domingo, 27 de noviembre de 2016

180. Sobrebarriga de rechupete donde los García

Ferrán Adrià es el cheff del restaurante El Bulli, hoy por hoy el más afamado del mundo, y tal vez el más caro. Muchos quisieran comer allá, pero él no recibe sino al que quiere, y lo escoge de una larga lista de aspirantes que han pedido su turno hasta con seis meses de anticipación. Se diría, casi, que es cocina personalizada y él prefiere cocinar, por ejemplo, para el Príncipe Felipe de Inglaterra que para “El cebollero” de la Mayorista, así el cebollero le muestre extractos bancarios de que maneja más plata y es capaz de dar propinas más jugosas. Ferrán Adrià estuvo en Medellín y ¿a dónde lo llevaron a almorzar? A un afamado restaurante del barrio La Pilarica al lado del parqueadero que pusieron donde antes estuvo una afamada cabelleriza. Es un lugar casi escondido al que salva un aviso no muy vistoso a la entrada, pero al trasponer la puerta uno se encuentra dentro de un restaurante con todas las de la ley, atendido por la familia que vive en el segundo piso y donde el principal plato es la especialidad de la casa: asado de sobrebarriga. Si quiere pedir otra cosa, se la venden, pero allá usted si quiere perderse de comer la joya de la corona, o de la barriga para ser más precisos.

1. Ferrán Adrià en el restaurante de Los García:

http://movil.elcolombiano.com/article/138681

2. Ferrán Adrià en el restaurante de Los García:

http://sospaisa.com/Sos-Paisa/Noticias/Post/313/La-mesa-de-la-familia-Garc%C3%ADa-seducci%C3%B3n-con-Sobrebarriga

La sobrebarriga es una carne muy dura que los restaurantes solamente usan en sancochos de larga cocción, para ablandarla. Yo no la como por la sencilla razón de que el gordo me produce náuseas en el acto, sin darme tiempo de pegar carrera hasta el baño. Ipso facto. Así es que me curo en salud y pido otra cosa.

Pero una vez, hace ya muchísimos años, comí una sobrebarriga muy deliciosa. Eran los finales de la década del sesenta y la colonia boyacacuna residenciada en Medellín tenía un lugar de reunión los sábados en el sector de talleres mecánicos de El Naranjal, frente a la antigua fábrica de Tejicóndor (hoy Makro y Home Center, Carrefour o Jumbo), en la carrera 65 entre San Juan y la canalización de la quebrada la Hueso. Era una casa vieja en la esquina de lo que ahora es el edificio de Corantioquia, y tenía un patio amplísimo o solar dotado de canchas de tejo que es el deporte nacional de los boyacenses y cundinamarqueses. El aviso decía “Restaurante la Montaña”, pero todo el mundo le decía “la cancha de tejo”. Allí, entre canasta y canasta de cerveza, nos reuníamos con boyacacunos apaisados a reventar mecha y gritar moñona hasta que llegaba la hora del almuerzo que consistía en un plato de sobrebarriga cuñada con refajo de cerveza.  Fue la única vez que me atreví a comerla, y me pareció deliciosa. Por esos días había llegado a Medellín la pareja santandereana de Mariano García Joya y su esposa Rosalina Pérez de García, que cargados de juventud y ganas de hacer cosas montó un restaurante contiguo a la fábrica de gaseosas Lux en San Juan frente a barrio Triste, en donde hoy está el edificio inteligente de las Empresas Públicas, e hicieron del plato de sobrebarriga su especialidad, agregando a la técnica de ablandar la carne mediante largo cocido, y luego freírla, los condimentos y la sazón de la casa que vinieron a ser el secreto de los abuelos, secreto que han conservado sus hijos y siguen conservando sus nietos. Tres generaciones viven y conviven en el restaurante de la familia que se ha convertido en un referente gastronómico de la ciudad. Allí fui invitado para celebrar mi cumpleaños y, con lo necio y exigente que soy para la carne debo decir, con toda sinceridad que esa sobrebarriga, es ¡espectacular! Allí iré de nuevo, y pronto, a repetir esa otra experiencia que es la atención de Nayibe García y su familia porque, como ella dice, “la amabilidad es un toque que no podemos perder porque esta es la herencia que nos duele y tenemos que cuidar”.

Video del restaurante de los García:

Cuando Nayibe se acercó a tomar el pedido nos ofreció la porción de 400 gramos. Mi amigo, que ya conocía la movida, sugirió que la pidiéramos en compañía, y apenas fue para nosotros. “Es que una libra de carne no se la come sino un boyacense que tenga la barriga aceitada con una canasta de cervezas”. Apenas fue para nosotros, pero confieso que quedé con ganas de más. Y eso que traía como acompañantes unas arepitas paisas con relleno de hogao, y unas papas cocidas deliciosas, y unas yucas algodonosas exquisitas, y pedimos de sobremesa claro de mazamorra con panela machacada. Como quien dice, comida santandereana mezclada con apetito paisa.

Así es que a la entrada del barrio La Pilarica por la vía que rodea el cerro de El Volador y conduce de la Terminal de Transportes del Norte hacia Robledo, contiguo a la nueva fábrica de Colpisos, en donde eran las caballerizas de Las Margaritas (Calle 73 E nro. 69-171, tel. 441 56 40), los García nos están esperando con una bandeja de sobrebarriga desbordaplatos como para chuparse los dedos.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


domingo, 20 de noviembre de 2016

179. Cartas de amor, y amores de película

Septiembre es en Colombia el mes del Amor y la Amistad. Equivale a lo que en otras partes es febrero, con su Día de San Valentín.

No sé si el sentimiento del amor haya cambiado y las nuevas generaciones sigan sintiendo mariposas en el estómago, como sentíamos los de la generación del medio siglo. De hecho nosotros no éramos tan románticos como los amantes de finales del siglo XIX, cargados de suspiros y miradas lánguidas, ni se nos veía “la palidez de una magnolia triste” en el rostro, pero en mi adolescencia aún había gente que se suicidaba por amor. 

Tal vez aún quede gente así, que se suicide por amor. Pero que han cambiado las manifestaciones de ese amor, no quedan dudas. Nadie guarda ya cajitas de chicles con la fecha en que la amada compartió con uno un par de pastillas a la salida del cine, nadie guarda un pañuelo intocable que humedecieron las lágrimas del ser querido, ni se encuentran entre las páginas de un libro pétalos disecados de una flor. Nadie guarda ya cadejos del pelo de la amada recogidos en la peluquería, ni nadie borda monogramas en pañuelos de seda usando cabellos del amado como hilos. Claro que tampoco hay nadie que guarde como un tesoro en el nochero “mi primer condón” con una etiqueta que diga “Recuerdos de Alicia”. Esas son cosas de otras generaciones. A diferencia de los románticos de nosotros, las juventudes de hoy son pragmáticas y practicantes de a lo que vinimos, vamos. Dos cucharadas de caldo y mano a la presa. 

Hay un bello vals titulado “Quema esas cartas” que no hay que confundir con el tango del mismo título con letra de Manuel Romero y música de Raúl de los Hoyos que dice “Quemá esas cartas, no guardés memorias; /que nunca conviene que sepa la historia /la mina que viene, de la que se fue”. Este otro vals es composición con letra de Juan Pedro López y música de Alberto Consentino, y fue interpretado entre otros por Julio Martel (Quemá esas cartas donde yo he grabado, /solo y enfermo, mi desgracia atroz… /Que nadie sepa que te quise tanto, /que nadie sepa, solamente Dios… /Un hombre joven que mató el engaño, /un hombre bueno que muriendo va…):


Es claro que nadie escribe ya cartas de amor. Mejor dicho, nadie escribe ya cartas a la antigua transportadas por carteros, que han sido reemplazadas por mensajes de Internet, y por “whatsapps porfis” escritos de carrera. Escribir una carta de las de antes podía llevarse toda una noche con cuidadosa caligrafía de puño y letra, con pluma estilográfica de tinta fresca, con descarte de varios borradores arrugados tirados en la papelera de la basura, con manchas desteñidas de lágrimas en los bordes. Una esquela olorosa a perfume, con unos labios rojos estampados en el sobre. Una carta de esas... ¡Era una joya!

Alguna vez me ocupé del tema de las cartas en la música. Es extenso, como extenso es el tema de las cartas en la literatura. El cine no es la excepción para un tema que es universal y, diríase, intemporal. 

1. El viaje más largo”, dirigida en 2015 por George Tillman Jr., es una película que trata de dos parejas de enamorados. Luke Collins, interpretado por Scott Eastwood, es un vaquero campesino que compite en rodeo sobre toros. Hay que pensar en lo que significa montarse uno en una trepidante mole de media tonelada de carne rematada por dos afilados cuernos para imaginar lo que es eso. Es un mundo para hombres rudos. Resulta enamorándose de Sophie Danko, interpretada por Britt Robertson, que es una estudiante de arte que está de paso por la población porque le ha resultado un trabajo como galerista en New York. Aunque ella también se siente atraída por él, sobra decir que pertenecen a dos mundos muy diferentes. El azar los pone en el camino de un hombre muy maduro, accidentado dentro de su automóvil, que rescatan a orilla de carretera. En medio de su inconsciencia, el hombre le pide a la chica que rescate una caja que corre el peligro de quemarse entre los escombros. Ella no se despega de él en el hospital, mientras se encuentra en estado de coma, y al volver en sí él le pide que abra la caja y extraiga un manojo de cartas que su afectada visión ya no le permite leer. Ella accede a leerle día tras día esas cartas que él envió a la mujer amada, y a través de ellas la chica va descubriendo las vicisitudes de amor entre este hombre que cuando estaba joven fue a la guerra y la mujer que ansiosa esperaba su regreso para casarse. Tal historia de amor, contra todos los inconvenientes y dificultades, inspiró a Sophie y a Luke para vivir su propio amor sin dejarse descontrolar por la diferencia de vidas que los separan. Las cartas y el amor se juntan para hacer de esta una película entretenida.

2. Una carta de amor”, dirigida en 1943 por el mexicano Miguel Zacarías, con la actuación de Jorge Negrete y Gloria Marín; trata de la carta que un soldado dirige a la bondadosa samaritana que lo curó de una herida de guerra. Viaja a buscarla, y llega en el preciso instante en que ella se está casando con otro. Fin de la película.

3. Cartas de amor”, dirigida en 1951 por el argentino Mario Luganes; con la actuación de Mecha Ortiz, Mario Escalada, y Elisa Christian Galve; trata de un hombre que se debate entre el amor a dos mujeres. Todo un dilema. 

4. Cartas de amor a una monja portuguesa”, dirigida en 1977 por el suizo Jess Franco, con la actuación de Susan Hemingway y Anna Zanetti, trata de una adolescente sorprendida por su padre cuando está fornicando con su novio y es enviada a un convento donde cae en brazos de las depravadas monjas. Es una película del cine porno-lesbo-sado-masoquista.

5. Carta de amor”, dirigida en 1995 por el japonés Shunji Iwan, con actuación de Miho Nakayama y Etsushi Toyokawa; trata de una mujer que envía una carta a su desaparecido novio y esta es respondida por una mujer que lleva el mismo nombre del amado y la recibió por coincidencia. El amor perdido es recreado en el cruce de cartas de las dos mujeres.

6. Carta de amor”, dirigida en 1999 por el norteamericano asiaticodescendiente Peter Chan y protagonizada por Kate Capshaw, Tom Everett Scott, Elen DeGeneres, Juliane Nicholson, y Tom Selleck; trata de una carta de amor que es encontrada al descuido sobre una mesa, y todo el que la lee atribuye su escritura a la persona que tiene en mente y sintiéndose correspondido empieza a actuar en consecuencia. Varias parejas resultan de este malentendido, con cada uno sintiéndose ser el elegido por la persona que desea. El final es sorprendente porque resulta ser que la persona autora de la carta, y la persona destinataria de la misma, son las que uno menos se imagina. No digo sus nombres para no tirarme en la película.

7. Cartas a Julieta”. Es una película dirigida en 2010 por el estadounidense Gary Winick y protagonizada por Amanda Seyfried, Vanessa Redgrave, Christopher Egan, Gael García Bernal, y Franco Nero; que trata de la costumbre que algunos turistas que visitan a Verona en Italia, la ciudad de Romeo y Julieta, han tomado de escribirle cartas a la amada inmortal para confiarle sus cuitas, pegándolas sobre un muro. Unas damas se han constituido en secretarias voluntarias para responder esas cartas procurando dar ánimos y solución a los problemas expuestos. Una carta de estas aparece coincidencialmente medio siglo después de haber sido depositada en una ranura y da lugar a una segunda oportunidad de amor para dos personas viudas que se habían encontrado en la juventud y vuelven a encontrarse en la avanzada madurez. A la par con su encuentro se produce una segunda oportunidad para los dos jóvenes que acompañaron a la dama en la búsqueda de aquel viejo amor cuyo nombre de Lorenzo Bartollini en Italia es como decir Pedro Pérez en España o John Smith en Estados Unidos: una aguja en un pajar. Desanimados ya de su infructuosa búsqueda, la dama ve en la campiña a su antiguo amor tal como lo recuerda, que resulta llamarse Lorenzo Bartollini y es hijo de Lorenzo Bartollini que a su vez es también hijo de Lorenzo Bartollini. El viejo Bartollini es el Lorenzo que la dama andaba buscando y colorín colorado este cuento se ha acabado. La película es de cine independiente producida por Summit Entertainment Pictures y como no es producida por los grandes estudios es una película libre de humo y con cero contaminación. Llama eso mi atención. Uno de los guionistas llama José Rivera, y la compositora de la música llama Andrea Guerra, que unidos a Gael García Bernal aportan una cuota latina en la producción de la película que, naturalmente, tiene un gran aporte de sangre italiana en su filmación. La juvenil belleza de Amanda Siegfried y la serena belleza otoñal de Vanessa Redgrave son inquietantes. Pero lo que atrajo mi atención, sobre todo, fue la belleza de la fotografía que estuvo a cargo del italiano Marco Pontecorvo y cuyos paisajes fotografiados son de infarto. Sólo por la fotografía, tendré que volver a ver esta película.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

domingo, 13 de noviembre de 2016

178. Jorge David -Marfil- Monsalve Velásquez, profeta emigrante

El viernes 28 de octubre de 2016 fue la reunión mensual de los asociados de la Corporación Club Sonora Matancera de Antioquia, que desde el fallecimiento del médico anestesista Dr. Héctor Ramírez Bedoya preside su colega el médico pediatra Dr. William Parra Cardeño. A ambos los unió su profesión y la admiración por la música del conjunto cubano que mes a mes convoca a los asociados, y en especial en la primera semana del mes de agosto de cada año cuando reciben la visita de asociados y simpatizantes de otras ciudades de Colombia y de otros países para el Encuentro Matancerómano. 

Al iniciar la reunión el Dr. Parra comunicó una noticia: la asociación que preside cambiará de sede. Durante muchos años las reuniones se efectuaron en la carrera 70 A nro. 43-44, a pocos metros de la calle San Juan en Medellín; pero a partir del mes de noviembre se trasladarán para la Calle 44 (San Juan) nro. 71-73, a cuadra y media de su actual ubicación, lugar donde funciona la salsoteca “Bururú Barará”. Tal decisión se originó en el hecho de que frecuentemente el espacio de acogida resultaba insuficiente para los asistentes.

El invitado especial de la noche como conferencista (aunque él simpáticamente se identificó como “charlatán” por considerar que lo suyo más que una conferencia era una charla), fue el coleccionista y estudioso, amén de agradable expositor, don Alberto Sánchez Morales. Muchos son los focos de interés de su colección reunida en el transcurso de toda una vida, que lo lleva a visitar a la Argentina por lo menos una vez en el año, y a veces dos. Quienes lo conocen de cerca dicen que él es el mayor coleccionista del mundo en música grabada por Alberto Basmagi Balan, nacido en Cartagena (Colombia) el 12 de abril de 1917 y conocido en el mundo artístico como Bob Toledo, que fuera cantante de la orquesta de Lucho Bermúdez. Bob Toledo estuvo radicado por un tiempo en Argentina, y falleció trágicamente en la isla de San Andrés el 21 de abril de 1974, cuando recientemente había cumplido los 57 años de edad.

Pero no fue Bob Toledo el personaje de la noche, sino el cantante colombiano Jorge David “Marfil” Monsalve Velásquez, del municipio de Liborina (Antioquia) cuya casa de la cultura lleva su nombre; quien siendo un adolescente emigró de su terruño a buscar fortuna por el ancho mundo, y después de recorrer varios países llegó a la Argentina donde se radicó y formó familia con la señora Edmee Edia Cagnoli, de la que le quedó un hijo de nombre Darío Emilio Monsalve Cagnoli, con el que Sánchez mantiene contacto de amistad; aunque tratándose de hijos de músico, como suele decirse, “faltan datos de otros municipios”. Conoce él a los dos nietos del compositor que son Leandro y Roque. Roque es un guitarrista destacado de jazz, que con sus “Gitanos Jazz Ensamble” hace giras todos los años por Europa y presenta conciertos de ese género.

Jorge David Monsalve Velásquez y Louis 
Pierre Admenad, "Dúo de Marfil y Ébano"

Jorge David se codeó con los grandes de la música popular que pasaron por esa nación, y formó varios duetos de los que mencionamos el que formó con el venezolano Louis Pierre Admenad con el nombre de “Marfil y Ébano”, nombre surgido de la circunstancia de que la piel de Monsalve era blanca como colmillo de elefante, mientras su compañero era de piel morena como la corteza del árbol africano; el que con el nombre de “Marfil y Valencia” formó con el chocoano Roberto Valencia; el que con el nombre de “Marfil y Morales” formó con el uruguayo Luis Morales; duetos ocasionales como "Marfil y Orozco" o "Marfil y Paredes"; o grupos como el de "Marfil y sus Montañeros" o el "Conjunto Tropical de Marfil". 

Hay unas curiosas confusiones con relación al nombre y a la fecha de nacimiento de Marfil, como decir lo afirmado en su blog por el Sr. Iván de J. Guzmán López:

Algunos cronistas, un poco despistados, dicen que su nombre es Jorge David y que nació el 8 de diciembre de 1919, pero lo cierto es que al tenor de su partida bautismal se lee que: En la Parroquia de Liborina, a veintinueve de agosto de mil novecientos diez y seis, yo el infrascrito –anota el Presbítero Luis M. Vásquez–, bauticé a un niño a quien se llamó David Antonio, nacido el veintisiete de este mes, hijo legítimo de Jesús Antonio Monsalve y Genoveva Velásquez”. 

Don Alberto Sánchez, que ha dedicado muchos años de su vida a hacer seguimiento del cantor, a acopiar información, y a hablar con la familia ancestral y con los descendientes de él, ha encontrado que esto no es cierto. Dice Sánchez en aclaración telefónica que: 

Yo estuve hablando con Luis Enrique Monsalve Velásquez (QEPD), un hermano de Jorge David, y él me explicó que la confusión surgió porque hubo un hermano de ellos que murió pequeño, y cuando Marfil solicitó que le enviaran la partida de nacimiento para casarse con doña Edmee Edia Cagnoli en Argentina le enviaron la del hermano fallecido, que corresponde al texto que me acabas de leer. Sucedió así, pero David Antonio es David Antonio, y Jorge David es Jorge David, nacido el 8 de diciembre de 1917, y conocido como Marfil. Esa partida es del otro”. 

Murió Jorge David “Marfil” Monsalve Velásquez en Argentina en fecha no precisada entre el 3 y el 13 de diciembre del año 1986, a los 69 años de edad.

Aparte de músico destacado como intérprete, Marfil fue un prolífico compositor cuyas canciones fueron grabadas por muchos de los más connotados intérpretes de la época. Hugo Romani, Leo Marini, Carlos Argentino Torres, Celia Cruz, Rodolfo Aycardi, la Billos Caracas Boys, y muchos otros aparecen en la lista de sus intérpretes; y canciones como “El vendedor de cocos” (Llegó el coquero, qué ricos cocos. Llegó el coquero, qué ricos son…), como “El camino del café” (Tierra mojada… tierra cansada… y el verde, el verde llama…), como el “Rock and Roll” cantado por Celia Cruz (El mambo hizo furor en Nueva York, pero el chachachá lo derrotó…), como “Los domingos” (Por eso te aconsejo que vayas a misa todos los domingos, todos los domingos…), como “Tu rica boca” (Pa´ qué la quieres, si no la enseñas a besar…), como “Cerca del Río Grande” (Tengo mi cañaveral…); como los tangos “Pregunto”, “No quiero” y “Nombrame” (con letras de Homero Manzi); o pasillos como "Si yo pudiera" están en la lista de sus composiciones.

Si yo pudiera”, pasillo de la autoría de 
Jorge David “Marfil” Monsalve Velásquez, 
interpretado por “Marfil y sus Montañeros”:
https://www.youtube.com/watch?v=JZF3tx5d8uw

En carta dirigida al locutor Carlos Alberto Mejía Saldarriaga, Marfil relacionó los diferentes seudónimos que usó en algunos momentos para el registro de su música en la Sociedad Argentina de Autores, Intérpretes, y Compositores (SADAIC): “Marfil, Jorge David, Antonio de Jesús, Leobardo, Pacho Febo, Gina Moldi, y Edmee Edia Cagnoli”. Los dos primeros eran suyos, los dos siguientes venían de dos de sus hermanos, el quinto era el apodo que de niño le tenía a su hijo Darío Emilio, el sexto era el nombre de una novia que tuvo, y el último el nombre de su esposa. De allí se desprende que cualquiera de esos nombres que aparezca en la composición de algún disco corresponde en realidad a la autoría de Marfil.

Durante su audición el expositor Alberto Sánchez mezcló ejemplos grabados de la música de Marfil, tanto en sus composiciones como en sus interpretaciones de música de otros compositores, intercalándolos con interpretaciones en vivo por parte del dueto de los hermanos “José y Josué” García, de Copacabana; y a continuación puso a disposición de los asistentes la venta de un CD con la mayoría de las canciones escuchadas, cuyos fondos donó para el sostenimiento de las actividades de la Corporación; CD que contiene títulos como “Adiós Granada” (de Rafael Callejas y Tomás Barrera), “El Camino del café”, “Cumbia de Colombia”, “Canción de otoño en primavera” (letra del poeta Rubén Darío), “Que seas feliz” (de Consuelo Velásquez), “Antes de amarte, amor, nada era mío” (letra del poeta Pablo Neruda), “Tierra colombiana”, “Mapaleando” (letra de Luisa Godfrid René), “El policía” (letra de Ignacio Burbano), “La última noche” (de Bobby Collazo y Roberto Espí), “Mi virgen negra”, “Pa´mi montuna”, “Conmigo estás”, “Calculadora”, “En vano” (letra de Ricardo Capdevilla), “Nana” (letra de Héctor Lagna Fietta), “Don nadie”, “Rock and Roll”, “Bolero” (Bolero… la noche del amor que junto a ti bailé, pues sólo fue ilusión), “Nunca es tarde”. 

Sorprende la versatilidad y variedad de los ritmos compuestos por este músico que es más conocido en otros países que en su natal Colombia, validando aquella sentencia bíblica de que “Nadie es profeta en su tierra”. Con motivo de su centenario, el expositor Alberto Sánchez está liderando la repatriación de las cenizas de Marfil a su natal Liborina, y tiene la esperanza de contar con suficiente apoyo de las autoridades de esa población, y de personas vinculadas al mundo de la música, para tal ocasión en que se espera ponerlo en un mausoleo decoroso y digno, para admiración de sus paisanos y recordación del inmenso aporte que hizo al mundo de la música popular del continente.

Habría que agregar que, aunque Marfil emigró al sur y allá echó raíces y cosechó éxitos, quedándose a vivir hasta el día de su muerte, no se olvidó de la tierra colombiana donde nació; y, para muestra, un botón: el bolero son que compuso y cantó dedicado a su Antioquia añorada, acompañado por la orquesta de Eduardo Armani. La música empieza y termina con el primer acorde del himno antioqueño, como rememoración y exaltación del espíritu patriótico que la inspiró.

Mi canción de Antioquia

El video de esta canción está ilustrado con el escudo de Antioquia que el Sr. Daniel Mesa dibujó en la primera década del siglo XX, según dato que trae Wikipedia:

… Dicho blasón pasó a ser finalmente el escudo de Antioquia en 1912, cuando fue readoptado a razón del centenario de la independencia del departamento, siendo plasmado por el señor Daniel Mesa según las instrucciones del historiador José María Mesa Jaramillo, y sirviendo de modelo para la matrona del dibujo la actriz mexicana Virginia Fábregas que se encontraba de visita en la ciudad…”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)





domingo, 6 de noviembre de 2016

177. Medellín de compras, de los toldos a los centros comerciales

–Este artículo fue publicado originalmente en el Periódico Universo Centro nro. 47, julio 29 de 2013, y puede verse en el siguiente enlace:

http://www.universocentro.com/NUMERO47/Delostoldosaloscentroscomerciales.aspx

En mi niñez había algo así como 22 departamentos, y varias intendencias y comisarías que se denominaban “territorios nacionales”. Antes de yo nacer, un tío que se había ido para el Meta y radicado en Villavicencio, que quedaba por allá en la selva, regresó a Medellín tuberculoso para internarse en el Hospital de la María en el barrio Castilla, en el noroccidente de la ciudad, donde murió por los días en que inauguraban el Cementerio Universal cercano a ese hospital. Su tumba estuvo marcada con el #3 y se la llevó el ensanche por falta de dolientes porque mi abuela Valentina Restrepo, y sus otros hijos, vivían en el barrio Buenos Aires en el extremo oriental, y eso quedaba muy lejos para estar visitando sus restos. No lo incineraron, porque en ese entonces no había hornos de cremación; pero tampoco lo enterraron en el Cementerio de San Lorenzo, el de los pobres, porque no era cuestión de pasear un cadáver infectado con el bacilo de Koch esparciendo contaminación por todos lados.

Valentina Restrepo, mujer pobre, provenía de los Restrepo ricos. Todos los Restrepo, incluidos los descendientes de esclavos que tomaron el apellido de sus amos, debían su “estirpe” al extremeño don Alonso López de Restrepo Méndez que, siendo muy joven, llegó en 1646 a América y se radicó con su primo Marcos López de Restrepo Águila en el Valle de Aburrá, donde en 1675 ya eran personajes distinguidos e influyentes cuando la regente española doña Mariana de Austria la declaró “Villa de Medellín”. ¿Por qué Alonso y Marcos López de Restrepo, par de jóvenes aventureros, se radicaron aquí y no en Santa Fe de Antioquia? Porque eran pobres. No tan pobres que no tuvieran con qué comprar un pedazo de tierra, pero sí pobres como para no poder comprarlo cerca del poblado donde estaba la civilización. Entre su terruño y el poblado central había un trecho que debían recorrer en mula por una trocha, y tardaban su buen tiempo y no la hora y cuarto que se tarda un automóvil hoy en día por la vía del túnel de occidente. No sé cuánto tiempo gastaban en ese recorrido en mula para ir a comprar las cosas de mercado que no se conseguían en su finca, pero sé que de Santa Bárbara a Medellín, dos siglos después:

Los arrieros en el siglo XIX se gastaban seis jornadas madrugando desde las 4 am. y parando después de las 6 pm.;  y eran muchas leguas de camino a pie, con mulas cargadas y ajustando cabezales, sobrecinchas, enjalmas, pretales, baticolas, reatas, y retrancos, que no es lo mismo que viajar sin estorbos.  Una legua, con sus 5.572 metros, está más cerca de las tres millas que son 5.556, que de los seis kilómetros.  Pero ellos no medían la distancia por leguas sino por “tabacos de camino”, es decir el recorrido mientras fumaban un tabaco; y eso varía, porque los dos eran buenos para fumar. Todos no andaban al mismo ritmo, ni todos los días estaba el palo pa´ cucharas.  Eso desde Santa Bárbara, porque otras veces venían de Manizales y vaya a saberse cuánto tardaban”.

Dos siglos después de la llegada de los Restrepo al Valle de Aburrá, Medellín ya era una aldea recién convertida en ciudad, y los habitantes no tenían necesidad de ir hasta Santa Fe de Antioquia para hacer mercado porque aquí se conseguía de todo lo que podía conseguirse por esos días. ¿En dónde? En los toldos del mercado como en cualquier caserío que se respete. 

Mercado de toldos en la plaza del 
municipio de San Vicente en Antioquia

Hasta 1891 los toldos del mercado estuvieron situados en la plaza mayor de la Candelaria, o sea en el Parque de Berrío, hasta que don Rafael, casado con una sobrina de don José María Uribe Restrepo, el suegro de don Carlos Coriolano Amador, construyó la Plaza de Rafael Flórez en donde no vendían flores por la sencilla razón de que en ese tiempo las flores se cultivaban silvestres en los patios de las casas. “¿Comprar flores? Pa´ qué”. Esa fue la plaza o mercado cubierto por antonomasia hasta que en 1894 su pariente político, don Coroliano, encargó al arquitecto Charles Carré la construcción de la Plaza de Mercado de Amador en Guayaquil, y relegó la de Flórez a la categoría de “placita”. 

Ochenta años le duró el reinado a la plaza de Guayaquil y fueron dos incendios los que dieron la estocada final que desplazó a los vendedores y compradores hacia las plazas mayorista de Guayabal y minorista de San Benito. Hasta ese momento todos los habitantes de la ciudad iban al centro a hacer mercado y compras en los almacenes situados entre el Parque de Berrío y la Estación Cisneros del Ferrocarril. 

Para ese entonces, algunas de las que habían sido fincas se habían dividido en lotes entregados en propiedad a los herederos. Los mayores, recibiendo los lotes del frente, dando a la calle; y los menores, recibiendo lotes en el interior, alejados de la calle. Allí construyeron sus viviendas, pero se idearon un corredor que les diera acceso a la calle por una puerta común, corredor que recorrían hacia un patio en cuyo interior se abrían en abanico las entradas a varias viviendas que en algún momento fueron alquiladas a otros y se convirtieron, a su vez, en “casas de inquilinato”. Ese tipo de construcciones, que en Argentina fueron denominadas “conventillos” y en México "casas de vecindad", para nosotros se convirtieron en “pasajes”. 

El concepto de pasaje, aplicado al comercio, apareció en los años sesenta. El terreno de lo que quizás haya sido una amplia casa, como muchas, con solar al fondo capaz de albergar vacas, animales de corral, caballeriza y cochera; fue loteado y construido en locales comerciales con dos puertas de acceso comunes a todos ellos, una por Junín, y otra por Maracaibo. Varios comerciantes se quebraron en ese lugar antes de que la ciudad desarrollara la cultura de recorrer ese tipo de establecimientos para hacer sus compras, al punto que algunos  denominaron al pasaje Junín-Maracaibo “el túnel de la quiebra”, tomando el nombre del túnel que daba paso al ferrocarril de Puerto Berrío. 

Mucho tardaron esos negocios en volverse rentables y fue ese nuestro primer centro comercial aunque no cumpliera con los parámetros que hoy aplicamos para tal denominación. Para merecer el nombre de centro comercial tuvo que unirse con los que fueron construidos posteriormente en lo que era el Club Unión. 

En 1972 se construyó el que tal vez fue el primer centro comercial de Colombia: el Centro Comercial San Diego. Hoy en día un local allí vale una millonada, pero por entonces muchos comerciantes perdieron sus ahorros mientras la gente adquiría la costumbre de comprar en ese tipo de negocios; gente que todavía viajaba al puerto libre de impuestos que era la isla de San Andrés con el propósito de broncearse y traer un equipaje compuesto por electrodomésticos y otros artículos comprados a bajo precio.

Entonces hicieron su aparición los llamados Sanandresitos que los contrabandistas establecieron para ofrecer las gangas de San Andrés sin necesidad de viaje. Los Sanandresitos proliferaron y muchas casas y locales comerciales de Guayaquil fueron subdivididas y acondicionadas con locales más pequeños que se unieron, de manera informal, por pasadizos y puertas de acceso, para conformar lo que hoy en día se conoce como “El Hueco”, que viene a ser no uno sino muchos huecos. Dicen los que saben que allí se consigue de todo y muchas señoras de postín hacen sus compras en esos puestos porque según sus cuentas obtienen un ahorro considerable, aunque no todo el mundo se le mide a ese sistema de compras abigarradas. Mientras tanto, el Centro Comercial San Diego adquirió vuelo como lugar de compras para quienes preferían pagar un poco más por la comodidad en el tránsito por las vitrinas y la facilidad de sentarse a descansar. La idea que convertía las compras o el simple vitrineo en un plan familiar y un ritual social comenzaba a consolidarse.

Fue ese el momento en que surgió el concepto actual de lo que es un centro comercial. Alguien calculaba, no sé con qué bases, que en realidad son más de 250 en Medellín; pero la cifra oficial según Fenalco es que tiene 50 centros afiliados. Bajar al centro de la ciudad dejó de ser una costumbre y una obligación, ahora el centro comercial es el santuario de peregrinaje para muchos medellinenses, donde no sólo se va de compras sino a comer, a lolear, a afilar el ojo y las ganas. 

Naturalmente lolear viene de Lola, que quizás fue alguna señora de esas que mucho miran y por todo preguntan pero, a la hora de la verdad, no compran nada. Ese apodo debió ser puesto por las vendedoras de los almacenes que también se inventaron el apellido de la familia Miranda para los que miran y miran sin comprar. Aunque, también se me ocurre, lo de lolear pudo venir de las jovencitas atractivas y sexis, como la Lolita de Nabokov, que se pasean por los centros comerciales. Porque los centros comerciales son también pasarela de modas y sustitutos de los bazares parroquiales y las procesiones de Semana Santa a los que los muchachos de mi época íbamos a conseguir novia. Hay que ir al Tesoro, a Oviedo, al Santa Fe, a Unicentro, a Los Molinos, para ver la pléyade de estrellitas criollas que parecen sacadas de portadas de revista. Los comerciantes opinan que el loleo es un gancho y que, detrás del loleo, viene la venta. “Los loleadores lo mínimo que compran es un helado y un cucurucho de crispetas o palomitas de maíz”.

Es curioso ver cómo algunos terrenos cambian de vocación. Lo que fueron grandes teatros para exhibición de películas, se han convertido en lugares de oración para las sectas evangélicas. Los espacios de la silletería fueron reemplazados por sillas plásticas Rímax, fáciles de apilar; y lo que fue el telón de proyecciones se ha convertido en el púlpito de los pastores que predican la conversión. 

Así mismo, varios centros comerciales y almacenes de grandes superficies han sido construidos en lo que anteriormente eran fábricas textileras como Tejicóndor, que hoy alberga a Makro, a Carrefour, y a Home Center; como Fatelares, frente a la Plaza de Mercado Minoritaria, donde acaba de construirse un nuevo centro; como Vicuña, donde se construyó el de Los Molinos; y como Everfit, en donde acaba de construirse el Centro Comercial Florida.

Los Molinos, en el terreno que ocupó la desaparecida fábrica de textiles Vicuña, fue un centro comercial que marcó otra revolución. Hasta ese momento, los centros comerciales se construían en lugares estratégicos donde pudiera llegar la gente de altos ingresos que era la que solía comprar en ellos. Los Molinos quedaba lejos de las viviendas de altos estratos y estaba más próximo a los barrios de Las Mercedes y Las Violetas que a Laureles. En Laureles estaba Unicentro, ¿para qué caminar más? Pero se construyó sin estrecheces ni economías, con el propósito de hacerlo más que un lugar de compras un sitio agradable de paseo, un punto de encuentro, y arrancó de una. Desde un principio sus comerciantes mordieron el éxito, y esto marcó una pauta. 

El concepto pegó, y acaba de inaugurarse el Centro Comercial Florida en donde era la fábrica de Everfit, lejos de las viviendas de estrato 6. ¿Qué hace un centro comercial moderno en ese lugar? ¡Llenar un vacío! La populosa concentración poblacional del noroccidente ya no tiene que recorrer media ciudad para pasar la tarde en un lugar agradable, y está empezando a colmar los comercios de un centro construido con gusto arquitectónico y variedad de servicios. Se está convirtiendo en lugar de moda para el loleo, y la gente va allí a desayunar, a tomar el algo o refrigerio, a cine, a ver a otros y a dejarse ver.

Unicentro Bogotá, escaleras eléctricas

En las ciudades intermedias los centros comerciales se han convertido en una especie de graduación citadina. Y los pueblos olvidan el marco de la plaza cuando levantan su Multiplex. En las grandes ciudades es la forma como la clase media recién conformada puede sentirse un rato en el escenario de los grandes comerciales de televisión. 

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)