domingo, 25 de octubre de 2015

122. Voces increíbles y notas imposibles

Sólo dos obras musicales con textos en español tengo con el nombre de ópera en mis anotaciones: Una es la ópera “Marina”, con música del español Emilio Arrieta y letra de su paisano Francisco Camprodón:

Brindis” de la ópera “Marina”, interpretado por el tenor Roberto Alagna y el barítono Christopher Schalderband, acompañados de orquesta y coros del Centro de Bellas Artes de San Juan en Puerto Rico:

https://www.youtube.com/watch?v=kodZDReq5T0

Y la otra es la obra “María la O”, del cubano Ernesto Lecuona, que algunos clasifican como ópera y otros clasifican como zarzuela, desconociendo yo los porqués de tales clasificaciones:

Romanza mulata infeliz” de la ópera “María la O”, interpretada por la soprano Ana María Martínez:


https://www.youtube.com/watch?v=UNwmoxfBH7g

Por los días de la adolescencia nos gustaba escuchar al cantor argentino Alberto Gómez, acompañado de la guitarra de José Canet, en su grabación de la zamba con letra y música de Enrique Santos Discépolo titulada “Noche de abril”. Reloj en mano cronometrábamos una y otra vez el tiempo que Gómez sostenía por 19 segundos la nota, y dábamos pábulo a la leyenda de que la había grabado para demostrar con la potencia de sus pulmones que él no estaba tísico.

Primera grabación, con nota sostenida durante 19 segundos:


En el anterior enlace se puede apreciar, con fallas de sonido, la grabación que nos deleitaba entonces; y, a continuación, un enlace con otra grabación en que el sonido mejora pero la duración de la nota sostenida sólo alcanza los 11 segundos, con lo que pierde el encanto de la primera grabación, así no pierda el exquisito sonido de la voz de Alberto Gómez.

Segunda grabación, con nota sostenida durante 11 segundos:


Recojo en mi libro “Buenos Aires, portón de Medellín” la anécdota que en su libro “Aquí también se canta el tango” cuenta el médico Alberto Burgos Herrera sobre el tenor valparaiseño Martín López Arango, quien como cantor de tangos adoptó el nombre artístico de Juan Carlos Maciel: 

(Fragmento)

…el profesor Germán Rodríguez Velásquez cuenta sobre un tenor valluno, Hernán Herrera, que cantaba en la Plaza de Toros Santamaría de Bogotá cuando se fue la luz y siguió cantando como si nada, porque no necesitaba micrófono. Esos no eran cantores de karaoke, como los de ahora. Recordemos que el bajo Humberto Passos era primo de otros tres miembros de la Barra del Paraguay: los locutores Yulián, Pastor y Rodrigo Londoño Passos. Era de esa barra el tenor Martín López Arango, valparaiseño que ganó la primera Orquídea de Plata Phillips... Atronaba con su voz día y noche en esa esquina y los vecinos se quejaban de que no dejaba dormir. Después se hizo también cantor de tangos con el nombre artístico de Juan Carlos Maciel.

Le gustaba lucirse. Cuando un disco estaba próximo a terminar, se acercaba a don Enrique, el propietario del bar El Paraguay y le decía: “Yo voy para el orinal, mientras tanto póngame “Granada”, pero en la voz de Mario Lanza”. Don Enrique lo complacía y “Martín salía del orinal en el momento en que el tenor interpretaba la aguda parte final; entonces nuestro cantante se paraba en medio del salón y hacía el agudo parejo con Lanza; lo que emocionaba a los contertulios que lo premiaban con un atronador aplauso" (anécdota contada por Alberto Burgos Herrera).

Granada”, de Agustín Lara, es un clásico que permite el lucimiento de los cantantes líricos y se considera que si alguien se atreve con sus notas ya no es un simple músico popular sino uno que ha llegado a mayores alturas interpretativas. El italiano Claudio Pica, que adoptó el nombre artístico de Claudio Villa, nombre que tiene una sonoridad muy hispana, se lució en el año de 1984 en una presentación cuya grabación fuera de estudio nos llega gracias al video que Rocco C. Wald colgó en You Tube con el título de “El agudo más largo de la historia” y es uno de esos momentos musicales que nos hacen dar envidia a los que no estuvimos presentes en ese lugar. Alardeaba Villa de no haber sostenido más tiempo la nota “porque era demasiado tarde y el tiempo en televisión se había acabado”, y decía que cuando era muy joven podía sostenerse  en la nota durante minutos. Quizás sea sólo un alarde no comprobado, pero de todos modos los 35 segundos que sostiene la nota en “Granada” son un descreste.


Por los días adolescentes solíamos burlarnos de la ópera. Porque no la entendíamos, claro.  Uno no puede querer lo que no conoce.  “Esa vieja grita como si la estuvieran moliendo a palos”, decíamos; o “a ese hombre parece que le estuvieran amasando las pelotas”.  Tardé en darme cuenta de que las incomprensibles palabras tenían un argumento, y que no saber alemán, francés o italiano era culpa mía.  Y tardé en darme cuenta de que dar esas notas increíbles e imposibles para los simples mortales, como uno, tenían un mérito.  

Aria “Il dulce suono” (El dulce sonido) de la ópera “Lucía de Lammermoor”, apodada “el aria de la locura”, en interpretación de la cantante lírica Anna Netrebko, en la que se pueden apreciar en el último minuto las altísimas exigencias requeridas por la partitura para la voz de la soprano:


La ópera plantea retos especiales porque conjuga voces, música, danza, teatro, y escenografía.  A la calidad de una buena voz y al profesionalismo musical, hay que agregar la capacidad histriónica teatral, sin la que el intento queda frustrado en la imaginación del público. En mi inserto nro. 16 del blog me refiero a la cantante brasileña “Georgia Brown, soprano supralírica”, admirando la capacidad de registro de su voz que va desde notas muy bajas hasta agudísimos increíbles, y puse el siguiente enlace de ejemplo:


Georgia podría ser una reconocida soprano lírica, pero para ello tendría que entrar a conservatorios a educar su voz, a aprender solfeo y notación en partitura, a aprenderse las óperas de memoria, a ensayarlas incansablemente; y, en fin, la carrera de soprano lírica es una exigente carrera que no da lugar para nada más que para centrarse en ella por el resto de la vida.

Pensé que Luciano Pavarotti, el gordo barbado medio calvo y sudoroso que no podía quitarse el pañuelo de la mano para enjugar su frente no era como muy creíble que dijéramos en el papel de Romeo, y que apenas estaría para desempeñar el del padre o el del abuelo del famoso galán shakesperiano; hasta que lo oí cantando el aria “A mis amigos” en la ópera “La hija del regimiento” de Gaetano Donizzetti en su papel de Tonio, el joven enamorado de María.  

En el momento en que oí a Pavarotti dar en esta aria esos increíbles y suicidas nueve “Do de pecho” seguidos, pensé que el menor error en su interpretación reventaría las cuerdas vocales y le produciría la muerte artística. Con ello se le iría la vida porque ¿Qué es un tenor de carrera sin su prodigiosa voz?  No cualquiera se le mide a ese reto que, al decir de Pavarotti, equivale a “caminar en la cuerda floja a 20 metros de altura sin malla de protección”. Cuando lo vi hacer eso (por televisión, claro) me dije: “Qué importa que este gordiflón no tenga aspecto de Romeo ni de Tonio.  Su voz es de Tonio y es de Romeo, y eso es lo que importa”.

Luciano Pavarotti canta los 9 Do de pecho del aria “A mes amis” (A mis amigos) de la ópera “La hija del regimiento” de Gaetano Donizzetti en el minuto 5:01 y en el 5:29 de este video:


Un poco inferior en exigencia, pero no menos impresionante, es el reto de cantar el Fa5 en falsete del aria “Credeasi misera” de la ópera “I puritani de Scozia” de Vincenzo Bellini que podemos apreciar primero en la voz del tenor Mario Thomas y luego en la de Luciano Pavarotti: 

El tenor Mario Thomas canta el Fa5 en falsete del aria “Credeasi misera” de la ópera “I puritani de Scozia” de Vincenzo Bellini:


Luciano Pavarotti canta el Fa5 en falsete del aria “Credeasi misera” de la ópera “I puritani de Scozia” de Vincenzo Bellini en el minuto 4:50 de este video:


Sigo sin entender las óperas en francés, en alemán, o en italiano; pero me quito el sombrero ante las prodigiosas voces que son capaces de hacer esos alardes que no alcanzamos los que soltamos gallos simplemente al llamar a un policía o atraer la atención de un taxista. Me quito el sombrero.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


domingo, 18 de octubre de 2015

121. Sir Laurence Olivier y otras cosas del cinemundo

Empecé a ver cine a los cinco años, iniciándose la década de los cincuenta, y cuando aprendí a leer me interesé por las noticias de farándula gracias al semanario Pantalla, que se editaba en Medellín; la revista Ecran, que llegaba de Chile; la revista Cinelandia, que venía de México; y la revista cubana Vanidades Continental, que tenía una sección dedicada a los artistas. 

Historia de una violación


Clark Gable y Loretta Young 
en una escena de la película 
El llamado de la selva

Por aquellos días el actor Clark Gable, con su característico par de orejotas como antenas parabólicas, era uno de los galanes más cotizados del jet set hollywoodense, y la actriz Loretta Young era una de las bellezas reconocidas de ese estelar mundo de la beautiful people. Atando cabos en la autobiografía de Loretta y en la de su hija biológica Judy Lewis, publicadas póstumamente ambas, se ha venido a saber que Judy recibió ese apellido por ser el del segundo marido de la actriz, que la hija fue adoptada en un hospicio católico, que la chica fue llevada a ese hospicio anónimamente por la misma Loretta, y que la niña fue producto de una violación de parte del actor Clark Gable a la joven actriz cuando trabajaban juntos en la película “El llamado de la selva” (1935). Por si hicieran falta pruebas de ADN, la niña nació con unas orejas parabólicas iguales a las de su padre, las que al llegar a la adultez se hizo operar quirúrgicamente porque le parecían horrorosas. ¡Todo un novelón melodramático!

Paparazzi en la mira

De la autobiografía de George Hamilton se dice que está plagada de jugosas anécdotas, incluido el intento de comprar a un fotógrafo los negativos de la foto en que sorprendió descuidada en la playa, con los pechos al aire, a la actriz Elizabeth Taylor. Cuando la actriz vio la fotografía, le pareció que tenía unos lindos pechos y que la foto bien merecía ser publicada, por lo que al paparazzi se le dañó el negocio con la actriz pero se le arregló con las revistas de farándula. Esto lo cuenta Julio Valdeón en la reseña que de dicha autobiografía hace para El Mundo.es de España (Liz, yo, y sus pechos en Marbella).


Levitación del cuerpo astral

El Dr. Ramiro Valencia Cossio, exgerente de las Empresas Públicas de Medellín, viajó a la India en pro del desarrollo de su espiritualidad y allí se hizo amigo del gurú Deepak Chopra y, asegura, aprendió a levitar. Eso hay que verlo. No es el único que sale con ese cuento. La actriz Shirley Mac Laine, una mujer octogenaria que sigue trabajando en el cine, también asegura haber estado fuera de su cuerpo, levitando como quien mira los toros desde la barrera, cuando estuvo por los lados de Machu Pichu en el Perú filmando la película “El secreto de los incas”. Como dicen que a la gente hay que creerle, no seré yo el que desmienta tal posibilidad. 


Los rat pack de la rosca hollywoodense

La palabra rosca tiene distintos significados, según el país donde se emplee, pero en Colombia se aplica a un círculo de amigos influyentes que se ayudan entre sí para alcanzar más altas posiciones, sea en el campo político o en el campo empresarial, lo que ha llevado al dicho de que “lo malo de la rosca es no estar en ella”. 

Shirley Mac Laine no ha escrito su autobiografía, pero en El País.es de España Gregorio Belinchón le ha hecho un reportaje en el que ella cuenta que hizo parte de las fiestas del grupo de actores denominado “Rat pack” (Pandilla de ratas) que era reconocido a comienzos de la década de los 60 cuando John F. Kennedy llegó a la presidencia de los Estados Unidos con su hermano Robert como Fiscal General. Su cuñado, el actor Peter Lawford, hacía parte de dicho grupo que después de la muerte de Humphrey Bogart presidía Frank Sinatra, y también hicieron parte en distintos momentos Lauren Bacall, la esposa de Bogart; Dean Martin, Sammy Davis Jr., Judy Garland, Joey Bishop, Angie Dickinson, y Marilyn Monroe. Era un grupo que innegablemente, como suele decirse de la gente que se codea por lo alto, se daba sus roces o toquecitos. Creo haber visto con ellos, en fotografías de las revistas de farándula de esa época, al actor George Hamilton (que también le decía Jack al presidente y Jackie a Jackie); pero no aparece en la lista de los tan-tan o de los muy-muy que iban a esas fiestas sin las señoras.


Una buena autobiografía

A continuación, compartiré con ustedes la reseña de lectura que hice de la autobiografía del actor británico Sir Laurence Olivier, titulada “Confesiones de un actor”, en la que relata aconteceres de toda una época del cine, la que a él le tocó vivir.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Liz, yo, y sus pechos, en Marbella” (de George Hamilton)

(Artículo de Julio Valdeón publicado en El Mundo.es de España nro. 707, mayo 3 de 2009)


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A veces pienso que sigo en los cincuenta

(Entrevista de Gregorio Belinchón a la actriz Shirley Mac Laine, publicada en julio 15 de 2015 por Cultura El País.com de España)

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CONFESIONES DE UN ACTOR
Sir Laurence Olivier
Editorial Planeta, 2ª edición, febrero de 1984
Trad. Marta Soledad Silió

No sabría decir si esta autobiografía de Sir Laurence Olivier, Caballero de la Reina, fue escrita sin ayuda especializada de algún periodista o escritor negro contratado, a quien no se da crédito en las presentaciones; o si es obra íntegra del autor, en cuyo caso demuestra un manejo del idioma y de las técnicas de comunicación que lo consagran también como literato. No sería de extrañar, puesto que a no dudarlo en sus 82 años de vida fue mucho lo que leyó y fue un hombre culto que podía calificarse de intelectual. Su solo estudio de las obras de William Shakespeare lo ameritarían para el calificativo. No en vano, y contra su voluntad que prefería un bajo perfil cortesano, le fue otorgado el título nobiliario de Barón de Brighton por la Reina Isabel II. Esos títulos, que por derecho propio anteceden al nombre el tratamiento de Lord y dan entrada a la Cámara de los Lores, no suelen otorgarse sino previo estudio y concepto de muchas personas influyentes; en este caso con el primer ministro Harold Wilson a la cabeza, título honorífico que no necesariamente implica terratenencia para este hombre que ganó mucho dinero en su carrera, pero vivió acorde con su posición y gastó mucho, dejando ver en sus confesiones que con frecuencia, como decimos por estos lados, “piló por el afrecho”.


Laurence Olivier, el pecador”. Reseña de Andrés Ortega para el periódico El País de Madrid, España:



De mi lectura, destaco estos párrafos o frases:

1. La prensa inglesa ha subrayado que Laurence Olivier escribe muy bien, sorprendentemente bien. Por otra parte, se expresa con gracia y agudeza cuando describe los caracteres –incluido el propio–, y lo hace con esa objetividad mesurada e impregnada de humor que caracteriza a los escritores ingleses… se lee con auténtico placer” (Contrasolapa)

2. …La vida de Laurence Olivier, quizás el mejor actor británico de este siglo XX…” (Andrés Ortega en El País).

3. Es, sencillamente, el actor más grande del mundo…” (David Lewin en el Daily Mail –contracarátula)

4. La mayor parte de la gente se resiste durante toda su vida a revelar sus experiencias más íntimas pero, en Confesiones de un Actor, Laurence Olivier nos presenta un cuadro a menudo despiadado… tampoco se salva a sí mismo. No culpo a Olivier por esta confesión pública. Ha sido muy valiente. Ha escrito un libro estremecedor”. (Félix Barker en el Daily Express –contracarátula)

5. Ralph Richardson dijo en una ocasión que él nunca había conocido a un tipo con tales dosis de buena y mala suerte…” (J. C. Trewin en British Book News –contracarátula)

(Los comentarios de la contrasolapa y la contracarátula despejan mi duda sobre la autoría personal del autobiografiado)

6. Sexo, culpa, y trabajo, son los tres elementos que se entremezclan íntimamente en la vida de Laurence Olivier” (Andrés Ortega en El País).

7. Pag. 207-208 
Todo lo que hay que saber de esa fuerza que nos empuja (a los artistas). Entre sus componentes está naturalmente, y en primera línea por su importancia, el sexo”.

8. El amor es como un ángel; la culpa, como una fiera oscura” (Laurence Olivier)

9. ¿Qué es actuar, en el fondo, sino mentir? Y, ¿Qué es actuar bien, sino mentir convincentemente? Un actor debe ser capaz de crear el universo en la palma de la mano” (Laurence Olivier). 

10. Pag. 67:
Había renunciado, con pena, como si fuera un derroche, a mi casi apasionada relación con el único hombre con quien la idea de tener algún escarceo sexual no me resultaba odiosa. Me había parecido necesario advertirle que, por muy anticuado que pudiera parecer, yo tenía unos ideales (principios cristianos y de ética social) que no podían ser pisoteados y destruidos o, de lo contrario, no respondería de las consecuencias ni él podría hacerlo tampoco”. 

(Aunque no da el nombre de su amigo, esta es una confesión de homosexualidad o, por lo menos, de bisexualidad en el actor; en una sociedad que medio siglo antes había encerrado a Oscar Wilde en la cárcel de Reading por sus tendencias sexuales. Se requiere valor y franqueza en una autobiografía para hacer tal reconocimiento).

11. Pag. 68
Resulta sumamente difícil creer que, a pesar de mi historia de niño de coro mimado, y de las atenciones (o acosos) de que fui objeto en el colegio que, por mal recibidas que fueran, me convirtieron injustamente en el mariquita oficial; yo pensara en el acto homosexual como un paso lastimosamente destructivo para mi alma. Estaba convencido de que la heterosexualidad era una cosa romántica y bonita, que proporcionaba inmensa satisfacción y placer. Es sorprendente que esa convicción pudiera resistir el ataque furibundo de tan apasionado interés (de su amigo no mencionado), y que éste, unido a la desilusión que siguió a mi primera experiencia matrimonial (cuando la recién desposada Jill Esmond le confesó que estaba enamorada de otro hombre), no me animara a desviarme o, por lo menos, me hiciera vacilar… Aunque quizá deba admitir que me hizo vacilar”.

(Esto lo escribe 30 años antes de que un arzobispo católico haya sido obligado por el Papa Francisco a renunciar por el público reconocimiento de su homosexualidad. Las cosas han cambiado mucho, pero no tanto. Encuentro, pues, osada esta afirmación y me confirma la idea de que el mundo del espectáculo está lleno, desde los tiempos de Rodolfo Valentino, de homosexualidades o bisexualidades entre el clóset. Tony Curtis, Errol Flyn, Tyron Power, Rock Hudson… lo han reconocido o han dado lugar a dudas)

12. Pag. 68
Sería una terrible equivocación deducir de lo anterior que se me haya ocurrido alguna vez pensar que la homosexualidad era algo despreciable. Me consta que al hombre o la mujer que sigue sus inclinaciones naturales no hay por qué compadecerlo, y suponer que su vida carece de romanticismo. Estoy dispuesto a creer que el sentido del amor, en esos hermanos y hermanas nuestros que se inclinan hacia las personas de su mismo sexo, se refuerza y llega a ser en ellos más ardiente que en quienes nos consideramos normales. En apoyo a esas ideas, manifiesto mi convicción de que cualquiera que abrigue pretensiones artísticas tiene que desechar todo tipo de prejuicio que pueda limitar la más amplia comprensión de la naturaleza humana”.

13. Pag. 208 
Uno no puede ser atleta en dos campos distintos al mismo tiempo; es probable que un atleta sexual no encuentre energías suficientes para hacer otra clase de trabajo atlético”.

(Confirma aquello de que “afortunado en el juego, desafortunado en el amor”).

14. Pag. 208 
La interpretación de los grandes papeles es y será siempre atlética, pues depende de una energía interna, aunque no visible. Creo que las personas que ejerzan otras profesiones que exigen también un gasto de energía física, tienen que encontrar las mismas dificultades cuando intentan emplearla por partida doble. Muchas veces se ha oído decir que los más soberbios ejemplares de boxeadores, luchadores, y campeones de casi todas las ramas del deporte, resultan decepcionantes a la hora de quitarse el reverenciado suspensorio”.

15. Pag. 215 

(He criticado muchas veces a los artistas, deportistas, enamorados, políticos, ejecutivos, empresarios, que no saben retirarse a tiempo. Ese dar un paso al costado que abre la puerta al desempeño de las nuevas generaciones. Morirse a tiempo es un arte, como bien lo experimentó sin él saberlo la carrera artística de Carlos Gardel. No hubiéramos querido ver a Gardel convertido en un decrépito anciano que tratara de recordar épocas pasadas ante un micrófono. La carrera de actor da para más tiempo con papeles acordes al curso de los años, pero los achaques físicos de cualquier ser humano no dan lugar a dudas: Hay que saber retirarse a tiempo).
Algunas veces he pensado que si a los diecisiete años hubiera tenido más miedo, podría haberme visto obligado a quitármelo de encima entonces… Tal como vinieron las cosas (a una sexagenaria edad en este caso) la enfermedad vino a decidirlo… un fuerte deseo de proteger a los que, como yo, tienen que darse cuenta de que la vejez se acerca a ellos con paso apresurado y muy poco digno… Siento la necesidad de evitar por todos los medios dar algún paso o introducir algún cambio drástico que pueda producir desaliento, tristeza, o incluso desesperación en quienes ya tienen bastante con ver que cada día son más viejos”.

16. Pag. 237
Al hacerlo, me encontré con unas palabras de Aristóteles que en su Poética dice así: 
Por lo que llevamos dicho, se verá que la función del poeta no consiste en describir lo que ha pasado, sino lo que podría pasar; es decir, lo que es posible al ser probable o necesario…

17. Pag. 237
La diferencia entre historiador y poeta no reside en que uno escriba en prosa y el otro en verso. Podríamos poner en verso la obra de Heródoto, y seguiría siendo Historia. Consiste esa diferencia en que el uno describe una cosa que ha sido, y el otro una cosa que podría ser. De ahí que la poesía sea algo más filosófico y de mayor importancia que la Historia, puesto que sus manifestaciones participan más bien de la naturaleza del ámbito universal, mientras que las de la Historia son del ámbito particular… Por una manifestación universal entiendo la que tal o cual hombre hará o dirá probable o necesariamente, que es el propósito de la poesía, aunque asigne nombres propios a los personajes… El poeta ha de ser más el poeta de sus historias o argumentos, que el de sus versos. Por cuanto es poeta en virtud del elemento imitativo que hay en su obra, y son acciones lo que imita. Y si llega a tomar un tema de la Historia real, no por eso es menos poeta, puesto que algunos acontecimientos históricos pueden muy bien estar dentro del orden de las cosas probables o posibles, y en ese aspecto de ellas él es su poeta… El poeta al ser imitador, lo mismo que el pintor o cualquier otro creador de semejanzas, en todos los casos tiene necesariamente que representar las cosas en uno u otro de estos tres aspectos: a) como fueron o son; b) como se dice o se cree que han sido; y c) como debieran ser”. 

De esta autobiografía podemos deducir que Sir Laurence Olivier fue un hombre intelectualmente bien estructurado, y de convicciones y principios sólidos, que le permitieron equipararse y no dejarse apabullar por contendores políticos de mucho peso en la escena pública y política de la sociedad británica. Su actividad e influencia fue más allá de las simples representaciones de unos papeles teatrales o cinematográficos.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


domingo, 11 de octubre de 2015

120. Matilda, entre la Lolita de Sue y la Lolita de Swain

Hace poco hablábamos de Harry Belafonte y de su calipso "Matilda", que cuenta la historia de un hombre que se enamora de una venezolana cuarentona y tiene planes serios con ella, pero ella le robó el dinero y se voló para Venezuela:



¡Hey, Matilda, Matilda!
Se llevó mi dinero y se voló para Venezuela.

Quinientos dólares se me perdieron, amigos.
Vendió hasta mi gato y mi caballo.

¡Matilda, Matilda!
Se llevó mi dinero y se voló para Venezuela.

Todo el mundo,
que todo el mundo se entere.
Matilda… (¡Canten en coro!)
Matilda… (¡Un poco más fuerte!)

¡Matilda, Matilda!
Se llevó mi dinero y se voló para Venezuela.

(Una vez más, ahora,
demos una vuelta a la esquina
y canten en coro)

¡Matilda, Matilda!
Se llevó mi dinero y se voló para Venezuela.

Tenía plan de comprarme una casa.
Mi plan era serio,
pero fue más serio su plan.
¡Ah, caramba!

¡Matilda, Matilda!
Se llevó mi dinero y se voló para Venezuela.

(¡Todo el mundo!)

Tenía el dinero dentro de mi casa,
escondido en mi almohada, 
¿Saben? 
Pero Matilda encontró mi dinero…

(¡Todo el mundo!)

¡Matilda, Matilda!
Se llevó mi dinero y se voló para Venezuela.

¿Mujeres de más de cuarenta?
¡Qué va!

(¡Todo el mundo cante!)
(Todo el mundo dé vuelta a la esquina)
(Que todo el mundo se entere)

¡Matilda, Matilda!
Se llevó mi dinero y se voló para Venezuela.

¡Tráiganme un poco de agua!
Bueno, mis amigos, 
nunca volveré a enamorarme.
Todos mis ahorros fueron en vano.

¡Matilda, Matilda!
Se llevó mi dinero y se voló para Venezuela.

Matilda, loca cachimba,
tomó mi dinero
y se voló para Venezuela.

Versión de Daniel Santos con la Sonora Caracas:

https://www.youtube.com/watch?v=8qswMMZJkKA

Al gringo del cuento le parece que las mujeres de más de cuarenta son un peligro, pero no sabe lo que significa meterse con una de menos de quince. ¡Son un desastre! Si no me creen, pregúntenle al profesor Humbert Humbert.

El concepto, para mí, es relativamente nuevo; desde que empecé a asistir a talleres de escritura literaria: “todo texto tiene varias lecturas” (lo que puede extenderse a toda película, toda pintura, toda escultura, toda canción, toda relación, etc.). En el cine, por ejemplo, hay quien se centra en la fotografía, quien en el guión, quien en la música, quien en la actuación, quien en la dirección, etc. Toda película tiene varias maneras de verla, o de “leerla”. En mi caso tengo un rasgo infantil, ingenuo, que consiste en buscar en los créditos de las películas hollywoodenses nombres y apellidos latinos. Cuando aparece, llama mi atención un doble, un carpintero, un electricista, un técnico de efectos especiales, una costurera de ropa de época que se llame Peter Pérez, José Rodríguez, o Amalia Valdés. Es una bobada, pero siento como si a los latinos se nos hubieran abierto las puertas de Hollywood de par en par. Qué pendejada. 

De ahí que llame mi atención el nombre de unas chiquillas cuyo comportamiento ha pasado a ser paradigma de una patología sicológica y actitud característicos: las Lolitas. ¿Qué es lo que tanto llama mi atención? Que Lolita es sinónimo de Doloritas, que Doloritas es diminutivo de Dolores, y que Dolores es un nombre hispano. ¡Vea, pues! Por cierto que tardé en aprender que una cosa es una mujer apasionada de cualquier edad, como tantas, y otra cosa es una ninfómana. La ninfómana padece una enfermedad obsesivocompulsiva de sexoadicción que no la deja ser feliz ni hace felices a sus amantes que muchas veces hacen una fila de ocho o diez muchachos ávidos turnándose una mujer más ávida que ellos, para quedar todos desencantados de su avidez. Contrario a lo que los adolescentes creen, lo peor que puede pasarles es encontrar en su camino una insaciable ninfómana a la que nada satisface y suele dejar la autoestima del cabrío de turno por el suelo.

El anónimo escritor alemán Heinz von Lichberg escribió en 1916 un cuento corto titulado “Lolita” acerca de un hombre maduro que se enamora de una ninfa, una niñita, y habría que advertir que esta niñita es apasionada, pero no ninfómana. Se enamora es un decir, puesto que en esos casos suele suceder (y esto lo he aprendido por experiencia ajena, ¡ay, Viviana!) que son las Lolitas las que tienden la trampa para seducir al profesor, al padrastro, al vecino, al supuesto “pervertido seductor de turno”. Suelen ser adolescentes de 14 años, con cara de púberes de 12 y mentalidad de mujeres de 18. Ni más ni menos. Eso lo supe porque iba con un amigo por un sector donde hay un tenebroso callejón de hoteluchos, cuando de uno de ellos salió una mujer viciosa de rostro ajado, cuasi indigente, acompañada de un anciano. La mujer hizo el intento de saludar a mi amigo y él “se hizo el loco”. Sonó en nuestros oídos la canción de Garzón y Collazos: “¿Ves esa vieja escuálida y horrible? Pues aunque hoy parézcate imposible, fue la mujer más bella entre las bellas” y me contó su aventura de cuando siendo un hombre treintón o cuarentón fue atraído por Viviana, una chiquilla que iba a la tienda de la esquina a comprar cualquier cosa sólo por tener el pretexto de sentarse un momento en su mesa y pedirle que le regalara una gaseosa. De cómo ella se descalzaba de sus sandalias y le buscaba la pantorrilla con su pie desnudo hasta encontrarle la entrepierna. De cómo montó guardia una vez a la espera de la salida de su esposa para el mercado y se coló en su casa. De cómo lo atrajo y lo sedujo y lo envolvió en esa aventura a la que él le tenía temor sobre todas las cosas por las implicaciones en su hogar, con los padres de la niña que eran sus amigos, con los vecinos, con la sociedad, con el mundo: “Hasta cárcel me hubieran dado, o bala, por corrupción de menores”, me dijo. Él fue la víctima, hasta que la familia de ella se fue a vivir a otro lado y la chiquilla seguramente encontró otro hombre maduro para seguir el juego –porque así son ellas–, antes de convertirse en la mujer prematuramente envejecida y aspecto de viciosa que vimos salir del hotelucho, “flaca, fané, y descangayada”, como dice el tango discepoliano. La mujer que vimos había dejado de ser Viviana para entrar a parecerse más a su abuela que a su madre. 

Esta noche me emborracho”, tango con letra y música de Enrique Santos Discépolo, en la voz de Carlos Gardel con acompañamiento de guitarras:

https://www.youtube.com/watch?v=oAAs2srfvgw

El tema de las Lolitas debe ser tan antiguo, creo, como la misma humanidad; sólo que por siglos de siglos fue un tema tabú para la literatura. Pero casos se tienen que haber visto en tiempos de griegos y romanos, de tirios y troyanos, casos se tienen que haber visto.


Woody Allen y su hoy esposa (antigua hijastra) Sun Yi Previn

En 1955 el escritor ruso Vladimir Nabokov publicó la novela “Lolita”, que fue un éxito, como sabemos; y fue el autor del guión de la magistral película de 1962 dirigida por Stanley Kubrick con el actor James Mason en el papel del profesor Humbert Humbert (personaje tomado al parecer de uno de la vida real que falleció en 1950, al igual que su amante que falleció de parto en el mismo año), con Shelley Winters en el papel de la viuda Charlotte Haze, y con Sue Lyon en el papel de Doloritas “Lolita” Haze. Los espectadores creen ir a ver una película de sexo y erotismo, pero sus expectativas se cumplen sólo en un 50% porque el otro 50% consiste en una película ¡De terror! No quiere uno estar en el papel de ese profesor que entró en una caída vertiginosa por haberse dejado seducir de su Lolita. Película extraordinaria en todo, menos en un par de detalles, para mí. En primer lugar, las limitaciones de la época de la filmación a mediados de los cincuenta del siglo XX hacían que las películas no pudieran ser tan explícitas como las de ahora. En esos tiempos se hacía un escándalo porque alguna actriz mostrara las rodillas, y hoy las cámaras se adentran hasta un letrero que dice “clítoris a la derecha”, ya no hay misterios ni secretos ocultos. Pero, en segundo lugar, hay mujeres de 18 que en su fisonomía parecen de 14; y hay mujeres de 14 que parecen de 18. Lolita era una niña de 12 años en la novela de Nabokov pero, por razones de censura, para el guión de la película debió ser transformada en una de 14. Se escogió como Lolita a una actriz que tenía 16 y aparentaba 18, y el resultado para un quisquilloso como yo es una mujer de 18 desempeñando el papel de una de 12. Nada que ver.


Sue Lyon en el papel de la Lolita de los años 60

En 1997 el director Adrian Lyne vuelve a filmar la película con Jeremy Irons en el papel del profesor Humbert Humbert, Melanie Griffith en el de la viuda Charlotte Haze, y Dominique Swain en el de Lolita. Aunque fílmicamente la película de finales de los 90 es inferior a la de principios de los 60, a mí me sedujo porque la Lolita, en esta vez, me pareció más creíble. Además la época permitía mostrar más y, sin llegar al destape total, ser un poco más explícita. Estamos en los tiempos del “pan pan y el vino vino”.


Dominique Swain en el papel de la Lolita de los años 90

Como otra curiosidad encuentro que en la banda sonora de la película protagonizada por Irons y Swain aparece la canción “Amor, amor”, con letra de Ricardo López Méndez y música de Gabriel Ruiz Galindo, cantada por Bing Crosby en traducción al inglés de Sunny Skyler, en la que la palabra amor aparece pronunciada en español. 



Natalie Portman  en el papel de Matilda

No hace mucho vi un par de veces la película “León, el profesional” con Jean Reno en el papel de un tierno asesino. Es sicario profesional, sí, pero en la película es de una terneza conmovedora que ayuda a una Lolita (es la palabra que a uno se le viene a la mente cuando la ve) que no es Lolita en el sentido estricto de la palabra porque la Matilda (tal es su nombre) desempeñada por Natalie Portman es una ingenua niñita de 12 años que no tiene mentalidad de Lolita. Hace cosas ingenuas (dos o tres bobadas) pero sin malicia, sin intención de seducir. Yo ya me estaba autorregañando por tener una mente pervertida y creer que Matilda era una Lolita, pero he visto este video en el que se hace un paralelo entre la película “Lolita” de 1997 y “El profesional” y entonces encuentro que la Matilda que no es Lolita, sí es Lolita; y que las semejanzas entre las dos películas no son pocas. Interesante lectura, muy interesante.


Pasa en la vida, pasa en las películas, pasa en TNT.

Winston Manrique Sabogal escribe en septiembre 15 de 2015, en la sección Cultura de El País.com de Madrid (España), un artículo comentando esa novela, esa película, y las circunstancias del tiempo en el que fue filmada la primera versión.


El boom de esa novela y esa película a mediados de los años 50 consistió en que Nabokov sacó del clóset el eterno síndrome sicológico de la Lolita adicción que los hombres padecemos transmitido entre los genes del pecado original.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Lolita”, balada rock de Jimmy Harry y Alaina Beaton compuesta para la cantante Belinda Peregrin, en interpretación del grupo Trova Nimbo de la ciudad de Morelia (México):

https://www.youtube.com/watch?v=SDSSJVEtnLY

Llaman al timbre.
Salgo a mirar,
abro la puerta,
y estas ahí.
Dulce regalo
que Satanás
manda para mí.

Su asignatura 
quiero aprobar. 
Explíqueme 
otra vez la lección, 
deme una clase particular, 
señor profesor”.

Lolita,
me excitas,
perversa piel
de melocotón.
Lolita,
maldita,
adolescente
sin corazón.

Bajo la falda
de colegial,
cruzas las piernas
con intención,
y tu liguero
me hace olvidar,
la lección.

Hoy no has venido,
y había francés.
Vas a arruinar
mi reputación.
Sobresaliente
te puse ayer,
en pasión.

Lolita,
me excitas,
perversa piel
de melocotón.
Lolita,
maldita,
adolescente
sin corazón.

Niña de fuego
con labios
de mujer fatal.
Como se entere
de nuestros juegos,
tu papá...

Niña de fuego
con labios
de mujer fatal.
Como se entere
de nuestros juegos,
tu papá...

Lolita,
me excitas,
perversa piel
de melocotón.
Lolita,
maldita,
adolescente
sin corazón.

Niña de fuego
con labios
de mujer fatal.
Como se entere
de nuestros juegos,
tu papá...

Niña de fuego
con labios
de mujer fatal.
Como se entere
de nuestros juegos,
tu papá...

Armando "Catón" Fuentes Aguirre es un hombre más conocido por su seudónimo que por su nombre. El seudónimo sí es vox populi: Catón. Catón escribe para el periódico El Imparcial de la ciudad de Tijuana en México, y la Lolita de Catón me parece, sencillamente, de antología.

https://www.elimparcial.com/tijuana/columnas/Seduccion--20200609-0009.html




domingo, 4 de octubre de 2015

119. Eric Hoffer, filósofo estibador

Decía Eric Hoffer que “Para el viejo, lo nuevo son por lo general malas noticias”. 

Cuando me miro en el espejo, próximo a volverme septuagenario, y pienso en mi resistencia al cambio y mi negativa a dominar los Smart Phones de pantalla táctil y seguir aferrado al viejo teléfono celular Nokia que llamo “mi panelita”, viene a mi mente el recuerdo de mi abuela a la que el modernismo siempre atropelló y zarandeó. Nunca aceptó comprar tabacos hechos en fábrica, e insistió en fumar solamente los que ella hacía con hojas de cosecha compradas en la plaza de mercado. Nunca aceptó las arepas precocidas de los supermercados, e insistió en cocer ella misma el maíz, y molerlo, y armar las arepas entre sus manos, y ponerlas en la callana, y asarlas al fuego de la leña, o del carbón de leña, o del carbón de piedra que a veces usó en su cocina llena de humo y de la ceniza y del calor de las brasas. Lidia le dio aceptar la estufa eléctrica, y tiempo tardó en reemplazar la vieja plancha de calentar al carbón por la plancha eléctrica que le producía pavor al tratar de conectarla, por miedo a electrocutarse. El manejo de la lavadora lo dejó en manos de mi madre porque los comandos, secuencias, y botones, la asustaban. Uno de los últimos aparatos electrodomésticos que entró en casa fue un horno micro ondas, que ella convirtió en un decorativo cajón para guardar el pan protegido de moscas y de hormigas, y nunca fue otro el uso que le dio porque partía la tajada de pan que iba a comer y se iba a calentarla en el fogón del otro extremo de la cocina. No iba ella a arriesgarse a que esa cosa le explotara en la cara, cosa que nunca había pasado pero que ella le había oído decir a alguna señora de las que rezan el rosario en la iglesia antes de la misa.

Un horno micro ondas que no sirva para calentar, es como un alicate que se usa como martillo, como un compresor que sólo se usa como sacudidor, o como la inteligencia de algunas personas que nunca han trabajado pero son muy hábiles para jugar ajedrez. Como tiempo les sobra de su vagancia, desde temprano están en la esquina jugando ajedrez y juegan hasta bien entrada la noche. Son muy inteligentes… para jugar ajedrez. O como un señor a quien veía sentado en la puerta de su desvencijada casa de paredes desconchadas a punto de derrumbarse, de techo de tejas quebradas a punto de venirse al suelo, de puertas que olvidaron la última vez que recibieron una mano de pintura, de ventanas cerradas para que los transeúntes no vieran el reburujero que había en el interior. Desde las seis de la mañana, cuando yo pasaba para mi trabajo, ahí estaba él sentado leyendo. Al medio día, cuando yo pasaba para la cafetería a almorzar ahí estaba él con su libro en la mano, y por la tarde cuando yo pasaba a buscar el bus que me llevaría de regreso a casa ahí estaba él sentado leyendo. Ese señor no hacía otra cosa que leer, y no conozco a ninguna otra persona que leyera tanto como él. Su cabeza debía ser una cabeza pletórica de ideas y de memorización de párrafos de lectura. Cuando la muerte lo sorprenda, si aún no ha muerto, posiblemente él sea la persona que más libros haya leído en el mundo. ¿Para qué? Quizás él lo sepa. Yo no alcanzo a imaginarlo, puesto que jamás ha hecho otra cosa frente a mis ojos que leer.

Al decir de Eric Hoffer, “Una cabeza vacía no está en realidad vacía, sino que está rellena con basura. De ahí la dificultad de que una cabeza vacía haga algo”.


Video “La tiranía de los intelectuales”:

En la edición de la revista LIFE en español del mes de junio de 1967, correspondiente a la edición norteamericana del mes de marzo, salió un artículo que me impresionó (lo recuerdo como si fuera hoy), sobre el carguero bulteador o estibador portuario Eric Hoffer que llevaba muchos años descargando barcos cargueros en el puerto de San Francisco en California (USA). Hijo de padres alemanes venidos de la región de la Alsacia en la antigua Alemania, cuando tenía siete años su madre se cayó con él en brazos y a consecuencia de esa caída murió. Él quedó ciego y algunos años después, cuando andaba por los diecisiete, su padre murió. A los quince años recuperó milagrosamente la vista, y el temor de volver a perderla lo convirtió en un lector empedernido que leía tanto en el alemán nativo aprendido con sus padres, como en el inglés aprendido con la gente en las calles, un inglés que al decir de sus biógrafos siempre habló con un pertinaz acento o dejo alemán. Nunca estudió en instituciones académicas y su educación fue autodidacta, “hombre hecho a sí mismo” que dicen los norteamericanos, producto de sus insaciables lecturas. Por su educación burda de hombre poco cultivado en el roce social, curtido en las calles y tallado en la supervivencia, se hizo carguero o estibador portuario y ducho en el manejo de esa jungla o mundo aparte que es es el ambiente marinero. En los momentos libres del almuerzo o de los coffee break laborales siempre estaba leyendo o escribiendo en una larga sucesión de cuadernos de notas garrapateadas en su estilo. Para cuando la revista LIFE le dedica su artículo, ya los reporteros se han fijado en él y lo consideran un sociólogo y filósofo callejero. En 1951 había publicado su primer libro, de los más de diez que publicó, con ensayos sobre sus observaciones de la vida. Al salir el reportaje de la revista, a finales de los años sesenta, el presidente Johnson lo nombró en un comité asesor presidencial o “Comisión Nacional sobre las Causas y Prevención de la Violencia”; y en 1983, tres meses antes de morir a los 84 años, el presidente Reagan lo condecoró con la Medalla Presidencial de la Libertad. Sin ser siquiera diplomado como bachiller, y con una nula escolaridad, entre muchos otros honores recibió el Doctorado Honoris Causa en Humanidades otorgado por el Stonehill College; después de haber sido a mediados de la década de los sesenta profesor invitado en la Universidad de Berkeley en California, durante las acciones del Movimiento por la Libertad de Expresión. Largo trayecto de lecturas y de pensamiento había recorrido en su prolífica vida. Tal vez las oportunidades de estudiar como se debe, asistiendo a una institución educativa, no se le dieron, pero él tenía el deseo intenso de salir adelante o, para decirlo con sus propias palabras, “Cada deseo intenso es tal vez el deseo de ser diferentes de lo que somos… El deseo intenso crea no sólo sus propias oportunidades sino además sus propios talentos”.



Otro ejemplo de sus aforismos y filosofía de vida lo da la frase: “Es más fácil amar a la humanidad, en general… que al vecino”. Muchas otras frases suyas se encuentran en el siguiente enlace:



Su primer libro “El verdadero creyente”, es un libro que tiene que ver con el fanatismo y con la sicología de masas. Julio Seoane es el autor del prólogo para la edición española, al que tituló “El fanatismo de antes y el de ahora”, donde dice que “Sabemos desde hace tiempo que cuanto más se cita a un autor, menos se lee. Esto es precisamente lo que ocurre con Eric Hoffer, siempre citado, siempre presente en los repertorios de frases célebres, con cientos de páginas sobre aforismos en Internet, pero en general poco leído y mucho menos entre nosotros. Por eso merece la pena publicar ahora su principal obra”.


Dice Seoane, analizando la filosofía de Hoffer, que: 

El fanatismo nunca desaparece, pero a veces se disfraza de progreso y modernidad, de conocimiento verdadero y voluntad de creer, hasta que el verdadero creyente vuelve a enseñar sus afilados dientes y una vez más nos coge de sorpresa. Por eso necesitamos reconocerlo, antes y ahora, y Hoffer es una ayuda inestimable para espabilar nuestra conciencia y refrescar nuestra memoria sobre la multiplicidad de formas que adopta el fanatismo, incluidas las del momento actual”.

Su copiosa obra, incluidos los innumerables cuadernos de apuntes tomados a la hora del almuerzo o mientras esperaba la llegada de algún camión o algún vagón de ferrocarril, fueron adquiridos por el Instituto Hoover para su cuidado, bajo la vigilancia de la Sra. Lili Fabilli Osborne, su compañera permanente por largos años y albacea testamentaria. Mujer separada de su marido, y madre de un hijo que el escritor tomó como propio, había conocido a Eric como compañero de su ex esposo entre las estibas del muelle portuario . Ella y su anterior esposo siguieron siendo amigos, y la amistad de éste con Hoffer tampoco se alteró por la nueva relación al punto que a la hora de morir Hoffer era él quien le hacía compañía en la habitación, en un ejemplo de civilizada convivencia tal vez impensable para los hispanodescendientes portadores de la caliente sangre latina.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)