domingo, 12 de mayo de 2019

264. Herencia musical colombiana -Cultura musical en blanco y negro - Entre lo afro y lo euro

–Reseña de lecturas–

EN AMÉRICA SE JUNTAN EUROPA Y ÁFRICA

Aunque el asunto que me ocupa es la música, para el caso es inevitable dar una mirada desde el punto de vista del racismo; y quizás, también, desde el punto de vista de la política; entendida por esta las polarizaciones de extrema derecha vs. extrema izquierda, de una parte; y del Estado vs. pueblo-pueblo, de la otra. Y viceversa, claro. Para entender esto del pueblo-pueblo hay que remitirse a la opinión de muchos que consideran que el Estado, o sea el Establecimiento, siempre ha estado del lado de los más poderosos económicamente.

Empecemos por hablar tangencialmente de esta última, porque mientras estoy leyendo los materiales que me condujeron a abordarlo voy escuchando noticias sobre mingas y paros cívicos indígenas en el departamento del Cauca, con cierre de vías y quema de vehículos y muertos y oficiales militares secuestrorretenidos y “cositas de esas” que se acostumbran para establecer un pulso de quién manda a quién, y quién manda aquí y ahora.

Resulta ser que los nombres de los poblados que encuentro mencionados en los libros de música que he venido leyendo son… los mismos que se mencionan en las noticias departamentales caucanas. No todos, claro, pero sí muchos. Las noticias mencionan a Santander de Quilichao, El Tambo, Suárez, Buenos Aires, Calibío, Cajibío, Caloto, Timbío, Morales, Timbiquí; creo que también oí mencionar a Quilcacé, La Alianza, Mercaderes, en fin. Tanto los músicos como los noticiosos se mueven por los mismos caminos caucanos, y caucanos son los violinistas afrodescendientes estudiados por los sociólogos Germán Patiño Ossa (profesor de la Universidad del Valle) y Paloma Muñoz Ñáñez (profesora de la Universidad del Cauca). Esos violinistas nativos tocan sus violines y su música en medio de conflictos armados. Mirando las fotografías se da uno cuenta de que son personas humildes y sencillas, y que de ninguna manera son adineradas. Eso se ve en sus caras. Dice la Dra. Paloma, en texto que reseñaré luego, que (Paloma, pág. 27 y 37):

“Comencé y me dediqué a adelantar mi trabajo de campo en el Tambo Sur, en el corregimiento de Quilcacé, en las veredas de Pueblo Nuevo, La Banda, y La Alianza. En el Tambo establecí relaciones de contacto y acercamiento con los músicos, rezanderas o cantaoras, y demás pobladores afrodescendientes de esta región… pero en el proceso de trabajo de campo las condiciones de orden público se agudizaron con la presencia de grupos armados, y la intimidación que me hicieron los mineros ilegales me llevó a tomar la triste decisión de retirarme de ese lugar… La irrupción de la fuerza de la violencia en el lugar en esas tramas de miedo, y el salvaguardar la vida, me obligaron a moverme nuevamente en la búsqueda de relacionar el trabajo con otros lugares… Sin desconocer que el conflicto armado, los actos de violencia, la minería ilegal a cielo abierto, eran similares en cualquier lugar… pero en esos momentos en el Tambo era demasiada aguda la situación de enfrentamientos militares, y la deforestación y daño de las cuencas hidrográficas por el extractivismo del oro, y la explotación de mano de obra de hombres, mujeres, y niños afrodescendientes, por parte de empresas nacionales respaldadas por la guerrilla debido al impuesto revolucionario denominado vacuna extorsiva con el pretexto de “contribuir con el deber a la lucha por la liberación de la patria”… La etnografía en colaboración se puede adelantar siempre y cuando haya unas condiciones posibles de garantías políticas, porque en medio del entramado de formas de dominación y explotación es muy difícil hacerlo, ya que ahí permanecen en la actualidad unas violencias con las que cohabitan la comunidad y estas fuerzas de la guerra, en un espacio-tiempo paradójico por la exclusión de los afrodescendientes… que persisten soterradamente en este nuevo orden social postcolonial diferenciador constitutivo de la hegemonía nacional, y por eso los proyectos se mueven en una vulnerabilidad social, política, y de seguridad en tensión. “…Haciendo música es lo que nos salva”, comentó Maximino Carabalí, violinista y luthier de la Banda de Quilcacé en El Tambo Sur; pues, por esa situación de violencia social armada y generalizada en los campos del Cauca y del país, Maximino terminó siendo desplazado por doce años; y tan solo a mediados de 2012 regresó a su territorio”.

Maximino regresó en el 2012 al territorio del que había sido desplazado en el 2000, pero estamos llegando al 2020 y las noticias se siguen ocupando de los disturbios sociopolíticos en esa zona, con afrodescendientes en medio del conflicto tratando de pasar de agache esa situación. El siglo XXI se inicia con dos décadas de guerra abierta o soterrada, pero igualmente guerra.

Dice el escritor y literato Harold Muñoz en la revista Arcadia reseñada más abajo que (Arcadia, pág. 12):

“La voz de la cantaora Nidia Góngora maduró en un pueblo que ya no es el de antes, en donde no había televisión, no había violencia, ni había el daño ambiental que trajo con los años la explotación del oro y de la coca… explotaciones que llenaron el río Timbiquí de tierra, de químicos, de muertos… Sin embargo, a pesar de toda la vida que se reúne a su alrededor, el río está agonizando. Hace ya años que la minería que trajeron los paisas, como llaman a los blancos en Timbiquí, comenzó a manchar el agua cristalina. A diferencia de la minería artesanal, que como la música ha sido una práctica tradicional en la región, la minería ilegal utiliza maquinaria pesada y mercurio, lo que explica el color marrón del agua y la distancia que la gente, rascándose la piel por la piquiña, ha venido tomando del río…”. 

Como paisa, me siento extrañado de leer que en esa región llaman paisas a todos los blancos, vengan de donde vinieren; y, vea usted qué cosa tan curiosa, ante esta afirmación yo ¡Me siento discriminado!

Y discriminados se sienten los afrodescendientes de la región del Patía en el Cauca por parte de sus vecinos de coloración blanca; por parte de los blancos de Popayán, la capital del departamento; por parte de los blancos de Cali, la capital del departamento vecino; por parte de los blancos de Bogotá, la capital del país. Ellos son, y se sienten, discriminados; como fue en un principio, y por los siglos de los siglos lo es ahora, y ¿Siempre? ¿Será que estamos hablando de una situación irreversible?

Ahora se le dice pedagogía, pero en los días de mi niñez se le decía puericultura. Pueri, por lo de niños; y cultura, por lo que es algo cultivable, moldeable, de enseñanza y aprendizaje. La cultura, cualquiera que ella sea, siempre es producto de un trabajo de inteligente elaboración civilizada; que se contrapone a lo silvestre, lo salvaje, lo instintivo, lo bárbaro… desde el punto de vista del que cultiva.

Así es que cualquier cultura que haya sido educada para la intolerancia, el irrespeto, y la discriminación por lo divergente; puede ser reeducada para la tolerancia, el respeto, y la aceptación de lo diverso.

Se dice que la violencia genera más violencia, y por extensión puede decirse que el racismo genera más racismo. Diana Isabel Duque Muñoz de Medellín, en su libro “Belén Rincón bajo el concreto”, cuenta sobre la comunidad afro asentada en el barrio, que hace sus bailes y fiestas en donde los vecinos blancos no son bienvenidos, y sí discriminados. Igual sentí en un asentamiento de negritudes chocoanoprocedentes que es el barrio Villa Café del sector de Las Violetas en Belén, donde llegué por razones de trabajo, y la molestia por ver un blanco recorriendo sus calles se sentía pesar hostilmente en el ambiente. No sé qué pensaría mi abuelo al ver a su nieto discriminado por la piel blanca, cuando la familia de mi abuela lo discriminó a él por su piel negra. Dice el investigador chocoano Rogerio Velásquez Murillo que (Patiño, pág. 133):

“La explotación experimentada en la Colonia, y la que ahora viven Barbacoas y el Alto Chocó con los rubios de Norteamérica, son responsables del odio que siente el negro a lo que arrima de otras playas”. 

A la hora de exclusiones y discriminaciones está también, claro, la sempiterna mutua discriminación entre los pobres y los ricos, que parecieran no vivir en un mismo país sino en dos países distintos.

Resulta ser que las violencias que azotan esa región tienen motivaciones políticas y económicas que golpean a los pobladores pero no los benefician, porque a la hora de la verdad los beneficios van a parar a otros bolsillos. Le dijo una cantaora a la Dra. Paloma que tenía ganas de dejar la música y ponerse a sembrar coca “porque así por lo menos el gobierno cualquier día le paga a uno alguna cosa y le empieza a ayudar”. No anda mal encaminada, pues se ha visto que después de los paros y de las mingas los bolsillos de los líderes se llenan de ayudas que no llegan al pueblo porque, como dijo Álvaro Salom Becerra, “al pueblo nunca le toca”.

Dicen los editores en la presentación del libro “Breve Historia del Racismo” (Christian Geulen, Alianza Editorial) que:

“El racismo es una creación de la cultura y del pensamiento humanos, una forma de conducta y, por ello, un fenómeno totalmente histórico susceptible de cambiar y de adaptarse a situaciones concretas. Con independencia de las bases científicas a las que apela –muchas veces inventadas ad hoc–, Christian Geulen nos muestra que su tema fundamental es la lucha por la afirmación, valoración, pervivencia, y supremacía de comunidades percibidas como “razas”; que necesariamente se ven enfrentadas entre sí. Aunque ya en la antigüedad y en época medieval hubo grupos excluidos de la sociedad, el racismo como tal no comienza hasta la aparición del concepto “raza” y su aplicación a grupos humanos a finales del siglo XV. Esta Breve Historia del Racismo es una síntesis de las ideologías y prácticas racistas desde la expansión europea, pasando por el comercio de esclavos, hasta los contextos imperiales, nacionales, y totalitarios, de los siglos XIX y XX; mostrando de qué manera el racismo se ha ido adaptando –y sigue haciéndolo– a las circunstancias históricas”.

Y dice el autor Geulen que (Geulen, pág. 7):

“El racismo es una exageración, una postura extrema. Dondequiera que lo hallamos, estamos ante una posición unilateral y extrema frente a la realidad: imágenes propias magnificadas y, en cambio, despreciativas del “otro”; su exclusión violenta hasta la locura de la aniquilación, su sometimiento radical, un odio extremado, y una difamación exagerada del otro”.

Tanto en América, como en África, y Asia, y la misma Europa, la Historia está plagada de genocidios, de exterminios masivos del otro por causa del color de la piel, o por la religión, o por la política, o por la sangre que corre por sus venas. Es una constante, y si hay algo por lo que América recuerde la llegada de Colón es por la traída del idioma, por la importación de la religión, y por la exterminación de los indígenas. Los antiguos aborígenes habitantes del continente prácticamente han desaparecido; o bien, porque ya no existen; o bien, porque se plegaron a la cultura del conquistador. Muchos pasaron a autodenominarse mestizos, para no ser denominados como indios; y después pasaron a autoproclamarse como blancos, para no ser considerados mestizos. Todo en aras de la discriminación y el rechazo y la negativa a aceptar la diversidad de pieles, y de sangres, y de gustos, y de costumbres.

En la cultura europea se reconocen como características la fría flema inglesa, junto con la sobriedad y parquedad suizogermanas; frente a la vistosa, ostentosa, y fogosa “sangre latina”; o la exótica y extravagante sangre africana. 

Musicalmente hablando, África se asocia con el ritmo y la percusión, mientras Europa se asocia con la letra y la melodía. La armonía y la concordancia vienen a ser el tercer elemento de la música, pero este suele estar ausente muchas veces en los encuentros socioculturales de los dos continentes. En el vestir, los europeos se matriculan en lo que podríamos llamar el sobrio y gris “estilo eduardiano”, mientras los africanos aman los colores brillantes y vistosos, y las combinaciones exóticas y extravagantes –miradas desde el punto de vista europeo, claro–. América es, en general, mestiza; y en ella se amalgaman las dos grandes influencias llegadas con las carabelas de Cristóbal Colón. 

Al final del libro “Con vose de caramela”, de Germán Patiño Ossa, hay unos anexos que comienzan con el trabajo “Los problemas de la memoria musical en la conexión África-Colombia: el caso de las marimbas de la costa pacífica colombo-ecuatoriana”, del antropólogo e investigador Carlos Miñana Blasco. Habla Miñana de que (Patiño, pág. 98): 

“Algunos han sido críticos sobre las ideas de las raíces africanas, las supervivencias, las huellas; y, en concreto, sobre las conexiones construidas sobre marcos interpretativos de tipo general basados en el reduccionismo biológico (que asume un vínculo causal entre raza y cultura), el determinismo socio-sicológico (la forma de ser de los afro), el reduccionismo seudo-histórico (no basado en un trabajo histórico concienzudo), el particularismo histórico (con los conceptos de selección, retención, supervivencia, reinterpretación, sincretismo, aculturación…), el materialismo cultural (con su determinismo socio-económico y ambiental), o el difusionismo cultural (aplicando métodos históricos a materiales de campo contemporáneos de la tradición oral o de archivo y basándose en la cultura material”. 

Llama particularmente mi atención la mención socio-sicológica a la “forma de ser” de los afrodescendientes promedio, y digo promedio porque hay excepciones como la del presidente norteamericano Barak Obama y su familia que visten correcta y sobriamente “a lo europeo”, en contraste con el mundo estético africano que, tal como ya he dicho, se inclina por lo que para los europeos es vistoso, llamativo, exótico, extravagante, estrambótico, para recoger palabras que he oído usar en algún momento con referencia a algún comportamiento. Un ejemplo de esto podría ser el lugareño afrodescendiente que recorre la playa vestido de chanclas plateadas, con camisa coloreada con verdiamarillos estampados de palmeras, gigantes gafas de sol oscuras con marco dorado, y grabadora inmensa al hombro sonando a todo volumen. Esta descripción parece una caricatura, pero casos se han visto en las temporadas vacacionales. “Les Sapeurs du Congo” africanos entran en esta categoría del buen gusto… mirado desde la otra orilla. A muchos costarresidentes les molesta el modo de ser apagado, circunspecto, pausado, de la gente del interior a la que denominan cachaca; y a muchos cachacos les molesta el comportamiento costeño alegre y aspaventoso de los denominados corronchos. Son dos estilos culturales diametralmente opuestos en cuanto a gustos, y una muestra de esto tal vez la den los peinados y motilados de la clientela que sale de las barberías afro, que las hay especializadas; comparados con los que se ven a la salida de la barbería del Hotel Waldorf Astoria, por poner algún ejemplo. Trasladadas estas comparaciones a la música, pueden ponerse las composiciones de Joe Arroyo en un extremo, y poner las composiciones de Blas Emilio Atehortúa en el otro. Hay marcadas diferencias, y de ahí que los antiguos amos blancos llamaran a la bullosa música de sus esclavos africanos “un bullerengue”.

El afrodescendiente chocoano Rogerio Velásquez Murillo en su trabajo “Instrumentos musicales del alto y bajo Chocó”, anexo en el libro de Patiño, dice que (Patiño, pág. 130): 

“El negro gusta de colores fuertes y relampagueantes, de la voz alta y recia, del estruendo. Consuno con esto, emplea instrumentos como la guacharaca, el chucho, las marimbas angolenses, y las simbas cafres. Hijo del calor, busca aire libre, tablado al sol, representaciones teatrales anchurosas, algo que le fatigue mental y corporalmente, algo en donde pueda encajar su imaginación rica, fogosa, y explayada”.

AFROMÚSICA

Recientemente coincidieron un par de amigos en hablarme de la música palenquera de la afrodescendencia asentada en las costas colombianas, y eso me motivó a leer unos libros y revistas que me fueron proporcionados y cuyas impresiones de lectura trataré de compartir. Trataré, porque hay en ellos términos, descripciones, y explicaciones técnicas propios del lenguaje de académicos entendidos en asuntos musicales.  

Coincidente con mis lecturas, vi tocar y cantar y bailar a un grupo de bullerengue proveniente del municipio de Necoclí en la región de Urabá de la Costa Caribe Colombiana, denominados bullerengues estos grupos porque a los amos blancos de los esclavos negros en la época colonial les parecía que con su música ellos “hacían mucho ruido”.

Ignorante en el tema, como la mayoría de los habitantes de nuestro país, me propuse aprender algo al respecto; consciente de que mi lectura, naturalmente, puede estar plagada de imprecisiones.

ECOS DE LA VILLA, POR JUAN 
FERNANDO VELÁSQUEZ OSPINA

1 “Los ecos de la villa –la música en los periódicos y revistas de Medellín, 1886-1903”, por el Mg. Juan Fernando Velásquez Ospina en la Colección Memoria y Patrimonio de la Secretaría de Cultura Ciudadana, editado por Tragaluz Editores con el patrocinio de la Alcaldía de Medellín, 1ª edición septiembre de 2012.

Terminando de leer los otros libros reseñados, llegó a mis manos este que habla de las publicaciones que traían partituras musicales en la aldeana Medellín de finales del siglo XIX. Dice el Dr. Velásquez que (Velásquez, pág. 16-17):

“Por lo tanto, las partituras publicadas son un indicador de una forma de aprender y hacer música en la ciudad, que aunque empezaba a darse de manera incipiente tendría importantes consecuencias a futuro. Un significativo cambio en la práctica musical se debió a una notable característica de esta nueva forma de aproximarse a la música: el importante papel otorgado al alfabetismo musical, que dirigió el centro de atención del repertorio que se enseñaba a un canon de tipo europeo, de carácter tonal, y cercano al lenguaje de la música que se interpretaba en el salón, la retreta, la iglesia, y el teatro, donde predominaban la ópera y la zarzuela… se excluyeron de los incipientes procesos de enseñanza institucionalizada de la música, de una manera sistemática, repertorios asociados a la música de tradición oral… “Nos parece trivial repetir que sin saber solfear no puede haber conocimiento de lo que es la música. Se podrá ser aficionado más o menos malo, pero artista nunca. El solfeo es base obligada e ineludible para el aprendizaje de la música”.

Tres siglos después de la llegada de los conquistadores españoles con su logro de acabar con la cultura indígena, sus mestizos descendientes se empeñaban en europeizar los gustos musicales en detrimento de la cultura musical afroheredada. Se refiere el autor a un analfabetismo musical de los que no saben escribir y leer en partituras, y se considera a los músicos de oído unos músicos de segunda categoría. Sigue diciendo el autor que (Velásquez, pág. 23):

“…En la mayoría de las sociedades periféricas y en las colonias, el carácter desigual de dicho proyecto definió que sólo las élites compartieran sus beneficios… y este grupo con intereses intelectuales compartía aspiraciones culturales e intelectuales que estaban estrechamente vinculadas a imaginarios que, como el de progreso, estaban asociados con la modernidad… Dicho grupo no se limitó necesariamente a las altas capas sociales, aunque estas podían hacer parte de él… Gracias a su formación, los miembros de este grupo aspiraban a ser considerados como personas civilizadas, y ser civilizado implicaba proceder de acuerdo con unas normas y códigos de comportamiento considerados como socialmente adecuados, en oposición a otros que eran señalados como inconvenientes y fueron tildados de salvajes y bárbaros, división que obedecía a parámetros marcadamente etnocentristas y de clase que, en el caso de poblaciones como Medellín, terminaron estableciendo una diferenciación entre lo urbano y lo rural, lo culto y lo inculto”. 

En mi niñez la música se clasificaba en una escala que descendía desde el extremo culto y ciudadano superior, hasta el extremo inferior campesino y montañero. Dice el Dr. Velásquez, y pasa a citar al historiador Jorge Orlando Melo González, que (Velásquez, pág. 24):

“Una parte importante de lo que se consideraba ser culto y civilizado fue adoptada, y adaptada, de modelos europeos; especialmente aquellos llegados de Francia e Inglaterra, como lo señalan autores como Melo… la música fue vista y valorada como un importante mecanismo regulador de comportamientos, a la par que enriquecía o generaba espacios de socialización como bailes, tertulias, conciertos, y retretas, y formaba personas sensibles a la belleza que, por ende, asumían actitudes socialmente señaladas como correctas”.

Dice mucho su cita de lo dicho por un periódico de la ciudad (Velásquez, pág. 24):

“Es innegable la benéfica influencia que la música ejerce en el desenvolvimiento de la cultura social, y en la suavización de las costumbres…” 

Dice el Dr. Velásquez que (Velásquez, pág. 24):

“La suavización de costumbres implicaba no solo el gusto por lo bello, sino también una sensibilidad en el comportamiento, el cultivo del buen tono, la obediencia a la autoridad y la Ley”.

Las otras músicas eran consideradas bruscas y barbarizadoras de las costumbres (¡Ay!, la salvaje África), y por lo tanto se requería de una suavización civilizada de estilo europeo. Las élites y su elitismo eran (y siguen siendo) los supremos árbitros de la moda y el buen tono social. 

En nota al pie, cita el Dr. Velásquez a don Tulio Ospina Vásquez (Velásquez, pág. 25):

“…Por buen tono se puede entender la elegante sencillez en el comportamiento de los individuos, que se deriva de los códigos, reglas, y normas propias de las sociedades civilizadas que, al ser obedecidas, se constituyen en muestra de un mayor nivel cultural y buen gusto”.

Dice el Dr. Velásquez que (Velásquez, pág. 25):

“La idea de la música como medio para la suavización de las costumbres también ejerció una considerable influencia en otras ciudades colombianas, permitiendo que fuera aceptada en diversas regiones del país como un importante medio para que las poblaciones urbanas salieran del barbarismo y el salvajismo, es decir, se trataba a la música como un eficaz mecanismo para culturizar y civilizar…”.

Más tarde agrega que (Velásquez, pág. 26):

“Resulta pertinente observar cómo el concepto de cultura sólo se asociaba a grupos poblacionales específicos dentro de la población de la ciudad. Se trataba de aquellos que, gracias a su origen o educación, habían adquirido unas costumbres que eran asimiladas de modelos europeos…”.

Entre las noticias encontradas por el Dr. Velásquez en los periódicos de la época (Velásquez, pág. 36) está la visita a Medellín del violinista de cámara cubano Claudio Brindis de Salas, que era un afrodescendiente de piel oscura, interpretando cuatro conciertos de música europea junto al pianista paisapayanés Gonzalo Vidal Pacheco. 

Éste, su padre Pedro, su tío Francisco, y José Viteri Paz, fueron músicos payaneses de piel clara y música blanca que a finales del siglo XIX emigraron a Medellín (Velásquez, pág. 44-45) donde echaron raíces y ejercieron influencia decisiva en la enseñanza de la música en esta ciudad.

SEXTETOS AFROCOLOMBIANOS

2 “Sextetos afrocolombianos –Expedición fotográfica y testimonial al interior de los sextetos”, libro publicado por Editorial la Iguana Ciega en 1ª Edición de junio de 2006. Trabajo efectuado por Samuel Minski como director, los investigadores Claudia Patricia Ríos C. y Adlai Stevenson S., y los fotógrafos Juan Camilo Segura y Julio Gil; con el patrocinio de la Fundación Cultural Nueva Música en coedición con el Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Barranquilla.

Este libro se enfoca en la música de los palenques de la costa caribeña. En tratándose de palenques, lo de Costa Atlántica o Costa Pacífica viene a ser una denominación geográfica, pues sus respectivas culturas son reducto de una misma herencia africana que se resistió a ser absorbida por la influencia blancoeuropea. 

La palabra “palenque” (o quilombo en el Brasil) es el nombre que le dieron los esclavos negros a sus enclaves, fugados de sus amos y remontados a la profundidad de los montes donde hacían sus precarias viviendas, las que rodeaban de cercos empalizados con palos puntiagudos con el fin de detener a los capataces y sus cuadrillas de perseguidores, que iban en su búsqueda con jaurías de perros rastreadores. La empalizada tenía el fin de detenerlos por el tiempo suficiente para que los rebeldes cimarrones recogieran sus cosas y huyeran por la ruta de escape que tenían preparada. 

Con el tiempo, y por extensión, se empezó a llamar palenque a toda concentración de viviendas de habitantes de raza predominantemente negra asentada en medio de territorios de habitantes de piel clara. De ahí que en Medellín se hable “del Palenque del barrio Robledo”, del “Palenque del barrio La América”, del “Palenque del barrio Belén Rincón”, del “Palenque del barrio Guayabal”, o del “Palenque del barrio La Madera”, sin que estos lugares hayan sido propiamente empalizadas de rebeldes cimarrones.

REVISTA ARCADIA

3 Revista “Arcadia” nro. 154, de julio-agosto de 2018, número especial denominado “Colombia es negra”, dedicado al Festival Petronio Álvarez y la cultura del Pacífico.

Encuentro en esta revista artículos como “Don Gu, un líder cultural amenazado”, de Carolina Gutiérrez Torres; “Un viaje por los pueblos de la marimba”, por Ángel Unfried y Juan Pablo Liévano; “Las mujeres en el Pacífico”, por Yijhan Rentería; “Un perfil de Nidia Góngora”, por Harold Muñoz; “La historia del alabado”, por Catalina Villa; “Una mirada artística al alabado”, por Adriana Ciudad y C. S. Prince; “Teresa de Jesús Vente Ferrín, la poeta de Timbiquí”; “El Petronio en Fotos”, por Camilo Rozo; “La música del Pacífico”, por Manuel Sevilla; “Hip Hop en Buenaventura”, por Diana Avella; y “Gastronomía pacífica”, por Marcela Vallejo. 

Nótese que los títulos hablan de “alabados”, a lo blanco; mientras los músicos afrodescendientes hablan de “alabaos”, a lo negro; y nótese que en el lenguaje los afrodescendientes no usan la palabra negro y prefieren hacer alusión a lo afro, al igual que en Estados Unidos las palabras “nigro or black” son consideradas despectivas, y los aludidos prefieren identificarse como “afroamericans”. Estas connotaciones etimológicas están relacionadas no solo con el aspecto racial sino con el aspecto de identidad sociocultural de las respectivas comunidades. La revista en su editorial hace referencia a que:

“Al decidir usar la palabra negro y no afro en esta revista, vamos más allá de los dilemas éticos que esto todavía suscita… pero los dilemas van más allá de cuestiones exclusivamente del lenguaje… políticamente correcto”.

En este mismo sentido hace aclaración en su tesis de grado la Dra. Paloma Muñoz cuando dice que (Paloma, pág. 45):

“Es importante aclarar que en algunos apartes del texto Las Almas de los Violines Negros hablo de “negros” como una expresión afectada en el período histórico colonial, y hablo de “afrodescendientes” en el reconocimiento político contemporáneo; como resultado de la reivindicación nacional y transnacional de los movimientos afrodiaspóricos en Colombia, América Latina, y el mundo”.

Hay un artículo que habla del Hip Hop, música afromoderna de origen norteamericano que permeó la cultura universal sin distingos de raza. En contraposición, las músicas palenqueras rinden memoria a los ancestros y se han detenido en el tiempo, remitidas a la época de la Colonia.

Encontré artículos relacionados con la herencia africana asentada en el sur del país en lo correspondiente a Tumaco y la Costa Pacífica, de Buenaventura hacia abajo; o, mejor, desde el Chocó en límites con el Tapón del Darién en la frontera norte con Panamá; hasta los límites con Ecuador en la frontera sur. Particularmente importante allí es la música; y recordemos que el bambuco, el rajaleña, el currulao, el mapalé; vinieron de los lados del Patía y Barbacoas, y se extendieron al resto del país. 

Cantores o cantantes” son expresiones de blancos. Los palenqueros de la Costa Caribe se autodefinen como “cantadores y cantadoras”, mientras que en una entrevista concedida a Harold Muñoz dice, desde su piel oscura, la cantaora caucana Nidia Góngora (Nidia Sofía Góngora Bonilla) que “No soy cantante ni cantora. Soy cantaora, o sea la que canta y ora”, haciendo notar que en la cultura afrodescendiente se rinde culto a los seres queridos difuntos con el canto de los alabaos y bundes, que son una conexión entre los seres que viven en este mundo y los espíritus que viven en el más allá. La música para ellos es, pues, una forma de comunicación ultrasensorial, y cuenta ella que en Timbiquí hay un músico cuyo nombre es ya una melodía: Don Dondindo. Unos músicos que son de apellido Balanta y en su apellido ya llevan la música. Habla de que asistió a un velorio de los de allá que son con música de alabaos y francachela de trago y comilona, “llovidos como aguacero”. Dice ella que allá hasta los saludos son cantados con música:

“Adióoooooj, Calulaaata; bueeenoj díiiiiaj”. 

La música está en la cotidianidad, contó Nidia:

“Si un muchacho está aprendiendo a caminar, lo ponen a bailar. Si las mujeres se van al río a lavar ropa, lo hacen cantando. Haga lo que uno haga, siempre está ahí la música porque a todo se le pone entonación”. 

Dice Arcadia en el editorial que en la gestión para conseguir patrocinio la revista acudió a un importante empresario valluno que los recibió de manera amable y escuchó con atención la propuesta: 

“Pero en cierto momento dejó notar la brecha que había entre la cultura del Pacífico colombiano y lo que él esperaba de una publicación de la capital del país, o sea una propuesta no necesariamente vinculada con la población negra”.

Dentro de nuestro país, y aún dentro de los límites de una ciudad como Cali o Medellín (o Cartagena, o Barranquilla), hay dos orillas: la de los afrodescendientes, y la de los eurodescendientes, así la población denominada blanca sea en realidad mestiza, y la sangre europea 100% pura corresponda a un ínfimo porcentaje de la población total. En su texto el Sr. Germán Patiño Ossa (Patiño, pág. 39 y 40) cita a Isaac Holton diciendo que “… el resto de las sirvientas eran de pura raza africana, excepto un bebé que quizás tenga 3/8 de sangre blanca…”. Patiño considera complejo el cálculo de tal proporcionalidad en la sangre, pero a mi modo de ver es posible que en ese caso 3 de los 8 bisabuelos fueran de raza blanca y los otros 5 de raza africana. Antiguamente se hablaba de cuarterones y ochavones para precisar porcentajes en la procedencia de sangres y se expedían certificados de “limpieza de sangre”.

Claro que hay también alteraciones o excepciones a la norma promedia. Leí en alguna parte sobre el violinista cubano Claudio Brindis de Salas, que era negro pero tocaba música blanca de concierto; y de la cantante de soul Amy Winehouse se dijo que era una cantante blanca, con voz de negra. Son casos excepcionales.

Sigue diciendo el editorial de Arcadia sobre su encuentro con el empresario valluno, de quien es fácil presumir que pertenece a la élite o clase de lo que llaman “los blancos” (“ellos son blancos, y se entienden”, solían decir los abuelos de sangre mezclada) que:

“Le hablamos sobre nuestra idea de poner a la cantaora timbiqueña Nidia Góngora en la portada de la revista… una de las artistas de mayor influencia en el Pacífico colombiano y con mayor proyección internacional… ni esto le permitió al empresario entender por qué podía obtener ganancia o algo interesante en asociarse con el proyecto… La distancia, sentimos, entre lo que él representa y lo que Góngora encarna, en ningún momento se achicó. La despedida fue cordial, las puertas de la empresa quedaron abiertas para futuras ideas, y el hombre nos deseó mucha suerte…”.

En resumidas cuentas: “Gracias, pero no me apunto, paso”.

APROXIMACIONES A LA MÚSICA 
DEL PACÍFICO COLOMBIANO, 
POR GERMÁN PATIÑO OSSA

4 “Con vose de caramela –Aproximaciones a la música del Pacífico Colombiano”, por Germán Patiño Ossa, 1ª Edición septiembre de 2013. Editado por la Secretaría de Cultura y Turismo de la Alcaldía de Santiago de Cali.

Llamó mi atención este título que suena a la expresión “voz dulce” en italiano (Voce di caramella), pero que aquí está referida a la música de la Costa Pacífica Colombiana, y encontré la explicación en un pregón cuya letra aparece citada con onomatopéyica voz de negritud (Patiño, pág. 41):

“Vengan, vengan, 
que lo plegona la negla, 
que la negla lo plegona 
con vose de caramela”.

Al igual que en la Santería cubana derivada de la religión Yoruba africana, en la cultura afrodescendiente del Pacífico se han asimilado sincréticamente algunos santos y figuras del cristianismo traído por los europeos a América, como decir que en la cubana rezan a San Lázaro, Santa Bárbara, y San Froilán; codo a codo con Shangó, Orisha, Oshún, o Eleguá –Mi cita no es exacta sino de oído, recordando expresiones oídas en las letras de las canciones de Celina y Reutilio–. En el Pacífico colombiano se hacen celebraciones, dedicadas al Divino Niño Jesús, que se denominarían paganas bajo la óptica cristiana, llegando a juntar en el altar de festejos a dos Niños Jesús: uno de color blanco, y otro de color negro. En sus observaciones sobre esta cultura, y al igual que Paloma Muñoz en su tesis, el autor encontró muchas referencias al diablo, a los pactos con el diablo denominados empautamiento (empactamiento), y al diablo como otra divinidad que se contrapuntea con la cristiana; pero no es el suyo un Satanás, un demonio tenebroso, sino una especie de duende juguetón que se le invoca (Paloma, pág. 154) para que ayude a tener éxito en el amor, en los negocios, o en la interpretación de un instrumento. “Gracias a Dios, y a Nuestro Señor Salvador, fue el diablo el que me enseñó a tocar violín” (Paloma, pág. 163). El suyo es un cuento que se remonta a las raíces africanas, mientras que el otro se afianza en las raíces europeas. Son dos cuentos distintos. 

Encuentro que en algún momento se presenta un enfrentamiento entre dos violinistas tocadores de violines artesanales negros. De una parte, el virtuoso del poblado al que después de una noche de juerga se le aparece de madrugada un contrincante que resulta ser de su nivel y se enfrentan en una reñida pelea de violines resultando vencedor el lugareño mientras el otro, derrotado, sale despavorido (Paloma, pág. 130-131). Esta pelea es una leyenda que aparece entre los trovadores paisas cuando se dice de Salvo Ruiz o de algún otro que resultó trovando con el diablo; o en las piquerías acordeoneras de las tierras guajirovallenatas donde el duelo se realiza entre dos acordeoneros; o en los contrapunteos de los Llanos Colombovenezolanos, con un duelo entre arpistas o entre cuatreseros. Pareciera haber algún afán por derrotar al demonio en buena lid y entre acordes musicales. De todos modos, el diablo de estos afrodescendientes colombopacíficos es una especie de compadrito al que no se le teme sino que se le tiene confianza.

Cita Patiño a Monseñor Gerónimo Antonio, Obispo de Popayán, que en 1763 prohibió en Cali y Buga (Patiño, pág. 67 y 68):

“Los bailes del costrillón, zanca de cabro, bundes, y otros de esta misma clase y naturaleza… por causa de “sus acciones y movimientos insensatos y provocativos que hacen más indecentes los versos que se cantan…”. 

Y cita al historiador Alfonso Zawadsky contando que (Patiño, pág. 67 y 68):

“En 1734 en Barbacoas el fraile franciscano Francisco de Jesús Larrea hizo recogida de todas las marimbas. Le trajeron más de 30, y las hizo quemar”. 

También el afrodescendiente chocoano José Ramón Bejarano, cura párroco de Buenaventura, ya adentrado el siglo XX (Patiño, pág. 67 y 68): 

“Se dedicó con celo de mejor causa a irrumpir en los currulaos que se organizaban en barrios populares para perseguir a “los endemoniados” y amenazar con excomunión a los participantes si no detenían en el acto aquellas acciones profanatorias”.

En su análisis, el antropólogo encuentra que esto “se nos revela más como una persecución de tipo cultural, que pretende extirpar de las conciencias de los negros esclavizados su propio sentimiento de identidad”. La prohibición del obispo, que se replica de tiempo en tiempo y a principios del siglo XX hubo obispos en Argentina prohibiendo el baile de tango, y en Colombia a mediados de los años cincuenta prohibiendo el baile del mambo; son intentos por descuajar de plumazo las otras culturas, lo que en el caso de los indígenas postcoloniales se logró, y en el caso de los antiguos esclavos cimarrones y sus descendientes se esfuerza denodadamente por no desaparecer, a pesar de la impregnación de rapes, hiphopes, y reguetones, que ha invadido las almas musicales de la afrodescendencia no digamos ya en Colombia sino en el mundo.

Acerca del conjunto de artículos del Dr. Germán Patiño Ossa dice en el prólogo del libro el músico Héctor Manuel González Cabrera, profesor de la Universidad del Valle, que (Patiño, pág. 12):

“Este conjunto de artículos tiene que ver con la búsqueda de una revaloración de elementos culturales que han sido subestimados por la mirada europeizante del Establecimiento, y de no pocos de sus analistas. Los prejuicios raciales han tenido incidencia en estas concepciones que están alejadas por completo de esa otra realidad (afrodescendiente) que revelan los temas que aquí se tratan”.

Aparece aquí el propósito “europeizante” de los conquistadores de borrar las huellas de la música indígena que existió (y nótese que digo existió como referencia a un pasado remoto), y de modificar los gustos musicales de los afroesclavodescendientes que superviven en los enclaves que por extensión se denominan palenques. Ese propósito europeizante es visible cuando se compara el bambuco tal como se tocaba en la Costa Pacífica colomboecuatoriana antes del siglo XIX y el que se empezó a tocar en la región andina a comienzos del siglo XX. El uno, africanizado, estaba dotado de ritmo y percusión, de los que fue despojado; mientras el otro, europeizado, se toca con instrumentos de cuerda y se centra en la letra y la melodía. Se conocen con el mismo nombre pero, a la hora de la verdad, son dos bambucos distintos.

Cita el Dr. Patiño en nota al pie (Patiño, pág. 69) la página 42 de su trabajo “Raíces de africanía en el bambuco”, publicado por la revista “Pacífico Sur”, nro. 2, Univalle 2003, cuyo contenido encuentro interesante de consultar porque refrenda la tesis del bambuco, un remoto bambuco de la Costa Pacífica Colomboecuatoriana (incluídos San Lorenzo y Esmeraldas, en Ecuador; y Barbacoas, en Colombia); como origen del nuevo bambuco ciudadano, del bunde, del currulao, del rajaleña, del mapalé, y otros ritmos que ahora se conocen con nombres propios. Habla Patiño de:

“… El conjunto de marimba, que si bien no tuvo la dispersión del grupo de chirimía, sí nos ayuda a comprender porqué, además del gusto por esa especie de vals criollo que es el pasillo, compartimos con los ecuatorianos el apego hacia el bambuco autóctono”.

El mencionado investigador Juan Fernando Velásquez habla en su libro sobre el bambuco y el pasillo en Medellín a finales del siglo XIX, antes de la salida y el regreso de Pelón Santamarta, y resulta ser que por estos lados de la montañosa geografía andina (Velásquez, pág. 68-69):

“…Otra importante característica del repertorio estudiado consiste en la presencia considerable de pasillos, que corresponde aproximadamente al 25% del repertorio publicado, lo que indica que el pasillo era un aire popular en la ciudad de la época. Ello se confirma al recordar que este aire también se hizo presente en las retretas de la Banda. Por el contrario, llama la atención la total ausencia de bambucos en el repertorio publicado, hecho que sí sucedió en ciudades como Bogotá, donde existen referencias de bambucos publicados desde finales del siglo XIX”.

Tanto Patiño como Paloma hacen referencia a dos instrumentos afrodescendientes emparentados, pero distintos, que son la marimba de chonta (vgr. Centroamericana) y la marímbula autóctona. Ambos se tocan percutiendo unas tablillas o lengüetas que emiten un sonido agudo. Y ambos autores mencionan los tambores atabales y la palabra “chirimía” aplicada tanto a un instrumento artesanal de viento, parecido al oboe, como al músico que lo toca y al conjunto de músicos en que se toca, término que en la actualidad es aplicado a los grupos sencillos de música que denominamos “bandas de pueblo”. Las negritudes colombianas la aplican a sus grupos musicales, pero el Dr. Patiño hace referencia a que se trata de un instrumento que se tocaba en Europa entre los siglos XIII y XVII; y esto nos indica que por más que unos y otros quieran emburbujar sus culturas, el intercambio y sincretismo es inevitable.

En el libro del Dr. Germán Patiño Ossa, sección de anexos, se recoge un conversatorio bajo el título “Una historia contada a golpes de tambor” y en él se dice (Patiño, pág. 159): 

(Germán Patiño Ossa)– “La marimba africana no parece que hubiera llegado con los esclavos africanos a América. Ustedes no encuentran marimba en Cuba, por ejemplo. Tampoco existe marimba en Brasil. En Cuba lo que hay es marímbula, que es un bajo natural. Ese instrumento sí es africano. Mejor dicho, no la hay en ninguna comunidad negra afrodescendiente distinta a la del litoral Pacífico colomboecuatoriano”.

Curioso el caso de un afroasentamiento en el Valle de Aburrá, que no fue un palenque propiamente dicho, en el que se preserva la prevalencia de la raza negra con sus costumbres, y donde hay una reconocida chirimía. Se trata de la vereda San Andrés del Municipio de Girardota, cuya autenticidad y “autoctonidad”, si cabe la palabra, son reconocidas. Patiño menciona en su libro la Chirimía de Girardota.

Patiño dedica un segmento de su libro a la cocina de las negritudes o negredumbres, y entre otros platos menciona el “tamal de piangua” que se come durante la Cuaresma para guardar vigilia a lo cristiano pero contentando el estómago a lo pagano. La piangua es un pequeño molusco bivalvo de la Costa Pacífica.

Hago mención al “nuevo bambuco ciudadano” como invención para denominar al que se diferencia del bambuco viejo que antes de él era lo tradicional. Patiño recalca que los instrumentos con que se tocaban los bambucos viejos eran otros, y que la modalidad de tiple, lira, y guitarra es de los nuevos tiempos porque entre los antiguos ni siquiera se mencionaba el tiple que es el instrumento bambuquero por excelencia en la era moderna de este ritmo musical.

Sobre el tránsito del bambuco viejo hacia el nuevo bambuco dice Patiño (Patiño, pág. 87) que: 

“… En la segunda mitad del siglo XIX los propósitos modernizadores del país se tradujeron en un objetivo de las élites sociales hacia la europeización de las artes, y la música sufrió cambios importantes… Pedro Morales Pino, nacido en Cartago y educado en la mejor academia musical de la capital del país, inició la modificación del bambuco viejo (Valle) caucano, reemplazando los sonoros vientos por unos más discretos instrumentos de cuerda, y eliminando los ruidosos tambores que eran responsables de la fiesta y el desenfreno de los bailarines. Surgió así el bambuco andino de cuerdas, que semejaba música europea de cámara y que el establecimiento convertiría en la primera de las denominadas como nuestras músicas nacionales…”.

Acerca del bambuco de antes de Pelón Santamarta y Pedro Morales Pino, y el de después, cita Germán Patiño al investigador Harry C. Davidson diciendo (Patiño, pág. 50-53): 

“Cuando se empezó a usar la música de cuerdas en el siglo XIX, se le quitó al bambuco una cosa esencial: el ritmo”. 

Agrega Patiño que:

“Desde luego Davidson se refiere a la sección de percusión, pues el ritmo es elemento propio de toda música”.

Para más tarde, en nota de pie de capítulo, agregar que:

“Desde que Morales Pino anotó el bambuco en compás de ¾ en vez de 6/8, europeizándolo para usar la expresión de Ana María Ochoa, le quitó la alternancia de ritmos terciarios y binarios, y desfiguró la polirritmia que le es propia”.  

Y sigue Patiño diciendo que:

“Devolvamos al bambuco lo que perdió cuando se empezó a tocar solo con instrumentos de cuerda… La crítica de Davidson constituye un punto de vista que nos ayuda a descorrer el velo que, por más de un siglo, ha puesto ante nuestros ojos el bambuco andino de cuerdas, un bambuco que de bambuco tiene muy poco”.

Acerca del propósito desafricanizante y europeizador de la nacionalidad postcolonial (Patiño, pág. 55):

“Mientras en Bogotá los artistas y los intelectuales hacían esfuerzos, muchos de ellos cómicos y tristes, por mostrar una cara europea; y, en materia de música nacional, disfrazaban al campesino de cantante lírico –amén de prohibirle a estos músicos el uso del tambor y de los vientos de la fanfarria–, Edouard Andre se sumergió en las aldeas perdidas de Colombia y nos dejó una descripción vívida, minuciosamente documentada, de cómo se interpretaba el bambuco entre los pueblos negros del Valle del Patía hacia finales del siglo XIX. Tarea esencial si se quería comprender la originalidad y el carácter creativo de nuestra música, asunto que nunca le interesó a personajes como Pedro Morales Pino y Jorge Áñez Avendaño, para poner dos ejemplos relevantes…”.

Lo que confirma la tesis de que el bambuco de estudiantina que conocemos es una transformación del siglo XX, y que del siglo XIX para atrás el bambuco era otra cosa dotada del ritmo y la percusión que perdió en la transición aunque llevara el mismo nombre; y respalda la afirmación de que la cultura colombiana se europeizó con detrimento de la preservación de los componentes indígena y afrodescendiente.

Cientos de años llevan las negritudes viendo cómo los blancoaparentes tratan de europeizar las culturas musicales indígenas y afrodescendientes; y como en el primer caso prácticamente lo lograron, mientras en el segundo hay reductos que se resisten a desaparecer.

LAS ALMAS DE LOS VIOLINES NEGROS, 
POR PALOMA MUÑOZ ÑÁÑEZ

5 “Las almas de los violines negros”, tesis de grado de Paloma Muñoz para optar el título de Doctora en Antropología de la Universidad del Cauca, 2016.

La Dra. Teresa Elizabeth Muñoz Ñáñez recibió ese nombre en el bautismo pero adoptó, no sé si notarialmente, el nombre de Paloma Muñoz con el que es una reconocida profesora de la Universidad del Cauca, su Alma Mater, universidad en la que se graduó como antropóloga, y donde refrendó su título especializándose como Doctora en Antropología, con la tesis de grado titulada “Las almas de los violines negros”. 

Es este un poético título que se destaca entre la multitud de tesis de grado porque los académicos de universidad, enmarcados en disciplinas pragmáticas, no suelen ser acertados a la hora de titular, para desespero de los bibliotecarios encargados de escribir las pestañas de los libros que van a llevar a las estanterías, y de los legos que queremos legajarlos en las carpetas de nuestros computadores. 

Para no meternos con casos reales que me he encontrado en la vida moderna, pondré como ejemplo el título de uno de los capítulos de la obra “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” –que no es un título propiamente corto–, que pudo haber sido el título de toda la obra si don Miguel de Cervantes Saavedra le hubiera encargado la tarea a los tutores de tesis de grado de las universidades:

“Del buen suceso que el valeroso don Quijote de la Mancha tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordación”.

Eso fue don Miguel de Cervantes en otros tiempos, pero el libro del antropólogo Germán Patiño Ossa trae como anexo un trabajo del investigador Carlos Miñana Blasco que sirve para ilustrar el asunto de los títulos:

“Los problemas de la memoria musical en la conexión África-Colombia: el caso de las marimbas de la costa pacífica colombo-ecuatoriana”. 

Enhorabuena, pues, el alma poética de la Dra. Paloma que le permitió poner a su tesis el título “Las almas de los violines negros”, con un juego de palabras que uno entiende al leerlo porque se refiere a las almas de los negros, y así lo escribe ella sin eufemismos de política corrección, que según el querer y el imponer de los conquistadores blancos europeos “no tenían alma”; y se refiere también a los violines que las negritudes esclavas fabricaban para sí, a escondidas de los amos blanquieuropeos que no les permitían acercarse a los instrumentos traídos de El Continente, como llamaban al suyo por antonomasia porque para ellos África no era un continente sino una colonia u otra más de sus conquistas. Los esclavos fabricaban, con hacha y machete, con los rugosos dedos de sus manos, unos violines artesanales que copiaban visualmente el exterior de los violines europeos, pero sólo intuitivamente el interior; y los hacían, por lo tanto, sin alma. El alma es un trozo de madera, un palito, que se pone en el fondo de la caja de resonancia para darle sonoridad. Como los violines de los negros no tenían ese palito, no tenían alma, y por lo tanto su sonoridad era más sorda. Y porque los tocaban con arcos hechos de guadua. Y porque los encordaban con trozos de alambre de extender ropa, y cordeles templados de distinto tipo, y hasta podría decirse que los encordaban con ¡Cabuya!

Dentro de su cultura y siguiendo una tradición centenaria, estos violinistas se “empautan” (empactarse), y eso significa que hacen pacto con el diablo prometiendo el alma a cambio de adquirir virtuosismo en la interpretación de su instrumento; y las cantaoras consideran que sus cantos de alabaos son oraciones fúnebres que no pueden irrespetarse cantándolas en tarimas y presentaciones artísticas.

Los descubrimientos etnográficos y antropológicos de la Dra. Paloma en sus recorridos por entre los reductos de las comunidades negras afrodescendientes de esclavos cimarrones palenqueros, en una franja que corta transversalmente el mapa del departamento del Cauca y que consiste en el Valle del Patía, subdividido a su vez en Patía Norte y Patía Sur; franja que es denominada por ella, apropiándose de una palabra de uso en la arquitectura religiosa, como “transepto”. Hay allí también un doble sentido porque el transepto en las iglesias es un lugar por donde los fieles pueden transitar pero no estacionarse, y sirve para separar los espacios de la bancada reservada para la feligresía, el uno; y presbiterio reservado para los eclesiásticos, el otro. Transepto es, pues, otra metáfora que aplica esta antropóloga titulada; e historiadora, y etnóloga, y socióloga, y musicóloga, que también es en las actividades de la vida, actividades que ejerce con alma de poeta.

Encontró ella en sus recorridos de investigación de campo que había reductos de esclavos africanos cimarrones que se esforzaron por preservar su cultura transmitida oralmente de abuelos a nietos, de padres a hijos, reflejada en las posturas y creencias religiosas, en la música, y en otros aspectos en un doble cimarronaje: el de la huida del dominio de los amos eurodescendientes, y el del blindaje del espíritu para no dejarlo permear por las influencias de esos amos y su cultura. Muy curioso el comportamiento de dos enclaves del mismo territorio en el que los afrodescendientes del norte del Valle del Patía fabricaron sus violines con alma, mientras los del sur del mismo valle los fabricaron sin alma; así ambos toquen con ellos su música heredada con sonoridades distintas a las de la música europea; y emparentados ambos, aunque con sus propias diferencias, con la música de los palenques de la Costa Norte Colombiana. 

Esas sonoridades recuerdan a mis oídos el sonido de los violines de la música country norteamericana, y llama mi atención Eliázar Carabalí, un viejo violinista de la vereda El Palmar en Santander de Quilichao, que es orgulloso poseedor de un costoso violín de los fabricados por los Antonios, Amati o Stradivarius, en Cremona, Italia, durante la época de oro de los luthiers de esa región. Él lo denomina como Stradivarius, aunque es de otro fabricante, y lo toca con sonoridad country. “Ese concepto de violines desafinados”, dice la Dra. Paloma (Paloma, pág. 200), “tiene una carga valorativa despectiva, cimentada en una educación musical estandarizada desde Europa como una razón científica de la música civilizada”.

Habla ella de un “bambuco negro” y de un “bambuco monstruo” entre las variedades interpretadas por estos músicos con sus violines, músicos empíricos, de oído, cuyos conocimientos se transmiten de abuelos a nietos y de padres a hijos por vía oral. No hay academias de enseñanza, y un entrevistado habló de que “pu´acá nadie enseña la música”, porque se aprende viendo y oyendo a los demás. Consideran estos músicos entrevistados por ella que “el violín es personal, como el alma, y no se presta sino que se carga a todos lados” (Paloma, pág. 204)… “La música nace con uno. Hay quien nace músico, y hay quien se hace músico, pero muchos nacen sin entendedera musical” (Paloma, pág. 204)… “Para mí la música es algo espiritual, prácticamente la vida, porque es algo que uno lleva en el corazón” (Paloma, pág. 204)…

Luis Edel Carabalí le dijo a la Dra. Paloma que (Paloma, pág. 202):

“Acá tocamos de oído como se dice, o sea empíricos sin partitura, a nuestro estilo, porque nos gusta y porque la escuchamos de nuestros antepasados y creo que nacimos músicos y por eso seguimos con esa tradición. Nosotros aprendimos en violines de guadua hechos por nosotros mismos, porque nos gustaba mucho el violín ya sea en guadua o en lata. Lo que encontrábamos lo volvíamos violín y trasquilábamos la cola del pobre caballito para quitarle la crin y hacer el arco”.

Llama mi atención que la Dra. Paloma Muñoz trae en su tesis (Paloma, pág. 217) una copla de denuncia del norte del Cauca, perteneciente a una juga o ritmo ancestral de los patianos de la costa pacífica, que dice:

“En los años 1600, 
mi abuelo a mí me enseñó… 
En los años 1600, 
mi abuelo a mí me enseñó…
Que el agro y la minería, 
el fuerte de la región…
Que el agro y la minería, 
el fuerte de la región…
La minería y el agro, 
el fuerte de la región…
Ay, ay, ay, ay… 
La minería y el agro, 
el fuerte de la región…”.

Rebelión” es un tema de Joe Arroyo que se refiere a la vida del palenque en la costa atlántica y cuya letra dice (fragmento con letra adaptada por razones sintácticas):

“En los años 1600,
cuando el tirano mandó,
en calles de Cartagena
esta historia se vivió.

Cuando al fin llegaban esos negros
africanos, en cadenas,
besaban mi tierra.
Esclavitud perpetua,
esclavitud perpetua,
esclavitud perpetua”.

Oyendo el grupo de bullerengue de Necoclí, escuché que mientras los patianos tienen un instrumento denominado "guazá" ellos tienen también el instrumento denominado “guasá” que es el mismo y sólo cambia una letra en su grafía. Ahora, por la frase inicial y por la métrica de los versos de esta copla, puede deducirse que hay una influencia viajera entre los reductos palenqueros del sur y del norte del país, con músicas e instrumentos que a veces van y a veces vienen. 

La esclavitud entró al país por Cartagena, y desde allí se distribuyó al resto del país, y muy especialmente a Popayán que por esos días era la gobernación más importante después de Santafé de Bogotá.

Según don Ramón de Campoamor, “En este mundo traidor, / nada es verdad ni mentira. / Todo es según el color / del cristal con que se mira”. De hecho, el mundo está tan mestizado que pensar las cosas en blanco y negro no tiene sentido y hay que abrir la mente para otros matices y graduaciones de gris, para otros colores. En el asunto de los colectivos de las minorías, la diversidad que llaman, ya no son suficientes los colores del arco iris para representarlas. 

Encontró la antropóloga Muñoz (Paloma, pág. 155-156) que la conciencia del bien y del mal entre algunos de estos habitantes es relativa, porque para estos “lo malo es bueno” (Paloma, pág. 156 y 157). Robarle al blanco, por ejemplo, puede ser mirado como un “recuperar lo que era nuestro y nos fue quitado”. Trasladado esto al terreno en que “las cosas no son del dueño sino del que las necesita”, resultan disculpándose (Paloma, pág. 155) transgresiones como la del cuatrerismo o abigeato que para los demás es un delito punible pero para el abigeo puede ser una minucia excusable. El diablo puede ser un amigo, mientras el Dios de los cristianos se encuentra en el lado “de los que nos despojaron”. El colonizador blanco vendió la idea de que lo blanco es bueno y lo negro es malo, pero para esta cultura las cosas cambian y los malos son los que están en la otra orilla (Paloma, pág. 165).

Se dio el caso de que el trovador antioqueño Ñito Restrepo fuera zurdo, y su tiple fuera adaptado para ser tocado de manera zurda; pero curioso es el caso de Parménides Oliveros, un violinista zurdo patiano que la Dra. Muñoz encontró en sus investigaciones. Él se fabricó un violín artesanal adaptado a su condición, y lo suyo es más difícil por lo que a ella le explicó Juan Fernando Velásquez Ospina (Paloma, pág. 164):

“Para alguien que sea zurdo y quiera tocar el violín es complicado, porque creo que tendría que invertir las cuerdas, pero no le funcionaría tan bien si solamente hace eso porque donde descansa la barbilla, el puente, va a estar siempre al derecho. Un lutier podría hacer un violín para zurdos, pero sería muy complicado porque de todas formas el mundo musical se mueve en un mundo de diestros y el violín europeo está diseñado con esa condición”.

Si la mentonera está al revés para ellos, ¿Cómo hacen los violinistas patianos zurdos para tocar sus instrumentos? Muy sencillo: “Tocamos con el violín en el pecho; porque está cerca del corazón, y así sale mejor la música” (Paloma, pág. 192). Parménides murió y el violín lo heredó su hijo (Paloma, pág. 204) “pero como que no nació con entendedera musical”.

El mundo estético blancoeuropeo se enmarca en lo sobrio, en contraposición con el mundo estético africano inclinado por lo que para los europeos es vistoso, llamativo, exótico, extravagante. La Dra. Paloma encontró en el Cauca (Paloma, pág. 179) un contrabajo artesanal “hechizo”, como lo denominan para indicar que es hecho por ellos y no comprado en un almacén, fabricado por Juan Bautista Zúñiga para su uso, que como instalaciones de luces de árbol navideño tenía:

“Aplicaciones de bombillitos y taches de carro, y en los toques nocturnos esos bombillos emanaban unas luces de colores que encandilaban a la gente, como si fueran luces intermitentes, lo que era de gran agrado tanto para el contrabajista como para los espectadores de los eventos musicales. Esto se sale del orden estético homogéneo establecido por occidente”.

El mundo en que vivimos es de contrastes, con el blanco y el negro de un lado, con la derecha y la izquierda de otro, con ricos y pobres, con cultos e incultos, con alfabetos y analfabetas, con lo masculino y lo femenino, con la belleza y la fealdad. Nuestro mundo es un mundo de contrastes y, decían los abuelos, “el que a feo ama, bonito le parece… porque en cuestión de gustos, no hay disgustos… y por los gustos se venden los calambombos”.

Estas comunidades raciales han logrado preservar su cultura en medio de influencias y presiones de todo tipo como decir los grupos armados de uno y otro bando que los maltratan, o como decir los distintos grupos religiosos que tratan de permearlos. A la fuerte influencia de la religión católica se agregan otras y, dice la Dra. Paloma (Paloma, pág. 224), que “En el Tambo Sur, específicamente en el caserío de La Alianza, hay cuatro religiones, una por cada cuadra: la Católica, los Testigos de Jehová, la Alianza Cristiana, y la Iglesia Pentecostal”. Imagina uno cómo será eso de un caserío con cuatro cuadras y una iglesia por cuadra. Darán ganas, supongo, de regresarse uno al corazón del África ancestral.

Finalmente, dice la Dra. Muñoz (Paloma, pág. 201):

“En una revisión de la memoria histórica de los problemas y las gestas por la libertad y la igualdad en Colombia, los afrodescendientes fueron invisibles para el discurso de la Historia. Muchas voces fueron sistemáticamente acalladas por un Estado nacional homogeneizador… las prácticas musicales son tratadas taxonómicamente y folclorizadas, pues al no pertenecer al modelo ideal europeo en la clasificación, quedaban excluidas, desconocidas”.

Para refrendar el importante trabajo de la Dra. Paloma hay montados en You Tube varios videos que ayudan a los interesados a entender esas culturas y me afirman en la admiración que siento por ellos al haber logrado algo que no se percibe en las culturas indígenas y es la preservación, contra viento y marea en los embates de la colonización, de sus músicas ancestrales.

a)   Violines de Negros en el Cauca, por Paloma Muñoz Ñáñez, 2013:

https://www.youtube.com/watch?v=WzH8H8tjMNE

b)   Bambuco Patiano, Bambuco Viejo, o Bambuco Negro; por Paloma Muñoz Ñáñez en Tele Pacífico, 2003:

https://www.youtube.com/watch?v=bPGLyxOPx80

c)   Violines Negros, 2010; por Juan Carlos Díaz Giraldo:

https://www.youtube.com/watch?v=mLWJTfGBYQw

d)   La Voz de los sin Voz. Violines Negros del Cauca:

https://www.youtube.com/watch?v=gz5I-3k2LAg

Este último video fue hecho con el patrocinio de la Cancillería Argentina, y publicado el 29 de diciembre de 2014 con esta anotación:

“Durante la segunda quincena de diciembre de 2013, el programa La Voz de los sin Voz que se desarrolla en el ámbito de la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina llevó a cabo en Colombia su noveno trabajo de registro audiovisual de patrimonio inmaterial en América Latina. Este trabajo contó con la colaboración del Ministerio de Cultura de Colombia, la Pontificia Universidad Javeriana (Sede Cali), la Alcaldía de Santander de Quilichao, y la Embajada Argentina en Colombia… Este documental tiene el objetivo de visibilizar la musicalidad y los toques de violín de las comunidades afrodescendientes que habitan en los alrededores de la ciudad de Santander de Quilichao. Esta ciudad integra una región geográfica conocida como el valle del Cauca, la cual ha sido habitada desde la época de la colonia por africanos y sus descendientes. En aquellos años de conquistas, los africanos eran traídos como esclavos a la ciudad de Popayán, vía el puerto de Cartagena, y desde allí eran distribuidos y vendidos por todo el valle del Cauca para la explotación minera y el cultivo de la caña de azúcar… Con la llegada de las misiones Jesuitas a esta región se aceleró e intensificó el proceso de aculturación de los africanos y sus descendientes al cristianismo y a la cultura europea. Con el pasar de los años la práctica del catolicismo y la ejecución de violín se convirtieron en elementos centrales de su identidad cultural. Es tradición que los violines de negros del Cauca, como se acostumbra llamarlos, se ejecuten en situaciones comunitarias y/o religiosas: matrimonios, velorios, bautismos, adoraciones al niño Dios y a la Virgen María… A su vez, este documental también registra la cultura afrodescendiente de la región en su cotidianeidad, haciendo especial hincapié en los esfuerzos que realizan las agrupaciones de violines para sostener y preservar sus músicas y danzas tradicionales. Se ha registrado a varios de sus integrantes en sus actividades laborales: cultivo de la caña de azúcar, trabajos de jardinería, empresas de construcción y cultivo de piña. Esta documentación audiovisual ha otorgado especial importancia al contexto económico, social y cultural dentro del cual estas agrupaciones de violines se han gestado, para dar cuenta de que la cultura no es un campo ajeno e independiente de las demás instancias de la vida humana, sino todo lo contrario: la cultura siempre se encuentra en dialogo con las condiciones humanas de existencia”.

(Reseñas de lectura, marzo 20 de 2019)

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)

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