PRIMERA PARTE:
EN LA BICICLETA PEDALEANDO…
Cuando se corrieron las primeras vueltas ciclísticas a Colombia, a partir del año 1951 en que se corrió la primera, las carreteras en gran medida llevaban ese nombre pero no eran tales sino que podían describirse como “trochas o caminos de herradura”, por no estar pavimentadas muchas y llenas de pedregales, y por convertirse en un polvero espeso en verano, y en un lodazal resbaloso en invierno. Eran dificultosas hasta para los camiones equipados con potentes motores y dotados de transmisión con dos ruedas adelante y cuatro atrás. Es posible que esas vueltas, que eran seguidas por el público a través de la radio, antes de que llegara la televisión, fueran inspiración para que los gobiernos y sus ministerios de Obras Públicas se esforzaran en ir pavimentando poco a poco la red vial del país, priorizando los recorridos de esa vuelta como la recién casada que barre la casa y “sacude la mugre por donde pasa la suegra”.
Estos episodios, descritos por Gabriel García Márquez en las catorce crónicas que en agosto de 1954 escribió para el periódico El Espectador sobre la vida del campeonísimo Ramón Hoyos Vallejo, son clara ilustración sobre las vicisitudes de los ciclistas que corrían en bicicleta por esos días:
“Mi primer encuentro con Efraín Forero tuvo caracteres dramáticos. Fue un duelo en el barro bajo un aguacero implacable, azotados por la granizada. Dos kilómetros más arriba de Santa Bárbara traté de borrarlo definitivamente. Pero Forero se me pegó a la rueda. Continuamos así, abriéndonos paso a través de la lluvia, el barro y el granizo; yo tratando de largarlo a la primera oportunidad, y él pegado a mi rueda, fuerte, insistente, corriendo como un sabio. En ese momento, estaba disputándole al campeón, al ídolo de las multitudes, un importante triunfo: el premio de montaña… Forero y yo nos habíamos separado del pelotón y corríamos adelante, por una carretera pedregosa y torcida, en la que lo menos grave que podía ocurrir al menor descuido era un pinchazo. No corríamos en línea recta: tratábamos de eludir las piedras, pero lo hacíamos a tal velocidad que en pocos momentos dejamos atrás los carros acompañantes. Si entonces hubiéramos sufrido un pinchazo habríamos tenido que esperar quién sabe cuántos minutos hasta cuando vinieran con los repuestos… Eran 127 kilómetros, por una carretera endemoniadamente estrecha y tortuosa. Yo estaba un poco descorazonado esa mañana, pues desconfiaba de las condiciones lamentables de la carretera. Hubo que hacer de todo en esta etapa: saltar sobre baches, echarse al hombro las bicicletas, y perder en todo eso una cantidad preciosa de tiempo y fuerza… Trece ciclistas que viajaban por el Carare se negaban a continuar adelante, por las malas condiciones en que se encontraban sus bicicletas, a causa de los pésimos caminos que había sido preciso recorrer”.
La primera Vuelta Ciclística a Colombia fue ganada por el zipaquireño Efraín “El Zipa” Forero Triviño, en ese entonces un veinteañero cuyos padres eran campesinos. En 1953 otro veinteañero de origen campesino, el marinillo Ramón “Refuego” Hoyos Vallejo, ganó la primera de sus cinco vueltas a Colombia en bicicleta, y en 1958 ganó la última. Desde entonces fue conocido como “El Pentacampeón”. Martín Emilio “Cochise” Rodríguez Gutiérrez, nacido en Medellín pero de padres campesinos, ganó cuatro vueltas en la década de los años 60, convirtiéndose así en “Tetracampeón”. Durante las décadas de 1950 y 1960, las vueltas a Colombia tuvieron más protagonistas de campo que de ciudad.
Esas dos décadas fueron dos épocas de gloria para el ciclismo antioqueño que en 1952, durante la segunda vuelta corrida, llevaron a Jorge Enrique “Mirón” Buitrago, redactor deportivo del periódico El Tiempo, a decir que los ciclistas de esta región pedaleaban hacia la cima de la montaña a trancos, como los saltamontes; según contó García Márquez en sus crónicas. El redactor deportivo quiso hacer la comparación, pero al escribir no se le vino a la cabeza la palabra saltamontes sino la palabra escarabajo, y por esta razón los ciclistas antioqueños quedaron bautizados como “Los escarabajos de la montaña”.
Para la tercera vuelta, en el año de 1953, Félix Ramírez compuso en su homenaje la letra y la música de un porro que él y Horacio Sánchez, “Los trovadores del recuerdo”, grabaron en el estilo de música parrandera. Su título fue “Los ciclistas de la Vuelta a Colombia”, grabado en el sello Lyra de Sonolux:
“La historia de Ramón Hoyos / es algo muy popular / porque es el avión Refuego, / de fama internacional… / parece que ya se acercan / los paisas en caravana: / Hoyos, Mesa, Gil, Pintado, / y el Gallo de la Montaña…”.
Aunque posteriormente vendrían otros gloriosos ciclistas de esta región, para esa ocasión el equipo paisa estaba conformado por Ramón Hoyos Vallejo, Héctor Mesa Monsalve, Pedro Nel Gil, Justo “Pintado” Londoño y Conrado “Tito” Gallo, mencionados en el disco; y Octavio “Petróleo” Echeverri, que junto con Roberto “Sastre” Cano Ramírez, Antonio Zapata Arboleda, y Reinaldo Medina, posiblemente no fueron incluidos para no dañar la métrica ni la rima de las estrofas. De haberse compuesto años después, el disco tendría que mencionar a Martín Emilio “Cochise” Rodríguez Gutiérrez, a Gabriel Halaixt Buitrago, a Juan “Pantalla” Montoya, a Francisco Luis Otálvaro, a Hernán Medina Calderón, y a varios o muchos otros que aportaron su sudor y sus lágrimas a la gloria del ciclismo nacional, incluido Rigoberto Urán que en este momento (julio de 2017) es orgullo para Colombia, Antioquia, y su natal población de Urrao por su desempeño en la vuelta ciclística de Francia. En los tiempos de Ramón y sus coequiperos, eran ciclistas que corrían contra sus competidores y contra los compañeros de equipo, porque en la precariedad de recursos eran avaros con los repuestos y elementos necesarios para una competición de largo aliento; y por los celos y envidias regionales estimulados por los periodistas que llevaron a que a Ramón Hoyos y su equipo paisa se les recibiera en Bogotá “con pétalos de piedra”, como eufemísticamente llamó alguno a los descalabros recibidos por las pedradas y botellazos que les tiraban los aficionados cundinamarqueses al coro de “Arepa no, chicha sí”; acto que fue replicado en Medellín con piedra lanzada contra Efraín “El Zipa” Forero y demás ciclistas de su región, a los coros de “Arepa sí, chicha no”. Para estos aficionados, la arepa simbolizaba la región paisa y la chicha simbolizaba la región cundinamarquesa. Por los lados del propio equipo las cosas no eran mejores, según le contó Ramón Hoyos a García Márquez, porque:
“Estaba dispuesto a llegar hasta el final de la carrera, principalmente herido por la actitud de mis compañeros de equipo, Amador Andrade y Galo Chiriboga. Lo primero que ellos hicieron, al saber que yo iba a competir, fue marcar los repuestos. Don Ramiro Mejía me había conseguido dos bicicletas en buen estado, pero teóricamente no había repuestos para mí, porque estaban marcados. Además, la camioneta acompañante tenía una orden terminante: viajar al lado del que fuera en la punta. Amador Andrade y Galo Chiriboga, como se dice, no hacían “sino tirarme raya”. Estaban dispuestos a ponerme una zancadilla al menor descuido”.
Hay un nombre que he dejado para el final de este recuento y que, naturalmente, brilla por su ausencia. Lo he hecho adrede porque él es el personaje central de este escrito. Me refiero al “Míster” Honorio Rúa Betancur, así apodado en el inicio de sus competiciones por su estatura, por el color rubio de su cabello, por los ojos claros, que le daban una apariencia de extranjero. Esta tal vez sea su característica física, porque la expresión con la que los amigos lo definen es gráfica: “Honorio, es todo un señor”. No es un hombre locuaz, sino introvertido, pero su voz es escuchada con respeto; respeto que se ganó en familia en los lejanos días de niñez campesina en San Antonio de Prado, respeto que se ganó como empleado en la fábrica de textiles Coltejer Sedeco, que fue su patrocinador ciclístico y su patrono laboral, respeto que se ha ganado en las distintas actividades de su vida social. Honorio no fue campeón de la vuelta, pero su nombre está ineludiblemente unido en el imaginario popular al de Ramón Hoyos Vallejo. Formaban una dupleta imbatible, cubierta por la antioqueña bandera blanca y verde, que competía y laboraba bajo el patrocinio de la misma empresa. Curiosamente, Honorio no llegó a la empresa por el ciclismo en el que se empezó a destacar a partir del año 1955, cuando ya llevaba laborando en ella desde el año de 1951. Solo compitió en vueltas ciclísticas hasta el año de 1959 en que dejó el ciclismo competitivo para seguir haciendo solamente ciclismo recreacional. En tan corto tiempo, se hizo a un nombre inolvidable y a una huella indeleble en el ciclismo nacional. Siguió trabajando en Coltejer hasta jubilarse en diciembre del año 1989, cuando había escalado posiciones de supervisor de salón y de Jefe de la Planta de Acabados de la fábrica de Sedeco. A estos puestos se llegaba por méritos propios que él, humildemente, minimiza; pero luego agrega, no sin un dejo de orgullo: “Aunque llegar no era fácil, sostenerse era lo más difícil”.
Honorio no fue campeón de la vuelta, pero en 1955 fue subcampeón, y fue 3º en los años de 1958 y 1959. El filatelista Bernardo González White asignó puntajes al podio de los tres primeros puestos de cada vuelta durante el siglo XX, de cuya sumatoria resulta que él es uno de los veinte ciclistas más importantes que ha tenido esta competencia en Colombia; una competencia que ha tenido competidores muy aguerridos en estas modernas épocas en que se cuenta con mejores carreteras, con máquinas más eficientes, y con mejor tecnología de las que había en aquella que podemos denominar de ciclismo a lo picapiedra.
Sobre su calidad ciclística dio fe su principal rival, Ramón Hoyos Vallejo, en las declaraciones que dio a García Márquez en la tercera de sus crónicas:
“Mientras se venera al campeón Hoyos Vallejo, ya se están barajando nombres para su sucesor. “Honorio Rúa es el hombre”, se dice. Y Hoyos está de acuerdo, pero a su manera. –Si tuvieras que dejarle el campeonato a alguien, ¿a quién escogerías? –se le preguntó”.
La respuesta que dio Ramón es un homenaje a su rival de las carreteras:
“¿Si yo no quisiera seguir siendo campeón? –preguntó a su vez, con una astucia que demuestra la seguridad de que Hoyos se siente muy seguro de sus posibilidades. Si yo no quisiera seguir en esto –continuó– se lo dejaría a… Honorio Rúa”.
“Es un honor para mí que Ramón hubiera dicho eso, porque él era un competidor aguerrido que no regalaba nada. Su temperamento era difícil”, dice Honorio.
SEGUNDA PARTE
PEDALEANDO… HACIA LA MÚSICA
LA VIDA FAMILIAR,
EL AMOR POR LA MÚSICA,
Y LA TERTULIA MUSICAL DE
AMIGOS DEL SALÓN MÁLAGA
Honorio Rúa Betancur nació el 19 de diciembre de 1934 en San Antonio de Prado, de padres campesinos, y fue el quinto de quince hijos en una época en que los hijos de las familias se contaban por docenas. Dice que “fui amiguero, pero no noviero, porque la dedicación al ciclismo y al trabajo no me dejaba tiempo para más”. Así sería, puesto que reconoce que “Llegué al matrimonio cuando ya estaba cuarentón, y me casé con la única novia que tuve y sigo teniendo”. Doña Silvia Giraldo Cadavid, con quien se casó en diciembre de 1976 al cumplir él 43 años de edad, es su principal admiradora “en todos los sentidos”, dice ella, “porque él fue buen novio, y es buen esposo. Buen jefe, buen vecino, buen amigo, buen compañero, buen ciudadano, buen padre, y buen abuelo”. Él no reprime una mirada de amor al oírla hablar así, y saca pecho orgulloso al reconocer que “también soy buen suegro, porque tengo una excelente relación con mi yerno el abogado Camilo Zapata”. Su única hija, Alejandra María, es Comunicadora; y su única nieta, Isabela, acaba de cumplir cinco años “y es la niña de mis ojos”. Doña Silvia lo mira con ojos de admiración, como diciendo que “este cuarto está lleno de trofeos de Honorio, pero mi trofeo más difícil de conquistar fue él”. Debió ser así, puesto que Gonzalo Valencia, el periodista deportivo y melómano cofundador de la Tertulia Musical de Amigos del Salón Málaga, le dijo a la periodista Ana María Londoño que: “me fastidiaba la admiración que sentían mis hermanas por el ciclista”.
DE LA BICICLETA A LA MÚSICA
Dice Honorio que “mi padre cantaba con buena voz, y daba serenatas”; y luego agrega que “mi madre también tenía buena voz, pero se reservaba para las reuniones familiares. En casa todos cantaban bien, afinados; en especial Olga, mi hermana mayor. Cuatro de mis tíos maternos eran cantantes e intérpretes de instrumentos. De ellos me viene la vena musical. Y de mi padre también, claro”. Honorio empezó a cantar en la escuela, a capela, y era escogido por sus maestros para presentarlo en los actos públicos.
Cuando dejó el ciclismo, en el año de 1959, se entró a clases de guitarra en la estudiantina que tenía la fábrica de Coltejer Sedeco. Para el año de 1970 formó un trío para participar en un concurso de la empresa. El grupo, naturalmente, se llamó “Trío Sedeco” y en él Honorio hacía la primera voz y tocaba la percusión con maracas porque “No era diestro con la guitarra. Esa destreza la adquirí después”. También hacían parte Sacramento Flórez con la segunda voz y la guitarra marcante, y Jorge Jaramillo con el tiple puntero y la 3ª voz. Ganaron el concurso, pero ese trío no duró porque “contrariamente a lo que se cree, si uno quiere ser buen músico no puede ser bohemio sino juicioso, ya que corre el riesgo de incumplir los compromisos”.
En 1979, con Jaime Bustamante Vasco, formó el dueto de “Honorio y Jaime” que duró hasta el año 2006. “Aunque nunca grabamos, estuvimos juntos treinta años. Después de eso no he vuelto a conformar otro porque un buen compañero musical equivale a un matrimonio de muy difícil reemplazo”. No volvió a formar duetos ni tríos, “pero todos los días toco la guitarra un mínimo de dos horas, porque para mí es una terapia desestresante”.
No le han grabado ninguna de sus canciones, pero teniendo la música metida en la sangre ha sido autor en letra y música de doce o catorce temas en los ritmos de bambuco, pasillo, vals, danza, corrido, guabina… y entre esos temas están los títulos “Salud, amigos”, “Bodas de plata”, “Nació una niña”, “Qué linda edad”, y otros.
Desde los 22 años, en 1956, empezó a coleccionar discos de Pedro Infante y grabaciones de música de tríos y duetos de su predilección, hasta convertirse en un coleccionista reconocido. “No tengo gran cosa”, dice con modestia, “pero lo que tengo es muy seleccionado”. Los casetes y CDs ocupan muchos cajones en los armarios del cuarto que tiene como altar a su memoria. En ese cuarto ocupan sitio las placas, trofeos, cintas, medallas, escudos, diplomas, y reconocimientos diversos recibidos en su carrera deportiva, y en sitial de honor tiene la bicicleta profesional en la que corrió las dos últimas Vueltas a Colombia, que no fue la primera en que corrió ni fue la primera que tuvo, “porque en realidad la primera que tuve fue una muy linda que vi exhibida en el almacén de don Julián Mesa en la calle Perú con la carrera Carabobo, y cuya belleza me obnubiló. Don Julián me vio tan entusiasmado con ella que, para no perder la venta, no me advirtió que era demasiado pequeña para mis 1,85 mtrs. de estatura. Lo único que hizo fue subir el galápago al máximo de su graduación, pero yo quedaba con las piernas encogidas”. El ciclista Justo “Pintado” Londoño, un hombre que también laboraba en Sedeco, dice Honorio, “vio la bicicleta en el parqueadero y preguntó por el dueño. Le mostraron mi oficina. Apenas me vio me dijo que esa bicicleta era muy pequeña para mí, y me propuso cambiármela por otra más apropiada, y dejar esa para un familiar que la estaba necesitando. Tiempo después conseguí la que está colgada en la pared”.
Esa bicicleta Monark, de las que tenían infladora de llantas y caramañola adosadas al cuadro, por la que le han ofrecido ocho millones de pesos pero no la vende porque tiene un valor sentimental incalculable, estuvo a punto de costarle la vida el 7 de abril de 1989. Desde 1959 venía haciendo ciclismo recreativo, y esa mañana fue por la carretera del Alto de Minas, en la vía que conduce a Santa Bárbara. Ya de regreso, en un solitario tramo del Ancón de la Estrella en la variante de Caldas, un hombre se le acercó con intenciones de robarle la bicicleta, mientras el otro le apuntaba con un revólver. “No sé por qué se me ocurrió pensar que el arma pudiera ser de juguete”. Honorio aceleró los pedalazos en zigzag para escapar de la amenaza, cuando sonó el primer disparo que le entró y salió por el muslo izquierdo. Algo aturdido logró seguir pedaleando con vehemencia, mientras la sangre le salía a borbotones y se oyeron otros dos disparos que no lo alcanzaron. “Afortunadamente no se me perforó la femoral, y pude llegar a la casa de Antonio Isaza, un amigo y antiguo ciclista compañero de equipo, donde me guardaron la bicicleta y me llevaron al hospital”. Puede decirse, entonces, que esa bicicleta representa su vida.
Esta bicicleta, que le trae tantos recuerdos, mandó el cuadro del Corazón de Jesús para la alcoba de matrimonio, al fondo, porque “no quiero que se sienta opacado por mis trofeos”. La primera alcoba, al lado del comedor y la sala de recibo, ha sido destinada por el ciclista y su esposa para altar de esos trofeos que recuerdan su inmensa participación en el deporte del ciclismo.
MÚSICO Y COLECCIONISTA DE MÚSICA
Más o menos del año de 1980 “me viene la amistad con Aicardo González Osorio, por la afinidad que tenemos de ser coleccionistas de música de duetos y tríos”. Con Aicardo y otros amigos se reúnen para compartir música e intercambiar discos. “En el año 2000 empezamos a encontrarnos en el Club Unión en las mañanas para hablar de música y oír rarezas, pero nos retiramos porque cuando iban siendo las doce del mediodía nos corrían porque necesitaban las mesas del restaurante para servir el almuerzo, y ponían en el equipo de sonido otras músicas”.
El 7 de marzo del año 2007 se reunió Honorio con Jairo Gómez Botero, con quien se venía citando los martes en la mañana en las instalaciones del Salón Málaga. El dueño don Gustavo Arteaga Ríos, coleccionista él también, y su hijo César Arteaga Franco que es el administrador del lugar, les brindaron su acogida y dieron apoyo a la idea que tenían de conformar un grupo de melómanos para hablar de música. Dice Honorio que:
“En principio sólo éramos Jairo y yo, pero luego se nos unieron Gonzalo Valencia, Guillermo Villa, Jaime Gómez Zapata, León García, León Ortiz, Jairo Echavarría, Joaquín Ochoa, y otros contertulios de los que antes iban al Club Unión, que fueron llegando al Málaga; también Leonia Muñoz Puerta, William Serna, Julio César Villafuerte, y otros que llegaron después. El grupo fue creciendo bajo la denominación Tertulia de Amigos del Salón Málaga, hasta llegar a ser lo que es, y me enorgullece que los amigos me hayan nombrado su presidente, labor que trato de desempeñar con seriedad y responsabilidad”.
A no dudarlo que así ha sido, agregados los factores personales de un indudable liderazgo, de una ecuanimidad y buen juicio en la moderación de los encuentros, de un respeto por las diferencias y las individualidades, que lo han caracterizado como el presidente de mesa directiva por excelencia.
La periodista Ana María Londoño Ortiz publicó el lunes 27 de febrero de 2012 en el periódico digital De la Urbe, de la Universidad de Antioquia, una crónica titulada “El caballero de las trece mesas”, acerca de Honorio Rúa Betancur y su participación como oficiante en esa misa musical que se celebra los martes en la mañana en el templo coleccionista de música de antaño que es el Salón Málaga. Dicha entrevista puede leerse en el siguiente enlace:
Bella crónica que bien habla de este caballero, y de la importante cofradía que él lidera. “Si el ciclismo marcó mis inicios en la vida pública”, dice Honorio, “la música acabará de acompañarme, hasta el final”.
Esta entrevista ha sido registrada en video por Víctor Bustamante Cañas, y puede verse en You Tube en el siguiente enlace:
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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