domingo, 25 de diciembre de 2016

184. Navidad con pesebre para todos los días

CARTELERA EFÍMERA
Diciembre 25 de 2016
(Esta entrada será retirada en los primeros días del año 2017)

En primer lugar:

NAVIDAD CON PESEBRE PARA TODOS LOS DÍAS

Hay recuerdos que no son, porque se encuentran extraviados en la memoria, como decir los míos de antes de cumplir tres años.

Tres años de edad tenía cuando mi madre me llevó de visita a una casa vecina, por los días de la novena navideña. Me acerqué al pesebre ajeno, y quise tomar una figura, pero el niño de casa lo impidió con un manotazo que me hizo llorar. Entonces mi madre procedió a hacerme mi propio pesebre, para que yo pudiera jugar con él a gusto. Era un pesebre hecho de ramas y chamizas y musgo, pedruscos sacados de la quebrada, y un oso de caucho que desbordaba la cuna, hecha de pajas, que tenía la particularidad de carecer de la Virgen, del Niño, de San José, de los Reyes Magos, de la mula, del buey. “Quizás el año entrante el Niño Dios los traiga”, pensó mi madre hurgando en sus bolsillos vacíos. Así fue. Al año siguiente los dos hermanos que me siguen, y yo, jugábamos con nuestro nuevo pesebre que mi madre armaba con nosotros, para nosotros, poniéndonos a quitar y poner figuras hasta que el cansancio nos venciera. Todas las noches, después de la novena ante el osito de caucho, mi madre desbarataba el pesebre para que al día siguiente nosotros nos entretuviéramos en la tarea de armarlo nuevamente. “El que con lo ajeno se viste, en la calle lo desvisten”, nos decía, “jueguen con ese pesebre, que lo de uno es de uno y nadie se lo puede quitar”.

Eso es algo que no logro ubicar en la memoria, pero mi madre se ha encargado de recordármelo hace poco, para que no se me olviden los tiempos de cuando éramos tan pobres que ni siquiera teníamos figuras en el pesebre.

UN OSO EN EL PESEBRE

Al cumplir dos meses de edad fue mi primera navidad; cosa que, naturalmente, no recuerdo; pero ese primer traído del Niño Jesús lo conservé por más de treinta y cinco años. Consistía en un osito de caucho color marrón, con pito incorporado, hecho para soportar el uso y el abuso, apretadas y mordidas en la etapa de dentición, que al cumplir cinco navidades como adorno de pesebre soportó un par de años a la intemperie en el techo de la casa. Un obrero cogegoteras lo rescató meses después de estar aguantando los rigores del sol y de la lluvia. Lo tuve como un tesoro, hasta que llegó a manos de mi hijo mayor. Tenía él seis años cuando, de una patada como si fuera un balón de fútbol, se encargó de perderlo para siempre en un rastrojo, de donde nunca se pudo rescatar. Ya era como un guiñapo que había sobrevivido a un corte de navaja, y a la fogata navideña donde se frieron los chicharrones de un cerdo acabado de sacrificar un par de años atrás. Con él se fueron los recuerdos de cuando reemplazaba en el pesebre al Niño Jesús, hasta ahora que lo he vuelto a traer a la memoria como pretexto para desear a mis lectores una feliz navidad del año 2016 y un año nuevo de 2017 cargado de venturas.

En segundo lugar:

Aunque sé que todos estamos expuestos a que tal cosa nos ocurra, me molesta equivocarme. Me hace apenar con ustedes y me hace sentir mal conmigo mismo. Sólo hay una cosa peor a equivocarse, y es seguir en el error. Así es que, por molesto que sea, es mejor pedir perdón por los errores y corregirlos.

No tengo manera de llegar a todos los lectores del artículo al que voy a referirme para aclararles el error, pero sí puedo decírselo a ustedes para invitar a releerlo y a formarse una idea a partir de las nuevas informaciones obtenidas al respecto.

Me refiero al artículo “52. RZCBYC, Antioquia y San Bartolomé de Honda”, publicado en el blog Postigo de Orcasas el 20 de mayo de 2014, en el cual afirmé que la letra B en esa sigla correspondía a la población de San Bartolomé de Honda. Eso no es cierto, y la razón la podrán ver en el texto que escribí para reemplazar el anterior y que los invito a leer bajo el nuevo título: “52. RZCBYC –Antioquia y Honda, dos San Bartolomé”.

Les ruego me excusen y, de todos modos, me conformo con saber que gracias a este método de ensayo y error hemos podido dilucidar el significado de esas letras en el Sello del Estado de Antioquia que se usó en las primeras décadas del siglo XIX.

Agradezco particularmente la gentileza de los doctores Tiberio Murcia Godoy, presidente de la Academia de Historia de Honda; y Luis Fernando Múnera López, miembro de la Academia de Historia de Antioquia, por sus valiosos aportes al tema que nos ocupa.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

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