domingo, 18 de diciembre de 2016

183. Majija, personaje típico de Medellín a mediados del siglo XX

Los personajes típicos han inspirado a los músicos en temas que a veces llegan a ser muy conocidos y trascienden la vida de los así representados.

Es el caso en Bogotá de la maestra fusagasugueña Margarita Villaquirá Aya, que en la batalla de Palonegro perdió a su esposo liberal Nemesio Gutiérrez durante la Guerra de los Mil Días, cuyo hijo Miguel fue ajusticiado por causa de su reconocido partidismo liberal por unos soldados conservadores, esbirros del general Aristides Fernández, tenebroso y sanguinario exdirector de la Policía Nacional y Ministro de Guerra del sectario presidente José Manuel Marroquín, general a quien su sanguinariez le hizo merecedor de un poema de la autoría del poeta Julio Flórez titulado “El chacal de mi patria”. Flórez, que había sido encarcelado por sus ideas políticas y su casa requisada hasta en el relleno de los colchones, recibió una cartica de su madre en la que le decía que “…Paso la vida llorando por usted, y pidiéndole a Dios por quienes lo tienen en esa horrible cárcel…”. Al saber el dolor de su madre, Flórez le acomodó al general no solo el poema sino el apodo que arrastró hasta la tumba y nadie se atrevía a decírselo en su cara.

AL CHACAL DE MI PATRIA
Por Julio Flórez
[Lástima que mi estrofa a ti descienda
y tenga que azotar tus desnudeces;
porque, di: ¿no es verdad que no mereces
tanto en esta fatídica contienda?

Carcelero sin Dios y sin enmienda:
Por ti mi santa madre alza sus preces,
y tú la haces llorar... y hasta las heces
apurar del dolor la copa horrenda.

Escucha: tu banquete está servido;
tu mesa es del más duro calicanto,
tu manjar, un cadáver desleído;

tu convidado fúnebre: ¡el espanto!
Tu música, un sollozo, ¡un alarido!
Sangre tu vino rojo, y tu agua... ¡llanto!

Nadie quiere tu muerte; vive, vive,
y vive eternamente. El mal que has hecho
renace cada día en todo pecho,
y es tan grande... ¡que apenas se concibe!

Nadie quiere tu muerte; el que recibe
tu inmundo ultraje, como yo, y maltrecho
siente su corazón, tiene derecho
para verte vivir... ¿quién lo prohíbe?

Nadie quiere tu muerte; ojalá ahora
Jesús resucitara, que de fijo
al conocer tu garra destructora,

al ver que siempre tu maldad se agranda,
como a Ahsverus diría el gran Dios-Hijo:
¡Anda, monstruo, no mueras, anda, anda!

Una noche rondaste mi aposento...
¿Qué buscabas allí, mísero espión?
¿Allí, donde ha oficiado el pensamiento;
allí, donde ha gemido un corazón?

¡Qué! ¿Buscabas la flor de un sentimiento?
¿Una «Gota de Ajenjo», una canción?
¡No!... ¡Todo lo husmeaste y con tu aliento
impuro inficionaste mi mansión!

Y después, ordenaste a tu manada
de sabuesos inmundos, perro infiel,
arrojar a la calle destrozadas
y mustias mis coronas de laurel...
Coronas que no estaban empapadas
cual las tuyas, en ¡sangre, llanto, y hiel!

Lamiéndote las garras espantosas,
y ávido de matanza todavía,
te desplomaste al fin en pleno día,
émulo de los Francias y los Rosas.

Ya las cadenas fuertes y ruidosas
no se oirán más en la mazmorra fría;
ni a tu señal, despótica y sombría,
llenarán tus cadalsos nuevas fosas.

Si hoy nadie acusa tu felino anhelo
y abundan los cipreses y los sauces
porque tú lo quisiste —lodo y hielo—,

de tu hecatombe al ver los rojos cauces,
yo, un vencido, incorpórome en el suelo
¡para escupirte las sangrientas fauces!

Todo te he perdonado, todo, todo,
menos las gotas de dolor que tú le hiciste
derramar a mi madre!...¡Hoy ya no existe
la que me dio la savia de sus senos!

Vi sus ojos sin brillo, antes serenos,
y vi su rostro demacrado y triste
cuando salí de la prisión. ¡Tú fuiste
su matador, verdugo de los buenos!

Jesús no vio llorar a la que un día
le diera el ser: ¡oh no! Con santo encono
deshecho hubiera la feroz jauría.

Mas, si la vio llorar y ansiando el trono
del cielo, perdonó... yo, madre mía,
al que te hizo llorar, ¡no lo perdono!]

Fernández, quien finalizando la guerra ajustició a más de veinte generales liberales sin fórmula de juicio, y después de la guerra siguió asesinando a enemigos políticos que caían en sus garras, hizo de su hoja de vida una negra página de la vida nacional, embrión de la violencia política que recorrería todo el siglo XX. Margarita, la mujer que vio disparar las balas y morir a su hijo enloqueció, y se volvió de un liberalismo sectario y radical que hizo que tomara odio a los azules y vistiera de color rojo de los pies a la cabeza, cifrando su orgullo en haber saludado de mano a su ídolo el general Rafael Uribe Uribe, y acentuando su locura cuando el ídolo político de los rojos fue asesinado. La tragedia la convirtió en el hazmerreír de la ciudad. Milciades Garavito Wheeler le compuso una rumba fiestera que dice algo así como que: “Hay en Bogotá una loquita / que lleva siempre vestido rojo, / el semblante muy arrugadito, / y tiene muy chiquiticos los ojos. / La política es siempre su tema, / que va tratando con tez muy roja. / Cada ataque hace que unos le teman / con su problemática floja…”.

La loca Margarita”, rumba criolla de Milciades Garavito Wheeler


Contemporáneo con La Loca Margarita vivió en Bogotá Manuel Quijano y Guzmán, apodado Pomponio por sus pomposas maneras y por usar pompones en la solapa del saco de filipichín. Pomponio era aristocrático y de expresiones correctas, pero cuando le decían el apodo se salía de casillas y lanzaba madrazos a troche y moche, por lo que a los muchachos les gustaba picarle la lengua para oírlo decir esas barrabasadas entre hombres; sólo que cuando había damas en la cercanía le hacían la advertencia: “Oye, Pomponio, habla más pasito. Mira que ahí viene una señorita…”. Pomponio murió en los trágicos sucesos del 9 de abril de 1948, cuando el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.

Pomponio”, vallenato con letra y música de Julio Torres, interpretado por Los Alegres Vallenatos cantando Julio Torres y con Tito Ávila en el coro


El popular Trío La Rosa nació en Santiago de Cuba en el año de 1943, y grabó más de 200 temas hasta el año de 1979. Estuvo conformado por Juan Francisco de la Rosa, Julio León, y Juan Antonio Serrano.


Un ejemplo de las guarachas cantadas por el Trío La Rosa es “El Caimán”, que no hay que confundir con “Se va el caimán” de José María Peñaranda, tema que también fue interpretado por ellos:


Según informa el blog de Sandrito el Cubanito estuvieron en Medellín, Colombia, en el año de 1953; y hay registros de que grabaron para Discos Silver, la casa de propiedad de los hermanos José y Jesús Ramírez Johns en asocio con don Alfredo Díez Montoya, quien luego se retiraría para fundar a Discos Zeida el antecesor de Codiscos. Don Alfredo contraería matrimonio con doña Margot Ramírez-Johns Gutiérrez, hija de su antiguo socio don José. El trabajo que grabaron para Discos Silver es el LP 1004, de 1953, y lleva por título “Fiesta Tropical con el Trío La Rosa”.

Dice así el mencionado blog:

El popular trío anduvo por Colombia en el año de 1953, y tuvo presentaciones de gran éxito en Medellín donde tocó con Alberto "Tito" Ávila Leal, Rodrigo Soto Restrepo, y José Benito Barros Palomino. Cuando estuvieron con Tito Ávila grabaron `Antioqueñita´ (1953) – `Adiós mi amor´ – `Mi tristeza´ – `Cruel sufrir´  (1956) – `Una plegaria´ – (1961), y otros. Con Rodrigo Soto grabaron `Aunque te cases de blanco´ – `Agüita de canela´…”.

Entre los discos grabados para Discos Silver por el Trío La Rosa hay una guaracha que lleva por título “Majija”, y está dedicada a un personaje típico muy conocido en la década de los años cincuenta en esta ciudad. Ignoro si es de la autoría en letra y música de alguno de los integrantes de ese trío, o si tuvo aportes de algún medellinense. El personaje fue descrito así por el profesor Jaime Jaramillo Panesso en su artículo “Anatomía popular de paisas”, publicado en el periódico El Mundo.com en su edición de febrero 21 de 2010:

…Majija, quizás el más gozoso y gozado. Vestía de paisano en el día y en muchas noches de frac para ingresar al Club Unión invitado por algún socio fiestero. Siempre anduvo descalzo debido a una deformación de nacimiento. Su nombre José Antonio Ramírez. No hablaba normalmente, ya que lo afectaba el labio leporino. Cuando un médico le ofreció operarlo, contestó: `¿Jíiii? ¿Y entonjes je qué vivo yooo?´. Murió en Medellín el 19 de mayo de 1973…”.

Se llamaba José Antonio Ramírez, pero pocos conocían ese que era su verdadero nombre, ya que todos le decían Majija. A Majija lo acusaban de ser “jujujú”, o sea de mirar con ojos golosos a los muchachos, cosa que lo sacaba de quicio. Fue el frenillo de su labio leporino el que lo hizo acreedor al apodo, cuando algún guasón al verlo pasar por la calle le gritó: “¡Maricaaaaaa!”, y él contestó: “¿Majija io? Maj majija ej ujté. ¡Majijaaaaa!”. Ahí le quedó el apodo como un sombrero, y nunca más volvió a quitárselo de la cabeza. No sabía yo que él hubiera estado en México y participado en la filmación de alguna película, seguramente como extra. No sería raro, puesto que no solo se dice que él era de una familia adinerada de Sonsón, sino que sus extravagancias eran patrocinadas por la alta sociedad de Medellín que lo había adoptado como bufón oficial en sus tertulias del Club Unión y en ceremonias de fuste, para lo cual le alquilaban un traje de etiqueta de cola de pato como decir frac, levita, sacoleva, smoking, y sombrero de chistera; o lo que estuviera estipulado para la respectiva ceremonia de corbata negra, que decían. Los caballeros iban con calzado encharolado de impecable brillo, pero Majija usaba la indumentaria descalzo, porque decía que los zapatos lo maltrataban. Cuando no vestía de etiqueta, algunos lo recuerdan vestido de arriero antioqueño con un poncho doblado a lo largo que colgaba del hombro izquierdo como una estola, y con una paruma o delantal de tela gruesa por delante que colgaba de la cintura a las rodillas.

José Antonio Ramírez, Majija

A Majija hago referencia en el libro “Buenos Aires, portón de Medellín”, cuando describo los matrimonios elegantes de finales de los cuarenta en la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, la parroquia del barrio:

(Fragmento): 

A mediados del siglo XX la mansión a la izquierda del atrio (clle. 49 #35-61) era El Castillo de los Botero y no la Clínica del Sagrado Corazón. Tiempos en que a las puertas del atrio llegaban automóviles y más automóviles 1948 de último modelo que era un lujo poseer, a descargar a los invitados ataviados como pingüinos con sacoleva negro y pantalón gris de corte impecable y raya cayendo sobre los zapatos encharolados, sombrero de copa en mano. Las invitadas en sus zapatos de tacón de raso, con vestidos largos de princesa, guantes blancos al codo, y encajes en la cabeza cubriendo los elaborados peinados monumentales. La iglesia decorada con bouquets de flores desde la entrada y una alfombra roja desde las escalinatas del atrio hasta el altar. Coro contratado, en traje de elegancia, con organista y violinista para entretener a los invitados mientras comienza la misa y hace entrada la pareja a los acordes de la Marcha Nupcial de Mendelssohn. Misa oficiada por Monseñor, el obispo, amigo de la familia, y concelebrada por el párroco y otro coadjutor revestidos con ornamentos de gala. Comisión de cadetes de la Escuela de Oficiales, compañeros del novio que es teniente, para hacer calle de honor a la entrada y techo de sables de homenaje a la salida de la pareja contrayente. La novia, precedida de sus damas de honor bellamente ataviadas, de sus pajecitos y padrinos. Traje de reina con velo y cola arrastrando varios metros por detrás de su aspecto esplendoroso. Fila de automóviles desde abajo hasta arriba de la iglesia, esperando para llevar el cortejo a la recepción en el club. Conductores uniformados. De pronto, hace su aparición un hombre que no se pierde matrimonio “de la jayclás”. No es Mamacúa, es Majija. Algún guasón le alquiló traje de chistera e hizo su entrada como un lord inglés, un Lord Chamberlain… pero descalzo, porque no le gustaba usar zapatos”.

José Antonio Ramírez, Majija, 
vestido de antioqueño, 1957
Fotografía tomada por 
Gabriel Carvajal Pérez

Majija fue entrevistado por el periodista Jaime Mercado (Jr.) Pacheco para el periódico El Colombiano, por el periodista y cineasta Camilo Correa Restrepo para el número 50 de la revista Micro, publicada en abril de 1941, y fue reseñado por Uriel Ospina Londoño en su libro “Medellín tiene historia de muchacha bonita”.

Majija fue entrevistado por el periodista Jaime Mercado (Jr.) Pacheco para el periódico El Colombiano, por el periodista y cineasta Camilo Correa Restrepo para el número 50 de la revista Micro, publicada en abril de 1941, y fue reseñado por Uriel Ospina Londoño en su libro “Medellín tiene historia de muchacha bonita” (2ª edición, 2004, Instituto Tecnológico Metropolitano de Medellín, ITM). En la página 172 trae el siguiente texto que describe al personaje:

Majija vestía como si estuviera permanentemente en una feria de Cali o en un baile de disfraces en La Costa. Era su indumentaria: Un sombrero de caña, en hilachas; una camisa de Diablo Fuerte (mezclilla), a rayas rojas y azules sobre fondo blanco; unos pantalones de dril, igualmente blanco, con remiendos color violeta en las posaderas y color, digamos, amarillo en las rodillas. A las cuadras se veía que los remiendos no eran tales, sino parches deliberadamente puestos allí por el inquilino de tan pintoresca vestimenta. Andaba descalzo, con los pies hacia afuera, especie de Charlot sin botines. También hasta en eso se veía lo deliberado del atuendo. Era de Sonsón, o decía serlo, según lo aseguran textos muy serios e historiadores muy importantes. Su gracia era ninguna. Por defecto labial, a buen seguro también deliberado, hablaba como si fuera leporino. Tenía la tez muy blanca, y debajo de su sombrero de caña tejida asomaban unos mechones más o menos rubios y lacios. Vaya uno a saber de dónde procedía el árbol genealógico de la aparente tontería de Majija. Lo de su habilidad se conocía; ella funcionaba según el siguiente esquema: `Si estos blancos de la villa me creen bobo, y con eso vivo tranquilamente y sin trabajo, que así sea. Tal vez los bobos sean ellos´ Bien pudo ser así porque a Majija, sin ningún mérito para nada, se le invitaba como contertulio gratuito en muchas mesas de café regentados por altos ejecutivos de la industria y el comercio paisas. Majija no se hacía de rogar. Tampoco, además, tenía ninguna gracia; fuera de haber sido el precursor de los uniformes callejeros para los bailes de disfraces. No decía chascarrillos, no imitaba al obispo, no insultaba a nadie…”.

A la pegajosa música del Trío La Rosa en la guaracha de homenaje a Majija, le adicionaron la letra referida al personaje típico que recorría la carrera Junín entre la Avenida de la Playa y el Parque de Bolívar, y se paraba largo rato a la entrada del Club Unión a la espera de que algún socio lo invitara a entrar, cosa que era frecuente:
el tipo más repelente 
de Medellín.

Majija, 
por el día se viste de antioqueño
y por la noche de figurín.

Majija, 
estás orgulloso porque fuiste a México 
a hacer películas,
y ya no tienes que trabajar.

Y las gentes dicen así:

Majija, 
el tipo más repelente 
de Medellín.

Majija, 
por el día se viste de antioqueño
y por la noche de figurín.

Majija, 
estás orgulloso porque fuiste a México 
a hacer películas,
y ya no tienes que trabajar.

Y las gentes dicen así:

¿Es cierto que Majija no trabaja?
Es cierto.
¿Es cierto que Majija es antioqueño?
Es cierto.
¿Es cierto que a Majija lo mantienen?
Es cierto.
¿Es cierto que Majija se da al trago?
Es cierto.
¿Es cierto que Majija no es casado?
Es cierto.
¿Es cierto que Majija es jujujú?
Es cierto.

Oye, Majija,
¡Ay! ¿Qué te pasa?
¡Cómo camina!
Cuando va por la calle
la gente le dice, le grita,
¡Majija!
Esa es la mejor.
Tiene dinero.
Pero, Majija, ven pa´acá.
Oye, cuando va a los teatros
la gente lo aplaude.
Oye, Majija.

¡Majija! 

¡Majija! 

Este majija.

¿Es cierto que Majija no trabaja?
Es cierto.
¿Es cierto que Majija es antioqueño?
Es cierto.
¿Es cierto que a Majija lo mantienen?
Es cierto.
¿Es cierto que Majija se da al trago?
Es cierto.
¿Es cierto que Majija no es casado?
Es cierto.
¿Es cierto que Majija es jujujú?
Es cierto.

Oye, Majija.
¡Majija!
¡Hey!, ¿Qué te pasa?
¡Majija!
¡Ay! Fuiste a México.
¡Majija!
Oye cómo camina.
¡Majija!
¡Ay! Se da al trago.
¡Majija!
Tiene dinero.
¡Majija!

Esta es, pues, la historia de un curioso hombre, al que le compusieron una curiosa guaracha cuya letra pudiera ser incomprensible para las nuevas generaciones que no conocieron al personaje.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


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