SANTA LETICIA, VIRGEN Y MÁRTIR
El nombre de Letizia saltó a la palestra por cuenta de una periodista plebeya que conquistó el corazón de Don Felipe de Borbón, Príncipe de Asturias. Como Don Felipe ascendió al trono español, Doña Letizia dejó de ser la nuera de Doña Sofía y pasó a ser la Reina Letizia, investida del título protocolario de Su Majestad la Reina de España.
La diosa romana Ceres, que es la pagana patrona de la agricultura, fue dotada de un comprensible atributo por sus devotos latinos que la adjetivaron como “Laetitia”, la que da felicidad. Eso se entiende porque un año exitoso, pródigo en siembras y cosechas, se considera que fue un año bendecido por la diosa.
Hubo una joven británica, compañera de Santa Úrsula, que llevaba el nombre de Leticia y fue reconocida por la Iglesia Católica como Virgen y Mártir. Está inscrita en la cuenta de las once mil vírgenes. Santa Leticia figura en el santoral católico con varias fechas de celebración, como decir el 13 de marzo, el 25 o 27 de abril, el 18 de agosto, el 9 de septiembre, o el lunes de pascua caiga en la fecha que cayere; pero no es mucho lo que se sabe sobre su vida, obra, y milagros.
En la segunda mitad del siglo XIX el presidente peruano Mariano Ignacio Prado contrató al contralmirante norteamericano John R. (Randolph) Tucker para conformar y presidir la “Comisión Hidrográfica del Amazonas Peruano”, cuyo secretario era un ingeniero de nombre Timoteo Smith Buitrón, que era hijo de inglés y de peruana; comisión de la que hacía parte el ingeniero Manuel Chacón.
Según el genealogista David Asprey en “Brits in Iquitos, 1870” (Británicos en Iquitos en los años 70), Timoteo estaba casado con Cecilia Johnston, que era hermana del comerciante escocés Alexander B. Johnston. Timoteo y Alexander eran cuñados y socios de negocios, y luego Alexander se casó con Leticia Smith Buitrón, la hermana de Timoteo. Eran, pues, dos hermanos Smith y dos hermanos Johnston doblemente emparentados, los dos hombres cuñados y concuñados entre sí, cuya historia se pierde en las nebulosas del tiempo… dejando a un hombre desairado que inmortalizó el nombre de la mujer que lo desdeñó.
La comisión se instaló en la ciudad de Iquitos, que para ese momento era un moridero de tres vías paralelas al río Amazonas, cruzadas por ocho vías perpendiculares. Leticia era una mujer bellísima de la que se enamoró el ingeniero Chacón y la pretendió, pero no fue correspondido porque ella estaba enamorada del comerciante escocés con quien se casó; o de su fortuna, lo que a estas alturas de la vida ya no podrá saberse porque no quedan testimonios. Concedámosle el beneficio de la duda, teniendo en cuenta que es mejor vivir bueno que vivir maluco, y que un próspero comerciante escocés es más garantía de tranquilidad económica que un criollo ingeniero aventurero cuyos salarios estén, tal vez, envolatados.
Cuando Chacón llegó al caserío de San Antonio, que a orillas del río Amazonas había fundado en 1867 el peruano Benigno Bustamante, resolvió cambiarle el nombre por el de Leticia. Era su propósito ganar méritos frente a la mujer amada, pero no fue suficiente este detalle para hacerla desistir de sus propósitos de matrimonio con el británico. Como el caserío creció, el gobierno peruano sacó un decreto nombrando oficialmente a la población en homenaje al expresidente peruano Ramón Castilla y Marquesado, pero la gente lo siguió conociendo extraoficialmente con el nombre de Leticia, la ciudad que hoy es capital del departamento colombiano del Amazonas. La bella Leticia sigue presente e imborrable en el nombre de esta ciudad que fue bautizada por el desengañado hombre que pretendía desposarla, y no lo logró.
La diosa romana Ceres, que es la pagana patrona de la agricultura, fue dotada de un comprensible atributo por sus devotos latinos que la adjetivaron como “Laetitia”, la que da felicidad. Eso se entiende porque un año exitoso, pródigo en siembras y cosechas, se considera que fue un año bendecido por la diosa.
Hubo una joven británica, compañera de Santa Úrsula, que llevaba el nombre de Leticia y fue reconocida por la Iglesia Católica como Virgen y Mártir. Está inscrita en la cuenta de las once mil vírgenes. Santa Leticia figura en el santoral católico con varias fechas de celebración, como decir el 13 de marzo, el 25 o 27 de abril, el 18 de agosto, el 9 de septiembre, o el lunes de pascua caiga en la fecha que cayere; pero no es mucho lo que se sabe sobre su vida, obra, y milagros.
LETICIA, LA DEL AMAZONAS
Según el genealogista David Asprey en “Brits in Iquitos, 1870” (Británicos en Iquitos en los años 70), Timoteo estaba casado con Cecilia Johnston, que era hermana del comerciante escocés Alexander B. Johnston. Timoteo y Alexander eran cuñados y socios de negocios, y luego Alexander se casó con Leticia Smith Buitrón, la hermana de Timoteo. Eran, pues, dos hermanos Smith y dos hermanos Johnston doblemente emparentados, los dos hombres cuñados y concuñados entre sí, cuya historia se pierde en las nebulosas del tiempo… dejando a un hombre desairado que inmortalizó el nombre de la mujer que lo desdeñó.
La comisión se instaló en la ciudad de Iquitos, que para ese momento era un moridero de tres vías paralelas al río Amazonas, cruzadas por ocho vías perpendiculares. Leticia era una mujer bellísima de la que se enamoró el ingeniero Chacón y la pretendió, pero no fue correspondido porque ella estaba enamorada del comerciante escocés con quien se casó; o de su fortuna, lo que a estas alturas de la vida ya no podrá saberse porque no quedan testimonios. Concedámosle el beneficio de la duda, teniendo en cuenta que es mejor vivir bueno que vivir maluco, y que un próspero comerciante escocés es más garantía de tranquilidad económica que un criollo ingeniero aventurero cuyos salarios estén, tal vez, envolatados.
Cuando Chacón llegó al caserío de San Antonio, que a orillas del río Amazonas había fundado en 1867 el peruano Benigno Bustamante, resolvió cambiarle el nombre por el de Leticia. Era su propósito ganar méritos frente a la mujer amada, pero no fue suficiente este detalle para hacerla desistir de sus propósitos de matrimonio con el británico. Como el caserío creció, el gobierno peruano sacó un decreto nombrando oficialmente a la población en homenaje al expresidente peruano Ramón Castilla y Marquesado, pero la gente lo siguió conociendo extraoficialmente con el nombre de Leticia, la ciudad que hoy es capital del departamento colombiano del Amazonas. La bella Leticia sigue presente e imborrable en el nombre de esta ciudad que fue bautizada por el desengañado hombre que pretendía desposarla, y no lo logró.
PILAR, LA DE LETICIA
Es que cuando las mujeres están de por medio, algo puede pasar; como la Guerra con el Perú, de 1932 a 1933, que se libró oficialmente por asuntos de tratados y territorios trapezoidales, pero según el Dr. Alfonso López Michelsen tuvo como trasfondo el rapto de una amante, testimonio que recogí en el libro “Buenos Aires, portón de Medellín”.
“…Años después llegó a mi conocimiento el verdadero origen del infortunado episodio que desató el conflicto amazónico. Una mestiza de nombre Pilar, conocida como “La Pila”, era amante del alférez peruano Juan de la Rosa, encargado de la guarnición de Caballo de Cocha, en las vecindades de Leticia; pero, como en el caso de la Guerra de Troya, también requería sus favores otro pretendiente, que era nada menos que el intendente colombiano del Amazonas, don Alfredo Villamil Fajardo, uno de aquellos cachacos bogotanos de la época del Centenario. A pesar de sus atributos de dicharachero y galante Villamil fue quien perdió la partida, en la competencia con el rudo soldado, porque “La Pila” prefirió la compañía de De la Rosa y se estableció en forma definitiva en Caballo de Cocha. ¿Cómo iba a resignarse a tan afrentosa derrota nuestro compatriota? Sin parar mientes en que hacía apenas cuatro años que se nos había entregado el Trapecio Amazónico, y que era grande el descontento entre los peruanos con el Tratado Lozano-Salomón, optó por raptarse a la bella, acompañado de tres o cuatro agentes de policía que la obligaron a volver a Leticia…”.(1)
(1). Revista Historia de Credencial. Edición 4 de abril de 1990. La Guerra con el Perú, por el Dr. Alfonso López Michelsen.
ALICIA, LA DE LA VORÁGINE
Alicia fue el personaje de la novela La Vorágine de José Eustasio Rivera que se enamoró de Arturo Cova y, rompiendo con todos los cánones sociales y la pacatería que la rodeaban, lo siguió hasta lo profundo de la selva amazónica donde imperaba la casa cauchera del empresario peruano Julio César Arana. Esa historia de amores y desamores transcurrió en cercanías de la población que para entonces ya se llamaba Leticia, y Alicia vendría a ser otra de las mujeres que ligaron su nombre al de esta población situada en el Trapecio Amazónico Colombiano.
LETICIA, LA DE LA GUERRA COLOMBOPERUANA
“El conflicto colombo peruano…”, por Mónika Liliana González Peña y Gabriel David Samacá Alonso:
LETICIA Y LORENA,
LAS DE TARAPACÁ
EN MIERDA CALIENTE
Tunupa y Tarapacá fueron dos deidades de los indígenas de la Amazonia, similares al dios Viracocha; dioses del volcán, del rayo, y del trueno. Cuando el combate de la población peruana de Tarapacá en 1933, ese nombre ya existía desde tiempos aborígenes y daba nombre a muchos lugares territoriales del antiguo Imperio de los Incas. Para ese entonces, la diosa Fortuna había abandonado al contralmirante John R. Tucker, que murió de infarto en su natal Virginia (USA) sin haber podido lograr que el gobierno peruano le pagara los mil novecientos sesenta y un soles de honorarios que le debía por sus servicios.
Al promediar la década de los años diez del siglo XX varios europeos llegaron a integrar la colonia judía de Medellín, entre ellos los hermanos Rabinovich de quienes, al decir de Albéniz Vélez:
Al promediar la década de los años diez del siglo XX varios europeos llegaron a integrar la colonia judía de Medellín, entre ellos los hermanos Rabinovich de quienes, al decir de Albéniz Vélez:
“Se decía que llegaron pobres a la ciudad y empezaron vendiendo telas de casa en casa cuyo muestrario ofrecían a la mano colgado del brazo. Los llamaban maneros, y se idearon la forma de vender a crédito para pagar por cuotas semanales que anotaban en una tarjeta. El truco consistía en pedir como primera cuota el valor de la pieza al costo, y arriesgar las ganancias a crédito confiados en la buena fe de los deudores. Como eran más los que pagaban cumplidos que los que se perdían, consiguieron plata”.
Esto es confirmado por el periódico El Espectador el 13 de mayo de 2008 en el artículo “El cementerio de los judíos” de Luisa Fierro, que dice:
“Los judíos comenzaron a llegar a Colombia después de la Primera Guerra Mundial, procedentes de Rumania, Rusia, Polonia, Lituania, Austria, y el norte de África. Buscaban ganarse la vida, y huir de los tristes recuerdos que les traían las tierras donde crecieron. Según cuenta Azriel Bibliowicz en su novela El rumor del Astracán, las primeras colonias que llegaron a Colombia le habían escuchado decir a un judío que había visitado a Bogotá que: “Latinoamérica es el lugar donde se prospera”. Así que muchos llegaron llenos de ilusiones y se dedicaron al comercio. Pusieron almacenes de textiles e impusieron prácticas novedosas: vendían la mercancía a crédito y ofrecían productos de casa en casa. Si en el almacén se vendía a tres pesos, a plazos se vendía a 10. Los clientes pagaban veinte centavos por semana y tenían la oportunidad de pagar toda la deuda al terminar el año. Para 1950 ya había comunidades organizadas con cementerio, club y colegio propio”.
Los ancestros de los Rabinovich de Medellín vivían en Rusia antes de la primera guerra mundial, y es posible que fuera esta guerra la que los obligó a emigrar hacia Medellín, Colombia, ignorándose por qué fue esta la ciudad de su destino y no cualquiera otra de Latinoamérica.
Dice don David Rabinovich Geller en Tableros de Mensajes que:
https://www.ancestry.mx/boards/authorposts.aspx?uid=&uem=Eyzw5YJpnmjdd7amQ53bAseYQsxnvd67
“Mi familia emigró de Gomel a Krasnoyarsk de Siberia en Rusia alrededor de 1912, de allí pasaron a Medellín, Colombia. Dos hermanos, Saúl e Itzaak de Gomel, dieron lugar a tal vez doce o quince familias judías en Medellín. Escuché a mi padre decir en los años sesenta, que había oído que sus antepasados provenían inicialmente de Michailob. La esposa de Saúl, Guita, llegó a Medellín donde murió en 1937. Su nombre de familia era Geller (Heller o Heiller inicialmente)… La esposa de Itzaak era una Altzschuler. Hablé en Moscú con una prima, una nieta de Guita, quién murió hace unos diez años, y ella verificó un poco de la historia de la estancia en Krasnoyarsk”.
Lorena, supongo, debió ser una dama muy querida por su señor que quiso homenajearla poniéndole su nombre a la finca que adquirió en la fracción de La América (antes barrio La Granja) de Medellín. Por ese entonces, ni se pensaba en que llegaría a urbanizarse el sector de Los Laureles que se convertiría no sólo en barrio sino en comuna de la ciudad. Tampoco se pensaba en que la finca Lorena habría de convertirse en uno de los barrios de esa comuna. Su finca contigua, que era de propiedad de don Gonzalo Arango Ángel y su esposa, fue adquirida por los señores Bernardo, Samuel, y Arturo Rabinovich Altzschuler; que junto con sus primos David, Enrique, Isidoro, y Salomón Rabinovich Geller; y con su otro primo Simón Chaikin; fundaron y construyeron en ese lote una fábrica de tejidos. El lote, de aproximadamente 16.800 M2, costó $1.400 en el año de 1933. No eran una bicoca.
Al decir de un extrabajador de esa fábrica: “Alguna vez oí decir; no recuerdo si a Jorge, el hijo de don Moisés Farberoff Rabinovich, o a don Enrique Serebrenik; que del conflicto con el Perú fue de donde los Rabinovich tomaron el nombre para la fábrica”.
Acababa de terminar la guerra colomboperuana (1932-1933) y el nombre de Leticia estaba en boca de todos. Fue ese el nombre escogido por los Rabinovich y Cía. para su Fábrica de Tejidos Leticia S. A. (Telsa) que se publicitaba “Telsa, calidad excelsa”.
Cerrada la fábrica, ya en los comienzos del siglo XXI, esos terrenos sobre la Avenida 80 fueron adquiridos y ocupados por el gran Almacén Éxito de Laureles con su “Centro Comercial Viva”, y por detrás fueron construidos el Mall de Laureles y la Ciudadela Residencial Laureles al lado suyo.
La denominada Avenida 80 es una vía circunvalar en el occidente de la ciudad que a estas alturas del recorrido equivale a la carrera 81 de la nomenclatura urbana, y por detrás del Mall y de la Ciudadela Laureles corre la “verdadera carrera 80”. Frente a la ciudadela, en la verdadera carrera 80, quedaba un estadero bar denominado “El Paraguas”, que era muy concurrido por los empleados de la fábrica a la salida de sus turnos de trabajo, pero había otros que eran los preferidos por los obreros.
En la calle 44 (San Juan) nro. 80-05, al cruce con la Avenida Nutibara del barrio o comuna de La América, hay una esquina en donde ahora funciona “Mundo Cárnico”, una distribuidora mayorista de productos cárnicos, lo que equivale a ser más que una simple carnicería. Esa esquina en realidad está ubicada en la confluencia de las calles 44 y 42 con la Avenida Nutibara. Antes de eso, hubo una farmacia que luego fue trasladada al frente en diagonal (hoy Drogas La Rebaja). Antes de eso hubo una fábrica y venta de materas de barro que fue trasladada al otro lado de la calle; y antes de eso, una cantina o café o bar que fue propiedad de un señor don Juvenal y de su hermano, y era lugar preferido por los obreros de la fábrica para rematar con licor la dura semana en los días de pago, antes de salir trastrabillando hacia sus casas por el camino de Mierda Caliente. Otros bares del sector, como “La Carioca” de Adolfo Correa y “La Tablita”, también eran de sus preferencias; junto con tres o cuatro casas de lenocinio para obreros supuestamente discretas pero vox populi, entre ellas una más apropiada para empleados que quedaba contigua a la cantina “El Paraguas”. Una flota o acopio de taxis se instaló en esas “cuatro esquinas” con el nombre de Tax Tarapacá.
La cantina donde ahora está la carnicería “Mundo Cárnico” se llamó Tarapacá por el nombre de la población peruana donde se libró la conocida batalla durante la guerra referida, y por el nombre de Tarapacá terminó siendo conocido todo el sector de esa confluencia de vías en cercanías de la antigua fábrica de aguardiente o sacatín de don Pepe Sierra (hoy Conjunto Residencial Los Pinos) y de la actual Plaza de Mercado de La América a orillas de la quebrada Ana Díaz.
El octogenario don Arturo Gaviria Escobar recuerda que:
“Íbamos a la cantina Tarapacá cuando estábamos muchachos. Después don Juvenal y su hermano la trasladaron a donde ahora queda la Distribuidora de Pinturas Pintuco de la calle 44 nro. 79 B 88”.
¿Por qué fue acogido con tanto entusiasmo el nombre de Tarapacá?, pues porque estaba de moda a mediados de la década de los años treinta, y también para cambiar el malsonante nombre con que era conocido ese sector que muchos todavía recuerdan como “Mierda Caliente”. En algún momento trataron de bautizar el sector como “Doce de Octubre”, pero ese nombre no prosperó porque a la gente no le gusta que le impongan los nombres por decreto.
Don Luis Francisco Yepes Álvarez, que por entonces tenía 74 años de edad, decía para el periódico El Mundo de Medellín en junio 10 de 1997, según cita de Albeiro Alonso Ospina Zapata en su tesis de grado como antropólogo de la Universidad de Antioquia presentada en marzo de 2011, que:
“… Lo que es hoy Tarapacá lo llamábamos Mierda Caliente porque la gente hacia sus necesidades en la calle y uno tenía que pasar de piedra en piedra, fijándose bien donde iba a pisar”.
Bordeándola, y extramuros de la fábrica, había un camino o atajo que las gentes de los alrededores preferían en vez de la calle principal de San Juan, que era muy concurrida. Era un camino de herradura enmarcado por un cafetal, convertido en barrizal en las temporadas de lluvia, y en polvero en las de verano, muy buscado por las parejas que iban “a cogér selas” y “a cogér nolas” (ojo, en este caso la tilde no es un error de ortografía), y lo preferían por ser además muy solitario en el que podían orillarse a orinar hombres, mujeres, caballos y perros, con posibilidades de no ser vistos; o a hacer cualquiera otra necesidad hombres, mujeres, caballos y perros. No era raro, entonces, que cualquier transeúnte pisara algún recuerdo acabado de dejar que todavía estuviera como pan acabado de salir del horno, o sea caliente. De ahí salió el nombre para ese camino, nombre que también fue puesto a todo el sector que ahora conocemos como Tarapacá.
Pegada al muro de la antigua fábrica de Tejidos Leticia por la calle 40 desde el Almacén Éxito Laureles de la Avenida 80 hasta la verdadera carrera 80, y poco antes de llegar a ésta, vive la casi nonagenaria doña María Rodríguez Bedoya, que con su sexagenaria hija Ana Cecilia Fernández Rodríguez y sus dos perros se sientan en el antejardín de la casa a recibir el sol de la mañana. Antejardín es un pomposo nombre para el pequeño patiecito cementado que antecede a la entrada principal de la desvencijada casa, desvencijada por su antigüedad si se compara con los modernos edificios que han construido en sus cercanías. La calle sigue la sinuosa ruta del antiguo camino, y en la nomenclatura oficial aparece como carrera 80 B nro. 40-07.
“Un rico me ha mandado a decir que cuánto quiero por mi casa para que me vaya a vivir a otra parte porque él necesita el terreno para construir un edificio. Estoy esperando a que él venga personalmente a decírmelo para mandarlo a comer mierda porque yo vivo aquí desde que estaba de brazos y de aquí me sacan pero pasando por sobre mi cadáver”.
Entonces nos dio pie para preguntarle: “A propósito, doña María, ¿Cuál es el camino que llamaban Mierda Caliente?”. Abrió tamaños y desorbitados ojos y con contundencia respondió:
“Pueeeees, ¿Cuál ha de ser? ¡Este! Este que pasa por la puerta de mi casa era Mierda Caliente y así le decían a todo esto por acá hasta la manga que llamábamos “Los Mangos” a un lado de la quebrada Ana Díaz que todavía no la habían entamborado. Ahora está allí la Cooperativa de Consumo de San Juan. Eran tierras del viejo Emilio Moreno, y a un lado estaba la funeraria de don Salvador Cuartas. Por el otro lado, más allá de las tierras de Solina Mesa y Julio Acosta, quedaba el Palenque de los negros, en la carrera 84 con calle 35, más arriba del round point de don Quijote. Todo esto por aquí que llaman Tarapacá antes era Mierda Caliente, por ese camino que bordeaba la quebrada que fue apodado por un cura que no recuerdo si era el padre Pérez o el padre Chica de la iglesia de La América. Un día el padre de sotana y de tonsura, como se usaba en esos tiempos, se embadurnó las zapatillas de charol y hebilla en una plasta que algún cristiano acababa de dejar. Como así no podía celebrar la misa, arrimó a la casa del Mono Mesa para lavar sus zapatillas, y entre risas así bautizaron ellos este camino”.
Benditas sean Leticia y su dichosa guerra; y el dios inca de los truenos, rayos, y relámpagos; que le enfriaron la calentura y le cambiaron el nombre al camino de las selas y de las nolas.
Al decir de un extrabajador de esa fábrica: “Alguna vez oí decir; no recuerdo si a Jorge, el hijo de don Moisés Farberoff Rabinovich, o a don Enrique Serebrenik; que del conflicto con el Perú fue de donde los Rabinovich tomaron el nombre para la fábrica”.
Acababa de terminar la guerra colomboperuana (1932-1933) y el nombre de Leticia estaba en boca de todos. Fue ese el nombre escogido por los Rabinovich y Cía. para su Fábrica de Tejidos Leticia S. A. (Telsa) que se publicitaba “Telsa, calidad excelsa”.
Cerrada la fábrica, ya en los comienzos del siglo XXI, esos terrenos sobre la Avenida 80 fueron adquiridos y ocupados por el gran Almacén Éxito de Laureles con su “Centro Comercial Viva”, y por detrás fueron construidos el Mall de Laureles y la Ciudadela Residencial Laureles al lado suyo.
La denominada Avenida 80 es una vía circunvalar en el occidente de la ciudad que a estas alturas del recorrido equivale a la carrera 81 de la nomenclatura urbana, y por detrás del Mall y de la Ciudadela Laureles corre la “verdadera carrera 80”. Frente a la ciudadela, en la verdadera carrera 80, quedaba un estadero bar denominado “El Paraguas”, que era muy concurrido por los empleados de la fábrica a la salida de sus turnos de trabajo, pero había otros que eran los preferidos por los obreros.
En la calle 44 (San Juan) nro. 80-05, al cruce con la Avenida Nutibara del barrio o comuna de La América, hay una esquina en donde ahora funciona “Mundo Cárnico”, una distribuidora mayorista de productos cárnicos, lo que equivale a ser más que una simple carnicería. Esa esquina en realidad está ubicada en la confluencia de las calles 44 y 42 con la Avenida Nutibara. Antes de eso, hubo una farmacia que luego fue trasladada al frente en diagonal (hoy Drogas La Rebaja). Antes de eso hubo una fábrica y venta de materas de barro que fue trasladada al otro lado de la calle; y antes de eso, una cantina o café o bar que fue propiedad de un señor don Juvenal y de su hermano, y era lugar preferido por los obreros de la fábrica para rematar con licor la dura semana en los días de pago, antes de salir trastrabillando hacia sus casas por el camino de Mierda Caliente. Otros bares del sector, como “La Carioca” de Adolfo Correa y “La Tablita”, también eran de sus preferencias; junto con tres o cuatro casas de lenocinio para obreros supuestamente discretas pero vox populi, entre ellas una más apropiada para empleados que quedaba contigua a la cantina “El Paraguas”. Una flota o acopio de taxis se instaló en esas “cuatro esquinas” con el nombre de Tax Tarapacá.
La cantina donde ahora está la carnicería “Mundo Cárnico” se llamó Tarapacá por el nombre de la población peruana donde se libró la conocida batalla durante la guerra referida, y por el nombre de Tarapacá terminó siendo conocido todo el sector de esa confluencia de vías en cercanías de la antigua fábrica de aguardiente o sacatín de don Pepe Sierra (hoy Conjunto Residencial Los Pinos) y de la actual Plaza de Mercado de La América a orillas de la quebrada Ana Díaz.
El octogenario don Arturo Gaviria Escobar recuerda que:
“Íbamos a la cantina Tarapacá cuando estábamos muchachos. Después don Juvenal y su hermano la trasladaron a donde ahora queda la Distribuidora de Pinturas Pintuco de la calle 44 nro. 79 B 88”.
¿Por qué fue acogido con tanto entusiasmo el nombre de Tarapacá?, pues porque estaba de moda a mediados de la década de los años treinta, y también para cambiar el malsonante nombre con que era conocido ese sector que muchos todavía recuerdan como “Mierda Caliente”. En algún momento trataron de bautizar el sector como “Doce de Octubre”, pero ese nombre no prosperó porque a la gente no le gusta que le impongan los nombres por decreto.
Don Luis Francisco Yepes Álvarez, que por entonces tenía 74 años de edad, decía para el periódico El Mundo de Medellín en junio 10 de 1997, según cita de Albeiro Alonso Ospina Zapata en su tesis de grado como antropólogo de la Universidad de Antioquia presentada en marzo de 2011, que:
“… Lo que es hoy Tarapacá lo llamábamos Mierda Caliente porque la gente hacia sus necesidades en la calle y uno tenía que pasar de piedra en piedra, fijándose bien donde iba a pisar”.
Pegada al muro de la antigua fábrica de Tejidos Leticia por la calle 40 desde el Almacén Éxito Laureles de la Avenida 80 hasta la verdadera carrera 80, y poco antes de llegar a ésta, vive la casi nonagenaria doña María Rodríguez Bedoya, que con su sexagenaria hija Ana Cecilia Fernández Rodríguez y sus dos perros se sientan en el antejardín de la casa a recibir el sol de la mañana. Antejardín es un pomposo nombre para el pequeño patiecito cementado que antecede a la entrada principal de la desvencijada casa, desvencijada por su antigüedad si se compara con los modernos edificios que han construido en sus cercanías. La calle sigue la sinuosa ruta del antiguo camino, y en la nomenclatura oficial aparece como carrera 80 B nro. 40-07.
“Un rico me ha mandado a decir que cuánto quiero por mi casa para que me vaya a vivir a otra parte porque él necesita el terreno para construir un edificio. Estoy esperando a que él venga personalmente a decírmelo para mandarlo a comer mierda porque yo vivo aquí desde que estaba de brazos y de aquí me sacan pero pasando por sobre mi cadáver”.
Entonces nos dio pie para preguntarle: “A propósito, doña María, ¿Cuál es el camino que llamaban Mierda Caliente?”. Abrió tamaños y desorbitados ojos y con contundencia respondió:
“Pueeeees, ¿Cuál ha de ser? ¡Este! Este que pasa por la puerta de mi casa era Mierda Caliente y así le decían a todo esto por acá hasta la manga que llamábamos “Los Mangos” a un lado de la quebrada Ana Díaz que todavía no la habían entamborado. Ahora está allí la Cooperativa de Consumo de San Juan. Eran tierras del viejo Emilio Moreno, y a un lado estaba la funeraria de don Salvador Cuartas. Por el otro lado, más allá de las tierras de Solina Mesa y Julio Acosta, quedaba el Palenque de los negros, en la carrera 84 con calle 35, más arriba del round point de don Quijote. Todo esto por aquí que llaman Tarapacá antes era Mierda Caliente, por ese camino que bordeaba la quebrada que fue apodado por un cura que no recuerdo si era el padre Pérez o el padre Chica de la iglesia de La América. Un día el padre de sotana y de tonsura, como se usaba en esos tiempos, se embadurnó las zapatillas de charol y hebilla en una plasta que algún cristiano acababa de dejar. Como así no podía celebrar la misa, arrimó a la casa del Mono Mesa para lavar sus zapatillas, y entre risas así bautizaron ellos este camino”.
Benditas sean Leticia y su dichosa guerra; y el dios inca de los truenos, rayos, y relámpagos; que le enfriaron la calentura y le cambiaron el nombre al camino de las selas y de las nolas.
--Recomendado: Artículo “El Zepelín”, de Mauricio López Rueda en el nro. 102 de noviembre de 2018 del periódico Universo Centro de Medellín:
https://www.universocentro.com/NUMERO102/El-Zepelin.aspx
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
conoci a ruthy farberoff, a moises,su hermano, a Fernando Birbragher, a raquel farberoff, a jorge farberoff, a tulio rabinovich a moises diner, a moises faimboim , a su hermana jana, a bernardo diner, a bernardo diner,a isaac herscovich,a arturo yanovich, isaac yanovich
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