domingo, 14 de octubre de 2018

255. Maestro Rivillas entre vihuelas, liras, bandurrias, y bandolas

Dice el diccionario que la bandolera es “Una correa que cruza por el pecho y la espalda desde el hombro izquierdo hasta la cadera derecha, y sirve habitualmente para llevar colgada un arma de fuego”. De allí proviene el nombre para la banda presidencial, y de allí proviene por extensión el nombre para un instrumento musical de cuerdas que los músicos cargaban a la manera de aquellas armas de fuego descritas por el diccionario que dieron nombre a los bandoleros, trátese de bandidos o trátese de integrantes de una banda musical.

En Sevilla, Valle del Cauca, hay un Festival de la Bandola en el que se reúnen músicos intérpretes de este instrumento de cuerdas descendiente de la mandolina y parecido en su forma a la guitarra y el tiple, que son sus acompañantes en el formato de trío o de estudiantina. Parecidos, pero no iguales, puesto que aparte de otras conformaciones técnicas la diferencia entre estos instrumentos la da el sonido que; en el caso de la bandola, bandurria, lira, o vihuela, que son nombres distintos para un mismo instrumento; lo da un conjunto de cuatro órdenes dobles de cuerdas denominadas 1º, 2º, 3º, y 4º orden, pero pudiendo ampliarse a cinco… En fin, músicos tiene la música que saben entenderlo y tocan este instrumento ayudados por una uña plástica denominada plectro, para obtener una mejor sonoridad.

En Maní, Casanare, a 81 kilómetros de Yopal su capital, tienen erigido un Monumento a la Bandola; y en este caso se trata de la bandola llanera que tiene algunas diferencias, digamos pequeñas, con relación a la bandola andina.


Mónica Ramírez Ríos habla en su blog sobre el pintor Gabriel Montoya Márquez (1872-1925), contemporáneo del Maestro Francisco Antonio Cano Cardona (1865-1935) y discípulo suyo adelantado que recibía el encargo de colaborarle en sus obras complementando trazos, poniendo color, y haciendo labores propias de quien con su maestro compartía el taller de pintura. Fue su legatario cuando Cano viajó a París para aprovecharse de una beca de estudio que le fue concedida; y fue su reemplazo posteriormente, cuando Cano se radicó en Bogotá, donde murió. De Montoya dice Mónica que:


[… La mayor parte de su obra fue realizada al óleo, pero también se encuentran acuarelas como “El Maestro Rivillas” (1897), una representación de un intérprete popular; o “La Campesina de Santa Elena” (1916), que muestra una idílica mujer descendiendo por un sendero, una obra que refleja el toque paisajístico impreso por su maestro y por los referentes de la “Comisión Corográfica Agustín Codazzi” de la época. Se observan las flores, como sello personal, que lleva la mujer a sus espaldas y que se entre esconden un poco por la pañoleta que lleva puesta, de color amarillo pálido, sobre su cabeza… Su obra más destacada “El Vía Crucis”, una copia de un pintor alemán de nombre desconocido. Se compone de 14 grandes lienzos (3.50 x 3 mts.) cuya realización se contrató por concurso donde compitió honrosamente con su maestro Cano, resultando Montoya como ganador…].

Pintura del Maestro Francisco Rivillas 
realizada por el pintor Gabriel Montoya


Este Vía Crucis de Montoya salió ganador en ese concurso, pero suyas son también las primeras estaciones que estuvieron colgadas en la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en el barrio Buenos Aires, pinturas que fueron descolgadas para reemplazarlas por otras pintadas por el belga Georges Brasseur, desconociéndose el paradero de estas estaciones de Montoya.

En su nota Mónica Ramírez menciona la acuarela “El Maestro Rivillas”, que hace parte de la colección del Museo de Antioquia. Se trata del rionegrero Francisco “El Maestro” Rivillas Franco que, al decir de su hijo Jesús Amador “El Mono” Rivillas Muñoz de manera chistosa, y divertido por el juego de palabras, era un excelente músico, un reconocido  …“¡Bandolero!”. 


El Mono Rivillas se convirtió también en bandolero, y su bandola fue interpretada por él hasta tres semanas antes de morir, casi centenario, “porque los dedos todavía me dan para tocar música, pero mi corazón no resiste una misa con pólvora”. En sus últimos minutos dijo a sus hijos que lo rodeaban “No me lleven a la clínica, que allá no me pueden hacer nada porque es mi corazón el que no aguanta más”. Su viuda Gabriela Casas Restrepo, próxima a cumplir como él el centenario, lo acompañó en el rezo del “Alma de Cristo, Santifícame” antes de él entregar su espíritu al Señor, sin dolores, sin aspavientos, sin alharacas. Supo que ya era llegado el momento y apaciblemente se fue.

Tres días después, mientras corrían las novenas de rezos por su eterno descanso y la elaboración del duelo familiar estaba en su punto mayor, ella vio su espíritu venir de la cocina hacia el comedor, pero no se asustó sino que entró en disgusto: “¡Eeeeeh, no moleste Mono, que usted sabe que a mí no me gusta que me asusten con espantos, no me moleste!”. Él, sintiéndose regañado como tantas veces en la vida, resolvió dar vuelta a su espíritu e irse con el espanto para otra parte, a esperar a que a ella se le pasara la refunfuña.


En el video aparece Francisco Javier, su hijo mayor, entrevistando al Mono Rivillas; y Gabriela la esposa del Mono sentada entre él y Marta Elena, su hija menor. Estaban visitando al médico Javier en el municipio de Abejorral, cerca de dos meses antes del fallecimiento. De sus tres hijos médicos, Alonso es el menor. Suelen los médicos, y Alonso no es la excepción, ser escépticos con espíritus, milagros, y cosas de esas que se salen de lo pragmático que les enseña su profesión y entran en el campo de lo paranormal; por lo que él tomó la experiencia de su madre como “cosas de la imaginación… Hasta que a mí me ocurrió”.

Cuenta Alonso que un día se acostó bastante preocupado con unos asuntos personales que tenía qué resolver y a los que no hallaba salida. 

“Cosa de la medianoche y entre dormido y despierto sentí como un peso, una energía, que se posó a un lado de mi cama. Me pareció que, sin palabras, el Mono me transmitía telepáticamente la idea de que me tranquilizara que él estaba bien. Cuando volví a dormirme, como por arte de magia y ayudado por él, la solución que estaba buscando a mis problemas se me reveló. Otras dos veces he tenido esa sensación de su presencia velando mis sueños en una experiencia diferente a la que se siente cuando uno simplemente sueña con otra persona. Yo calificaría estas tres o cuatro experiencias, que no se han vuelto a repetir, como sensaciones sobrenaturales”.

Interesante testimonio de un hombre maduro, profesional de la medicina, que no mucho tiempo antes declaraba ser escéptico hacia estas creencias.

Decía el Mono Rivillas que él creía que su padre era el compositor de un pasillo lento, instrumental, que bautizó con el título de “Ralentando”. Así lo define un glosario de italianismos en la notación musical: 

“rallentando, rall.: ampliación del tempo, progresivamente más lento, que normalmente no se distingue del ritardando”.

Ese pasillo, según el Mono Rivillas, “al decir de los músicos contemporáneos de mi papá no se lo habían oído a nadie más y él era el único que se lo sabía de memoria y lo tocaba, por lo que ellos creían que era una composición de su autoría”. Todo parece indicar que así era, que no existe partitura con esa música de antes de que el Mono Rivillas hiciera la transcripción recordándola de oído, y que la única grabación casera del pasillo "Ralentando” de Francisco Rivillas Franco es este video interpretado por Jesús Amador, a quien acompañan Humberto Buitrago en el tiple e Ignacio Lopera en la guitarra, los músicos que cada ocho días se reunían con él en La Ceja a ensayar y a tocar su música, “una música en la que él con su bandola llevaba la melodía y nosotros lo acompañábamos”. Más de cuarenta años estuvieron tocando con el Mono que había pertenecido a la Estudiantina de Coltejer en los años cuarenta y cincuenta “y hasta toqué con Tinita López y Adelita Alzate en la emisora Ecos de la Montaña”. Del grupo musical de los últimos años hizo parte, hasta su muerte, la 2ª bandola interpretada por Genovina Uribe en cuya casa del barrio San Javier de Medellín se reunían a ensayar por ese entonces; y también hizo parte Samuel Otálvaro con la segunda guitarra. 

Dicen Humberto Buitrago e Ignacio Lopera que:

“Nosotros nos conocimos con el Mono Rivillas en la Estudiantina Departamental de Antioquia, pero nos cansamos de que nos llevaran en correrías políticas animándoles sus opíparos almuerzos y conformándonos al terminar con un sánduche y una gaseosa. Luego, una vez terminada la jornada hacia la medianoche, nos dejaban en Bello o en Caldas para que nosotros nos la arregláramos como pudiéramos para acabar de llegar a Medellín. Eso nos cansó y resolvimos montar una estudiantina casera para nuestro deleite, aunque tocábamos en algunas presentaciones familiares. Nos limitamos a tocar piezas de manera instrumental, y tuvimos un repertorio ensayado de más de ochenta pasillos, bambucos, y danzas; entre los que se cuentan unas nueve piezas que como el pasillo lento “Ralentando” creía el Mono, con los mismos argumentos, que eran de la autoría de su papá porque efectivamente a nadie más se los hemos oído tocar. Estos eran: El ciego, que es una rumba criolla; Ojos de María, que es una danza; Ralentando, Los Totumos, La Ñata, Clarita, Ausencia, Llanto y Risa, y Sentimiento. Tocaba estas piezas el Maestro Rivillas, y de él aprendió el Mono, pulsando las cuerdas de la bandola a dos y tres cuerdas entre el 1º y el 2º tendido; y esta técnica la usaba solamente con estas piezas, porque las demás las tocaba de la manera usual”.

Ralentando”, por El Mono Rivillas y acompañantes:


Esa música estaba transcrita en partituras con notación aprendida del maestro Carlos Vieco Ortiz, y la tenía organizada en carpetas marcadas alfabéticamente con el contenido de tres partituras, una para cada instrumento. Tales carpetas hechas de manera meticulosa y artesanal por el Mono Rivillas, que era “muy curioso” y de mucha habilidad manual, en algún momento fueron transformadas por él aplicando su inventiva para que la tapa se doblara hacia atrás como soporte y la parte delantera se convirtiera en un atril, facilitando la lectura de los músicos y el cuidado de las partituras que una vez interpretadas podían guardarse de nuevo en su lugar.

El maestro Francisco Antonio Rivillas Franco, nacido el 1º de abril de 1877, era hijo de Rafael Rivillas Correa y de María Ramona Franco Zapata; y estuvo casado en Rionegro con Tulia Muñoz Ospina, hija de Baldomero y de María. Tuvo el maestro Francisco por lo menos tres hermanos de nombres Ana Rosa, Froilano, y Hortensia; cuatro hijos de nombres Ana, Blanca, Rafael, y Jesús Amador; y descendía posiblemente del capitán español José de Rivillas que se instaló en el Valle de San Nicolás de Rionegro y al enviudar de su primera esposa doña María Gertrudis Gómez Arango se casó en segundas nupcias con doña Antonia Josefa Arango y Zafra Valdés… ¡Su suegra!; o sea que el capitán enviudó pero siguió estando en familia.

Decía el Mono Rivillas que: 

“Mi papá, aparte de ser músico, también era zapatero remendón y cargaba sus herramientas en un estuche. Se iba de correría todo el año, y regresaba al empezar el mes de enero, después de cumplir los compromisos de navidad. Llegaba cargado de regalos y era entonces cuando en casa se hacía la natilla y los buñuelos. Debido a esa costumbre, mis hermanos y yo vinimos al mundo por los días de octubre y celebrábamos los cumpleaños en fechas cercanas pero, cosa curiosa, nunca supimos de hijos suyos nacidos en otros lados como hubiera sido de esperar en un músico ambulante”.

Hernando Gómez Rivillas, hijo de Ana, resultó ser también un buen intérprete de bandola que siendo niño alcanzó a ser escuchado por el abuelo. Dijo el Maestro Rivillas: “Pónganle cuidado a ese muchacho, que nos va a poner la pata a todos”. Para este momento el Maestro Rivillas ya se había dado al dolor con la música que transmitió a sus descendientes porque en un principio se oponía a que el Mono Rivillas se inclinara por ser músico como él, hasta que un día doña Tulia le dijo que dejara de molestar al muchacho porque la música le hervía en la sangre. Luis Carlos y Alonso, hijos del Mono, nacieron teniendo también inclinaciones musicales, “Pero no fuimos constantes, porque nos dedicamos más bien a otras cosas”. En esto se diferencian apenas un poco del Mono, porque cuando a él lo pusieron a estudiar con el maestro Carlos Vieco éste le dijo un día: “Ninguno de mis alumnos aprende tan rápido como usted, Mono, pero usted no va a llegar a ser buen músico”. El Mono le preguntó: “Y, ¿Eso por qué, Maestro Carlos?”. El Maestro Vieco le contestó: “Porque cuando termina la clase ellos se quedan practicando por una o dos horas, mientras que usted no ve la hora de que termine para salir corriendo hacia su casa. A usted le falta dedicación”. Si el Mono Rivillas logró lo que logró con la música sin tener vocación, llegando a ser un intérprete de bandola reconocido por sus colegas, ¿Qué tal que la hubiera tenido? “Mejor así, porque mi padre tenía razón. Con la música no consigue uno ni con qué merendar. Para vivir tiene que aprender uno cualquiera otra cosa”. A otras cosas se dedicaron Campo Elías, un hermano de Hernando; y Rafael, un hermano del Mono; que también fueron buenos intérpretes de instrumentos de cuerdas. Decía el Mono que sus dos tías, Ana Rosa y Hortensia, cantaban con buena voz.

El Mono Rivillas entró a trabajar como obrero en la fábrica de Coltejer del barrio La Toma en el año de 1935, y allí se jubiló después de treinta y ocho años de trabajo. Había ascendido a mecánico de máquinas textiles y pudo sostenerse por tanto tiempo gracias a su disciplina y buen comportamiento. Muchos compañeros vio pasar por allí en el transcurso de esas casi cuatro décadas, incluida su esposa Gabriela que entró a trabajar un año después y se hicieron amigos. “Duramos nueve años de amigos y vinimos a hacernos novios en el año de 1946 cuando falleció mi madre a quien había prometido que, siendo yo su hijo menor y los otros casados viviendo aparte, no dejaría sola. En el novenario nos hicimos novios, y cuatro años después nos casamos”. 


Quemaron esas etapas básicamente por dos razones: 

“La primera, que mientras éramos amigos ella estaba de novia con otro compañero de trabajo; y, la segunda, que nos hicimos novios pese a la oposición de mi suegra que no me quería porque decía que yo tenía dos de los peores defectos del mundo como eran el de ser músico, y a ella le parecía que todos los músicos eran pobres, sinvergüenzas y trasnochadores; y el otro defecto que ella me veía era el de ser ¡Liberal! Para una conservadora como ella ser liberal era un pecado mortal; hasta que entendió que, como decía un curita citado por don Benigno A. Gutiérrez: Para conservadores, no hay como los liberales de Rionegro”.

Delio Ramírez Toro y Elena Casas Restrepo, mis padres, contrajeron matrimonio el 1º de enero de 1945, y nueve meses después nací yo, el 2 de octubre. Se quedaron viviendo en casa de mi abuela Valentina Restrepo Atehortúa viuda de Casas, donde también vivía mi tía Gabriela Casas Restrepo que por esos días estaba soltera y pasando la resaca de un novio que resolvió casarse con otra. Pero mientras una vela se apagó otra se quedó encendida porque su compañero de trabajo y amigo el Mono Rivillas ya la asediaba a punta de serenatas que a él se le facilitaban como bandolista integrante de la Estudiantina de Coltejer. A cada nada salían de los ensayos y con dos o tres compañeros armados de tiples y guitarras paraban bajo los aleros de las ventanas de las enamoradas, o en proceso de enamoramiento, y ahí entraba mi tía Gabriela a ser objeto de tales atenciones. Yo era un bebé que dormía al pie de su cama mientras mis padres dormían en otro cuarto, y era también receptor obligado de esas serenatas que, puedo decirlo, recibía desde nueve meses antes de nacer. Una canción había que era el himno que identificaba esa relación y con la que abrían todas las serenatas que llevaba el Mono Rivillas: “Brisas del Pamplonita”, el bambuco de Elías M. Soto. Fue esa la primera canción de la que tuve conciencia que me gustaba en la vida, desde antes de tener uso de razón. Eso le permitió a mi tía deducir que el “Ay, Ay, quío…” que yo entoné tan pronto empecé a hablar era mi apócope de aquel cantar “Ay, Ay, Ay, si las ondas del río; / ay, ay, ay, si las ondas del río / revelaran las penas del corazón, / te contarían, luz de mi vida, / los amargos pesares de mi pasión…”, que fue la letra puesta por Roberto Irwin Vale a la música de Soto.

Brisas del Pamplonita”, grabada por Francisco Cristancho y su grupo en 1950:


Años después, a mediados de los años cincuenta, por los días de mis once o doce años, me llevó el Mono Rivillas al Teatro Junín en la esquina que hoy ocupa el Edificio Coltejer, a la temporada de la Compañía Española de Zarzuelas y Operetas de Faustino García, y allí se impresionaron mis sentidos con “Los Gavilanes” de Jacinto Guerrero, con “Luisa Fernanda” de Federico Moreno Torroba, y con “La del Soto del Parral” de Reveriano Soutullo y Juan Vert. Al Mono Rivillas debo mi gusto por esa música, por muchas músicas, por toda la música.

El Mono, nacido el 30 de octubre de 1918 y fallecido el 1º de junio de 2018, se casó con Gabriela Casas el 2 de enero de 1950, y son padres de Francisco Javier, Luis Carlos, Fernando, Ana María, Marta, y José Alonso Rivillas Casas; y alcanzó a conocer y disfrutar “de la nietamenta”, pero no alcanzó a conocer a ningún bisnieto “porque los nietos todavía nos los están debiendo”. Falleció faltándole cinco meses para cumplir el centenario.

Fotografía tomada en marzo de 2018

Sus nietos Ana María y Camilo Rivillas Castaño; Pablo Rivillas Yarce y Miguel Ángel Rivillas Restrepo; Valentina y Laura Galvis Rivillas; y Catalina, Alejandro, y Daniela Rivillas Cardona; afirman que “no pasa un día sin que nosotros recordemos al abuelo y las muchas cosas que él nos enseñó”. 

Treinta y un videos han montado los hijos y nietos con el Mono contando historias de los tiempos que le tocó vivir, videos que aparecen en You Tube bajo el título genérico de Jesús Amador Rivillas Muñoz.

Uno de esos videos es el realizado bajo la dirección de Juan Guillermo Toro en 2015 para la serie “Mi primera vez”, dentro de la beca “Arte y Cultura para la vida” de la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín. En él el matrimonio Rivillas Casas de 97 años de edad para ese momento, llegados de sus respectivos pueblos a Medellín en la década de los años 30, cuentan sus impresiones sobre esta experiencia.


https://www.youtube.com/watch?v=ig45Cns066Y&feature=youtu.be

Al Mono Rivillas hago referencia en el artículo “Mono Rivillas, máquinas de escribir de la decadactilografía a la pulgotactilografía”, insertado en este mismo blog.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



domingo, 7 de octubre de 2018

254. Mono Rivillas, máquinas de escribir de la decadactilografía a la pulgotactilografía

Landó es el nombre de un ritmo afroperuano, y es también el nombre de un carruaje cubierto tirado por caballos; pero Landero es el apellido de un novelista español:


Y también el apellido de Andrés Landeros, cantautor vallenato del Departamento de Bolívar, considerado El Rey de la Cumbia:


Sin embargo, hay una guaracha compuesta por la puertorriqueña doña Margarita “Margot” Rivera García, esposa de don Luis Rivera Esquilín y madre de Ismael “Maelo” Rivera Rivera (El Sonero Mayor), que se titula “Máquina Landera” y no se refiere a ninguno de los dos.

Máquina Landera”, en versión de Víctor Piñero con la Sonora Matancera:


Chumba la candela, maquinolandera) 
(chumba la candela, maquinolandera) 
(chumba la candela, maquinolandera) 
(chumba la candela, maquinolandera) 

Oh, oh, oh, oh (maquinolandera) 
ay, maquinita landera (maquinolandera) 
ayer se fue con Chavela (maquinolandera) 
se fue pa’ la rumbandela (maquinolandera) 

Máquina, máquina (maquinolandera) 
máquina, máquina (maquinolandera) 
a gozar y a bailar (maquinolandera) 
con su maquinolandera (maquinolandera) 

(Chumba la candela, maquinolandera) 
(chumba la candela, maquinolandera) 
(chumba la candela, maquinolandera) 
(chumba la candela, maquinolandera) 

Oh, oh, oh, oh (maquinolandera) 
no me hables tanta bobera (maquinolandera) 
no seas tan pamplinera (maquinolandera) 
estoy plantando bandera (maquinolandera) 

Con la maquinolandera (maquinolandera) 
máquina, máquina (maquinolandera) 
pero maquinolandera (maquinolandera) 
pero maquinolandera (maquinolandera) 

Oh, oh, oh, oh (maquinolandera) 
ay, maquinita landera (maquinolandera) 
esa negrita rumbera (maquinolandera) 
se fue corriendo pa’ fuera (maquinolandera) 

Para que nadie la viera (maquinolandera) 
con tremenda borrachera (maquinolandera) 
máquina, máquina (maquinolandera) 
máquina, máquina (maquinolandera) 

Maquinolandera (maquinolandera) 
maquinolandera (maquinolandera) 
(maquinolandera, maquinolandera) 
(maquinolandera, maquinolandera) 

Oh, oh, oh, oh (maquinolandera) 
ay, maquinita landera (maquinolandera) 
me voy pa’ la rumbedera (maquinolandera) 
esa negrita Manuela (maquinolandera) 

Oh, oh, oh, oh (maquinolandera) 
maquinolandera (maquinolandera) 
máquina, máquina (maquinolandera) 
máquina, máquina (maquinolandera) 

Oh, oh, oh, oh (maquinolandera)...

La canción es un tema bailable muy pegajoso y alegre, cuya letra sirve para ilustrar la tesis de que no todos los poemas son musicalizados, ni todas las letras de canciones son poemas. Este no es un poema. Es una sucesión de frases cuya misión es llenar el espacio con palabras en vez del tarareo. Digamos que no es una letra que tenga argumento, pero las frases algo tendrán que significar. No sé si sea producto de mi mente pervertida, o en el Puerto Rico de aquellos años, y en el contexto de la canción de algunas personas que se encuentran en un baile, estar “plantando bandera” signifique que el hombre está excitado. No sabría decirlo. La palabra máquina y su derivación máquino, puede referirse a un maquinista de tren, a un conductor de automóvil o camión, a un mecanógrafo, o como apodo a alguien que maneje o repare cualquier tipo de máquina en algún taller. El título lo encuentro como Máquina Landera, como Máquina Landero, como Maquinalandera, como Maquinalandero, como Chupa la Candela, como Chumba la Candela, y como Chumalacatela. Cada quien le pone lo que le parece oír.

Chupar la candela, puede referirse a un fumador de tabaco, claro; o metafóricamente a cualquier cosa que se relacione con chupar, así como meter candela no sólo se refiere a hacer fuego sino a ponerle entusiasmo a cualquier cosa. En fin, ¿En qué estaría pensando doña Margot Rivera cuando escribió esa letra, en qué estaría pensando?

Su hijo Maelo no sólo fue contemporáneo de Daniel Santos, sino que con el tiempo terminó enamorado de Gladis Serrano, una exmujer del Inquieto Anacobero que tenía un hijo pequeño de Daniel. Maelo le planteó la situación a Daniel, pero éste no tuvo inconveniente en que su amigo se casara con su exmujer y criara al chico. Fue así como su amistad se convirtió en una especie de compadrazgo o amigable componenda.

Doña Vicenta Gómez Diago era hija de don Vicente Gómez Restrepo, y por lo tanto descendiente de don Alonso López de Restrepo Méndez, que en el siglo XVII llegó desde España con su primo Marcos López de Restrepo Águila al Valle de Aburrá, y cuya descendencia se regó por todo el país. Me refiero a la de don Alonso, puesto que la de su primo no, porque él no tuvo bisnietos hombres sino que todas fueron mujeres. 

Doña Vicenta era la madre de José Asunción Silva Gómez, el célebre poeta suicida que pidió a su amigo, el médico Juan Evangelista Manrique, en cuyo honor se nombra el barrio Manrique de Medellín, que le dibujara con mercurio una cruz en el sitio exacto del pecho donde queda el corazón. Fue sobre esa cruz donde descerrajó la bala que le quitó la vida. ¿Por qué lo hizo? Se dice que no pudo soportar la muerte de su hermana Elvira, de quien estaba incestuosamente enamorado. Son dos motivos suficientes: un amor imposible y la pérdida del ser querido. Estaba, además, el fracaso económico de sus negocios, con pérdida total de su fortuna, y demandas de los acreedores que incluían el pleito por mala administración que le puso la familia Diago, de su abuela materna. Duro eso de verse uno demandado judicialmente por su propia abuela. Y estaba algo que le ha pasado a muchos, aparte de él, pero no es consuelo para un poeta y escritor al que le sobrevenga esa desgracia, de ver perdido el trabajo de años, sepultado por el destino en las profundidades del mar, según cuenta doña Wikipedia de Google: 

“El 28 de enero de 1895, el barco a vapor Amérique, que lo trae desde Venezuela, naufraga frente a Barranquilla. Se hunden con él los manuscritos de su obra. El Libro de Versos y los Cuentos Negros, que pensaba publicar”.

Una cosa así, es como para deschavetar a cualquiera. Para finales del siglo XIX la máquina de escribir estaba inventada pero, supongo, su uso no estaba tan extendido y muchos escribían sus obras a mano, con anotaciones en fichas, en libretas y cuadernos, que luego los tipógrafos tenían que articular y componer al imprimir los libros. Eran tiempos en que no se entregaban los manuscritos en disquette, en CD o en USB, ni se sacaba backout o copias de seguridad por si las moscas se enloquece el disco duro. 

Supuesto el caso de que Silva tuviera una máquina de escribir, lo imagino con su meticulosidad y parsimonia introduciendo sus cuartillas en la máquina y escribiendo trabajosamente línea por línea con el golpeteo de esas trogloditas teclas que requieren fuerza de herrero en los dedos pero eran accionadas por las delicadas manos de Silva. Equivocándose. Corrigiendo. Acatando a agregar un párrafo imposible de insertar y, entonces, copiándolo en otra hoja con flechas y señales equivalentes a nuestro “cortar aquí y pegar allá”. 

Yo soy testigo del final de la máquina de escribir, cuando las mecanógrafas de las notarías desarrollaban habilidad para escribir con rapidez en los folios numerados de papel sellado en que se escribían las escrituras públicas, y ponían al final de la hoja notas, aclaraciones, explicaciones, otrosíes, erratas, y cosas de esas para dilucidar errores cometidos en la mitad de una página. Horrible tener que repetir hojas enteras porque el error cometido era insalvable e imperdonable. Horrible. Recuerdo eso. Pero también soy testigo de la llegada del computador personal y de los textos que se escriben hoy en día con el sin fin de posibilidades de cortar, pegar, trasladar frases y párrafos completos, cambiar el contenido, sustituirlo por otro, precisar, dar formato con diferentes tipos de letra, aplicar la bastardilla, quitarla, poner letra en negrilla, ponerla en subrayado, llevar todo a mayúsculas, regresarlo a minúsculas, cambiar la fuente, cambiar el color, dar sangría a los comienzos de párrafo, aumentar o disminuir tamaños, introducir viñetas, justificar, en fin. Creo que no soy capaz de regresar a escribir como lo hacían en los antiguos tiempos, que para mí equivalen a la escritura sobre piedra de las tablas de la ley, martillo y cincel en mano. Las viejas máquinas de escribir han pasado a ser, pues, unas piezas de museo; y algunos las compran para ponerlas en su colección particular, sobre todo aquellas que pertenecieron a escritores reconocidos y en las que se escribieron obras de la literatura universal. Son verdaderas joyas las de Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, William Faulkner, Marguerite Yourcenar, etc. Un coleccionista, por ejemplo, es el actor norteamericano Tom Hanks que ve un modelo de esos y se le tira en voladora para adquirirlo. Tiene un técnico italiano que es especialista en restaurar, pero ese técnico dice que no son sólo los coleccionistas los que las están reviviendo esas máquinas sino que hay personas que las adquieren para dedicarse a escribir en ellas. Se declaran enemigos del facilismo y la agitación de los tiempos modernos y quieren regresar a los tiempos en que se escribía a la luz de una vela hasta que a uno lo vencía el sueño. No soy de esos.

Coleccionistas de máquinas de escribir y el técnico italiano que las recupera:


El británico James Cook es un artista cuyos cuadros no se hacen con pinturas y pinceles sino con impresiones en ¡Máquinas de escribir! La suya es una obra llamativa:
Hay un curioso concierto para máquina de escribir y orquesta, compuesto por Leroy Anderson, y una curiosa versión de ese concierto por el humorista o comediante norteamericano Jerry Lewis.


EL MONO RIVILLAS Y SU MÁQUINA DE ESCRIBIR

En el año en que cumplí los cinco mi adorada tía Gabriela Casas Restrepo, obrera de la fábrica de Coltejer, la mujer con quien yo de niño dormía en el rincón de su cama, se casó con Jesús Amador “El Mono” Rivillas Muñoz, mecánico de textiles y músico intérprete de la lira, bandola, o vihuela, el instrumento de cuerdas que acompaña al tiple y a la guitarra en las estudiantinas y en los tríos de serenata. Nacidos ambos en el año de 1918, tenían 32 años entonces, y ahora ella está próxima a celebrar su centenario, lúcida y entusiasmada por el soplo de las 100 velitas que su recientemente fallecido esposo no pudo celebrar. A él le faltaron unos meses para cumplir esa efemérides porque la muerte no quiso esperar. 

Treinta y dos años era una edad que según los parámetros de la época los calificaba de solterones y de “vestir santos”, como alusión a las beatas colaboradoras que había en las parroquias para ayudar al cura en los preparativos de la Semana Santa vistiendo las imágenes de procesión. Para un niño de cuatro años, el hombre que se está llevando a la mujer que le arrulla los sueños “es un ladrón que le ha robado todo”, como canta José Luis Parales; y mi infantil reacción fue ir a la cocina a tomar un cuchillo porque yo quería matar a ese infame. Cuatro años se demoraron en tener sus propios hijos, y yo fui durante ese tiempo como un hijo adoptivo de la pareja, un sobrino consentido.

El Mono Rivillas es un personaje al que hago referencia en el artículo “Maestro Rivillas entre vihuelas, liras, bandurrias, y bandolas”, insertado en este mismo blog. 

A los doce años, y convertido en lector incansable, yo pasaba vacaciones escolares enteras metido en la biblioteca del Mono Rivillas con sus colecciones de libros, con su enciclopedia por tomos, con sus bibliotecas básicas de Editorial Salvat y del Instituto Colombiano de Cultura, con su colección empastada por semestres de la revista Selecciones del Readers Digest en español a partir del primer número en este idioma que salió en diciembre de 1940. Allí me nutrí de conocimientos en una gran variedad de temas que para mí fueron el embrión de lo que llaman “cultura general”.

Máquina de escribir portátil Smith Corona Super, mod. 54

En un rincón de la biblioteca del Mono Rivillas, sobre un tablón que hacía las veces de mesa, había una máquina de escribir portátil Smith Corona Super mod. 54 de cinta bicolor en rojo y negro, y en ella hice mis primeros pinos mecanográficos, chuzografiando teclas con los dedos índice y buscando trabajosamente las letras en un desordenado teclado qwerty que vaya uno a saber por qué razón venían ordenadas así. Tenía, entonces 12 años de edad.

Seis años después mi madre me matriculó en un curso de mecanografía en el Instituto Comercial Antioqueño con la señorita Emilia Duque Yepes, septuagenaria mujer a la que acompañaba su hermano “Don Leo” en la enseñanza decadactilar. Las máquinas de práctica eran unos armatostes Remington 12 Standard, y Underwood Standard Typewritter de duras teclas, cuyos ejercicios del manual tenían por fin agilizar el conocimiento de la ubicación de las letras y fortalecer los músculos de los dedos para que golpearan con fuerza. Nuestra meta, porque juntos estudiábamos mi primo Chepe y yo, era lograr la mayor velocidad en cantidad de palabras por minuto que obtenían las escribientes de notaría. Ese era un punto muy alto de alcanzar.

Poco después entré al mercado laboral, y tuve acceso a una máquina de escribir Underwood Five, cuyo dominio tuve que demostrar antes de que me permitieran acceder a la máquina de escribir eléctrica de la marca Brother, que era del uso privativo de la secretaria de gerencia. Una auxiliar de contabilidad hacía uso de una máquina Burroughs que no tuvo el privilegio de recibir mis caricias porque, como dicen, las cosas se parecen a su dueña, pero que debía ser muy molesta porque la mujer a cada nada lanzaba maldiciones, tiraba una hoja arrugada al cesto, y ponía una hoja nueva en el carro. Tal cosa era un fastidio. Para ese momento el Mono Rivillas había cambiado su vieja portátil por una Olivetti Lettera 22 de última generación, que relucía como una joya en el mismo rincón de su antecesora. Y para ese momento, también, yo era ya un mecanógrafo decadactilar acreditado y avalado por mis experiencias de trabajo. 

Finalizaba la década de los años 60 y en la oficina teníamos una sumadora manual de escritorio Divisumma 24, de tirilla, que llamábamos la caminadora porque a medida que uno accionaba la palanca para calcular e imprimir la máquina se corría unos centímetros y al final ya iba llegando al borde de la mesa. Sus patas eran unas chupas de caucho que se suponía tenían que anclarla a la lustrosa fórmica del escritorio, pero el polvo y la grasa las inutilizaban. Le hacía compañía una calculadora Facit NTK de escritorio, para multiplicar y dividir subiendo y bajando unas clavijas por el respectivo riel de cada cifra decimal. Se volvía uno un experto en accionar la palanca a velocidad muchas veces hacia adelante y muchas otras hacia atrás para obtener el resultado.

No supe cuándo pasó el tiempo desde que yo tenía cinco años hasta llegar al septuagenario que soy ahora. Fue en un suspiro. El siglo XXI me encuentra pegado a un teclado de computador de escritorio, decadactilar y todavía qwerty, olvidado de mis viejas máquinas obsoletas y negado a entrar en el mundo de las Tablet y los Ipod táctiles de toque fino. No he podido acomodarme al uso de la mecanografía pulgotactilar.

Pulgotactilógrafo de teléfono celular

Ha pasado el tiempo, y cumplí 74 años en el mes de octubre de 2019. Mi tía Gabriela Casas Restrepo, viuda de Rivillas, cumplió 101 años en el mes de agosto, y con las limitaciones propias de su edad conserva la lucidez, el caminar sin apoyo, y se acicala sin ayuda en las mañanas. Su esposo, Jesús Amador “El Mono” Rivillas Muñoz falleció cinco meses antes de cumplir los 100 en estado de lucidez mental, así el corazón no bombeara ya con suficiente fuerza. Ambos nacieron en el año 1918. Queda como recuerdo del Mono Rivillas la entrevista que le hicimos en compañía de Víctor Bustamante y de Luisa Vergara en su casa del municipio de La Ceja, entrevista que puede verse en el siguiente enlace.

https://neonadaismo2011.blogspot.com/2019/12/teatros-de-medellin-en-los-anos.html?fbclid=IwAR0nV9Vis1LISX9npCmtlaMzp5Id_iNfdagYX-F_ETGVJue8CcpY5_FzGgo

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)