domingo, 28 de enero de 2018

241. Hermanos, amigos, y socios

Me acosté a dormir una siesta después de almuerzo, y al despertar encontré en televisión la parte final de la película “Antes de partir”, “Ahora o nunca”, o “The bucket list”, cuya traducción literal sería “La lista de antes de estirar la pata”; protagonizada por Jack Nicholson y Morgan Freeman. La trama la transcribo abajo. Es una película estadinense del 2007, dirigida por Rob Reiner y escrita por Justin Zackham. Ignoro si la película recibió alguna nominación o algún premio al guión pero, a mi modo de ver, se lo merece. El argumento transmite toda una filosofía de vida ante la perspectiva de la muerte, y el guionista seleccionó los lugares que los personajes querían conocer antes de morir con un buen criterio, insertando notas y comentarios acerca de esos lugares que enriquecen la historia. Muestra distintas actitudes ante la muerte, incluyendo la de Walt Disney que pidió ser congelado por si algún día encuentran la cura para la enfermedad que lo mató y ser resucitado, lo que parece ser una locura que a muchos se les ha ocurrido y ya se han gastado un dineral en el experimento. En la trama de la película el millonario, que tiene sus días contados; le propone al mecánico pobre, que tiene contados los suyos, hacer una lista de las cosas que siempre soñaron hacer. El rico, con su dinero, costea la realización de esos sueños. En la aventura, se hacen amigos, como hermanos, y el mecánico se convierte tal vez en el único amigo que aquel fabricante de dinero llega a tener antes de morir, puesto que las demás personas que se le cruzaron en la vida eran simplemente relacionados de negocios.

Trama de la película, copiada de Wikipedia de Google:

https://es.wikipedia.org/wiki/The_Bucket_List

En su primer año en la carrera de filosofía de Carter Chambers (Morgan Freeman), hace mucho tiempo, el profesor les sugirió a sus estudiantes que elaborasen una "lista de deseos", un recuento de todas las cosas que querían hacer, ver y experimentar en la vida antes de morir. Pero mientras Carter estaba aún tratando de aclarar sus sueños y planes privados, la realidad se entrometió: matrimonio, hijos, una multitud de responsabilidades y, finalmente, un trabajo de mecánico de automóviles durante 46 años, gradualmente cambiaron su idea de lo que era su lista de deseos en poco más que un recuerdo agridulce de oportunidades perdidas y en un ejercicio mental en el que pensaba de vez en cuando para pasar el tiempo, mientras trabajaba bajo la capota de un coche.

Entretanto, el multimillonario empresario Edward Cole (Jack Nicholson) nunca ve una lista sin pensar en los beneficios. Siempre está tan demasiado atareado haciendo dinero y construyendo un imperio, que no tiene tiempo para pensar en cuáles podrían ser sus deseos más profundos. A Carter y a Edward les detectan un cáncer peligroso y con pocas probabilidades de vivir, lo que los interna a  ambos en el hospital del que Cole es el dueño.

Por indisponibilidad de camas y de cuartos privados individuales, Carter y Edward resultan compartiendo de emergencia una habitación del hospital, con mucho tiempo para pensar en lo que sucederá a continuación, y en cuánto de ello está en sus manos. A pesar de sus diferencias, pronto descubren que tienen dos cosas muy importantes en común: una necesidad no satisfecha de aceptarse a sí mismos, y las elecciones de vida que han hecho; y un deseo urgente de pasar el tiempo que han perdido, haciendo todo lo que siempre quisieron hacer.

Así que, en contra de las órdenes del médico y del sentido común, estos dos auténticos desconocidos abandonan el hospital y se lanzan juntos a la carretera para vivir la aventura de sus vidas… antes de estirar la pata”.

Al final, cuando están en el funeral de Carter Chambers, Edward Cole es invitado a pasar al atril para hablar del fallecido. “Hace tres meses éramos unos extraños, desconocidos el uno para el otro, pero en este tiempo nos convertimos en amigos, y puedo decir que los últimos tres meses de la vida de él fueron los meses más felices de la mía”.

En los comienzos de este blog, y con el artículo nro. 21, hice referencia al curioso caso del poeta alemán Barón Friedrich von Schiller; que fue amado simultáneamente por dos hermanas, y a ambas las amó:


El Barón von Schiller (1759-1805) escribió en 1785 un poema que tituló “Ode an die freude” (Oda a la alegría), que inspiró a Johann Strauss, hijo, para su obra musical titulada “Sed abrazados por millones de seres” y es algo así como el “quiero tener un millón de amigos” de la canción de Roberto Carlos. El mismo poema, que dice que “…Y todos los hombres serán hermanos bajo las alas bienhechoras de la alegría”, también inspiró a Ludwig van Beethoven su canto “Coral” que hace parte de la 9ª sinfonía, y cuya letra en español dice que: “… Sigue soñando el nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos”. Eso suena muy bello, pero no pasa de ser la poética expresión de un sueño utópico. Según la Biblia, y la Historia de la Humanidad, los hombres nunca han sido hermanos fraternales y armónicos. Siempre han sido guerreros que luchan entre sí. Todo parece indicar que nunca lo han sido, que nunca “volverán a serlo”, y que nunca lo serán. Lo más cerca que han estado los hombres de tal cosa fue cuando se unieron en el propósito común de construir la Torre de Babel, pero cada quien quería construirla a su manera, y ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo en hablar un solo idioma.

Al comenzar la década de los noventa, en el siglo XX, el viajero que desde Cúcuta cruzaba el puente internacional que conduce del caserío comercial de La Parada, un barrio extramuros en el municipio de Villa del Rosario (Norte de Santander) por la vía que va a la población de San Antonio del Táchira en Venezuela, a tan solo quince minutos en carro desde el origen hasta el destino cuando la vía está despejada, se encontraba con una pared a mano izquierda, después de cruzar el río Táchira, justo antes de llegar a la aduana o alcabala fronteriza. Son los controles policiales los que producen los trancones vehiculares que alargan el viaje de manera ostensible entre una y otra ciudad de dos países que se autodenominan hermanos, pero cuya hermandad ha sido políticamente torpedeada por los gobiernos de turno desde tiempos inmemoriales. En dicha pared estaba escrita una frase atribuida allí al Libertador Simón Bolívar: “La casualidad nos hace hermanos, pero es el corazón el que nos hace amigos”. La frase ya desapareció de esa pared, y aunque ahora tengo claro que no es de Bolívar sino de autor anónimo, ¡Qué verdad tan incontrovertible!

El letrista José Ramos Martín escribió "La marcha de la amistad" para la zarzuela "Los Gavilanes", con música de Jacinto Guerrero. En ella dice que:

"Amigos, siempre amigos, 
juntos marchamos en las luchas de la vida. 
Unidos, siempre unidos, 
compartiremos esperanzas y alegrías. 
Hermanos, más que amigos, 
demostraremos que tus penas son las mías... 
Amistad, amistad, ¡Qué dulce sentimiento el alma goza!". 


Un amigo guasón, filósofo callejero, solía decir que “un amigo rico, es un hermano del alma; pero un hermano pobre es un… ¡pariente lejano!”. Resulta que uno a los hermanos no los escoge sino que le tocan por mandato de sangre, pero a los amigos sí los escoge. No todas las personas que uno conoce se convierten en amigos, lo que se dice amigos del alma, y no todos los amigos del alma se convierten en hermanos por adopción espiritual. La amistad es, por demás, personal e intransferible. Cada quien tiene que ganársela por sí mismo, y no entre todas las personas se genera una empatía. Que dos amigos del alma se conviertan en hermanos por adopción, es casi un milagro. Es esta una clase muy escogida.

Algunos hermanos se quieren mucho fraternalmente, pero no tienen la camaradería y fusión espiritual que se requiere para entrar en la categoría de verdaderos amigos. Otros hay que son tan compinches y camaradas entre sí, que se pierden el amor, el respeto, y el verdadero sentido de la hermandad. Casos se han dado de que un hermano ventajoso se aproveche de la oportunidad de negocios que le da su hermano. Eso es algo que no se le hace a un amigo, que yo no soy capaz de hacérselo a un enemigo, y que de ninguna manera un hermano puede hacérselo a otro hermano. Pero casos se han visto. Casos se dan de una familia de hermanos que son muy unidos entre sí… menos uno que es la oveja negra de la familia. Casos se dan de hermanos que son muy desunidos entre sí… menos dos que son tan unidos que trascienden la desunión familiar. En fin, las variables son muchas y, como decía don Mario Escobar Velásquez, “la amistad es una cuestión de afinidades”.

Tal vez haya por ahí alguna pareja de hermanos que son socios de negocios, como decir que comparten la administración de la hacienda ganadera de la familia, pero no son verdaderos hermanos, y menos llegan a ser verdaderos amigos. La mutua rivalidad y diferencia de opiniones los obliga a convivir pero sin que se soporten el uno al otro.

Hermanos hay, pues, que son hermanos pero no son socios de negocio; hermanos que son socios de negocio, pero no se sienten hermanos; y hermanos que no son ni se sienten lo uno ni lo otro, porque sus envidias y resentimientos no los dejan convivir bajo el mismo techo.

La Santa Biblia habla del caso de los hermanos Caín y Abel, que marcan el comienzo de la historia del bien y del mal en la humanidad. Habla también de los hermanos Saúl y Jacob, y aquello de la venta del derecho de primogenitura por un plato de lentejas. No hablemos de los apóstoles y discípulos de Jesús que eran hermanos de sangre, pero sí del caso de José y sus hermanos, hijos de Jacob y de Raquel, y de las circunstancias que dieron origen a lo de las “Doce tribus de Israel” (Génesis 35:22). 

Los Hermanos Ringling eran dueños de un circo que, al asociarse con el de P. T. Barnum y James Anthony Bailey, fueron conocidos como el famoso Circo Ringling Bros., por la abreviatura de “brothers”, que es la palabra inglesa para hermanos. Fueron siete los hermanos Ringling fundadores, aunque a la final fueron Charles y John los que permanecieron en el negocio ya desaparecido.

Los hermanos Harry, Albert, Sam, y Jack Warner, fueron exitosos en la industria del cine, y todavía la Warner Bros. tiene prestigio en esa industria.

Los hermanos Leonard “Chico” (pianista), Adolf Arthur “Harpo” (arpista), Milton “Gummo”, Herbert “Zappo”, y Julius Henry “Groucho, el gruñón” (guitarrista); conformaron un exitoso grupo musical humorístico, compuesto por algunos de ellos, que hizo parte de los comienzos del cine sonoro. Dejaron huella los Marx Bros., y yo me atrevería a decir que Groucho no solo fue un músico y humorista sino todo un filósofo. Sus frases, de una incontrovertible sabiduría, son constantemente recordadas y citadas.

Suele decirse que “Los negocios los empiezan los abuelos, los sostienen sus hijos, y los acaban sus nietos”. Ha pasado muchas, demasiadas veces.

En Colombia, y más concretamente en Medellín, está el caso de los Hermanos Urrea Urrea. Joaquín Eduardo, Luis Enrique, Julio Ernesto, y Marco Aurelio Urrea, fundaron a Leonisa, una fábrica de confecciones de ropa íntima femenina. Luis Enrique y Marco Aurelio se retiraron de la sociedad familiar y fundaron la empresa competidora Brasieres Lumar (Luis y Marco). Con el tiempo Leonisa, ya en manos de la tercera generación, iba teniendo dificultades por conflictos de poder, pero recapacitaron y encontraron el camino para que la exitosa empresa continúe y siga siendo una verdadera multinacional en esa industria.

Está el caso de los hermanos Saldarriaga del Valle que eran catorce pero de los que don Germán Saldarriaga del Valle descolló en los negocios y dio origen a Cacharrería Mundial y a la fábrica de pinturas Pintuco, entre otras empresas, cuyo grupo empresarial ahora se llama Grupo Orbis.

Los hermanos Gustavo, Mario, Leonardo, Manuel, Darío, Alberto, y Alfonso Toro Quintero, iniciaron bajo el liderazgo de don Gustavo, como cabeza del negocio, el que fue el primer almacén Éxito; situado en la esquina de la calle Pichincha entre carreras Alhambra y Cundinamarca de Medellín, contiguo al almacén El Kilo de su expatrón don Saulo Gallego. El Kilo ya desapareció, pero el Éxito sigue siendo un Éxito. A comienzos de la década de los años 70 don Gustavo, y los socios que quedaban, llamaron a don José Restrepo Restrepo el contador de Industrias Haceb, para encargarlo de la presidencia de lo que ya era la Cadena de Almacenes Éxito, y darle carta blanca en su administración. Los Toro se comprometieron a no intervenir en los manejos gerenciales, y se retiraron a disfrutar de las regalías y dividendos. En la actualidad la cadena es de la propiedad mayoritaria del Grupo Casino, de Francia, pero con el producido los herederos de los Toro fundadores viven sin preocupaciones económicas ni sociales, alejados del mundanal ruido.

Los hermanos José María, Bernardo, Ignacio, y Gerardo Acevedo Alzate, nacieron en la calle 57 B nro. 30-17 del barrio Boston. Su padre era carpintero. Con el tiempo don José María, el líder, se fue a vivir al barrio El Salvador, y de yo  haber conocido este detalle le hubiera dedicado varios párrafos de mi libro “Buenos Aires, portón de Medellín”. Su humilde comienzo como reparador de parrillas eléctricas, y luego como fabricante de ellas en la carrera Carabobo del barrio La Bayadera, en lo que hoy se conoce como Centro Administrativo de La Alpujarra, así lo ameritarían. Esta primera fabriquita se llamó “Eléctricas Jacev”, que es un acrónimo de José Acevedo. Con el tiempo se convirtió en lo que hoy es Industrias Haceb, como sigla de los Hermanos Acevedo. Hasta que Bernardo murió, estuvo acompañando a don José María en la empresa, en una fusión de amistad, camaradería, hermandad, y asociación de negocios que duró toda la vida. Al paso que van las cosas, en el 2019 don José María cumplirá el centenario de vida. Conserva su lucidez, y todavía visita la fábrica de Copacabana, emporio de fabricación de electrodomésticos cuyas dependencias internas recorre en un carro Renault modelo 78, descapotado y sin puertas, que más parece un papamóvil o un carrito de golf, al que él denomina “El pichirilo”. Vestido con el uniforme de trabajo de los obreros, se acerca a sus trabajadores y los saluda, almuerza con ellos en el restaurante, se encuentra con los jubilados, va a su oficina y bosqueja proyectos que luego somete al desarrollo y maduración por parte del actual presidente y equipo gerencial. Es la suya una vida productiva y envidiable, muy meritoria en un hombre que a duras penas alcanzó a cursar la escuela primaria.

¿Qué es lo que hace que estas exitosas empresas aún permanezcan en el concierto económico del país, cuando muchas otras empresas similares han desaparecido? Que encontraron una fórmula salomónica para su manejo y administración: Hacerse a un costado. En un modelo de negocios que se denomina “protocolo de familia” los socios convienen en encargar a terceros capacitados de la presidencia, gerencias, juntas directivas, y demás componentes del tinglado empresarial, y los socios aceptan y pactan limitarse a recibir los beneficios de las utilidades que produzca la empresa. En ese pacto de hagámonos pasito, y dejemos que sean otros los que manejen la empresa, está fundado el éxito futuro de tales negocios. De lo contrario, víctimas de los desencuentros, celos, envidias, y resquemores de la tercera generación, estarían destinadas al fracaso.

Dos hermanos hubo que no esperaron la llegada de la tercera generación y resolvieron acabarse con la primera cuando yo trabajaba en “Aluminio Ltda.”, una ferretería proveedora de perfiles y láminas de aluminio. Los hermanos Edmundo y Olmedo Moreno tenían en Medellín, al empezar la década de los años setenta del siglo XX, una empresa cerrajera fabricante de puertas y ventanas. Eran hermanos, amigos, y socios de negocios de los que se puede decir sin lugar a dudas que eran “uña y mugre”. Su negocio en la calle San Juan, en cercanías de la Plaza de Toros, sector de El Naranjal, todavía existe; aunque, naturalmente, tiene que haber cambiado varias veces de dueños habiendo transcurrido casi cinco décadas desde esos tiempos. Iban juntos a comprar insumos para la producción y tomaban las decisiones de compra de común acuerdo. Podía preverse que en todo lo que hacían era esa la forma de proceder, hasta en la escogencia de la finca donde las dos familias pasarían las vacaciones de Semana Santa. Pero un día, un malhadado día, por causas que desconozco, los dos hermanos se pelearon y se empeñaron en una guerra fratricida y caníbal que los llevó a la autodestrucción. Los clientes compradores abusaron de esa situación: “… ¿Me pide usted tres pesos por esa puerta?, su hermano de Ventanas y Puertas dice que él me la hace por dos”. El otro, que había montado un taller en la cercanía con el nombre de Puertas y Ventanas le respondía: “Si él dice que se la hace por dos, yo se la hago por uno”. Y fue así como los dos se dedicaron a perder dinero y a arruinarse el uno al otro. Uno de los dos negocios desapareció, y el otro pasó a ser propiedad de un joven emprendedor de nombre Gherson Legher Luna, que debió vender la empresa a otros hace mucho rato. Pregunté al Sr. Google por los dos hermanos y por el comprador, pero en las redes sociales no hay señales de esa pelea que en su momento fue de alquilar balcón.


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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(Fuentes: Parte de la información fue obtenida de Wikipedia, de You Tube, de Google, de artículos de prensa, y del programa “Cien empresarios, cien historias de vida” de la Cámara de Comercio de Medellín, producido por los historiadores Víctor Álvarez Morales, Beatriz Patiño Millán, Waldir Ochoa Guzmán, y otros; con la narración en off del locutor Carlos Ignacio Cardona Gutiérrez).



domingo, 21 de enero de 2018

240. El último romántico del mundo

Lo dijo un jefe que recurría a mí con frecuencia para que le ayudara a hacer sus informes o a responder una carta que requería de mayor cuidado. Él era gerente, y yo un supervisor de vendedores, y la reunión de finales de año era para proyectar los presupuestos del siguiente:

Tus informes son los mejor escritos, y los más bien presentados; pero sos muy superficial. Te faltan profundidad y análisis. Te centrás más en la anécdota que en el contenido”. 

Yo ya sabía que en la repartición de talentos el Señor me había hecho más humanista que pragmático.

Pocos años después tuve el único negocio de mi propiedad en la vida… y la única quiebra. Las razones eran las mismas, y la causa me la cantó mi mujer en un tonito de disgusto, por mi falta de ambición, que todavía repercute en mis oídos: “Como a vos se te llena la boca diciendo que no te llamás plata”. Eso ya lo sabíamos desde que nos casamos y convinimos en que fuera ella la que administrara el presupuesto familiar, así ella todavía no hubiera perdido las esperanzas estando recién casados de que yo aprendiera algo de las cosas prácticas del hogar. Me encargó de ir a hacer mercado al almacén de cadena. A mi regreso preguntó: “¿Y dónde está el arroz?”, se me olvidó; “¿Y los fríjoles?”, se me olvidaron; “¿Y las papas?”, no me acordé. La bolsa tenía, en cambio, dos clases de jamón y mortadela, dos quesos, dos frascos de mayonesa y salsa de tomate, un pan tajado. Supo ella, entonces, que si yo seguía haciendo el mercado no pasaríamos de desayunar con sánduches. 

Soy un idealista, un iluso, y un romántico sin remedio. Creo que ya voy a morir así, y hago parte de un definido grupo de la humanidad que está destinado a tener ideas luminosas… y morir pobre.

Pero no se crea que me han faltado ideas innovadoras, porque las he tenido. Las largas esperas en los aeropuertos, con aplazamientos de vuelo una y otra vez “por razones técnicas”, me generaron una que no existía durante mi época laboral. “Deberían instalar cubículos en donde uno pueda sentarse a ver una película en Betamax o VHS (aún no aparecían los DVD ni los celulares), para entretenerse mientras llaman a abordar”. Años después surgió una empresa llamada “Cosmovisión”, y los aeropuertos se llenaron de pantallas para que los viajeros en espera se entretuvieran mirando alguna cosa. Algún día se me ocurrió que si en los aviones y en los trenes había cabinas de baño para los viajeros, cuyos desechos debían recogerse en alguna bolsa que luego se llevaría al depósito de desperdicios apropiado, “Deberían inventar una cabina como las de los teléfonos públicos pero portátil, con inodoros de avión incorporados; para uso en los lugares públicos de asistencia masiva a eventos deportivos o artísticos”. Esas cabinas, que hicieron su aparición años después, ya no son novedad y se usan incluso en campamentos de trabajadores de construcción y en cercanías de permanencia de grupos de indigentes, para que no hagan uso del espacio público para tales menesteres. La engorrosa recarga de la batería de mi celular dos veces al día me puso a pensar en lo bueno que sería tener una pila que durara tres días, o una semana, y cuya recarga no tardara más de quince minutos. Ya existe. Sólo falta que su producción se haga masiva y al alcance de todos. En fin. A veces creo que todo ya está inventado, y que lo único que falta es que alguien lo popularice.


Y, para cerrar, un poco de música como a propósito para el tema que estamos tratando, oigamos a Nicola di Bari cantando su tema “El último romántico del mundo”:


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



domingo, 14 de enero de 2018

239. Chocolate, Chivirico, y Bodeguero

EMPAQUES DE CHOCOLATE

Hay apodos que se enquistan y logran desplazar el propio nombre, como el del payaso cubano Rafael Padilla, que por su color de piel se ganó el apodo de “Chocolate”.

O como el del boxeador cubano Eligio Sardiñas Montalvo quien, por su piel oscura, fue bautizado “Kid Chocolate”, y así se quedó para el resto de la vida. 

O como su paisano el trompetista Alfredo Armenteros que se le parecía físicamente, sobre todo por la piel oscura, y alguna vez llegó a ser confundido con el boxeador. Debido a esto se ganó el apodo de “Chocolate”

RAFAEL “CHOCOLATE” PADILLA

(fotografías tomadas de Internet)

Habría que empezar por decir que Rafael no era Rafael, ni su apellido conocido como Padilla era Padilla, porque nació esclavo en La Habana, y los esclavos no eran llevados al registro civil, no se les reconocía nombre sino apodo, y no se les daban apellidos. Nació entre 1865 y 1868, pero no hay registros que puedan precisar la verdadera fecha; y murió en París el 4 de noviembre de 1917, hace cien años, todavía indocumentado y sin registros oficiales, conocido simplemente como Rafael Chocolat. Para salir del paso, el funcionario de certificaciones fúnebres lo registró como Padilla de apellido, dándole el apellido de la esposa del que había sido su amo en el momento de la llegada a Europa desde Cuba; “un apellido que nunca tuvo en vida”, según dice su biógrafo. Fue enterrado como pobre, porque murió prácticamente en la miseria después de haber obtenido buenos ingresos como comediante, ingresos que perdió jugando a las cartas y carcomido por los vicios del alcohol, el láudano, el opio, las sustancias alucinantes de su época, una época que en París se conoce como la Belle Epoque; y la fallida lucha por obtener reconocimiento en un mundo racista y discriminador que llegó a vejarlo con la humillación de rasparle la piel con jabón y cepillo para tratar de desteñírsela. Al morir dejó viuda y con dos hijos (el primero producto del matrimonio anterior de la mujer) a la cantante Marie “Marie Grimaldi” Hecquet, una secretaria que conoció cuando ella estaba casada con su anterior esposo al que dejó por haberse enamorado de Chocolat y resuelto irse tras de él. Al morir Chocolat, ella ya vivía en la miseria; y en la miseria murió años después, repudiada por la sociedad por haber tenido la osadía de haber dañado su matrimonio y haber unido su vida a la de un negro.


Después de haber pasado la niñez y adolescencia trabajando como esclavo, se convirtió en artista reconocido y ganó dinero como payaso en París, haciendo pareja con George “Foottit” Tudor Hall en los papeles de “Carablanca y Auguste”, precursores de las parejas de Laurel y Hardy, El Gordo y el Flaco, Viruta y Capulina, y tantas otras parejas de cómicos por el estilo. El de la cara blanca es Foottit, naturalmente; y naturalmente es Carablanca el vivo y perspicaz, mientras Chocolat es el negro tonto que tiene que soportarle sus maldades y hasta patadas en el trasero, porque “de haber sido al contrario, el público no se habría reído”. A los blancos no les gusta que se burlen de los blancos. 

La pareja de Foottit y Chocolat atrajo la atención de los hermanos Louis y Auguste Lumiére, que hicieron diez películas de cortometraje mudas sobre ellos, en la prehistoria de la era cinematográfica. 

Fragmento de película de los Hermanos Lumiere:


Chocolat fue dibujado por su amigo el pintor Henri Tolousse Lautrec, con quien compartió noches bohemias en el “Irish and American Bar” (Bar Irlandés Americano) de Montmartre en París, donde trabajaban Foottit et Chocolat, bar que era frecuentado por Lautrec. 

“Chocolat dansans dans un bar”, afiche 
pintado por Henri Tolousse Lautrec

De ahí que Chocolat aparezca como personaje recordado en la película “Moulin Rouge” de John Huston, filmada en 1952, sobre la vida de este pintor. El personaje de Chocolat aparece en el minuto 2:25 del tráiler de este video, haciendo piruetas de payaso.


En el año 2014 Gérard Noiriel publicó la biografía “Chocolat, el payaso negro”, en la que se basó el francés Ruschdy Zem para hacer la película biográfica “Chocolat” del año 2016; con Omar Sy en el papel principal y James Thierrée, nieto de Charles Chaplin, en el papel de Foottit; con Clotilde Hesme como enfermera viuda de médico y con dos hijos, que se enamora del payaso negro. Como puede verse, la película tiene algunos cambios con respecto a la realidad descrita en su biografía, y según un crítico es “una versión libre, pero fiel en su esencia”.


Fragmento de película de Ruschdy Zem:


ALFREDO “CHOCOLATE” ARMENTEROS

Para hablar de Chocolate Armenteros, empezaré por compartir este testimonio de M. Rojas (Mrojas415). Dice que:

“Tengo el gran recuerdo de haber vivido en la ciudad de Santa Clara, calle Maceo. En la misma cuadra trabajaba Richard Egües, afinando pianos. Mi papá era su médico cuando él se unió a la Orquestra Aragón. Mi papá lo atendió cuando su novia le echó ácido en los ojos, por celos, y lo dejó temporalmente ciego. La última vez que vi a Richard yo tenía 10 años, y este año cumplo 65. El bodeguero fue inspirado por la bodega del cruce de Maceo y Martí, en la esquina de nuestra casa. Se llamaba la Bodega de Alonzo".

En la década de los años cuarenta el recién casado Alfredo “Chocolate” Armenteros frecuentaba esa Bodega de Alonzo en la ciudad de Santa Clara, en la esquina de Maceo, bodega que quedaba en cercanías de su casa y donde el bodeguero le tenía abierta cuenta de crédito, crédito que duró mientras Chocolate Armenteros pudo hacer abonos a la deuda. Cuando se sintió insolvente, prefirió no volver por esa bodega para no tener que enfrentar las caras de cobro de Alonzo, el bodeguero.

No sé si en ese momento Armenteros pertenecía al conjunto Ritmo y Alegría, o si pertenecía al de Los Astros, dirigido por Roque Álvarez. A los muchachos del conjunto les dio por ensayar precisamente en esa bodega, lo que hizo que Armenteros empezara a fallar en los ensayos por evitar el encuentro con sus deudas. Cuando el director se dio cuenta de la situación, sacó dinero de su bolsillo y se lo entregó a Armenteros diciéndole: “Toma, Chocolate, paga lo que debes”. Para él era preferible pagar esa cuenta que prescindir de un músico tan valioso. 

Esa situación inspiró al flautista Richard Egües el cha-cha-chá titulado “El bodeguero”, del que Nat King Cole hiciera una popular versión:

El Bodeguero
Nat King Cole


“Siempre en su casa presente están
el bodeguero y el cha-cha-chá.

Vete a la esquina, ya lo verás,
que atento siempre te servirá.

Anda enseguida, córrete allá,
que con la plata lo encontrarás…

Del otro lado del mostrador,
muy complaciente y servidor.

Bodeguero, ¿Qué sucede?
¿Por qué tan contento estás?

Yo creo que es consecuencia
de lo que en moda está.

El bodeguero bailando va,
y en su bodega se baila así
entre frijoles, papa, y ají,
el nuevo ritmo del cha-cha-chá.

Estribillo:

Toma chocolate, paga lo que debes.
Toma chocolate, paga lo que debes.
Toma chocolate, paga lo que debes”.
Toma chocolate, paga lo que debes”.

Al respecto, el investigador musical Sergio Santana Archibold me contó que:

“Hace como 20 años, o más, escribí un artículo sobre la Orquesta Aragón y en el escrito narro esta conocida historia sobre el estribillo "Toma, Chocolate, paga lo que debes", pero varios años después coincidí con los integrantes de esta orquesta y uno de los más viejos del grupo me dijo: "Oiga, señor Santana, leí su escrito de nosotros. Me gustó y lo guardo, pero quiero aclararle una cosa, el estribillo “Toma, Chocolate, paga lo que debes” no era dedicado a una deuda del trompetista Armenteros con alguien o con alguno de nosotros, esos son cuentos, puros inventos. Ese estribillo lo tomamos de un danzón viejo de por allá de los años 20 o 30, y lo incluimos en El Bodeguero durante la grabación. Eso no estaba en la composición original de Richard Egües". Quedé sorprendido. Lo curioso es que todo este tiempo he buscado el señalado danzón, para corroborar la versión de este músico, y no lo he podido encontrar. Mientras tanto, seguiré dando validez a la versión de la deuda conocida por todos”.

Sobre esto afirma don Cristóbal Díaz Ayala que:

“Conozco las dos versiones. La de la deuda, que me la contó el mismo Chocolate; y la otra versión, de la que no he encontrado el mentado danzón antecedente, por lo que me quedo con la versión de Chocolate. Razón: A un hombre como Armenteros, que me confesó que un número musical que aparece inscrito a su nombre no es de él sino que se lo regaló Arsenio Rodríguez, puede creérsele lo que dice”. 

En resumidas cuentas, estoy de acuerdo con seguir dando validez a la historia de la deuda de Chocolate Armenteros con el bodeguero, mientras no se demuestre de manera fehaciente lo contrario.

RAFAEL “CHIVIRICO” DÁVILA ROSARIO

La palabra “chivirico” es un localismo caribe para designar un taquito o envoltura de masa con una salchicha adentro; o sea un hot dog o perro caliente de venta en los puestos de comida callejera. Dice el amigo Carlos Molano Gómez en su blog de “Encuentro Latino Radio” que cuando Orlando “Cascarita” Guerra contrató al cantante puertorriqueño Rafael Dávila Rosario había muchos músicos con ese nombre, “pero este Rafael es más popular que un chivirico con pan”. Tal comentario bautizó a Rafael “Chivirico” Dávila para el resto de su vida, pero no fue a Dámaso Pérez Prado, que lo tuvo como cantante de su orquesta, al que le cupo componer un mambo inspirado en su homenaje, sino al mexicano Emilio B. Rosado, mambo que fue grabado por la orquesta de su compatriota Ramón Márquez Carrillo. 


Es un mambo instrumental que al llegar al minuto 2:15 de la interpretación introduce un estribillo pegajoso que dice: 

“Chivirivirí… ¡Chivirico!; Chivirivirí… ¡Chivirico!; Chivirivirí… ¡Chivirico!”.

ROBERTO DE JESÚS “CHIVIRICO” RAMÍREZ TORRES

Aunque varios barrios de la comuna 16 de Belén eran fincas que solo vinieron a urbanizarse a mediados del siglo XX, la carrera 83 del barrio Sucre era un camino que bordeaba el morro de Zafra para dirigirse al alto de Buga o el Barcino en Altavista, antigua vía de salida de Medellín a San Antonio de Prado, Armenia Mantequilla, y Heliconia; con casas viejas de tapia y de bahareque construidas a lo largo de la vía. Con el urbanismo muchas han desaparecido, aunque se conserva tal cual de construcción muy antigua y el barrio sigue siendo habitado en gran parte por descendientes de los antiguos pobladores. En la carrera 83 con calle 27, esquina, había un kiosko público con venta de licor y pista de baile que era frecuentado por los habitantes del sector y usado también como sitio de encuentro por jugadores de billar y juegos de azar, y frecuentado por jíbaros o proveedores de marihuana que tan pronto sonaba la voz de que se acercaba un vehículo de la policía emprendían las de Villadiego con su mercancía oculta en caletas de difícil acceso. Las reuniones los fines de semana en ese sitio solían terminar de amanecida, muchas veces con pelea de heridos y muerto a bordo. A ese sitio me refiero en el artículo sobre la matrona Alicia Pernicia, una mujer de armas tomar que tenía sus cuarteles en dicho lugar.


Cuando los muchachos dieciochoañeros llegamos a vivir al barrio Altavista, parte baja, de la comuna 16 de Belén, ya existían el antiguo barrio Sucre y el caserío de Zafra, y existía el corregimiento de Altavista en la parte alta de la quebrada, carretera arriba hacia el suroccidente. También estaba el kiosko del barrio Sucre “que mejor no se asome por allá, mijo, para que no se busque problemas usted ni me cause dolores de cabeza”, según me dijeron mi madre y mi abuela casi con las mismas palabras, como si se hubieran puesto de acuerdo. Y ya andaba por ahí recorriendo esas calles el hombre apodado Chivirico. Roberto de Jesús Ramírez Torres se ganó ese apodo por lo mucho que le gustaba oír el mambo Chivirico de la orquesta de Ramón Márquez, y porque cuando arrancaba el coro a cantar el estribillo él coreaba cortando el aire con el dedo índice como si fuera un director de orquesta:

“Chivirivirí… ¡Chivirico!; Chivirivirí… ¡Chivirico!; Chivirivirí… ¡Chivirico!”.

Con el pasar de los años, envejecido él y fallecidos muchos de sus amigos, se fue vivir a casa de su hermana en el barrio Las Mercedes del sector de Belén, se dedicó a asear buses de servicio público, convirtiéndose en mascota de los choferes del barrio Laureles, y siguió andando las calles con su ajado y desteñido saco de siempre, de bolsillos colgados por el uso. 

Hace poco lo vi. Su vejez y cara de pobreza no las oculta, pero al parecer está bien de salud y si sigue así es posible que nos entierre a muchos contemporáneos suyos. 

Lejos están los días en que Chivirico bailaba el mambo en el Kiosko de Sucre en Belén, kiosko que ha sido convertido en la guardería "Buen Comienzo" del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar en la calle 27 con carrera 83. Con niños alborotando, el lugar ya no es lo mismo que cuando los borrachitos voleaban cuchillo venteado. “Es curiosa esa historia que nos cuentas, hombre Orlando, porque después de medio siglo vengo a conocer el verdadero nombre de Chivirico”, me dijo un amigo de los días en que en Altavista se acababa Medellín.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)




domingo, 7 de enero de 2018

238. Lucía, la de Gabo y Joan Manuel Serrat

Finalizaba la década de los años cincuenta, y daba comienzo la de los sesenta, cuando una estrofa del poeta Guillermo Valencia me impactó con contundencia demoledora:

“Nunca pruebes, me dijo, 
del licor femenino; 
que es licor de mandrágoras 
y destila demencia. 
Si lo bebes, al punto 
morirá tu conciencia, 
volarán tus canciones, 
errarás el camino. 
-Y agregó- Lo que ahora 
vas a oír no te asombre: 
La mujer es el viejo 
enemigo del hombre, 
sus cabellos de llama 
son cometas de espanto”.

Viene ahora a mi mente el poema de entonces; por cuenta de Lucía, la musa de Serrat. 


Yo no diría que el Nobel Gabriel García Márquez haya sido "un play boy tumbalocas" de esos por los que las mujeres se descosen o “se orinan a goticas”, como sí lo ha sido Mario Vargas Llosa. Pero, en todo caso, la fama da un prestigio que alcanza hasta para calentar sábanas; y el poder, ni se diga. No son pocas las mujeres que sucumben bajo la cobija de un presidente, la casaca de un militar, o la bota de un policía. El poder es un potente afrodisiaco.

Remitiré a un artículo de Julio César Londoño en El Espectador, a raíz de la muerte de Alba Lucía Ruiz en el año 2006. 

Alba Lucía Ruiz fue amante de Gabo… ¡Amante de Gabo!, así como suena. Y yo que creía que el hombre era más bueno para enamorarse que para que se enamoraran de él, pero así es la vida. Y no fue una amante cualquiera esta palmirana. Fue una intelectual bellísima y millonaria, candidata en reinados de belleza. Ganó mucha plata como modelo de pasarela (fue la primera top model de Colombia); y fue más la plata que le quitó a un enamorado empresario judío al que desplumó hasta el último centavo. A Gabo lo dejó “por tacaño”, y tuvo amoríos con toreros de renombre, hasta que resultó liada con Joan Manuel Serrat y disfrutando de las playas de la isla de San Andrés, haciéndolo cancelar el resto de la correría artística que tenía programada por Suramérica, lo que es de entender porque, como decían los viejos, “un pelo ensortijado de mujer jalona más que un cable de acero de pulgada”. La pelea que tuvieron por asuntos de precisión en un poema fue de alquilar balcón, al punto que ella lo acusó de ser un simple intérprete, y él la llamó puta sudaca con el despectivo o peyorativo que le dan los españoles a las sudamericanas. Por menos se armó Lorena Bobbit de tijeras. Como despedida esa noche, él compuso en su homenaje una canción y se la dejó en la grabadora. A esa canción le puso por título el nombre de ella.

Artículo en la sección Opinión, de El Espectador, 2 enero de 2009. “Adiós, Alba Lucía”, Por: Julio César Londoño:


Dice Londoño en el artículo que su belleza y su estilo fueron únicos, y cita al fotógrafo Hernán Díaz y a los pintores Enrique Grau y Alejandro Obregón como admiradores suyos:

“En noviembre de 2006 falleció Alba Lucía Ruiz, la primera top model que tuvimos. Después de ella muchas colombianas han hecho buena pasarela pero ninguna, si exceptuamos a Adriana Arboleda, ha vuelto a plantarse delante de una cámara como Alba Lucía. No lo digo yo, lo dice Hernán Díaz, quien la retrató hasta el cansancio; lo decía Enrique Grau, quien soñaba ser como ella; y lo repetía Alejandro Obregón, que la pintó dormida”.

No dice Londoño si Obregón la pintó dormida en el asiento de un avión, ni dice si lo que Grau le envidiaba eran el éxito o la fama.

Alba Lucía Ruiz, fotografiada por Hernán Díaz en el portal Colarte.com

Dice el portal Colarte.com que:


“A Alba Lucía no le importaba el qué dirán: se fue a vivir en unión libre e hizo fiestas con marihuana. Dejó el modelaje a los 25 años. Hoy es ama de casa, escribe poesía y aún le dicen La Flaca… Posó para Bicicletas Monark y para el Periódico El País. Comenzó a los 18 años, a finales de los años 50”. 

Eso significa que nació en la década de los cuarenta y que como Brigitte Bardot que nació en la de los treinta tal vez en este momento Alba Lucía se vería muy ajada, aunque bien pudiera ser que hubiera envejecido como Sofía Loren que, a estas alturas, conserva su “buen ver”.

Ya en el siglo XXI, dice Londoño:

“Volví a verla hace poco en su casa de la Calle de la Raqueta, en Bogotá. Seguía bella, serena, esbelta y casi victoriosa sobre el tiempo. “Estoy perdida —se quejó— no he sido capaz de inventar un solo pecado nuevo”. No había vuelto a teñirse sus canas onduladas, que le sentaban muy bien, y era el centro de un círculo social inteligente, pequeño y divertido”.   

Sigue diciendo Londoño que:

“Alba Lucía dominó la escena durante los años 60. Su figura copaba las vallas y las portadas de las revistas y vendía, como por ensalmo, todo lo que anunciaba. Era una flaca alta y curvilínea a quien le decían la Twiggy colombiana. En realidad era un milagro de la naturaleza, el mejor poema de la materia. Tenía facciones nítidas, bien marcados los pómulos y las líneas del maxilar, piel blanca, cabellos castaño, y unos ojos de metáfora imposible que le daban un delicioso aire de bandida del alto mundo”.

Un milagro de la naturaleza, una metáfora imposible, que sea el mejor poema de la belleza, es el sueño de todo hombre. Pero, no nos digamos mentiras, una mujer así, de “belleza dolorosa”, es (¡Ay!)… ¡Una pesadilla!

A una mujer así conocí cuya belleza resplandecía en el balcón frente a donde yo me encontraba. Tengo mis sospechas de que ella veía los ojos golosos con que yo la miraba, tengo mis sospechas de que ella salía al balcón para lucirse y cosechar mis miradas de admiración, y tengo mis sospechas de que a mí no me hubiera dado ni la hora. Se casó con un traqueto que la cubrió de joyas y de vestidos… y la encerró con llave triple clave en el apartamento para que solamente pudiera salir a la calle en su compañía. Ella encontró la manera de esconder una escalera liviana en el techo y de escaparse por una ventana trasera, hasta que su marido entró en sospechas de que algo estaba pasando. Surgió una discusión de la que ella resultó empujada rodando desnucada por las escaleras del salón, y el hombre terminó en la cárcel alegando locura temporal en estado de ira e intenso dolor. Salió de allí en menos que canta un gallo. La muerte de la muchacha (¡Cómo era de bella!) fue muy lamentable y muy lamentada.

En fin, sigamos, dice Londoño que cuando el arquitecto Rogelio Salmona le construyó la denominada “Casa Alba”, que ella nunca habitó:

“Ya era multimillonaria, producto de su profesión y de la fortuna de un industrial judío al que desplumó con aplicación”.

Entonces, cuenta Londoño:

“El general Omar Torrijos se la presentó a Gabo, de quien fue amante hasta que lo dejó por tacaño. La gota que rebosó la taza ocurrió una noche en la Quinta Avenida de Nueva York. Ella se detuvo a curiosear las deslumbrantes vidrieras de Tiffany & Co. Mira qué preciosa diadema, le dijo, pero él no contestó. Cuando volteó a buscarlo, el hombre estaba a diez metros, en el borde del andén, buscando estrellas en un cielo azul Manhattan. Alba Lucía no soportaba tipos así”.

Hay que reconocer que si uno protagoniza con una belleza de estas una escena del tipo “Desayuno en Tiffany´s”, da pie para pensar dónde y con quién uno pasó la noche. Por las razones que fuera, mi querido Gabo, ¡Me quito el sombrero! Tú bien sabes que a los hombres no nos matan los celos sino la envidia.

Dice Londoño que:

“Luego le dio por los cantantes y contrató a Camilo Sesto, a Raphael, a Serrat. Por su apartamento de Bogotá pasaba el meridiano intelectual del país. Sus fiestas eran históricas y tenía una de las mejores colecciones privadas de arte del país (“Darío Morales es el más aplicado, Luis Caballero es el último dibujante vigoroso, y Botero es el más paisa”, decía)”.

Para que uno sea capaz de contratar a cantantes como los mencionados, se necesita tener más que ganas. No cualquiera lo puede hacer. Y para comprar obras de Darío Morales, de Luis Caballero, y de Fernando Botero, sabiéndolas apreciar, hay que tener más que dinero. Pablo Escobar también tenía Boteros colgados en la pared, pero de su compra y escogencia se había encargado algún Popeye, algún Quica, algún Tyson, algún Arete, alguno de los que le hacían los mandados.

Y hemos llegado al meollo del asunto, la historia que nos convoca:

“Con Serrat tuvo un corto e intenso romance. Él canceló una presentación en Caracas para pasar un fin de semana en la casa de Alba Lucía en San Andrés. Luego canceló seis presentaciones más en Argentina, Brasil y Perú. Al final lo salvó un error de apreciación poética: una noche cenaron en la playa y escanciaron varios odres. Demasiados, quizá. Él cantó Elegía a Ramón Sijé, “a quien tanto quería”. “Con quien tanto quería”, le corrigió ella, que se sabía de memoria el poema de Miguel Hernández y no toleraba ningún cambio, en especial los torpes. Serrat le dijo que ella sabía, sobre todo, de toreros y de modas. Ella le restregó que él era sobre todo un intérprete. Entonces él la llamó “puta sudaca”, ella lo miró con compasión y se fue a dormir. Cuando se levantó, Serrat ya no estaba pero le había dejado en la grabadora una canción nuevecita: Vuela esta canción/ para ti, Lucía/ la más bella historia de amor/ que tuve y tendré… Dicen que Lucía caminó días y noches por la playa con una grabadora sobre la cabeza que molía incansable su canción”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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“Lucía” de Joan Manuel Serrat (letra, música e interpretación):


Vuela esta canción 
para ti, Lucía.
La más bella historia
de amor
que tuve, y tendré.

Es una carta de amor
que se lleva el viento
pintado en mi voz…
a ninguna parte…
a ningún buzón.

No hay nada más bello,
que lo que nunca he tenido;
nada más amado,
que lo que perdí.
Perdóname si
hoy busco en la arena
una luna llena
que arañaba el mar.

Si alguna vez fui un ave de paso,
lo olvide para anidar en tus brazos.
Si alguna vez fui bello, y fui bueno;
fue enredado en tu cuello y en tus senos.

Si alguna vez fui sabio en amores,
lo aprendí de tus labios cantores.
Si alguna vez amé;
si algún día, después de amar, amé;
fue por tu amor, Lucía…
Lucía.

Tus recuerdos son
cada día más dulces;
el olvido sólo
se llevó la mitad;
y tú sombra aún
se acuesta en mi cama,
con la oscuridad
entre mi almohada
y mi soledad.