lunes, 6 de octubre de 2014

83. Amores de Jericó -Manuel y Socorro, como dos sombras-

Manuel Mejía Vallejo, nacido el 23 de abril de 1923, a los 19 años ya estaba escribiendo “La tierra éramos nosotros”, su primera novela que publicó cuatro años después, cuando tenía 22. Fue entonces cuando conoció a Socorro Santamaría Abad, cinco años menor, y se enamoró de ella. También ella. En 1948 tuvo una gran alegría, y una gran decepción. La gran alegría le vino por cuenta de la publicación de esa novela. La gran decepción, por el matrimonio de su enamorada con el médico Alfredo Londoño Upegui. Nunca superó tal frustración. Ella tampoco. La historia la supe en Cúcuta por boca de Socorro en el año de 1989, y me pareció una historia bonita, digna de escribirse. “No es posible, Orlando”, me dijo, “porque yo llevo una vida de casada en Pereira y tengo hijos crecidos. A mi esposo no le gustaría. Por otra parte, Manuel es casado. Sería un irrespeto a su situación”. Sentí un poco de dolor de que así fuera. 

Socorro Santamaría Abad 
Vda. de Londoño

Cuando enviudó, un año después, le pedí que la escribiera. “Escríbela tú”, me dijo, “pero no la publiques, por el momento”, y el resultado es esa entrevista que divulgué entre mis amigos años después, cuando ya Mejía Vallejo había muerto; y que refrenda la historia que Socorro acaba de contarme para el video que Víctor Bustamante y yo realizamos en su apartamento en agosto de 2014, cuando ella es una mujer de 86 años con los achaques naturales propios de su edad, pero con la mente lúcida. “Gracias, Orlando, por airear cosas que tenía guardadas en el corazón”.

Escribí la historia en vida de don Miguel Escobar Calle, cuando él trabajaba en la Sala Antioquia de la Biblioteca Pública Piloto, y cuando doña Claire Lew de Holguín estaba a cargo de la Sala Manuel Mejía Vallejo que guarda los archivos documentales del escritor. Sabedor de que ellos habían sido sus amigos cercanos, les pedí que me confirmaran la veracidad de lo que se cuenta en ese escrito. Me remitieron donde la viuda del escritor, arquitecta Dora Luz Echeverría Ramírez de Mejía Vallejo, que resultó ser una mujer muy descomplicada y franca, que no tuvo inconveniente en confirmar lo allí dicho porque “A decir verdad, todas las mujeres que conocieron a Manuel se enamoraron de él. Pero es cierto eso de que Socorrito fue un gran amor en su vida”. 

Me invitó a visitarla un jueves en su casa de Villa Grande en El Poblado, en compañía de Socorro; y allí ellas, que ya habían tenido trato telefónico en otras oportunidades, se saludaron con efusividad y afecto; en una grata tertulia que compartieron las hijas María José y Valeria Mejía Echeverría; y el hermano, Carlos Echeverría Ramírez. Su madre, la pintora Dora Ramírez (Dora Ramírez-Johns Gutiérrez), quería estar en este encuentro “pero no pudo asistir, porque no alcanzó a llegar”, nos dijo Dora Luz. Fue una agradable velada y el reencuentro de dos mujeres que en su momento, y a su modo, amaron a Mejía Vallejo y le entregaron el corazón.

Cuando entramos fuimos recibidos por María José, a quien acompañaba su pequeño hijo Mateo de tres años, que Socorro encontró que era “vaciadito del molde del abuelo”. Recordó Dora Luz cuando en la finca “Ziruma”, en el sector de La Fe del municipio de El Retiro, la familia rodeaba al inmóvil Manuel sentado en una silla de enfermo y cubiertas sus rodillas por una manta, después del derrame cerebral que lo dejó inmóvil y, peor aún, acalló su voz.

Estando en esas entró una llamada telefónica de Socorro, desde Pereira, preguntando por la salud de él. Contestó Dora Luz y dijo: “Pondré la bocina en su oído, Socorro. Háblale que, aunque no pueda contestar, él te escucha”. Dijo Valeria que cuando le acercaron la bocina al oído de su padre fue la primera vez que lo vieron sonreír desde el insuceso. “So… co… rri… to…”, balbuceó, y escuchó las palabras de aliento que Socorro le daba desde el otro lado de la línea. “Al colgar”, dijo María José, “a papá le rodaron lágrimas por la mejilla”. Se mencionó el hecho de que cuando Manuel se enteró del matrimonio de Socorro, en aquel diciembre de 1948, “estuvo durante un mes en la finca Casablanca de su hermano Carlos en suroeste, a orillas del río Cauca, y bebió y lloró hasta el cansancio por las cantinas de los alrededores”. 

Dora Luz contó, entonces, sobre la vez en que iba para esa finca el matrimonio con sus hijos Adelaida, María José, Valeria, y Pablo Mateo. Pablo Mateo era un adolescente que acababa de romper con la que tal vez fuera su primera novia de adolescencia, y reprimía sollozos dejando adivinar un taco que le obstruía la garganta, mientras su padre lo miraba de reojo. En cierto momento, acabado de pasar el puente de Bolombolo, Manuel le pidió a Dora Luz que detuviera el carro en la berma, a orillas de la carretera, y se bajaron. Abrazó entonces a su hijo diciéndole “Llore, mijo, que yo sé lo que es eso. Uno no puede ir por el camino ahogándose con un taco así”. Acompañar al muchacho en ese angustioso momento debió ser conmovedor para los ocupantes del carro, pero para Manuel significó revivir (y resufrir) aquel momento en que supo que Socorro se había casado con otro para siempre.

Resultado de estas conversaciones son mi entrevista, titulada “Manuel, igual que una sombra”, que puede leerse en este blog; y este video que queda como registro testimonial de vida de una mujer que, al igual que Florentino Ariza en “El amor en los tiempos del cólera”, remontó el río de la vida una y mil veces de ida y vuelta, cargando el pesado fardo de un viejo amor de juventud que se negó a irse del todo, en lo que los psicoterapeutas llaman “amores no resueltos”.

Manuel Mejía Vallejo

El video de la entrevista puede verse en el enlace:
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


domingo, 5 de octubre de 2014

82. Manuel Mejía Vallejo, igual que una sombra

Entrevista realizada en Medellín. Noviembre 18 de 2004

1. AMORES DE ESTUDIANTE
(Socorro)

Socorro Santamaría Abad vda. de Londoño nació en Jericó, Antioquia en el año de 1928, y fue amiga del escritor Manuel Mejía Vallejo, de aquellas que las abuelas suelen llamar de toda la vida. Aunque no con su nombre, hace parte de la obra de Manuel junto con Adela Mejía Rojas y Piedad Arcila, como inspiradoras del personaje Piedad Rojas; tanto como María Isabel Góngora lo es del personaje Claudia. O sea que, como todos los personajes literarios, el de Piedad Rojas es un híbrido que caracteriza a personas que el autor conoció. De hecho Balandú es un pueblo imaginario que tiene mucho de Jardín, y mucho de Jericó, y mucho de otros pueblos. 

Un amigo que decía ser descreído, y parecía serlo por su ausencia de prácticas religiosas, trabajaba en el aeropuerto de Palonegro el día en que llegó Su Santidad Juan Pablo II de visita a Colombia, a mediados de la década de los ochenta. El personal de servicio aeroportuario fue invitado a enfilarse en la sala de abordaje y fue saludado por Su Santidad. Visiblemente emocionado, mi amigo me contaba su experiencia: “¡Ese hombre tiene un aura, algo especial. Me dio la mano. Me saludó!” y mostraba la mano como si desde ese día no hubiera vuelto a lavarla o permitido que nadie la pudiera tocar. 

Otro amigo se emociona cada vez que ve a una actriz y modelo salir en la televisión: “Mira a la Mencha. ¡Yo bailé con ella! –dice y señala–, en una fiesta la saqué a bailar y ¡bailé con ella!”. Cada vez que la ve en la pantalla, y sale mucho, la chica vuelve a dar vueltas en la cabeza de mi amigo y él siente una emoción especial. Cierra los ojos y vuelve a aspirar el aroma de su piel bañada en agua de rosas. 

Fueron tocados por la varita que los hizo vivir un instante de magia al lado de esas celebridades. Los imagino hablando con sus nietos y transmitiéndoles aquel momento inolvidable para los abuelos.

Cuando Socorro Santamaría Abad me contó que había sido novia juvenil del escritor Manuel Mejía Vallejo (y su amiga hasta los años finales), me emocionó. “Nadie menos que el maestro. Socorro fue amiga del maestro”, pensaba, admirado. Entonces no perdía oportunidad de preguntarle y hacerle repetir una y otra vez cómo fue aquello. “Y él qué dijo. Y tú qué le contestaste. Y en tu casa qué dijeron. Y...”. En una mezcla de sentimientos de querer preservar su intimidad, pero también de abrir su corazón, Socorro me fue contando los detalles de esa anécdota emotiva. Adornados seguramente por el paso de los años que tiende a menguar los malos recuerdos y a magnificar los buenos; pero siempre con toques de emoción, quiebres de voz, temblor de manos, mirada perdida en el pasado.

Pero igual,
corazón:
en mi amor
siempre está,
y en mis noches sin estrellas…
(*) Igual que una sombra, tango, Enrique  
Cadícamo (L), Osvaldo Pugliese (M).

¿Crees que de haberlo aprobado en tu casa, se habrían casado y hubieran sido felices?

¡Ah!, no. De ser así, nos habríamos dejado de amar desde hace tiempos.(*)
(*) Miéntese lo que se miente / del consorcio, / 
estar casado es suficiente / causal para el divorcio. 
(Y el mundo sigue andando).

Socorro me ha autorizado a contar su experiencia y he tratado de hacerlo con ese aire de tango que fue la vida de Manuel: fantaseando, pero confrontando con la arquitecta Dora Luz Echeverría Ramírez viuda de Mejía Vallejo, entre varios, para verificar algunos datos y dar verosimilitud a otros. Con don Miguel Escobar Calle, compañero de tertulias y de tragos, amigo del maestro. Con doña Claire Lew de Holguín, estudiosa de su obra y guardiana de los libros y archivos que él donó a la Biblioteca Pública Piloto (BPP). Con los materiales de esta institución que el espíritu de Manuel aún recorre, puesto que presidió por mucho tiempo su Taller de Escritores. Los conocedores de la obra reconocerán, intercalados, algunos de los títulos publicados por él, lo que no es coincidencia, puesto que el Estudio bio-bibliográfico de Manuel Mejía Vallejo, por Augusto Escobar Mesa, fue de gran ayuda para reseñar esta entrevista, que también tiene influencia del periodista Carlos Sánchez Ocampo del Taller de Escritura Literaria de Comfenalco, por haber aportado su atinada revisión. Los lectores encontrarán la visión de Mejía Vallejo entresacada de textos escritos por él, como preámbulo de cada capítulo; y algunas notas al margen intercaladas entre los diálogos, como explicación.

AMORES DE ESTUDIANTE
(Manuel)

1. Piedad Rojas: luminosa y lejana, fría y hermosa, lejanía dorada, sus ojos rubios y su voz en la tarde sobre macetas florecidas de begonias y josefinas. Algún día he de volver a Balandú en busca de mis pasos perdidos. Y el mundo sigue andando.

2. Y el mundo sigue andando. Novela, 1984. M. Mejía Vallejo. Dedicada a los amigos que me quedan, compañeros de tertulia: “... El tal Fernando (González Restrepo), el tal Darío (Ruiz Gómez), el Elkin (Restrepo Gallego), el Oscar (Hernández Monsalve), el Miguel (Escobar Calle)...”(pag. 26). Orlando (Mora), Marta (de Mora), Juan Luis (Mejía Arango), Elsa (Escobar de Ruiz), José Manuel (Arango)... "ese grupo que sólo sirve para beber” (pag. 265). Obras completas, Edic. Concejo de Medellín y Biblioteca Pública Piloto (BPP).

3. La novela La sombra de tu paso y el personaje de Claudia están inspirados, dicen Claire Lew de Holguín y Dora Luz Echeverría Ramírez viuda de Mejía Vallejo, en María Isabel Góngora, un viejo amor, urbano, de Manuel. No sucede lo mismo con el personaje de Piedad Rojas que, afirma Dora Luz, es una mezcla de Piedad Arcila y Adela Mejía Rojas, amores suyos también reconocidos. Sólo que en las descripciones pueblerinas de su amor por Piedad Rojas (“El verdadero amor de mi adolescencia”, reconoce en Los invocados), hay mucho de Socorro Santamaría que no tendría sentido en él dejar ausente de su obra cuando derramó tantas lágrimas por ella y consideró importante hasta su último suspiro, no cuidándose de ocultarlo de su esposa ni de sus hijos. “Los ojos verdes y la melena rubia trastornadora” de Socorro en la adolescencia pueden reconocerse, pues, en varios textos.

2. LOS RECUERDOS
(Socorro)

La tarde es una de ésas de costurero que atraen a las señoras. Tiempo bueno, luminoso. Sol calentador, sin abochornar.

Socorro es una matrona apacible, de trato familiar, con quien se congenia fácil –dicen los vecinos.

Sentada en la sala de un apartamento en el sector de Villa Jardín del Poblado de Medellín, la rodean sus nietas, mientras espera visita de las amigas. Un apartamento arreglado con sobriedad. Deja ir por la ventana, hacia ninguna parte, su mirada perseguidora de los rayos de un sol que quiere anticipársele a la noche y pone nubes a cobijarlo.

¿Esas nubes son de lluvia?

No creo. Son nubes blancas. Nubes veraneras.

Lindos “los novios” de la entrada, Socorro, tienes mano de jardinera.

Esa es una planta que no se nombra, dicen las que creen en agüeros. Las cultivé y no me faltaron admiradores. La vivienda es de mi hija, y son “sus novios”. 

Su tez blanca, cuerpo menudo, pelo cano que fue rubio en otras épocas, ojos verdes de mirada serena, voz suave y ternura en el trato, hacen pensar en una muñeca. Es bisabuela, pero tiene el aspecto de la persona que ha tenido una vida tranquila, sin maltratos ni sufrimientos.

Los he tenido. Lo que pasa es que una no puede dejar que se le noten.

No se le notan. Ni en sus manos bien cuidadas. Ni en su mirada limpia. Ni en sus arrugas, apenas presentes. Su aspecto transmite serenidad.

Vives con tu hija...

Sólo por temporadas. A veces estoy con uno de mis dos hijos, o con alguna de mis tres hijas en Bogotá, Cali o Medellín. Tuve cinco en mi matrimonio. Viví mucho tiempo en Pereira, y soy más de allá que de otra parte, pero pronto me vendré a vivir a Medellín. Sola, porque así me gusta. 

Donde están tus amigos está tu tierra”, dicen avisos de la cervecería Poker en la zona cafetera, Socorro.

Prefiero vivir sola y conservar la independencia. Me entretiene tejer, pintar, escribir y recibir la visita de mis hijos y nietos.

Claro que te gusta escribir y pintar. Tienes el alma semita y artística de los Santamaría y la belleza morisca de los Abad.

Al revés. Los Santamaría de mi bisabuelo Pepe, hermano de Santiago el fundador de Jericó, son de ancestro sefardí y más dados al comercio. Los descendientes de mi otro bisabuelo, de ascendencia mora, son artistas.(*) 

Abad y Santamaría, apellidos unidos a la historia de Jericó.

Mamá enviudó y volvió a casar con un primo. Por eso mis hermanos son Abad Abad. Abad por partida doble.

Tu esposo, el médico Londoño, fue tu primer novio...(*)

(*)  El bisabuelo materno de Socorro, don José Antonio 
Abad Jiménez, fue tronco de la familia en Jericó y 
descendiente de don Santos Abad de la Riba, 
primero de ese apellido en Colombia. El bisabuelo 
paterno, don José (Pepe) Santamaría Bermúdez de 
Castro, era hermano de don Santiago el fundador de 
Jericó, y su colaborador en esa tarea. 

El matrimonio de Socorro se celebró en Jericó, el 
8 de diciembre de 1948 a las 8 am., con el médico 
Alfredo Londoño Upegui, nacido en Girardota, y 
jericoano por adopción.

El segundo. El primero fue Manuel.

Mejía Vallejo no precisa de arandelas. Todo el mundo sabe quién es.

Cuéntenos sobre eso. Es bueno conocer las memorias del abuelo y de los antepasados  –piden sus nietas.

Mejor sobre Manuel, tu viejo amor, que es tu delirio –piden las amigas.

Hablar de ellos es hacer invocación de dos grandes cansancios en este vivir la vida que me ha correspondido. Para recordar no hay que esforzarse tanto como para trajinar lo duro del olvido.

Jericó, en el suroeste antioqueño, es un pueblo enamorador. El cuidado que los ancestros pusieron en su construcción se manifiesta en el trazado de sus calles, en sus balcones, en sus puertas y ventanas, en sus techos, en sus zaguanes, en sus patios, en la belleza armoniosa de sus construcciones. Todo en él respira antigüedad. 

Igual pasa con Jardín. Es también un pueblo muy bonito.

La herencia cultural campea en Jericó: la Catedral, el Seminario, el Museo de arte religioso, la casa del Obispo. Las placas que se leen en cada esquina y en la mitad de casi cada cuadra advierten que “aquí nació, aquí vivió, aquí amó, aquí sufrió, aquí murió, el poeta tal y el poeta tal y el poeta tal y tal”. La Poesía se cultiva como flores y en épocas apropiadas se hicieron juegos florales para premiar la Poesía como ahora se premian las justas deportivas o se hacen reinados de belleza. Desde tiempos pasados se le ha rendido culto a la palabra. Una placa al occidente de la población, cuadra arriba de la parte trasera de la Catedral, diagonal a la Casa de las Monjas Misioneras de la Madre Laura Montoya, advierte que “Aquí vivió Manuel Mejía Vallejo”, que nació el día del idioma, el 23 de abril de 1923. Es día del idioma por él y por Cervantes y por Marco Fidel Suárez y por Shakespeare. Fue gestado en Jardín, pero nació en Jericó. Se acostumbró a vivir entre dos aguas. 

LOS RECUERDOS
(Manuel)

4. La evocación de Mejía Vallejo se aplica a cualquiera de los dos pueblos, 
Jardín o Jericó; y al Balandú que los representa:

[Portones de gran aldaba y cerradura de hierro, puertas de los almacenes, soledades vaciadas por sus aleros. Ventanas con visillos para el tardío acontecer, balcones en barandas generosas, colgandejos vegetales desde los balcones, tristezas simples, alegrías apagadas con la primera lluvia, ramas sobre los tapiales, cascoteo de unos caballos, voces de unos jinetes, vacíos de unos difuntos. Y las campanas aburridas a la hora del trisagio, al toque de oración, a cualquier hora de la noche o de la madrugada. Iglesia presuntuosa de los descendientes, capillita de los fundadores, chales cansados sobre los hombros rezanderos, miradas caídas como quien trata de leer la borrosidad de un sepulcro sobre la vieja tierra... Y en algún sitio del aire, la voz de tantas cenizas olvidadas]. 
(De Los invocados y Tarde de Verano).

5. [...Orillas del río San Juan. A estas aguas los indios las llamaban Docató, río de los yuyos...]. (De La casa de las dos palmas).

6. [Nací por esas vertientes / de Jardín y Jericó, / junto al bravo Docató  / y al Piedras de audaz corriente]. (De Otras décimas en el tomo de Poesías de las Obras completas –Concejo de Medellín- BPP).

7. [Habitábamos territorio jardineño. En Jericó había nacido mi madre y a caballo me llevó en sí misma. Por ese hecho nací en Jericó. Tengo pues, dos nacimientos, dos camas primeras, dos casas iniciales, y me gozo de tener dos pueblos como cuna]. 
(De Confesiones de un escritor).

3. BLANCA Y RADIANTE VA LA NOVIA (*)
(Socorro)

(*) Blanca y radiante va la novia, /  
le sigue atrás un novio amante / 
...pero su alma está gritando:   / 
¡Ave María!
(La novia, con letra y música de 
Joaquín Prieto, interpretada por 
Antonio Prieto)

El ocho de diciembre, los curiosos sentados en el café de la terraza del parque vieron entrar en la iglesia catedral de Jericó, del brazo de un hombre mayor, a una joven de veinte. Es su tío  y la va a entregar en esa boda que se celebra cuando el sol empieza a proyectar sombras contra el muro. Al finalizar la ceremonia la ven salir como una reina, como una princesa, del brazo de un hombre que podría ser su tío, que podría ser su padre, que es su esposo, a quien ha dado el “sí” y es su última palabra. La penúltima fue un “no” y se lo dio al hombre que ama.

Todas las novias son unas reinas.

Ésta  se ve más reina que todas las reinas.

No fue reina, fue sólo candidata.

Socorro fue candidata al reinado del civismo por los del Comité de los Prestantes. Era rubia de ojos claros, con fulgores de sol, y sus partidarios extendieron cheques para aportar fondos a la cuenta. 

La empleada de la farmacia del doctor Londoño, mezcla de ébano y trigo, como dijo Manuel en “La Tierra éramos nosotros”, lo fue por los de los lados de La Comba y los venteros del mercado. Se hicieron bazares para recoger fondos en beneficio de la campaña. Uno al pie de La Cruz de Calolo, otro en la calle del Chorizo. Era morena de piel mielada, de ojos fulgurosos de negrura y cabellos azabaches. Brillaba con luz de luna de medianoche.

La imagen del Salvador parece tomar partido: a sus pies, la calle de Rincón Santo y la candidata de los prestantes. A la izquierda, el Seminario, Rincón Puto, el cementerio, el camino de la candidata del mercado.

Si la candidata de nosotros no gana, han hecho trampa y bajaremos a la otra del tablado a punta de tomatazos –dijeron los del mercado. Los de las ricas viviendas del marco de la plaza estaban con la otra candidata y guardaron silencio. No iban a rebajarse con verdulerías.

A pesar de lo enconado del forcejeo, Socorro se portó con altura social.

Oligarcas y proletarios enfrentados. La pelea que origina el socialismo. O el comunismo. Muchos no distinguen. Ganó la de La Comba. Fue coronada en el Teatro Santamaría. El médico dio su apoyo financiero a la linda empleada, pero se enamoró de la candidata de los notables, la misma que, saliendo de su brazo, se baña ahora en los puñados de arroz que le tiran y que ella cocina en el jugo adolorido de sus lágrimas.

En la mesa del café del parque, los curiosos aguardientean y guardan la silla vacía para el amigo que salió por un momento y sigue ausente. Es el lugar de Julio Puerta, que se paró a saludar a sus sobrinas Puerta Abad, primas de la desposada, pero no ha regresado después de que un mensajero le dio el recado.

Don Julio: tiene llamada de larga distancia en Telecom. Debe pagar $5.oo para poder recibirla –dijo el mensajero.

Julio, amigo y confidente de Manuel, los pagó y salió hacia la cabina de teléfonos. No ha regresado. El piano deja oír la melodía con voz de bolero, con voz de tango, con voz de dolor, que al fin y al cabo esas voces son todas lo mismo:

Sabe Dios lo que pensabas
en aquella triste noche
en el altar de la iglesia,
cuando vestida de novia
te entregabas a otro hombre
con la bendición nupcial...
Me dijeron tantas cosas
que me hizo tu dolor,
quizá para atormentarme,
y en el fondo de mi alma sentí
una cruel humillación...
Quiera Dios que seas dichosa,
y que el día de mañana,
no vayas a arrepentirte
por tu fatal decisión.(*)


“Boda gris”, bolero con letra y música 
de Plácido Acevedo, interpretado por
el Cuarteto Mayarí 



Las chicas que paseaban por el parque se habían detenido a curiosear, pero los muchachos sentados en el café, por esta vez, no las miraban a ellas sino a la novia vestida de reina que entraba en la iglesia.

Julio regresó de la Telefónica cuando había terminado la boda.

¿Acaso entraste en la iglesia, Julio?  Tuvimos que apurar tus aguardientes para que no se calentaran.

Casi. No me faltó sino oficiar la ceremonia, muchachos. Estaba ayudándole a Manuel a tristear.

BLANCA Y RADIANTE VA LA NOVIA
(Manuel)

8. [Las muchachas... sus manos con el bolso o el libro, sus rodillas, sus piernas andadoras, sus zapatos que suenan contentos de llevarlas por la calle, recogido o suelto el cabello sobre los hombros y la espalda... componedoras del quehacer de cada día... ¿para qué hablar de ellas si lo llenan todo?] . 
(De Los invocados).

9. [...su descanso en las bancas del parque o en taburetes del atrio mientras saboreaban un café, las canciones que les dedicaba el dueño del establecimiento en las últimas grabaciones, el saludo de viejos y jóvenes, el galanteo que las ruborizaba]. 
(De La casa de las dos palmas).

10. [Así la había conocido, mirándose en una vitrina en la plaza de sábado en la tarde... El espejo en la sala de su casa venía atareado con su imagen sonriente a toda hora, contenta por lo que le mostraba... Ahí, junto a esa respiración calculada, la vio lejana e inaccesible, parca en su manera de sentir... (Ella) no podría vivir lejos de su madre mimadora, de su casa y su ventana con descansillo para la coquetería en día de ferias, pícara la sonrisa en la curva de los labios, brillantes los ojos, el izquierdo velado por el cabello temblador]. 
(De La casa de las dos palmas).

11. [Si sólo fuera linda, si sólo fuera orgullosa, pero además sigue siendo inteligente y buena]. 
(De Los invocados).

12. [...Cuando acompañaba al padre a la retreta de su pueblo, cuando iba a misa con su madre y sus tías, cuando celebraron su primera comunión. A los doce, a los catorce, al cumplir quince años, al espigar todo su cuerpo... Nadie tiene unas pestañas más largas y crespas... Nadie con mejor cuerpo –agregaban, y se le quedaban mirando desde el atrio y los balcones, desde las puertas en cafés y cantinas los días de feria con ganado y jinetes] . 
(De La casa de las dos palmas).

13. [Cuando conoció a Medardo sintió un empuje de aventura con remordimiento al pensar en el padre lisiado, en sus canciones aldeanas, en costumbres que se iban al traste con su decisión]. 
(De La casa de las dos palmas).

14. [Está que se babea por ella. –(¿Y ella?). –No le cabe el alma en el cuerpo...]  
(De Las muertes ajenas).

15. [Nunca habría un día más claro que ese día en que ella le habló y lo miraron sus ojos y él mismo quedó rubio y le sonrieron sus labios y lo pensaron sus pensamientos preocupados. Nunca]  
(De Tarde de verano).

16. [Al verlo en el atrio, Piedad Rojas dejó que su pulso latiera más precipitadamente, quizá porque otras mujeres seguían enamoradas de él, de su corrección, de su voz, de su fuga]  
(De Tarde de verano).

17. [Luego, sobre el atrio, pasos de muchachas en las primeras horas nocturnas, pocillos de café humeante sobre las mesas, el amor que empieza o que trata de olvidarse, canciones de Ortiz Tirado, Pedro Vargas, Carlos Julio Ramírez. Voz de Piedad Rojas en las veladas cívicas... Y esa gente que habita en el olvido, rostros sin nombre, voces apagadas]. 
(De Y el mundo sigue andando).

18. [¿Qué me dicen de su voz?... si los ángeles cantaran parecerían afónicos]. 
(De Los invocados).

19. [¿Han visto cómo canta? –Se supo dueña de un cuerpo totalmente suyo y respondió a las primeras cartas, donde el amor era variante de la coquetería: condiscípulos, agentes viajeros, médicos en su experiencia rural, odontólogos, agrónomos, dueños de fincas. Pensaba en los años que seguirían a tantas propuestas, la vida encerrada, los primeros hijos entre oficios rutinarios, la bondad de costumbre y una repetición en cada acto y cada frase...]. 
(De La casa de las dos palmas).


20. [Y usted, Piedad Rojas: una noche bajó las escalas del teatro parroquial. Nadie podría descender por unas gradas con tanta majestad]. 
(De Y el mundo sigue andando).

21. [Balandú de aquellos años: un recuerdo tras otro hasta llegar a sus ojos rubios, a sus canciones que volaban sobre los tejados como la sombra de una sombra o un sueño recordado en otro sueño... ¡Gracias, Piedad Rojas, por toda la vida!]. 
(De Y el mundo sigue andando).

22. [Usted fabricaba el verano, Piedad Rojas; si salía al balcón de la esquina; usted doraba los nísperos y los madroños y abría el botón de la era; usted espigaba los sueños de los colegiales... usted dominaba las miradas primeras y empujaba el grito nocturno de los adolescentes; usted fue –sigue siendo en el recuerdo de quienes respirábamos con amor– todas las cosas por las que justificábamos la tarea de vivir]. 
(De Los invocados).

23. [Piedad Rojas: luminosa y lejana., fría y hermosa, lejanía dorada, sus ojos rubios y su voz en la tarde sobre macetas florecidas de begonias y josefinas. Algún día he de volver a Balandú en busca de mis pasos perdidos]. 
(De Y el mundo sigue andando).

24. [Medardo, vos me invitaste a la ciudad por primera vez: el embrujamiento de las luces, el apartamento que te esperaba con amantes de turno... Una noche apareció otra amiga y nos divertimos. A la mañana siguiente yo nombraba a Piedad Rojas y  nunca lo entendiste. Yo tenía que regresar a Balandú... tu amiga rajó la guitarra aquella noche porque no estaba hecha para la tristeza de mis canciones. El tiempo era otra trampa de seguir amando y olvidando, a lo menos esa noche]. 
(De Tarde de verano).

25. [...A los quince años... también había intuido... algo así como un príncipe de los antiguos relatos... Novelas y versos románticos le hablaban de otros mundos y otras modas, ámbitos donde el amor podría expresarse, danzas y música para una dimensión desconocida, viajes, teatro, ciudades de encantamiento, castillos donde retozaban princesas y príncipes, la leyenda de quienes no aguantaban ser simplemente humanos...]. 
(De La casa de las dos palmas).

26. [Su presencia enlutada, Piedad Rojas, su voz breve en la atmósfera austera de Balandú. Vida tensa la suya, fuerza abrumadora, en usted toda la tradición tan cerca de la muerte, lejana, brava, dulce Piedad Rojas... Recuerdo su aire absorto a la salida de misa, su paso lento y altivo en las procesiones de Semana Santa. Recuerdo sus blusas de seda y organdí, el fruncido de sus cuellos, la franja impecable de las mangas, franjas que usted hacía bajo vigilancia en el caserón venido a menos. Su medida al andar, quedarse quieta o insinuar movimientos al sentarse, al hablar o callar oportunamente con naturalidad de respiración en el sueño tranquilo... Su desdeñosa elegancia, su altura, sus gestos que inventaron el orgullo y la timidez. Recuerdo un paseo a caballo sobre las rocas húmedas del páramo. Unas aguas que caían en chorro golpeado, día, noche, en conversadera de ánimas, y seguían rezando responsos sin fin en el silencio de las cosas dormidas y oteantes]. 
(De Los invocados).

27. [Si faltara Piedad Rojas... Nadie podrá entenderla. Ella no es, simplemente está. Está triste, está de buen humor, está inteligente. Un rostro en fuga, tras la mirada de sus ojos que se iban imprecisos hacia una indecisión de alma, o la mirada dentro de sí misma para salir oscura e intensa. Tampoco sus ojos son: están verdes, están amarillos, están en vuelo, se remansan. El rostro se hacía interesante según la intención que retratara. Quizás atrajera el aire de lejanía, la vaga introspección que deseaba exteriorizarse. Entonces ojos, boca, barbilla, frente, armonizaban en un final de contención poderosa: era un rostro que se contenía, un alma que se contenía, ahí su atracción].
(De Tarde de verano)

28. [Mientras las puntas de sus dedos regresaban a la carta donde habría una historia pueril, un amor desgarrado o inventado: amar es inventar, la forma más desgarrada de la creación]. 
(De Las muertes ajenas).

29. [Seremos ricos –Dijo Juan Herreros, a una novia a quien coqueteaba estrepitosamente en la capital diocesana, y correspondido con la condición de “labrarse un futuro”... Juan Herreros le adivinó la vanidad desde que la oyó decir que algún día llenaría de espejos su casa, donde ella se duplicaría en el ocio admirador... Cuando volvió donde la muchacha, ésta se negó a que le tomara la mano y la besara como en el día de la promesa y rehusó casarse.
–  ¿Qué te pasa?
–  Yo creí que todo sería más fácil.
–  Vivir no es fácil, hay que entender ciertas situaciones.
–  No me gustan las penalidades]. 
(De La casa de las dos palmas).

30. [–“Padre estoy sola” –quiso decir (Evangelina) pero no estaba segura, nunca estuvo segura de nada. Estudió en sus años de niñez, estudió y bordó en su infancia junto a su hermana mayor, bordó y estudió en su adolescencia, bordó y estudió en su juventud, tocó piano y guitarra. Nunca supo nada... la endosarían a un hombre que pudo ser el hombre soñado, decidieron su voluntad... La obediente. La buena. La madre intemporal. Y sin embargo pudo haber dicho algo, si era su destino. Pudo inventarse un no rotundo o un rodeo mientras llegaba la hora. Ella, la predestinada. Ella, la desamparada, así tuviera un fuerte respaldo (en su padre), que en el fondo no pasaba de ser otra lejanía...]. 
(De La casa de las dos palmas).

31. [Lo escribo ahora: en alguna forma debí quererte, algo en mí buscaba tus miopías, tu estratificación, tu haber sido educada para que perdurara y perduraran los conceptos sabidos, los sentimientos sabidos, el valor inútil. Tal vez nací demasiado tarde, tal vez estaba hecho para otras cosas más bajas que tus cordiales ambiciones, más bajas que el mundo de tus padres, del primo, del tío, de tu barro, de tus obligados menesteres... Malos tiempos aquellos en este desvirolado país, casi tan malos como son ahora: hay rostros de relevo, pero cargan la misma sinrazón, igual desesperación, demasiado grande el cielo, tal vez, para sueños tan sin ambiciones. También yo veía en vos “los encantos y virtudes de nuestra raza”, y me gustaba un sesgo de tus ojos, y tu boca si no hablaba de urgencias egoístas...]. 
(De Y el mundo sigue andando).

32. [... Sus relaciones no pasaron de una sana alegría en los juegos de campo, en épocas decembrinas cuando entonaban en familia viejas canciones... Escucharle sus inventos, la imaginación al servicio del afecto. Alguna carta de cualquier lugar... algún recuerdo de sus andanzas al azar de montañas y llanos... una fotografía donde él aparecía de pie en un árbol caído, ella sentada en el tronco, sus trenzas de los quince años, su blusa de cuello alto, y en las manos –sobre la falda– un gajo con frutas de monte, el fruto de una vaga promesa... el único beso robado al rubor de un rostro caído... el pañuelo bordado... el adiós del pronto regreso... Y el contraste que su situación establecía con los años de soltera en el caserón de Balandú, la vida calma del pueblo, reuniones con amigas, tomadas del brazo para el ritual paseo de las tardes sin lluvia por la plaza grande y la Calle del Medio... O el recogimiento de las horas en su tarea de bordar, conversar con la madre, cultivar el jardín interior, leer, pulsar las cuerdas después del rosario vespertino... “¿Quieren subir a (el mirador de) las tierras altas?” –invitaba– Ellas se animaban en vísperas de otro paseo a caballo, fiambre en el monte, canciones y risas contra el viento. Y daban las tres vueltas rituales por la plaza antes de emprender la subida. El pueblo miraba el paso fino de las bestias... el porte elegante de los jinetes...]. 
(De La casa de las dos palmas).


33. [Si un hombre besa a la novia, la novia queda esperando hijo...]. 
(De La casa de las dos palmas).

34. [Fijáte si era inocente mi abuelita: cuando mi abuelo la besó en la frente por entre los barrotes de la ventana, ella se encerró quince días llorando ´izque porque iba a tener un hijo...]. 
(De Las muertes ajenas).

35. [Yo la amé con un amor distinto. Y mientras sienta el olor de la tierra mojada llegará su imagen a refrescar mi memoria, y el corazón dará golpes contra el pecho, saldrán sones nostalgiosos de campana, como el viento de anochecida al besar las hojas las hace entonar cantares de lamento...].
(De La tierra éramos nosotros).

36. [Cuando Balandú amaneció triste porque había tristeza en sus ojos, Piedad Rojas, triste el pueblo en sus ojos a las nueve, a las diez, a las once, anochecidas las calles cuando usted apagaba la mirada, cuando apagaba la canción. Ahora va a decirme todo lo que de verdad pasó]. 
(De Y el mundo sigue andando).

37. [Al fin sale perdiendo todo el mundo: alguien se sentirá víctima, alguien entenderá que haber ganado es derrota... el tiempo diría lo demás]. 
(De La casa de las dos palmas).


4. LA TIERRA ÉRAMOS NOSOTROS
(Socorro)

La historia del hombre atrae, claro que atrae.

Conociste a Mejía Vallejo desde niño, Socorro.

Cuando nos conocimos en 1942 era simplemente Manuel. Manuel para todo el mundo. Un muchacho de diecinueve. Yo de catorce. Tres años después publicó La tierra éramos nosotros y se convirtió en personaje. Llegó, emocionado, y me dijo: “mira, Socorro, el primer ejemplar de mi libro, te lo dedico”. Abrí la portada y encontré este texto con su letra cuidadosa, que cuando tenía tragos y se le venían ideas a la cabeza escribía con letra que a él mismo le daba trabajo descifrar:

Que este año, Socorro, no cambie ni el color de tus pupilas ni el tono musical de tus palabras. Que sigas como cuando te conocí, ese día que en mi calendario íntimo será de fiesta e irás siempre de rojo. A tus pies pongo mi corazón con estas palabras que pueden ser el comienzo de un poema: a la niña de los ojos verdes. Manuel”. 

Socorro, Mejía Vallejo en Las muertes ajenas menciona un tango: “Canción sin quien la cante, beso solo… el tango de Homero Manzi”. Está hecho como por encargo para tu historia.

Esta puerta se abrió para tu paso, 
este piano tembló con tu canción... 
No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, 
ninguna con tu piel ni con tu voz;
tu piel, magnolia que mojó la luna,
tu voz, murmullo que entibió el amor.
No habrá ninguna igual, 
todas murieron, 
en el momento en que dijiste adiós. 
Ninguna”, tango con letra de Homero Manzi y 
música de Raúl Fernández Siro, interpretado por 
Ángel Vargas con la orquesta de Ángel D´Agostino:

Jericó, por esos días era un pueblo lindo como ahora, pero más tranquilo. La tranquilidad propia de esos tiempos. Socorro nació en el norte de la población, en una casa de las de balcón colonial, puertas de madera tallada, macetas florecidas, ventanas arrodilladas, lindando con el morro del Salvador en donde vivía la gente bien, de lo mejor, al final de la calle “Rincón Santo”. Su casa es ahora sede de la Federación de Cafeteros.

¿Hasta qué edad viviste en Jericó?

Hasta que me casé. Tenía veinte años.

Manuel ya no estaba...

Él nació en Jericó. Sus padres vivían en Jardín. Pasaba temporadas donde la abuela por el lado occidental del parque, a dos cuadras de la plaza en Jericó. Es jardineño, pero también jericoano. De niños no nos conocimos. De jóvenes, en Medellín, tampoco. Él estudiando en Bellas Artes y yo terminando el bachillerato que en los pueblos no era completo. Unas vacaciones nos encontramos en el pueblo. Él sentado con amigos en un bar de la terraza del parque y yo paseando con amigas de la calle del Medio a la calle de Rincón Santo. Al pasar por el parque, le hizo poner al piano todo el volumen y se oyó potente el cantar: 

Con una queja en el alma,
hasta mi tierra llegué:
con una queja en el alma,
y allá en mi tierra te hallé.
Me hirieron tanto tus ojos,
que me quitaron la fe...
Cobardía”, bolero con letra y música de Don 
Fabián, interpretado por Fernando Torres:

Nos seguimos viendo en todas las temporadas: las de julio, las de diciembre, las de Semana Santa. Para el nueve de abril de 1948 él se entrevistó en Bogotá con Fidel Castro y, como se dio la muerte de Gaitán, ésa se consideró una entrevista sospechosa. 

Bueno, Socorro, ser sospechoso de comunismo era como ser candidato a difunto. Muchos muertos hubo por ser conservadores o liberales.

Lo confinaron presumido de culpable, mientras se demostraba su inocencia, dándole la casa por cárcel. De ahí salió para el exilio en Centroamérica hasta 1957, que regresó.

Eso dio al traste con tu noviazgo...

No propiamente. Ya me había casado y me había ido. Él tampoco había querido volver a Jericó, por esos días. El pueblo quedó habitado sólo con los recuerdos de un noviazgo platónico, como eran los de esa época. Platónico, muy hermoso... y frustrado. Sus aromas perduran.

¿Cómo no perdurar?  Cuando Socorro vio por primera vez a Manuel él era uno más entre muchos de los muchachos parados en una esquina del parque. Ella era una más de las muchachas que salían del colegio en Medellín y pasaban vacaciones en sus casas.

Uno más no era. Era especial. Siempre fue especial. No sólo por artista y su conversación acaparadora de la atención de los demás, sino por apuesto que no podía pasar desapercibido. No lo decía yo, era vox populi. Las muchachas morían por él.

¿Sabes, Socorro?  Le escuché a su viuda que todas las mujeres que lo conocieron se enamoraron de Manuel.

Para nada extraño. Por fino... por galante... por culto... por caballero a carta cabal. No es extraño. Ya en mis tiempos las amigas estaban enamoradas de él. 

Entonces te enamoraste...

Sentí que me tragaba la tierra del bochorno, cuando me dedicó el bolero y soltó el primer piropo. Los amigos hicieron coro. Me quemó la estocada profunda de sus ojos como grises, como color de miel, como almibarados. Al dar vuelta a la esquina, di una última mirada y él vio que me estaba derritiendo. Se me subieron los humos al saber que era la elegida de Manuel y andaba preguntando mis cómos y mis con quién.

Esa primera vez –dijo Manuel en La sombra de tu paso–, entre Balandú y Santamaría de los Robles, pisé la sombra de tu paso y tu pensamiento me sumió en noches de vigilia.

También yo, Manuel, también yo me sacudí –le dije.

¿Cómo se hablaron la primera vez?

Manuel era atrevido, con golpes de audacia, pero también tímido. Con la timidez que no logró abandonar del todo. Se atrevió a acompañarla, a pesar de las burlas de sus amigos, a pesar de que le temblaban las piernas y a pesar de que doña Matilde, la madre de la muchacha, frunció el ceño y atravesó el zaguán de la casa como si parados en la puerta hubiera espíritus de los que atraviesan paredes. Al fallecer Juan, el padre, la viuda y los dos hijos fueron con la abuela Mercedes y con el tío Eduardo. Parecería que el morro del Salvador fuera un volcán entrado en erupción cuando, sin ninguna consideración por el muchacho, trepidó la silla mecedora, al lado del comedor:

¡Socorro, haga el favor de entrar! –tronó la voz ronca del tío.

¿Favor?: ¡una orden!  Acabó con el momento más arrobador que Socorro hubiera podido vivir en su existencia, incluida la Primera Comunión.

Fue el día más feliz de mi vida. El día en que Manuel me acompañó y me dio el primer beso. Sus brazos velludos; su cara rasurada, azulosa; su voz cálida embrujando a una colegiala de moño rosado y pelo largo...

Atrevido sí era, Socorro. Si te besó desde ésa, su primera vez.

Me besó, sí, pero en la mejilla. En esa época un beso en la boca era una cosa impensable para los comienzos de un noviazgo y me atrevo a decir que más allá del matrimonio. Y en público, ni soñar. Hubiera sido causal de excomunión y de denuncia desde el púlpito principal. En esos tiempos no nos tomábamos ni una mano. Todo era muy inocente, muy pueril. Me puso las manos en el rostro con gran ternura... Tiempo después en su última carta me escribiría que…Nunca tuve hacia ti pasiones bajas… ni hubo siguiera entre los dos el simple movimiento de unir nuestras manos ni aquietarlas…”.

Llegar a tu casa el primer día fue, para Manuel, llegar a un cielo.

Un cielo, pero cerrado. No fue invitado a ocupar el sillón del forastero, ni entró en la sala de las visitas y eso causó disgustos que aún duelen. En el traganíquel de la esquina me dedicaba el tango Te quiero de Francisco Canaro.

Te quiero / como no te quiso nadie, / como nadie te querrá. / Te adoro / como se adora en la vida / la mujer que se ha de amar... / como se quiere en la vida / una vez y nada más... / con ese amor sin igual... / y no hay fuerza sobrehumana / que detenga mi querer. / Hoy te quiero más que ayer, pero menos que mañana.

LA TIERRA ÉRAMOS NOSOTROS
(Manuel)

38. [“Hoy te quiero más que ayer, pero menos que mañana”, sonaba el tango enamorado en todos los tocadiscos del pueblo porque él compró siete copias de la grabación y las distribuyó gratuitamente en las cantinas más bullosas]. 
(De Los invocados).
Te quiero”, tango con letra y música de Francisco 
Canaro, interpretado por Oscar Larroca con la Orq. 
de Alfredo de Ángelis:

39. [... No vale nada la vida, valen tus ojos verdes de agua de manglares. Y tus movimientos intangibles de algo que está por nacer o morir... y en la lluvia tu cierta manera de mirar las cosas; las cosas miradas por ti que no volvían a parecerse: les imprimías otra virtud como una atmósfera de encanto sobrecogedor, otro aire suave en el aire... Y la soledad cuando no estás, tú por todas partes, esto es soledad. Canción sin quien la cante, beso solo... El tango de Homero Manzi...]. 

(Ninguna, tango con letra de Homero Manzi y música de Juan Raúl Fernández)
(De Las muertes ajenas).

5. AIRE DE TANGO
(Socorro)

No les fue bien con el tío Eduardo ni con la abuela.

A poco mamá casó con su primo Clímaco y ahí sí Abad-Abad. Mi tío y mi abuela no quisieron a Manuel porque sabían de sus ideas socialistas y sus discursos a lo María Cano: Lo único que nos faltaba. Un comunista en la familia. Esta muchacha está loca si cree que vamos a aceptar esa relación descerebrada –dijeron, creo que todos.

En un pueblo monacal ser comunista era un pecado que la familia sólo vino a perdonar cuando al médico Héctor Abad Gómez, primo de Socorro, le dio por defender y sacrificó la vida por los derechos humanos. Fue llorado porque si le hubiera dado por hacerse obispo, en vez de médico, tal vez estuviera vivo, aunque eso nunca se sabe.

Entonces vino la oposición a tu noviazgo, Socorro.

Lo nuestro fue amor a primera vista. Eso me daba fuerzas para abogar por Manuel contra viento y marea. Su amor empezó a alimentarse de cartas, de notas, de folletos. Me hacía llegar publicaciones de los poetas que estaban de moda y antologías con comentarios al margen y recomendaciones de “ponle atención a éste”, “fíjate en éste otro”, “éste te lo dedico”. Me declaró su amor en la contraportada de un folleto de Neruda. Le mandé a decir que no, porque me daba miedo.

¿Miedo por qué, Socorrito?  ¿Por qué me tienes miedo? –preguntó.

Porque en los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Neruda has puesto una marca especial en esos versos que dicen "amo el amor de los marineros que besan y se van... amo el amor que se reparte en vino, besos, lecho y pan..." Como dice “Amores de estudiante”, el tango gardeliano que te gusta: "hoy un juramento, mañana una traición, amores de estudiante flores de un día son". Para hacerme infeliz, mejor déjame tranquila.

También he señalado en el libro de Neruda que "puedo escribir los versos más tristes esta noche... escribir por ejemplo: la noche está estrellada y titilan azules los astros a lo lejos..." Eres mi inspiración. En ti pienso cuando leo algo que me emociona. Si no me aceptas, mi vida carecerá de sentido –dijo.

... Y lo aceptaste, Socorro.

Su triste mirada fue argumento contundente en esa tarde de verano. La oposición arreció. Yo era débil. Mi abuela y mi tío Eduardo, fuertes. Lucha muy desigual. Para esos días con la complicidad de ellos el asedio de mi otro pretendiente, el médico, era permanente.


AIRE DE TANGO
(Manuel)

40. Dijo su viuda en un conversatorio en la BPP el 23 de abril de 2004, que "todas las mujeres que lo conocieron se enamoraron de Manuel". Participaron, entre otros, Dora Luz Echeverría viuda de Mejía Vallejo y sus hijas María José, Adelaida  y Valeria; los escritores Darío Ruiz y Orlando Mora; y el bibliotecólogo Miguel Escobar Calle.

41. –Matilde Abad Mesa, fue la madre de los Santamaría Abad y de los Abad Abad.

–Juan Santamaría Valenzuela, nieto de don José Santamaría Bermúdez de Castro, era el padre de Socorro. Matilde su viuda, y sus dos hijos, pasaron a vivir transitoriamente en casa de doña Mercedes Mesa de la Calle viuda de Abad, madre de los Abad Mesa entre los que están Eduardo, Elías, y Antonio Jesús.

42. [Es hermoso envejecer al lado de lo que se ama]. 
(De La sombra de tu paso).

43. [El amor es palabra en presente, fracasa quien no sabe conjugarla en otros tiempos verbales (te amé, me amarás), en otros tiempos vitales]. 
(De Y el mundo sigue andando).

44. [...me puse a pensar en Piedad Rojas, el verdadero amor de mi adolescencia... Hecha para ser soñada, la invulnerable, la distante, inviolada, rubor y temblor de dos almas al azar... Amor es para toda la vida, o no es amor]. 
(De Los invocados).


6. IGUAL QUE UNA SOMBRA
(Socorro)

La agraciada auxiliar, que fue reina, limpiaba estanterías en la farmacia y sonreía, para sus adentros, viendo al doctor espiar nervioso el paso de los transeúntes por la acera y mirar su reloj de leontina a cada momento. El doctor Londoño ya se cansaría de recibir desprecios de la otra candidata y miraría hacia los ojos que lo estaban esperando. Sólo que él no se cansaba de suspirar. Cuando su corazón acelerado vio los cadejos rubios de la princesa que lo traía desvelado, mecidos como azotando el viento, les salió al paso y les hizo la invitación:

Socorro, la invito a que me acompañe a almorzar. Es 23 de abril y quiero celebrar con usted mi cumpleaños.

No puedo. Mi novio, Manuel, también está de cumpleaños y vamos a celebrarlo subiendo al morro con los amigos.

Me urge hablarle porque voy a proponerle matrimonio.

El doctor tuvo que morder sus labios al escuchar la respuesta:

Pero yo no lo quiero, doctor, quiero a Manuel.

Al poeta ya lo olvidarás. Aprenderás a quererme. Como dice la canción, "Sabré esperar. El corazón me dice que en un mañana tú pensarás en mí".

Viéndola entusiasmada con Manuel, resolvió irse por la cabeza:

Doña Mercedes, –dijo a la abuela– ella es niña, sé que aún es niña, pero tendré paciencia de esperar a que madure. Ya lo hará.

A los veinte se veía niña, no de años, sino de ingenua. La abuela propició la forma de poner distancias. Incrementó las campañas motivadoras y desmotivadoras, según el quién. Obligó a escribir la carta que tendría que poner fin a los caprichos de la nieta.

Ayudó mi tío, ayudaron los vecinos, ayudó “Bombón, el paquetero” de frente al cementerio. Los lunes llevaba carta mía a Medellín, los viernes regresaba con carta de Manuel. Dejé de recibirlas. Supongo que él dejó de recibir las mías. Bombón se las arregló para no exacerbar los ánimos de mi abuela. Cuando escribí esa última carta, con la que terminaba, me respondió con otra cuya entrega encomendó a su amigo Julio Puerta. Llenó veintisiete páginas. Estaba próximo el nueve de abril de 1948 que cambió tantas vidas. Decía en algunos apartes, que trataré de rememorar:Esta carta, mi amada, tal vez sea la última que te escribo... la escribo con letra de tango porteño... eres la única mujer que no he poseído y, tal vez, me voy a vengar en todas las mujeres del mundo por la frustración de haberte perdido...”.

¡Qué bueno leerla completa!, Socorro.

El día antes del matrimonio mi abuela me acompañó a confesar. La penitencia de mi abuela fue más dolorosa que la del cura: me hizo quemar folletos y correspondencia. Me hizo pegar del manto de la Virgen en la iglesia un anillo, unos aretes, un “pendantif” de aguamarina que Manuel me había regalado. No debía llegar al matrimonio con nada que me recordara el viejo amor. El padre no me ayudó. Consideraba su deber no cambiarle el destino a los anillos.

¿Qué es un “pendantif”?

Un prendedor o camafeo, colgado de cadena... En casa tendieron una cortina de humo. Me obligaron a renunciar a su recuerdo y yo lo hice de labios para afuera, pero no en mi corazón. De ahí no podían sacarlo.

¿Y Manuel cómo reaccionó a tu boda?

El cantante Ortiz Tirado salía de un homenaje que le hicieron los intelectuales en el Club Unión, y yo me hospedaba en casa del tío Eduardo en Laureles. A media noche, bajo los aleros que los protegían de un cielo lluvioso, se oyó el templar de guitarras y era Manuel que había convenido en llevarme la serenata con la que despedía mi soltería. Los músicos entonaron:todo lo que quise yo, tuve que dejarlo lejos, por más que estire las manos nunca te alcanzo lucero...”  “muchachita linda de cabellos de oro, de dientes de perla, labios de rubí...” “esas perlas que tú guardas con cuidado en tan lindo estuche de peluche rojo...” “Con una queja en el alma de aquel lugar me alejé y sé que fue cobardía, que tuve miedo de amar, que son muy hondas las penas que los amores me dan...”.
Las perlas de tu boca”, bolero son con letra de Armando 
Bronca y música de Eliseo Grenet, interpretado por el Dr. 
Alfonso Ortiz Tirado:

Mientras el ojo del farol descolgaba lágrimas de lluvia sobre el sombrero de Manuel, se oía su voz pastosa de alcoholes pedir con insistencia: 

El aguacate, quiero que canten El aguacate.

Socorro, con la mirada perdida de este mundo, revive la serenata: los ojos afarolados lloviendo la tristeza, el corazón acelerado.

No sabían la canción del olvido. Al día siguiente, como una sombra, me siguió por la ciudad, mientras yo hacía compras de ajuar en los almacenes de Junín, acompañada, claro. Se acercó y nos invitó a refresco. Sabiendo que era su aliada y lo apoyaba, con voz dolida reprochó a mamá:

Doña Matilde: usted y su hermano Elías me han proclamado aprecio, pero me la jugaron sucio. Regalaron mi niña a otro hombre… y ella no se impuso… me cansé de rogarle.

¿Qué sabemos nosotros de las cosas del destino, Manuel, qué?

Fue un momento difícil el de ustedes, Socorro, con el reclamo.

Alfredo se unió a las compras. Ya en casa, sonó el teléfono. No habló nadie. Supe que era Manuel. Mi prima cuchicheó que había marcado toda la tarde. Lo oí dedicar el tango de Cadícamo: Igual que una sombra:

Hoy la vi después de un año,
hoy se cruzó por mi herida.
Iba hermosa
mi muñeca mimosa,
iba al lado de otro dueño,
mi sueño;
aquel sueño de mi vida.

Ella en mis cuartetas,
ella en mis angustias,
ella en mi dolor de poeta.
De ella son mis versos tristes,
tangos de dolor.

Como raíces
de tangos grises,
ella está en mi corazón.

¡Ah, caramba!, a él le dio duro. Y tú conservas la voz de corista.

Su hermana Tina, mi prima Estela Puerta Abad, las amigas, organizaron un algo para despedirme de soltera. No imaginé que por allí iba a aparecer Manuel. Nos dejaron solos. Creí morir. Me suplicó que no me casara.

Es autoritario. No te cases. Estás a tiempo. Uno debe casarse enamorado para que el matrimonio pueda sobrevivir a la merma del amor –dijo, mientras su hermana y mi prima espiaban tras una cortina–. Si te casas, me estarás condenando al olvido, que es otra manera de morir. Dame la oportunidad de que estemos juntos hasta la muerte.

Muchas novias lloran por el dolor que les espera, Socorro. Tú, por lo que quedó atrás. ¿Qué le dijiste?

No podía retroceder. Me partió el alma. (Yo sé que fue cobardía, que tuve miedo de amar...).


IGUAL QUE UNA SOMBRA
(Manuel)

45. Elías Abad Mesa, era amigo de Manuel y tío de Socorro. 

46. El médico Alberto Burgos Herrera en su libro “Aquí también se canta el tango” (Ed. Lealón, jun/2007, pag. 272) dice que el trío conformado por el antioqueño Alejandro “Pibe Campos” Ocampo Isaza, el peruano Leoncio “Cholo” Gómez y el ecuatoriano Manuel Maldonado Condemarín, en 1948 hizo el recorrido por territorio colombiano sirviéndole de marco musical al Dr. Alfonso Ortiz Tirado. Según esto, ellos fueron los acompañantes de la serenata contratada por Manuel Mejía Vallejo para Socorro Santamaría Abad.
-“Todo lo que quise yo...”. Romance de mi destino. Canción. Abel Romeo Castillo (L). Gonzalo Vera C. (M).
- “Muchachita linda...”. Te quiero dijiste. Bolero. María Grever (L y M). 
- “Esas perlas...”. Las perlas de tu boca. Canción. Eliseo Grenet (L y M). 
- “Con una queja en el alma...”. Cobardía. Bolero de Don Fabián. Intérpretes: Néstor Chaires. Alfonso Ortiz Tirado. 

47. Tú eres mi amor, mi dicha y mi tesoro...”. El aguacate,  pasillo ecuatoriano de César Guerrero, localismo para “tusa, guayabo o decepción amorosa”.

48. Me cansé de rogarle, me cansé de decirle que yo sin ella de pena muero…Ella. Canción ranchera con letra y música de José Alfredo Jiménez.

49. Sabré esperar. El corazón me dice que en un mañana tú pensarás en mí…Sabré esperar. Bolero de Electo Rosell o de Walfrido Guevara.


7. LA CANCIÓN DEL OLVIDO
(Socorro)

Ella se casaba en Jericó a las 8 am., y él bebía en Medellín en el almacén de la jericoana Ruth Mesa Restrepo, su amiga y confidente. Si cualquier día bebiera a esa hora, sería un escándalo. Pero en el festivo siguiente a la “noche de velitas”, podía pasar como un copisolero de acostar tardío. El almacén a puerta cerrada, podía pasar como el negocio de una amante que tolera todos los caprichos. La mujer preocupada por servir las copas del “dulce veneno”, que él decía, y por dejar oír la música que lo estrujaba, podía pasar por una mesera complaciente. Pero el que no podía pasar por bohemio que remata noche de alegrías, era él con esas lágrimas rodadas y esa tristeza derramada. No se cansaba de tristear en su altar de misa de difuntos.

Déjame usar tu teléfono, Ruth, déjame usarlo. Estoy que me reviento.

Asió la bocina y tomó aire. No quería que le faltaran alientos para hablar. Pidió hablar con Julio Puerta:

¡Aló!, Jericó, por favor. Cita a cabina. Espero... –habló Manuel. Esperó. Volvió a hablar–: ¿Julio? ¿Qué hacés?  No preguntes por qué, ni trates de disuadirme. Quiero que me transmitas paso a paso quién, cómo, y con quién, entra en la iglesia. Cuéntamelo todo. Ya tendré tiempo de elaborar mis soledumbres, de hacer mis prácticas para el olvido, mi memoria del olvido, pero lo que es hoy déjame morir esas muertes ajenas, llorar mi llanto ajeno.

Fue agonía a distancia. No se conocía la transmisión vía satélite. Cuando Julio me contó, estuve noches repasando la película de mi matrimonio, imaginándolo y acompañando su lloro con el mío. 

Sufrió mucho Manuel ese día, sufrió mucho.

Sufrió más. Se fue a beber más de un mes a orillas del río Cauca, en la finca Casablanca, de su hermano Carlos, y a llorar adolorido. No se cansaba de oír Nostalgias, el tango de Cobián y Cadícamo.

El Cauca creció con mis lágrimas –confesó Manuel–. Tenía menos capacidad de derramarlas que mi corazón de producirlas, enronquecido de cantarle a su recuerdo el tango de mis nostalgias cantadas por Cadícamo y Cobian:

Quiero emborrachar mi corazón / para apagar un loco amor / que más que amor es un sufrir... / Si su amor fue flor de un día / ¿por qué causa es siempre mía / esta cruel preocupación? / Hermano: yo no quiero rebajarme, / ni pedirle, ni llorarle, / ni decirle que no puedo más vivir... / Quiero emborrachar mi corazón / para después poder brindar por los fracasos del amor
Nostalgia”, tango con letra de Enrique Cadícamo y música
de Juan Carlos Cobián, interpretado por Hugo del Carril:

– Luego me confesó que "Se me perdieron unos días que no logro ubicar en las lagunas de la memoria".

Para Alfredo debió ser muy difícil la situación, Socorro.

Alfredo tuvo paciencia. Entendió que si el rival fuera un don nadie, con irnos a vivir a otro lugar se pondría distancia suficiente, pero no con un personaje que aparecía en prensa, en radio, en boca de todo el mundo. Que cuando nació la televisión empezó a aparecer él y empezaron a aparecer sus novelas. Sombras así no pueden ser borradas de un plumazo. Con sombras así hay que aprender a vivir y él aprendió. Sentía celos, pero aprendió. Entonces me compraba sus libros, me llevaba artículos de prensa, artículos de revista. Me avisaba cuando iban a entrevistar a Manuel. Se hizo mi cómplice.

Aprendió a vivir con la sombra del enemigo. ¿Volviste a ver a Manuel?

Una vez en la repostería Astor de Medellín, con la hermana de mi esposo, sentí la atracción de una mirada y lo vi en la puerta con amigos, enrollando la leontina de un llavero en el índice. Acudió a sentarse en nuestra mesa, pero evitó tocar temas incómodos. Al final manifestó:

Mi madre Rosana me ha dicho que quieres recuperar tu fotografía y la carta que conservo. La vi buscando entre mis cosas. Te las haré llegar con tu prima Beatriz de Tirado. Prefiero tu tranquilidad a tener esos bellos recuerdos. Si logro escribir lo vivido, serás la primera que lo lea.

¿Qué otras veces se vieron?

En una navidad llegué por la noche, desde una finca, a mi casa de Pereira. Con niños cargados y dormidos, uno en cada brazo. Él esperaba. Recibió los niños y ayudó a mamá a ponerlos en cama. Luego ayudó a Alfredo a bajar cosas.

He esperado por más de una hora. No me habría importado que ésta fuera otra de mis noches de vigilia –dijo Manuel.

Sería una larga jornada la de ese duelo en la noche, a cuarto cerrado. Alfredo lo invitó a unos tragos y conversaron como amigos, como hombres cultos por sus conocimientos y por su comportamiento. Alfredo atajó en dos o tres veces los intentos de irse. Al final, Alfredo insistió:

No te sientas mal, tú eres casi de la familia. Alguna vez a Socorro se le ha ocurrido decirme Manuel en vez de Alfredo. Yo lo entiendo como un “lapsus corda”, si cabe esa traspolación del “sursum corda”. 

Se le perdona el latín, doctor, en este caso –dijo Manuel–. También podría emplearlo, ya que vine a exorcizar demonios, en busca de mis pasos perdidos. A que Socorro me cuente realmente qué fue lo que pasó. Después me iré. (Ella es una sombra / que nubla mi frente / cuando, sin querer, / la nombro).

¿Qué importa, Manuel, qué importa? –dije, buscando evadir un tema tan difícil por la presencia de Alfredo. Él insistió:

Importa, Socorro, uno no puede vivir el resto de sus días en derrota, cargando una cruz tan pesada como la del desprecio.

No sabía. Supuso merecer oposiciones por bohemio. No imaginó que por política. Muchos murieron por el color de su partido. Él perdió la que consideraba su felicidad, por no tenerlo.

Oye, Socorro, habría tenido más lógica que las oposiciones hubieran sido por bohemio. Porque a él le gustaba el licor... no nos engañemos...

Gustarle sí. Eso es algo que a cualquiera asustaba. Que a cualquier mujer asusta. Se necesita estar muy enamorada para no ver en eso un inconveniente y para creer que el amor puede curar esos impulsos.

Y ahí estaba el alcohol mediando el encuentro entre Manuel y Alfredo...

Hemos sido felices, a pesar de todo –dijo Alfredo–. Soy de mal carácter y soy activo, y eso molesta a Socorro. Ella es calmada y es pasiva, y me incomoda, pero hemos podido conciliar. Somos felices.

Me alegra escucharlo. Síganlo siendo.

No volvió a saber de él, aparte las noticias de su vida pública. Ella enviudó en 1990, pero no hizo intentos por localizar a Manuel que ya era “harina de otro costal”.

No tenía sentido. Las personas cambiamos y seguimos enamoradas es de una sombra, de un fantasma que no existe. Se había casado y, después de tantos años, ni él era él ni yo era yo. 

Llegó el tiempo de sequía. En 1994 la llamó el médico de Manuel: 

Manuel sufrió un derrame, Socorro, está mal y pide verte.

Si consigo programar mi viaje, hablamos.

Manuel va superando. Se dejó sentar en silla de ruedas y pronunció dos palabras:Socorro... Pereira. ¿Podrías acelerar tu viaje?

Dile que iré.

El viaje se estaba demorando y llamó a preguntar por él. Contestó la esposa, Dora Luz.

¿Socorro? ¡Claro!, Manuel se alegrará de tener noticias suyas. Está a mi lado y voy a ponerle la bocina en el oído. Hable que él la escucha, aunque no pueda contestarle.

Manuel, soy yo, Socorro. Eres fuerte y vas a recuperarte. Espero viajar pronto para que podamos vernos.

La hermana monja había dejado los hábitos para cuidar de Manuel en la finca del Retiro. Recibió a Socorro. Le hizo advertencias. El médico preparó el corazón de su paciente para que la impresión de la visita no lo sacudiera. Aun así, las lágrimas acompañaron el saludo. La impotencia de no poder hablar y de saber su voz oscura. Se abrazaron (¿por primera vez?) y los años adolescentes afloraron convertidos en lloro para los dos:  

(He llegado hasta tu casa / y no sé cómo he podido, / si me han dicho que no estás, / que ya nunca volverás, / y me han dicho que te has ido... Nada, nada queda en tu casa natal...). 
Nada”, tango con letra de Horacio Sanguinetti y música
de José Dames, interpretado por Raúl Iriarte con la 
orquesta de Miguel Caló:

Manuel ya no está –dijo el médico y amigo– su cabeza está ahí pero su corazón quiere irse. No he sido capaz de consolar las penas del amigo.

¿No lo volviste a ver?

Después de muerto, invocándolo en noche de desvelo, me dormí y hacia las siete desperté impresionada. Lo vi en un sueño tan vívido como hablar contigo. La sensación de su presencia. Sonrió y dijo: ya podemos ser felices. ¡Como si la felicidad dependiera de la muerte!

Yo diría que Manuel fue una presencia tan grande en tu vida que hasta se atrevía a dormir a los pies de tu cama y a descobijar a Alfredo de sus sueños, pero ¿quién crees tú que fuiste para Manuel?

[Es mi pasado, / es mi presente, / y yo no puedo / borrarla de mi mente –sentiría él, sentiría ella.]

Él fue igual que una sombra, un ángel, una leyenda. No era humano. Escogió para su finca de La Fe, en el Retiro, el nombre de Ziruma, la palabra Wayú que significa “el lugar donde habitan los dioses”. Era como un dios. Profano, pero al cabo dios... A pesar de su mundo intelectual precoz, era un muchacho de apenas diecinueve años cuando nos conocimos. Ésa es menos edad que la de la mayoría de mis nietos. Yo tenía catorce. Fue mi primer amor y se alimentó con el fuego de su fama. Se hizo mito, olvidando los defectos y magnificando las virtudes. Es posible que para él, conocidas todas las mujeres, transitados todos los caminos, tuviera el encanto... (iba a decir de la primera manzana mordida, pero no, precisamente tenía el encanto de la manzana que nunca se mordió). Quizás en sus fantasías él hubiera seguido pensando que tal vez esa manzana era más jugosa que las demás, no sé decirlo. Sólo sé que en cuántas veces volvimos a encontrarnos fue galante conmigo y se comportó como si yo fuera su sueño, como si yo todavía fuera aquella niña de moño rosado. Ése es el recuerdo que yo guardo. Con ese recuerdo hermoso quiero morir. Ese recuerdo de lo que los dos hemos vivido... con aire de tango.


LA CANCIÓN DEL OLVIDO
(Manuel)

50. [...¡Piedad Rojas! –se oía el solo nombre, ella en la canción desesperada. Y detrás de la canción iba la pena. Iba el fantasma de la pena detrás de la canción.].  
(De Serenata en Otras historias de Balandú).

51. [...Recuerdo que pedías inútilmente la canción del olvido, la que se olvidó cantar]. 
(De Los invocados).

52. [Gracias, muchacha, por todo / lo que en mi vida arrasaste. / Gracias por acostumbrarte / a herirme de cualquier modo]. 
(De Otras décimas en el tomo de Poesías de las Obras completas –Concejo de Medellín- BPP).

53. [Sentía pena por la amada ideal, por lo que pudo haber sido y no fue. ¡Por Dios, dolidamente!... Somos nada más el resultado de una mentira imperdonable. No sé si alguien tenga la culpa, o yo la tengo por no haber solicitado licencia para nacer, como no la solicito para morir. La muerte está echada...]. 
(De Los invocados).

54. [Pediré perdón a los que nunca perdonan, porque ni la vida ni la muerte son capaces de perdonar al que se atrevió a nacer y a morir antes de tiempo, o en su tiempo desolado]. 
(De Los invocados).

55. [Más los peligros del perdón; quien dice perdonar, en realidad no perdona, simplemente aplaza... Lo que llaman futuro, esa equívoca palabra... La mujer es una obligación, los amigos una exigencia... Antes de que esto se acabe. Cuando hablo solo, escucho mi voz ajena... (callaba su pasado, porque para él la muerte no era la calavera, ni el tiempo era el reloj, ni el hombre el problema que camina)...]. 
(De La casa de las dos palmas).

56. [...En el tiempo de Balandú, a la ruptura de una relación entrañable, se devolvían fotos, cartas, regalos de ocasión, pañuelos bordados donde un cabello entresacado amorosamente enmarcaba un nombre o una fecha. En amor, sigo chapeado a la antigua]. 
(De Los invocados y La sombra de tu paso).

57. [O creía recibir una serenata (cincuenta años atrás) con sus ojos de humo: como si repentinamente quedaran ciegos y huidos para siempre... También están malditas las canciones –decía al final]
(De Tarde de verano)

58. [Llorabas el llanto claro / de tus ojos verdeoscuros; / llorabas llantos maduros / de silencio y desamparo. / Con un movimiento avaro / de dolor sin pretensiones / esfumaste las razones / de tu pena ensimismada, / pero en toda tu mirada / latían dos corazones]. 
(De Otras décimas en el tomo de Poesías de las Obras completas –Concejo de Medellín- BPP).

59. [Ella habría dado sus ojos por no verte sufrir, habría dado el resto de su vida por no sentirse culpable, por convencerse de que nada ocurrió...]. 
(De Las muertes ajenas).

60. [El corazón siempre nos tumba, con la mujer o con la muerte].
(De Tarde de verano)

61. [Algunos pensaban que se aburrió de vivir y que estuvo muchos años esperando la muerte. En realidad la muerte vino una tarde, pero lo encontró tan apático que no se animó a llevárselo, y así lo dejó en el sillón envejecido de la espera, aunque él asomó al balcón para llamarla. Sólo podía ver la muerte. Luego creyó que no había más qué ver ni presentir, y cansado de seguir viviendo, se acostó a esperar]. 
(De Los invocados).

62. [Por culpa de ella, Piedad Rojas... no por culpa de ella sino por haber nacido y ser hermosa y habitar el mismo pueblo y tener ojos rubios. –“No más, hermana, la vida sólo nos ofrece muerte. La misma historia”]
(De Tarde de verano)

63. [Quien habla desde el recuerdo, habla un poco desde su propia muerte]
(De La sombra de tu paso)

64. [Mi muerte debe ser un acto simple / como fueron los actos de mi vida: / sin alardes, sin queja, sin engaño, / sin el agrio sabor de despedida].
(De Otros poemas en el tomo de Poesías de las Obras completas –Concejo de Medellín- BPP).

65. [Recuerdo a Jardín, mi querencia. Recuerdo a Jericó en vísperas de Semana Santa, a una novia primera donde se verdeazulaba su manera buena de mirar; recuerdo a Julio Puerta, otro jugador estremecido en poeta sin verso propio, cualquier tarde en que adolecíamos del mismo mal junto a un par de cervezas]. 
(De Semana Santa con una vacunita de humor, El Mundo, sábado 29 de marzo de 1980).

66. [Balandú sabía que durante una semana oiría sus canciones y los cascoteos de los caballos, y guitarras y tiples y liras bajo los aleros o entre la arboleda de fincas cercanas, serenatas para el amor endosado... Dí, cabecita loca, ¿qué estás haciendo? Sacude esa melena que me trastorna].
(De Los invocados).

67. [Tapetusa montañero... guarapo del campesino fermentado con anís... Sabroso y picante, enderezador del espíritu desde la primera saca... bandera que enarbola el alma en día festivo, compañero de ilusiones grandes, mitigador de desengaños duros, que está en la garganta como queja desgarrada...]. 
(De La tierra éramos nosotros).

68. [Me fui a llorar al río Eurotas en Esparta,  como Apolo lloró la muerte de Jacinto... a conjugar el verbo Eliar, que es un verbo que tiene que ver con el olvido: yo elío, tú elías]. 
(De Los invocados, ¿Alusión velada al tío Elías Abad Mesa?).

69. [Está pidiendo mucho, estoy que reviento. No hay madera para tanto cajón... ¡Más aguardiente!... (Entonces dejá que se largue ese amor, otro vendrá pidiendo turno)... Adoloridamente quiso insistir, pero ella no podría separarse de las pequeñas costumbres del pueblo, ir a misa, dar tres vueltas a la plaza después de La Salve o de misa mayor, recibir homenajes de los forasteros, servir de centro en las fiestas parroquianas. Algún día se casaría con otro más estabilizado, continuaría la rutina en la paz aldeana... Tertulias con los amigos, serenatas en despedida, la canción decidora del olvido. –La vida te dará poco–: sentenció al final.... Aunque muchos quisieron ver en los detalles una alborotada historia de amor... le faltaba hondura para enfrentar sus años y los pasaba con escándalo, que él confundía con intensidad. Así continuó, no tanto para gozar su vida, sino para que dijeran que estaba viviendo.... De noche escuchaban aquel grito que seguía llamando bravamente a quien había propiciado su descarrío]. 
(De La casa de las dos palmas).

70. [¡Yo la quieeeerooooo! –gritaba como animal aullante y el monte se tragaba el grito]. 
(De Los invocados y La casa de las dos palmas).

71. [¿Cómo arrancar del corazón a las personas, con raíces y todo?]. 
(De Y el mundo sigue andando).

72. [Aquel año perdí el vuelo / que nadie ahora me nombra; / aquel año fui la sombra / de mí mismo contra el suelo / ... aquel año fue morir, / si es morir dar otro paso]. 
(De Otras décimas en el tomo de Poesías de las Obras completas –Concejo de Medellín- BPP).

73. [Si en algún sitio la ven,/ díganle que aún la quiero / como en el beso primero, / por siempre jamás, amén]. 
(De Soledumbres y La casa de las dos palmas)

74. [Te veo tanto en tantas partes / que anoche llamé a la noche / con tu nombre. / Pero en la noche, también / llamé al día con tu nombre...]. 
(De Memoria del olvido).

75. [(¿Y Piedad Rojas?)  Todas mis canciones son para ella. Únicamente un balcón puede existir en la vida de un hombre (¿Y Rocío?)  Pasa. (¿Y Fabiola?)  Pasa. (¿Y Chelito?)  Pasa. (¿Y Piedad Rojas?)  ¡Nunca!  El pueblo es ella, pobre Balandú]  
(De Tarde de verano).

76. [Nada queda atrás. Nunca puede quedar atrás lo que quisimos... O lo que se dejó de querer, más permanente por no efectuado...]. 
(De La casa de las dos palmas).

77. En 1994 sufrió Manuel el primer derrame cerebral y lo atendió su primo el doctor Julián Mejía Soto, bioenergético:
Por problemas cardiacos Manuel debe abandonar la escritura y la dirección del Taller Literario de la BPP. Inicia una lenta recuperación” (Estudio Bio-Bibliográfico de Manuel Mejía Vallejo, por Augusto Escobar Mesa).

78. Nosotras recordamos el día de la llamada de Socorro a mi padre –dijeron sus hijas María José y Valeria–. Ese día lo vimos prodigar la primera sonrisa desde que sufrió el derrame y vimos derramar lágrimas impotentes de quien vivió de la palabra y sufría por la falta de su voz”. Entrevista de Socorro y Dora Luz el 23 de noviembre 2004 (Casa de Villa Grande en El Poblado).

79. La religiosa Luz Mejía Vallejo dejó los hábitos de la comunidad para venirse de Centroamérica a atender a su hermano Manuel durante la enfermedad.

80. He llegado hasta tu casa...”. Nada. Tango. José Dames (M), Horacio Sanguinetti (L).

81. En el año 2000, “después de muerto”. Manuel murió el 23 de julio de 1998.

ORLANDO RAMÍREZ- CASAS (ORCASAS)