívar (Pág. 425).

Cuando la guerra colombo peruana en 1932, tenía cinco años:

“A mí me vestían de soldado, salíamos a marchar y en Aracataca hicieron una Cruz Roja. Todas las muchachas disfrazadas de enfermeras y nosotros de soldados, y el grito de todos para llegar a la escuela era Viva Colombia, Abajo el Perú…” (Pág. 707).

Siendo yo reacio a tragar entero, me queda claro que uno bien puede acordarse de cosas sucedidas cuando uno anda por la edad de los cinco años. Me he podido dar cuenta de que, como en mi caso, uno puede acordarse de cosas de cuando tenía tres años. Pero me deja dudas el hecho de que alguien se acuerde de cosas de cuando tenía un año, y de que a esa edad tenga la conciencia de no querer ensuciar un mameluco estampado con flores azules porque mi mente pervertida me dice que eso tal vez pertenezca a un momento que llaman del uso de razón. Lo que me llama la atención es que a la edad en que a García Márquez le hicieron esas entrevistas él no tuviera claro de cuál es realmente su recuerdo más antiguo, y cite no una sino tres posibilidades. Ahí veo una incoherencia.

Claro que García Márquez mismo dijo que:

“He dicho que quien no se contradice es un dogmático, y todo dogmático es un reaccionario. Me contradigo a cada minuto, y particularmente en materia literaria. Por mi método de trabajo, no podría llegar al punto de la creación literaria sin contradecirme, rectificarme, y equivocarme permanentemente. Si no fuera así, estaría escribiendo siempre el mismo libro. No tengo otra receta…” (Pág. 61).

Bueno, pues en las siguientes dos citas hay una contradicción detectable a simple vista:

“Mi conciencia política se revuelca de rabia con la cerrazón de la Unión Soviética frente a la presión democrática interna, por ejemplo; o con la facilidad con que Fidel Castro acusa de agente de la CIA a Heberto Padilla, un escritor que el propio Fidel Castro sabe que no lo es; o con la imbecilidad de la China que rompe relaciones con la música de Ludwig van Beethoven, mientras las mantiene con Pinochet. En cambio, mi hígado de escritor asimila bien tantos venenos juntos, pues la literatura tiene un espectro muy amplio dentro del cual, estas contradicciones enormes, quedan reducidas a simples tropiezos históricos…” (Pág. 73).

“Hace poco en una entrevista con una publicación italiana usted hizo un comentario que sorprendió a no pocos. Dijo, si mal no recordamos, que le parecía ridículo que Fidel Castro acusara de ser agentes de la CIA a personas que sabía perfectamente que no lo eran… – ¡Fidel Castro no dijo nunca que Heberto Padilla fuera agente de la CIA!…” (Pág. 83). 

En “El Amor en los Tiempos del Cólera” hay un anacronismo cuando cita al cantor de tangos Garlos Gardel. Tan pronto salió la novela, ese anacronismo fue detectado por el Dr. Luciano Londoño López, tangófilo reconocido de Medellín, que escribió refiriéndose a este gazapo y haciendo la precisión.

“Sin embargo el libro apenas había aparecido cuando alguien me reprochó que por ahí aparece Gardel en Colombia alrededor de 1914, y que eso es inexacto porque Gardel por esos años apenas comenzaba a cantar en la Argentina, que es imposible que ya lo conocieran en la ciudad colombiana donde transcurre la novela; pero, para mí, esas cosas de historiadores no me interesan verdaderamente. Gardel es un ídolo enorme en Colombia, muy querido y venerado, quizás más que en Argentina, y su fama empezó muy temprano, tal vez diez años después, pero eso no importa. No hay nada de malo en forzar un poco la historia y poner allí a Gardel…” (Pág. 312).

“No releo mis obras ¡Por miedo!... Al leer, soy otro distinto del que ha escrito… Aunque en cierta forma sí, porque escribir es leer también. Pero soy mucho más crítico cuando escribo, que cuando me leo a mí mismo. Hay un momento en que uno se puede leer como si lo escrito fuera de otro. Establecida esta distancia, la cosa se pone grave porque uno empieza a reconocer sus fallas y le baja una duda tremenda. ¡Dan ganas de escribir todo de nuevo!…” (Pág. 445).

Afirma él en varias entrevistas que nunca relee un libro suyo después de publicado, y particularmente enfatiza que no lo hizo con Cien Años de Soledad. Aduce para ello que si no soltara el libro que entra a imprenta nunca saldría publicado porque estaría haciendo permanentemente correcciones una tras otra, de manera interminable, nunca lo acabaría (Págs. 411, 445 y 678). 

“Entonces, en ese largo vuelo hacia Tokio, hice una cosa que no hago nunca: Releer, volver a leer, El Otoño del Patriarca. Creo que es el único de mis libros que he releído… Me gustó mucho y lo digo con toda la inocencia y la humildad que no tengo…” (Págs. 535 y 536).

“Algún día dijo que volvió a leer Cien Años de Soledad a bordo de un tren ruso, y que creía que solo 50 páginas eran preciosas, pero no más… –Puede que lo haya dicho así o que esté mal transcrito, pero no es exactamente eso… No solo con ese libro, sino con todos mis libros no me atreví a leerlos porque en el momento en que salen los saco de mí y empiezo un nuevo libro. Me di cuenta de que son libros infinitamente corregibles, y si es con el transcurso de los años me doy todavía más cuenta porque uno va cambiando también. Lo que me sucedió con ese libro fue eso. Para mí, en ese viaje lo descubrí… ” (Págs. 678 y 536). 

“¿Has roto el hechizo de no leer ninguna de tus obras después de terminadas? –No. No. La única vez que intenté leer fue una vez que hice un viaje en tren de Barcelona a Ginebra, que era un viaje de diez horas. Iba solo, y se me acabó todo lo que tenía para leer. Me dormí, comí, hice todo, y todavía me sobraron como tres o cuatro horas. Lo único que llevaba era un ejemplar de Cien Años de Soledad que le había prometido a un amigo en Ginebra. Me puse a leerlo, e inmediatamente a hacer correcciones al margen hasta que me di cuenta de que eso no era posible, que hay algo que forma parte de la ética del escritor también; que uno tiene, antes de publicar, todas las oportunidades de hacer lo que uno quiera. Más aún, si cree que va a tener que hacer correcciones después de publicar, se lo muestro a una serie de amigos que sé que serán mis críticos más duros. Entonces se hacen las correcciones y es sagrado. Eso no se debe tocar más. La experiencia que tengo es que cada vez que traté de leer un libro mío empecé a hacer correcciones y, en este caso, fue terrible porque estaba cambiando el libro. Entonces tomé la determinación de que no. Pero, en cambio, alcancé a ver unas cuarenta o cincuenta páginas que, tengo que decirlo con toda humildad, me gustaron muchísimo…” (Pág. 499). 

“Me alarma, en cambio, que nadie haya señalado una sola de las 42 contradicciones que he descubierto después de publicar el libro, ni los seis graves errores que me señaló el traductor italiano y que no he de corregir en las reimpresiones ni en las traducciones porque no sería honrado…” (Pág. 43). 

Para descubrir esto, es necesario haber leído el libro después de publicado; y no sentir curiosidad por los seis graves errores señalados por el traductor. No sé cuáles sean, pero a varias personas les he oído corroborar lo que yo encontré en mi primera lectura de esa novela y es que “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo” con que comienza “Cien Años de Soledad” en donde la conjugación correcta del verbo haber no sería ese “había” sino “habría”.

Varias contradicciones encuentro cuando él hace cuentas de la cantidad de versiones, borradores, y pruebas de imprenta que tuvo que revisar y corregir en determinada novela, como decir Del Amor y Otros Demonios (Págs. 594, 604 y 632); o cuando hace cuentas de los años que tenía cuando ocurrió algún suceso. En 1943 tenía dieciséis años.

“Entonces decidí venirme de Barranquilla a Bogotá a presentar examen de beca. Si eso era en 1943, entonces debía tener trece o catorce años. Te lo digo así, porque no está muy seguro en qué año nací yo. Nadie está muy seguro de eso…” (Pág. 95). 

“En el 59 me casé…” (Pág. 34).

Hay un desfase en ese dato. Su matrimonio fue el 21 de marzo de 1958.

Claudia Dreyfus escribe en su entrevista que:

“García Márquez nació en 1928 (sic), en el pueblo de Aracataca en Colombia, y creció en un medio ambiente que lo condujo naturalmente a ser narrador…” (Pág. 245).

Supone uno que este dato le fue dado a la reportera de Playboy por el mismo entrevistado, y el error llamó la atención del compilador que le agregó el (sic) para indicar que no había error en su transcripción. García Márquez, como se sabe, nació en 1927 y el dato no parece haber estado en discusión, o por lo menos tal discrepancia no llegó a los medios de prensa.

“De El Espectador me mandaron a Medellín a que hiciera un reportaje que creo que era el primero, además. En Medellín hubo dos derrumbes de tierra, una cantidad de muertos, investiga lo que pasó… Y me recuerdo perfectamente a mí mismo que ya en ese momento tenía 23, 24 años…” (Pág. 111 y 112).

Si, como dicen todas las biografías, él nació en 1927; entonces a mediados de 1954, cuando el derrumbe de Medialuna, él tenía 27 años. Las crónicas aparecieron en el periódico en agosto de 1954, lo que es verificable.

En un par de entrevistas aparece que él salió de Aracataca cuando tenía ocho años, lo que contradice la siguiente declaración:

“Tenía doce años cuando salí de Aracataca, y volví diez años después…” (Pág. 691).

“No guardo nada. Lo rompo, lo tiro, lo destruyo. Cuando la editorial me comunicó que recibió mi primer manuscrito de Cien Años de Soledad, Mercedes me ayudó a tirar un cajón con notas de trabajo, gráficos, dibujos, memorándums…” (Pág. 63).

Él era celoso con sus escritos, al punto de destruir los borradores de Cien Años de Soledad después de que se publicó (Págs. 63 y 259), pero: 

“Mercedes me obliga a guardar las versiones corregidas a partir del momento en que completo algo y este algo se sostiene…” (Págs. 63 y 259).

A continuación hay dos versiones contradictorias de García Márquez sobre un mismo incidente. En la primera, el papa exclama algo en polaco, lo que da a entender que se trata del Papa Wojtyla, y a García Márquez se le desprende un botón de la chaqueta deportiva, que el Papa se agacha a recoger:

“Cuando conocí al Papa… un mes después de ser elegido, dos cosas atrajeron mi atención. Estábamos hablando cara a cara, cuando sentí que se desprendía uno de los botones de mi chaqueta deportiva. Lo oí caer sobre el piso, y me mantuve inmutable. Yo lo hubiera dejado allí; pero él lo vio, se inclinó, y lo recogió… Luego me acompañó hacia una puerta pequeña y extrajo un montón de llaves para tratar de abrirla, pero no pudo. Tuve la impresión de que se impacientaba. Dijo algo en polaco, y me imagino que fuese ¡Carajo!... Luego se golpeó con una mano la frente, recordando algo, y volvió al escritorio. Espichó un botón y la puerta fue abierta desde afuera…” (Págs. 406, 479, 480 y 640).

Pero en la segunda el Papa es Paulo VI y lo que desprendió fue un botón de su sotana:

“La vez que me entrevisté con el Papa Paulo VI, perdió un botón de su sotana… La pieza del traje papal cayó al suelo, y produjo un ruido metálico. Los dos tomamos un tiempo para buscar el pequeño disco dorado bajo la monumental mesa de madera que nos separaba… Pero lo que más me llamó la atención, y que para mí era el comienzo de ese cuento periodístico que nunca escribí, fue encontrarme agachado cara a cara con el Papa bajo la mesa de uno de los salones de la Santa Sede…” (Pág. 640).

Esas diferencias confirman mi afirmación de que uno no puede confiar ni en los testimonios de los propios protagonistas, porque no solo cada persona ve un suceso y lo relata a su manera, que difiere de la manera como lo relatan los otros testigos, sino que sus recuerdos están sujetos a las veleidades de la memoria de cada quien. García Márquez dice que los amores de Florentino Ariza y Fermina Daza están inspirados en los amores de su madre Luisa Santiaga con su padre Gabriel Eligio, que era telegrafista, pero que tuvo que preguntarles a ellos por separado porque ambos recordaban de manera diferente (Pág. 584). Lógicamente él no podía llevar esos recuerdos a la novela de manera textual. 

“El personaje no es el retrato de un solo individuo que uno ha conocido y que en la obra resulta reconocible, sino un collage o colcha de retazos, una ficción de distintos individuos que el autor ha conocido, de quien ha leído, o de quien ha oído hablar… Naturalmente el propio autor es uno de los retazos más importantes de todos sus personajes. Está un poco en cada uno, y en cada uno hay distintos aspectos de la personalidad del autor…” (Págs. 161, 306, 312 y 508).

Cuando ganó el Premio Nobel llamó a su madre. Estaba emocionada y orgullosa.

“De las cataratas, estoy bien, pero no puedo leer. Tu padre empezó a releerme Cien Años de Soledad. Sufro mucho porque hablas de cosas que no me gustan, de amigos y parientes…” (Pág. 237).

Crónica de una Muerte Anunciada fue una noticia sonada a principios de los años 50.

“En 1951 yo vivía en un pueblo en Colombia, cuando ocurrió este drama tal como está tratado en el libro. Lo único es que cambié los nombres y cambié todas las circunstancias porque lo consulté con los abogados y ellos me dijeron que podía prestarse a toda clase de demandas por calumnia, injuria, daños y perjuicios. Entonces cambié por completo los nombres, cambié incluso el nombre del lugar y le di, por supuesto, un tratamiento literario al libro. Lo único es que lo escribí 30 años después de que ocurrió el drama. En cierto modo, este debía ser mi primer libro. Cuando eso sucedió, no había escrito ninguna novela y el primer impulso que tuve fue escribirlo como un reportaje para el periódico en el cual trabajaba. Pero resulta que la madre de la víctima al final del drama cerró la puerta por donde el hijo iba a entrar, y fue por eso que lo mataron frente a su propia casa. Esa señora era una gran amiga de mi madre, y cuando esta supo que iba a escribir eso me dijo: “No escribas ese libro mientras mi comadre esté viva, porque a ella le va a doler mucho ver esto escrito y leído por tanta gente”. Entonces esperé hasta que la señora murió, 25 años después…” (Pág. 287).

“Escribí esa novela aquí, en Cartagena, en la mañana. Por las tardes salía a recorrer lugares que quería poner en la novela. Me iba con mis padres a que me contaran por separado la historia de sus amores, porque juntos caían en contradicciones. Cada cual tenía sus recuerdos elaborados de una manera diferente…” (Pág. 584).

“Nunca dije a mis padres por qué iba todas las tardes a hacerles preguntas sobre sus amores, que ellos me contaban encantados; pero un día me pasó algo curioso, y fue que llamé a mi padre por teléfono para hacerle una pregunta porque él había sido telegrafista y el personaje de la novela también lo es. Yo quería saber cómo llamaban ellos antaño a una serie de conexiones complicadísimas que consistían en que para comunicarse de la estación uno a la seis debían pasar por la dos, que se comunicaba con la tres, y así sucesivamente pueblo por pueblo… Mi padre me dijo que eso se llamaba enclavijar estaciones… Cuando él murió, un periódico exhumó una entrevista que le habían hecho, y donde le preguntaban si él nunca había pensado escribir algo. Él contestaba que tenía pensado escribir una historia de amor que podía ser muy interesante, pero que yo lo había llamado para preguntar cómo se llamaba encadenar varias estaciones de telégrafo y que entonces decidió no escribir su novela porque cayó en la cuenta de que la estaba escribiendo yo. Naturalmente, lo supe después de su muerte porque nunca hablamos de eso…” (Págs. 312, 313 y 493). 

A Jomi García Ascot está dedicada la novela Cien Años de Soledad. En el artículo “Bueno, hablemos de música”, escrito por Gabriel García Márquez, se encuentra una frase sobre música que me causa intriga:

https://elpais.com/diario/1982/12/01/opinion/407545206_850215.html

“Jomi García Ascot, que es uno de estos amigos, publicó un libro excelente sobre sus experiencias de melómano empedernido, y allí incluyó una frase que me oyó decir alguna vez: `Lo único mejor que la música es hablar de música´. Sigo creyendo que es verdad”. 

Esta frase aparece citada por el compilador: 

“Tratándose de música, lo único mejor que escucharla es hablar de ella…” (Pág. 735). 

Es una frase que me parece incongruente porque, a mi modo de ver, para uno poder hablar de una cosa primero tiene que conocerla. Hay allí pues, por parte de García Márquez, una contradicción. Según mi parecer la frase, en un orden lógico, vendría a ser: 

“Tratándose de música, lo único mejor que hablar de ella es escucharla”. 

Queda así el tema de la música en segundo lugar, y el hecho de escucharla en el primero, como debe ser.

“La mayoría de los periodistas, aquellos que no consideran la entrevista como ficción, ponen a funcionar la grabadora y piensan que el respeto hacia el entrevistado consiste en transcribir palabra por palabra lo que ha dicho. No se dan cuenta de que ese método de trabajo es bastante irrespetuoso porque al hablar uno vacila, no termina las frases, y dice muchas bestialidades. Se está hablando, y no escribiendo. La grabadora debería servir únicamente para reunir los elementos que el periodista seleccionará después e interpretará a su manera. En ese sentido, es posible realizar una entrevista de la misma manera como se escribe una novela o una poesía…” (Pág. 176).

En la lectura de estas entrevistas he encontrado vacilaciones e incoherencias por culpa de alguna palabra que el entrevistado pensó, y no dijo; o que dijo, y el entrevistador no escribió; o que sí escribió, pero el transcriptor no copió. Eso valida mi punto de vista de que uno no puede alterar ni traicionar el espíritu de lo que el entrevistado quiso decir, pero debe corregir los errores que se detecten en un texto con palabras o frases “que el periodista seleccionará después e interpretará a su manera” (Pág. 176), como dice Gabo. En eso coincidimos, aunque hay que convenir en que es un trabajo muy delicado para que en la interpretación el periodista no resulte poniendo en boca del entrevistado ideas que él no expresó. 

“En ese sentido, es posible realizar una entrevista de la misma manera como se escribe una novela o una poesía”

O sea puliendo, corrigiendo, buscando la palabra apropiada que no es la que el entrevistado dijo sino la que mejor exprese la idea que quiso transmitir.

“Porque yo peleo a trompadas con cada palabra…” (Pág. 184). 

Esto es ideal, pero en otra parte se queja Gabo de que los periodistas están sometidos a la presión de la inmediatez dictada por el cierre de emisión, lo que les impide realizar un trabajo como es debido.

“Mi ética, en tanto que escritor, exige la autocrítica de mi trabajo. Gozo, realmente, corrigiéndome… Corregir es una tarea infinita…” (Pág. 632).

EL SONIDO DE LA MÚSICA

Son tantas las menciones a la música en las entrevistas que a él le hicieron, que es obvio que se puede parodiar diciendo que:

“lo único mejor que escribir literatura es escuchar música”. 

Escribiendo El Otoño del Patriarca escuchó tanto a Bela Bartok que unos belabartokólogos, sin saberlo, le dijeron que la lectura de esa novela les había recordado a ese músico. 

“Se me presentaron dos desconocidos que querían hacerme una entrevista y me dijeron: Nosotros hemos estudiado bien El Otoño del Patriarca y hemos llegado a la conclusión de que la estructura de su novela es la del Concierto nº 3 para piano de Bela Bartok. Yo me asusté. Creía que solamente había tomado de Bartok una serie de soluciones estéticas y, de pronto, estos señores me hablan y termino pensando que ellos tienen razón”.

Afirmó que Cien Años de Soledad era un vallenato de 350, 450, 500 páginas:

“Regularmente he dicho que es un vallenato de 500 páginas, y eso no es un chiste ni una mamadera de gallo. La verdad es que el mensaje de Cien Años de Soledad se transmite por un método semejante al de los vallenatos que es el de la crónica caribe… Quiero escribir también una novela que sea un bolero de 500 páginas. Son mis dos grandes pasiones musicales: El vallenato y el bolero…” (Págs. 224, 225 y 337).

En el Amor En Los Tiempos Del Cólera tiene un epígrafe sobre el vallenato “La diosa coronada”. Todo esto se dice en las entrevistas, y en las que le concedió a Rafael Lam habla de su amor por la música caribe, por Bienvenido Granda en cuyo homenaje se dejó crecer el bigote, y por la agrupación Sonora Matancera. Sabida es su amistad con Rafael Escalona desde la época en que eran vendedores de enciclopedias en la Guajira, pobres e indocumentados. Se sabe que fue cantante en el Metro de París, que grabó un casete con Carlos Fuentes y con Jesús Soto, que también intervino Julio Cortázar en esa grabación, que cantaba en la ducha la Elegía a Jaime Molina mientras se enjabonaba, que daba serenatas en Valledupar con Rafael Escalona, y que hizo el intento de ponerle la letra a un long play de boleros de Armando Manzanero pero desistió porque le pareció que: 

“Componer es lo más difícil que hay… Te imaginas meter toda una cantidad de argumentos en siete u ocho líneas. Esa es la admiración que le tengo a Escalona y a todos esos compositores vallenatos…” (Págs. 337 y 562). 

“Tengo más influencia de las canciones vallenatas que del cine y la literatura…” (Pág. 549).

“Mi bolero favorito es Perfidia; mis vallenatos favoritos son La Gota Fría, La Diosa Coronada, y La Elegía a Jaime Molina; pero confieso que para mí la felicidad sería poder escribir el cuarto vallenato… y cambiaría uno o dos de mis libros por una buena letra de bolero hecha por mí… He autorizado a Rubén Blades para que hiciera canciones con algunos de mis cuentos…” (Págs. 330 y 331).

La entrevista “García Márquez y la música”, que concedió a Armando López de la Revista Opina de Cuba, está toda dedicada a la música en el gusto del Premio Nobel, desde la música clásica y la música comercial, hasta los vallenatos, los boleros, y la música caribeña.

“¡Cómo me gustará la música!, que no puedo escribir escuchándola porque le pongo más atención que a lo que estoy escribiendo…” (Pág. 338).

Aquí hay una aparente contradicción, después de haberse sabido que El Otoño del Patriarca fue escrito mientras escuchaba un concierto de Bela Bartok. La razón yo bien la entiendo, porque me sucede igual. Yo no puedo escribir o leer oyendo tangos, o boleros, o vallenatos, porque sus letras me distraen; pero sí puedo hacerlo escuchando el género clásico porque me acompaña la música. No toda, sino la que es suave y relajante. Eso me pasa.

“Brahms es mi compositor preferido. Desde el punto de vista intelectual me parece que Bela Bartok, a quien considero un romántico, es mucho más importante… Me hubiera gustado ser las dos cosas, escritor y compositor… traté de estudiar música, pero no tuve los medios para continuar… lo que pocos saben es el papel que juega la música en mis libros. Quise ocultarlo, pero eso se siente en la estructura y el estilo de El Otoño del Patriarca, inclusive estuve a punto de dedicarle el libro a Bela Bartok. Tal vez esa fue la clave de lo que he podido escribir, tratar de asimilar una imagen y una música…” (Págs. 180 y 181).

SOLEDAD ENTRE LA MULTITUD

Cuando la entrega del Premio Rómulo Gallegos dijo que: 

“Yo he sido inflado, petulante, y antipático desde chiquito. Lo que pasa es que antes los lagartos no se daban cuenta porque no me paraban bolas…” (Pág. 21).

En realidad fue tímido, introvertido, y así lo reconocía; aunque a veces disfrazara esa característica tras la coraza de ser distante. Es un mecanismo sicológico de defensa: 

“Me defino como el hombre más vergonzoso o vergonzante del mundo, pero también el más amable. No acepto discusión a ese respecto…” (Pág. 263).

“Cuando digo que soy escritor por timidez es porque lo que debería hacer es llenar esta sala de gente, salir y contar el cuento, pero mi timidez no me permite hacerlo…” (Pág. 60).

“El gran problema de todos los tímidos son las manos. Uno no sabe qué hacer con ellas. Entonces todavía tengo esa impresión y por eso siempre trato de no estar sino con amigos, porque con mis amigos estoy absolutamente seguro de que no sobro…” (Pág. 94). 

Aprendió a controlar sus manos:

“El escritor, mientras habla, se mueve reiteradamente hacia adelante, o se inclina a la derecha. Pareciera que esto le da una especial facultad de control a su palabra, la adereza. También mueve constantemente las manos, con gesto mesurado aunque eficaz, para acentuar algún concepto o para cambiar de dirección su conversación. Pero son los ojos los que mejor ayudan a descubrir el García Márquez escritor y hombre…” (Pág. 156).

“Por eso no voy nunca a cocteles, no voy nunca a inauguraciones, no voy a fiestas multitudinarias, porque siempre tengo la impresión de que sobro…” (Págs. 94 y 95).

“No tengo una buena imagen en televisión, porque soy muy tímido, me pongo muy tenso, me vuelvo artificial…” (Pág. 293).

“No doy conferencias, no voy a la presentación de mis libros, nunca he asistido a un homenaje ni antes ni después del Nobel. Tampoco acepto nombramientos de doctor honoris causa por una razón muy sencilla: no se puede decir no a una universidad pequeña y sí a una importante como Harvard. Así que dije no a Harvard. El Nobel no me ha alejado de mi trabajo habitual porque jamás me ha faltado un minuto para escribir… uno empieza a controlar el tiempo, su tiempo, cuando aprende a decir que no…” (Pág. 470 y 559).

“Es que a veces uno no es consciente de todo ese aparato que lleva encima. A veces me doy cuenta de ello, como cuando veo la conmoción que causa mi entrada en algún lugar. ¡Me da una vergüenza! Quisiera esconderme, escaparme de allí, salir corriendo…” (Pág. 736).

“Soy tímido para las presentaciones públicas… Yo creo que debo tener fobia social como la Nobel austriaca Elfriede Jelinek, porque puedo mantener una conversación de tú a tú, pero me cuesta trabajo dirigirme a un auditorio. ¿Mi timidez? Tengo la gran ventaja de que ahora la gente entra en esta casa ya intimidada… y así me va mejor…” (Págs. 725 y 320).

Después de un buen rato atendiendo en su casa a los enviados de El País de Madrid, en un ambiente serio pero cordial, cerró la entrevista diciendo:

“¿Y esto no iba a ser sólo unas declaraciones por teléfono? Para que no digáis que soy antipático y grosero…” (Pág. 595).

A pesar de ser tímido por naturaleza, es un rasgo que lograba dominar como hacen los toreros con el miedo; y siempre contó, además, con un ángel o hada madrina, con un golpe de suerte que lo salvó en los momentos críticos. 

“Fíjate que ese viaje en vapor a Bogotá por el río Magdalena era una fiesta. Había orquestas y los estudiantes costeños, sobre todo los que tenían experiencia, sabían que era un asunto que se manejaba bastante bien. Era bastante pachangoso. No recuerdo mucho los detalles, pero el hecho es que cuando veníamos en el ferrocarril de Puerto Salgar a Bogotá se me acercó un señor que, recuerdo perfectamente, era un señor muy serio que venía en el barco y que siempre estaba leyendo. Nunca le he tenido una gran admiración a la gente que lee mucho, pero él se me acercó y me pidió el favor de que le copiara la letra de un bolero que veníamos cantando en el barco. Le copié la letra y le enseñé un poco la música. Él me dijo que era que tenía una novia en Bogotá y que estaba seguro de que ese bolero le iba a gustar mucho. Piense, si yo tenía 13 o 14 años… No sé cuánto debía tener, pero para mí él era un hombre muy serio…” (Págs. 97 y 98). 

Era el año de 1943, y Gabo tenía en realidad 16 años porque nació en 1927.

“…El señor me parecía mucho más serio porque usaba chaleco, y para los costeños la gente que usa chaleco es lo más serio del mundo. Este hombre usaba chaleco, y con un gran fervor le copié el bolero y se lo enseñé… Al día siguiente tenía que hacer cola frente al Ministerio de Educación que estaba donde después estuvo el Café Automático, más o menos en la Avenida Jiménez con quinta. Mira, me levanté temprano y llegué no sé, serían las ocho o nueve de la mañana, y ya la cola era muy larga. Era para inscribirse para los exámenes de concurso de beca. Hice mi cola. A las doce del día estaba llegando un poco a la puerta del edificio y de pronto pasó ese señor a quien le había copiado el bolero y me dijo ¿Tú que haces aquí? Estoy haciendo cola para los exámenes de beca, le respondí. ¡No seas pendejo!, ven conmigo, dijo. Me subió a su oficina, saltándome toda la cola, y resultó que era el Director Nacional de Becas. Me dijo ¿para donde la quieres?, y le dije que para San Bartolomé Nacional, que era en ese momento el colegio de más prestigio que había en todo el país. Me dijo que no te la puedo dar para San Bartolomé porque todo esto que tengo aquí, y me mostró una pila de papeles, son recomendaciones de ministros y de gente importante. Pero ¿Por qué no haces una cosa? Vete para Zipaquirá que es muy buen colegio, y está muy cerca de aquí. Esa fue la primera vez en mi vida que oía hablar de Zipaquirá, y de que era muy buen colegio…” (Págs. 97 y 98).

El 9 de abril de 1948, con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, dio al traste con sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional de Bogotá. 

“Terminado el bachillerato me matriculé en la Universidad Nacional para estudiar Derecho, e hice cinco años pero no me gradué nunca porque me aburre a morir esa carrera. Hace poco, esto entre paréntesis, me propuso algún amigo vinculado a la Universidad que hiciera cualquier tesis y que él se encargaba de arreglarme la cosa de los exámenes para graduarme. Me pareció grotesco y lastimoso un escritor de cuarenta años graduándose de abogado, pero presenté y aprobé los exámenes civiles con más dificultad que los penales, aunque unos y otros me daban la misma pereza. Lo dejé así…” (Pág. 32).

“García Márquez había sido el mejor bachiller del Liceo Nacional de Zipaquirá en 1946, pero lo que le llamaba la atención era el periodismo. La Jurisprudencia le parecía una disciplina aburridora, demasiado intelectual y letrada, pero era la única que le permitía estudiar en las mañanas y trabajar medio tiempo en las tardes… En 1949 cursaba el segundo año en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional y presentó un examen de Derecho Constitucional… El profesor hizo una pregunta sobre el fenómeno de la prescripción, y en la respuesta Gabo usó la palabreja. El Profesor le pidió que la definiera y él dijo que consistía en la pérdida del derecho por el transcurso del tiempo. El profesor dijo que estaba equivocado, que no era la “pérdida” sino la “adquisición” del derecho, y lo rajó, lo hizo perder la materia. Con los años se hicieron amigos. El profesor no recuerda el incidente, pero Gabo sí. En 1948 se retiró de la Facultad de Derecho, y fue uno de los días más felices de su vida… El profesor se llamaba Alfonso López Michelsen…” (Pág. 476).

“Con La Hojarasca comprendí que el escribir no era una inclinación sino un destino, y que nada ni nadie me impediría concretarlo… Quería llegar a ser el escritor más importante del mundo… Cuando volví de Aracataca comencé a pensar verdaderamente como un escritor…” (Págs. 158 y 159).

En la entrevista de Peter Stone dice que:

“Aunque domina bien el inglés, García Márquez prefirió expresarse en español…” (Pág. 156). 

Se sabe que las personas que son bilingües no se consideran verdaderamente bilingües sino cuando son capaces de desconectarse de un idioma a otro y “pensar” en el que necesitan. De Jorge Luis Borges se dice que pensaba tanto en inglés como en español, y de Julio Cortázar se dice que lo hacía en francés, llegando en algún momento a hablar el español con acento francés. En cuanto a García Márquez, del catalán no dice nada, ni del alemán por donde también pasó. Tampoco dice nada del portugués, que manejando los otros cuatro tal vez no le quedara tan difícil.

“Puedo leer en inglés, pero no lo suficiente para juzgar la calidad de una traducción, como me atrevo a hacerlo con un texto en francés o en italiano…” (Pág. 389).

“Dirijo en Cuba un taller de cine donde hay alumnos de diferentes países hispanos de este continente. Uno de ellos me dijo hace poco que hablo un esperanto latinoamericano porque como conozco todos los acentos tengo el cuidado de hablar de manera que todos mis alumnos me entiendan… Me encontré con Hugo Chávez en La Habana, me dio un abrazo, y me dijo: Mira, vale, hay que echarle pichón a esta vaina…” (Págs. 392, 393 y 705).

El tratamiento de “vale” es muy venezolano; lo de “vaina” es muy latinoamericano, y lo de “pichón” es un venezolanismo que se originó en las máquinas licuadoras fabricadas en los Estados Unidos que, para poner a andar el motor, había que pulsarles el botón “Push on”.

“No puede decirse en qué lugar se habla un mejor español, porque no hay un castellano sino muchos… Lo que sí sé es que el peor es el que se habla en Madrid… El de México es el más expresivo, pero impuro porque hicieron una mezcla de español y nahuatl... Los colombianos decimos que hablamos el mejor castellano del mundo, pero eso es una tontería… España nunca había estado tan lejos de América Latina como lo está con su español actual… Por influjo de las relaciones con la Unión Europea, con el tiempo es español se germanizará, se anglicanizará, y se afrancesará… Con España nos hemos entendido siempre ¡Hasta en español!” (Pág. 393 y 495).

Cuando escribió “La Hojarasca”, ya lo había atrapado su verdadero destino de periodista y escritor que lo convertirían en el personaje más prestigioso de Aracataca, así no lo fuera todavía cuando en 1950 o 51 acompañó a su madre para vender la casa que fue de los abuelos. Sólo una vez volvió después de eso. No pudo volver a Aracataca. La última vez que fue, un enjambre de lugareños en procesión lo seguía a todas partes. Eso lo abrumó, porque no quiso ser grosero con ellos, pero tampoco se pudo sentir cómodo. 

“El día que volví, todo el pueblo quería tomarse un trago conmigo. Te imaginas si será fácil regresar a Aracataca… Cada vez que voy a Aracataca es todo un acontecimiento…” (Págs. 158, 179 y 684).

“Hay una tendencia natural… a aburguesarte, a meterte en una torre de marfil, pero tengo el impulso y además el instinto de salir de esa situación… Estoy en una especie de tira y afloja. Inclusive en Barranquilla donde estoy pasando una temporada que puede ser larga o corta, pero que tiene mucho que ver con esto de no aislarme, me doy cuenta de que me estoy perdiendo de una gran zona que me interesa, por mi tendencia a reducirme a un pequeño grupo de amigos. Pero no soy yo, es el medio el que me impone esa condición y tengo que defenderme... siempre encuentro a alguien que está leyendo uno de mis libros… eso es halagador, pero lo que ofrece dificultades es el manejo práctico de ese fenómeno. No solamente tengo la experiencia de la gente que ha leído el libro, y de lo que ha significado para ellos, a quienes les he oído cosas enormes, sino también la popularidad. Estos libros me han dado una popularidad que se parece más a la de los cantantes y actores de cine que a la de los escritores. Todo esto termina por ser también fantástico, y me llegan a suceder cosas extrañas como esta: Desde cuando trabajaba de noche en el periódico El Heraldo, soy muy amigo de los choferes de taxi de Barranquilla porque iba a tomar café con los que estaban estacionados en la vereda de enfrente. Muchos siguen siendo choferes, y ahora cuando me llevan no me quieren cobrar; pero el otro día, evidentemente uno que no me conocía, al pagarle cuando llegamos a mi casa me dice muy confidencialmente ¿Sabe que aquí vive García Márquez? ¿Y usted, cómo lo sabe?, le pregunté. Es que yo lo he traído muchas veces, me contestó sin haberme reconocido. ¿Te das cuenta de que el fenómeno se está convirtiendo al revés, y el perro se está mordiendo la cola porque el mito ya me está llegando? (Págs. 54 y 55).

La soledad es una constante en su obra. En medio de una multitud de personas alrededor, campea la soledad: la soledad del hombre, la soledad del estadista, la soledad del escritor. 

“El trabajo literario es absolutamente individual y es, además, el trabajo más solitario del mundo. Nadie te puede ayudar a escribir lo que estás escribiendo. Ahí estás completamente solo, indefenso, como un náufrago en la mitad del mar…” (Págs. 147, 175, y 176).

“Me di cuenta de dos cosas: una, que a la hora de afrontar la realidad todo el mundo, absolutamente todo el mundo, está solo; y dos, que todo el mundo, absolutamente todo el mundo, tiene miedo… creí que era solamente yo… probablemente nadie tiene más miedo al despertarse por la mañana que los presidentes… la soledad del poder se parece mucho a la soledad del escritor…” (Págs. 112, 113 y 128). 

“De cualquier modo, cada uno de nosotros está solo. Por ejemplo yo mismo que aunque, como escritor, puedo comunicarme con muchísima gente, y además con bastante facilidad, estoy completamente solo en el momento esencial de mi vida: cuando me pongo a escribir. Entonces nadie puede ayudarme. Nadie sabe exactamente qué es lo que quiero hacer, y a veces ni siquiera lo sé yo. No puedo pedirle a nadie que me ayude. Mi soledad es en este momento absoluta…” (Pág. 261).

“Cuanto más poder se detenta, resulta tanto más difícil comprender quién es sincero y quién no lo es. Esto termina por distorsionar el sentido de la realidad. Y cuando se alcanza el poder absoluto, se pierde el contacto con la realidad misma. Es la peor especie de soledad que pueda existir. Entre los problemas humanos, es ese el que más me interesa…” (Pág. 162).

“Cien Años de Soledad es verdaderamente una marcha hacia la soledad. Todos los miembros de una familia que no solo están solos, lo he dicho muchas veces en el libro, tal vez más de lo que hubiera debido, sino que es la antisolidaridad, inclusive, de los que duermen en la misma cama. Pienso que los críticos que más han acertado son los que han llegado a la conclusión de que todo el desastre de Macondo, un desastre telúrico, viene de esa falta de solidaridad, la soledad de cada uno tirando por su cuenta…” (Pág. 56). 

“En más de una ocasión ha intentado ignorar su fama diciendo: Detesto verme convertido en un espectáculo público…” (Pág. 246).

“La fama estuvo a punto de desbaratarme la vida, porque perturba el sentido de la realidad tanto como el poder. Te condena a la soledad y genera un problema de comunicación que te aísla…” (Pág. 721).

“He dicho que escribo para que mis amigos me quieran más, y sigue siendo verdad… He hecho muchos amigos desde que publiqué Cien Años de Soledad, pero lo cierto es que cuando uno tiene fama se pone más en guardia con la gente. Esto es totalmente injusto y tiene una desventaja y es que cuando es algo injusto, es mucho más injusto…” (Pág. 329).

“A propósito, Darío, ¿Tú por qué no me tuteas? Me has tuteado toda la vida y ahora estás haciendo aquí el papelón de que me tratas de usted… Me siento incómodo porque me da la impresión de que estoy hablando con un extraño. Yo no soy amigo de nadie que me dice usted…” (Pág. 494).

“Uno de mis problemas diarios es tratar de rehuir la publicidad, las dificultades de la fama, para poder defender mi vida privada y compartirla con mis amigos de siempre…” (Pág. 201).

De pronto su vida se vio invadida por una gran cantidad de personas conocidas en mayor o menor grado, que de alguna manera son sus amigos; pero él hace diferencia entre sus amigos de siempre y los nuevos amigos que le llegaron con la fama.

“El más grave de todos los problemas derivados del Premio Nobel es que uno tiene que volverse simpático, extraordinariamente simpático, para que no digan que se le subió el premio a la cabeza. Debe convertirse en un simpático de profesión…” (Pág. 273).

“La fama es una cosa estupenda, no solo por las gratificaciones que da la satisfacción personal de la victoria, la satisfacción por la cantidad de amigos que trae, y la cantidad de oportunidades que tiene uno siendo famoso… Pero tiene una infinita desgracia que casi anula todas las demás ventajas y es que la fama dura ¡Las veinticuatro horas del día! Si la fama tuviera botones que se pudieran apretar… si se pudiera subir o bajar el volumen, o apagarla, como hace uno con el radio, sería una maravilla. Pero todas las ventajas se pagan duramente con el hecho desgraciado de que no es controlable… La verdad es que el precio que hay que pagar por la fama, como consecuencia de ser escritor, es muy difícil de pagar…” (Pág. 589).

“La única ventaja que le veo al Premio Nobel es que sirve para no hacer colas. Ya no haces cola en ninguna parte porque te dejan pasar…” (Págs. 590 y 695).

“Mirando hacia atrás creo que entre la fama y el poder hay una relación bastante estrecha, y son las posibilidades de aislamiento que ambos tienen… de soledad en el poder… se refiere a que la persona que tiene el poder está un poco a merced de quienes le informan. Es decir, el contacto con la realidad no es directo sino que pasa a través de muchos intermediarios en el caso del poder… hay una cosa que puedo decir y es que si algo puede conducir rápida y gravemente a la soledad, es la fama; porque a partir de un momento uno no sabe ya dónde está parado, ya no sabe quién es, ni qué es lo que piensan de uno. Entonces hay que aprender a defenderse de eso. La única defensa que he encontrado y que me parece eficaz contra las posibilidades de aislamiento, las posibilidades de soledad que trae la fama, es mantenerme fiel a mis amigos. Creo que a pesar de esta cosa catastrófica que me ha sucedido a mí, que es haberme vuelto famoso de la noche a la mañana, he logrado conservar todos mis amigos…” (Pág. 113). 

“Mi principal defecto es el optimismo irracional… Mi sueño dorado es el de ser eterno, pero mi mayor desgracia es la sospecha íntima de que no lo soy… Lo que más aprecio en mis amigos es que me llamen por teléfono sin ningún motivo… Quisiera ser yo mismo cuando sólo me conocían mis amigos…” (Pág. 137).

“En verdad ya uno no sabe ni quiénes son sus amigos… se pasa uno la vida esperando un amigo de García Márquez, pero todos los que llegan son amigos del escritor y no del tipo de cuarenta años que nació en Aracataca… Mis únicos amigos son anteriores a Cien Años de Soledad y a ellos les contesto unas cipotes cartas, y me leo de cabo a rabo las que me mandan; pero las otras, ni las abro. Las rompo sin abrirlas… si viene El Nene Álvaro Cepeda Samudio, si viene Álvaro Mutis, si viene Rafael Escalona, nos emborrachamos juntos y lo demás al carajo…” (Págs. 35 y 36).

“La soledad del escritor es muy grande… te saca a veces del mundo… Y eso que yo trato de agarrarme. Por ejemplo, me aferro a los amigos, a los viejos amigos, trato de ser fiel a ellos…” (Pág. 132).

“Tú te has dado cuenta de que siempre estoy con mis amigos. Todo el mundo se imagina que estoy jugando y, cuando no me ven, aparezco aparte y toman las fotos; pero siempre me voy con los amigos, siempre estoy con los amigos. Además, una cosa que tú sabes, son los mismos amigos de entonces…” (Pág. 713).

“Parece haber seguido avanzando en el tiempo pero se ha quedado, por fin, con la edad que tuvo en la adolescencia, con tiempo para estar con todos los amigos, y para hacer incluso nuevos amigos cuando habla con personajes que en principio no tenía previstos como amigos…” (Pág. 567).

El personaje serio, intimidante, que conocen los entrevistadores y los reflectores y las cámaras, es una imagen pública. En la intimidad, con sus amigos, tiene fama de ser mamagallista o tomador de pelo. Se necesita serlo para hacerse uno tomar una fotografía con el ojo amoratado por un puñetazo, como la que le tomó Rodrigo Moya “para que quede de recuerdo”. Se necesita serlo para que una de sus fotografías más conocidas sea aquella en la que le saca la lengua a la fotógrafa Indira Restrepo. Y se necesita serlo para uno aparecerse de overol y ponerse en la cabeza como sombrero un ejemplar de Cien Años de Soledad, para que lo fotografíe en su estudio la barcelonesa Isabel “Colita” Steva Hernández.

“Él sigue siendo como es: Descomplicado, mamagallista, y avaro de declaraciones políticas…” (Pág. 451).

“Tengo la misma seriedad que he tenido siempre, y la misma falta de seriedad de siempre. Lo que soy, fundamentalmente, es un mamador de gallo, y un mamador de gallo es un tipo sumamente serio que carece de complejo de seriedad…” (Pág. 329).

“Gabriel García Márquez nunca se pone serio. Posee el humor telúrico de los hombres del Caribe. Dicen en Bogotá que los cubanos somos mamadores de gallo, como el Gabo, que es como le llaman en confianza a Gabriel. En el argot de los taxistas de barranquilla un mamador de gallo equivale a lo que en Cuba se denomina jodedor… García Márquez recogió esa voz popular y la internacionalizó, y así nació el mamagallismo. Así es él, ni más ni menos…” (Pág. 144).

Gabo tuvo en Cartagena dos residencias de su propiedad. La segunda, una casa que compró y remodeló al final de su vida en la calle Zerrezuela del sector de las murallas en la ciudad vieja. La primera, un apartamento en el Edificio El Laguito del sector del Laguito en Cartagena, cercano de la playa, un edificio de propiedad horizontal cuyos pisos con terrazas escalonadas semejan a la distancia las galeras del teclado qwerty de la máquina de escribir, y los mamagallistas costeños no le dicen Edificio El Laguito como era de esperarse sino… “La máquina de escribir”, un nombre muy apropiado para la vivienda del escritor que mantenía máquinas eléctricas al alcance de la mano por todos lados en sus casas. 

“Las siete máquinas de escribir que tiene, todas eléctricas… La máquina eléctrica Smith Corona que hoy no tiene papel pero que soportó estoicamente durante siete meses hace unos años la furia de García Márquez mientras escribía Cien Años de Soledad a razón de ocho páginas diarias, y el peso de su cuerpo cuando se quedaba dormido sobre las teclas hasta que Mercedes venía a arrastrarlo hacia la cama…” (Págs. 208, 237, 238 y 296).

“El primer computador que salió al mercado lo debí de usar yo, presume. Cuando escribía a máquina tenía un promedio de un libro cada siete años, y con el computador pasó a ser uno cada tres años porque la computadora hace mucho trabajo por uno. Tengo varios equipos exactamente iguales: uno aquí en México, uno en Bogotá, y otro en Barcelona, y llevo siempre un disquete en el bolsillo…” (Págs. 718 y 719).

“En Cien Años de Soledad hay cien mil cosas que se me escapan. Por ejemplo, mientras escribía no podía recordar en qué página había dicho tal palabra… Ahora tengo una ventaja, porque aprendí a escribir en computador. En él escribiré mi libro de memorias, que espero hacer en seis tomos… El problema ha sido resuelto parcialmente por el computador… Aunque las computadoras son rápidas, pero bobitas. Débiles mentales ¿No?…” (Págs. 381 y 445).

A la final, terminó colgando del cuello una cadena con una memoria USB en la que llevaba sus escritos a todas partes.

García Márquez, es un costeño que ha vivido codeándose tanto con cachacos, que son los habitantes del interior, como con corronchos o campesinos de la sabana que llegan a la ciudad costera exhibiendo una piel “con ronchas” por las picaduras de los mosquitos. Es además lo que llaman los barranquilleros o curramberos, como ellos mismos se denominan, un coralibe o corroncho del Caribe. El coralibe es un árbol, una especie de guayacán o cañaguate, que era común en la sabana pero se ha venido acabando y está en vías de extinción. 

“García Márquez, un coralibe, hijo del telegrafista de Aracataca, sencillo y vital en el esplendor de su gloria, es nuestro invitado… Bueno, maestro, ¿Qué vamos a hablar?... -¡Mierda!…” (Pág. 560).

“… ¿Los editores?... Mándelos a la mierda, bien lejos. Usted no tiene que hacer lo que quieren los editores…” (Pág. 648).

“¡Coño, he envejecido como diez años con esta entrevista!…” (Pág. 144).

“… Recuerdo la primera frase de La Metamorfosis de Kafka que dice exactamente así: Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama transformado en un monstruoso insecto… ¡Coño!... Así narraba la abuela las cosas más insólitas con la mayor naturalidad… Porque se quedan metidos dentro del papel y no saben ni qué coño está sucediendo en la calle. Claro que si decimos esto, la vamos a cagar…” (Págs. 120 y 131).

“La irritación y el empalagamiento que la precisión exquisita de la prosa del Amor y Otros Demonios puede producir en el lector. Esa prosa lírica, medida, rigurosa, florida, melodiosa, limpia, crujiente; y a la vez resbaladiza, cómoda, clara, esplendorosa, de Gabriel García Márquez. También a esta última crítica rendida, lleno de humildad, responde el escritor colombiano: No. Yo recuerdo que a veces me han reprochado un exceso de adjetivos manieristas, pero esta vez no. Tuve la voluntad, que creo que fue exitosa, de ser más sobrio que otras veces. Por eso me salió tan corto el libro. Aunque, eso sí, de cuando en cuando soltaba seis o siete adjetivos seguidos para desahogarme, como quien puede gritar: ¡Hijueputa! ¡Hijueputa! ¡Hijueputa! ¡Hijueputa! ¡Hijueputa!...” (Pág. 607).

“Bolívar sufría de estreñimiento, y con eso ya se sabe cómo es el carácter del tipo porque el mundo está dividido entre los que cagan bien y los que cagan mal…” (Pág. 442).

En las entrevistas uno encuentra ¡Carajos!, y ¡Pendejos!, y muchas palabras malsonantes y hasta escatológicas, ¡Mierda! ¡Coño! para los boquisucios y malhablados del idioma; o de la región caribe, ¡Cónchale! ¡Toche!; con las que GGM enfatiza su procedencia que es de pueblo y no de academia, que debe más a las putas tristes que a los catedráticos de universidad; no es un hombre que se mida en eso, pero su mamagallismo lo llevó a dar a un periodista francés una respuesta salida del subconsciente, que no se atrevió a enfatizar con explicaciones pedestres para europeos de otras culturas, pero que le debió sacar una sonrisa íntima que tal vez hubiera sido risa franca si el entrevistador no hubiera sido francés de Francia sino costeño de Barranquilla:

“Faulkner dijo que el prostíbulo es la casa soñada por el escritor: Muy calmada en la mañana, y de fiesta en la noche… Durante estos últimos años en la parte Caribe de América del Sur, donde nací, donde se sitúa Eréndira, las relaciones sexuales han cambiado mucho, y los jóvenes no van más a los prostíbulos, como antes… A menudo he llevado a Mercedes, mi esposa, para que conozca esos lugares de fiesta donde se instala el baile, que son siempre al aire libre. Un gran patio con árboles donde los hombres del pueblo se reúnen. En el patio se cruzan gallinas, perros, y hasta asnos. Un lugar completamente abierto y sano…” (Pág. 347).

Abiertos son en esos lugares tan calurosos de la costa, y no sé qué tan sanos sean porque sólo estuve en uno en las afueras de Valledupar con esas características que él describe, pero sólo fui por razones de negocios y me limité a mirar vitrinas. El caso es que, conociéndolos como los conozco, García Márquez hubiera podido incluir en la lista puercos, gatos, y loros, pero no los incluyó; y cuando dice que hasta asnos, usando la palabra a la europea; está hablando de burros, que así se conocen por estos lados, y que los tienen en el patio para hacer competencia a las muchachas. Mal le hubiera ido a la Cándida Eréndira si en su circo la madama hubiera llevado también asnos.

“Nada en común con lo escrito por los autores europeos del siglo XIX. Son dos culturas y dos mundos diferentes…” (Pág. 347.

“No estoy en contra de los prostíbulos, sino de la explotación de la mujer… Lo que me molesta es que ellas no toquen sino una pequeña parte de la plata que les dejan, porque lo que es terrible es que la prostitución es la resultante de un problema social… He oído decir que hay putas felices de ser putas, pero no creo que ellas lo fueran… Por lo demás, si hay alguna puta feliz de serlo, ¡Qué maravilla!… Por lo demás, para mí una puta no es una mujer que se acuesta por dinero, sino una mujer que se acuesta con hombres importantes porque piensa que eso es bueno para su prestigio, o que eso podrá aportarle alguna cosa…” (Pág. 348).

“De veras no quiero volver a escribir. Más bien voy a dedicarme a la música. Ya comencé a estudiarla con Alejo Carpentier y Mauricio Ohana en París, y ahora me voy para Barranquilla y me pongo a escribir un concierto para triángulo y orquesta. Es que al pobre triángulo lo tienen fregado. ¿Ha visto una partitura para triángulo? Es una vaina en que se pasan páginas y páginas y, de golpe, ting. Triste. Voy a componer una obra que constituya la rehabilitación del personaje más olvidado de la orquesta. Lo pongo al frente del escenario, antes que todos los demás instrumentos, enciendo las luces, y hago que la orquesta entera trabaje para el triángulo. El triángulo será la medida y el desenlace de todo…” (Pág. 37).

Que en ese momento García Márquez estuviera cansado de la Literatura, no se la cree nadie; y menos que este melómano consagrado y músico negado se fuera a dedicar ¡A componer! Esa cosa sí que ni por el chiras o, como dicen los costeños, ¡Miejdddaaa, o´jooodddaaaa! Lo que sí queda claro con esta diatriba de Gabo es que es un mamagallista de marca mayor, cuyo instrumento es apropiado para tocar el Vals del Segundo, de la autoría de Les Luthiers. Lo que pasa es que esta entrevista fue un “divertimento para dúo de triángulo y barítono” que Gabo tuvo con su humorista amigo Daniel Samper Pizano.

De la entrevista que le hizo el cantautor y periodista sincelejano Marco Antonio Contreras, hablando sobre gastronomía caribe en el restaurante de la comadre Leonor (Págs. 461 a 465), hago una larga cita para compartir con los lectores que no tienen el libro al alcance de la mano, o de la vista que para el caso da lo mismo, la página de introducción escrita en un estilo descriptivo de acuarela que a mí se me antoja garciamarquiano de realismo mágico, y cuya última frase es una mamadera de… Gabo, porque se trata de una arepa costeña que ¡Manda huevo!

[De Marco Antonio Contreras:

La tarde que salimos a buscar a García Márquez a la Boquilla en Cartagena, una estampida bíblica de perros y puercos que atravesó el pueblo de norte a sur había acabado de desbaratar los pocos corrales de cañabrava, que todavía le daban algo de privacidad a un caserío de dos calles, donde el último de sus habitantes sabe a qué hora se levanta y se acuesta su vecino del extremo opuesto… Había llovido toda la mañana, y el camino que bordea el mar parecía cubierto de charcos enormes. La playa estaba sucia y sola, y en el aire liviano y naranja de las cinco de la tarde se sentían ya los primeros miedos de la cuaresma. Un rato antes un bullicioso y estrafalario grupo de cineastas italianos, aterrorizados cuando la algarabía de los boquilleros amenazaba lincharlos si no soltaban a doscientos perros y cuatrocientos puercos contratados para la filmación de la película Oleadas de Guerra, se había visto en la necesidad de ponerlos en libertad; produciéndose, entonces, aquella devastadora tromba animal que se llevó por delante cercas, mesas de fritangas, lavaderos, y todo lo que hallaba en su incontrolada ruta hasta que la estampida, en las afueras del pueblo ya, recobrando su furia inicial, dio un repentino y violento coletazo y se precipitó nuevamente sobre el pueblo, para completar su ciega tarea de destrucción, providencialmente finalizada cuando los animales comenzaron a reconocer sus dueños y el olor de sus patios… Por eso la Boquilla, que habitualmente es un pueblo dormido que sólo se despierta los domingos con la llegada de miles de bañistas barranquilleros, estaba animada y todo el mundo comentaba, con una rabia alegre que sólo asustó a los turistas que llegaban a tomar fotos curiosas, las ocurrencias de aquel disparate prehistórico que había venido a trastornarles la hora sagrada de la comida… Eso facilitó la búsqueda de la Fonda de la Comadre Leonor, pues de un modo indirecto su marido Concho había sido el causante de toda aquella pesadilla, desde el momento en que, improvisado a la carrera como empresario por los cineastas italianos, se había dedicado a contratar todos los puercos y perros de la zona, lo que hizo con un esmero desconocido en él, un apacible negro que no hacía otro oficio que el de prender y apagar una guapachosa grabadora de pilas que no abandona jamás, sólo que no contó con la indiferencia imperial de los europeos que no se preocuparon por alimentar a los animales hasta que sus dueños, viéndolos morir de hambre y de sed, resolvieron rebelarse y obligarlos a ponerlos en libertad, según nos contó uno de los sublevados que reposaba su ira bajo un matarratón, cuando le preguntamos por la Fonda de la Comadre Leonor… Y allí estaba el escritor frente a un humeante plato de sancocho de sábalo que despedía fragancias de cielo. Gabriel García Márquez sentía como nadie la proximidad de la Semana Santa, que en la Costa Atlántica colombiana, y en general en el Caribe todo, es una verdadera exaltación del paladar. Más todavía, un festival pagano sin más control que el mismo apetito… Se quedó mirando el plato, sintiendo todas sus esencias, degustando todos sus ingredientes que, como cuando se prepara un perfume exquisito, habían sido medidos con la exactitud que necesitan las obras de arte. Hay que entender, dijo, que la comida hace parte de la cultura de una comunidad. Parece que hasta ahora eso no se ha aceptado oficialmente, pero hay que tener en cuenta que la conservación de los patrimonios culturales incluye también lo de la conservación de la comida… El silencio de segundos lo quebró el mismo escritor: “El Che Guevara decía que la nostalgia empieza por la comida, y la verdad es que a mí siempre me empieza la nostalgia por el sancocho, por la carimañola, por el bocachico, por la arepa de huevo… la arepa de huevo es algo absolutamente ¡Fantástico!...” (Págs. 461, 462 y 465).

[…]

“De entre todos los placeres sensuales el que más me interesa es el de comer… Es un asunto relacionado con sensaciones personales, imposible de explicar, pero lo que más me gusta es comer…” (Pág. 256).

Terminado el segundo segmento de la reseña, viene a continuación el que está en tercer lugar.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

(Gabo le saca la lengua a la fotógrafa Indira Restrepo)

ENTREVISTAS A GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ:
EL NOBEL, UN PREMIO DE NOVELA 
PARA UN OPTIMISTA IRRACIONAL, 
EN TERCER LUGAR

(Los números de página remiten al listado de entrevistas en el primer artículo de esta serie de cuatro)

“Solamente quise ser como soy, y desgraciadamente en eso está incluido también el que considero mi mayor defecto, un optimismo irracional” (Pág. 496).

“Soy un optimista empedernido con respecto a todo…” (Pág. 574).

“El éxito no se lo deseo a nadie. Le sucede a uno lo que a los alpinistas que se matan por llegar a la cumbre y cuando llegan, ¿Qué hacen? Bajar. O tratar de bajar discretamente, con la mayor dignidad posible…” (Pág. 733).

“Ese día, a las 5:59 de la mañana del jueves 21 de octubre de 1982, el teléfono de la casa… sonó cinco veces antes de que lo atendieran… descolgó el tubo de la bocina y se dio cuenta de que era una llamada de larga distancia… al otro lado de la línea estaba Pierre Shorts, Viceministro de Relaciones Exteriores de Suecia… `Ya está, ya no tendré más calma, ya me embromaron´, se dijo… Simplemente, ¡Me jodieron!...” (Págs. 209 y 233).

“Mi triunfo es el triunfo de la literatura latinoamericana…” (Pág. 242).

Recibir el Premio significaba que no le pasaría lo que a Jorge Luis Borges o a Graham Green que los encontró la muerte esperando que se los concedieran.

“Más que premiar a un hombre, es galardonar a un continente… Por otra parte, estoy contento de ya no ser más un candidato eterno al Nobel. No sé cuál de los dos males es peor…” (Pág. 236).

“Estoy hasta los cojones o hasta el pescuezo de ser García Márquez…” (Págs. 36 y 53).

“Tanta figuración lo tiene incómodo… Con esta vaina del Premio Nobel me van a enloquecer… Si hubiera sabido que me iba a traer tanta jodedera, no hubiera hecho nada para ganármelo… Si hubiera sabido que esto era así, hubiera hecho todo lo posible para que mi obra fuera póstuma…” (Págs. 232, 294 y 548).

“Se muestra así, inconforme, porque en el fondo rechaza este protocolo. ¿Qué hubiera dicho el coronel Aureliano Buendía de esta entrega del Premio Nobel?... El coronel Buendía habría sido lo suficientemente inteligente para no venir” (Pág. 242).

“Nadie en este mundo se podrá imaginar lo infinitamente desgraciado que he sido en esta semana. Venir a recibir el Nobel es el más grande sacrificio que he hecho en mi vida…” (Pág. 238). 

“Mira, por fin se acabó esta vaina del Nobel. He estado más tensionado que todos los diablos… Lo más difícil de todo fue el día del discurso. Superando esa prueba, todo lo demás no tenía problema para mí…” (Págs. 228 y 229).

“El Premio Nobel nació con una rara estrella. Se ha convertido prácticamente en un título nobiliario, y valga el juego de palabras. Incluso cambia el protocolo en relación con uno. Los gobiernos se vuelven cordiales, lo ponen a uno en un asiento distinto. Pero, una vez que se disfruta de eso, la única ventaja que le veo al Premio Nobel es que sirve para no hacer colas. Ya no haces cola en ninguna parte porque te dejan pasar…” (Págs. 590 y 695).

Se había quitado el liqui liqui que usó para recibir el Premio Nobel, como reivindicación de la cultura caribeña latinoamericana; pero se había puesto un frac europeo para asistir a una cena con los reyes de Suecia como muestra de respeto hacia el protocolo del país anfitrión. 

“Eran las cuatro de la madrugada de ese domingo. Ya se había quitado el saco leva del frac negro que había lucido horas antes en una cena con los reyes de Suecia y estaba en mangas de camisa, la camisa del frac, claro. Y con cargaderas. Y de botas negras, de cierre. Una rosa amarilla en la mesa de centro del cuarto de su hotel…” (Pág. 228).

Es posible, muy posible, que su asesora de imagen en esos momentos fuera su esposa Mercedes, la persona encargada de decirle al oído que encargó en la sastrería un traje apropiado para asistir a algunas ceremonias porque el liqui liqui que te quitaste ya está muy sudado. La encargada de decirle que el fajín de la cintura debe ir más ajustado para que no se te vea tanto la barriga que estás empezando a echar y deberás hacer más ejercicio.

“No hay nada más parecido al infierno que un matrimonio feliz y sin amor… mi matrimonio es más con amor que feliz. Realmente Mercedes es una gran amiga, y es difícil encontrar ese equilibrio entre el amor y la felicidad. Un buen matrimonio debemos hacerlo todos los días. Todos los días tenemos que luchar para ajustarlo, porque todas las noches se desarregla y todas las mañanas necesitamos arreglarlo de nuevo…” (Pág. 381 y 382).

En las entrevistas se habla de sus hijos Rodrigo García Barcha, el cineasta; y de Gonzalo, el diseñador gráfico. Se habla de su nuera Pía Elizondo, la esposa de éste, fotógrafa mexicana hija del escritor Salvador Elizondo; pero no se habla de los cinco nietos. 

“Las fotos de los cinco nietos del escritor, con edades que oscilan entre los 7 y los 18 años…” (Pág. 718).

Tres son hijos de Gonzalo con su esposa Pía Elizondo: Emilia, Jerónimo, y Mateo. Este es escritor con talento heredado de sus dos abuelos, y de los nietos es el más reconocido por el público. García Márquez fue exitoso, aunque con mucha dificultad, en separar su vida pública de su vida privada. 

“Lo que más defiendo es mi vida privada, porque el principal inconveniente de la fama es la permanente y cada vez más fuerte amenaza a la vida privada…” (Pág. 332).

“Si soy buen hijo, pregúntaselo a mi madre; si soy buen padre, pregúntaselo a mis hijos… En cuanto a si soy buen abuelo, te diré que ellos son nietos de Mercedes y sobrinos míos, porque los hombres coquetos no tenemos nietos ¿Sabías eso?…” (Págs. 488).

Sin embargo, a pesar de la poca información, encontré una entrevista que le hicieron a Rodrigo, el director de cine, y le preguntan:

“¿Tiene que ver con el rol de las mujeres en su vida; tanto Mercedes Barcha, su madre, como sus dos hijas; o es sólo una decisión estética?...”.

Eso significa que tiene dos hijas, así no se encuentren muchos datos sobre ellas; pero en el cuadro genealógico que Dasso Saldívar hizo para “El viaje a la semilla” aparecen la esposa Adriana Sheinbaum y las hijas Isabel e Inés García Sheinbaum.

Y eso también significa que el apellido de García Márquez se perpetuará a través de sus dos nietos Mateo y Jerónimo García Elizondo, así su sangre corra por las venas de los cinco.

Según crónica de Winston Manrique Sabogal en El País de España, al nacer el domingo 6 de marzo de 1927, el niño venía con el cordón umbilical enredado en el cuello, y requirió de habilidad especial de la partera que lo recibió en este mundo. La tía Francisca armó la barahúnda gritando que la criatura era un niño, y unos querían que se llamara Gabriel, como su padre; mientras otros querían que se llamara José, por el santo patrono de Aracataca. El asunto se resolvió, según cuenta GGM en Vivir para Contarla:

Debí de llamarme Olegario, que era el santo del día, pero nadie tuvo a la mano el santoral, así que me pusieron de urgencia el primer nombre de mi padre seguido por el de José, el carpintero, por ser el patrono de Aracataca y por estar en su mes de marzo. Misia Juana de Freytes propuso un tercer nombre en memoria de la reconciliación general que se lograba entre las dos familias y los amigos con mi venida al mundo, pero en el acta del bautismo formal que me hicieron tres años después olvidaron ponerlo y quedó: Gabriel José de la Concordia”.


Así es que el niño recién llegado se escapó por un pelo de llamarse Olegario García Márquez. Como quien dice, no solo otro pudo haber sido el nombre del escritor, sino que además otro pudo haber sido su apellido. Veamos por qué.

Por fuera de las entrevistas del libro reseñado, en la biografía de Gerald Martin se habla de Argemira “La niña Gemi” García Paternina, madre de Gabriel Eligio el papá de Gabo. El abuelo biológico del escritor fue un maestro de nombre Gabriel Martínez Garrido, que en realidad no era Martínez sino Garrido, y si las cosas se hubieran dado biológicas y no por convencionalismos sociales el Nobel de Literatura no sería García sino Garrido Márquez. El curso de la historia cambió porque al maestro Garrido no le dio por darle a su hija el apellido. En el artículo “La saga de los García Márquez en el pueblo sucreño de Sincé” dice que:

“…Es decir que ni García ni Martínez, sino que el Nobel debió llamarse Gabriel Garrido Márquez, pero al final, como en todas sus novelas, el matriarcado se sigue imponiendo, en esta oportunidad a favor de su abuela Argemira”.

De las entrevistas publicadas en “Para que no se las lleve el viento”, y de alguna información complementaria que aparece en Internet, se deduce que don Gabriel Eligio García y doña Luisa Santiaga Márquez tuvieron once hijos dentro del matrimonio, incluido el Nobel que fue el hijo mayor (Gabriel José de la Concordia, Luis Enrique, Margot, Aída Rosa, Ligia, Jaime, Gustavo, Hernando, Rita, Alfredo Ricardo, Eligio Gabriel); más los cuatro hijos que el padre tuvo por fuera del matrimonio, dos antes y dos después, para un total de quince que aparecen en el cuadro genealógico elaborado por Dasso Saldívar con las informaciones que logró recabar para su libro “Viaje a la semilla”: Abelardo García Ujueta, Carmen Rosa García Hermosillo, Antonio García Navarro, y Germaine (Emy) García Mendoza. Doña Luisa sabía de la existencia de los otros hijos, y los recibía de visita en casa sin discriminación, pero resulta que hay uno más que eleva el número a dieciséis y es precisamente el mayor de todos: Rafael Olimpo García Miranda (1924-2009), de Achí en Sucre, según cuenta Gustavo Tatis Guerra en su artículo “El hermano invisible de Gabo” publicado el 20 de agosto de 2017 en el suplemento Facetas del periódico El Universal de Cartagena:

https://www.eluniversal.com.co/suplementos/facetas/el-hermano-invisible-de-gabo-260391-GUeu372501

Cuenta García Márquez, en su autobiografía Vivir para Contarla, que después de una noche de extravío en camas ajenas su madre lo recibió con esta reconvención referida a él y a sus hermanos:

Todos ustedes van a ser iguales a su papá –me dijo de pronto con un suspiro hondo, mientras me secaba la espalda con una toalla de estopa, y terminó con el alma–: Quiera Dios que también sean tan buenos esposos como él”.

Volvamos a Gabo:

“Yo soy de la región caribeña de Colombia, que es un lugar fantástico, completamente distinto a la región andina… En la zona bananera los que quedaron fueron bandidos, en el buen sentido de la palabra, y bailarines aventureros, gente desbordante de alegría. Los costeños descienden de piratas y contrabandistas, mezclados con descendientes de esclavos y negros. Crecer en un medio ambiente como ese brinda incomparables recursos para la poesía. Además, los caribeños somos propensos a creer en cualquier cosa por la influencia que tenemos de tantas culturas distintas, combinando el catolicismo con nuestras propias creencias más arraigadas. Creo que ello nos da una mentalidad muy abierta para penetrar más allá de la realidad aparente… Cuando las guerras civiles estallaron por primera vez había una enorme diferencia entre conservadores y liberales. Esa diferencia, de hecho, fue lo que hizo que estallara la guerra y los liberales, como el coronel Aureliano Buendía y mi abuelo, demandaban la separación de la Iglesia y el Estado, el divorcio, el reconocimiento de plenos derechos para los hijos ilegítimos y una mayor participación en los asuntos del Estado…” (Págs. 254 y 255).

Mientras estuvo interno como estudiante de bachillerato en Zipaquirá leía mucha poesía y tanto libro de literatura que:

“Cuando llegué a la clase de literatura colombiana en sexto año de bachillerato sabía más que el profesor…” (Pág. 120).

“En cuanto a literatura, la costa no existía. Allí me di cuenta de que Rafael Núñez fue el peor poeta del país, autor de ¡El himno nacional! Que hubieran escogido esa letra por ser de Núñez, pase, pero la escogieron porque era poesía…” (Pág. 120).

“Al releer años después a Guillermo Valencia comprendí que era una figura completamente inflada, una vergüenza pública de la cual no se salva ni un solo verso…” (Págs. 190 y 459).

“Jorge Isaacs es un extraordinario novelista y escritor… Sorprendente en un hombre que fue tan mal poeta. Creo que no hay un verso que se salve de él, y si sus versos quedan es por ser el autor de la María…” (Pág. 453).

“Cuando la literatura se separa de la vida y se encierra en las tertulias, entonces aparece un bache que entra a ser llenado por los paisas…” (Pág. 120).

Se refiere al poeta León de Greiff y otros que convocaron en Bogotá tertulias literarias a su alrededor, como la de los cafés El Molino y El Automático, que funcionaron en el mismo local donde anteriormente habían funcionado las oficinas del Ministerio de Educación y, posteriormente al Molino y el Automático, el periódico El Tiempo (Pág. 458).

“El día que yo había mandado mi cuento, entré al Café El Molino, adonde iba uno a ver al maestro León de Greiff… Verlos era un espectáculo” (Págs. 367 y 711).

“Cuando era estudiante, un poco antes de la fundación de la Emisora HJCK, había un café que se llamaba El Molino y estaba exactamente en la esquina de la Avenida Jiménez con la Carrera Séptima, donde estuvo El Tiempo hasta hace poco… Entonces era un lugar de reunión de artistas, escritores, intelectuales, presididos por León de Greiff; lo que fue después el café El Automático…” (Pág. 458).

En un par de entrevistas se refirió a los nuevos talentos de la literatura colombiana, y reconoció méritos en Luis Fayad, Santiago Gamboa, William Ospina, Juan Carlos Botero, Héctor Abad Faciolince (Págs. 295 y 714).

POR SUS OBRAS LOS PREMIARÉIS

En varias entrevistas ha respondido a la pregunta sobre cuál es su mejor libro… y por diferentes razones suele dar un título diferente:

“Tengo la tendencia a decir que mi mejor libro es el último…” (Págs. 304 y 448).

Cien Años de Soledad

“Ahora estoy contento con Del Amor y Otros Demonios. Hubo quien dijo, incluso, que es mejor que Cien Años de Soledad; novela que, por cierto, detesto…” (Pág. 594).

“Cada vez que Gabriel García Márquez saca una nueva novela, uno se echa a temblar. ¿Será de verdad buena? Porque García Márquez está obligado a no defraudar nunca…” (Pág. 602).

Cien Años de Soledad es el libro total, donde todo sucede, que contiene experiencias y vivencias de toda su vida hasta ese momento; y desde el recuerdo más antiguo, de cuando tiene un año y le ponen un mameluco de flores estampadas, o de cuando tiene tres años y ve pasar en lo más alto del cielo un avioncito militar de color negro, o de cuando tiene cinco y lo disfrazan de soldadito para que grite ¡Viva Colombia y abajo el Perú!, o de cuando tiene tal vez nueve y su abuelo el coronel Nicolás Márquez lo lleva al campamento de directivos de la United Fruit Company para que conozca en la bodega del restaurante un congelador con troncos de hielo que contienen pargos rojos congelados, entre otros suministros.

“No hay que tomar demasiado alegremente lo que se dice de la imaginación de García Márquez, y lo he dicho también exagerando un poco… Creo que esa famosa imaginación es una capacidad especial de reelaborar literariamente la realidad, pero es la realidad…” (Pág. 152). 

“Todo lo que he escrito tiene una base real, porque si no sería fantasía, y la fantasía es Walt Disney que no me interesa en absoluto… No tengo un gramo de fantasía… Está el famoso episodio de Mauricio Babilonia que dicen que es fantasía, ¡Coño! Qué fantasía ni qué nada. Recuerdo que a mi casa de Aracataca fue el electricista cuando yo tenía seis años, y me parece estar viendo a mi abuela… con un trapo espantando una mariposa blanca y diciendo ¡Carajo! Esta mariposa no la puedo sacar, y cada vez que viene aquí el electricista esta mariposa se mete en la casa…” (Pág. 153). 

Dice él que todo está allí, en Cien Años de Soledad; y dice él que su manera de contarlo en forma fantasiosa de realismo mágico le viene de su abuela Tranquilina Iguarán de Márquez que decía las cosas más inverosímiles pero de una manera segura y creíble (Pág. 254), oírle decir de donde salen las nubes de mariposas amarillas a partir de una mariposa blanca que apareció cuando llegó el electricista; o que de unas sábanas sacudidas por la negra lavadora y aplanchadora de ropas le vino la idea de las mujeres que suben al cielo en cuerpo y alma, o de que hay abuelas que prostituyen a sus nietas, o manadas de elefantes.

“Si usted escribe que vio volar un elefante, nadie le creerá; pero si afirma que vio volar a 425 elefantes y siete elefantitos, es probable que el público comience a creer… Cien Años de Soledad está lleno de esos trucos…” (Pág.160).

En el mundo que heredó de su abuela todo es posible de escribir en 153 días, 13 horas, y 56 minutos; siempre y cuando se cuente de una manera creíble. 

“Recuerdo que mi abuela contaba las cosas más fantásticas, y las contaba en un tono tan natural, tan sencillo, que era completamente convincente…” (Pág. 90).

“Recordaba a una señora cuya nieta se había fugado en la madrugada y que, por vergüenza de esa fuga, empezó a correr la voz de que la nieta había subido al cielo, y a pesar de que se reían de ella decía que si la Virgen María subió al cielo, porque no iba a subir su nieta… Salí al patio. Había una negra muy grande y bella que trabajaba en la casa lavando ropas y estaba tratando de colgar las sábanas en los ganchos… Había viento, y si la colgaba de un lado el viento la soltaba del otro… Estaba completamente loca con aquellas sábanas, hasta que no se aguantó más y envuelta en las sábanas gritó desesperada ¡Ahhhh! ¡Ahhhh! y subió el escalón… Parecía la vela de un barco ondeada por el viento… ¿Por qué no puede ser esa la solución literaria de mi personaje de Remedios la Bella?...” (Págs. 125, 153 y 154). 

En la zona bananera vio una plantación de cuyo nombre salió el mítico poblado imaginario “Finca Macondo”. 

“Después volví tres veces a buscar ese letrero, y ya no estaba…” (Pág. 683). 

El nombre de la finca proviene de un árbol denominado macondo:

“… El compañero de Alexander Von Humboldt, Aimé Bonpland, le dio al macondo el nombre científico de Cavanillesia platanifolia. En la página Web de la Biblioteca Luis Ángel Arango se afirma que existe en Antioquia, Bolívar, Cesar, Córdoba y Magdalena. Es de la familia de las Bombacáceas, semejante a la ceiba. Se cree que su nombre es de origen africano, y que un esclavo se lo habría dicho a Humboldt, puesto que en esos idiomas hay palabras parecidas que se refieren a árboles”.

Al parecer Macondo proviene de la etnia de los Makonde, que habita en territorios de Tanzania y Mozambique en el África.

Dice que esa novela “ha quedado como una losa…” (Pág. 534), marcándolo indeleblemente; pero que si la escribiera dos décadas después:

“la volvería a escribir exactamente lo mismo y no cambiaría nada…” (Pág. 581). 

Esa novela la tenía en el subconsciente desde que a los 18 años de edad acompañó a su madre a vender la casa de los abuelos en Aracataca, pero tuvo que escribir otras novelas y cuentos (La Hojarasca, La Cándida Eréndira, El Coronel No Tiene Quién Le Escriba, Los Funerales de la Mamá Grande…), antes de llegar a su novela por antonomasia, su mamotreto, cuyo título apenas se le ocurrió cuando faltaban tres renglones para estampar la palabra fin (Pág. 644). 

La novela le estuvo rondando en la cabeza por años, hasta que cuando iba con su esposa y sus dos hijos en automóvil rumbo a Acapulco sintió una inspiración, una iluminación, una revelación mística; y devolviéndose del viaje se encerró durante año y medio a escribirla de corrido porque ya la tenía armada en la cabeza. Para escribirla, tuvieron muchas privaciones; pero, después de publicada:

“El éxito se nos vino encima. No estaba preparado. Debí acostumbrarme a tener dinero, a conceder entrevistas, a responder a los periódicos…” (Pág. 404).

El General en su Laberinto

“Un episodio de la vida de Simón Bolívar, totalmente inventado por mí. Pero, para escribirlo, estudié a Bolívar como si hubiera debido escribir la más larga y minuciosa de las biografías…” (Pág. 395).

“No ha sido escrita todavía una Historia de Colombia, profunda y orgánica, que permita una confrontación como esa, a no ser que se recurra a los casi doscientos libros, y a la documentación frondosa y dispersa, y muchas veces contradictoria, que yo tuve que acumular y escudriñar durante varios años…” (Pág. 429).

“Existe una inmensa documentación sobre la vida de Bolívar gracias a su pasión epistolar… Escribió no menos de 10.000 cartas… Pero durante ese viaje hacia la muerte por el río Magdalena Bolívar no escribió absolutamente nada. No se sabe ni siquiera en cuáles puertos se detuvo. Algunos elementos nos inducen a pensar que hizo escala en Mompox, un importante centro político y comercial en ese entonces. Pero ni él, ni aquellos que lo acompañaban, escribieron una sola palabra sobre esos doce días de viaje…” (Págs. 395 y 396).

Fernando Cruz Kronfly hizo lo mismo, y supongo que a “La ceniza del Libertador” puede aplicarse la misma afirmación de que se trata de un episodio totalmente inventado por él, y que también debió estudiar la vida de Bolívar como si fuera a hacer una biografía.

Cruz Kronfly publicó su libro en el año de 1987, y García Márquez lo hizo en 1989, dos años después. Por tratarse de un tema que requiere de mucha investigación y de la lectura de una numerosa cantidad de libros y documentos, se sabe que ambos invirtieron varios años en esa tarea como lo reconoció GGM, lo que me lleva a suponer que hubo un momento en el que ambos estaban trabajando al mismo tiempo el mismo tema, y es posible que el uno hubiera sabido lo que estaba haciendo el otro y viceversa, porque supongo que ese tipo de cosas en las que dos personas hurgan en los mismos archivos no es fácil de mantenerse en absoluto secreto, aunque tampoco lo descarto. No he encontrado referencias en artículos de prensa sobre este asunto. Como sea, ambos tomaron la decisión de seguir adelante con su respectiva tarea, una vez conocido el hecho de que el otro también escribía sobre eso, y particularmente lo hizo García Márquez después de saber que Cruz Kronfly ya había publicado el suyo dos años antes. 

En artículo que tengo inserto en mi blog Postigo de Orcasas me refiero a ese asunto:

http://postigodeorcasas.blogspot.com/2017/07/215-bolivar-en-su-ultimo-viaje-segun.html

Hago allí una observación que resulta curiosa, y es el hecho de que ninguno de los dos se haya referido a la serie de 32 artículos publicados por el abogado y periodista Héctor Muñoz Bustamante en el periódico El Espectador de Bogotá a mediados del año 1983, anticipándose en cuatro años a la publicación de Cruz Kronfly y seis a la de García Márquez. Copio este párrafo de mi inserto en el blog:

“Oí decir a la historiadora Diana Uribe que El General En Su Laberinto, de Gabriel García Márquez, publicada en 1989; y La Ceniza del Libertador, de Fernando Cruz Kronfly, publicada en 1987; se habían basado en los 32 tomos de memorias escritos por el general Daniel Florencio O´Leary. No sé si ellos se hayan puesto en la tarea de leer todo ese material, pero es posible que sí haya alguien que lo hizo: el periodista, abogado, e historiador, Héctor Muñoz Bustamante. De allí sacó la información para las 32 crónicas que publicó en el periódico El Espectador de Bogotá con motivo del bicentenario del nacimiento del Libertador, el 24 de julio de 1983. Obsérvese que esta publicación salió antes de las dos novelas mencionadas, y tuvo amplia divulgación, por lo que es presumible que su bibliografía haya orientado la búsqueda de información de los dos novelistas afamados”.

Como digo en el inserto de mi blog, aunque ellos no lo mencionen sí es posible que de alguna manera esta serie de artículos los haya inspirado o les haya aportado datos para la escritura de sus respectivos libros. El caso es que como en esta reseña se trata de las menciones que en las entrevistas contenidas en ella hizo García Márquez de su obra; veo que él encontró en sus pesquisas que, más allá de los mitos:

“A Bolívar le gustaba cantar y se levantaba muy de mañana para hacerlo…” (Pág. 402)

Leo allí que GGM afirma que:

“Encontré el testimonio de un diplomático inglés que cuenta que cuando llegó a Bogotá fue a Palacio y encontró a unos soldados jugando una especie de dados con piedras mientras Bolívar, desnudo en una hamaca, llevaba con las plantas de los pies el compás de una marcha republicana que estaba silbando, mientras O´Leary sentado en el suelo escribía la frase que él le había dictado…” (Pág. 437).

“Tú no encontrarás en ningún biógrafo de Bolívar el estreñimiento. Lo encontré en el Dr. Próspero Reverend, su médico, pero muy de pasada. Dice que le dieron una cucharada de no sé qué cosas, y unas píldoras, para su estreñimiento crónico. Cuando dicen eso, ya tú sabes cómo es el carácter del tipo porque yo he dicho que el mundo está dividido entre los que cagan bien y los que cagan mal…” (Pág. 442).

“Las diferencias de personalidad consisten en que Santander era sinuoso y viperino; mientras Bolívar era un caribeño deslenguado. La diferencia fundamental es de estilo…” (Pág. 443).

“Sigo creyendo que Bolívar así, apaleado y jodido, es mucho más grande que como nos lo han tratado de vender…” (Pág. 443).

Hay cosas entre líneas que llaman mi atención: El hecho de que Bolívar sabía silbar y silbaba alguna de las marchas La Vencedora, La Libertadora, o La Trinitaria, que se compusieron por esos días y los historiadores musicales han rescatado de partituras en baúles de la época; que haya episodios anecdóticos que historiadores como Daniel Florencio O´Leary hayan pasado por alto en la biografía y la historia oficial del prócer, puesto que el dato lo obtuvo Gabo de un testimonio escrito por un diplomático inglés; como el hecho de que Bolívar no tenía inconveniente en descansar desnudo en una hamaca, aún en el gélido clima de la sabana de Bogotá, así sus oficiales y guardaespaldas merodearan a su alrededor. Tal testimonio valida la concepción escultórica de Rodrigo Arenas Betancur al elaborar su obra El Bolívar Desnudo, de Pereira. Y está el hecho de que García Márquez, entre los objetos relacionados en el testamento de Bolívar, encuentra referencia a:

“En ninguna parte se dice que Bolívar usaba lentes. De pronto encontré en el inventario de sus bienes después de muerto que había un par de lentes. Rápidamente fui a confirmar y descubrí que llamaban lentes a los catalejos…” (Pág. 436).

El ítem se refiere a unos catalejos para mirar a distancia, pero también aplicando una lógica razonable de sentido común, podría ser que Bolívar usara anteojos de ver de cerca porque:

“¿Qué ser humano a los 47 años de edad no comienza a tener presbicia y a usar lentes, sobre todo un hombre que era un lector incansable que leía con velas? Puede que lo pudiera disimular, pero para leer documentos a la luz de una vela tenía que tener lentes…” (Pág. 437).

De eso no hablan los historiadores, ni era con lentes como lo pintaban los retratistas al óleo o al carboncillo de la época.

“Se sabe, por ejemplo, que Bolívar era de lenguaje refinado en público, pero cuartelario con sus tropas… En este orden de ideas, también se sabe que usaba exclamaciones como ¡la pinga!... Y, estoy seguro, usaba la palabra vaina. Sin embargo, los biógrafos no mencionan ninguna de las dos… Me fue de gran ayuda el excelente estudio de la lingüista peruana Martha Hildebrandt: La Lengua de Bolívar…” (Págs. 392 y 428).

En su apéndice “Gratitudes”, GGM reconoce que Vinicio Romero Martínez lo ayudó, refiriéndose no al timbre sino al vocabulario pesado de marinero que acostumbraba con sus hombres: 

“Con hallazgos que parecían imposibles sobre las costumbres privadas de Bolívar –en especial su habla gruesa–” (Gabriel García Márquez, página 271 de El General en su Laberinto) 

Afirma Muñoz que: 

“Recordaban los que asistieron al baile ofrecido por el Cabildo de Ibagué en enero de 1829, que la voz de Bolívar era muy delgada… Su voz no sólo era delgada, sino tan aguda, que en otro hombre habría parecido ridícula… El oficial español Rafael Sevilla, hablando de las tropas patriotas en las orillas del Orinoco, dice: `Me dieron cinco minutos de un silencio interrumpido sólo por ligeras descargas, entonces una voz chillona, pero de temible imperativo y como acostumbrada al mando, se oyó cerca de nosotros, gritando desde la parte exterior de las trincheras: ¡Avancen! ¡Avancen!´. Aquella voz chillona era la voz de Bolívar” (Héctor Muñoz Bustamante “Bolívar en Anécdotas”, página 84).

“La frase de Bolívar es más terrible de como la cité… Tomada de una carta que suscribió el 5 de agosto de 1829 al coronel inglés Patricio Campbell. Las críticas de Bolívar a los empréstitos de Santander, y la frase de que la vida no les alcanzaría para pagar los réditos, fueron vaticinios históricos que el curso de los años se ha encargado de comprobar…” (Pág. 430).

“Es que en Colombia con la derrota de Bolívar se impuso la concepción santanderista. No creo que esa sea la causa de todos nuestros males de hoy, pero sí lo es el hecho de que el formalismo se ha convertido en un dogma casi teológico que hace mucho tiempo se quedó a la zaga de la vida real… Los argumentos y los métodos de la prensa oficialista son todavía los mismos que la prensa santanderista utilizaba contra Bolívar. Es la misma prepotencia provinciana, el mismo espíritu retardatario, la misma intolerancia confesional…” (Pág. 430).

GGM hizo nueve versiones de El General En Su Laberinto, antes de la definitiva y: 

“Cuando llegué a Venezuela, en mayo, tenía el libro escrito, precocido. Escribí el libro con los datos bibliográficos y con los que me dieron Eugenio Gutiérrez Celis y Fabio Puyo. Entonces pregunté por el historiador que más conocía humanamente a Bolívar. Me dijeron que era Vinicio Romero. Conocía toda la letra menuda. Lo llamé y efectivamente me dio una cantidad de detalles. Le pasaba cuestionarios enteros que él me contestaba. Lo que más me interesaba era que Bolívar se viera como hombre, como ser humano…” (Pág. 439).

Él era celoso con sus escritos, al punto de destruir los borradores de Cien Años de Soledad después de que se publicó (Págs. 63 y 259), pero el borrador imperfecto de un capítulo de El General En Su Laberinto logró llegar a las manos del periodista y escritor Alberto Duque López que lo ofreció al periódico El Espectador para que lo publicara como chiva. Afortunadamente el periódico contactó a García Márquez para confirmar su veracidad, y él desautorizó por completo su publicación. Esta es una de las razones por las que García Márquez, según manifestó en muchas ocasiones, despotricaba contra lo que él llamaba el síndrome de la chiva o pretensión de publicar primicias antes que otros medios a como diera lugar. 

“El síndrome de la chiva. Lo importante es dar primero la noticia. Si es falsa o no, poco significa. Lo importante es darla primero…” (Pág. 568).

El Espectador cuenta el episodio en la entrevista:

“La fusilada de El General En Su Laberinto…” (Págs. 422 a 424)

García Márquez consideraba El Otoño del Patriarca como un libro difícil de leer, y todavía más difícil de leer para los literatos, pero también lo consideró su mejor libro. 

Monólogo de Isabel Viendo Llover en Macondo

“En eso de romper papeles y borradores descartados tengo un recuerdo… Se remonta a una noche de julio de 1955 cuando el poeta Jorge Gaitán Durán llegó a mi cuarto de Bogotá a pedirme que le dejara algo para publicar en la revista Mito. Yo acababa de revisar mis papeles y había puesto a buen seguro los que creía dignos de ser conservados, pero había roto los desahuciados… Gaitán empezó a revisar en el canasto los papeles rotos y, de pronto, encontró algo que le llamó la atención… Era un capítulo entero desechado de mi primera novela La Hojarasca, ya publicada en aquel momento, y no podía tener otro destino honesto que el canasto de la basura. Gaitán Durán no estuvo de acuerdo… Le parecía que tenía un valor diferente por sí mismo, y que era publicable… Lo autoricé para que remendara las hojas rotas con cinta pegante y lo publicara como si fuera un cuento. ¿Qué título le ponemos? No sé. No es más que un monólogo de Isabel viendo llover en Macondo…” (Pág. 309).

“Esa experiencia no me sirvió para no seguir rompiendo los originales que no me parecen publicables, sino que me enseño que es necesario destruirlos de tal modo que no se puedan remendar nunca…” (Pág. 310).

Noticias de un Secuestro y Vivir para Contarla

Tenía en mente escribir un autorreportaje.

“Siempre soñé con un reportaje más sencillo que Noticias de un Secuestro” (Pág. 701).

Eran seis volúmenes de memorias de “Vivir para contarla”, pero solo publicó uno: 

“Para no tener que hablar de gente que no me simpatiza… por otra parte lo que se olvida no tiene importancia… y para no decir cosas que no quiero decir…”. (Págs. 717 a 719)

Dice que no toma notas, porque si algo se olvida es que no tenía interés en recordarlo.

“Hay muchas memorias de novelistas. La gente se queja de que a partir de un momento ya empieza a faltarle la memoria. Se dice que nuestros escritores empiezan a escribir sus memorias cuando ya no se acuerdan de nada, por la edad. Voy a cumplir 68 años, y noto que la memoria no es la misma de antes. Si en una novela es importante mantener el control de la totalidad, mucho más lo es en un reportaje. Para eso ayuda mucho el computador porque hay momentos en que tengo la impresión de que esto ya lo dije, y el computador lo encuentra muy rápidamente… Pero con el tiempo he descubierto algo: las cosas que realmente me interesan, no se me olvidan…” (Pág. 310).

Otras referencias a sus obras

Otras muchas referencias a sus obras se encuentran en las distintas entrevistas de esta compilación.

CUENTAS REALISTAS EN EL BALANCE 
DE PÉRDIDAS Y GANANCIAS

Sus relaciones con el dinero fueron de amor y odio porque sabía bien de lo difícil que era vivir con su carencia, pero sabía también el precio que hay que pagar por tenerlo.

“Ahora no soy rico, sino un pobre con plata… No tengo los problemas de los pobres, pero ahora sé cuál es la verdadera diferencia entre la pobreza y la riqueza…” (Pág. 383).

“Siempre tuve la impresión de que sobraba en todas partes… fue una cosa que me incomodó mucho… luché contra eso, y no lo he vencido por completo…” (Págs. 94, 383 y 713).

“Siempre he tenido la impresión de que me faltan los últimos cinco centavos para el peso, y esa impresión sigue siendo real…” (Pág. 94).

“Permanece el mito romántico de que el escritor y el artista en general tienen que estar muy jodidos y pasar hambre para producir. ¡Todo lo contrario! Yo creo que es en las mejores condiciones donde se puede escribir mejor, y no es cierto que se escriba mejor con hambre que sin hambre…” (Págs. 24, 148, 217, 317, y 408).

García Márquez guardaba el recuerdo de sus putas tristes en los días en que no era tanto lo de indocumentado como lo de pobre. Pilaba por el afrecho, como se dice.

“Recuerdo que trabajaba en El Heraldo… El hecho es que no vivía en ninguna parte, pero había unos hotelitos… abajo estaban las notarías, y arriba estaban los hoteles. Por $1.50 la puta lo llevaba a uno, y eso daba el derecho de entrada hasta por veinticuatro horas. Entonces comencé a hacer los más grandes descubrimientos: ¡Hoteles de $1.50!... Lo único que tenía que hacer era cuidar los originales en desarrollo de La Hojarasca. Los llevaba en una funda de cuero siempre, siempre, debajo del brazo. Llegaba todas las noches, pagaba $1.50 y el viejito portero me daba la llave… Así todas las noches… Al cabo de quince días se había vuelto una cosa mecánica: El tipo agarraba la llave, siempre del mismo cuarto, y yo le daba los $1.50… Una noche no los tuve, y al llegar le dije: Mire, ¿Usted ve esto que está aquí? Son unos papeles, eso para mí es lo más importante, y vale mucho más de $1.50. Se los dejo, y mañana le pago. Se estableció casi como norma que cuando tenía los $1.50 pagaba, y cuando no tenía entraba con un ¡Hola, buenas noches! Y ¡Pahhh!… le ponía el fólder encima, y él me daba la llave. Más de un año estuve en esas… Por supuesto, al levantarme al día siguiente la única gente que permanecía allí eran las putas. Éramos amiguísimos, y hacíamos unos desayunos que nunca en mi vida olvidaré… Recuerdo que siempre me quedaba sin jabón, y ellas me lo prestaban…” (Pág. 123).

“Creo que se necesita un cierto grado de irresponsabilidad para ser escritor…” (Págs. 49 y 52).

En determinado momento emprendió un viaje a la Guajira:

“Era como el viaje de regreso a las raíces, como el viaje a la semilla…” (Pág. 123).  

Este se convirtió en el título de la biografía que años después le hizo el escritor Dasso Saldívar, así como en el título de la entrevista que le hizo el enviado de la redacción de la revista Manifiesto que aparece en esta compilación.

“Era tan consciente de lo que estaba haciendo, que me di cuenta de que tenía que irme a viajar por el departamento del Magdalena hasta Riohacha en la Guajira para buscar información. Era exactamente el camino contrario al recorrido por mi familia, porque ellos eran guajiros y de allá se vinieron a la zona bananera… lo que tenía metido entre la cabeza era hacer ese camino de regreso porque en él iba encontrando todos los puntos de referencia, todas las cosas de que me hablaban mis abuelos, era un mundo que tenía muy nebuloso y que cuando iba llegando a los pueblos, a Valledupar, a La Paz, iba encontrando que esto es lo que me decían, por eso me contaban, esto… Todo era así. Para financiar ese viaje, que duró mucho más de un año, vagando de un lado a otro por toda esa región, ¡Vendí enciclopedias! La enciclopedia Uteha que tiene libros de medicina, libros de todo…” (Págs. 123 y 124).

Hay un episodio que tal como aparece contado en la entrevista se le pierde el encanto, se le pierde el meollo, se pierde la emoción; porque no sé si por razones de espacio en el periódico, o porque Gabo pensó que no era necesario explicarlo, omite algo muy importante para calibrar la tensión sufrida por García Márquez en ese momento. Resulta que entre los indígenas wayús, y en la cultura guajira en general, un homicidio es una deuda de sangre, una deuda de honor, que da origen a una vendetta, y en cobrarla se involucran no sólo los directamente implicados, sino sus parientes en segundo grado. Un primo segundo de un muerto, digamos, se encuentra con un primo hermano del homicida; y, entonces, procede a matarlo para cobrarle lo que el pariente del uno le hizo al pariente del otro. Llegan a formarse unas cadenas de muertos de uno y otro lado como la que dio lugar al mutuo exterminio en Santa Marta de los hombres de las familias de los Cárdenas y los Valdeblánquez. En esa región si el abuelo de uno mata al abuelo de otro, entonces el encuentro de los nietos es de vida o muerte. Así son, y así hay que entender este episodio de la vida de García Márquez.

“Mi abuelo había matado a un hombre en la Guajira, y recuerdo que me sucedió la cosa más jodida… Estaba en Valledupar y, de pronto, se me presentó un tipo altísimo… con un sombrero de vaquero así de grande, y me dijo: ¿Tú eres Márquez?... Yo le dije ¡Sí! Y entonces él se quedó mirándome y me dijo ¡Tu abuelo mató a mi abuelo!... Yo me cagué… Yo lo vi así, y no supe qué decir… Estaba… como sembrado contra la pared… Él se sentó, pidió bebidas, y empezó a contarme que él se llamaba José Prudencio Aguilar y era nieto de Medardo Pacheco… ¡No te digo más!…” (Pág. 124).

Gabo dice que se cagó del miedo, como metáfora. Yo, que viví por esos lados, puedo asegurar que una orinada en los pantalones; por lo menos, en mi caso; hubiera sido real. Y no era para menos. Tan consciente estaba GGM de la gravedad de la situación, que en la autobiografía Vivir para Contarla dice que:

… El tío Juan de Dios le escribió a mi abuela Tranquilina, atemorizado de que volvieran a Barrancas cuando aún no se habían cumplido veinte años de la muerte de Medardo Pacheco; pues siempre estuvo tan convencido del fatalismo de la ley guajira, que se opuso a que su hijo Eduardo hiciera el servicio de medicina social en Barrancas, medio siglo después… Era la ley guajira: el agravio a un miembro de la familia tenían que pagarlo todos los varones de la familia del agresor”.

Volviendo al libro de entrevistas:

"Cuando salí del periódico El Heraldo de Barranquilla me fui para la Guajira un tiempo, con un maletín a vender libros de medicina, y la enciclopedia Uteha. Así andaba por los pueblos, Aracataca, Fundación, El Copey, Valledupar, La Paz, Villanueva, San Juan del Cesar, Fonseca, Barrancas, Riohacha, la Guajira adentro; no vendiendo nada y leyendo de noche la enciclopedia…” (Pág. 194).

“En esa época yo iba por la provincia con Manuel Zapata Olivella y Rafael Escalona. Era una época en que andaba vendiendo libros de medicina y enciclopedias…” (Pág. 563).

Dice Luisa Santiaga Márquez, su madre, que:

“Siempre he creído que toda su suerte reposa en esa letra bella y clara que tiene. Yo llegué a pensar que iba a ser pintor. Era un niñito cuando escuché su voz: Mamá, deme un chivo, un centavo, para comprarme una chicha de maíz. ¿Otra?, bueno, y ¿Cuántas chichas de maíz te vas a beber? Mamá, démelo que después el chivo se le va a quintuplicar. Un día, recuerdan sus hermanos, Gabo no tendría más de nueve o diez años y no teníamos nada que almorzar ese día en Barranquilla, y a él se le ocurrió proponerle al conductor de un bus hacerle el letrero de su ruta, con esa letra redonda y fluida que siempre ha tenido. De pronto, oímos un pito y vimos al conductor con su bus parado en la puerta de la casa. Al mediodía, Gabo salió con su marquilla y se la colocó en todo el frente del letrero del bus. La plata entró. Dice su madre: fíjese que lo del centavo quintuplicado se le cumplió. La casa donde vivo es un regalo de mi hijo…” (Pág. 684).

“Entonces empezó el drama en la nación azteca. Salía todos los días desde muy temprano a rebuscar empleo. Fue una época de pobreza dolorosa hasta el extremo de que una noche llegué a casa y Mercedes me dijo: Gabriel, no he podido darle leche a Rodrigo. No tuve con qué. Contuve mi angustia y senté al niño. Le hablé como si me entendiera, como si se tratara de un hombre grande. Hijo, le dije, mañana habrá leche, te lo juro. Hoy no hemos podido. No pienses que tienes hambre y duérmete tranquilo. Sueña que mañana tomarás mucha leche. Y Rodrigo se durmió tranquilo. No lloró en toda la noche. Me entendió…” (Pág. 210).

“Le dije: Hijo, cuando me paguen la plata de los programas de la emisora quiero darte un regalo. ¿Qué te gustaría?... Una bolita, papá. Seis meses después llegué a casa con el ansiado regalo de la bolita de cristal, pequeñita, y una bola gigantesca, un globo de gas inmenso que no cabía por la puerta, y por poco me toca tumbarla…” (Pág.211).

“Esa casa me trae tantos recuerdos, que hace unos meses llamé a su propietario el Licenciado Luis Condurier y le propuse compra. No me la quiso vender por un solo detalle: En esa casa se escribió Cien Años de Soledad, y algún día será un museo, fue su respuesta…” (Pág. 211).

“Ella le llevó un cheque con los nueve meses de arrendamiento que le debíamos… Me llamó y me dijo: Sr. García Márquez, usted me haría un gran honor si me dijera que tuve algo que ver con la escritura de ese libro…  Mercedes sabía que cada cierto tiempo tenía que llevarme 500 hojas de papel en blanco, y yo siempre encontraba las 500 hojas que necesitaba…” (Pág. 148).

“¿El computador lo ha salvado de su tendencia perfeccionista. Es otra forma de pasar el tiempo? – Cuando usaba máquina de escribir insistía en que cada página fuese inmaculada, sin borrones, ni manchones, ni letras tachadas. Consideraba que una falla mecanográfica era un error de creación. Una vez consumí una resma entera de papel mecanografiando el original final de un cuento corto de quince páginas…” (Pág. 479).

La Plaza de San Toribio en Cartagena, que cambió su nombre por Plaza Fernández Madrid, tiene una casa donde Gabo pone a transcurrir parte de la novela El Amor En Los Tiempos Del Cólera. Allí hay una que era la casa donde vivía Fermina Daza.

“Escribía en la mañana, y en la tarde salía a recorrer lugares que quería poner en la novela…” (Pág. 584).

“Pienso que el lugar donde tenía que vivir era aquí. No era creíble que viviera en otro lugar. Siempre me pareció que esa casa que ves ahí era la casa verosímil para que ella viviera. Tuve incluso que adaptar la vida de ellos a esa casa, después que la conocí. Por cierto, después quise comprarla y no fue posible. Se había vuelto muy cara `porque esa es la casa donde vivió Fermina Daza´…” (Pág. 583).

“En México, para 1965, alguna necesidad tenían mis hijos que yo no podía satisfacer. Te quiero advertir una cosa, que no te voy a hacer el cuento de la miseria, porque lo hago en el sentido de que a mí siempre me faltaron los últimos cinco centavos de que hablábamos la otra vez; pero no me faltaron los últimos cinco centavos para el whisky, por ejemplo. Entonces estábamos muy pobres y muy jodidos. Ya no teníamos qué comer, pero siempre teníamos whisky. Eso es importante desde el punto de vista de la moral en alto, porque no te dejas hundir. Entonces no recuerdo en qué momento mis hijos quisieron algo antes de que saliera Cien Años de Soledad y les dije: Ahora no se puede, pero les prometo una cosa: Un día llegará a esta casa un hombre con una maleta llena de billetes. Ellos estaban acostumbrados a oírme decir esas vainas, y se quedaron tranquilos. A mí probablemente se me olvidó, y probablemente se les olvidó a ellos. Unos cinco o seis años después, en Barcelona, cuando ya mis libros se estaban vendiendo, el editor me llamó por teléfono y me preguntó si yo le aceptaría que me liquidara el semestre de derechos de autor en dinero español y en efectivo. Le dije que no tenía inconveniente, y que nos encontráramos en la esquina del banco a las diez de la mañana. Él me advirtió que tratara de ser puntual porque no quería pararse a esperar con una maleta llena de billetes. En ese momento me acordé de lo que les había dicho a mis hijos seis años antes, y le propuse ¡No, un momento! Nos encontramos en casa a las seis de la tarde. Al día siguiente a esa hora abrí la puerta, y vi un hombre bajito con una gabardina azul y con una maleta como si llegara a un hotel. Mis hijos habían llegado del colegio y los llamé. Les dije que vinieran y le pedí al hombre ¡Ábrala! Lo hizo. No era mucho, pero eran billetes de cien pesetas. La maleta estaba llena. A pesar de la sorpresa, mis hijos lo daban por seguro” (Pág. 102).

“A mediados de la década del sesenta yo vivía en París con mi mujer y mis dos hijos… vivíamos de lo que yo llamaba el milagro diario… no teníamos para comer, y Mercedes llegó incluso a cambiar botellas vacías por dinero en efectivo… si no hubiera vivido esos tres años terribles en París, hoy probablemente no sería escritor… allí aprendí que nadie se muere de hambre, y que uno puede ser capaz de dormir debajo de los puentes… En París lo único que me faltaba era dormir debajo de los puentes…” (Págs. 25, 238 y 714).

“Antes, en París, había llegado a pedir en el Metro, para poder comprar algunas cosas…” (Pág. 722).

De su vida en París, y de lo que hizo para ganarse la vida, queda una anécdota:

“Déjame contarte. Canté profesionalmente en un night club llamado L´Scala… Ya había sido periodista, tenía una novela La Hojarasca, y estaba escribiendo El Coronel no tiene quien le escriba. Pero había que sobrevivir y nos reuníamos en L´Scala no para consumir sino para cantar y ganar algo. Cantaba rancheras mexicanas con un grupo con el pintor venezolano Jesús Rafael Soto… Todavía anda por ahí un casete que el novelista mexicano Carlos Fuentes está loco por rescatar en el que él y yo cantamos un long play completo de rancheras mexicanas a dos voces…” (Págs. 338 y 339).

En una entrevista que concedió a Rafael Lam en La Habana, Cuba, Gabo le dijo lo del cabaret L´Scala de París, y de la intervención de Julio Cortázar cantando un tango para ese incunable casete que no han podido encontrar. Vender CDs con la voz de uno ya es meritorio, y oí decir que en ese entonces lo hicieron cantando ¡rancheras! Tal CD debe ser una joya de colección que no muchos tienen.

“Al cabo de los meses la generosidad de mi casera, y mi escasez absoluta de fondos, habían acumulado una de las más grandes deudas por concepto de arrendamiento de que se tenga noticia en París…” (Pág. 36).

“Llegamos a Barcelona en 1967 cargando una piel de caimán de dos metros que me regaló un amigo y estaba dispuesto a venderla, porque necesitábamos el dinero…” (Pág. 722).

En la década de los años cincuenta se ganaba la vida como reportero, pero sus cuentos y libros no le generaban ingresos y era una tarea más o menos ad honorem. 

“Lo que más me molesta del éxito es que me utilicen, que me exploten, que me pongan como anzuelo… El escritor es tan explotado como cualquier obrero…” (Pág. 115 y 207).

Dice él que durante diez años lo único que se ganó con los libros fueron los quinientos pesos que le pagó un editor paisa:

“…Cinco años después llegó a mi oficina Samuel Lisman Baum y me dijo que si le podía dar los originales de una novela que, según le habían contado, yo tenía por ahí. Abrí la gaveta del escritorio, y le di el joto como estaba. A las pocas semanas me llamaron de la Editorial Zipa y me dijeron que estaba listo el libro, pero que el editor se había perdido y yo tenía que pagarlo. De manera que me tocó ir con varios libreros a la editorial y convencerlos de que compraran cinco y diez ejemplares cada uno, y así fui pagando la deuda… Con El Coronel No Tiene Quién Le Escriba ocurrió algo similar… lo publicó la revista Mito, sin honorarios. Dos años después estaba tirado al pie de la piscina del Hotel El Prado de Barranquilla y le dije a un botones que me solicitara una llamada a Bogotá porque tenía que pedirle plata a mi señora. Alberto Aguirre Ceballos, un editor antioqueño que casualmente estaba ahí, me dijo que no le pusiera cebo a mi señora, y que más bien él me daba $500 por el cuento que había aparecido en la revista Mito. Ahí mismo le vendí los derechos…” (Págs. 31 y 32). 

“Probablemente ningún escritor en lengua castellana ha vendido tantos libros como yo, en tan poco tiempo, pero déjame ir un poco atrás, porque esto no sucedió de milagro. Yo publiqué mi primer libro en 1955, hace veinte años, y no recibí ni un centavo de derechos de autor. Mi segundo libro fue El Coronel no Tiene Quien le Escriba, que se publicó en 1960. Tuve 500 pesos de derechos de autor. Luego publiqué otro, y otro. Había publicado cinco libros. De 1955 a 1965, en diez años, había recibido 500 pesos ¡En diez años!... luego publiqué Cien Años de Soledad, y entonces fue como una explosión que abrió la venta de todos mis libros anteriores.…” (Pág. 115).

“Lo de la fama, las ventas de libros, y el dinero, vino después de que hice muchos reportajes que nadie leía, y escribí algunos libros que nadie compraba…” (Pág. 651).

“Hasta 1967 no pude cobrar nada por derechos de autor. Los primeros ingresos se produjeron después de haber escrito cinco de mis ocho libros…” (Pág. 158).

“Contaba mi abuela de las guerras civiles del siglo pasado, que más o menos equivalen a las guerras del coronel Aureliano Buendía, que un Fulano de Tal se iba a la guerra y decía a su mujer: Tú verás qué haces con tus hijos. Y la mujer, durante un año o más, era la que mantenía la casa…” (Pág. 57).  

“Desde 1965 hasta el 67 fue una época estupenda, aunque no era fácil, porque no teníamos dinero pero, en cambio, estaba escribiendo como un tren; y eso es lo mejor que le puede suceder a un escritor… Entonces cuando vi que Cien Años de Soledad se venía y no la paraba nadie le dije a Mercedes: Tú te haces cargo de este asunto. Ella, por supuesto, no lo pensó dos veces. Mis hijos me recuerdan en esa época como un hombre encerrado en un cuarto que no salía nunca. Durante dieciocho meses no salí del cuarto. Mercedes me dijo que no había nada qué hacer, que habíamos llegado al fondo. Yo había pagado la clínica por el nacimiento de Gonzalo y comprado un carro con el dinero que me pagaron por la publicación de La Mala Hora, y llevé el carro al Monte de Piedad para empeñarlo. Le traje la plata a Mercedes y le dije mira, aquí tienes como para diez años. Duró tres meses. Un día estábamos a mitad de camino y el dueño de la casa llamó a Mercedes y le dijo que le debíamos tres meses de arrendamiento. Ella tapó la bocina y me preguntó cuánto faltaba para terminar. Le dije que seis meses. ¿Dentro de siete meses me pagan todo? Si usted me da su palabra yo no tengo inconveniente en esperarla. Pudimos cumplirle porque yo terminé la novela y me resultó un trabajo en publicidad. Además Editorial Suramericana de Argentina se interesó y con el contrato me envió quinientos dólares de anticipo. El día que terminé, fuimos al correo y eran setecientas páginas. Lo pesaron y el porte costaba ochenta y tres pesos. No teníamos sino cuarenta y cinco. Entonces le dije a Mercedes: Fácil, partámoslo y enviemos solamente la mitad hasta lo que alcance. La mandé y nos quedamos con el resto. Fuimos a casa y Mercedes sacó lo que faltaba por empeñar que era el calentador que usaba para escribir, porque puedo escribir en cualquier circunstancia menos con frío. Sacó el secador que usaba para la cabeza, y la licuadora Mixmaster que había usado toda la vida para los jugos de frutas de los niños que habían crecido y no los necesitaban. Los empeñamos por cincuenta pesos, y el porte restante valía cuarenta y ocho. Sobraron dos pesos, y me di cuenta de que estaba verde de encabronamiento. Me dijo: Ahora lo único que falta es que esta hijueputa novela sea mala…” (Págs. 107, 108, 148, 257 y 258).

El 21 de julio de 1967 se dirigía a España y le preguntaron: ¿A dónde vas ahora?

“A Barcelona, con el fin de escribir en los dos próximos años mi nueva novela. Lo hago, por cuanto ha llegado el momento en el que puedo comenzar a vivir de mis derechos de autor…” (Pág. 47).

Fue el momento en el que le cambió la vida.

Ganar el Premio Nobel hizo que muchos variaran la forma de tratarlo, porque ya se incomodaban dándole el confianzudo trato cariñoso de siempre. Según el periodista Iñaqui Gabilondo, algunos le empezaron a decir don Nobel, otros a decir don Premio, otros a decir don Gabo. 

https://www.milenio.com/cultura/cuando-a-gabo-le-cambiaron-el-apodo-por-el-de

De los tiempos en que los muchachos de antes sí usaban gomina y se peinaban con camino, partido, o raya en el cabello, pero él aparecía con un voluminoso peinado afro, en Zipaquirá le vino el apodo de: “El peluca”.

https://centrogabo.org/gabo/hablemos-de-gabo/los-apodos-de-gabo

Dice Wikipedia, según dato tomado de la biografía escrita por Gerald Martin, que cuando murió el abuelo Nicolás GGM tenía ocho años de edad y la abuela Tranquilina estaba ciega, por lo que no pudo seguir haciéndose cargo del niño a quien todos decían Gabito, menos su abuelo que lo había apodado “Napoleoncito”:

“Fue mandado a un internado en Barranquilla… Allí adquirió reputación de chico tímido que escribía poemas humorísticos y dibujaba tiras cómicas. Serio y poco dado a las actividades atléticas, fue apodado “El Viejo” por sus compañeros de clase”.

https://es.wikipedia.org/wiki/Gabriel_Garc%C3%ADa_M%C3%A1rquez

Lo apodaron “El Viejo", porque a su edad era tímido, serio y atildado, no como un niño de primera comunión sino como un abuelo en pequeño, lo que es entendible porque su mundo infantil transcurrió en la casa de los abuelos en Aracataca y eran ellos su compañía más constante. Para cuando en el Liceo Nacional de Zipaquirá le cambiaron el apodo de “El Viejo” por el de “El Peluca”, ya había dejado de ser poco dado a las actividades atléticas. Dice su biografía en Internet que:

“Gracias a una beca otorgada por el Gobierno, Gabriel fue enviado a estudiar a Bogotá y lo ubican en el Liceo Nacional de Zipaquirá, ciudad ubicada a una hora de la capital, donde culminará sus estudios secundarios… Durante su paso por la casa de estudios bogotana, García Márquez destacó en varios deportes; llegando a ser capitán del equipo del Liceo Nacional de Zipaquirá en tres disciplinas, fútbol, béisbol y atletismo…” (Wikipedia).

Confirmando con ello su afirmación de que “yo conseguí en la vida todo lo que me propuse”.

Si bien Gabriel García Márquez, el Maestro García Márquez, tuvo los apodos de Gabo, o Gabito, que es un hipocorístico de Gabriel; con el transcurrir de los años se convirtió en un hombre elegante, aunque sin llegar a ser modelo de pasarela. En algunas épocas aparecen fotografías suyas con unos sacos a cuadros y unas corbatas en combinaciones o casados de aquellos que llamaban “bocadillos chillones”, como alusión a esos dulces de guayaba bicolores que fusionaban un color azafrán oscuro de un lado, con un color rosado teñido con anilina del otro.

El blog Centro Gabo.com habla de los apodos de “Valor civil” en Cartagena y “Trapo loco” en Barranquilla, que le pusieron en sus tiempos de estudiante porque con sus camisas coloridas de palmeras a lo costeño y sus chaquetas de cuadros:

“Se necesitaba mucho valor civil para vestirse como él se vestía…” (Pág. 332).

“Para escribir me pongo un overol de mecánico. Mis allegados dicen que me pongo ese overol por razones sicológicas, porque estoy convencido de que el trabajo de escritor está emparentado con el de obrero. En absoluto. Lo que pasa es que el overol es el atuendo más cómodo y práctico que se han podido inventar para trabajar. Una simple cremallera, y ya…” (Pág. 179).

Cuando Daniel Samper Pizano llegó a entrevistarlo en Barcelona, estando los hijos pequeños, describió que: 

“García Márquez no usa corbata y viste siempre un buzo negro de lana – ¿Tendrá varios, o será el mismo?– y unas horribles medias rojas…” (Pág. 33).

“¿El caso es que un día recibí en El Heraldo un sobre con los pasajes que mandó Álvaro Mutis y entonces pensé ¿Por qué no voy a Bogotá a ver qué pasa? Y la respuesta que me di fue: Porque no tengo un solo vestido de paño. Entonces atravesé hasta el Almacén Everfit que quedaba frente al Café Colombia de Barranquilla, y me compré un vestido azul de saco cruzado con el cheque que Álvaro me había mandado por unos cuentos que publicó en la revista Esso…” (Págs. 368 y 369).

“Este dandy del Caribe… con sus botines negros y con chaqueta de cuadros blancos, y de aquel color –la combinación preferida por el escritor costeño–, en una combinación exacta con sus pantalones oscuros y su camisa colombiana igualmente negra…” (Pág. 567).

“¿Alguna vez pensaste que ese muchacho costeño, pobre, esquelético, mal vestido… llegaste a imaginar lo que le ocurriría cincuenta años después? –Jamás…” (Pág. 94).

Tuvo épocas de sobrellevar una pobreza franciscana.

“Iba al café El Molino a ver de lejos la mesa presidida por el maestro León de Greiff. Ellos comían unas empanaditas deliciosas que vendían allí, y yo nunca tenía dinero para comprarlas. Eran de maíz con carne adentro. Debían ser como todas, pero a duras penas levantaba para el tinto, que valía cinco centavos… Mi sueño no era crecer y estar en El Molino con De Greiff, Eduardo Zalamea, Jorge Rojas… Mi sueño era crecer para poder comprarme las empanadas de El Molino. Cuando volví a Bogotá y lo pude hacer, ya no existían las empanadas ni existía El Molino, porque lo habían demolido…” (Pág. 459).

“Al día siguiente me levanté y, por intermedio de un amigo, logré entrevistarme con el dueño de una editorial… me presenté de cachaco y de corbata. Sólo que tres cuadras antes de llegar al lugar de la cita se me desprendió la suela. Fue terrible. Hice hasta lo imposible por remediarlo, por amarrar esa lengüeta. No hubo caso, y me tocó caminar lentamente, sin que se notara mucho…” (Págs. 210 y 211).

“Se fue caminando hacia el auto, apoyándose solamente en los tacones para evitar que los charcos de agua le mojaran los zapatos blancos…” (Pág. 303).

“Está completamente vestido de blanco…” (Pág. 526).

Muchos años después de que su abuelo lo llevara a conocer el hielo, puede uno imaginarse la elegancia cartagenera de sus vecinos y de él mismo, “de punta en blanco”, en el sector de El Laguito en Bocagrande, con pantalón blanco de impecable corte, camisa guayabera o liqui liqui blanca llevada por fuera, con bordados y bolsillos a la cintura, zapatillas blancas con medias blancas, o mocasines blancos sin medias… Detrás del caballero tendrá que ir la mujer diciendo, según me imagino: 

“Quítate ese sombrero vueltiao de fibra de iraca y colorines que te queda muy corroncho, y ponte más bien el sombrero blanco de fieltro con cinta negra que tienes en el ropero. Te queda mejor”.

“El liqui liqui o guayabera, que es lo que se llamó en el Caribe la cotona…” (Pág. 497).

Ignoro de dónde sale eso de liqui liqui o guayabera, pero lo de cotona es por la fresca fibra de algodón o cotton de que estaba hecha.

“Al llegar a su apartamento en Cartagena, él mismo abre la puerta y me recibe como si nos hubiéramos conocido hace muchos años atrás… Está completamente vestido de blanco, y conversamos un poco sobre su miedo a las entrevistas…” (Pág. 526).

“Gabriel García Márquez apareció, irreal, inimaginablemente solo… de impecables guayabera y pantalón de raya recta, en conjunto celeste tiza, medias y mocasines blancos; y un andar apenas displicente, cadencioso pero elegante…” (Pág. 304).

Para recibir el Premio Nobel su guardarropas tuvo que acomodarse a la ocasión.

“Al usar en la ceremonia el liqui liqui quise afirmar con ello una verdadera razón cultural. Al hacerlo, no me importó después un carajo usar el frac, aparte de que me queda muy bien y lo sé usar a las mil maravillas, ¿O no?...” (Pág. 228).

“Don Gabriel, un hombre elegante que viste camisas de seda hechas a la medida, hace presencia en una suite de lujo del hotel Kensigton Hilton de Londres, donde sostiene regularmente tertulias literarias hasta bien entrada la madrugada…” (Pág. 81). 

“Camisa café, de Christian Dior; pantalón marrón, de George´s de Bond Street en Londres; saco beige a pintitas, de Fiorucci; pañuelo Hermes, de París; mocasines marrones, de Ferragamo; Colonia Oscar de la Renta… Así recibió a las seis y treinta a los cuatro periodistas de la televisión sueca que vinieron con champán a agasajarlo y hacerle una nota…” (Pág. 234).

“Mi gusto por la ropa, por vestir bien, diría que forma parte de los mismos motivos por los cuales escribo: Para que me quieran más. Creo que forma parte de la buena educación, del caer bien… si me considerara elegante, no me preocuparía la ropa, es por lo que trato de ayudarme…” (Págs. 496 y 497).

“Comienzo mi trabajo a las 8 am., imaginando personajes y armando oraciones bajo un firme chorro de agua caliente. Luego paso al armario y busco desesperadamente qué ponerme. Ese es uno de mis vicios secretos. Muchas veces llego tarde a mi escritorio, porque no encuentro qué ponerme. No sé qué pantalones salen con qué camisa. Tengo un armario lleno de ropa y me provoca gritar que nada de esto me sirve…” (Págs. 478 y 479). 

“Mi hijo Rodrigo, cuando me ve, dice que yo visto como pobre con ropas de rico…” (Pág. 107).

“Nunca tiene plata y Mercedes es la que paga todo… Entra a un almacén y escoge una corbata italiana o una camisa color crema; aunque no usa corbata y detesta las camisas color crema… pregunta por una camisa de cuello largo que tenga la costura muy finita, hasta que el vendedor lo convence de que no tiene camisas de esa naturaleza, pero que hay en cambio unas preciosas medias de lana anaranjadas…” (Pág. 33).

“Es muy difícil encontrar corbatas bonitas. No me explico cómo hacen los corbateros para tener tantos diseñadores de corbatas feas, que son miles y miles y miles, y entre eso encuentro una corbata bonita; pero no me gusta como objeto bonito, y tengo muchísimas que voy coleccionando así, como objetos, como colecciono los relojes… Pero no me gusta ponérmelas porque no le encuentro ningún sentido. Ahora, me las pongo siempre que puede parecer arrogante no llevar corbata…” (Pág. 496).

“La primera corbata que tuve en la vida la compré tal vez para la fiesta de grado…” (Pág. 405).

“Traía La Mala Hora hecha un rollo y amarrada con una corbata… Creo que fue la última corbata que tuve, y nunca más he vuelto a usar corbatas…” (Pág. 146).

“Entonces La Mala Hora la fui escribiendo a pedazos. Cuando yo regresé de Europa a Caracas traía esta novela hecha un rollo y amarrada con una corbata… La Mala Hora. Esta última rodaba por ahí en un rollo amarrado con una corbata azul a rayas amarillas… Mercedes la mandó y gané el Premio Esso de tres mil dólares… Pensé que era pecado comerse esa plata, porque me parecía robada y más bien se la metí a la compra de un carro…” (Págs. 146 y 34).

“La audiencia con el Papa se fijaba para la una de la tarde del viernes… a las siete de la mañana estaba ya allí, en la banca de la lista de espera, y el puesto en el vuelo quedó libre… en el duty free shop del aeropuerto compré la segunda corbata de mi vida…” (Pág. 405).

“Veinte minutos de espera es un siglo para cualquier periodista. Ese fue el tiempo que me quedó libre durante la charla que García Márquez mantuvo con su madre, y metí la lupa por todos lados. En el garaje había dos autos BMW y un Mercedes Benz convertible que, según Nati la empleada, alternan entre Gabriel, Mercedes, y sus hijos Rodrigo y Gonzalo de 21 y 23 años… En el comedor, botellas de tequila Sousa, vino francés Chateau Laffite, ron Havana Club, vodka ruso Kubanskaya, que según Nati hay que reaprovisionar día por medio, porque el señor es de buen tomar. En la cocina, dos sirvientas aparte de Nati” (Pág. 238).

“Se sabe, por otra parte, que usted es un gran catador de vinos. ¿No trata de desquitarse así de esos años estrechos?... Cuando volví a París, quince años después, llegué con suficiente dinero como para ir a restaurantes lujosos a los cuales no había ido. El primer día, el segundo, el tercero; pero al cuarto día uno se da cuenta de que son pendejadas y que los buenos restaurantes eran donde íbamos antes, los restaurantes griegos del barrio Latino...” (Pág. 107).

Como puede verse, tres empleadas, tres automóviles de lujo, y varias botellas de licores selectos, dan fe de que para el momento de recibir el Premio Nobel la situación económica de los García Barcha había cambiado y se había hecho boyante. Los días de estrechez habían quedado atrás.

Al hacer un balance de las influencias literarias de García Márquez, su madre Luisa Santiaga Márquez y, sobre todo, su abuela materna Tranquilina Iguarán, marcaron una huella indeleble; pero para llegar a este balance favorable en lo económico, hay dos mujeres que fueron cruciales en la vida de Gabriel García Márquez. De un lado, su esposa Mercedes Barcha Pardo, que asumió la gerencia administrativa y financiera de la familia, mientras su esposo se dedicaba a escribir y era, por así decirlo, el jefe de producción. Él escribía, y ella administraba. La otra fue Carmen Balcells, que no era su editora sino su agente literaria. Esta, a quien él llamaba “La Mamá Grande”, era la encargada de contactar a las editoriales y de negociar con ellas las condiciones económicas y los requisitos de su representado. Quizás sea presumible pensar que fue ella la que instruyó a la esposa sobre cómo asumir debidamente la tarea. Gracias a estas dos mujeres, García Márquez dejó de publicar ad honorem cuentos y artículos en revistas y periódicos, y empezó a cobrar quince mil dólares por entrevista, según me pareció leer en alguna parte de este libro; y al hablar sobre su patrocinio a la Fundación de Cine Latinoamericano dijo que:

“Gabo acaba de terminar seis largometrajes para cine, y hace su estreno como guionista de televisión; se prepara para el lanzamiento de una obra de teatro en junio próximo en Buenos Aires, está reuniendo notas para su libro de memorias, y más aún, está terminando la biografía de Simón Bolívar. Para lo único que no encuentra tiempo el más famoso best seller de América Latina es para dar entrevistas. Hace un tiempo decidió que sólo concedería entrevistas exclusivas si le pagasen; y cobra caro –aproximadamente 15.000 dólares–, destinando lo que recibe por cada una a instituciones sociales. Su donación más reciente fue para la Escuela Internacional de Cine y Televisión de la Habana, una fundación que patrocina…” (Pág. 378).

“Esa escuela es maravillosa, pero necesita mucha plata. Un día estábamos discutiendo qué haríamos para conseguir doce cámaras, y en ese momento llamaron de Italia para pedirme una entrevista. Se las di a cambio de las cámaras. Las entrevistas me han servido para financiar la escuela…” (Pág. 548).  

“La mayoría de la gente que trabaja en la fundación no puede donar su trabajo, porque no dispone de la facilidad que yo poseo. Mi vida en lo económico está resuelta, pero te aseguro que ellos dan las clases casi por el placer de hacerlo… Con lo que dieron los derechos del libro de Miguel Littin, cubrimos los gastos de dos años de trabajo de la fundación… Empezamos con trescientos cincuenta mil dólares el fondo de la fundación…” (Págs. 361 y 374).

Podemos concluir no sólo que él empezó a cobrar caro por dar entrevistas, y que la encargada de negociarlas era su esposa, sino que ya se podía dar el lujo o el gusto de patrocinar con jugosas partidas a sus fundaciones. Con aire de chanza Gabo le preguntó a unos periodistas:

“Y ahora, díganme: ¿Cuánto le han pagado por la entrevista a mi mujer?...” (Pág. 718).

Todas las menciones a la Gaba que se encuentran en las entrevistas se relacionan con su papel como esposa de él, con excepción de esta mención que se ocupa de ella, propiamente dicha. Según sus empleadas del servicio, la señora Mercedes es una mujer:

“De estatura corriente, rasgos indígenas, de dulce acento costeño, uno que otro `mande´ de corte azteca. No se pinta, apenas. Ni usa joyas de oro. Sencilla a más no poder. Accesible. Exigente…” (Pág. 207).

Mercedes Barcha Pardo de García Márquez nació en Magangué en el año de 1932, cuando su futuro esposo tenía cinco años de edad. Él puso sus ojos en ella cuando era apenas una niña de ocho años y él un adolescente de trece; y le propuso matrimonio, lógicamente para esperar a que ella tuviera la edad apropiada para casarse, cuando ella tenía doce. Se casaron en el año de 1958, estando él de 31 y ella de 26. Él fue su único novio, y en la adolescencia su único tema de conversación. En 1959 en Bogotá nació Rodrigo, su hijo mayor; y en 1962 en México nació Gonzalo, su otro hijo. 

Para saber un poco más de ella, cito un reportaje de la periodista Mónica Quintero Restrepo en el periódico El Colombiano de Medellín, que no hace parte del contenido del libro. Fue publicado el 17 de abril de 2015 con el título “Recuerdos de Mercedes Barcha en Medellín, y su amor por el escritor”, y es un testimonio de Sor Paula Quintero, una hermana salesiana que fue compañera de Mercedes Barcha en 1950 cuando la Gaba estudió interna en el Colegio de María Auxiliadora de la carrera El Palo con la calle Cuba de Medellín:

“Ella no hablaba de otra cosa que no fuera de Gabito, a quien había conocido cuando ella tenía ocho años de edad y él le llevaba cinco. Le propuso matrimonio a los doce, pero ella ya era amiga de los amigos de su padre que también lo eran de él: 

”Yo conocía a Alfonso (Fuenmayor), a Germán (Vargas), a Álvaro (Cepeda Samudio) –explica Mercedes–. Eran amigos de papá. En ese momento ellos eran unos bohemios locos. Yo, una niña pura. Yo iba al colegio de las monjas en Medellín”.

https://www.elcolombiano.com/gabo-sigue-vivo/asi-fue-la-vida-de-mercedes-barcha-el-amor-del-nobel-en-medellin-AK1729839

García Márquez escribía bien, desde niño, y según su madre desde entonces tenía buena caligrafía, así con los años hubiera volcado sus escritos en el computador.

“Siempre he creído que toda su suerte reposa en esa letra bella y clara que tiene…” (Pág. 684).

Superados los mensajes en clave morse de su padre el telegrafista, pero no habiendo llegado todavía a los tiempos del celular y el Internet, es lógico suponer que mientras su novia estudió interna en Medellín él no viajó a visitarla. Nunca se ha mencionado alguna visita suya. Se sabe que él hacía esfuerzos por verla en la farmacia de su suegro durante las vacaciones, viajando él desde Bogotá, porque esos eran viajes para matar muchos pájaros de un solo tiro, visitando también a sus familiares en la costa, encontrándose con los amigos de allá, y pasándola donde estaban sus raíces. Su situación económica en esos tiempos no era boyante. Cuando él estuvo en Medellín en el año de 1954, para hacer el reportaje del Derrumbe de Medialuna y las crónicas sobre Ramón Hoyos, ella ya había regresado a su tierra. Con los años, y siendo ya un hombre envuelto en las dulceamargas mieles de la notoriedad, dijo él que:

“Mis únicos amigos son anteriores a Cien Años de Soledad y a ellos les contesto unas cipotes cartas, y me leo de cabo a rabo las que me mandan; pero las otras, ni las abro. Las rompo sin abrirlas…” (Págs. 35 y 36).

No sé la verdad tras bambalinas en este asunto, pero me atrevo a suponer que el noviazgo en los tiempos de internado en Medellín fue un noviazgo que se sostuvo por carta. Supongo que debe haberlas manuscritas de ida y vuelta. Nadie las ha mencionado, y no sé si existan guardadas en el fondo de algún baúl, o si en alguno de los trasteos de la vida hubieran optado por destruirlas en una pareja que en algún momento dijo que el electrodoméstico que más usaban en su casa era el compactador de papel, para enviar las grandes cantidades que generaban al reciclaje, sin que a nadie le diera por esculcar en su interior. Eso nadie lo ha dicho, pero sería un tesoro si existiera algún paquete con las “Cartas de amor a Mercedes en los tiempos de antes del derrumbe”. Eso sería un tesoro. Sólo que:

“Cuando la editorial me comunicó que recibió mi primer manuscrito de Cien Años de Soledad, Mercedes me ayudó a tirar un cajón con notas de trabajo, gráficos, dibujos, memorándums. Lo tiré no sólo para que no se sepa cómo está hecho el libro, porque eso es absolutamente privado, sino porque ese material se vende, y venderlo es como vender mi alma y eso no se lo voy a permitir a nadie que lo haga, ni siquiera a mis hijos…” (Págs. 63 y 259).

“En ese periodo me caso con Mercedes y cuando ella empieza a ponerle orden a la casa de pronto saca aquel rollo de papel de La Mala Hora amarrado con una corbata y me pregunta qué es. Yo le respondo que una novela, pero que no me sirve y lo mejor es tirarla para no volver a pensar en eso, porque ahora se me están abriendo otras perspectivas. Entonces ella lo pensó un momento y dijo ¡No!, dejando el rollo exactamente en el punto donde estaba… Le pregunté a Mercedes por aquella cosa de la corbata. La tenía en un clóset, y me la dio. La presenté, y se ganó el concurso Esso de novela… Recuerdo perfectamente que el premio eran tres mil dólares y el día que me llegaron tenía que pagar la clínica del segundo hijo… y además me compré un carro… No es que esté en contra de los concursos, pero es nefasto cuando se convierten en una meta… (Págs. 146 y 225).

Me intrigó saber qué pasó con las cartas cruzadas entre el Gabo y la Gaba durante su noviazgo porque, a mi modo de ver, tuvieron que ser muchas, muchísimas. La respuesta la encuentro en Gerald Martin en las páginas 282 y 283 de su libro, donde dice lo que ocurrió; y en la nota 31 de la página 676 de ese mismo libro cita el artículo de la periodista Beatriz López de Barcha, esposa del periodista Eduardo Barcha Pardo, cuñado de Gabo, que se titula “Gabito esperó a que yo creciera”, publicado por la revista Carrusel de El Tiempo el 10 de diciembre de 1982:


“Mercedes se había traído a Caracas la inmensa colección de cartas de Gabo que conservaba. Había seiscientos cincuenta folios. Al cabo de unas semanas, él le pidió que las destruyera porque, según recuerda la propia Mercedes, alguien podía robárselas. La versión de García Márquez es que siempre que estaban en desacuerdo en algo, ella saltaba a decir que no puedes decir eso porque en tu carta desde París me dijiste que nunca ibas a hacer una cosa así. Cuando quedó claro que Mercedes era incapaz de hacerlo, teniendo en cuenta el carácter de ambos, debió de ser una discusión cautelosa y, en absoluto, fácil. Él se ofreció a comprárselas, y al final acordaron una suma simbólica de cien bolívares, tras lo cual las destruyó todas… De ser cierto, el incidente encierra un gran interés; y aunque no lo fuera también. En primer lugar, y sobre todo, da a entender que tácitamente García Márquez le estaba garantizando no separarse de ella por el resto de su vida, y que ella nunca habría de mirar atrás en busca de Gabito, porque jamás mediaría entre ellos una distancia que diera sentido a un momento de nostalgia en el qué hojear correspondencia antigua. En segundo lugar, tal vez para él las cartas fueran, en secreto, el recuerdo de un tiempo en el que la había abandonado durante el affaire con Tachia Quintana y el desliz con La Puppa. Sin duda su conciencia le exigía que las pruebas se destruyeran posiblemente porque no descartaba entablar contacto de nuevo con Tachia, a la que había conocido exactamente dos años antes de casarse con Mercedes. Por último, por improbable que pudiera parecer a primera vista, también podría sugerir que el joven que había alardeado en el avión de sus hazañas futuras esperara de veras alcanzar la celebridad, y de buen principio sintió que debía anticiparse a destruir todas las evidencias de su vida hasta entonces, y construir a su medida la imagen que deseaba dejar a los futuros académicos, críticos, y biógrafos, ya que muy pronto hablaría de escribir sus memorias. Sea cual sea la verdad, el gesto se corresponde en cualquier caso con un instinto muy profundo en García Márquez por no aferrarse al pasado, por no coleccionar souvenires ni recuerdos, ni siquiera de sus novelas”.

En el libro “Gabo+8”, de Guillermo Angulo Peláez, encuentro que La Puppa fue (Pág. 22):

“… Una bella costarricense llamada Julia Cortés… Pupa en italiano, como poupée en francés, quiere decir muñeca… Antes de ser cantante, era la primera secretaria de la Embajada de Costa Rica en Roma, cargo que ejercía desde París…”.

Cuando se casaron, Mercedes no solo se convirtió en su esposa sino en su mano derecha. Dice Gabo:

“Mira, yo manejo la gloria, y eso es fácil. Pero Mercedes maneja los asuntos terrenales, es la que tiene que entenderse con las cuentas, con los pagos, la que está al tanto de las regalías, la que confronta las chequeras. Es la gerente de la casa. Yo no tengo ni idea de cuánta plata tengo, ni de cuánto me gano, ni de nada. Eso todo lo hace Mercedes…” (Pág. 207).

“Bueno, lo que pasa es que ahora estoy hablando como un escritor profesional. Antes estaba sometido a todas las contingencias de la vida. Ahora, además de que tengo todos los elementos para ser un escritor profesional, tengo otro factor muy importante que es Mercedes. Ella es la que se encarga de que nada se me filtre al estudio antes de que termine de escribir, y es la que se lleva la mala fama. Es un cancerbero…” (Págs. 328 y 329).

“No teníamos otra clase de ingresos, así que decidí empeñar el coche y darle el dinero a Mercedes para que lo administrase. A partir de ese momento, Mercedes tuvo que actuar como tantas otras mujeres colombianas durante las guerras civiles, haciéndose cargo de todas las cuestiones domésticas y de mantener en pie la casa mientras yo luchaba en el frente. Ella realizó toda clase de proezas maravillosas. Diariamente, de uno u otro modo, me procuraba los cigarrillos, las cuartillas, todo cuanto necesitaba para escribir. Consiguió dinero prestado y crédito en algunos comercios. Cuando el libro llegó a su fin, supe que en la carnicería debíamos 5.000 pesos que era una cantidad enorme. Se había extendido por todo el vecindario el rumor de que yo estaba escribiendo un libro muy importante, y todos los tenderos se mostraban dispuestos a colaborar…” (Págs. 257 y 258).

Se presentó la oportunidad de comprar un periódico para que él lo dirigiera y orientara (Pág. 307), pero el socio capitalista que resultó quería intervenir en el manejo de la línea editorial, a lo que tenía derecho por aportar el capital. Mercedes, que había abierto una cuenta en Suiza con el dinero recibido del Premio Nobel dijo:

“Recuerdo que toda la vida lo que tú querías era hacer un periódico, y hay que aprovechar la oportunidad… Yo pongo el 50% que falta para que lo puedas hacer tú solo…” (Pág. 704).

“No sé de dónde salió la noticia de que a mí me compraron los derechos de Cien Años de Soledad por veinte millones de dólares. Eso es falso… No hay en este mundo a quién le paguen veinte millones de dólares por el libro que sea. Es que eso es lo que se gana un rico en toda su vida…” (Pág. 530).

“¿Cobró diez millones de dólares por los derechos de su último libro?... – ¡Para nada! Mira, el autor tiene el diez por ciento del precio del libro y suponte que tenga una ganancia de un dólar por libro, entonces para alcanzar esa cifra serían diez millones de libros. ¿Qué editor vende diez millones de libros? En mi caso se pueden pedir como anticipo todos los derechos de autor de la primera edición. En España han sido ciento cincuenta mil ejemplares. Así que calcula. Aunque yo no me entero porque eso lo maneja mi agente, Carmen Balcells; y ella se entiende con Mercedes, mi mujer. Lástima que no sea cierto lo de los diez millones de dólares…” (Pág. 408).

“No tengo pudor de hablar de plata, porque no es más que un tranquilizante nervioso, algo material… Ahora bien, a cualquier persona que le digamos que hemos vendido en nueve años tres millones de ejemplares de Cien Años de Soledad semeja que esa es una enorme cantidad de dinero, porque generalmente el lector no sabe quién es el dueño del libro. Cada peso que el lector paga por un libro está repartido así: 50% para el editor, que por supuesto carga con los gastos de la edición; 20% para el distribuidor, 20% para la librería, y 10% para el autor. De ese 10% vienen descontados los impuestos y viene descontado el 10% de los derechos del agente, que es un 10% bien ganado porque el agente es la persona que va y pelea con el editor. Entonces quedamos en que por cada peso que el lector paga por un libro, al autor le corresponden ocho centavos. Si tú tomas en cuenta que mis contratos de libros son hechos en la Argentina en pesos argentinos, y que allí en nueve años han tenido una devaluación de ¿Cuánto?, del ¡Dos mil por ciento!... Entonces coge lápiz y papel y verás que es una pura ficción lo de mis derechos de autor…” (Pág. 116).

“¿Tú has leído sobre mis grandes mansiones en el mundo? Las descripciones que hacen son espectaculares… Me muero de la risa, y me divierte mucho, cuando leo sobre mis mansiones en Barcelona… Mi supuesta mansión de Barcelona es un apartamento alquilado por el que pagaba 180 dólares mensuales de alquiler… Tengo una casa en Cuernavaca que son mil metros cuadrados de terreno con un dormitorio… Y una casa vieja que compré en México y restauré trabajando codo a codo con los albañiles… Nunca había tenido en mi vida, desde que nací, una casa propia hasta este año de 1976… Eso no se lo cuentes a nadie, pues necesito que mi fama de millonario continúe porque se ha dado el caso de ir a hacer un préstamo en el banco y me lo han autorizado sin firma, referencias, fiadores de ninguna clase, porque esa mañana en el periódico leyeron que yo era uno de los hombres más ricos del mundo… Tú sabes que las dejo y nunca rectifico esas historias…” (Págs. 117 y 494). 

“En el restaurante El Hatillo de Caracas tres muchachas se han acercado a solicitar autógrafos… Piden su firma en un ejemplar de Cien Años de Soledad… Él habla suave y amablemente… Es una edición pirata, dice él, pero eso me agrada. Quiere decir que se lee mucho, porque es la única sobrevivencia de las ediciones piratas… Y ustedes por qué preguntan tanto. ¿Son periodistas de El Nacional? ¿Cómo hicieron para entrar ahí? Yo nunca pude. Si hasta envié a su concurso un cuento y ni siquiera fui mencionado…” (Pág. 403).

Hasta aquí llega el tercer lugar y, como diría Gabo a sus putas tristes del segundo piso de las notarías barranquilleras, “Ahora pasemos al cuarto”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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(Gabo con Cien Años de Soledad de sombrero, 
fotografiado en Barcelona por Isabel -Colita- Steva Hernández)

ENTREVISTAS A GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ:
LA POLÍTICA COMO UN ASUNTO DE VIDA O MUERTE,
EN CUARTO LUGAR

(Los números de página remiten al listado de entrevistas en el primer artículo de esta serie de cuatro)

CIUDADANO DE COLOMBIA, DE MÉXICO, DEL 
CARIBE, DE LATINOAMÉRICA, DEL MUNDO

Es claro que Gabo vivió su niñez y adolescencia en la costa caribe colombiana, y que también vivió en la sabana cundinamarquesa cuando estudiaba el bachillerato y cuando trabajó como reportero del periódico El Espectador. 

“Colombia es un país que tiene un pie en el Caribe, y otro en los Andes; y el poder está en los Andes. La mayoría de los hombres que gobiernan el país son de los Andes, y creo que lo que necesita Colombia es tomar conciencia de que es un país del Caribe, de que su destino está vinculado dramáticamente al destino del Caribe, y de que tiene que participar en los debates y soluciones que se buscan para el Caribe, y no como un remoto país de una Europa que nos ve como algo que no le pertenece…” (Pág. 201).

“Al hablar de cultura latinoamericana no se puede generalizar… Veo, sin embargo, dos tendencias culturales muy claras: El Caribe y Los Andes. Cuando digo Caribe digo también Brasil, pues contrariamente a lo que se piensa no considero El Caribe como un área geográfica sino cultural…” (Pág. 217).

Se sabe que vivió en París por un corto tiempo, digamos, cuando la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla; pero también se sabe que París no conquistó su corazón y esa estadía correspondió con un periodo de carencias. 

Gabo tenía la idea de que los países estaban políticamente mal divididos y sus fronteras no correspondían con la realidad cultural de sus habitantes (Pág. 248). 

“Soy un colombiano del Caribe, pero llegué a la conclusión de que el Caribe no es un área geográfica sino cultural, que incluye a Brasil. Tenemos los mismos elementos culturales que nos dan una configuración humana muy singular…” (Pág. 171). 

Según él, por temperamento, por cultura, por forma de ser y de sentir, un país debería ser la costa caribe desde Panamá hasta Caracas, y otro país el interior andino de Antioquia, los Santanderes, Boyacá, Cundinamarca. Otro la costa pacífica desde el Chocó hasta Guayaquil en Ecuador… etc. No lo dijo con estas palabras, pero esa es la idea que rescato de sus distintas declaraciones. Como decir que: 

“El área geográfica natural del Brasil es el Caribe… Porque en este continente de la América Latina hay un país que no es de tierra, sino de agua, que es el Caribe…” (Págs. 90, 154, y 290). 

El Cesar, que no tiene costa, es costeño; y Valledupar es más caribe que andino. 

“La región de Valledupar era una zona que tenía una vida propia, que se bastaba a sí misma, que sus contactos eran mucho más frecuentes con Venezuela, con Curacao, Urabá, y Panamá, que con el interior del país…” (Pág. 565). 

“En Colombia tú te encuentras con que un hombre de Barranquilla o de Cartagena se parece más a un hombre de Puerto Rico o de Venezuela que a un hombre de Bogotá…” (Págs. 90 y 290). 

Antioquia, que tiene costa, es más andino que costeño, con excepción de Urabá que es netamente costeño. En fin, por afinidades las divisiones deberían ser culturales y no políticas y eso es algo en lo que concuerdo con GGM que atribuye los dos diferentes modos de ser a la influencia de los españoles que Colón trajo al Nuevo Mundo. 

“Los andaluces que fueron a América después de los primeros conquistadores eran unos cachondos que no tenían sed de oro, y lo que de verdad les importaba era vivir a su aire y tirarse a todas las indias que caían a su alcance; lo que querían era vivir locamente. Los extremeños eran los auténticos conquistadores, heroicos, rapaces…” (Pág. 41). 

Es decir, los andaluces eran acosteñados; mientras que los extremeños eran interioranos. De ellos nos viene la influencia.

Cuando viajó a Caracas para recibir el Premio Rómulo Gallegos le hicieron una pregunta impertinente: ¿Por qué te chocan tanto los cachacos? Y su respuesta fue irónica: 

“Es que no puedo soportar sus malos modales…” (Pág. 21)

Esa es justamente la queja que he oído decir a los cachacos con respecto de los costeños en las residencias universitarias donde proliferan estudiantes venidos de otras partes.

“Ese pleito falso entre costeños y cachacos se debe acabar, porque el problema no es de regiones sino de mentalidad… Es que en Colombia hay dos mentalidades que se presentan lo mismo en la Costa que en Bogotá. Una mentalidad que se avergüenza de los valores nacionales y se mueren de la pena de ser colombianos porque se creen muy universales, aunque son de un provincialismo asqueroso; y la otra es la de la gente echada para adelante, la que está orgullosa de Colombia, la que le gusta tomar aguardiente, la que no tiene vergüenza de que en Colombia haya negros, ni siquiera de que los mejores delincuentes del mundo sean colombianos porque eso también es talento, un talento fuera de ley y reprochable, pero talento…” (Pág. 267).

Dijo algo que se contradice con la idea que yo tengo de los habitantes de esta región a quienes yo considero alegres y extrovertidos: 

“Los costeños somos muy tristes, introvertidos, y melancólicos… Los costeños somos la gente más triste del mundo…” (Págs. 191y 264). 

“El debate del formalismo entre nosotros conduce sin remedio a las diferencias eternas entre dos modos de ser: andinos y caribes. O, dicho en colombiano, entre cachacos y costeños. Los cachacos, formalistas, dicen que los costeños no son francos sino groseros; mientras que los costeños, deslenguados irremediables, decimos que nos cachacos no son bien educados sino hipócritas…” (Págs. 430 y 431).

“A pesar de que muchos de mis mejores amigos los conocí en París, y que de vez en cuando el sol de por las tardes allí es maravilloso, nunca he logrado amar esa ciudad…” (Pág. 179).

Se sabe que superadas las crisis económicas de los primeros tiempos vivió en Barcelona, donde tenía casa alquilada y a donde volvía de tarde en tarde a refugiarse del acoso de las multitudes. Se sabe que vivió y murió en México, al que consideraba su segunda patria. Pero se sabe, sobre todo, que emigró del país, exiliándose. No se le puede culpar por eso. Sus razones tuvo, y fueron determinantes.

“A Colombia la llevo dentro de mi corazón. No se me separa en ningún momento, pero para mí el concepto de patria es el mismo de Bolívar y de Martí: es la patria latinoamericana…” (Pág. 207).

“Tengo catorce años de haber salido de Colombia y sigo viviendo allí, pues estoy perfectamente informado de todo lo que ocurre en el país; mantengo contacto por correspondencia, recortes de prensa, y estoy siempre al día en relación con todo lo que sucede allí… Aspiro a vivir en Colombia, es mi deseo… ¡Ah! Y finalmente, aspiro a que Colombia viva sin derramamiento de sangre y libre de las amenazas de los Estados Unidos…” (Págs. 25 y 267).

“Soy admirador de la infinita inteligencia y talento de los colombianos. Cuando su capacidad no se pone al servicio de causas nobles, se orienta hacia la delincuencia; y en ninguno de los dos casos hay quien nos gane. Eso explica infinidad de nuestros problemas…” (Págs. 213 y 219).

“Eso explica, sin duda, que sin renunciar a nuestros sentimientos nacionales los latinoamericanos nos sintamos concernidos en una especia de nacionalismo continental… Personalmente, he llegado a un punto en que siendo colombiano, y sin renunciar a serlo, me daría lo mismo ser de cualquier país, siempre que fuera latinoamericano…” (Pág. 220).

“Otro cargo que se me hace es el de que he querido en esta forma contribuir a una campaña internacional para desprestigiar la imagen del país… Realmente todo lo que he hecho como escritor, modestamente, no ha contribuido sino a mejorar en el exterior la imagen del país…” (Pág. 202).

Se dispone a publicar la próxima novela con un millón de ejemplares en Colombia, con recursos e insumos colombianos. 

“Es en esa forma, y no en otra, como contribuyo a que se conozca la imagen del país fuera de Colombia…” (Pág. 202).

“Aquí y en cualquier parte del mundo soy más colombiano que muchos que se ufanan de serlo, sin haber hecho nada por la patria, pero tengo que reconocer que no hay nada más difícil que ser colombiano…” (Pág. 266).


“¿Por qué no se vincula más a los colombianos y a su país? –Todo lo que hago es pensando en ustedes, ¡Pendejo!” (Pág. 21).

“¿Qué no soy colombiano porque mi hijo Gonzalo ha tomado la nacionalidad mexicana? Pero si él es mexicano. En este país nació y se educó. Métete en el pellejo de él. Optó por México, su patria. Yo lo ayudé a diligenciar sus papeles, y le respeté su decisión. Me hubiera encantado que mis hijos hubieran nacido en Colombia, pero la realidad no fue así, y esto no es ninguna actitud antipatriótica. A mí que no me vengan con esas vainas…” (Pág. 202).

“Mis dos hijos ya son mexicanos por nacimiento y por naturalización, mi nieto es mexicano, es decir, mi familia se está volviendo mexicana y es colombiana apenas a medias…” (Pág. 412). 

“México no es mi segunda patria, simplemente es una patria distinta. Me acogió como a uno de los suyos. Aquí trabajo… Me toleró varios años como indocumentado sin ponerme el más mínimo obstáculo hasta que el presidente Echeverría se percató del asunto y nos legalizó con Mercedes y mis hijos. En una palabra, nacionalizó mis vivencias y por eso mis lazos con su pueblo son indestructibles, son de sangre…” (Pág. 212).

Según la revista Expansión, de México, GGM llegó a ese país la primera vez porque allí se encontraba su amigo Álvaro Mutis, y el propósito inicial no era quedarse sino permanecer solamente por una semana.

https://expansion.mx/entretenimiento/2014/04/17/mexico-el-refugio-creador-y-fuente-de-inspiracion-de-garcia-marquez


“Un viaje circunstancial, que estaba previsto que durara apenas una semana, se convirtió en definitivo para García Márquez, quien recordó que su llegada coincidió con el día en que se mató Ernest Hemingway, el 2 de julio de 1961… “Lo sé porque exactamente en la mañana me llamó el escritor mexicano Juan García Ponce y le pregunté, qué hay de nuevo. Este me contestó: ¿¡Qué hay de nuevo!? ¡Qué el cabrón de Hemingway se partió la madre de un escopetazo!", recordó el autor de Crónica de una muerte anunciada…”.

“El único problema que tengo con Colombia en este momento es político. Allá la situación está muy difícil, y no me siento seguro en ese aspecto…” (Pág. 380). 

“Si tuviera oportunidad de volver a vivir, haría todo exactamente igual, menos dos cosas: No me iría nunca de Colombia, y tendría una hija…” (Págs. 331 y 495).

“Borré por completo de mi mente las fronteras, no solamente en lo que concierne a América Latina. Me siento americano, incluyendo a los Estados Unidos. Para mí, América es un barco enorme con primera clase, segunda clase, clase turística, y bodega de mercancías. De acuerdo con su situación, cada americano vive y permanece en tal o cual clase; pero si el barco se va a pique, se hundirán todas las clases al mismo tiempo; igual que si flotara. Por consiguiente, me siento totalmente americano, con cierto retoque latinoamericano venido del Caribe… Pero ese retoque no implica que me sienta exclusivamente colombiano porque soy ¡Un nacionalista continental!... Me siento latinoamericano en el más amplio sentido posible… He dejado de sentirme únicamente colombiano. Me siento sobre todo latinoamericano, y estoy orgulloso de serlo…” (Págs. 179, 248, 554 y 555).

“Antes de llegar a París ni siquiera era colombiano. Era costeño. Tomé conciencia en París de lo que era América Latina. Comencé a asistir a la escuela latinoamericana cuando me reunía en los cafés con venezolanos, chilenos, uruguayos, y colombianos…” (Págs. 186 y 218).

“Hay tres países cuya expresión cultural más importante es la música: Cuba, México, y Brasil…” (Pág. 339).

¿Por qué no incluyó a Argentina en ese recuento? Pues por el hecho de tener en mente solamente a los países del área Caribe, que considera como un solo país incluyendo a Brasil.

“Si nos ponemos a hablar del Caribe, la cosa se jodió… Nuestros países tienen dos regiones, una andina y una caribeña. Son distintas… Yo soy de Barranquilla y Cartagena y siento que la capital de Colombia no es Bogotá sino Caracas… Para ir a Bogotá necesito cambiar de ropa y de idioma…” (Pág. 154).

“Soy un colombiano del Caribe, pero llegué a la conclusión de que el Caribe no es un área geográfica sino cultural, que incluye al Brasil. Tenemos los mismos elementos culturales, que nos dan una configuración humana muy singular…” (Pág. 171).

“Me siento nativo de todos los países de América Latina, y de ningún otro; pero en el Caribe me siento más en casa…” (Pág. 163).

Considera que siendo Puerto Rico un estado de los Estados Unidos, no es un territorio norteamericano sino caribeño. Puerto Rico es un país del Caribe (Pág. 248).

“Tú sabes que mi manía principal es el Caribe… Es el único lugar del mundo donde verdaderamente respiro mi aire, entiendo mi idioma… Y no solamente el idioma que se habla, sino todos los seriales de la naturaleza, los gestos. Son los mismos gestos los de los puertorriqueños, cubanos, venezolanos y colombianos de la costa… Pero hay una cosa más curiosa todavía. Los del Caribe inglés, o el francés, hablan sus idiomas europeos, pero sus gestos, su comunicación, su comportamiento, es el mismo caribe. Hay una unidad cultural que es muy importante, y lo digo a propósito porque el Brasil entra dentro de ese concepto. Creo que el Brasil es parte de este Caribe porque este no es un área geográfica solamente sino un área cultura.…” (Pág. 345).

“Me fastidia que el pueblo de los Estados Unidos se haya apropiado de la palabra América como si ellos fueran los únicos americanos América empieza en realidad en el Polo Sur y termina en el Polo Norte. Cuando los habitantes de Estados Unidos se denominan a sí mismos americanos, es como si nos dijeran que se ven a sí mismos como los únicos americanos que existen…” (Pág. 247).

“Realmente lo que sucede es que América Latina está logrando una penetración subterránea en los Estados Unidos. No más el caso de Nueva York donde todo el mundo habla español. Pero eso no lo concibo como una guerra. Mi patriotismo americano asimila muy bien esos cambios y esas mezclas…” (Pág. 180).

“No sé si los norteamericanos son conscientes de que su penetración en nuestros países está planificada, tecnificada, y por ello relativamente fácil de detectar. En cambio la penetración latinoamericana en los Estados Unidos es torrencial, desordenada, casi como una fuerza de la naturaleza y, por consiguiente, incontrolable. De modo que también en el terreno cultural vamos a ganar…” (Pág. 171).

“En los Estados Unidos está ocurriendo otro fenómeno… Nosotros nos quejamos de los programas de penetración cultural del imperialismo norteamericano en América Latina, pero nadie habla de la penetración latinoamericana que se ha ido produciendo espontáneamente por la eterna migración de los países pobres hacia los países ricos en busca de mejores oportunidades. ¡Esa latinoamericanidad metida en los Estados Unidos no ha sido patrocinada por ningún gobierno…” (Pág. 218).

“Estados Unidos invierte enormes cantidades de dinero en América Latina, en centros culturales y cosas así, y no ha alcanzado lo que hemos hecho nosotros en Estados Unidos sin gastar un centavo. Nosotros estamos cambiando su idioma, la música, la comida, la forma de amar, la forma de pensar, estamos comenzando a hacer nuestras películas allí. El nivel de nuestra penetración cultural en Estados Unidos es actualmente el que quisieran tener ellos aquí. Pero eso a mí no me preocupa, a lo que le temo es a la penetración política…” (Pág. 667).

“Para García Márquez la desigualdad de la capacidad de información entre los países industrializados, productores de tecnología, y los países subdesarrollados, es escandalosa. Las informaciones circulan en un solo sentido, y los países pobres no tienen capacidad de respuesta en caso de agresión informática… Por otra parte, los países tecnológicamente avanzados ocultan informaciones primordiales a los países que no poseen esa tecnología. Es el caso de México. Los satélites de los Estados Unidos tenían desde hacía mucho tiempo informaciones sobre las reservas reales de petróleo de México, y este solo la pudo saber mucho después por sus propios medios. Esta es una demostración palpable del desequilibrio que quiero denunciar, y un ejemplo claro de que hay qué hacer algo para que la información que obtienen los países avanzados sea compartida…” (Pág. 166).

“El caso de Heberto Padilla en Cuba… Mario Vargas Llosa hizo la advertencia en una declaración posterior a la famosa y desplegada carta, pero los periódicos la relegaron al rincón de las noticias invisibles… En general el problema se plantea entre grandes países dotados de una capacidad tecnológica enorme, y países que no la tienen… Como decir que es de notoriedad pública que durante varios años voló sobre Cuba el avión espía SR71 que es una versión perfeccionada y prácticamente invulnerable de los U2. El Black Bird, como lo llaman, peinaba la isla de arriba abajo con una precisión de detalles que se ha dicho que el gobierno norteamericano estaba informado no solo del número de soldados instructores soviéticos que hay en Cuba, sino hasta del tipo de nudo con que se atan las botas… Por ejemplo el mes pasado la revista Time publicó la foto de unas instalaciones cubanas y el texto explicaba que se trataba de una estación súper sofisticada de espionaje instalada por los soviéticos. Dos semanas después Time se vio obligada a publicar una rectificación de que se trataba de una central de telecomunicaciones ¡Compartida por los norteamericanos!, y regida desde 1950 por una empresa filial de la ITT. El abuso de Time consiste en que sabe que Cuba no dispone de otro Time para desmentirlo. A la fotografía le habían reservado media página, y a la carta de rectificación dos pulgadas de columna menguadas entre otras cartas…” (Págs. 68, 166 y 167).

“Todo periodismo es político… Lo importante, pienso, es que hay muchos hechos que necesitarían una divulgación periodística, y que no la tienen porque a los dueños de los grandes medios de comunicación de masas les interesa que no se conozcan…” (Pág. 141).

“La solución de los problemas que atañen a la América Central no es cuestión de encontrar una receta, una fórmula mágica que no conozco ni nadie puede conocer. Centroamérica no padece de un malestar estomacal que se le pueda curar con un brebaje…” (Pág. 377).

LA VISA DE GABO A USA, UNA MEDIDA 
MACARTIANA DE CACERÍA DE BRUJAS

“García Márquez utiliza muy bien sus influencias como embajador extraoficial de la izquierda latinoamericana…” (Pág. 246). 

“Sus opiniones y antecedentes de izquierda lo han convertido en una figura muy controvertida en Estados Unidos y Europa Occidental…” (Pág. 245). 

“Ramiro de la Espriella me dijo hace poco en Bogotá que no siguiera metiéndome en política porque no sé nada de eso… Tenía razón, y por fortuna… En el momento mismo en que decidí no ser candidato a la Constituyente, ni de nada, ni ahora, ni nunca, se me ocurrió una novela que empecé a escribir enseguida con el mismo desafuero de aquellos tiempos del mambo. Zapatero a tus zapatos… Pero tenemos todos que empeñarnos en sacarla adelante porque una mala Constitución es uno de los pocos males que pueden durar cien años…” (Pág. 485). 

“Mi amistad con Fidel es algo difícil, obviamente, porque se trata de una amistad con limitaciones. Fidel tiene muy pocos amigos; y eso es inevitable, por supuesto, teniendo en cuenta su actividad y su poder… Hay algunos miembros del gobierno de Colombia, mi país, que piensan que he conspirado con Fidel Castro, pero déjeme contarle cuál es mi verdadera relación con él, pues quizá sea esta la ocasión de aclarar los malentendidos que se han creado en torno a nuestra amistad… Está el tema de la literatura… Además de ser muy buen lector, tiene una capacidad de concentración realmente asombrosa y es cuidadoso en extremo. En muchos de los libros que lee encuentra rápidamente contradicciones entre una página y otra… A mi regreso de Angola me preguntó por qué me gustaba el caviar, y me dijo que eso era un prejuicio puramente cultural, intelectual, y que él no lo encontraba tan exquisito. Pues bien, una cosa encadenó con otra, y así continuamos hablando durante horas sobre alimentos, langostas, pescados, recetas y pesca. Ese hombre sabe todo cuanto puede saberse sobre mariscos… Los periodistas que nos suponían hablando de política se acercaron a la escalerilla del avión para preguntarme de qué había estado hablando con Fidel durante todo ese tiempo. Preferí no contestarles, porque si les dijera la verdad, no me creerían... ” (Págs. 249, 250 y 251).

“Me precio y enorgullezco de ser amigo personal de Fidel Castro desde hace bastantes años. Es un hombre íntegro, valiente, honrado. Al igual que él, conozco los aciertos y las equivocaciones del régimen cubano, sus problemas y dificultades. Como amigo que soy de Fidel, le he dicho lo que muchos no se atreven, le he indicado mi opinión sobre muchos aspectos de la revolución. Fidel jamás me perdonaría lo contrario. No soy incondicional de nadie… Sólo de mis convicciones y principios… Somos muy buenos amigos, la nuestra es una amistad de carácter intelectual. Pocas personas saben que Fidel es un hombre muy culto. Cuando estamos juntos hablamos muchísimo de literatura. Fidel es un lector empedernido. En realidad nuestra amistad comenzó después de que él leyera Cien Años de Soledad, que le gustó mucho…” (Págs. 213 y 249).

“En cuanto a Torrijos, es una de las personalidades más extraordinarias y misteriosas que he conocido. Inteligente, pero profundamente desconfiado. Semanas antes de su muerte, intuía que lo iban a matar y hablaba con frecuencia de ello… Una vez me dijo: Entre tus amigos no tienes ningún presidente elegido democráticamente… Y una de las últimas veces que lo vi, antes de su muerte, me comentó: El Otoño del Patriarca es tu mejor libro, porque nos describe tal como somos… Torrijos fue un hombre que tenía un instinto y una intuición que jamás he vuelto a ver en nadie…” (Págs. 213, 353 y 723).

Según García Márquez, Fidel Castro era como los jugadores de ajedrez que son capaces de ver, varias jugadas adelante, las consecuencias de la movida de un peón, dicho no con estas sino con otras palabras:

“Una cosa que admiro mucho en Fidel Castro es su capacidad para concebir un acontecimiento desde su inicio hasta sus últimas consecuencias, sus ligas en el tiempo. Lo he visto en muchos casos. En una ocasión pasaba el tiempo en los Estados Unidos sin que nombraran candidato a la presidencia. Fidel me dijo que si no lo decidían, se les iba a colar un desconocido del cual nunca habíamos oído hablar, y que llegaría a la presidencia. Antes de tres semanas, se empezó a hablar de Jimmy Carter y él quedó como presidente de la República. Es como si cuando Fidel ve un iceberg, fuera capaz de imaginar inmediatamente todo lo que hay en los siete octavos de volumen total que hay en la parte sumergida…” (Pág. 387).

“No me ha hecho usted la pregunta que siempre me hacen al comienzo de las entrevistas. No me ha preguntado si soy comunista. Por supuesto que no lo soy, ni lo he sido nunca. No he formado parte de ningún partido político. A veces tengo la impresión de que en algunos países como los Estados Unidos se tiende a distinguir entre mi literatura y mis actividades políticas, como si fueran dos cosas contradictorias. Personalmente no creo que sea así. La vaina es que como latinoamericano anticolonialista que soy, suelo asumir actitudes incómodas para muchos intereses norteamericanos. De ahí que ingenuamente haya quien piense que soy enemigo de los Estados Unidos…” (Pág. 247). 

“Durante los años cincuenta y sesenta vivió alternativamente ejerciendo como periodista en París, Roma, Caracas, y Nueva York, donde trabajó como corresponsal de la agencia de noticias cubana Prensa Latina. En el curso de un breve viaje que realizó a Colombia en 1958 se casó con Mercedes Barcha, su amor de juventud” (Pág. 245).

“Todo este asunto de la visa empezó a partir de que en 1961 decidí trabajar como corresponsal en Nueva York de una nueva agencia de noticias cubana. Ni siquiera había sido nombrado encargado de la oficina local, y era tan solo un corresponsal. Cuando solicitamos visado para viajar a los Estados Unidos en aquel entonces, a mi mujer y a mí se nos comunicó que éramos inelegibles para entrar. La prohibición se prolongó hasta 1971, año en que la Universidad de Columbia me nombró Doctor Honoris Causa. Desde entonces se me ha dado una especie de visado condicional que me hace sentir inseguro, pero son las normas del juego que ha establecido el Departamento de Estado norteamericano… Ningún hombre culto puede permitirse hoy en día dejar de viajar con frecuencia a los Estados Unidos…” (Págs. 246 y 247). 

“Cuando lo premiaron con el Nobel en 1982 llevaba treinta años sin que le permitieran entrar en Estados Unidos, y luego supo que podía burlarse la prohibición si era formalmente invitado por una universidad. Decían que era por su amistad con Fidel Castro, pero no podía ser porque tenía vedada la entrada antes de que fueran amigos. Después se enteró de que en su expediente constaba que era por ¡Actos terroristas en Camerún!, y ahí sí que no entendió nada…” (Pág. 645).

“¿Cómo conjuga esta riqueza y bienestar típicamente capitalistas, con tus ideas comunistas?... Me molesta lo de comunista. No pertenezco a ningún partido, pero pienso que América Latina será socialista, y quiero que así sea…” (Pág. 238). 
“Ese equívoco surge cuando el Partido Comunista Colombiano, que es pequeño pero que considero importante, me pidió que formara parte y aceptara la candidatura presidencial sobre la base de que sería una candidatura para unificar a las izquierdas. Por supuesto, lo rechacé… Pero me pareció que podría aprovechar para tratar de hacer algo por la unidad de las izquierdas. En Colombia hay muchos partidos de izquierda, pero es raro encontrar uno que no sea prosoviético, o prochino, y que sea solamente colombiano. Creo que es el principal problema de la izquierda, que de hecho existe, pero está dividida por razones que no tienen que ver con la realidad colombiana sino con la política internacional…” (Pág. 142).

“Creo que el mundo debe ser socialista. Va a serlo, y tenemos que ayudar para que lo sea lo más pronto posible, pero estoy muy desilusionado con el socialismo de la Unión Soviética. Ellos llegaron a esa forma de socialismo por experiencias y condiciones particulares, y tratan de imponer a otros países su propia burocratización, autoritarismo, y falta de visión histórica. Eso no es socialismo, y es ese el problema en este momento…” (Pág. 66).

Durante el gobierno de Bill Clinton se estableció una lista negra para personas vinculadas con el narcotráfico y con el terrorismo. Para entonces, ya era proverbial la cercana amistad de Gabo con Fidel Castro y luego con Omar Torrijos y luego con Hugo Chávez, y Gabo siguió vetado para entrar en ese país. 

Un día GGM se enteró de que el presidente Bill Clinton era admirador de su obra y que la conocía a profundidad. Tuvieron oportunidad de conocerse, y se hicieron amigos. Clinton le concedió a su nuevo amigo la visa de entrada al país, sin restricciones.

“Entre sus amistades destaca a Clinton… – ¿Lo conocen? ¡Es un tipo estupendo! Me lo he pasado muy bien con él… Como escritor me interesa el poder porque resume toda la grandeza y miseria del ser humano…” (Págs. 720 y 721).

El presidente Bill Clinton, que pasaba unos días de vacaciones como invitado del escritor William C. Styron en la isla de Martha´s Vineyard, Estado de Massachusetts, le manifestó a su anfitrión ser admirador de la obra del colombiano Gabriel García Márquez, lo que indujo a una cena en ese lugar para presentarlos, en la que estuvieron presentes sus esposas, el escritor mexicano Carlos Fuentes, y Patricia Cepeda Manotas la hija de Álvaro Cepeda Samudio el íntimo amigo de Gabo. Era un evento social pero, tras bambalinas, se trataba también de tener un acercamiento extradiplomático con Cuba por el asunto de la crisis de los balseros, ya que se sabía de la amistad de García Márquez con el líder cubano Fidel Castro. El encuentro de Clinton y García Márquez fue lo que podría denominarse de “amistad a primera vista”.

“Imagínate encontrarse con que un presidente de los Estados Unidos pudiera ser capaz de haber leído a Faulkner en la forma en que lo leyó; y lo demostró, además… Se habló de muchas cosas, de muchos libros… Recitó trozos enteros de Faulkner… Había leído creo que todos mis libros, desde Cien Años de Soledad… Cuando él vio Noticias de Un Secuestro en español manifestó que le gustaría leerlo en inglés. Averigüé por la traducción, y estaba en etapa de impresión. Le hice llegar la primicia, y lo leyó en pocos días. Me envió una carta manuscrita diciendo: Este libro es el primero que me ha enseñado a apreciar el heroísmo y el sufrimiento de los colombianos…” (Págs. 709 y 710). 

Sobre ese encuentro GGM escribió un artículo de prensa titulado “Bill Clinton, el amante inconcluso”, en el que remata dando su opinión sobre el infortunado suceso de su amigo con Monica Lewinski, la pasante de la Casa Blanca, criticando el puritanismo norteamericano capaz de macartizar un episodio que en el Caribe daría apenas para bromas jocosas en medio de miradas de envidia. Lo que en esencia quiere decir Gabo es que Clinton es un hombre de carne y hueso y que, lo que a él le pasó, a cualquiera le pudiera haber pasado.


https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-3450572

“Este hombre, el colombiano Gabriel García Márquez, de 63 años, viaja con el disquete de su último libro en el bolsillo. Premio Nobel de Literatura en 1982, es uno de los escritores más solicitados del mundo, amigo de revolucionarios y reyes, contertulio de Henry Kissinger, con el que habla de fútbol; y de Fidel Castro, con el que habla de cine. Visitante habitual tanto de la Moncloa y del palacio presidencial mexicano, como de su amigo y paisano el presidente César Gaviria…” (Pág. 567).

“Por qué le atraen tanto los dictadores, los hombres poderosos como Franco, Torrijos, Fidel… Y los jefes de gobierno como Clinton, Felipe González, Kissinger, Miterrand… Torrijos, muerto de risa, me dijo muchas veces que lo que me ocurre es que tengo debilidad por los dictadores… Todo gobierno es un gobierno de clase, pero la personalidad de los individuos tiene una gran importancia, particularmente en América Latina porque allí el caudillismo está dentro de la más pura tradición histórica, y pasará mucho tiempo antes de que se le pueda exterminar por completo…” (Pág. 143).

“Entonces dije ¡No vuelvo a escribir hasta cuando caiga Pinochet!... A pesar de haber decidido no dedicarse a la novela mientras que Pinochet ocupe el sillón de Allende en Chile, García Márquez sigue escribiendo… Nunca dije que iba a cesar de escribir, explica. Dije que no publicaría nada nuevo y me dedicaría al periodismo y los reportajes, y que no publicaría ninguna novela… Estoy muy contento de haber hecho esa promesa, porque todos los periodistas me preguntan siempre lo mismo, y eso me permite denunciar una vez más a Pinochet… El comentario de Pinochet fue: Pues se jodió, porque no va a poder escribir por mucho tiempo…” (Págs. 131 y 165).

“Pasó el tiempo y me di cuenta de que él iba a seguir en el poder por tanto tiempo que me iba a olvidar de escribir. Él estaba ganando. La vida de un escritor está llena de batallas perdidas, y una más no tiene nada que deba ocultarse. Lo importante es ganar la última. Gracias a que suspendí mi juramento, pude hacerle la entrevista a Miguel Littin que se había ido a hacer una película dentro de Chile…” (Pág. 374).

AMENAZAS A LA VIDA DE GARCÍA MÁRQUEZ, 
DE FALSA ALARMA A AUTÉNTICO NEGATIVO

Gabo fue tildado por muchos de apátrida, por haber tomado la decisión de exiliarse y prácticamente vivir fuera de su país la mitad de su vida, con apenas cortas temporadas de regreso a visitarlo. Vivir, vivir, lo que se dice vivir, vivió en varias partes por temporadas largas: México, Francia, Barcelona; no sé si Venezuela, y tal vez Cuba. Las razones de su salida de Colombia tienen que ver con lo que en el gobierno de Julio César Turbay Ayala se denominó el Estatuto de Seguridad.

“La extradición nació de un gol que nos metieron los Estados Unidos, entre otras cosas porque no habrá jamás un gringo extraditado a Colombia… ¿Cómo se explica que con esa red interna de distribución y comercialización de la droga en ese país no haya ningún capo norteamericano preso por ese motivo? ¿Cómo es posible que allá pueda entrar a escondidas un avión de la Guajira con esa barrera de controles y radares que tienen para evitar que se les metan los aviones y los cohetes soviéticos? Lo que hay es una complicidad de las autoridades norteamericanas que son las que permiten el narcotráfico, una doble moral. El gobierno de los Estados Unidos realiza campañas antinarcóticos en América Latina… y acuñaron la palabra narcoguerrilla, tratando de demostrar a toda costa que en Colombia existe una colaboración estrecha entre guerrilla y narcotráfico… No es posible permitir que se les siga ese juego… ” (Pág. 322).

“En Noticias de un Secuestro, Pablo Escobar queda como una fuerza oculta muy poderosa, que no se sabe dónde está, y que incluso puede ser irreal… Hay un momento en que digo que no se sabía si Pablo Escobar era un seudónimo de los Extraditables, o si los Extraditables eran simplemente una razón social de Pablo Escobar. Es un poder que no se ve, ni se palpa, pero que existe y que en un determinado momento condiciona la opinión del país, como ningún ser humano la ha condicionado en la historia de Colombia. Había momentos en que se tenía la impresión de que la suerte del país dependía de lo que resolviera esa fuerza invisible que era Pablo Escobar… El Gobierno siempre ha insistido en que nunca negoció con Pablo Escobar pero el último episodio, que es la intervención de Alberto Villamizar, hace ver muy claramente que él sí negoció a título personal como marido de Maruja Pachón; y da la impresión de que el Gobierno encontró en él una manera de negociar sin que lo hiciera el Gobierno. Es todo muy sutil y sumamente interesante… En el libro no se reproduce la opinión del autor, que desaparece detrás de los acontecimientos. Le di el manuscrito a todos los participantes, para que lo lean y así los errores se puedan corregir ahora, y no cuando el libro ya esté en el mercado… Sobre el momento culminante del drama, la muerte de Diana Turbay, me limito a poner todos los puntos de vista y la conclusión que se saca, sin lugar a dudas, es que fue una fallida operación de rescate… Pero, cómo era la bala que mató a Diana, de quién vino esa bala, por lo menos con la información que se tiene es imposible establecerlo… Es posible que haya habido manipulación de las informaciones o de los elementos. Evidentemente ella murió por una bala que le dio en la columna vertebral, y la autopsia revela que era una bala explosiva de la que sólo encontraron una vaina, un pedazo de la bala que permite demostrar que era una bala de alta velocidad, y de calibre medio; pero no fue posible establecer qué clase de bala era, para poder decir si era de la Policía o de los secuestradores. Yo tengo la impresión de que hubo una gran manipulación de toda esa información, y no pude llegar sino hasta donde llegaba la información disponible…” (Págs. 699 y 700).

“Mis discrepancias con el presidente Belisario Betancur son con respecto a tres puntos: La indigna extradición de nacionales a los Estados Unidos, la tendencia autoritaria del gobierno en el tratamiento al asunto de la paz después de una tregua, y el asunto de los militares…” (Pág. 321).

Los extraditables malentendieron la posición de García Márquez al oponerse a la extradición, que eran de dignidad nacional y no de apoyo a sus actividades, y lo buscaron como intermediario para hablar con el Presidente. Muchas muertes había causado la guerra de los narcotraficantes contra el país, y muchas más seguirían antes de que Pablo Escobar cayera abatido por las balas.

“En un espacio durante la reunión me llevé al presidente Belisario Betancur para el estudio de mi casa en México… Te quiero dar un mensaje de Pablo Escobar… No. No. Nooo. Y se dirigió a la puerta. Yo le grité: Tú eres el Presidente de la República y no puedes decirle que no a un mensaje sin saber de qué se trata, porque está de por medio la suerte del país. Me respondió: A cualquier mensaje de él le digo que no por anticipado, si de todas maneras me van a matar. Esa misma noche me hice la reflexión de que si le decimos a Escobar cuál ha sido la reacción del Presidente, definitivamente lo va a mandar a matar. Entonces, me quedé callado…” (Pág. 618).

“Cinco días después, en Medellín, Escobar le preguntó a Germán Castro Caicedo por las gestiones ante el Presidente… García Márquez no pudo hablar con el Presidente Belisario, le expliqué, y después de una pausa vi que su cara enrojecía. Sin pensarlo dos veces sentenció, arrastrando las palabras: Entonces, aquí se va a tener que morir hasta el hijueputa… Pasaron ocho años y le conté la historia a Gabo. Hizo un gesto de dolor, se recostó, colocó los codos sobre los brazos de la silla en que estaba sentado, y exclamó: ¡Y se murió hasta el hijueputa! …” (Pág. 619).

“Además hay otra cosa: Que Pablo Escobar llegó a tener tal credibilidad, que en cierto momento de esta historia el país creía más en las mentiras de los comunicados de los Extraditables, que en las verdades del Gobierno…” (Pág. 699).

LO DEL EXILIO DE GABO ¿FUE UN 
MONTAJE O FUE UN PELIGRO REAL?

“Hay muchos sectores que dicen que lo de mi asilo en la Embajada de México fue un montaje publicitario… Creo, sencillamente, que o están equivocados, o no me hacen esas acusaciones de buena fe, lo de que lo he hecho por hacerme publicidad. Creo que los mismos que lo dicen saben que yo no puedo ya con más publicidad. Que no puedo soportar más publicidad en Colombia y fuera de Colombia. Que no necesito más publicidad y que, al contrario, uno de mis problemas diarios es tratar de rehuir la publicidad, las dificultades de la fama para poder defender mi vida privada y compartirla con mis amigos de siempre…” (Pág. 201).

“No sé si el presidente Belisario previó que cada paso que diera para demostrar que “Sí se puede” iba a crear una reacción contraria, porque a cada paso ha tropezado con la clase dirigente: industriales, empresarios, comerciantes, banqueros, políticos... Lo que ha estado intentando este hombre, que no tiene partido, ni tiene votos propios, ni gamonales, es hacer otro país por encima del sistema politiquero y electoral… Los únicos que no saben en qué país están viviendo son los de la clase dirigente… Los candidatos están desinflados, y ya no los infla nadie. Están tratando de hacer campaña en un país totalmente diferente de donde creen que están, un país que ya no entiende el lenguaje que están hablando, y al que no le interesa lo que están haciendo… Creo que el que más posibilidades tiene es Luis Carlos Galán…” (Pág. 326). 

Como en la telenovela de RTI Televisión “¿Por qué mataron a Betty, si era tan buena muchacha?”, mi pregunta como lector es: “¿Por qué mataron a Galán, si tenía tan buenas posibilidades de ser presidente?”. No fue para mí una sorpresa que en la muerte de Galán hubiera estado implicado el político Alberto Santofimio Botero, a quien se le vinculaba con Pablo Escobar; ni lo fue que como falso positivo hubieran implicado al inocente de Alberto Júbiz Hazbún, un simple chivo expiatorio que se encontraba en el lugar y el momento equivocados; pero sí lo fue que a la larga hubiera resultado también implicado el general Miguel Alfredo Maza Márquez, Director del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), o sea de uno de los servicios de inteligencia del Estado.

“Los militares mintieron, y el gobierno de Belisario les creyó cuando dijeron que el M19 tenía secuestrados en Corinto ¿Qué se hicieron? Para el gobierno la fuente de información más respetable es el ejército, y entonces tiene la tendencia a satisfacer a la fuente que considera más respetable, dando respuestas militares…” (Pág. 322).

“El único punto que no se ha tocado de los que sugerí en ese momento cuando estaba tratando de hacer campaña de Constituyente, es el de los militares… Se me hace raro que no lo hayan tocado, y creo que es porque no tienen una concepción clara de qué es lo que quiero decir cuando digo que hay que tocarlo. Tengo la impresión de que los militares en Colombia están relegados a una situación que ellos consideran un privilegio pero que me parece es de segregación, de discriminación. Un ghetto, es un ghetto. Son colombianos aparte. El aspecto más notorio de esa situación es el que no puedan votar como le sucede a los que han perdido los derechos civiles por condena judicial, o los débiles mentales, los locos, cosas de esas. No es posible que los militares, que son los encargados de defender las instituciones, no puedan votar y no tengan una representatividad en la Constituyente donde se está haciendo la Constitución que ellos van a tener que defender. No están, definitivamente, integrados a la sociedad civil. Si eso no se ve a tiempo, y ya creo que no se va a ver, va a ser una de las grandes fallas de esta Constitución…” (Págs. 491 y 492).

“Se crearon comisiones y subcomisiones para hablar con la guerrilla, pero no entiendo porqué no se crearon otras tantas para hablar con los militares… En el momento en que el Presidente tome las riendas del proceso, ya no habrá autoritarismo sino autoridad… Se ha tratado a las Fuerzas Armadas como si no fueran parte beligerante en esta guerra, y creo que ya va siendo hora de sacarlas del ghetto en que desde hace cien años las ha metido la clase dirigente… Deben integrarse al resto del país y se les debe reconocer su derecho a ser deliberantes porque de todas maneras lo son. Hay que reconocerles el derecho a participar, a opinar en política, porque de todas maneras lo hacen. Hay que humanizarlas, hay que nacionalizarlas. Tenemos que conocer a los militares, saber qué piensan y cómo son. Y ellos tienen que saber que no somos enemigos suyos porque sean militares, sino por las cosas malas que hacen. Lo que no puede ser es que haya un país por un lado, y por otro lado otro país que son las Fuerzas Armadas, y que a estas sólo las saquen a la calle a la hora de echarle bala a la gente…” (Págs. 323 y 324).

“El 26 de marzo de 1981 no se le borrará jamás a Gabriel García Márquez, ni muchísimo menos a su esposa Mercedes Barcha, ni a sus hijos por supuesto, ni al país, ni a nadie… Ese día el célebre escritor y hoy Premio Nobel de Literatura se refugió en la embajada de México con la Gaba, como la llaman cariñosamente… El mundialmente famoso escritor recibió información confidencial y confiable de que el ejército lo iba a poner preso. Gabo no lo dudó, y se marchó desde entonces en un exilio voluntario, como él mismo lo ha declarado… ” (Pág. 204).

Doña Mercedes estaba por fuera del país y llegó ese día, pero cuando llegó su esposo Gabriel se le acercó.

“Cuando llegué a casa Gabriel me dijo que nos teníamos que ir del país, que nos iban a coger, que me preparara para salir, que empacara maletas… Se sorprendió cuando tres minutos después le dije ¡Listo, vámonos!... ¿Cómo así? Sí. Me mantengo preparada. Sabía que un día de estos esto nos iba a ocurrir…” (Págs. 204 y 205).

“Tenía informaciones serias de que las Fuerzas Armadas, con la autorización y complicidad del presidente Turbay Ayala, me iban a echar mano…” (Pág. 206).

“Mi preocupación comenzó a subir en marzo de 1981, después de que el ejército colombiano arrestó a un grupo de guerrilleros del M19 que habían ingresado al país a través de Panamá… Uno de los integrantes de ese grupo dijo públicamente que había sido entrenado en Cuba, lo que movió al presidente Turbay Ayala a suspender relaciones con el gobierno de Fidel Castro. Como yo había estado en La Habana poco antes, se me avisó por línea privada que se me involucraría en el envío de armas desde Panamá a Colombia… No quise correr riesgos, y me exilié en México…” (Pág. 240 y 241).

“Las acusaciones que se hacían contra mí eran cargos políticos… Trataban algunos militares de demostrar que yo había sido mediador entre Fidel Castro y el M19 para el desembarco armado en el sur del país… En todos los interrogatorios que hacían, había siempre la pregunta sobre mí. Después de dos años, se archiva el proceso de la demanda judicial que puse contra el que resultare culpable de esta pretensión de comprometerme…Se archiva por imposibilidad de establecer la culpabilidad aun cuando revela que todos los hechos son reales. Es decir, que sí existieron los hechos por medio de los cuales pretendían acusarme de actos que no había cometido. Es imposible establecer la responsabilidad, porque eran unos encapuchados. A mí qué carajo me interesa saber el nombre del cabo o del teniente torturador del gobierno anterior. Me interesa saber es que estoy en mi país, tranquilo, porque tengo el derecho de estar aquí…” (Págs. 266 y 413).

“Creo que ahora ya se puede hablar de eso. En aquel momento, no… Después de aquel desembarco que hizo el M19 por el sur del país… Me llegó el informe de que a los guerrilleros que estaban capturando los interrogaban tratando de sacarles la acusación de que yo tenía algo que ver con ese desembarco… la noticia de que me iban a detener me llegó por distintas fuentes, y todas coincidían, pero para mí la de mayor credibilidad fue la que me dio el propio M19, la advertencia de que a todos los que capturaban en el sur los interrogaban para tratar de averiguar o de probar que yo estaba detrás de esa operación… (Págs. 412, 413 y 414).

"Hasta el propio general Omar Torrijos me mandó un mensaje diciéndome que debía salir del país y él me mandaba un avión para que me fuera a Panamá. No quise salir de manera clandestina, y salí asilado por la Embajada de México…” (Págs. 412, 413 y 414).

“Creo que puedo regresar al país tan pronto como esté completamente seguro de que en realidad no se intenta nada contra mí; ni por parte del poder civil, ni por parte del poder militar…” (Pág. 201).

“Mucho tiempo después tuve un almuerzo con el general Gustavo Matamoros, Ministro de Defensa. Lo acompañaba el general Miguel Vega Uribe, y les hablé de la copia de los expedientes que tenía en mi poder. El general Matamoros me dijo una cosa con tanta sinceridad, que me conmovió porque supe que estaba diciendo la verdad: No. Lo que pasa es que uno de los primeros que capturaron dijo que usted estaba detrás de esa operación y había tenido que ver en la coordinación entre Cuba y Panamá del desembarco de esas armas… Confirmamos que no era cierto, pero usted ya se había ido del país…” (Págs. 412, 413 y 414).

Puede deducirse que, en medio de las mutuas prevenciones y prejuicios, la conversación del almuerzo con los generales fue cordial; como lo fue en medio de la tensión política y social que se vivía por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el casi caluroso, podría decirse, saludo que le dedicó el general Ernesto Polanía Puyo durante su visita de censura al periódico El Universal de Cartagena cuando Gabo hacía sus primeros pinos como periodista, tal como lo cuenta en su autobiografía Vivir para Contarla:

“La noche menos pensada, sin ningún anuncio, una patrulla del ejército cerró la calle de San Juan de Dios con un gran ruido de voces y de armas, y el general Ernesto Polanía Puyo, comandante de la policía militarizada, entró pisando firme en la casa de El Universal. Llevaba el uniforme de merengue blanco de las fechas grandes, con las polainas de charol y el sable ceñido con un cordón de seda, y los botones e insignias tan brillantes que parecían de oro. No desmerecía ni un ápice a su fama de elegante y encantador, aunque sabíamos que era un duro de paz y de guerra, como lo demostró años más tarde al mando del batallón Colombia en la guerra de Corea. Nadie se movió en las dos horas intensas que conversó a puerta cerrada con el director. Tomaron veintidós tazas de café negro, sin cigarrillos ni alcohol porque ambos eran libres de vicios. A la salida, el general se vio aún más distendido cuando se despidió de nosotros uno por uno. Conmigo se demoró un poco más, me miró directo a los ojos con sus ojos de lince, y me dijo: “Usted llegará lejos”.


En esos difíciles momentos para el país, el comentario del general fue ni más ni menos un elogio, y una premonición.

Hasta aquí los apuntes que hice a manera de reseña, y como ayuda para la memoria que me sirva para futuras citas, que en muchos casos no son literales en su textualidad sino contextualizadas para que su contenido se entienda por fuera de contexto; respetando, eso sí, el espíritu y el contenido de lo expresado por el autor de la respectiva frase, trátese del entrevistado o del entrevistador.

Por su extensión, busqué separar este texto en cuatro secciones temáticas para ir llevando al lector del primer lugar al segundo lugar, y luego al tercero, y luego al cuarto, en cumplimiento del enunciado de que “En adelanto van estos lugares”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)