domingo, 21 de agosto de 2016

166. Loma de los Bernal, historia con espanto propio

En febrero de 2005 entré al taller de escritura literaria de la Biblioteca Pública Piloto, que en ese entonces funcionaba en el antiguo auditorio del 2º piso, antes de que construyeran el auditorio de la nueva Torre de la Memoria. Lo orientaba el profesor Jairo Morales Henao, pero por sus pasillos todavía podía presentirse el espíritu del escritor Manuel Mejía Vallejo que lo había orientado años atrás. 

Para llegar allá los miércoles en la tarde, los aprendices debíamos pasar por la oficina de don Miguel Escobar Calle. Tomé la costumbre de pasar a saludarlo antes de entrar al salón. Un día le llevé de regalo un ejemplar de mi libro “En Altavista se acaba Medellín” y él me preguntó que si era el barrio que queda contiguo a la Loma de los Bernal. Le dije que sí. “La Loma de los Bernal tiene una historia que todavía está por escribirse”, me dijo, y me sugirió hablar con la Sra. Olga Beatriz Bernal Londoño, de la biblioteca de la Universidad Pontificia Bolivariana, “que pertenece a la familia de los Bernal y tal vez acceda a contarte la historia que vos podés escribir”. Pensé en hacerlo, pero nunca lo hice después de que alguien me dijo que “eso es algo de lo que a los Bernal no les gusta hablar”. Lo dejé así.

De un suceso en la finca del “loco Bernal”, sin mencionarla, di cuenta en el libro sobre Altavista. Allí escribo que:

“(Una de las muchachas bonitas del barrio era)… Fátima Castrillón.  A Cayetano, su hermano, le dispararon con escopeta por adentrarse a jugar en finca ajena contigua a su barrio, a rodar con un carrito de rodillos, a comer frutas, a elevar cometas.  Los dueños consideraban que dañaba el pasto y le habían advertido, pero un muchacho de doce años no hace caso de advertencias, y para muchas personas un intruso es un intruso, sin importar su edad.  Su muerte pagó los daños que habíamos hecho todos”.  

La escritora Ana Cristina Restrepo Jiménez lo confirma… en parte: “Entonces, los paseos de olla y las barras de niños que robaban frutas de los árboles eran cuadros habituales alrededor de la Loma de los Bernal. Así permaneció hasta el auge de la construcción en los años ochenta”. 

Con el tiempo el dicen que dicen me habló de espantos en la finca de los Bernal, de entierros encontrados con custodias y ornamentos sagrados. De hostias consagradas incorruptas mientras los vestidos se deshacían por el tiempo, la humedad, y el moho. De una muchacha que sufría de ataques epilépticos y en un trance producido por el espanto de la finca había escrito cosas en sánscrito o en arameo, y no sé qué más; pero en la imposibilidad de verificar esas historias no pude meterle muela a esos escritos, excepción hecha del texto “Atravesado, como iglesia en media manga”, en el que cuento algunos dimes y diretes sin mencionar el lugar como tal ni a sus personajes, texto que insertaré en este blog el próximo domingo. 

Pensé que esa historia se iba a quedar sin escribir, pero resulta que la escribió el mismo patriarca de la finca, Dr. Pablo Bernal Restrepo, en un texto inédito que por el nombre de su casa tituló “La Colina”, y actualmente el borrador está en poder de una de sus nietas. A ese texto, de 241 páginas, tuvo acceso la escritora Ana Cristina Restrepo Jiménez, por ser amiga de niñez de Ana María Henao Bernal, y con base en él escribió ella el artículo titulado “El misterio doloroso de la Loma de los Bernal”, que aparece entre las páginas 247 a 253 del “Libro de los Barrios” del periódico Universo Centro, publicado con el patrocinio de la Alcaldía de Medellín en el año de 2015.


En primer lugar, de los datos consignados en el artículo puede deducirse que “el propietario original de esos terrenos era don Ángel Gaviria”, y que éste le vendió a su yerno Marcos Restrepo; que a su vez en 1919 le vendió 113 cuadras a su yerno Bernardo Bernal Bravo, casado con doña Julia “Vivita” Restrepo Gaviria, la madre del Dr. Pablo Bernal Restrepo. El Dr. Bernal Restrepo, que fue alcalde de Medellín en dos oportunidades, llega a ser propietario del terreno por la línea materna y contrajo matrimonio con doña Blanca Rosa Londoño Saldarriaga. Fueron padres de los Bernal Londoño, que componen la siguiente generación propietaria de la finca grande que, al ser dividida en fincas pequeñas, da origen al actual barrio de la Loma de los Bernal en la Comuna 16 de Belén, tal vez el más reciente barrio de la ciudad por estos lados.

En cuanto a la historia oral, transmitida de boca en boca, de los espantos en la finca, y del entierro de cosas sagradas halladas en ese predio; coincide poco más o menos con el testimonio irrefutable del libro escrito por el Dr. Bernal:

…El Martes Santo sacaron de la tierra un copón con 435 hostias; el Miércoles Santo, uno con 395. Cuando abrían el vaso sagrado, las formas incorruptas desprendían un agradable olor a nardos. Era hora de contarle al mundo lo que estaba pasando. Los peregrinos no tardaron en llegar. La muchedumbre invadió la casa, los tejados y las arboledas. El Jueves Santo, Juan Gonzalo descubrió una custodia con una hostia, también en perfecto estado… El relicario con las hostias fue entregado al padre Germán Montoya; ese domingo, los Bernal Londoño comulgaron con ellas. La custodia y los copones fueron a dar a la iglesia de San Benito…”.

Tal vez fuera hora de contarle al mundo lo que estaba pasando pero… no era posible mientras la historia contada no tuviera el aval de la curia diocesana que dijo que no:

…La Curia de Medellín tomó la determinación de enviar una comunicación a El Colombiano en la cual solicitaban no volver a publicar nada que tuviera referencia (sic) a los acontecimientos de La Colina…”.

Con el tiempo tal vez a los directivos de El Colombiano se les olvidó ese instructivo porque la Sra. Margarita Inés Restrepo Santamaría en un artículo escribió que:


EL COLOMBIANO 

Medellín

“…La romería comenzaba hacia las 5:00 p.m. del Jueves Santo; todos se dirigían al sector de Belén, a mirar una luz nocturna que salía de una tierra de don Pablo Bernal Restrepo; decían las malas lenguas que un sacrílego había enterrado allí una hostia que se había robado de una iglesia. Fue en los cincuenta, y se quedaron con las ganas de ver el fenómeno –cuentan Marta Elena y José María Bravo–. Romerías sin tumultos y con menos expectativas, pero con sabor a barrio, entre cafés, comidas y música, se suceden a diario…”.

A pesar de la cortina de humo que se quiso tender sobre el asunto, ya se sabe que no fue una hostia sino cientos, más de medio millar, y que las hostias milagrosamente y a pesar del tiempo transcurrido, y de las circunstancias de mala conservación, no estaban corruptas sino consumibles y exhalando olor a nardos. 

Como diría un montañero de pueblo: “Cogeme ese trompo en la uña”.

El artículo que yo hubiera podido escribir por sugerencia de don Miguel Escobar Calle se quedó en veremos, porque lo que no es pa´uno no es pa´uno, y la suerte se lo tenía destinado a la escritora Ana Cristina Restrepo Jiménez gracias a que una dama de la familia Bernal fue su amiga de niñez. "Al que le han de dar, le guardan; y si está frío, le calientan", dice la sabiduría popular. Pero dice también esta sabiduría que "A la larga todo se sabe, y por más que quieran tapar el sol con las manos la verdad sale a flote"; y esta vez la verdad salió a flote por boca de su principal protagonista, el Dr. Pablo Bernal Restrepo, que es el que da nombre a la Loma de los Bernal.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



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