domingo, 30 de octubre de 2016

176. Jaime Jaramillo Suárez, coleccionista en la sombra

No sé quién fue el primero que lo dijo, pero “Detrás de todo gran hombre, siempre hay una gran mujer”; o “Cherchez la femme”, como dijo en “Los mohicanos de París” el novelista Alejandro Dumas, padre (no confundir con Alejandro Dumas, hijo).

Hablando una vez con don Ricardo Ostuni para la entrevista que publiqué en este blog, me dijo que en sus investigaciones sobre el lugar de nacimiento de Carlos Gardel había encontrado muchas inconsistencias en la historia oficial, y que “… A raíz de esas inconsistencias dejé de lado el trabajo que había iniciado y me entregué durante cinco años y pico a profundizar en estas dudas. Mi mujer Ana Edith “Bocha” Rocca, aquí a mi lado, es testigo de cuántos interrogantes me asaltaban y cuántas dudas tenía que resolver en mi investigación porque ¿Con quién más iba yo a comentar esas cosas sino con ella, la que me ha acompañado?”. Tiempo después me dijo que ella había sido su acompañante en la tarea de investigar sobre la música, y en sus viajes, y en poner orden en el desorden que a veces se acumulaba en sus papeles.

El Dr. Luciano Londoño López me dijo una vez que “… Si no fuera por el apoyo de Ligia Castaño Restrepo, mi esposa, yo no podría hacer lo que hago ni ser lo que soy; o no hubiéramos estado casados por mucho tiempo. Ella me ha acompañado en la tarea y ha adaptado sus horarios a los míos que son poco convencionales porque desayunamos a las cinco y almorzamos a las once de la mañana, acorde con nuestros ciclos de sueño y de trabajo”.

Afirma don Cristóbal Díaz Ayala sobre su amistad con Jaime Jaramillo que “…Cimentó pronto la amistad entre nosotros y el hecho de que ambas cónyuges se hicieran buenas amigas también porque, mujeres inteligentes, apoyaban y cooperaban  en nuestra dedicación a la música… Tenemos ambos la suerte de que nuestras respectivas esposas, Luz Marina Gaviria la de Jaime, y Marisa Méndez la mía; compartan, apoyen, y ayuden extraordinariamente nuestra pasión…”.

Hubo un momento en que tenía en mi lista de contactos a tres Jaime Jaramillo, lo que me llevó a desambiguar o señalar debidamente cuál es cuál, y quién es quién. Después han aparecido otros homónimos. Van más de diez entre quienes están un jubilado, un tanguero, un poeta, un historiador, un benefactor de indigentes, un coleccionista de jazz, un escritor, un abogado, un sacerdote, un consultor de empresas.

Se encuentra el amigo Jaime Jaramillo Suárez en una nutrida compañía de homónimos, con diferentes rangos en grado de reconocimiento, pero de él dice su amigo Eduardo Ceballos Arango que “es, ante todo, un gran amigo, melómano consumado, una persona con gran carisma y sentido de pertenencia hacia las agrupaciones a las que pertenece…”. Orlando Montenegro Rolón afirma que “Por encima de todo Jaime es un ser especial, amigo leal, buen melómano y matancerólogo, pero mejor persona, con un don de gentes que no destiñe con el tiempo sino que se afirma…”. La Dra. Patricia Rebellón Betancur dice que “Es un hombre de bien, altruista, y digno de ser  amigo… que comparte su saber y tener con sus congéneres… desprevenido, sencillo, jovial, amable y servicial…”. El cubano Mario A. García Romero dice que él “Es una persona muy importante en las investigaciones sobre la música, que se ha dedicado a coleccionar y poner a disposición de investigadores e interesados mucho material gráfico sobre este importante renglón cultural…”. Rosni Portaccio Fontalvo, a su vez, afirma de Jaime que “Lo vi varias veces en los programas de televisión de Eloy M. Cepero en Miami, de la serie de Grandes Leyendas Musicales Cubanas, a los que era invitado para que compartiera sus conocimientos con la audiencia… Cuando lo conocí personalmente encontré en él a un gran amigo…”. El cubano don Cristóbal Díaz-Ayala, por su parte, testimonia que “Sin ir más lejos, Jaime Jaramillo Suárez es muy modesto, pero lo que sabe de música puertorriqueña entre otras cosas ya lo quisiera saber yo. Tiene, además, una paciencia que yo no tengo para internarse en los archivos aduanales de los Estados Unidos para ayudar a descubrir detalles sobre el movimiento migratorio de boricuas y de cubanos hacia y desde los Estados Unidos… Siempre amable y risueño, con una memoria prodigiosa y un conocimiento extraordinario de la música colombiana, cubana, puertorriqueña, y en general latinoamericana… Servicial y siempre dispuesto a compartir lo que sabe con cualquiera que lo necesite… Ese es Jaime Jaramillo Suárez…”. Y a su vez el puertorriqueño José Arsenio Ramos Rodríguez, “Joseán Ramos”, biógrafo de Daniel Santos, dice que:

Como escritor e investigador musical y, sobre todo, porque en los pasados quince meses he tenido en Jaime mi mentor y consejero en todo lo relativo a la nueva edición de "Vengo a decirle adiós a los muchachos", mi libro sobre Daniel Santos; en ese tiempo no creo que haya pasado una semana sin que nos hayamos comunicado por teléfono o Internet para aclarar alguna duda y compartir sus vastas referencias musicales. Por tal motivo le dediqué la crónica "Recuerdos, memorias y otras nostalgias de Daniel Santos" incluida en la edición conmemorativa de su centenario. Como coleccionista de música popular, con especialidad en videos y en investigación forense y arqueológica, Jaime representa lo mejor de esa logia de melómanos que se dedican a conseguir, preservar, y difundir nuestros más altos valores musicales, en aras de nutrir a los que escribimos sobre el tema, y a otros artistas, por múltiples vías. Ir de la mano suya en estos menesteres ha sido fundamental porque Jaime es un investigador muy severo en su búsqueda, que fundamenta sus innumerables anécdotas y datos con la más fidedigna documentación de fuentes primarias. A lo largo de su vida Jaime ha frecuentado círculos musicales que lo han acercado a algunos protagonistas de nuestro pentagrama musical continental, lo que le ha permitido compartir y entrevistar a muchos de ellos. Igualmente ha establecido tertulias entre coleccionistas de música popular, como es el caso del grupo de músicos y melómanos que todavía se reúnen en un café cerca de la Catedral de la Música y de Viera Discos de Rafael Viera Figueroa, en la Parada 15 de Santurce, Puerto Rico. Aparte de sus vastos conocimientos musicales lo que más caracteriza a Jaime es su generosidad al compartir lo que le ha tomado tiempo, dinero, y esfuerzo, conseguir; con la plena conciencia de que esa es la finalidad de todo autentico coleccionista. Para rematar, Jaime cuenta con un ser muy especial a su lado, su esposa Luz Marina Gaviria, cuyo entusiasmo y colaboración le han permitido crear el ambiente propicio para tan importante quehacer histórico y musical…”.

Preguntamos a doña Luz Marina Gaviria: "¿Cómo ha sido para usted compartir la vida con Jaime?”. Su cara se iluminó. “Jaime es un ser muy especial. Estando yo en Cali llegó él también de visita donde sus primas. Venía devastado por los desengaños y despechos de una desilusión amorosa de esas que por estos lados denominamos `una traga maluca´. Traía él la resaca o cruda regada por todo el cuerpo y como que le quería partir el corazón. Me conmovió su don de gentes, su nobleza, su sencillez, y hubo algo en él que me llegó al alma. –Un hombre así, me dije, es un hombre leal y recto. Es incapaz de hacerle mal a nadie–. Tomé la decisión de ser su paño de lágrimas”. Él asiente, y agrega que vio en ella a la mujer de su vida, y que “vi de inmediato que mi destino no estaba en los Estados Unidos sino al lado de ella. Como mi trabajo estaba en New Jersey, le propuse matrimonio y me la llevé a vivir allá. Durante más de treinta años ha sido mi pareja en la buena y en la mala”. 

Vemos, pues, que a pesar de su bajo perfil de hombre esencialmente introvertido es un hombre que se ha labrado a pulso una reputación de hombre de bien y leal como persona, y un reconocimiento internacional por sus conocimientos en el mundo de la música popular caribeña. Decían de él los fallecidos doctores Héctor Ramírez Bedoya y Luciano Londoño López que “es el mayor coleccionista del mundo en videos de la música popular caribeña”; y estas piezas de su nutrida colección son las que exhibe con mayor gusto y las que dejan con la boca abierta a los asistentes a cualquiera de los foros en que se presenta. En algún video suyo se puede ver a Celia Cruz cuando era una jovencita empezando su carrera artística, o a Daniel Santos cuando apenas iniciaba la lista de sus doce matrimonios, o a la Sonora Matancera cuando los integrantes de la primera plantilla todavía eran jóvenes. Más que curiosidades, sus videos son verdaderos documentos que testimonian una época de la música que se remonta a setenta, ochenta, y más años atrás. A sus pesquisas debe Joseán Ramos la partida de bautismo física en la que se evidencia el verdadero nombre y la verdadera fecha de nacimiento de Daniel Santos, pudiendo enriquecer con el facsímil de ese documento el libro biográfico sobre el cantante que escribió Joseán Ramos. Muchas fotografías incluidas por él en la edición conmemorativa del centenario del natalicio de Daniel provienen también de la colección particular de Jaime Jaramillo Suárez. Particular es un decir, “porque ustedes saben que lo mío también es de ustedes”, según se precia de decir un hombre desprendido que no conoce para nada el egoísmo.

Jaime nació en Pereira, y fue el penúltimo entre diez hermanos. Tenía apenas cuatro años cuando fue llevado a vivir a Barranquilla donde se crió y alcanzó a graduarse como ingeniero químico para después viajar a Nueva York donde lo habían precedido dos de sus hermanos. Allí encontró trabajo con Warner Lambert la multinacional fabricante de los Chiclets Adams, empresa en la que hizo una carrera pero por sus méritos académicos las autoridades norteamericanas le validaron su título colombiano sin necesidad de homologación, permitiéndole ejercer la profesión en ese país, lo que le permitió desempeñarse como profesional en el área de Control de Calidad de la empresa. “Conté con el apoyo de la empresa primero, y de mi esposa que aportó en ello mucha cuota de sacrificio”. Muchos años tenía de estar allá cuando fue asignado para la planta de San Juan en Puerto Rico “Donde vivimos por algunos años más”. Habiendo llegado ya a la madurez en edad y en su desarrollo laboral, próximo a la jubilación, se encontró con el hecho de una fusión empresarial en que se avecinaron grandes cambios. “Pero para ese momento nuestra hija Alba, que había cursado el bachillerato en Puerto Rico, decidió estudiar en una universidad del estado de La Florida, y Jaime había tomado la decisión de trabajar menos, y de viajar menos, para poder dedicar más tiempo a la familia y disfrutar de la vida de hogar. Ese es un precio que muchos pagan por querer ganar mucho dinero y querer escalar posiciones más altas que Jaime no quiso aceptar”, dice su esposa. Regresaron a los Estados Unidos y vieron graduar a su hija como comunicadora y productora de audiovisuales en Nueva York, donde reside, y al pensionarse los padres en sus respectivas actividades resolvieron volver a Colombia y radicarse en Medellín, “una ciudad donde hemos encontrado un ambiente tranquilo, y el reposo para la nueva etapa que emprendíamos”.

Pasamos a preguntarle: “Es esa su vida laboral, amigo Jaime, pero ¿Cómo se dio aquello de su contacto con la música, y cómo se hizo coleccionista?”, y él respondió; “Bueno, pues para eso tuve que contar también con el apoyo de mi esposa, porque sin ella esta actividad no hubiera sido posible y se hubiera vuelto dificultosa”. Ella agregó: “A los dos nos gusta la música y la disfrutamos desde niños, la música es una de las cosas que nos ha unido en la vida y yo lo acompañé cuando quería viajar a algún lugar para no dejar escapar un video, una grabación, un documento, que después sería difícil de conseguir si no aprovechábamos la oportunidad. Había que hacerlo. Tomé la decisión de acompañar a Jaime a todos lados y estar en sus tertulias, en sus reuniones, en sus viajes. Era preferible acompañarlo que dejar que cada uno cogiera por su lado”. Para este momento pienso que fue sabia su decisión, y necesaria en una casa que puede parecer demasiado amplia para dos personas, pero que está ocupada en muchos rincones por los discos, libros, videos, grabaciones, documentos. “En esta sala trabajo”, nos dice Jaime, mostrándonos su computador y “Estos son sólo algunos de los libros, y estos son sólo algunos de los videos, y estos algunos de los discos, y estos…”. Por todos lados los frutos de su colección de toda una vida y hay carpetas, y fuelles, y enciclopedias, y documentos en español y en inglés que han hecho que a él se le considere “una biblia” por sus conocimientos musicales que “es cierto que están en los libros que Jaime consulta a cada momento, pero también en su cabeza que tiene una memoria prodigiosa”, dice Luz Marina mientras han venido mostrándonos toda su casa. 

Para ese momento ya hemos llegado a la cocina, y detrás de ella se encuentra el patio de ropas. Hay un mueble que se supone guarda ropa sucia para lavar, o quizás ropa limpia para planchar. “Nada de eso. Aquí guardo infinidad de fotografías que lamentablemente están en desorden por el asunto de los trasteos. Pero, mira, éste que ves aquí es mi amigo Tite Curet Alonso, que ya falleció. Y este es Willie Rosario cuando era niño. Y este es Cheo Feliciano cuando estaba joven. Y esta es la madre de Maelo Rivera. Este es Maelo”. Las fotografías han venido acumulándose “pero veo, Jaime, que no las tienes marcadas con los respectivos nombres”. “Así es”, asiente, “pero esos están todos aquí”, dice señalándose la cabeza, “y aquí”, termina señalándose el corazón. 

De su paso por la tertulia de Discos Viera le queda una placa de reconocimiento “porque ellos dicen que yo fui el que la fundó. No es eso así, sino que como yo iba a conversar con Rafael Viera y allí llegaban los coleccionistas y músicos y melómanos de Puerto Rico, pues terminó siendo una tertulia reconocida y yo sólo era apenas uno de sus animadores”, dice con mucha modestia Jaime, y contradice el contenido de la placa que es muy diciente. Allí aparecen nombres en que sólo se lee Tite, o Cheo, o Joe, o Cristóbal, o Ismael… y ante cada uno de ellos Jaime pronuncia un apellido complementario que resulta ser el de alguna leyenda de la salsa o la música caribeña “Que son mis amigos en la música, y mis hermanos de corazón”. En su vida de retiro en Medellín permanece activo, y va a las tertulias de la Corporación Club Sonora Matancera de Antioquia de la que es socio y donde ha hecho presentación de sus videos, o a la de coleccionistas del Salón Málaga donde es un colaborador frecuente y reconocido, “…o viajamos a los festivales de La Habana, o de Puerto Rico, o de alguna ciudad de Colombia donde nos inviten a participar con estos materiales. O a Estados Unidos para visitar a nuestra hija y a los muchos amigos que tenemos allá”. Allá los tienen, y no sólo en Nueva York sino en Miami donde también vivieron.

Jaime y Luz Marina respiran música y viven en ella. La música los ha unido de toda una vida, y les proporciona satisfacciones en su etapa de retiro. Son ellos coleccionistas de mucho reconocimiento en el ámbito internacional.

Un video del encuentro con Jaime Jaramillo Suárez y su esposa Luz Marina Gaviria de Jaramillo en su casa, en presencia de Joseán Ramos y su esposa, fue registrado por la cámara de Víctor Bustamante Cañas y puede verse en el siguiente enlace:


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



domingo, 23 de octubre de 2016

175. Daniel Santos y la Dama de las Camelias

Reseña de lectura

VENGO A DECIRLE ADIÓS A LOS MUCHACHOS

–Recuerdos, memorias, y otras nostalgias
de Daniel Santos–
Por Joseán Ramos (Puerto Rico)
Publicaciones Gaviota de Río Piedras en Puerto Rico
4ª edición revisada y ampliada, noviembre de 2015 


(Reedición para conmemorar el centenario natal del cantante puertorriqueño Daniel Santos Betancourt, nacido realmente en junio 6 de 1916 y fallecido en noviembre 27 de 1992; a los 25 años de haber publicado la primera edición de esta biografía en junio 6 de 1989, cuando el personaje aún vivía y celebraba sus 76 años).

Un libro, y este no es la excepción, tiene tantas lecturas cuantos lectores tenga, que están condicionados por los antecedentes, los conocimientos, los sentimientos, las simpatías, las predisposiciones y los prejuicios de cada quien. No encontrarán los amantes de la música clásica material de interés en este libro sobre un cantante que es un ícono de la música popular; uno que fue cantante de los de antes, cuando para triunfar en la música se requería tener talento, voz, y capacidad para salir adelante sin las ayudas tecnológicas, pistas, y karaokes, de que disponen muchos en la actualidad. Fue Daniel Santos artista en una época diferente de la de ahora, cuando en cualquier reality show de la televisión promocionan, ensalzan, inflan, hinchan, engordan, y elevan de categoría a cualquier aspirante que, mirado con ojos estrictos de calificación, no pasa de ser un mediocre aficionado. Hay que entender que para que un cantante sobresalga del montón tiene que tener un compositor que le haga sus canciones y, al parecer, los compositores se han acabado. Los cantantes se presentan en público una y otra vez cantando las mismas canciones de hace treinta, cuarenta, y más años, que gracias a su promoción vuelven a surgir como si fuera la primera vez que se oyen, y hasta aparecen en Google como si fueran de la autoría de ese cantante que sin tal recurso se tendría que resignar a cantar villancicos. La sola faceta de compositor de más de 300 canciones de su autoría, ya hace de Daniel Santos un hombre meritorio en su exitoso legado.

El autor califica este libro como novela, seguramente por la cantidad de situaciones y diálogos que tuvo que recrear sin haberlos vivido; pero es obvio que se trata también de una biografía, por la cantidad de datos de los que fue testigo presencial como acompañante en la sombra del personaje, o recibió información confiable de primera mano de personas que conoció en el ejercicio de su labor; aparte la cantidad de indagaciones y datos sobre otros artistas a los que tuvo que recurrir para completar lo que desde ese punto de vista puede también considerarse un ensayo del que, no dudo, va a convertirse en libro de consulta y referencia para los que lo adquieran, como seguramente ya lo es para los que compraron las primeras ediciones.

Hay quién dice que de los artistas lo único que interesa es su obra, y que la vida privada debe respetarse y dejarse en la intimidad. Si así fuera, no existirían las revistas del corazón ni las de farándula, en Hollywood no montarían un espectáculo de alfombra roja para que el público contemple a sus artistas en la entrega de los Premios Oscar, y las biografías no se necesitarían porque podrían reemplazarse por un simple catálogo discográfico o por un boletín; pero la realidad dice que el público se siente ávido de conocer detalles e intimidades de la vida de sus ídolos, y es en este sentido en lo que las biografías llenan el vacío que las noticias de prensa no alcanzan a cubrir.

Tuve que emprender dos veces la lectura porque en la primera se me dificultó identificar las situaciones, hasta que entendí que el narrador omnisciente en tercera persona es el autor que asume el apodo de El Secre, por haber sido secretario de prensa para Daniel Santos en la correría de “Los tres ases del bolero” que éste realizó junto con Leo Marini y Roberto Ledesma por varias ciudades de Colombia en el mes de julio de 1977, y fue una sorpresa para mí encontrar a Medellín como locación protagonista de varios de los primeros sucesos relatados en el libro, como decir una alusión a la Discoteca Viejos Tiempos, más una alusión al afamado Salón de los Espejos del Hotel Nutibara que sirve a su vez como metáfora para las reflexiones del personaje biografiado, que se mira en otros artistas como en un espejo, en una sucesión de espejos de sus reflexiones (“Daniel lloró el dolor de Panchito Riset y su miseria, el de Sindo Garay cuando cantó la última canción, el de don Pedro Flores en su lecho de soledades, y el suyo frente a los espejos… y un frío como de muerte se apoderó de su cuerpo, como un desgarramiento del más terrible dolor, se le nublaron los ojos, alma y corazón adentro, y le llegó hasta el hueso aquel terrible dolor de aquel horrible momento que vivía frente al espejo empañado…”, pág. 52). Entendí, entonces, que había párrafos relatados en tercera persona por el narrador, y párrafos relatados en primera persona con las reflexiones del cantante. A mi modo de ver, al libro le hubiera venido bien una solución en el terreno del Diseño Gráfico. Cuando logré entender mi dificultad de la primera lectura, procedí a tener lápiz a la mano para señalar y distinguir unos párrafos de otros y ¡Listo! Para ser más gráfico en lo que quiero decir, diré por lo tanto que:

Sabedor de que este ejemplar venía en camino hacia mí, mi expectativa crecía y crecía, hasta que llegó el momento de tenerlo entre manos y ahora procedo a leer su dedicatoria: “Para Orlando Ramírez-Casas, con el mayor respeto, esta aventura musical con nuestro querido Jefe cuando vino a decirle adiós a los muchachos. Con abrazo…”. Sella la rúbrica del autor Joseán Ramos, a quien aún no conozco personalmente sino por referencias, y la nota de que es una cortesía de don Cristóbal Díaz Ayala. Don Cristóbal es el autor del prólogo en el que hace mención al hecho de que tratándose de una obra biográfica sobre un cantante de música popular, ha sido escrita desde un punto de vista del quehacer literario porque “… Joseán acomete el juego al revés y, en vez de poner el protagonista al servicio de la literatura, usa la literatura como herramienta para darnos lo que es al mismo tiempo una biografía, un retrato sicológico, un guion cinematográfico, y un testimonio de los tiempos; como puede, y debe ser, una buena obra literaria…”. En este enunciado don Cristóbal ya responde a mi primera inquietud de si me estoy enfrentando a la lectura de una biografía o un ensayo apegados a la realidad, o de una novela con las concesiones que en tales casos se hacen a la ficción. Creo entender, entonces, y la respuesta me la dará la lectura, que la literatura solamente va a aportar el uso de metáforas e imágenes, como licencia para transmitir hechos reales”. 

Recurre el autor a frases tomadas de las letras de muchas canciones del personaje, o de otras que fueron escuchadas por la época, combinándolas con textos de su autoría. Son frases que van aflorando dentro del contexto, como si vinieran del subconsciente para desempolvar la memoria de los lectores. Tal el caso, entre muchos, del párrafo donde dice en la página 25 que “Una ola de amargura mojó las penas de su alma cuando se vio en uno de los espejos intermedios como el payaso aquel que en cofre de vulgar hipocresía ante la gente esconde su destino… payaso como el de Javier Solís…”. En las notas finales el autor reconoce estas letras intercaladas como otra de las voces que le ayudan en la narración.

En la primera página se encuentra uno con el esbozo de la última presentación en público de Daniel Santos, y recrea la impresión que Daniel podía tener en su recuerdo de cuando asistió a la última presentación pública de Sindo Garay:

Un anciano sentimental que en sus mejores años deleitaba a las multitudes nacionales e internacionales con sus éxitos… Lo recordó como lo había visto en aquella fiesta que le celebraron sus amigos en el bar Vista Alegre veinte años antes de cumplir los ciento uno que alcanzó a vivir… Un anciano de mirada penetrante, frente ancha y piel cuarteada, con una voz trémula que lo hizo ganar el apodo de El trovador más viejo del mundo, y una sensibilidad renovada por el salitre de los tiempos… Un cantante que a los ochenta y un años ya no podía entonar su propia canción. Por primera vez El Jefe tuvo conciencia de ese mismo final que cuarenta años más tarde, frente a la galería que forman los espejos paralelos, lo asaltaría en la soledad del camerino…”. 

En este y otros textos el personaje manifiesta temor a la vejez y a la decadencia, corroborado por declaraciones que dio en algunas entrevistas, lo que resultó premonitorio porque, a la hora de la verdad, sus simpatizantes podemos distinguir con claridad dos etapas en la vida artística de Daniel: Su época de apogeo… y su decadencia. 

De que no supo parar a tiempo da constancia esta declaración que en 1991, un año antes de morir, dio al periodista José Pardo Llada, cubano radicado en Cali, en su programa Mirador. Lo acompañaba la puertorriqueña Ana Mercedes Rivera, su última esposa: 

"No soy millonario. Fui pobre, y soy pobre. Hay algo más grande que el dinero, y es la felicidad que ahora busco todo el tiempo. Quiero tener amistades. Fui un tipo de la calle, un bohemio, hasta que conocí a esta señora. Sólo dejaré de cantar cuando me claven en la caja y me metan para abajo. Le tengo miedo a la muerte. Un hijo mío se suicidó, y yo lo quería con el alma. He pasado días muy tristes, pero la vida es buena. Yo le pediría a Dios que me dé más vida".

El libro de Ramos no menciona lo del suicidio de su hijo, y apenas a medias da a conocer una nota de Daniel Santos donde explica por qué llevó a sus dos pequeños hijos caleños a vivir con su última esposa, acusando a la colombiana Luz Dary Pedredín, con quien sólo vivió durante cuatro años, de ser una mala madre. 

Estos detalles aparecen en otra biografía del cantante titulada “La importancia de llamarse Daniel Santos”, escrita por Rafael Sánchez, según se cuenta en el blog Herencia Latina de Umberto Valverde:


El biógrafo Joseán Ramos es consciente, pues, de que Daniel Santos recorrería el mismo camino de Garay en los últimos años y se vería reflejado en esa imagen como en un espejo. Admirador como soy de la música de Daniel en sus años frescos, mi último recuerdo de él, que suelo poner como ejemplo de los cantantes que no saben retirarse a tiempo, es el de un cantor que da muestras de decrepitud, que se le olvidan las letras, que exagera en demostraciones de histrionismo derramando lágrimas corridas en la representación, con voz quebrada, de su canción “La despedida”, y que ya incluso da muestras de demencia senil. Triste ver a una persona llegar a este deprimente estado.

Coincido con el prologuista don Cristóbal Díaz Ayala en el sentido de que este libro es una afortunada simbiosis entre el libro contenedor de datos de referencia y el libro de creación literaria, y coincido también en que al tratarse de Daniel Santos “queda siempre margen para preguntarse por qué Daniel era como era… y quizás esta fue la mejor forma de hacerlo, llegándole, adentrándose en el personaje, conviviendo con él”.

No fue fácil para el autor, ni podía serlo, la recopilación de información para escribir este libro pero, sobre todo, la convivencia de mucho tiempo en el día a día con un personaje venerado cuya voz y canciones despertaban en el público una indudable admiración, pero cuyo comportamiento personal era de muy difícil asimilación para quienes lo rodeaban. En la página 37 dice Ramos que: 

Moldear el comportamiento del Jefe durante la gira fue una tarea difícil no sólo para los promotores, sino para todos los que lo tuvieron cerca al final de su carrera. Era la amargura viviente que se traducía en soledad y silencio, de llantos secos a medianoche, quejas del alma que escupen la memoria, ansias de no ser después de ser tanto. Era el duro Jefe que en su ocaso encuentra el rosal de su vida muy triste y en él no florece ninguna ilusión, ninguna flor de consuelo, ni siquiera una esperanza inútil para morir en su corazón…”. 

Hay que entender que era un hombre de humilde origen que, aunque tenía buena caligrafía, sólo alcanzó a graduarse de bachiller (pág. 407). Así en el transcurso de la vida hubiera adquirido alguna cultura que le permitió formar y liderar un movimiento político nacionalista, su formación profesional y su bagaje no lo hubieran capacitado para desempeñarse como estadista de los de antes, de cuando para ser presidente había que tener “pelo en la moña”, como decían los abuelos. Megalómano y egocéntrico, no admitía sentirse pordebajeado en un segundo lugar en sus presentaciones artísticas, y sus exigencias de divo causaron no pocas dificultades a los empresarios que no la tuvieron fácil con él porque era guapo y pendenciero y no se dejaba mangonear de nadie. No sé si una o dos de sus idas a la cárcel lo haya sido por causa injusta, pero otras se las ganó a puño cerrado porque era un hombre fácil para salirse de casillas y golpear a la mujer que tuviera al lado. Machista a morir, infiel y mujeriego, y proxeneta, y desconsiderado, y promiscuo, tuvo infinidad de mujeres que se enamoraron de su figura en los tiempos juveniles, y de su prestigio y fama en los años de madurez. Posiblemente entre sus cualidades no estuvo la gentileza o finura de trato; o posiblemente sí, de manera esporádica y alternada con episodios bipolares de violencia y salidas de tono. En fin. Muchas cosas deduce uno de la lectura de este libro que el autor tuvo que escribir con pinzas para no ganarse la animadversión del personaje diciendo verdades escuetas (la primera edición salió cuando aún vivía), y para no ganarse la de la familia heredera celosa de la fachada pública del astro fallecido. La discreción y diplomacia del autor le permitieron acceder a las cajas con documentos y fotografías inéditas que tenía en su poder la cantante Kamenza Betancourt, prima hermana de Daniel, de donde extrajo información muy valiosa para la segunda parte de esta cuarta edición, que complementa lo que él ya había escrito en la primera sobre un cantante que con el Trío Lírico inició su vida artística el 14 de septiembre de 1930 en el Borinquen Social Club, en Columbia St. de Nueva York.

“Daniel Santos siempre se jactó de que había nacido bien 
parecido y de que ejercía un atractivo especial para las 
mujeres”.  (Hernán Restrepo Duque, ejecutivo de Sonolux 
en Medellín Colombia y propietario de Discos Preludio), 
citado en la pág. 189 de esta biografía.

En las páginas 34 y 35 el autor pone en boca de Daniel la frase que seguramente le escuchó decir: 

Jugábamos cartas en el billar de Antón, y hacíamos una que otra trampa para llevar la novia al cine y comprarle algún dulce. Años más tarde, en compañía de ese grupo que le gustaba la vida fácil, la trampa, y el vino, recibí una puñalada cerca del corazón que por poco me priva de la vida a esa edad. De eso conservo un grave recuerdo que aún me hace palidecer”. 

Es claro que Daniel llevó una vida desordenada, y aprovecho este momento para reafirmarme en mi tesis de que uno puede admirar la obra y la música de algún autor, y puede admirar la calidad interpretativa de un artista, sin dejar de reconocer y reprochar la vida desordenada que ese artista tenga. “Amor no quita conocimiento”, decían los viejos, y no estoy de acuerdo con que a un ídolo popular, llámese Diomedes Díaz, O. J. Simpson, Oscar Pistorius, o Daniel Santos, se le perdonen o disculpen delitos o tropelías solamente por ser artista. Estoy en desacuerdo con eso. 

Después de la primera parte, compuesta por el prólogo y la biografía que, suponemos, es el corpus de la primera edición de la biografía; vienen los dos centenares de fotografías con pie de página, los comentarios de algunas personas, unos anexos sobre el tras bambalinas de la escritura del libro, y unas memorias tomadas de apuntes que Daniel Santos dejó al morir en unas cajas o baúles, incluidas letras de algunas composiciones suyas, en especial algunas de tema revolucionario, y algunas partituras facsimilares. Interesante encontré, en particular, el relato del encuentro de Joseán Ramos con el coleccionista boricua Emilio “Millín” Rivera, calificado por Ramos de ser “La memoria de Santurce”, cuya especialidad musical es, precisamente, “La Sonora Boricua” de Daniel Santos (pág. 323). Se trata de una sonora similar a la Sonora Matancera pero con un sonido identificable por dos o tres instrumentos adicionales que no tenía el conjunto cubano. Millín encontró que en algunas producciones se incluían temas de la Sonora Boricua como si fueran de la Sonora Matancera, e hizo un trabajo de separación de unos y otros temas. Con Millín fue Ramos a visitar a una reliquia viviente que, a los 93 años, conservaba su lucidez: el trompetista de la Sonora Boricua Pito Sepúlveda. Con su ayuda no sólo lograron establecer la nómina de músicos que conformaban ese conjunto, del que hacía parte un joven que tocaba la tumbadora y el requinto y cuyo combo musical llegaría a tener un gran reconocimiento: Rafael Cortijo. De este grupo hacía parte también el músico puertorriqueño de padre norteamericano Roberto Colé que era bajista, compositor y arreglista. En algún momento llegué a pensar que él pudiera haber tenido el apodo de “Cheche” e inspirado el tema de Willie Colón y Héctor Lavoe titulado “Cheche Colé”, pero éste resultó ser un tema inspirado en otro de título “Cheche Kulé” inspirado en un juego infantil africano y tocado por la Banda Osibisa, un grupo afrocaribe radicado en Londres a finales de los años 60. Nada qué ver, pues, con don Roberto el de la Sonora Boricua. Daniel Santos dijo de su Sonora Boricua (pág. 420) que “era un conjunto todo de estrellas, músicos con calidad… el mejor conjunto musical que he dirigido en mi trayectoria artística… pero el que no tenía dinga tenía mandinga. Tenía marihuaneros, tecatos, irresponsables, negros, blancos, chotas, chulos y borrachones”. Esta afirmación de Daniel es desmentida por el memorioso músico Pito Sepúlveda, entrevistado por Ramos. “Si alguien ha dicho eso, dígale que Pito Sepúlveda dijo que se expresó mal porque lo más que tenía allí eran caballeros y buenos artistas, de los cuales sobrevivo yo y, mírame, tengo 93 años y en mi vida no he fumado ni de los buenos. Yo sí bebía, como bebe cualquiera, y toqué con todos los directores de orquesta en Puerto Rico. Todo lo que tocábamos lo tocábamos bien… bebíamos, pero no nos emborrachábamos porque así no podíamos hacer bien el trabajo, y él tampoco lo hubiera permitido… lo hicimos con gran responsabilidad”. Asegura el coleccionista Millín que los pocos discos grabados con la Sonora Boricua tienen mejor calidad que el sonido de la Sonora Matancera, así ese grupo no hubiera contado con suerte y no hubiera tenido la trascendencia que tuvo el de los cubanos.

Me hubiera gustado que este libro trajera una separata o anexo con una lo más completa posible discografía de Daniel. No la trae, y en recoger información para divulgarla están trabajando el amigo Jaime Suárez Cuevas de Cali, uno de los colaboradores de Joseán Ramos para este libro, en compañía de los coleccionistas y melómanos asociados a ACME, la entidad que los agrupa. Muy pronto la tendremos a disposición, posiblemente para el 6 de junio de 2016 cuando se conmemora el centenario del registro de nacimiento real de Daniel, cuatro meses después de su nacimiento apócrifo el 6 de febrero.

Me hubiera gustado también una cronología revisada, corregida, y aumentada, como las que aparecen en los blogs de Herencia Latina y de la Corporación Sonora Matancera de Antioquia, quizás con inclusión de las mujeres (años, lugares, nombres, hijos) que tuvieron importancia en su vida, y en lo posible las de los doce matrimonios.

Eso, como cosas que extraño y me gustaría ver; pero, por otra parte, he disfrutado mucho la primera lectura de este libro, disfruté de la segunda en la que siempre se encuentran cosas que no se habían notado en la primera, y seguramente voy a disfrutar cuando, de manera más desprevenida y transitando por terrenos conocidos e informaciones ya reveladas, emprenda una tercera. Sobra decir que felicito al autor por haber logrado recopilar tantos datos dispersos y, sobre todo, conservar el equilibrio emocional al lado de un personaje de temperamento particularmente difícil, a mi modo de ver.

A la final encuentro que Santos no nació cuando se dice que nació, que Daniel no se llamaba Doroteo como se dice que llamaba, y que su hijo David Albizu no se llama Daniel Albizu como se dice en muchos lugares.

He terminado la lectura de este libro, y en pocas horas mi mente se olvidará de que Daniel alguna vez estuvo en la cárcel, de que tuvo tal o cual altercado con alguna mujer, de que se acostó con dos o tres al mismo tiempo, que dos o tres se revolcaron del cabello en la plaza pública disputándose su atención, o que la desordenada vida no le permitió parar a tiempo. Todo eso será olvidado y quedará en mis oídos, en mi memoria, y en mi corazón, sólo el cúmulo de canciones que me han emocionado en el transcurrir de toda una vida, o que me han proporcionado placer una y mil veces al escucharlas; entonces, volveré a oír aquellas inolvidables que oía a finales de los años 50:

Oye, Pedro, ¿tú sabes la de Catalina? ¡Catalina la de Pedro! ¿Quién, yo? Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo, si algo pasó, yo no estaba ahí…”. O aquella deCorneta pa saludá, corneta pa no sé qué…O aquella deSe estaba ahogando un ratón dentro de un barril de vino, y viendo al gato vecino le dijo de vacilón: ¡Ay, compae gato, compadézcase usté y sáqueme de esta…”. O… puede uno programarse para oír toda una tarde tantas y tantas canciones con que Daniel nos alegra la vida aún después de muerto y¿Quién se condolerá de mi amargura si yo vuelvo y no encuentro a mi mamá?”. Y, claro, aquella deYo no he visto a Linda, parece mentira… Menos el domingo, todas las tardes salgo a ver al cartero a ver si tiene algo para mí…”. El Jefe no ha muerto. Mientras viva su música, él vivirá en el recuerdo de sus admiradores y, particularmente en el mío cuandoen una playa de mi tierra, tan querida… donde estaba celebrándose una jira debajo de un palmar…que todavía me estruja el corazón más de medio siglo después:

¡Cómo recuerdo, ay! Aquel viaje en tren desde Medellín hasta los balnearios de Cisneros, en un soleado domingo, con una muchacha de mi adolescencia que inmisericordemente lo opacó “en un café de Levante, entre palmas de alegría” y me arrugó el corazón haciendo aflorar un par de lágrimas de impotencia. Daniel Santos fue testigo de eso, “Pero ella indiferente a mi amor, tan sagrado, mi vida ha destrozado. ¡Maldigo a esa mujer!”, que seguía y seguía dando volteretas por la pista de baile como si mi pena no fuera honda. “Esperanza inútil, flor de desconsuelo, ¿por qué no me matas con un desengaño, por qué no me hieres con un desamor?…”:


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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CODA

Temprano en la mañana sonó el teléfono con una llamada desde Montreal. El microhistoriador Hugo Bustillo Naranjo llamaba a reportar su lectura de la reseña sobre la biografía del Inquieto Anacobero, por Joseán Ramos, y a compartir un par de experiencias (ya se sabe que lo que es conmigo es vox populi, mientras no se me advierta lo contrario).

¿Sabés, Orlando, que yo conocí al Jefe Daniel Santos?”.

Hombre, no, y eso ¿Cómo fue?”.

Hugo Bustillo, nacido en 1951, vivía con unas tías en el barrio Aranjuez, “Como quien dice a la vuelta de Las Camelias”, la famosa zona de tolerancia de Medellín situada en la vieja carretera que del sector de Moravia conduce al corregimiento de Machado en Copacabana. “En la adolescencia uno se daba sus pasaditas por allá, pero era difícil que lo dejaran entrar por ser menor de edad; ya que, en ese entonces, la cédula la expedían a los 21 años y solamente a partir de ahí uno se podía considerar hombre”. Tres bares o cabarets, entre muchos, eran los más reconocidos. Estaba el Bar Argentino, de don Jorge Bustamante, cuyo portero era Carlos “Guarapo” González con la misión de no dejar entrar a nadie indebido, para evitar problemas con la policía. Tenía burdel en la parte de atrás, y era sitio de reunión de los futbolistas argentinos después de que se cansaban de tomar café con leche en el Salón Versalles. Estaban también el Bar Pakistán, el Acapulco Night Club, y Las Camelias, la casa de citas que dio nombre al sector porque El Indio Tamayo, cuando la construyó, contrató al violinista y pintor de brocha gorda Amantino Rivera para que le pintara unas flores decorativas en la pared de la entrada. Las flores que pintó resultaron ser unas camelias, y de allí tomó su propietario el nombre del lugar; tal como lo cuenta Bustillo en su obra “El Valle de las Ninfas”, sobre las casas de lenocinio de Medellín. En todos los bares del sector había lindas chicas recién desempacadas de sus pueblos, que estaban listas para complacer a la clientela. En el bar Argentino había una pasarela para lucimiento de las estriptiseras, cuyo show central era la aparición de Romelia Perfumes vestida solamente con una pluma de pavo real en la cabeza. Para cuando terminaba su recorrido, Romelia Perfumes ya había botado la pluma ante su enardecida clientela, que entraba a disputársela aflojando billete a bolsillo venteado. En estos sitios los propietarios se ponían de acuerdo para contratar artistas que atrajeran clientela hacia el lugar y que incrementaran la venta de licor. Se decía que Daniel Santos había estado varias veces por allí, recorriendo esos lugares, y que “una vez escuchó cantar al cantante vallecaucano Raúl López, que lo imitaba. Muchos pensaban que a Daniel le daría rabia que lo imitaran, pero él lo único que dijo fue que ese muchacho canta mejor que yo”, en chanza seguramente, pero también como reconocimiento al imitador. Con el dinero de los contratos que le llovieron a partir de ese momento, Raúl adquirió un bar en Guayaquil por los lados de la carrera Cundinamarca, pero una tarde chocaron un bus de Transmayo y una volqueta del Departamento de Caminos Vecinales del Ministerio de Transporte, en la carrera Carabobo entre calles de San Juan y Amador, y él infortunadamente perdió la vida al quedar atrapado por el rebote de los vehículos, según noticia aparecida en el periódico El Colombiano del martes 5 de julio de 1966.

Una noche, en los años de 1968 o 69, Daniel Santos estaba en Medellín y se presentó con Orlando Contreras en varios escenarios. También vinieron en esa fecha los integrantes del Club del Clan, que había fundado don Guillermo Hinestroza Isaza, entre los que estaban Vicky, Oscar Golden, y Harold. Como Daniel Santos y Orlando Contreras estaban contratados para presentarse en el Bar Argentino, allá llegaron con los del Club del Clan como acompañantes. El sitio estaba a reventar, y cuando Daniel cantó “Virgen de Medianoche” las mujeres se querían enloquecer y se le iban encima como si lo fueran a ahogar. Don Jorge Bustamante autorizó a Guarapo para que sacara a la acera unos altoparlantes grises inmensos, con el fin de que la multitud de muchachos que estaban afuera no le fueran a dañar las puertas tratando de entrar. El olor a marihuana era denso, y se podía partir con cuchillo como si fuera mantequilla, pero los policías se hacían los locos para no tirarse en el programa. Cuando terminó el desfile artístico y los clientes se retiraron a sus casas, el establecimiento fue cerrado para atender a los artistas. Según contaron, se inició el desfile de estriptiseras por la pasarela. Cuando le tocó el turno a Romelia Perfumes a Daniel se le iban las babas y ella le lanzaba miradas coquetas. No sé qué pasaría después, pero esa noche la Dama de las Camelias no le tiró la pluma al ayudante sino que se la botó a Daniel.

Eso me tocó ver pero, en todo caso, yo no sé nada, yo llegué ahora mismo; si algo pasó, yo no estaba ahí” –dijo Bustillo.

Años después, el padre Vicente Mejía del Grupo de Golconda ocupó la casa donde había funcionado el Bar Argentino y montó en ese lugar la Cooperativa de Recicladores de Basura de Moravia, la primera que tuvo la ciudad. Las primeras misas las celebró con el altar sobre la pasarela de las estriptiseras, en donde Romelia Perfumes botaba la pluma.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
–Según relato de Hugo Bustillo Naranjo–
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ALGUNAS NOTAS MARGINALES A ESTA LECTURA

1. Pag. 53 y 54

Daniel hace memoria de los componentes del Cuarteto de Pedro Flores, en el que “había otro cantante que se llamaba Daniel Sánchez, un cubano que había hecho la segunda voz en el Cuarteto de Machín. Hacía un dúo del carajo, pero Chencho Moraza era mejor que todos. Con don Pedro Flores tocaba el piano Roberto Quintón, la trompeta Pito Rodríguez, y el virtuoso Moncho Usera hacía los arreglos y tocaba la flauta”. No hace mención Daniel Santos del cantante Doroteo Santiago porque no coincidieron en la misma época en ese cuarteto. Don Pedro Flores llamaba Daniel a Daniel, y Doroteo a Doroteo, contrario a lo que creen los que afirman que “don Pedro llamaba a Daniel por su segundo nombre de Doroteo” porque, como ya vimos, éste no es el segundo nombre de Daniel. 

2. En el primer capítulo (páginas 22 a 24) el autor habla de una correría artística denominada “Los tres ases del bolero” que Daniel Santos, Leo Marini, y Roberto Ledesma, dieron por Colombia. Esa correría marcó el comienzo de la colaboración de Joseán Ramos con Daniel Santos en calidad de Jefe de Prensa. El autor no da las fechas precisas de esa correría, pero da algunos datos o pistas cuando entre los comentarios del público a la llegada de Daniel al aeropuerto (página 22) alguien comenta que “No hace tanto, cuando se casó con la nena de Cali, tenía el pelo todo negrito”. El matrimonio con Luz Dary Pedredín fue en 1972. Luego en la página 24 dice que “este viernes 8 de julio”, y el calendario más cercano que coincide con esta fecha es el de 1977. Aunque no da fechas precisas, podría pensarse que tal correría se realizó a principios de julio de 1977 en un espectáculo que no se veía desde “el mes de noviembre de 1974 cuando la Sonora Matancera acompañó en la ciudad de Medellín a Celio González, Carlos Argentino, Nelson Pinedo, y el jefe Daniel Santos”. Otra pista aparece en la página 161 cuando el presentador de la gira en Cartagena anuncia que “esta noche se despide del público una de las figuras cimeras de la historia de la música popular… para celebrar los sesenta y pico de años de estar de barra en barra, de trago en trago, de interpretar los innumerables boleros, guarachas, tangos, mambos, chachachás, salsa, plenas, villancicos y otros estilos musicales de famosos compositores, y después de darse a conocer en todos los rincones del continente”. Se deduce, entonces que esta gira la hizo en 1977 a los sesenta y un años de edad.

Hay algo que no me cuadra en esta cronología y es que Daniel cumplió 60 años en el año de 1976, y para la fecha que calculo de la correría ya tenía 61, pero en la página 23 dice Daniel que “Mira, mijo, a los cuarenta y ocho años ya son muchas las cosas que no puedo hacer”. El 8 de julio de 1964, cuando Daniel tenía 48 años cumplidos, cayó un día miércoles una década antes de su matrimonio. Las cuentas no cuadran y es ahí donde entra uno a pensar en la parte recreada o imaginada de esta novela, o posiblemente en la extrapolación de vivencias y declaraciones de un lugar a otro de la cronología. Mucho después encuentra uno que cuando era ya un hombre que peinaba canas le preguntó al público qué opinaban de él “con apenas 34 años” y dice allí que a él le gustaba jugar quitándose los años. Ya en el epílogo, por fin, en las páginas 167-169 dice el autor que la escritura de esta biografía se inició un año antes de la gira, y que después de conocerse personalmente con el cantante “… al regresar a Puerto Rico busqué toda la información disponible sobre sus sesenta años en el acontecer musical del continente latinoamericano”, lo cual indica que ese encuentro se dio en el año de 1976… un año antes de la gira. Entre los lapsus detectados aparece uno en el pie de foto donde aparecen el autor y el biografiado porque dice que “En 1986 el escritor y periodista Joseán Ramos comenzó a investigar y recopilar la vida de Daniel Santos”. Tal hecho sucedió diez años antes, en 1976 (pág. 276).

3. Pag. 57

El autor dice que Daniel “… siguió de gira hacia una bahía de la costa caribeña donde el tuerto y cojo don Pedro de Heredia fundó a Cartagena de Indias”. Aquí hay un error histórico porque don Pedro sí fue el fundador de la ciudad, pero el que era manco, tuerto, y cojo, era don Blas de Lezo el defensor de la ciudad contra los piratas ingleses y del que hay una estatua conmemorándolo. Es conocido como “El manco”, aunque propiamente no le faltaba la mano sino que la tenía inútil.

4. Pág. 61 y 62:

En estas páginas cuenta la historia de “Linda”, el bolero de la autoría de don Pedro Flores que Daniel interpretara exitosamente, que se inspiró en una chica que Flores conoció en alguna oportunidad. Varias mujeres de las que pasaron por la vida de Daniel se autoatribuyeron ser las inspiradoras de ese bolero que, dice el cantante, “… sirvió de inspiración a otras tres composiciones que escribí para completar la historia de mi Linda”. Una dominicana en particular, de nombre Rosa Santana, que se autobautizó Rosa Linda Santana para encajar en la serie de discos, a quien Daniel Santos llama “La Peleona”, que es descrita en la página 311. La verdadera Linda, ya envejecida, a quien don Pedro Flores conoció en la juventud y se le desapareció como La Maga de Rayuela, le fue llevada a don Pedro al hospital cuando estaba próximo a morir, según se desprende de la página 162 en donde se cuentan algunas elucubraciones de Daniel Santos en que vuelve a ver “… a don Pedro Flores al ver a su Linda la noche en que lo visitó en el Hospital de Veteranos”. 

5. Págs. 75 a 79

En las últimas cuatro páginas del capítulo 7 el autor se embarca en un monólogo procaz, de mucha vulgaridad y ordinariez para una obra escrita, que estaría fuera de lugar si no fuera porque, sin decirlo, al hacerlo lo que está haciendo es recoger las malhabladurías y malsonancias que le escuchó al personaje en el largo período de convivencia, cuando no se ocultó a su observación ninguna de las miserias del artista que era un ídolo en el escenario pero guardaba ecos de las vivencias barriobajeras de la primera crianza trastalleriana. En la primera página del capítulo siguiente, el número 8, hay una descripción escatológica que se va por las cañerías, como una confirmación de que todos los seres humanos nos nivelamos… por lo bajo. Ya en otra parte yo había leído que alguna vez Santos no se podía tener en pie de la borrachera, después de una presentación, y dejó sus suciedades embadurnando los pasillos de un hotel, de donde prácticamente tuvo que ser arrastrado a los baños para poder lavarlo a punta de manguera. Estas páginas fueron causa de uno de los varios desencuentros que tuvieron el personaje y el biógrafo. A nadie le gusta que le ventilen sus miserias al público, pero el autor consideró que eran trazos necesarios para transmitir al lector las dificultades sufridas con un biografiado así.

6. Pág. 92

Aparece aquí un episodio en que Daniel Santos se lleva a una jovencita y la deja en embarazo, de la que nació un niño. Esa jovencita era sobrina del Mayor Petán Trujillo y, por lo tanto, de su hermano Rafael Leonidas Trujillo, el dictador de República Dominicana. “Años después volví a encontrar a la sobrina de Petán en un cabaret que había en la Avenida Ponce de León y viví con ella durante algún tiempo. La dejé preñada y se casó con un tipo que le dio su apellido para evitar que el niño se llamara Santos, porque sufriría menos con el apellido de López. A ese hijo nunca lo llegué a conocer”.

7. Pág. 117

… Y en varias emisoras de la capital azteca donde habría de tener otra de mis grandes broncas… y de repente entró un músico borracho que, según el rumor, era protegido por algunos miembros del gobierno. Estaba casi intoxicado por la cocaína  y al entrar me empujó y ordenó que besara a su acompañante. No supe qué hacer, pero el tipo la tomó por un brazo y me la acercó para que le diera un beso. La besé en el cachete y el tipo me empujó contra la silla y luego se fue. A los pocos minutos empezó a gritar que dónde estaba el Anacobero de la chingada y que a ese extranjero lo iba a sacar a tiros con su Linda y su música. Empezó a disparar como un loco hasta que uno de los dueños logró quitarle la pistola y darle con ella en la cara. El tipo se fue, pero la cosa no quedó ahí, pues al rato volvió con una carabina 30-30 y empezó a disparar contra la fachada del cabaret. Logré refugiarme en el hotel, y al día siguiente salí de México para cumplir contratos en otras naciones de Centro y Sur América”.

Leyendo la escena, uno como lector queda sin saber quién era el desafiante, pero en la página 110 hay una pista cuando se reproducen los rumores callejeros de sus fanáticos: “A mí me contaron que el Güero Gil le puso un revólver en la cabeza y lo hizo arrodillarse”.

En México tuvo un altercado con un músico borracho y drogado, posiblemente el Güero Gil” (integrante del trío Los Panchos), dice en este portal:


8. Pág. 137 y 138

Al parecer Myrta Silva fue uno de sus amores, así fuera por corto tiempo, como también una artista de nombre Elisa Araújo con quien estuvo en Colombia y la presentó como su esposa. Le propuso matrimonio, pero ella no le quiso aceptar la propuesta:

Aún así, cuando supe del padecimiento que tuvo Myrta Silva durante sus últimos años, de su repentino envejecimiento, las quemaduras y los olvidos, de su muerte y entierro solitario, sentí mucha compasión por ella y le deseé luz para su espíritu… No alcanzaba a ser ni sombra de aquella niña de trece años que me robó el corazón en la urbe neoyorquina y me enamoró profundamente en 1940 cuando cantaba en el cabaret Marta por veinticinco dólares dólares semanales y un plato de spaghetti diario. Tenía uno de los rostros más hermosos con su lunar en el pómulo derecho, pero la nuestra fue una relación esporádica porque tenía un carácter muy fuerte que no podía juntarse con el mío”, dice Daniel.

9. Pág. 276

Hay una fotografía que tiene escrito a mano “En Venezuela” pero en la placa identificadora de la tvcadena aparece el logotipo de la programadora colombiana Producciones J. E. S., de Julio E. Sánchez Vanegas. Deduzco que es un lapsus.

10. Pág. 288

Cuando escribía mi ensayo “Rayuela, de Cortázar, un tango en homenaje a Gardel”, me encontré con una entrevista en la que el escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado atribuía a la viuda Aurora Bernárdez de Cortázar ser la inspiradora del personaje de La Maga en esa novela. Yo había leído que la verdadera inspiradora fue Edith Arón y que incluso en algún momento llegaron a cenar los tres: la exesposa, la examante, y el escritor Cortázar. Me pareció que Ramírez Mercado estaba tratando de congraciarse con la Sra. Bernárdez, y tal vez yo no estuviera tan equivocado porque, en un anexo para el libro de Joseán, Ramírez Mercado escribe que: “Uno miente con alevosía y ventaja en beneficio de la invención, y no pocas veces de manera doble, como en este caso… Pero así, y todo, no cejé en mi mentira porque de mentiras, ese tejido sutil que viste a los dioses, están hechas las novelas”.

11. Pág. 332

En esta página encuentro dos curiosidades. La primera, que Santos se casó dos veces con la puertorriqueña Ana Mercedes Rivera Morales que fue su viuda. La primera, en 1984, de la que se divorció en 1986 para volverse a casar con ella en el año de 1990. La segunda, que aunque él no fue religioso sino descreído, y tal vez un poco adscrito a la religión de la Santería Yoruba cubanopuertorriqueña o el vudú haitiano (pág. 458), tuvo vínculos con la religión protestante de sus padres que fueron reverendos de su comunidad; así y todo, cuatro días antes de morir fue bautizado en la Iglesia Católica, lo que tal vez explica por qué un cura católico rondaba el cuarto donde falleció a consecuencias de un infarto cardiaco, cuando ya tenía antecedentes de derrames cerebrales y de demencia senil.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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ALGUNAS DE SUS MUJERES Y ESPOSAS

(Someros datos entresacados uniendo cabos entre este libro y otros textos sobre Daniel)

1. Aunque no fue su primera esposa, ni su único amor entre el incontable número de conquistas, sí tiene un sitial especial en la historia de su vida, como quiera que se hizo tatuar en el brazo un corazón con la palabra “Love” y el nombre, en letras imborrables, de la que fue su amor de adolescencia: Agustina “Augie” Muñoz, en 1930, a los 14 años de edad. Ella tenía 12, tal como lo dice en la página 27. 

2. Rose Sarno, italoamericana de 22 años de edad, con quien Daniel procreó su primer hijo en 1931, cuando él sólo tenía 15. El hijo, de nombre Joe, se hizo actor y fue criado por su padrastro de apellido Minieri (pág. 199). Daniel la llamaba “Rosa, la peligrosa”.

3. Lucy Montilla (en Nueva York, primer matrimonio, sin hijos, en 1934).

4. Eugenia Pérez Portal, de Cuba (en 1947, y en 1948 tuvieron al primer hijo de Daniel, de nombre Daniel Jr., que se hizo diplomático norteamericano), pág. 102.

5. Alicia de Córdova, de México, cantante (en 1958).

6. Gladys Serrano, madre de un hijo suyo de nombre Ronald, “Ronnie”, que crió el padrastro Ismael “Maelo” Rivera (página 45).

7. N. N. de López, de República Dominicana (sobrina de Petán y Rafael Leonidas Trujillo, madre de un desconocido hijo de Daniel Santos, página 92).

8. Rosa “Linda, la Peleona” Santana, de República Dominicana (pág. 311).

9. Anita López

10. Nohemy Minerva

11. Cuti Rebollo

12. Lucy o Judith Ford, de Estados Unidos

13. Dulce, de Costa Rica (en 1969. La conoció en Panamá).

14. Luz Dary Pedredín, de Cali en Colombia (en 1974); madre de Danilú, su hija; y de David Albizu, su hijo, que en algunos textos aparece erradamente como Daniel Albizu.

15. Ana Mercedes Rivera Morales, de Puerto Rico (en 1984)

16. Una venezolana, madre de seis hijos anteriores a su relación, con quien convivió por un año y fue acusado de violar a la hija mayor, de 18 años, en acusación de la que Daniel se defendió aduciendo falsedad y calumnia de parte de un celoso novio que tenía la muchacha.



domingo, 16 de octubre de 2016

174. Daniel Santos, sus hijos, y sus matrimonios (3 de 3)

La biografía de Daniel Santos

Retomando la lectura del libro biográfico sobre Daniel Santos escrito por Joseán Ramos (José Arsenio Ramos Rodríguez, puertorriqueño criado en Nueva York), con el título de “Vengo a decirle adiós a los muchachos” (Publicaciones Gaviota, Puerto Rico, 4ª edición en noviembre de 2015); y haciendo un recorrido por el mapa amoroso del cantante boricua, me encuentro con que en tratándose de mujeres en su vida no son todas las que están, ni están todas las que son. Los números de tamaño pequeño, que aparecen entre paréntesis, corresponden a las respectivas páginas de este libro, de donde fue tomada la información. 

A gato viejo, ratón tierno

De todo hubo en la relación amorosa de Daniel con las mujeres, pero es claro que lo suyo fueron las mujeres jóvenes. No importa que en algún momento de su vida se hubiera relacionado con mujeres mayores que él, pero jóvenes. Al final de sus días no se permitió tales debilidades de carne curada, y se limitó a la carne fresca. 

En el año 1957 por ejemplo, al decir de Joseán Ramos, el Inquieto Anacobero era un hombre de 41 años que estaba en Caracas y frecuentaba el burdel de María Luisa “La Gata” Saavedra; “...saboreando el nácar que se derramaba de los duros pezones de Marmolina; sintiendo el tibio y excitado pubis de Chucha que acariciaba su boca al ritmo de Quisqueya; atragantándose con el suspiro de savia que depositaba en sus labios La Tamborito; asfixiándose con los húmedos besos que dejaba caer sobre su cuerpo tendido la Filé Miñón; y acomodándose como un felino enfermo de calentura entre los tibios pechos de La Gata”. “La Gata tenía entonces cuarenta años, más o menos. Era una mujer hermosa y muchas personas importantes de Caracas se enamoraron de ella, y ella tenía cariño para todos”. “Con la misma cara de luna redonda que la había descrito Salvador Garmendia… el hociquito puntiagudo, los ojos verdosos, el pelo rizado sobre la frente reducida, la piel blanca de niña impúber que le disimulaba sus cuarenta y cinco años; amortiguando heridas a los enfermos de amor en el mismo local que administró durante diez años”. “De la gata conservo unos recuerdos muy tiernos… Su verdadero nombre era Delfina". “Fue muy amiga mía. Nos teníamos un gran cariño de hermanos, y ella siempre estaba pendiente de mí… En una ocasión me enfermé. Estaba solo, y recurrí a ella. Delfina me atendió, se ocupó de mí como si fuera mi madre, y me cuidó en su casa hasta que me curé. Una cosa así no se olvida(pag. 140, 144 a 146). Se ocupó de él como si fuera su madre, y se tenían un gran cariño de hermanos. La Gata era, pues, una mujer cuatro años mayor que Daniel aprovechando sus últimos días de esplendor porque, a poco, ya iba a estar muy vieja para él… o quizás ya lo estaba.

En Caracas convivió en 1957 con una mujer que ya era madre de seis hijos. No tuvieron hijos propios. Ella tenía una hija de 18 años, y la hija tenía un novio muy celoso. Este novio acusó a Daniel de haber violado a la muchacha. Yo no sabría decirlo, pero es posible que hubiera alguna relación consentida entre los dos. No era Daniel hombre que se parara en peros a la hora de aprovechar una oportunidad, y no sería esa muchacha la primera que sucumbiera a los encantos de Daniel. Fácil decir, al sentirse sorprendida, que él la violó. Fácil para el novio decir, al sorprenderla, que la novia fue violada. Esas cosas se dan pero, ¿Cómo saberlo? El caso es que no hubo un juicio ni fue condenado por la justicia venezolana; pero por ese asunto se causó su salida de Venezuela, y no volvió hasta el año de 1965 (pag. 146-147, 437, 441-442)

En República Dominicana, recién salido del ejército, lo sorprendió el terremoto del 4 de agosto de 1946 mientras se revolcaba en vino con una sobrinita del general Rafael Leonidas y del mayor José “Petán” Trujillo Molina, su hermano. “Años después volví a encontrarla en un cabaret y viví con ella durante algún tiempo. La dejé preñada, y se casó con un tipo que le dio el apellido López para evitar que el niño tuviera el apellido Santos, porque así sufriría menos. A ese hijo nunca lo llegué a conocer(pag. 92).

Por los días del año 1938, “Cuando Jorge Negrete debutaba como maraquero y cantante en el Cabaret Yumurí”, Daniel ganaba muy poco por una presentación porque en ese entonces “diecisiete dólares apenas alcanzaban para vivir. Fue entonces que me metí a chulo… me pasaban el dinero por debajo de la mesa, una por una… se sentaban en la cantina en lo que yo terminaba mi presentación para ver cuál se iba conmigo esa noche… me llevaba a esta, el otro día a la otra, y después a Panchita, y así todo el mundo estaba contento. A veces me llevaba a más de una, a veces me las llevaba a las cinco, y aquello terminaba en una bacanal(pag. 42, 70).

En el año de 1930 Daniel era un jovencito de 14 años clasificado como green hornet o avispón verde que les decían a los dominicanos recién llegados (pag. 407), y madurado biche en los vaivenes del destino; cuando conoció en Nueva York a la primera mujer de su vida, una puertorriqueñita de 12 años que lo marcó tanto que quedó grabada con tinta indeleble en el tatuaje que Daniel se hizo hacer en el antebrazo derecho con las palabras “Love-Augie(pag. 253), encerradas por un corazón con una flecha. La chiquilla con la que Daniel aprendió las caricias del amor “Se llamaba Agustina Muñoz, y le decían Augie(pag. 27); y fue su pretendido amor eterno que duró lo que dura un suspiro de Daniel. 

En esta novela biográfica escrita por Joseán Ramos habla Daniel “De su encuentro con Myrta Silva, y cómo se llegó a enamorar de ella a los catorce años(pag. 45). Hay que aclarar que en ese momento la que tenía 14 años era Myrta, puesto que ella nació en 1927, y de ahí se deduce que corría el año de 1941. Aunque al rememorar los últimos días de Myrta dice Daniel que ya “no alcanzaba a ser una sombra de aquella niña de 13 años que me robó el corazón en la urbe neoyorquina y me enamoró profundamente cuando cantaba en el Cabaret Marta por veinticinco dólares semanales y un plato de spaghetti diario(pag. 137-138); lo que hace pensar que si ella tenía 13 años cuando la conoció, el que corría era el año de 1940. Claro que un año de más o de menos en los recuerdos al cabo de los años, tampoco es diferencia. Y también hace pensar que quien cantaba en el Cabaret Marta era Daniel, porque tal vez una niña de 13 años no fuera admitida a trabajar en un cabaret neoyorquino, aunque fuera como simple cantante. Con los años, la relación entre los dos terminó mal, así al final él reconociera que “sentí mucha compasión por ella, y le deseé luz para su espíritu(pag. 137).

En 1931, dice Daniel, “En Nueva York conocí a Rosa Sarno, una italiana que llegó a ser mi mujer por muchos años y por ella tuve que dejar a todas las otras mujeres… Era tan brava que la llamaban Rosa la Peligrosa. Yo no quería dejarlas, pero ella me las espantó(pag. 409). Él tenía 15, y ella 22. Con ella tuvo Daniel su primer hijo, de nombre Joe Santos, que al crecer llegó a ser actor de cine en Hollywood. Rosa se casó con otro italiano, y pasó a llamarse Rose Minieri (pag. 186, 198-199). “Ya licenciado del ejército en 1946 volví con La Peligrosa. Me conmovió y me casé con ella por lo civil. Seguí casado, aunque no viviendo con ella, por veinte años más. Viví una existencia de celos y de peleas, y la dejé por incorregible(pag. 414).

La amarga copa de la decepción

No todas las mujeres que se le atravesaron en el camino lo quisieron, y también él bebió la amarga copa del desengaño y de la decepción. En Panamá le propuso matrimonio a Dulce, la costarricense que conoció en un cabaret y de quien se enamoró. Ella simplemente calculó la conveniencia de tener a un hombre que no tuviera dificultad para ganarse la vida, y lo llevó a conocer a su familia en Costa Rica; pero apareció el marido que tenía, echando por tierra las posibilidades de ese nuevo matrimonio (pag. 455).

En 1950, por haberle desfigurado el rostro a Nora Calvo, fue a la prisión El Príncipe en La Habana, donde escribió su canción “preso estoy, y estoy cumpliendo la condena que me da la sociedad”. Fue indultado por el presidente Carlos Prío Socarrás, a ruegos de su madre doña Tecla, que era admiradora de Daniel (pag. 209).

La bailarina norteamericana Patricia Schmidt (Tras un viaje glorioso al paraíso, quiso ella forjarse una ilusión…), apodada Satira (pag. 101, 202), inspiró dos de los temas de Daniel, pero entre ellos no hubo nada amoroso; aunque viendo sus fotografías bien se ve que era bonita, y Daniel podría decirse que le tiraba hasta a su propia sombra. Mucho contribuyó él para sacarla de la cárcel, y sus acciones tuvieron que generar alguna deuda de gratitud. Cuando salió de la cárcel se fue ella sin despedirse. Tal vez lo suyo fue una muestra de ingratitud… pero tal vez fue una manera de irse sin tener que pagar deudas amorosas por aquello de que “es mejor deber plata, que deber favores”. Todas las mujeres no son para uno, por más Daniel Santos que sea. En la canción “Ya tú ves, Patricia”, dice Daniel que “Siempre acuérdate que un Dios hay en el cielo, y nunca pierdas ni la fe ni la esperanza”.

En los años cincuenta estuvo en Cuba donde:

Sostenía relaciones amorosas con una joven cubana muy guapa, y un día me dijo que no podíamos continuar debido a que yo no quería darle la seriedad que ella se merecía, puesto que continuaba viviendo en forma desordenada. Traté de convencerla para que no tomara la decisión de dejarme, pero al ver que nada podía hacer dejé de insistir y me fui para las playas más lindas de Varadero donde entré a un bar y pedí un trago tras otro. Salí de medio peo, y al llegar a la orilla del mar decidí seguir caminando mar adentro como Alfonsina con su soledad… Cuando sentí sus aguas llegar al cuello, detuve el paso y dije para mí: ¿Debo matarme por una mujer?... Di vuelta y, tiritando, volví al bar por otro trago porque “No buscaré alivio con la muerte y seguiré mi vida de una vez, ya que la suerte me ha olvidado, y ella ya no me quiere, por eso no me mataré(pag. 109)

La vedette Elisa Araújo, a quien Agustín Lara apodó “La María Félix cubana”, dice el libro de Joseán Ramos que “fue una conquista difícil para Daniel, y la única que rechazó su propuesta de matrimonio(pag. 220). Con ella estuvo Daniel en Colombia, y “la presentó como su esposa durante el corto romance que vivieron(pag. 231). En la página 18 del libro “Daniel Santos en su Habana”, del cubano Helio Orovio, se recoge una declaración dada por ella en entrevista: “Daniel se enamoró de mí, y quiso casarse conmigo. Aunque tuvimos una relación muy bonita, yo no quise casarme con él porque decían que a él le gustaba dar escándalos y pegarle a las mujeres. El 5 de enero de 1960 coincidimos en Panamá y recibí un telegrama comunicándome la muerte de mi padre, pero yo tuve que actuar así. Daniel se enteró, y fue a verme. Estuvo toda la noche conmigo. Él era muy bueno, una gran persona”. En el libro de Orovio aparece su nombre como Elsa; pero es Elisa, puesto que como Elisa Araújo aparece su nombre en un cartel que anuncia su actuación en la película cubana “La mesera del café del puerto”, filmada en 1955. Elisa Araújo viene a ser, pues, la esposa que no fue esposa. 

Sus hijos

En algún texto leí que él había tenido doce hijos, otro habla de catorce, en otro se habla de ocho y en otro se habla de seis. Mis cuentas incluyen a Joe Santos, el actor; a Daniel Santos Jr., el diplomático; a Ronnie Santos, el hijo adoptivo de Maelo; al hijo de la sobrinita del dictador Rafael Leonidas Trujillo; a un hijo “que tuve en Cuba en 1950, pero al que no conozco” (pag. 436); a “otro que tuve en Nueva York en 1955, al que quiero mucho” (pag. 437); y en una entrevista concedida a José Pardo Llada habla, sin identificarlo, de “un hijo mío que se suicidó y yo lo quería con el alma”. Según Roberto Llanos Rodado en su artículo “Daniel Santos y las huellas que dejó en Barranquilla”, en un momento en que Daniel visitó esa ciudad “No tenía hijos a su cargo. Vivía con un hijo de crianza que llamaba Armandito y menciona en la canción El 5 y 6”. Efectivamente, en la transmisión de la carrera de caballos que hace Daniel Santos dice con voz de locutor “… Y Armandito, que casi no se ve”. Y, claro, no podemos dejar por fuera a David Albizu y a Danilú Santos, los hijos de Luz Dary Pedredín. A Danilú le escribió en Puerto Rico la letra de una canción a la que Pedro “Davilita” Ortiz Dávila le puso música con fecha de 1975 según Danilú, pero más seguramente con fecha de 1973 porque en ese año aparece grabada por Mario Hernández y su conjunto en el sello Lozano en LP de 33.1/3 rpm., con canciones navideñas que Jaime Suárez Cuevas y los socios de ACME de Cali registran con el número 1089 de la discografía de Daniel. Son doce temas grabados en ese año que van desde el número 1087 al 1098 de dicha lista.

Trae el libro de Ramos una “Reflexión”, un texto escrito de puño y letra del mismo Daniel, en el que se refiere a sus amores y a sus hijos diciendo que:

Tengo el pelo completamente blanco. El día 6 de junio de este año de 1986 acabo de cumplir por la Gracia de Dios 70 años… se me aprieta el alma con el sufrimiento de tantos amores pasados y perdidos que me cansan la conciencia… Si fui yo el culpable, o si fueron ellas, no sé. Cada uno le echa la culpa al otro. Pero nos queda el consuelo dentro del dolor que no somos los únicos que en el curso de la vida hayan tomado el mismo camino de alegría, de tristeza, de sentimiento, de dolor. Pero no me quejo, con seguridad, porque también he conocido el triunfo, y los momentos de éxtasis, y los momentos de amor. Sí, tengo muchos recuerdos que vívidamente representan momentos de amor, momentos de éxtasis. Sí, tengo recuerdos, y algunos llevan nombres que yo mismo he pensado y he registrado en los diferentes departamentos demográficos de diferentes países del hemisferio. De los que he conocido personalmente, estoy muy orgulloso: un actor, un diplomático, un policía, dos que jamás he visto desde su nacimiento, y dos que están en el presente bajo mi custodia por haber sido abandonados por su madre natural, una mujer sin alma. Ojalá yo tenga el amor de ellos, que ese es el único que me hace falta para seguir… Hasta que Dios quiera(pag. 461)

Según este recuento de Daniel, son siete, pero faltan datos de otros municipios. En ese momento se acababa de divorciar, o estaba próximo a hacerlo, de Ana Mercedes Rivero Morales que fue su viuda; con la que cuatro años después se volvería a casar. En el recuerdo de Daniel la esposa colombiana era una mala madre que abandonó a sus hijos. Habría que conocer la versión de ella para tener otro punto de vista porque, como dijo un juez de familia: “En todo asunto hay tres versiones. La del uno, la del otro, y la verdadera”.

Sus doce matrimonios

Hasta aquí hemos hecho un repaso de algunas de las mujeres que pasaron por la vida de Daniel Santos desde que la chiquitina Agustinita Muñoz le enseñó los placeres del sexo en Nueva York, cuando todavía nadaba en las aguas de la adolescencia en el año de 1930. No se casó con ella, pero a lo largo de su vida lo hizo en doce ocasiones (pag. 107). Ya hemos mencionado a su esposa dominicana Rosa Linda “La peleona” Santana, y a Rosa “La peligrosa” Sarno, madre de su hijo Joe Santos que se hizo actor en Hollywood. Pero también está Gladys Serrano, la madre de su hijo Rodney “Ronnie” Santos, que se casó con Ismael “Maelo” Rivera, y con el beneplácito de Daniel Maelo crió al hijo como suyo (pag. 45, 229). Está la cubana Eugenia Pérez Portal, madre de su hijo Daniel Jr. que se hizo diplomático para el gobierno norteamericano e inspiró el disco “Déjame ver a mi hijo”, con quien se casó en 1947 y el hijo nació en 1948 (pag. 102, 138, 150, 204-205). Está la cantante mexicana Alicia de Córdova, hermana del actor Arturo de Córdova, con quien se casó en 1958 (pag. 138, 216). Está la norteamericana Judith Ford, que era su esposa en 1960 (pag. 229). Está Lucy Montilla, con quien se casó en 1934 en Nueva York, pero no tuvieron hijos (pag. 474). Está Luz Dary Pedredín, la caleña de 15 años con quien se casó en 1972, que fue su penúltima esposa y le dio dos hijos: a David Albizu (no Daniel como dicen algunos) y a Danilú, que fueron criados por la última esposa (pag. 30, 240, 434). Está la última esposa, Ana Mercedes Rivero Morales, con quien se casó dos veces: la primera en 1984, con divorcio en 1986; y la segunda en 1990, a quien dejó viuda en 1992 (pag. 168, 254)

Hasta ahí van nueve matrimonios registrados en el libro de Joseán Ramos. ¿Cuáles son los otros tres? En otras partes se encuentran relacionadas Anita López, Nohemy Minerva, y Cuti Rebollo. Con estas se completan las doce; y hasta ahí lo que se sabe, aunque ordenarlas cronológicamente es un embrollo de difícil o casi imposible solución. Para completar la información fue útil leer el reportaje de Lucy Lorena Libreros en “La Gaceta” de diciembre 17 de 2012, y lo escrito por el Dr. Héctor Ramírez Bedoya (QEPD) en el blog Sonora Matancera.com; pero, sobre todo, el artículo de Freddy Gómez Ortiz en la revista “Son del Caribe”, que puede verse en este enlace:


A la hora de la verdad, para poder escribir completa la historia amorosa del Inquieto Anacobero se hubiera requerido de un narrador omnisciente o un camarógrafo que lo siguiera día y noche durante los 76 años de su vida; y eso a duras penas lo pudo conseguir el biógrafo Joseán Ramos por un corto tiempo debido a que en uno de sus accesos temperamentales, “Daniel me echó”; tal como le sucedió a todas sus mujeres.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)





domingo, 9 de octubre de 2016

173. Daniel Santos, de mujer a mujer (2 de 3)

La discografía de Daniel Santos

Jaime Suárez Cuevas, presidente de la Asociación de Amigos Coleccionistas y Melómanos de Cali (ACME), participó por Colombia en el Coloquio Internacional de Boleros de Oro de La Habana (Cuba) en junio de 2016; y dijo en su ponencia, titulada “Daniel Santos, discografía y anécdotas”, que durante su vida artística el cantante boricua había hecho 1288 grabaciones. Esa ponencia, con la discografía completa recopilada por Suárez Cuevas con sus compañeros de ACME, aparece en la página Web de la Asociación y es, a no dudarlo, un documento de imprescindible consulta para los Danielsantómanos del mundo:


Dice Jaime Suárez en su artículo que 265 de las grabaciones del Jefe son de la autoría de Daniel, y me he puesto a contar cuántas llevan en el título un nombre de mujer, además de las muchas letras que se inspiraron en la mujer con otros títulos, y encontré 33. No son pocas, y no podían serlo en un hombre que vivió de y para la mujer. Su condición de mujeriego no es un secreto.

Vengo a decirle adiós a los muchachos, de Joseán Ramos

He retomado el libro biográfico sobre Daniel escrito por Joseán Ramos (José Arsenio Ramos Rodríguez, puertorriqueño criado en Nueva York) con el título de “Vengo a decirle adiós a los muchachos” (Publicaciones Gaviota, Puerto Rico, 4ª edición en noviembre de 2015). Los números de tamaño pequeño, que aparecen entre paréntesis, corresponden a las respectivas páginas de este libro, de donde fue tomada la información. 

Con el ánimo de dar una nueva lectura a este libro, y hacer un recorrido por el mapa amoroso de Daniel Santos, me encuentro con que la primera mujer que aparece allí con el nombre de “Linda” no fue suya sino de su paisano Pedro Flores, el hombre que enseñó a Daniel Santos a cantar fraseado a lo Daniel. Fue él el que le dio a la voz del Jefe “el picado o tumbao a lo Daniel”; aunque contó Joseán Ramos, en entrevista concedida a Reinaldo Spitaletta, que según dijo Daniel lo de la cadencia de “que dejo tan solita a mi mamaooo” se lo inventó él, y no don Pedro, una vez en que hacían una grabación y don Pedro lo hizo repetir tantas veces el tema que resolvió decirle cantando que “ya lo tenía mamao”. A don Pedro le hizo gracia y le dijo: “Oye, chico, eso te salió bien. Sigue alargando las aes”.

La verdadera Linda de Daniel Santos, y la Linda que no era Linda

Don Pedro Flores conoció a Linda cuando era una hermosa chiquilla “Sentada en un banco del Parque Muñoz Rivera en San Juan de Puerto Rico(pag. 59), y la canción surgió porque después de eso no la volvió a ver. “Se había marchado hacia la ciudad donde iba a parar una tercera parte de los puertorriqueños, hacia Nueva York y sus desgracias(pag. 59). A Daniel la canción “Linda”, de don Pedro, le sirvió de inspiración para cuatro o cinco más como episodios por entregas de una novela melodramática con argumentos retorcidos: “Carta de Linda”, “Volvió Linda”, “La salvación de Linda”, “La muerte de Linda”; y no sé si también “Luisa Linda” haga parte de la discolindografía de Daniel. Aunque Daniel dijo en el libro de Joseán Ramos tener más de 400 composiciones (pag. 107), todas no fueron grabadas, y la discografía recopilada por Jaime Suárez trae 265 composiciones del Inquieto Anacobero. Todas las canciones dedicadas a Linda, menos una, son de la autoría de Daniel.

Pero no fue suya la primera –precisamente la primera– "Linda" (Yo no he visto a linda, parece mentira…) del recorrido vital de este cantante. Pasado el tiempo Daniel encontró a un envejecido don Pedro de 85 años en el Hospital de Veteranos  de San Patricio en Puerto Rico, con achaques y quebrantos de salud que le producirían la muerte poco después “... de que su hija le trajera a una anciana de cabellos secos que muchos años antes lo había dejado esperando en el Parque Muñoz Rivera(pag. 61). La Linda del cuento reapareció en la vida de don Pedro cuando ya la muerte lo acechaba agazapada en las barandas de la cama. En su lecho de enfermo, don Pedro “Volvió a ver a la Linda que había perdido en la noche de la nada(pag. 69).

Claro que en la vida de Daniel hubo una Linda que no era Linda. Rosa Linda Santana, que fue su esposa y durante 25 años mantuvo una tortuosa relación de encuentros y desencuentros con Daniel; se autodenominó Linda, y decía ser “La Linda de Daniel(pag. 210-211), fabricándose el mito de ser la inspiradora de “yo no he visto a Linda, parece mentira” y todo lo demás, pero ya vemos que no fue así. Cuando Daniel la conoció, en el año de 1940, ella tenía 14 años y él 24 (pag. 311). Por conflictiva, Daniel la apodó “Rosa Linda, la peleona”; y ella, haciendo honor a su apodo, envió en 1949 una carta a la revista Bohemia de La Habana despotricando contra “mi legítimo esposo el cantante puertorriqueño Daniel Santos, de quien no estoy divorciada aunque por ahí él diga lo contrario… demostrando muy poca caballerosidad ha tomado mi nombre para hacerse publicidad que beneficie su actuación dramática, sin importarle nada que perjudique mi reputación(pag. 309). Al estilo norteamericano, firmó esta carta como Mrs. Rosa Santos.

De mujer a mujer, lo lucharemos

El compositor puertorriqueño Esteban Taronjí González (Motivo y Razón, Cataclismo, etc.) compuso un bolero pendenciero, una declaración de guerra entre mujeres que Toña la Negra subió a las alturas del firmamento romántico musical: “De mujer a mujer… ¡Lo lucharemos! /Ella lo quiere, como yo, y lo adora… casi tanto como yo. /Si no es mío, ¡Nunca de las dos!... /De mujer a mujer lo lucharemos, a ver quién vence /y así se queda con su dulce querer…”. 

En lo amoroso, la vida del boricua Daniel Santos fue de tumbo en tumbo, y de mujer a mujer. Algunas no tuvieron inconveniente en compartir cama con él y hacer un trío en que el ponqué quedó amigablemente repartido entre “Toni, la negrita”, “Marushka, la novia de mi amigo”, y “Rosa Linda la peleona, que era una puta(pag. 64, 311), como le sucedió una vez; o entre, “La dominicana oriental de 18 años que después se hizo millonaria en un país suramericano”, “la puertorriqueña Lolín de 16 que era celosa y peleadora”; y “La sobrinita del dictador Rafael Leonidas Trujillo con quien se revolcaba en vino cuando el terremoto del 4 de agosto de 1946, que quedó en embarazo de un hijo que Daniel no conoció(pag. 91-92, 194, 416-417), como le sucedió en otra. No había problema para él en juntarlas. Pero otras mujeres, por el contrario, lo atacaron queriendo partirle la cara “con una cuchilla de esas de afeitar”. Dice Daniel que su primera gira artística por Puerto Rico en el año de 1941 “Fue una visita que me trajo algunos incidentes desagradables con dos mujeres. Una que intentó cortarme la cara, y la puse a rodar escaleras abajo; y otra que tuve que meterle un garrotazo con una penca de palma de coco, pues me quería joder en un baile…(pag. 71, 410). Las hubo que se tomaron de los cabellos y se fueron al piso en una “Reyerta entre dos aspirantes al amor de Daniel Santos en el Hotel Villa Concha de la playa de Marianao en Cuba(pag. 367); y otras como “La Flaca”, que intentó suicidarse y él tuvo que llevar al hospital para que fuera atendida… mientras él se enrumbaba con la enfermera mexicana (pag. 65). Daniel tuvo amores en República Dominicana con su secretaria Pura Márquez Zayas (pag. 363), y “En agosto de 1949, cuando dejé a la secretaria con quien tenía amores en el Hotel Victoria de Santo Domingo para irme al Potrero de Venturita, y como era peleona, alborotosa, egoísta, y muchas cosas más, como todas las mujeres, me puso pleito en el juzgado… seguí en mi casa del Potrero de Venturita con otras tres mujeres: una que había llegado embarazada a trabajar en la casa, y se incorporó al trío; otra jeba que ayudaba en los quehaceres de la casa; y una negrita bellísima que venía de vez en cuando y su trabajo era pararse desnuda de perfil en el ventanal de cristal por donde entraba la luz en las noches de luna. Se paraba ahí y los rayos formaban la silueta del cuerpo más perfecto del mundo, porque la negra no solo era bonita de cara sino que tenía un cuerpo perfecto y yo gozaba sólo con ver su silueta(pag. 314, 420-421). Otra vez “En La Vega de Santo Domingo en República Dominicana un señor al que tildaban de excéntrico autodenominado Son-Son Lara me llevó contratado… una caravana de automóviles me acompañaba y estaba compuesta de mujeres, amigotes, amigos, y borrachos… una casa en las afueras y no se podía ver desde las casas a su alrededor… empezamos a tomar en la sala de la casa… y cuando habíamos tomado bastante, y todos estaban en su punto, empezaba la orgía… Las mujeres se quitaban la ropa, y el que quería se quedaba en calzoncillos o sin nada… Son-Son se ponía un turbante a lo indio hecho de toallas e iba hasta su habitación para sacar de debajo de la cama toda clase de objetos sexuales y otra parafernalia para un rito erótico y extravagante… aquellas fiestas de mujeres y hombres desnudos podían durar un día, o dos, y llegar hasta tres(pag. 422-423).

Como soldado durante la II guerra mundial Daniel llegó al Japón. “En la casa de las Yoshiwaras en Osaka… cada uno hizo su elección… descargué la pasión con aquella japonesa que siguió conmigo durante los seis meses que estuve allí, antes de licenciarme en 1946. Durante ese tiempo robé en la comisaría carne, pescado, y otras cosas, para dárselas como pago por sus momentos de amor(pag. 85).

Puede deducirse que para Daniel Santos era más fácil pasarse sin la comida que sin la dormida... O la desvelada, que para el caso da lo mismo.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)