domingo, 28 de febrero de 2016

141. Gallegos en Hollywood

En los medios cinematográficos llaman casting (moldeamiento o modelado) a la escogencia de los actores cuyo perfil personal más se adapta al perfil fisonómico o modelo de un determinado personaje que haga parte del libreto; de donde resulta que, en el papel de la Reina Isabel II de Inglaterra, Helen Mirren es más creíble para el público que Marilyn Monroe o Brigitte Bardot; de ese proceso resulta la acepción de reparto actoral para la palabra “casting” en inglés.

Actriz Rene Russo

Rene Russo (The Thomas Crown Affair) no ha representado a Jacqueline Kennedy, pero siempre que la veo trabajando en alguna película pienso que hubiera sido ideal para hacerlo porque su fisonomía recuerda al personaje de la Sra. Kennedy. Creo que haría bien el papel.

Actriz Rene Russo

Claro que me estoy olvidando de un pequeño detalle y es que una cosa es la actriz que uno ve en pantalla en alguna filmación, como decir Meg Ryan en “El beso francés”, y otra cosa es la cara que la actriz pueda tener en el momento presente después de que han transcurrido muchos años desde la filmación y quién sabe cuántas cirugías. Ah, pero me estoy olvidando también de otra cosa y es que los maquilladores de Hollywood son unos magos a la hora de transformar a los actores. Ellos pueden, mediante trucos, envejecer a una joven; y son tan profesionales que fueron capaces de convertir en fea, para la telenovela colombiana de “Betty la fea”, a la bella actriz Ana María Orozco; y para la película “Monster” con trucos de maquillaje lograron afear a la bella actriz Charlize Theron. 

Actriz Ana María Orozco y Betty la fea

Actriz Charlize Theron, la bella monstruo

Ahora en Hollywood han escogido a la actriz Natalie Portman para desempeñar el papel de Jacqueline Kennedy en el bioepic o película biográfica sobre la esposa del presidente. No me la imagino, pero habrá que ver el trabajo del equipo técnico para hacer ver como realidad lo que es ficción.

Actriz Natalie Portman 
como Jacqueline Kennedy

Los nativos de la comunidad autónoma de Galicia, en el noroeste de España, se conocen con el gentilicio de gallegos, gentilicio que da origen al apellido Gallego que adoptaron nativos de esa tierra y llevan miles de sus descendientes.

Canto a Galicia”, de Julio Iglesias:


Al igual que los polacos en Europa, los pastusos en Colombia, y los marinillos en Antioquia, los gallegos en España cargan con el San Benito de que les falta inteligencia y a su costa se hacen infinidad de chistes que ellos son los primeros en celebrar. Eso no pasa de ser una pastusada, porque a la hora de la verdad los pastusos en promedio son inteligentes y cultos. Ya se quisiera muchísima gente hablar el idioma español con la propiedad con que lo hablan los pastusos del común; o ya se quisieran tener la habilidad para los negocios que tienen los marinillos.

Julio Iglesias vive hace muchísimos años en Estados Unidos, pero sigue hablando el inglés con acento gallego equiparable al acento con que Nat King Cole hablaba el español.

A Estados Unidos llegó el gallego Francisco Estévez, y no sé si llegaría a conocer así fuera de lejos al obispo Fulton J. Sheen, de Nueva York; pero su hijo Ramón Antonio Gerardo Estévez Phelan, que lleva como segundo apellido el Phelan de su madre gringa puede que sí, puesto que resolvió que un actor de Hollywood que tuviera el nombre de Ramón Estévez no tenía credibilidad y adoptó el nombre artístico de Martin Sheen inspirado en el apellido del obispo. Martin, que habla bien el español, es un exitoso actor, como lo es también su hijo Carlos Irwing Estévez que siguiendo el ejemplo de su padre adoptó también el apellido artístico de Sheen. Charlie Sheen, juerguista incorregible como era, organizaba fiestas en las que no podían faltar el alcohol, las drogas, y las mujeres prepago o pornoacompañantes, de lo que le ha resultado un síndrome de VIH positivo o sida que lo tiene más de salida que de entrada en la tv serie “Two and a haf men” (Dos hombres y medio).

Acabo de leer la noticia de que Charlie Sheen estuvo considerado para el papel de Michael Corleone en la hollywoodense película “El Padrino I” del director Francis Ford Coppola. Esa es una gallegada de los tituladores de la noticia porque en 1972, cuando se filmó la película, Charlie Sheen sólo tenía 7 años de edad y resulta que el candidato no fue él sino Martin, su padre, pero llegado el momento el director optó por la escogencia de Al Pacino para ese papel.

Libreta de notas de Francis Ford Coppola para El Padrino


No es común conocer los intríngulis o tras bambalinas de las realizaciones de las películas, pero en este caso ha aparecido una hoja desprendida de una libreta en la que Coppola escribió a mano y tachó varios nombres de candidatos a hacer parte de la nómina de ese clásico del cine que hoy no nos imaginamos con otras caras distintas de las que aparecieron en pantalla. Sé que hubieran podido hacer el papel con solvencia pero, con todo lo buenos que eran, no me imagino a Laurence Olivier o a Carlo Ponti sustituyendo en mi mente la imagen del extraordinario e inolvidable Marlon Brando actuando como Don Corleone.

Actor Marlon Brando, El Padrino

El que sí pudiera haber hecho el papel de Don Corleone cuando estaba joven, de haber tenido en ese entonces edad para hacerlo, es el actor Brad Pitt. A mi modo de ver tiene el perfil o casting fisonómico del legendario Marlon Brando.

Actor Brad Pitt

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

domingo, 21 de febrero de 2016

140. Rincón de la arepa y el maíz en Belén

(Parte de este inserto fue publicado inicialmente en el blog Crónicas de Belén, del médico Emilio Alberto Restrepo Baena)

REINADO DE LA AREPA EN EL RINCÓN

No nací allí, pero llegué al barrio Belén Altavista, parte baja, a principios de los años sesenta. Tiempos eran esos en que para llegar a las veredas de Manzanillo y La Capilla se bajaba por La Gloria hasta la carrera 76 y se caminaba derecho hasta Belén Rincón. Desde Las Margaritas para adelante, en cercanías del Club de Caza y Tiro Diana, sólo había mangas y algunas pocas, pocas, casas viejas. Belén Rincón era una sola calle serpeante, o por lo menos eso me parecía en los alrededores de Tres Esquinas. No existían la Avenida Ochenta, la Clínica Las Américas, el Cementerio de Campos de Paz, ni La Motta; y la Loma de los Bernal era una finca desde el Colegio de la Inmaculada hasta los Tejares de Buenavista. El Club el Rodeo tenía acceso desde Cristo Rey en Guayabal por una vía destapada o sin pavimentar que se adentraba entre la pista sur del Aeropuerto Olaya Herrera y la fábrica de Codiscos. Yo era un adolescente que mis padres consideraban niño pero me creía hombre; y no era ni lo uno ni lo otro. Había perdido mi puesto de mensajero y me juntaba con otros desempleados para andar las calles. Nos decían vagos. “Vagos, no –aclarábamos–. Somos estudiantes y trabajadores en receso”. El diablillo que habita en la conciencia me impelía para que les propusiera hacer alguna cosa y no quedarnos ahí en la esquina, parados, sin hacer nada. El ángel de la guarda me azuzaba para que buscara trabajo:

Hacelo por la vieja, salite de la barra, ¿No ves lo que te espera, si continuás así?… –me cantaba el tango al oído.

Era una tarde de jueves en que todo el mundo parecía haberse ido a trabajar, menos nosotros. 

El día está bonito. ¿Por qué no nos vamos después de almuerzo a bañarnos en los charcos de Belén Rincón?

Listo, vamos.

Éramos cinco. Cuatro muchachos sanos y un fumador de marihuana que tosía espectralmente. Le decíamos Vareto.

Tengo una amiga que nos acompaña a los charcos –dijo Vareto–.

La amiga dejó los estudios a mediobachillerato, y se dedicó a los oficios de la casa. Espera a que la mamá se acueste a dormir la siesta del medio día para ir a la esquina y darse “un toquecito en la cabeza”. Aceptó ir con nosotros a bailar, a bañarnos, y “pa´las que sea”. Llegamos los cinco, con ella, a Tres Esquinas; pero Belén Rincón estaba amodorrado sesteando el almuerzo y no se veía a nadie por las calles cintileantes del calor. Las casas de tejas de barro y paredes desvencijadas, algunas como si fueran a desplomarse sobre la calle. Ventanas arrodilladas y puertas de madera a la antigua, con cerradura de ojo grande como las que abrían las llaves de San Pedro. Aldabones para tocar la puerta, de modo que escucharan las señoras que estaban asando arepas en la cocina, bien al fondo. El sol crujía y el sudor nos caía a chorros. Encontramos una cantina con dos puertas cerradas y una a medioabrir “para que el sol pase de largo y no entre”, y pedimos seis cervezas bien heladas. Se oyó un chirrido cuando el trago amargo y refrescante bajó por las gargantas. Pusimos unos pesos en el tragamonedas y la chica, que bailaba como un trompo, bailó con todos… menos conmigo, porque no sabía bailar. 

Baño en el charco

Después nos fuimos al primer charco de la quebrada La Guayabala que estaba ocupado por un señor lavando un camión en la parte más baja; unas señoras, que lavaban ropa con las piernas en el agua, la falda atrapada entre las rodillas, y las manos empecinadas en golpear la mugre contra las piedras; ocupaban el del medio. Subimos otro poco hasta encontrar un charco disponible para nosotros solos. La chica puso su minifalda y su suéter de botones sobre una piedra, y se bañó con una blusa que, al mojarse, se veía transparente y dejaba traslucir los senos y los únicos calzones que llevaba. Cargaba una bolsa plástica para no tener que meterlos húmedos a la mochila y mojar los cigarrillos. Nadaba bien y probó a saltar desde una piedra, jugando luego a tirarse agua con todos… menos conmigo, porque no sabía nadar. Vareto se ofreció para jabonarla, pero ella dijo déjeme que yo puedo sola. Luego ella salió a tomar el sol y a fumarse un vareto de marihuana. Nos le apartamos todos… menos Vareto, porque era el único que soportaba el dulzón olor del humo de la mona. Entonces llegó el momento de “pa´las que sea”, pero ella no quiso sino con el monito de ojos claros… el único que le gustaba pa´ eso. Nos conformamos con pararnos en el camino a escuchar jadeos y a mirar si venía algún extraño, “pa´campanialo”. Al lado teníamos el tocadiscos que “la novia de todos” había llevado para oír long plays o discos de larga duración. Era una de esas grabadoras inmensas que precisaban el hombro de un nazareno para cargarlas. Funcionaba con cuatro pilas de taco, que el aparato devoraba mientras sonaban los discos de un solo lado. Había que reemplazarlas al voltear el long play.

Campaniame bien hermano, y no pretendas engrupirme… –sonaba el tango que nos consolaba de los fracasos de las que sea.

No hubo inconvenientes. La grabadora, que fue y volvió por la calle de El Chispero, corrió con nosotros el mismo peligro que pudiera haber corrido la virginidad de nuestra acompañante, o sea ninguno.

Carroza en fiestas del maíz

Días después volvimos a Belén Rincón, pero sin llevar a esa vieja porque no es sino calentadora, dijimos. “A mí no me parece, dejen la envidia”, dijo el monito de ojos claros. “Quédese usted con ella, que nosotros nos vamos solos”. No pasamos de Las Margaritas porque en ese momento venía un desfile con las candidatas al “Reinado de la Arepa”. 

En el resto de la ciudad, la época de las pilanderas había quedado atrás; y la de asar las arepas en callana y fogón de leña, también. Pero no había llegado aún la Arepa-Harina ni las arepas precocidas de supermercado, y todavía se asaban arepas en la estufa eléctrica del hogar. Belén Rincón se había convertido en el paraíso de las arepas para surtir los restaurantes y negocios de las plazas de mercado, y de allí salían de todas clases: blancas, amarillas, redondas, delgadas, tamaño grande, mediano, pequeño. Los pequeños molinos marca Corona, Victoria o Universal, de manivela manual, habían dado paso a las poleas con motor eléctrico que despachaban cargas de maíz en poco tiempo. Ahora la producción era industrial y, en un país que se da el lujo de tener reinas de todo (de belleza, del bambuco, del folclor, del maíz, del café, de la papa, de la panela), no podía faltar la reina de la arepa. 

Reina en su carroza

Apareció el desfile por la 76 con unas cinco o seis carrozas acondicionadas  en coches de caballo. Los séquitos adornados con sombreros tapados con los capachos de las mazorcas, los cuellos adornados con collares de arepas. Las carrozas mostrando mazorcas de todas clases: verdes, amarillas, abiertas, sin abrir, con penachos rubios y sin ellos. Adelante uno de los que desafiaban al cielo con cohetes voladores cuyo estallido anunciaba que había que estar atentos a la caída del palo. Atrás, otro cohetero contestando los desafíos. Los músicos caminando a su alrededor y, sobresaliendo entre todos, el de la tuba con sus roncos sonidos. Pilas de muchachos por los lados haciendo barra. Alguna carroza con un molino de mano que la candidata vestida de campesina aparentaba accionar durante el recorrido. La imitación de un fogón simulado con cubiertas de celofán anaranjado parecía crepitar, cimbreando como el fuego. En la callana, una arepa humeante que la cubría hasta los bordes y parecía ser capaz de dar de comer a cuatro o cinco bocas hambrientas.

Ya sé quién gana –dijo el monito de los ojos claros que había resuelto acompañarnos sin la chica.

¿Quién?

Esa que lleva la arepa más grande y menos quemada.

El desfile siguió rumbo al parque de Belén, pero nosotros no quisimos seguir porque de seguro había mucha gente rondando por los charcos. Regresamos a casa con el rabo entre las piernas y aullando el tango que nos gustaba:

…Salite de la barra, ¿No ves lo que te espera si continuás así?

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

Hacelo por la vieja”, tango con letra de Carlos Viván y Héctor Bonatti, y música de Rodolfo Sciammarella, interpretado por Oscar Larroca con la orquesta de Alfredo de Ángelis:


Es posible que el mayor homenaje literario al maíz y a las arepas haya sido el extenso y descriptivo poema de Gregorio Gutiérrez González que tiene un título realista y poco poético, pero cuya elaboración en verso es un trabajo monumental que muestra el genio de su autor: “Memoria sobre el cultivo del maíz en Antioquia”.


En el libro “Buenos Aires, portón de Medellín”, hago recuerdo de las inolvidables arepas de la tía Inés, rellenas con la salsa que desprendía el hígado de res sudado en el fondo del perol, y que se complementaba con una cucharada de picadura de tomate y cebolla sofritas en una cucharadita de aceite, salsa de adobo que los paisas denominamos “hogao”: ¿Cómo olvidar esas arepitas redondas partidas por la mitad y rellenas con salsa de hígado en hogao? ¿Cómo olvidar las tazas humeantes de chocolate? Las células que en el cerebro se ocupan de las memorias olfativa y gustativa se alborotan con sólo invocar esos sabores, con evocarlos. También describo en el libro “Retazos”, una bitácora familiar con historias de mi abuela, que:

“En el campo, por su trabajo al sol y al agua que los obliga a consumir muchas calorías, los campesinos deben reponer fuerzas a cada rato, y lo hacen comiendo. Súmese a esta costumbre algún episodio de privaciones, y se tendrá a alguien que dedica a la ingestión de alimentos más tiempo y más esfuerzo de lo debido.


Fogón de leña

Tenía la abuela Valentina la costumbre de darnos de comer a todas horas, todo el día. Cocinaba en un fogón de leña, atizado con un abanador de fibra de iraca llamado china. Tiempo después algunas veces  se cambió de los atados de leña, desbastados con hacha; a los bultos de carbón de leña, o vegetal; o de carbón de piedra o mineral, algunas otras. Todas las comidas se acompañaban con arepa. Hacía arepas en callana: un tiesto de barro aplanado que sirve para que el calor se reparta uniforme y ase pareja la plasta de masa de maíz molido. No daban abasto las arepas para ese familión. Una batea de madera ahuecada era el recipiente en el que se acumulaban y desaparecían en un abrir y cerrar de ojos. Siete veces al día. Siete veces siete, a la semana, porque no descansaba los domingos. Como si pensara que Dios nos dio la vida para que comiéramos, bajo su mirada vivíamos comiendo al estilo campesino que acostumbraba desde las épocas del campo. En el campo se cocina no sólo para la familia, sino para las cuadrillas de trabajadores; y en su época suponía desgranar mazorcas de maíz, poner los granos en el pilón, y pilar, pilar, pilar, para desprender la cutícula o afrecho. Cocinar hasta hervir en varias veces, para que ablanden los granos. Volver a pilar para obtener una masa moldeable. Armar, moldear y asar arepas todo el día. Moldear unas, mientras se asan otras. Eso supuso un trabajo enorme hasta la llegada del maíz pilado y los molinos con sus cilindros sin fin, sus discos estriados y la pieza de discos sostenida por dos tornillos “de chapola o hélice” para apretar, mantenidos en su lugar por una bola de hierro que era deliciosa para jugar, pero que nos causaba regaños y hasta castigos si no aparecía a tiempo para las tareas de la abuela. Lo que no le gustó a la abuela fue la masa de harina precocida “lista para hacer” que apareció a fines del siglo XX. Ni alcanzó a disfrutar la facilidad de las arepas que se compran hechas en pequeñas industrias y eximen al ama de casa de tantos trabajos. Hacer arepas en su época, como la misma masa, era estar pasando por el eje de un molino sin fin, día tras día, según este itinerario:

Los tragos, a las cinco de la mañana: una taza de café con un pedazo de pan y media arepa.

El desayuno, a las siete: chocolate, arepa delgada o plana con mantequilla, quesito o cuajada de leche, pan de queso, carne asada. O, a veces, fríjoles del día anterior calentados.

La media mañana, a las nueve: café con leche y buñuelos de harina de maíz. O chocolate enmigajado consistente en una taza a medio llenar con chocolate y completada con trocitos de arepa con mantequilla, de quesito, de pan de queso. Trocitos que, remojados en el chocolate, se convierten en una sopa para comer con cuchara. El gusto especial lo da esa mezcla de azúcar y sal que contrasta, impresionando al paladar.

El almuerzo, a las doce: sancocho, o sopa de mondongo, o sudado. Arepa redonda y, de sobremesa, mazamorra de maíz.

El algo, a las cuatro o cinco: chocolate con parva, encargada a la Panadería de los Paniagua. Arepa redonda.

La comida, a las siete: fríjoles. Solos o entreverados con tocino, coles, cidras o pezuña de cerdo. Bandeja paisa que podía estar acompañada con una de las opciones de chorizos, o morcilla, o chicharrón, o carne molida, o carne frita de cerdo o de res, o huevo frito; y de tajadas fritas de plátano maduro, arepa redonda, agua de panela con queso migado. 

La merienda, a las nueve de la noche: sencilla con un chocolate, un pan y media arepa.

El fiambre. Este preparado sustituía al almuerzo en los paseos escolares, y consistía en arroz seco con carne en polvo. Huevo cocido, duro. Papas cocidas, con cáscara. Tajada de plátano maduro. Yuca sudada. Todo el preparado envuelto en hojas de plátano o de bijao. Calentadas al fuego directo para darle resistencia y flexibilidad a sus fibras, permitiendo envolver y proteger los alimentos. Estas hojas le daban un sabor característico a las comidas acompañadas de arepa redonda, en bola pequeña; a diferencia de la arepa delgada, plana.

En resumidas cuentas nos pegábamos unas comilonas como si fuéramos a salir de viaje hacia la otra vida, sin escalas.

Ustedes, los paisas, son los únicos capaces de comer fríjoles en la noche y no morir de indigestión –decía un amigo al que los fríjoles nocturnos caían pesados en su estómago.

Contándonos sobre su vida en el campo preguntábamos:

¿Y sí había que pilar tanto maíz en su época, abuela?

Lo hacíamos. Había gente tan pobre que se ofrecía para hacer ese trabajo por otros, a cambio del afrecho, ya que de él podían hacer por lo menos una juagadura de mazamorra. De ellos se decía que pilaban por el afrecho.

Recordando historias del campo se iban las horas hasta la hora de acostarnos. Pero no íbamos a dormir sin rezar el rosario. Era un alimento más, para el espíritu. A veces nos leía noticias del periódico del día. Y hacía comentarios.

El compositor José Benito Barros Palomino, de El Banco (Magdalena) vivió en Medellín, y aquí le surgió la inspiración de “Juanita, la maicera”, en que hace homenaje a las mujeres paisas que pilaban el maíz para hacer las arepas, que para que no las pisaran las moscas iban acumulando en el balay o cesta de mimbre cubierto con una servilleta de algodón. Este tema fiestero fue grabado por Los Trovadores de Barú, y algunos creen que es de autor y compositor anónimo, pero ignoran que la voz que se escucha cantando es la del mismo autor José Barros. Como curiosidad se escucha que Barros, que era costeño, canta aquí algunas frases imitando el acento de los paisas:

https://www.youtube.com/watch?v=6GMNQ52nbtI

(cantado)

El que quiere arepa, 
tiene que pilá; 
porque, si no pila; 
pues, no come na. 

Esto dijo un paisa 
a Juana Marí: 
“Si usté quiere arepa, 
pile su maíz”. 

(coro)

“Juaniiita, Juaniiita, 
Juanita, levantáte 
que llegó la madrugá.

Juaniiita, Juaniiita, 
Juanita, levantáte 
que llegó la madrugá”. 

Pa´comer arepa 
con el chicharrón; 
arranque, compadre, 
y dele al pilón.

Esto dijo un paisa 
a Miguel Garay: 
“Si usté quiere arepa, 
agarre el balay”.

(recitado con acento de imitación del habla paisa)

“¡Eh, Ave María, 
pues, hombre. 
Yo que me voy 
en el Ferrocarril de Antioquia, 
pues, hombre”.

(cantado)

No venga con cuentos, 
póngase a pilar; 
que el que quiere arepa, 
tiene que sudar.

Esto dijo un paisa, 
con mucha razón: 
“El que quiere arepa, 
que agarre el pilón”.

El que quiere arepa, 
tiene que pilá. 
Porque, si no pila; 
pues, no come na. 

Esto dijo un paisa 
a Juana Marí: 
“Si usté quiere arepa, 
pile su maíz”. 

(coro)

“Juaniiita, Juaniiita, 
Juanita, levantáte 
que llegó la madrugá.

Juaniiita, Juaniiita, 
Juanita, levantáte 
que llegó la madrugá”. 

Los tiempos han cambiado, y el primer cambio se vio cuando se pudo comprar el maíz pilado, eliminando la necesidad de desgranar la mazorca y despojarla del afrecho en el pilón. Luego vino la harina de maíz precocido que eliminó la necesidad de moler en el molino. Y luego vinieron las arepas industriales precocidas que ya vienen armadas y sólo hay que calentarlas en la parrilla. El ahorro de trabajo con estos adelantos ha sido enorme.

Arepa paisa casera, por Luisa Michelle Boada Vélez:


De la época en que el maíz se despojaba del afrecho en un pilón vienen las pilanderas que inspiraron al maestro José Barros su porro “Las Pilanderas”.

Pilandera”, por Francisco 
Maduro Inciarte (Venezuela)

Las pilanderas”, interpretado por Celia Cruz y Matilde Díaz:


Hubiéramos creído (y querido) los paisas que la procedencia de la arepa fuera antioqueña… pero no. La palabra “arepa” significa maíz y viene del lenguaje cumanagoto indígena en el oriente venezolano, de donde se extendió a Colombia, Panamá, e Islas Canarias en España. La masa es la misma, pero varía la forma de prepararla, la de adobarla, o la de ponerle relleno. No voy a embarcarme en el enjundioso estudio sobre la arepa que ya se encuentra en Wikipedia prácticamente precocido o listo para servir:

De Wikipedia:


Llegó el momento en que la producción de arepa se salió del ámbito de las casas y se masificó en producción semi industrial, primero; y luego en producción industrial con la fabricación de arepas en grandes cantidades. No sabe lo mismo que la arepa casera, dicen los viejos, pero esta conlleva tantísimo trabajo que se justifica sacrificar en el sabor a cambio de la facilidad de sacar una arepa del congelador, descongelarla en el horno microondas, y asarla en la parrilla eléctrica o de gas en menos que canta un gallo.

Algunas mujeres cabeza de hogar encontraron en la fabricación casera de arepas una manera de ganarse la vida para ellas y para su numerosa familia, suministrándolas a los restaurantes, algunos sitios de Belén y Guayabal adquirieron notoriedad por ser allí donde se concentraban las fabricantes de arepas y tal vez el primero de ellos sea el sector del Rincón de Belén.

Cuando viví en Cúcuta, tuve oportunidad de familiarizarme con tres clases de arepa distintas a la paisa que, al decir de los habitantes de otros lugares, “no sabe a nada”; y que, al decir de los paisas, “sabe a lo que se le eche”. Estaba la arepa ocañera con la corteza tostada y a medio levantar para vaciar por dentro un huevo crudo que al terminar de asar la arepa quedaba cocido y con el sabor regado por todos lados ¡Virgen de Torcoroma! Estaba la arepa santandereana cocida con mantequilla y trocitos de chicharrón para acompañar el caldo del desayuno que ¡Ay, Rosa Mística! Y estaba la arepa venezolana, llamada tostada, de mayor tamaño que la paisa, abierta y con distintos rellenos que ¡Virgen de Coromoto! No me pongan de jurado a elegir cuál es la mejor arepa porque, para mí, son todas. 

Arepa tostada venezolana con relleno

Como bien dijo un paisa sobre la arepa aliñada que le dieron a probar para demostrar que era mejor que la insípida arepa antioqueña: “Y qué, paisa, ¿Cómo le parece?”. Relamiéndose de gusto él contestó: Está muy buena, mi don, ¡Pa´ comer con arepa!... que ni mandada a hacer”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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PS: Mensaje recibido del urbanohistoriador (y arepólogo) Hugo Bustillo Naranjo, a quien le compartí el borrador de este escrito. Con él recordábamos “La arepa quesuda” de los carritos de la Avenida 80, al cruce con la Avenida 33, en donde una sudorosa negra despachaba hambrientos con las dos manos metidas en la masa de arepas y en el molido de queso. Recordábamos la vía a Guarne con sus negocios de Armando Arepas, La Arepa de la Primera Negra y La Arepa de la Segunda Negra; que eran paraderos obligados cuando se daba la Vuelta a Oriente, antes de que los secuestros y retenes de la guerrilla en Don Diego, casi en las goteras de Medellín, metieran susto a los viajeros y los obligaran a encerrarse en casa; lo que causó la quiebra de los negocios de arepas y muchos otros que se quedaron sin compradores:

Saludos, Orlando:

Te agradezco participarme el borrador con ese relato de tu recorrido rinconeño, que me trajo a la cabeza unos arepudos recuerdos que te quiero compartir. 

El reinado  de la arepa empezó a impulsarlo la compañía Landers Mora (creo que todavía se encuentra en el mismo asentamiento de Tenche) que fabrica los Molinos Corona, e invitó a concursar a las maestras areperas de Otrabanda: Tenche, el barrio Antioquia, Belén Sucre, y Belén Rincón. Puso condiciones para los premios: la arepa más grande y la de mejor sabor, en blancas y amarillas, de maíz pilado (cáscara) de maíz trillado y de chócolo, en telas y redondas acompañantes. Igualmente cuáles eran asadas en carbón de leña o carbón de piedra.

Entonces se conocieron las habilidades horneadoras  de las hermanas Tolia y Sixta Pabón, Carmen Galindo, María Cotola, Leonor Taborda, Luisa Gómez, Merceditas Calle, Chinca y Gabriela Restrepo, Virgelina Vélez, Gabriela y Eugenia Gutiérrez, Efigenia Mazo y Paula Molina, entre tantas otras; la mayoría ya fallecidas. Sobreviven dos o tres.

Las lindas reinas barriales, por otro lado, estaban respaldadas por las expertas del maíz que ganaran en la contienda. La diestra Tolia en cinco oportunidades fue la mejor. El Rincón se llevó el Primer Reinado con Martha Leonor Gómez y varios reinados siguientes, cuando comenzaban los primorosos años sesenta. Corona entregó molinos de grano como premio a las participantes, además de ollas a presión Universal. 

Las industrias antioqueñas, que en la jornada laboral incluían los desayunos, almuerzos, y comidas para los trabajadores, empezaron a efectuar encargos a las avezadas rinconeñas y en las casas de Tierra Santa, Guyaquilito, el Hueco de Fina, Tuntunal, Naranjal, la Primorosa, Culoestrecho, y demás, a fabricarlas. A la una de la mañana empezaban sus labores. Los fogones y humaredas llenaban de nubes desde el Alto de los Gómez hasta el pie de monte de los Joaquinillos, que buscaban salida por la Hondonada y hacia Careperro, en donde se comunica un extremo de Belén Rincón con el otro extremo del barrio Guayabal.

Efigenia Mazo agarró el contrato de su vida. Cinco mil arepas semanales, de las chiquitas o trompitos, para la cárcel de la Ladera. Hoy la mejor arepa de toda la región la elabora la calidosa Nena Cuervo Román, ahí en los estribos del Ñeque, en el Rincón.   

Cordialmente, 

Hugo Bustillo Naranjo

domingo, 14 de febrero de 2016

139. Belén entre bares y cantinas

(Este artículo fue escrito para la convocatoria de un libro barrial en proyecto, pero por el alto volumen de material recibido en la propuesta no fue seleccionado por el comité editorial y recibí autorización para disponer del contenido).

El escritor José Libardo Porras, en un relato de su libro “Es tarde en San Bernardo”, dedicado a ese barrio de Belén; habla del café Amarillo, desde donde veía pasar y soñaba con la mujer más bonita de la cuadra, que exhalaba aromas de sensualidad. El café Amarillo hace parte del arqueo, o inventario, de los recorridos por la bohemia de ese sector del occidente de la ciudad; que trajinábamos cuando no estábamos “Desengañados de bares y cantinas, /de tanta hipocresía y tanta falsedad; /de los amigos que dicen ser amigos, /y las mujeres que mienten al besar”, como cantaba Orlando “Contreras” González Soto, un cubano que vino a morir a Medellín y vivió en el sector Santa Clara de Belén La Gloria, en cercanías de la canalización de la quebrada Altavista, muy cerca del bar Coba.


Mora bar o Morabar, de don Bernardo Mora, fue un café famoso de la carrera Junín entre calles de Colombia y Boyacá, contiguo al edificio Fabricato, ese edificio donde a una agraciada mujer ascensorista la picó un portero… en mil pedazos que esparció por los techos vecinos, a cuadra y media de donde Oscar Domínguez Giraldo conoció a doña Gloria Luz, su esposa. Esto se sabe porque en “Breves historias de amor” a Domínguez le dio por hacer arqueo o inventario de sus amores que comienzan con Gloria, la de Aranjuez; pasan por Ángela, la de Envigado; por Margot, Fita, y Beatriz; e incluyen a Leticia, una chiquilla de quien dice que “La conocí cerca del parque de Belén, por los lados de la heladería Morival. A ella le gustaban las muñecas y el croché; y a mí los balones, quebrar bombillos, y montar en zancos. Nos separamos por incompatibilidad de juguetes”.

También dice Oscar Domínguez Giraldo que:

Gloria C., mi otra primera novia,  nos daba casquillo a los muchachos del barrio Belén y de Envigado, que frecuentábamos su casa. Tenía sonrisa, mirada, y caminado de mujer fatal. Su séquito de admiradores no sabíamos qué era una mujer fatal. Ella tampoco. Nos enamoraba con el misterio que sabía crear a su alrededor. La mirábamos con la ternura de Nipper, el perrito de la Víctor. Ella nos miraba con curiosidad de paleontóloga. Aun así, viéndola, nos provocaba creer en Dios, siguiendo el verso de Géraldy. Todos nos proclamábamos novios suyos... pero donde ella no se diera cuenta. Habríamos sido capaces con su amor, pero no habríamos resistido que nos rectificara en público. Nos faltó ropita, audacia y desodorante para enamorarla. A los dos más enamorados nos jugó al que bailara mejor con ella La Bonga, de los Corraleros de Majagual. El nombre del perdedor no es Óscar".

Su tocayo Oscar Hernández Monsalve, que vive por la iglesia de Los Alpes en Belén, también hizo inventario de las suyas que comienzan por:

La Zarca, que no tenía nombre pero tenía catorce años. Pequeña, como su precio en monedas. Conoció mis caricias casi niñas, y recuerdo sus besos iguales a mariposas perdidas…  María, la obrerita, se llevó mis primeros ardores, temblorosos, infantiles, rodando por la hierba; pero no vino la palabra amor. Fue solamente carne ciega al viento de la noche… De Maruja miré sus frescos pies de campesina que siguen descansando en la memoria… Lina, la breve y dulce niña, fue hada sonriente escondida en los años, suave como el sonido de la palabra alondra…”. Hernández hace el recuento de sus amores que incluyen a Bety a quien: “… encontré suspendida en las sombras, bordada en su penumbra, y quise perderme entre su pecho. Nos miramos una hora y nos perdimos una vida. Tenía en sus ojos todo el dolor del mundo, y hui a esconderme en el calor del ron…”.

El calor de los rones de Belén arropó nuestra adolescencia, y nuestro inventario de muchachos tímidos empieza en la heladería o fuente de soda Las Cocacolas, en Belén Altavista parte baja, donde Joaquín Posada nos tenía cuenta abierta de apuntes “pa´las que sea”, que guardaba pacientemente hasta que los entonces muchachos trabajadores le endosábamos la bonificación de la prima navideña. Allí nos sentábamos, porque al descender del autobús por ahí tenían que pasar las muchachas del barrio a sus hogares. 

Bueno, no diría que hubiéramos conducido carro de caballos ni que lo hubiéramos llevado de la rienda, eso no, para qué presumir de lo que no tenemos ni hemos tenido; pero en los recorridos por la carrera 76 de Belén tal cual tangueada nos pegamos en otros tiempos sentados en la primera mesa del café, con los ojos convertidos en atarrayas, para ver pasar las chicas por la acera; y de andar por la carrera podemos decir que “también carrero fui, y a mucha honra señores”.


Yo también carrero fui”, tango con letra de Héctor Marcó y música de Antonio Stacasso, interpretado por Alberto Castillo.


Con mi perro a la culata
-yo silbando presumido-
no hubo amor ni china ingrata
que no prendiera en su bata
mi corazón atrevido.
Y a la vuelta de una esquina,
con un mate bien servido,
allí me esperó Manuela,
Rosa, Elvira, Inés, Leonor.
¡Y hoy guardarán todas ellas
de mi cariño, una flor!

En el Kiosko del parque de Belén, junto al cocuelo que dejaba caer sus frutos de bala de cañón, los muchachos del barrio rematábamos noches de amanecida atendidos por don Mario “Vaca”, que fue testigo de esos recorridos. Por allí cerca estaban las heladerías La Casita, y La Casona. En La Casona, cuando don Alberto Buitrago contrataba al grupo musical de Los Ayer´s, había lleno completo y se agotaban sus picadas de chorizos importados de Santa Rosa de Cabal cocidos al vapor y luego fritos a gusto crujiente. Al frente estaba la heladería Tampa. Diagonal al Kiosko quedaba la heladería El Portal, contigua a Pollos Candela el asadero cuyo consomé de pollo con menudencias curaba guayabos de amanecida y de los otros. Candela se trasladó frente a la estación de servicio de la Bolivariana a una cuadra del parque, pero El Portal se acabó. Diagonal a la iglesia estaban las heladerías Los Sauces y Los Alpinos. Diagonal a Los Sauces estaba la heladería Palmaseca, y a continuación la heladería Soraya donde la que es mi esposa de hogar, y la que fue mi amante de café, se juntaron marcando el principio y el fin de dos etapas de mi vida. “Y esa mujer, ¿Por qué te saluda y te reclama que no volviste?”. Mi voz temblorosa quizás no sonara convincente, pero me aventuré con una respuesta: “Por lo mismo. Porque no he vuelto. Es un capítulo cerrado de mi vida”. Ese encuentro bien pudo haber frustrado mis planes matrimoniales, pero logré sortearlo con dignidad. Más heladerías hubo seguramente en el Belén de mis años juveniles, pero estas fueron las que marcaron mis recorridos, quizás con algún error de ubicación en cuanto al sitio preciso donde quedaban, pero sí todas cercanas al parque de Belén. 

Tal vez la más famosa de esos tiempos haya sido la heladería Morival, cuyo nombre parece apócope del valle de las moras. No sé de dónde salió. Pudieron sus propietarios ser algún Mora y algún Valencia. Eso es posible, pues es menos posible que algún francodesciendiente de apellido Morival hubiera llegado a estas tierras. En Europa los hay, en la Commune de Neufchâteau de Bélgica.

En todos lados hubo, seguramente, salones de billares en Belén. Los del viejo Carlos, en la vía de la fábrica Vicuña hacia el barrio de Altavista, eran unos. Los de Belén Terminal, frente a la fábrica, eran otros. El Jinete y el Salón Mariscal en la carrera 76, cerca al parque, eran otros. Todavía hay billares diagonal a la iglesia, en el costado sur del parque; los hay contiguo a lo que era Conavi (hoy Bancolombia), por la calle 30-A, en donde antes estuvo el Teatro Mariscal; y los hay en la calle 30 con carrera 76-A, de don Gustavo Ramírez el dueño de la Prendería la 76 que también fue dueño del café Amarillo. En los bajos del salón de billares, de lo que fue el Teatro Mariscal, estuvo por un tiempo el famoso restaurante de “Conejo”, cuya oreja de cerdo sudada para el desenguayabe lo ponía a uno a chuparse los dedos y hacía estremecer de emoción los depósitos de triglicéridos y colesterol.


Los tiempos han cambiado, y los jóvenes se reúnen en “parches” a escuchar sus músicas que a los oídos de mi generación septuagenaria suenan estridentes. El sector de La Mota es uno donde los vecinos se quejan del volumen que sale de los bafles y altavoces instalados en sus vehículos. Compiten a cual suena más duro, sin respetar las horas de sueño y de descanso del vecindario. La calle 33, desde el puente del río Medellín hasta Santa Gema y La Castellana, se convirtió en zona rosa con música a altísimo volumen y abundante afluencia de clientes y de vehículos hasta la madrugada. La avenida 80 tiene la misma característica desde los Campos de Paz hasta Robledo. Las heladerías y cafés fueron sustituidos por parches, tabernas, y discotecas, que tienen otras características. Hacer un inventario de estos lugares no me es posible, son otro cuento, son otra generación; y eso ha hecho que se acaben los bares temáticos, como tales. No hay un bar de tangos, no hay uno de boleros, no hay uno de música andina colombiana, no hay uno de música vieja de los años 50, no hay uno de música de antaño de los años 30 y 40. Se oyen vallenatos, de los de ahora; y rancheras norteñas, de las de ahora; y los hay especialistas en música de los años 60 o en música de los 80 que para los jóvenes de comienzos del siglo XXI es “música vieja”. Los negocios existentes han derivado hacia la modalidad denominada “cross over” o todo terreno, que consiste en poner variedad de música según el pedido de los clientes que haya en el establecimiento. En algunos, antes de que uno se haya tomado el segundo aguardiente, se pasa de un bolero a un vallenato, de una balada a un merengue, de un vals peruano a un tango, en una mezcla de gustos que sabe a tanto que no sabe a nada, a diferencia de aquellos tangueros bares donde escribí muchas cuartetas “A la niña más hermosa, que en el parque conocí. Fue en tu mesa, cafecito, donde me sentí poeta y aprendí a rimar los versos…”.

En un rincón del café”, tango con letra de Francisco Laíno y música de Gabriel “Chula” Clausi, cantado a dúo por Enrique Motto “Chito Faró” Arenas y Carlos Viván:


Existe todavía el bar Coba en la carrera 76 nro. 28-80, fundado hace más de 60 años, en 1949, por don Gilberto Escobar; y hasta hace poco atendido por su hijo, John Jairo Escobar Castaño. En el portal de la Red de Bibliotecas.org hay una página de Medellín Cultural con el título genérico de Medellín es Tango, en la que reseñan los bares tangueros La Boa, Salón Málaga, Homero Manzi, La Payanca, Tarki, Patio del Tango, Adiós Muchachos, y… el ¡Bar Coba! La periodista Jenny Giraldo lo seleccionó para escribir su artículo “Bar Coba, sobreviviendo a la avalancha”. Gracias a este artículo me entero de que “cobar o dar coba” es empollar, y también adular con zalamería. 



El bar Coba se especializaba en tangos, pero acaba de ser adquirido por don Guillermo López Rodas que lo ha remodelado y piensa poner variedad de música al gusto de la clientela “porque yo soy comerciante, y la clientela es la que manda en cualquier negocio”. Por culpa de los tangueros que se han venido muriendo o encerrando en sus casas, y de los muchachos amigos del hip hop y el reguetón, el bar Coba cambiará de orientación musical. Don Guillermo y su hermano Fabio son propietarios de Bonanza, en la carrera 76-A con calle 30, y durante mi visita se escucharon principalmente boleros y música vieja. Tiene más de 40 años de existencia y fue de don Víctor Martínez antes de pertenecer a los hermanos López. Al dar la vuelta está el Club de los Tranquilos, en la calle 30 nro. 76-A 15, donde se oye principalmente música caribeña. Fue fundado sin nombre por don Octavio Villa en una esquina del parque de Belén, que se conocía simplemente como “la esquina de don Octavio”. Todavía sin nombre se trasladó a la carrera 77 con la canalización de la quebrada La Picacha, donde el municipio los obligó a inscribirse en el registro de comerciantes y pidieron a los clientes que sugirieran nombres para el lugar. Varias propuestas se oyeron, pero de la mesa de habituales jubilados que no guardaban afán ni para ir a almorzar surgió el nombre de Club de los Tranquilos, que desde 1982 se trasladó al lugar actual y es atendido por su propietario don Leonel Villa Álvarez, y por su hermano Mario, hijos de don Octavio. Frente al que fue Colegio Montini en la carrera 78 con calle 30-A, esquina, lleva muchísimos años El Buen Gusto, que fue propiedad de don Gustavo Salinas. La música es variada y va de los 50 a los 70, de los 60 a los 80. “Le ponemos lo que guste. Deme el título o el cantante, y se lo consigo”. Esto se facilita porque las discotecas ya no son arrumes de discos, casetes, o CDs, sino que están sistematizadas por computador. En Belén Granada todavía está el legendario bar El Yucal de música antigua, y en la carrera 76 con calle 21 está La Milonga donde no se oyen milongas sino música de los 60. Esta Milonga es distinta de La Milonga que había cerca al parque y era más conocida como Bar Pilsen. Cerca al parque estuvo también el bar Luka, y en Belén Miravalle hasta hace poco todavía existía el apodado “Consulado de Pácora”, de don Alonso. En la carrera 78 nro. 31-02 está el bar Peñaranda, de don Hernando Valencia Henao, que tiene más de 20 años de existencia. En la carrera 78 con calle 32 estuvo el Sol y Sombra, y en la calle 30 entre carreras 76 y 77 todavía está el Rincón de Antaño, que fue de don Mario Escobar Vélez con música, naturalmente, de antaño. Contiguo quedaba el Restaurante Ambrosia, cuyos tamales fueron legendarios para calmar la hambruna bohemia de la madrugada, y en algún momento fue propiedad de don Gerardo “Negativo” Castañeda cuyo apodo corría por cuenta del color de su piel “quemada al horno”. Muy cerca hubo un bar que en algún momento fue propiedad de un señor cuyas aventuras en el juego hicieron historia. De pronto se veía propietario de un café en una esquina de Guayaquil, un hotel, una casa, un carro, una finca. Y a la semana siguiente estaba diciéndole a su esposa: “Mija, vámonos para otra parte que perdí la casa con todo lo que hay adentro”. Enredados en la suerte de los dados, se iban la finca, el café, el hotel, el restaurante, el carro; y se veía el hombre empleado como ayudante en un negocio de tomates, mientras la suerte volvía a sonreírle. De él se decía que era capaz de jugar hasta la mujer, y que hubo momentos en que perdió hasta la camisa. Los locales del parque donde antes funcionaban cafés, bares, cantinas, y heladerías, han venido convirtiéndose en casinos. Seguramente el juego es mejor negocio que la venta de licor.

Mientras hacía el recorrido me encontré el bar Donde la Guagua en la carrera 76 nro. 27-09, de don Jairo Osorno. Aunque su administrador me dijo que allí se pone toda clase de música, al gusto de la clientela, me sorprendió al pasar porque sonaba música de Silva y Villalba y de Garzón y Collazos. Esa música en un bar de la actualidad es una verdadera rareza. “Pero este bar no es nuevo”, me dijo el administrador, “porque tiene muchos años. Lo que pasa es que la dueña lo tuvo primero como tienda, después como tienda mixta, y después solamente como bar”. Recordando un viejo chiste, sonreí y le dije: “No me vaya a decir que a esa señora le decían La Guagua”. Se puso serio. “No, señor, a ella no le decían así. La Guagua era su ayudante, y por eso los clientes decían que vamos donde La Guagua”.

No es venganza”, de Santiago García, interpretado por Carmen Delia Dipiní:


Junto con el Coba, Bonanza, y el Club de los Tranquilos, que son tal vez los establecimientos más mencionados en los artículos de prensa; están los muy conocidos bares Central y el Amarillo, que ya desaparecieron. 

Hasta aquí el mapa de los recuerdos de nuestros recorridos, unos vividos y otros de oídas, por los trasnochaderos de Belén. No soy el primero en escribir sobre estos lugares. En el blog Crónicas de Belén aparece un escrito de don Gustavo Escobar Vélez titulado “Memoria de los cafés de Belén”, cuya visión invito a leer en este enlace:


Anuncia don Gustavo un nuevo escrito, referido a las heladerías del sector, y es posible que estas crónicas animen a otros a escribir sobre ese tema y aportar sus propias anécdotas y experiencias que enriquecen el acervo de la microhistoria de este rincón de ciudad, no tan pequeño. Pero es posible que al sumar los distintos aportes se sigan encontrando vacíos, como lo predice el verso ramoncampoamoriano del sainete Cuerdos y Locos, “En esta santa mansión, /como lo dice el refrán, /no están todos los que son, /ni son todos los que están”. Nosotros cumplimos la tarea y vivimos lo vivido; y, como se dice, “nadie nos quita lo bailado”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Mensaje recibido del urbanohistoriador Hugo Bustillo Naranjo:

Querido Orlando:

Te agradezco participarme el borrador con ese estupendo relato. Sin desear molestarte (me disculpo de antemano, por si algo) quisiera recordarte, muy rápidamente, de otros lugarcitos de trago, juerga y amores encendidos; en ese latifundio añorado de Belén de los Yamesíes, o San Antonio de Aburrá o como a vos te gusta, el Sitio de Guayabal. Vámonos, pues, por entre las tiendas.

Mirá Orlando, sobre la carrera Bolívar de Belén (la 76) con la calle la Pola (la 31) se adornaba de boleros y baladas ese amañadero nocturno que conocíamos como La Tía. Bajando por esta última vía mencionada, derechito hasta la carrera 70, sobre el costado norte de la iglesia de NUESTRO SEÑOR JESÚS DE LA BUENA ESPERANZA en Rosales, alumbraba un delicioso cantón llamado La Noche, atendido por sus bellas y gentiles propietarias Estela y Gloria Álvarez.

Orlando, antes de irnos al Rincón, disfrutando la arteria madre, te invito a que te tomés un trago doble (porque falta trechito por recorrer) con pasante de coco, piña y uvas, en La Bucarica; con la excelente atención de Uriel, ahí al bordito de la entrada a la Cachucha y la Armería. 

Sobre la ronda al Rincón, después de sortear la carrera 80, tomamos la antigua trocha de Cubiletes y pasamos La Virginia para reposar en Tres Esquinas. Acamalados y en confianza le pedimos a Joselito Cuervo que nos sirva otro doble (pero no del chirrinche que fabrican en Manzanillo) y ese sí lo pasamos con sodita y hielo, porque está calentando un poquito. Desde ese lugar que es la cantina de Lolo Santa, y es la más vieja de este ancestral Palenque del Rinconcho, observamos la Farmacia Blanca; para recordar que ese mismo sitio albergó a Los Claudios y las rumbas guaracheras que derretían los amaneceres. 

Antes de que nos bañe un aguacero de esos que sin pedir permiso se desploma desde el Cerro Pelao o de las Tres Cruces, como ahora le llaman, sigamos por esta senda de siempre y busquemos, en la subida que conduce al Ñeque, los cantares de Peronet e Izurieta, o mejor de Valente y Cáceres, arribita de la escuela que lleva el nombre de aquel inolvidable trovador, Ñito Restrepo. 

Ese fuerte apretón de mano de Héctor Restrepo significa que estamos en su casa, el Bar del Mono. Aquí, mi estimado Orlando, no se preocupe que los primeros dos son por cuenta de la casa. Luego de este agradable rato despidámonos de abrazo, porque tanta bondad no se la encuentra uno así como así. 

Busquemos de nuevo el camino, que también lo apodaron Real, y vámonos derechitos al solariego terminal de buses e imaginemos los encantos de aquel legendario Bosques de Viena. Dejando las nostalgias a un lado pasemos por otro ilusionador de luceros: el Rincón Estadero de Willian Correa y RIP (rece todo lo que pueda) porque, como sabés, esto ha sido bravito. Orlando, despidámonos de estos muchachos tan queridos, guardianes y colaboradores; y agarremos el próximo taxi amarillo que venga. 

“Buenas tardes amigo, por favor, ¿Nos lleva de pasada a la Gloria y después al barrio Bingo?”

“¿Cuál es ese, paisano?”

“Ah, sí, discúlpeme por favor, es el barrio Las Mercedes”.

“Está bien. Es que yo trabajo más por el Hospital General y casi no vengo por estos lados”.

El barrio Las Mercedes recibió el apodo de Bingo, porque las amas de casa en sus estrechas callejuelas jugaban bingo mientras hacían los oficios domésticos y se cantaban los resultados de una acera a la otra. ¡Bingo!

Orlando, aquí en la calle 25 y la carrera 80 doble A quedaba el negocito de mi recordado y estricto profesor de Español y Literatura en el Liceo Gilberto Alzate Avendaño, el Licenciado don Domingo Agudelo, y él jocosamente diseñó un cartel que decía El Club. Muchos de sus exalumnos lo visitábamos, sin falta, para que no nos pusiera falla.

“Muchas gracias amigo, por esperar. Por favor, ¿Nos lleva al otro barrio?

Orlando, por esta carretera se va a Aguas Frías; y por esta otra, a la izquierda, nos entramos.

“Amigo, déjenos por favor en la esquina, y ¿Cuánto es?

Estáte tranquilo Orlando que para ese billete de cincuenta el señor no tiene devuelta. “Mire, señor, y muy agradecimos le estamos”. ¡A la orden! 

Orlando, tranquilo que  acá en el Flecha Roja, te reciben hasta Lleritas, si todavía tenés de esos billeticos que te daban cuanto hiciste la primera comunión.

Con un abrazo,

Hugo Bustillo Naranjo




domingo, 7 de febrero de 2016

138. Jesucristo, su verdadero rostro

Dice la canción “Apariencias”, con letra de Heriberto Molina y música de Amílcar Boscán, interpretada por este último, que “¡Basta de apariencias! Yo estoy en paz con mi conciencia. De noche, en cama, es la humildad la que me reclama; y, sí, de apariencias me siento cansado. Quiero vivir la realidad… realidad del alma, que me permita dormir en calma”. 

https://www.youtube.com/watch?v=9u7FvG7Ys1s

¿Han oído ustedes decir que “El león no es como lo pintan”? Quieren ellos decir que los pintores pintan lo que tienen imaginado en su cabeza, y que de la pintura a la realidad hay mucho trecho. También se da el caso de que pintores haya habido que tengan que salir en volandas de la corte porque a su reina no le gustó que la pintura fuera tan realista y la pintaran tal como ella era. Desde entonces ya se estaba inventando el Photoshop aunque en esos tiempos no se hubiera inventado la fotografía y los ojos vieran la realidad tal como la querían ver.

Empecemos por ver una fotografía del cantante de salsa puertorriqueño Willie González, de las varias que aparecen en Internet:

Willie González, cantante puertorriqueño

Dice en su autobiografía Gabriel García Márquez que “La vida no es la que uno vivió sino la que recuerda, y cómo la recuerda para contarla”, y esa frase la he citado frecuentemente cambiada, parodiándola sin perder la esencia de lo que él quiso decir: “Las cosas no son como sucedieron, sino como uno las recuerda para contarlas”. Volviendo a parodiarla, me atrevería a decir que “Las cosas no son como son, sino como uno se las imagina”.

Simón Bolívar, por ejemplo, siempre me lo imaginé como lo esculpió el italiano Pietro Tenerani, con un perfil muy griego. 

Simón Bolívar de Tenerani

Simón Bolívar en los libros 
de Historia

Pero tengo una mala noticia para los que se creen vaciados del molde de Bolívar: él no era así ni tenía un perfil griego. Su perfil tiraba más bien a zambo… o a mestizo, para ser benevolentes. Hugo Chávez mandó a exhumar los restos de Bolívar y a fabricar una imagen real contando con las nuevas técnicas forenses, y la figura resultante de Bolívar (con perdón de su alma bendita, que en paz descanse) se parece más a Chávez, o al cantante Willie González, que a Tony Curtis o a Richard Burton. No sé si los escultores forenses hayan querido congraciarse con el contratante, o hayan recibido instrucciones para que así fuera, pero así fue.

Simón Bolívar, según los 
técnicos forenses

La ciencia forense ha evolucionado, y según la forma de los pómulos, las medidas de los huesos, el ADN genético, las simulaciones por computador, y otros indicios, es posible reconstruir de una manera aproximada la apariencia que pudiera tener determinado personaje. Hasta la figura de Lucy Australophitecus Afarensis, nuestra millonariañísima antepasada, ha podido reconfigurarse con su fisonomía real y no con una imaginada.

Lucy Australophitecus Afarensis

Como si fuera poco, tengo otra mala noticia para los rubios ojiazules que se creen bajados del ombligo del Espíritu Santo: Jesucristo tampoco se parecía a ellos. O a la inversa, ellos tampoco se parecen a Jesucristo. Los paisas, que somos tan confianzudos y, como dice un poema de Jorge Robledo Ortiz, “Soy antioqueño, visto de alpargatas, y tuteo hasta al mesmo presidente”, para referirnos a Jesucristo solemos hablar de “el de arriba”, “el mono”, “el rubio”, “el zarco”, “el ojiazul”, porque así nos lo imaginamos y así se lo han imaginado los pintores y los escultores de imágenes religiosas desde la antigüedad. No había pintores en su tiempo, ni escultores fotográficos, ni fotografía, y todo lo que se vino posteriormente fue producto de la imaginación.

Jesucristo en la iconografía religiosa

Pero como de la actualización de la ciencia forense no se escapa nadie, los científicos han logrado determinar, basados en indicios, cual es la fisonomía aproximada que pudo haber tenido Jesús.

Jesucristo, según la técnica forense


A mi modo de ver, su apariencia física, real y humana, era más aproximada a la de Willie González que a la de los monos ojiazules que se ven entrar a rezar padrenuestros a la iglesia de Marinilla.

Mala noticia para los que juzgan la crema por el empaque y no por el contenido.

Llegados a este punto, no quiero ni imaginar cuál sería la verdadera apariencia de nuestro padre Adán, tan distinta de como nos la imaginamos. Eso es algo que me deja pensativo.


El guatemalteco Edgar Ricardo Arjona Morales (Ricardo Arjona) es un cantautor, sobra decirlo. Sus músicas me suenan un poco repetidas, como si fueran una sola estructura musical para montar las letras; pero sus letras, ¡Ay, Jesús mío!, son unas películas, verdaderas películas. No voy a hablarles de la “Historia de taxi” con la pasajera que se encuentra a un taxista seduciendo a la vida, porque ustedes bien la conocen y saben cómo empieza y cómo acaba. O la del millonario que en Nueva York tiene mucho más de lo que necesita pero tiene una “Asignatura pendiente” porque no puede olvidar a la chica que lo enamoró en Puerto Rico y se quedó en San Juan viviendo en el pasado. Como quien dice, “pensar que todo tengo, y nada quiero yo tener; porque lo tengo todo, pero me faltas tú”, como dice el bolero “Eternamente” de Alberto Domínguez. Lo de la asignatura pendiente de Arjona, es una película. O en “Desnuda”, que dice que “no es ninguna aberración sexual, pero me gusta verte andar en cueros al compás de tus pechos aventureros”. Al que diga que no ama eso, que tire la primera piedra. Al llegar a este punto en lo del verdadero rostro de Jesús, recordé una de las primeras canciones de Arjona que escuché, tal vez la primera, y es aquella en que habla de que “Jesús es verbo, y no sustantivo”. Aunque no comparto al 100% lo que Arjona dice en esa letra, mi discrepancia es mínima. Podría decir que la comparto en un 99%, y que respeto la opinión de Arjona en el porcentaje restante; pero hay que ponerle atención a esa letra para saber que ¡Arjona tiene toda la razón! Lo que él dice, en esencia, es que Jesús es más que apariencias, que la fe no está en las manifestaciones exteriores, y que para ser seguidor de Jesús no es suficiente con rezar el Padrenuestro sino que hay que seguir lo que en él se dice: “Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo… Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden… No nos dejes caer en la tentación, y líbranos de todo mal… Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”. 

Jesús, dice Ricardo Arjona, no es un sujeto sino una manera de actuar. Tiene toda la razón.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Letra de “Jesús es verbo, no sustantivo”, de Ricardo Arjona:

https://www.youtube.com/watch?v=2VCEBaytqJY

(hablado):

Ayer,
Jesús afinó mi guitarra, agudizó mis sentidos,
y me inspiró.
Papel y lápiz en mano, apunto la canción
y… me negué a escribir más.
Porque hablar y escribir sobre Jesús, es redundar.
Sería mejor actuar.
Luego, algo me dijo que la única forma de no redundar
es decir la verdad.
Decir que Jesús es acción y movimiento,
no cinco letras formando un nombre.
Decir que a Jesús le gusta que actuemos,
no que hablemos.
Decir que Jesús es verbo, no sustantivo.

(cantado)

Jesús es más que una simple y llana teoría.
¿Qué haces, hermano, leyendo la Biblia todo el día?
Lo que ahí está escrito, se resume en amor:
Vamos, ve y ¡Prácticalo!
Jesús, hermanos míos, es verbo y no sustantivo.

Jesús es más que un templo de lujo, con tendencia barroca.
Él sabe que, total y a la larga, eso no es más que roca.
La Iglesia se lleva en el alma y en los actos,
no se te olvide.
Jesús, hermanos míos, es verbo y no sustantivo.

Jesús es más que persignarse, hincarse, y hacer de esto alarde.
Él sabe que quizás por dentro la conciencia les arde.
Jesús es más que una flor en el altar, salvadora de pecados.
Jesús, hermanos míos, es verbo y no sustantivo.

Jesús es más que un grupo de señoras de muy negra conciencia,
que pretenden ganar el cielo con clubes de beneficencia.
Si quieres tú ser socia activa, tendrás que presentar a la directiva
tu cuenta de ahorros en Suiza y vínculos oficiales.

Jesús convertía en hechos todos sus sermones.
Que si tomas café es pecado, dicen los Mormones.
Tienen tan poco qué hacer, que andan inventando cada cosa.
Jesús, hermanos míos, es verbo y no sustantivo.

Jesús no entiende por qué en el culto le aplauden.
Hablan de honestidad, sabiendo que el diezmo es un fraude.
A Jesús le da asco el Pastor que se hace rico con la fe.
Jesús, hermanos míos, es verbo y no sustantivo.

Me bautizaron cuando tenía dos meses, y a mí no me avisaron.
Hubo fiesta, piñata, y a mí no me lo preguntaron.
Bautízame tú, Jesús, por favor; así, entre amigos.
Sé que odias el protocolo, hermano mío.

De mi barrio, la más religiosa era doña Carlota.
Hablaba de amor al prójimo, y me pinchó cien pelotas.
Desde niño fui aprendiendo que la religión no es más que un método
con el título de "Prohibido pensar, porque ya todo está escrito”.
Señores, no dividan la fe. Las fronteras son para los países.
En este mundo, hay más religiones que niños felices.

Jesús pensó "Me haré invisible, para que todos mis hermanos
dejen de estar hablando tanto de mí y se tiendan la mano".
Jesús, eres el mejor testigo del amor que te profeso.
Tengo la conciencia tranquila, y por eso no me confieso.
Rezando dos Padrenuestros, el asesino no revive a su muerto.
Jesús, hermanos míos, es verbo y no sustantivo.

Jesús, no bajes a la Tierra, quédate ahí arriba.
Todos lo que han pensado como tú, hoy están boca arriba
olvidados en algún cementerio y, de equipaje, sus ideales.
Murieron con la sonrisa en los labios,
porque fueron verbo y no sustantivo.