domingo, 2 de septiembre de 2018

253. Los tres claustros de San Ignacio en Medellín; pasado, presente, y futuro de un patrimonio cultural



Dibujo de la hoy Plazuela de San Ignacio siglo XIX, en construcción, con 
el Colegio a la izquierda, la iglesia en el centro, y el Claustro 
Franciscano a la derecha en la imagen tomada de Internet

Sergio Restrepo Jaramillo fue un sacerdote jesuita, teólogo y filósofo, que adelantaba una importante labor pastoral en Tierralta, Córdoba, cuando a la edad de cuarenta y nueve años fue asesinado el 1 de junio de 1989 por dos sicarios de procedencia paramilitar, por considerarlo una piedra en el zapato para sus intereses.
Dos años antes, en 1987, los Jesuitas de Colombia habían vendido al Banco de la República una custodia de oro macizo, muy pesada, con una gran cantidad de joyas incrustadas y entre ellas 1486 esmeraldas de altísima calidad que le daban ese color verde que le valió el apodo de “La Lechuga”. Como se sabe, el oro macizo no se deja trabajar en orfebrería, y por lo tanto debe aleársele con otros metales, pero los orfebres encontraron la manera de rodear partículas de bronce con oro derretido, sin fundirlas con este, para obtener una consistencia que tuviera ese resultado prodigioso. Tal tesoro artístico fue obra del español Joseph Galaz, con dos orfebres que le ayudaron en la tarea. En el año de 1707 esa joya fue tasada en la cantidad de veinte mil pesos, que equivalen aproximadamente a unos dos millones de dólares en la actualidad. Eso son seis mil millones de pesos, mal contados.


La historia nos la contó a mis dos acompañantes y a mí otro Sergio Restrepo Jaramillo, un joven envigadeño que ha estado vinculado como asesor cultural a la Casa Museo de Otraparte donde vivió el filósofo Fernando González Ochoa, que ha sido director del Teatro Pablo Tobón Uribe de Medellín, y que es en la actualidad el Gerente de la sede del Claustro de la Caja de Compensación Familiar de Antioquia (COMFAMA), en la esquina suroriental de la Plazuela de San Ignacio, un hombre que trabaja al frente de unos ocho o diez jóvenes que administran ese lugar combinando la prestación de servicios de Comfama en la actualidad con la preservación de un edificio histórico cuya construcción se remonta al año de 1803, en los albores del siglo XIX, y con la proyección hacia un futuro inmediato en que “aspiramos a que se preserve por otros doscientos años, por lo menos”.

Después de la eficiente labor que durante once años desempeñó como directora de la Caja la Sra. María Inés Restrepo de Arango, haciendo de esta institución una de las más sólidas, bien manejadas, y prestigiosas del sector solidario, asumió en su reemplazo el joven David Escobar Arango, un egresado de EAFIT que hizo una brillante carrera graduándose con honores como ingeniero de producción y presentando una tesis que fue laureada. Abrió una oficina de consultoría empresarial y desempeñó diversos cargos tanto en el sector público como en el privado, llegando a la dirección de Comfama en el 2015 “en donde se proyecta para cosas más grandes porque es, en realidad, un hombre brillante”, según opinión que escuché. 

El secreto de todo buen administrador es rodearse de personas eficientes y eficaces, y el director encontró en Sergio Restrepo un buen miembro para su equipo.

Restrepo es un hombre que se sabe al dedillo la historia del claustro que maneja, y es un guía de palabra fluida que vibra con entusiasmo explicando paso a paso las circunstancias del lugar. Para empezar, nos contó que “La Custodia de la Lechuga” fue comprada a los jesuitas por cuatrocientos trece millones de pesos, equivalentes a unos tres y medio millones de dólares, como un valor simbólico. Se trataba de que la joya quedara en manos de la Nación como tesoro patrimonial bien resguardado, y la negociación incluyó una cláusula de restricción que impide venderla o cambiarle su destino diferente a hacer parte del Museo del Oro del Banco de la República. Ese valor se considera simbólico, porque representa solamente el peso del oro y de las joyas en báscula, sin incluir el valor agregado de la elaboración artística, que no es poco; y sin incluir el valor de aprecio afectivo, sentimental, e histórico, que es muy alto. “Tales cosas no pueden ser valoradas en dinero, como tal, porque son tesoros únicos que no pueden adquirirse en un supermercado”. Las cosas, dijo alguno, no valen lo que se pida sino lo que los demás estén dispuestos a pagar por ellas. De sacar esta joya a remate en una galería como Sothebys o Christies de Londres, el valor que adquiriría en la puja sería, seguramente, fabuloso. 

El gobierno no tenía los cuatrocientos trece millones de pesos disponibles en el presupuesto para la compra, ni podía desviar dineros destinados a otras prioridades, por lo que optó por pedir al Banco de la República que hiciera una emisión de billetes respaldados en pesos oro, nada menos que el oro de la Custodia de la Lechuga, con lo que se le pagó a los jesuitas. Estos, a su vez, destinaron ese dinero a un fondo para financiar programas de paz en el país, como los que han encomendado a los sacerdotes Gustavo y Francisco de Roux de su comunidad, y como los que financiaron la tarea del padre Sergio Restrepo Jaramillo en Tierralta, que le costó la vida.

No puede hablarse del Claustro de San Ignacio que ocupa Comfama en la actualidad, sin hablar también de la iglesia de San Ignacio que se encuentra al lado suyo en la plazuela de su nombre, y sin hablar también del edificio de la Universidad de Antioquia que se encuentra al otro lado de la iglesia. Las tres edificaciones componen un conjunto arquitectónico que es patrimonio cultural de la ciudad y se remonta al año de 1803, con más de dos siglos de existencia.

La Universidad de Antioquia no considera el año de 1801 como fundacional, a pesar de que ese fue el año en el que Su Majestad Carlos IV de España expidió la Real Cédula mediante la cual autorizaba la traída a Medellín de la Comunidad Religiosa Franciscana para la enseñanza primaria y secundaria, por considerar que Medellín “es el lugar más floreciente de la Provincia, mayor aún que Antioquia, su capital; que Medellín está situado casi en el centro del gobierno; que en toda la Provincia no hay otra religión, ni colegio o casa de enseñanza…”.

Los franciscanos llegaron a Medellín en marzo de 1803, tres meses antes de la fecha oficial de celebración universitaria el 20 de junio; y la celebración se efectúa dos semanas antes de la fecha de compra del terreno en el que se construyó la edificación, compra realizada el 5 de julio. La razón es que fue el 20 de junio de 1803 el día en que se empezó a impartir clases a los alumnos en un local alquilado en el costado norte de la Plaza Mayor, que hoy conocemos como Parque de Berrío, mientras se construía la edificación propia en la hoy Plazuela de San Ignacio.

Bajo la guía de Sergio Restrepo empezamos el recorrido del Claustro por la denominada Puerta del Perdón, en un pasillo que comunica este edificio con la iglesia que los jesuitas encomendaron al patronazgo de San Ignacio de Loyola, y que antes los franciscanos habían encomendado al de San Francisco de Asís. El conjunto arquitectónico que es patrimonio cultural de la ciudad en la antigua Plazuela José Félix de Restrepo ahora llamada de San Ignacio, lo componen tres edificaciones iniciadas en el año de 1803 por el franciscano Fray Rafael de la Serna a quien había sido encomendado fundar un colegio para la educación de los paisas, que hasta ese momento tenían que mandar a sus hijos a estudiar en Bogotá o en Popayán, lugares que antes de la invención del automóvil y del avión, y de la construcción de las carreteras pavimentadas, quedaban ¡lejísimos! a muchas jornadas de camino a lomo de mula por trochas dificultosas. Fray Rafael compró el terreno a los señores Manuel de Yepes y Manuel María Hernández, y encomendó el diseño y construcción a los frailes Casimiro Tamayo y Luis Gutiérrez. Tres elementos constituían el proyecto inicial consistentes en dos claustros para funcionamiento del colegio, el uno; y para el alojamiento de la comunidad franciscana, el otro; con una iglesia para la atención espiritual de la feligresía en el medio. La palabra claustro denomina unos cuartos en galería sostenidos por columnas que rodean un jardín o patio interior, y se aplica por lo tanto a los dos establecimientos laterales a la iglesia central. Aunque inicialmente estaba previsto que los franciscanos se hospedaran en el extremo nororiental de la plazuela y el colegio se situara en el suroriental, estos destinos se intercambiaron y se construyó primero el alojamiento de la comunidad en este último que es el actualmente ocupado por Comfama. Luego se construyó el colegio franciscano que evolucionó a convertirse en Colegio del Estado y luego en la Universidad de Antioquia, el que ahora conocemos como Paraninfo; y luego se construyó la iglesia en el centro. La edificación general tuvo cuatro etapas, incluido el agregado de un nuevo edificio sobre la carrera Girardot, detrás del actual Paraninfo, guardando armonía arquitectónica con el conjunto de la plazuela, que fue ocupado por la Facultad de Derecho inicialmente y después por la Institución Educativa Javiera Londoño. 

Cuatro patios hacen parte del ahora llamado Claustro y hay dos niveles enfrente a la plazuela, que se aumentan a cuatro niveles por la parte de atrás incluida una torre que se proyectó como observatorio meteorológico y astronómico, así como mirador, y fue la edificación más alta que en su momento tuvo la ciudad. 

Con el tiempo, ya para finales del siglo XIX, y después de varios conflictos bélicos y vaivenes políticos con confrontaciones entre la Iglesia y el Estado, los franciscanos habían sido despojados de la posesión convertida en cuarteles militares y en calabozos para albergar prisioneros de guerra. Al reintegrar a la Iglesia el lugar, no fueron los franciscanos sino los jesuitas los encargados de continuar, fundando allí el Colegio de San Ignacio que durante mucho tiempo lo ocupó. Para las primeras décadas del siglo XX la iglesia de San Ignacio se encontraba en medio de dos importantes lugares de estudio: la Universidad de Antioquia y el Colegio de San Ignacio, lo que generaba confrontaciones callejeras por rivalidades entre los estudiantes de uno y otro establecimiento. A la larga, el Colegio de San Ignacio fue trasladado para las cercanías del Estadio Atanasio Girardot en el occidente de la ciudad; y la Universidad construyó la Ciudadela Universitaria en el centro norte de una ciudad que había crecido de manera desmesurada comparada con la aldehuela que dio albergue a los comienzos de este conjunto arquitectónico, una aldehuela de apenas veinte o veinticinco mil habitantes calculados en la Real Cédula fundacional de la hoy Universidad de Antioquia.

En un futuro”, nos dijo Sergio Restrepo mostrándonos una amplia terraza al pie de la torre del mirador meteorológico, para cuya cima debimos subir por una estrecha escalera de caracol los setenta y cinco escalones de madera que nos separaban del último piso, “este lugar que fue precursor del Observatorio Astronómico queremos convertirlo en una librocafebar con mesas que permita contemplar los alrededores mientras se lee un buen libro, se degusta un buen café, o se consumen algunas copas moderadas con el sonido de la música ambiental apropiada. También queremos conectar esta edificación con la del frente en el costado sur de la plazuela, que también es de Comfama, mediante un puente peatonal a la altura del cuarto piso con el fin de darle unidad a las dos edificaciones que ocupa la Caja”. 

Es un proyecto ambicioso que, a no dudarlo, va por buen pie bajo la dirección de David Escobar y Sergio Restrepo  “Con un plan de inversión que, en principio, se calcula en miles de millones de pesos, y debe por lo tanto fraccionarse en etapas y ajustarse a los presupuestos de la entidad”. Tal plan de trabajo obedece a una política institucional de, cumpliendo con las reglamentaciones oficiales, preservarle a la ciudad un lugar que hace parte de la Historia de Antioquia. “Como decir que la esquina suroccidental de la plazuela, actualmente ocupada por Comfama, fue la casa donde vivió el magnate don Pepe Sierra y hay una placa que así lo registra”, nos dice Sergio; y luego agrega: “Pero tenemos que ser cuidadosos con el desarrollo sostenible y el medio ambiente. Este árbol que tenemos al frente, por ejemplo, va camino de ser centenario. En él se alberga el nido de una pareja de guacamayas amazónicas que están en vías de extinción y tenemos que cuidar, se alberga un panal de abejas que consideran ese árbol como su hogar y a nosotros nos consideran unos intrusos, y se albergan periquitos y otras especies que hay que cuidar. Todo parece indicar que ese árbol está vacío por dentro y habría que derrumbarlo, pues hay peligro de que alguna de sus ramas o el árbol todo se vaya al piso y caiga sobre los habitantes callejeros que juegan ajedrez en la plazuela. Ellos no están en vías de extinción, pero también hay que preservarlos”.

Para estas obras se requieren estudios previos y análisis, por lo que se espera contratar a una empresa especializada que escanee con equipos modernos el interior de los árboles para detectar los potenciales problemas, y ya hay un equipo que está analizando con técnicas arqueológicas las paredes y muros de soporte de la edificación. Por todos lados se encuentran lugares demarcando lo que los técnicos llaman calas estratigráficas, con el fin de estudiar los materiales usados y las pinturas aplicadas a través de las diferentes épocas de la edificación en los más de doscientos años transcurridos desde sus comienzos, para que las tareas de restauración no sean invasivas y respeten su evolución en el transcurrir histórico.

Menuda tarea les espera a los encargados, pero por fortuna se encuentra en buenas manos porque de estar al alcance de nuestros modernos urbanistas con seguridad el lugar ya habría sido demolido y en su reemplazo habrían construido un edificio habitacional de veinte o más pisos. Es lo que ellos suelen hacer.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Comentario recibido el 19 de agosto de 2018 de Sergio Osvaldo Restrepo Jaramillo de Comfama:

Hombre Orlando, me encanta tu artículo y hasta encontré datos históricos que no sabía, te agradezco poner de manera genérica los valores de inversión futura, hasta que esté aprobado todo el presupuesto de la caja para los próximos años. Un abrazo, Sergio.