domingo, 23 de julio de 2017

214. William Ospina, hombre de Letras

(En septiembre 10 de 2005 asistí en EAFIT a la presentación del libro de poemas escritos por William Ospina Buitrago titulado “Poesía 1974-2004”, a quien para ese momento yo no había leído, y los siguientes textos nacieron de ese encuentro. El primero, la reseña del libro como tal; el segundo, un texto que escribí después de haber leído algunos de sus ensayos; y el tercero, una entrevista que hice a Estela García de Peláez (QEPD) y otras amigas del poeta, a raíz de la presentación de su libro de poesía. Algunos datos están en el contexto del momento en que fueron escritos, como decir que para ese entonces el Dr. José Raúl Jaramillo Restrepo era Vicerrector de la Universidad Autónoma Latinoamericana y ya está retirado, o que la trilogía de novelas iniciada con Ursúa aún no se hubiera completado y ya sí lo está).

I. SU VOZ ESTÁ EN LOS LIBROS

Los escritores reconocidos son personajes públicos: “Gabo”, “Mc. Luhan”, “Nietzsche”, “Ciorán”, en confianza, así quien los mencione no los haya leído. Preguntamos: ¿Qué has leído de él, qué es lo que más te gusta? Ponen una mirada y una sonrisa compasivas que significan “¡imposible que no lo conozcas! Todo el mundo sabe quién es”, pero no dan la respuesta que demuestra que en su caso no es mero alarde. Me ocurrió con “William”. Fui al auditorio conociéndolo apenas de oídas. “Es poeta”. “Es escritor”. “Es ensayista”. De tres cosas, no conozco ninguna. En su libro "Las auroras de sangre" él mismo lo ha dicho: "Hace poco un amigo me dijo que `Juan de Castellanos no es un desconocido, se ha escrito mucho sobre él y todo el mundo lo conoce´. Pero un autor no es conocido sólo porque se conozca su nombre y se lo mencione a veces en libros eruditos; una obra literaria no deja de ser desconocida cuando se la publica, ni cuando se la guarda en estantes, sino cuando se la valora en su belleza y en su magnitud, cuando deja de ser letra muerta que muchos conocen de oídas pero nadie lleva en su corazón". 

Dice Jaime Jaramillo Escobar que “poeta no es el que escribe versos sino el que mira el mundo con ojos de poesía”, con esa sensibilidad que en nuestros países machistas y latinos se asocia más con el lado femenino de los hombres que con las  virtudes del guerrero. ¡Cómo nos equivocamos! Nuestro país sería otra cosa si las personas estuviéramos más dispuestas a empuñar la pluma que las armas, o menos dispuestas a emplear la pluma como arma. Pero eso sólo lo entienden los poetas.

Supongo que para quien ve a un pintor tomar un lienzo en blanco y hacer algunos trazos, avanzar y corregir, pulir y enmarcar y, por último, la obra expuesta en una galería, sus sentimientos son de complicidad y de “yo vi crecer el cuadro”. Esa sería una obra de la que se ha enamorado paso a paso, viéndola progresar. Pero también supongo que quien llega a la galería y encuentra el cuadro cubierto por un paño, queda en expectativa frente a la sala en penumbras, hasta que una luz se refleje en el telón que se levanta para dejar ver la obra a unos ojos asombrados que sueltan expresiones de admiración. Supongo que a él lo baña un sentimiento de estupor y aprecio, un escalofrío, una emoción, ante la obra que conmueve y se revela por primera vez ante sus ojos. Entonces se enamora de ella con uno que podemos denominar, sin duda, como “amor a primera vista”.

En el lanzamiento del libro "Poesía 1974-2004", presentado en el Auditorio Fundadores de Eafit, he tenido la fortuna de acercarme a la obra de William Ospina de una manera diferente a la de los que han sido sus seguidores durante años. Entonces, detrás del velo que se corre, ha aparecido ante mis ojos un poeta sencillo y asequible, cordial, sin pretensiones de bajado del Olimpo, pero sobre todo, han llegado a mis oídos sus palabras, la música de unas palabras con la magia y el encanto con que brotaron de su pluma en noches inspiradas, en tardes, en días de comunión espiritual con un universo que sólo a unos privilegiados les es dado ver con mirada que va más allá de estos terrones en donde crecen las espigas de trigo, sin que muchos se conmuevan, porque las ven como un hecho natural. Sólo a los poetas les ha sido regalado ese universo y ellos, negándose a dejarlo para su solo disfrute, han abierto esa ventana para compartir, que son los versos. A vuelo de las palabras de William he visto a Adán y he sentido en su carne "la quietud de la arcilla y las manos de Dios que sobresaltan su sed sin nombre, porque lo tiene todo pero siente que algo le falta, sin comprender qué impulso lo desvela y lo lleva cuando frota su piel desnuda contra la hierba nueva" y el nombre de Eva se esconde, sin mostrarse, en las últimas rimas. A vuelo de sus palabras me he metido en el pellejo de esa mujer vieja que ahora es pescadera y cruje sus huesos en un olvidado Puerto del Pacífico, pero que antes fue joven y guerrera y cabalgó los Andes trepada en los lomos del caballo y en las espaldas de Bolívar, jinete él, jinete ella, que en amores unas veces se gana y otras se pierde, como no podía saberlo Manuelita Sáenz cuando "para su dócil desnudez, la desnudez invasora de Bolívar no preveía que ella pudiera llegar a esta cabaña olvidada de este puerto en ruinas". De su pluma me he enterado de que el gran Tolstoi, "el arrogante príncipe", fue un insensible déspota y mezquino que se negó a recibir en su lecho de muerte a lo más precioso que puede tener un hombre: la madre de sus trece hijos y la amanuense cansada que en cuarenta años transcribió a mano su copiosa obra sin que llegaran a agobiarla los decrépitos ochenta años de su tirano. Cuando uno se imagina una Condesa Sonia, elegante y orgullosa, recorriendo los salones en las fiestas del Zar, William nos desmiente contando la tragedia de la mujer, metido entre su piel, puesto que la esposa abnegada y humilde "terminó siendo lo peor de la vida" de Tolstoi por tenerla a su lado "cuando no había mujer que no deseara"; ni siquiera la hermana de la condesa, de la que el escritor estaba enamorado y Sonia reconocía "su tono de voz en aquella muchacha exquisita" de la novela que estaba obligada a copiar a medianoche, mientras el sueño de sus hijos se lo permitiera y el llanto de alguno no la obligara a interrumpir. Einstein, Apollinaire, Borges, Virginia Woolf, desfilan por las páginas de William contando sus grandezas y sus miserias. Al lado de un largo poema en verso libre, un delicado soneto en rima impecable, o una frase corta con la sobrecogedora brevedad del dinosaurio de Monterroso. Tal el caso de "Amenazas": “Te devoraré –dijo la pantera”. “Peor para ti –dijo la espada”. Ninguna palabra puesta al azar, ninguna frase de más, ninguna idea despojada de profundidad en los versos de William. Lector incansable, sus lecturas afloran en las citas de personas y personajes, de mitos y leyendas universales. Viajero, pero no de aquellos maratónicos de desayuno en Tiffanys, almuerzo en el Ritz y cena en Madrid; refleja en sus poemas el recorrido por los rincones de Europa a quiebre de alcancía, en donde descubre, al lado de una dama que no necesita hablar español para entender el lenguaje del amor, aquella fachada, aquel friso, aquella imagen que le permite contarnos otra historia de las de sus "Mil y una noches". Leer a William, y oírlo hablar, es viajar por el mundo en compañía de una moderna Scherezada y entonces, ahora, siento a este hombre, a este poeta, tan cercano, tan de uno, tan de todos.

II. WILLIAM OSPINA, UN ESCRITOR COMPROMETIDO

Cuando el poeta Jorge Rojas se enteró, por el propio escritor, de que William Ospina Buitrago había nacido en 1954 en un pueblito del Tolima, cerca de un páramo que hicieron famoso los ciclistas de la Vuelta a Colombia, hizo gala de su agudo ingenio y dijo: "Ya veo: es usted hombre de Letras". La llegada de William Ospina a la vida coronó el Páramo de Letras. Más que poeta, más que novelista, más que escritor periodístico, es su faceta de ensayista la que mejor le encuadra y el calificativo que se impone para él es el de pensador, el de analista de la realidad política y social que lo rodea. Es un escritor de ensayos que tienen profundidad de conocimientos y análisis, que lo han hecho internacionalmente reconocido y lo han convertido en uno de los escritores insignia de este país. Dice García Márquez, su amigo y admirador, que "en Estocolmo hay una silla esperándolo". Es también fino poeta con una obra importante que ha sido recogida en su libro "Poesía 1974-2004", recopilación de varios libros publicados en ese período: "Poemas tempranos, Hilo de arena, Luna del dragón, El país del viento, ¿Quién habla de Virginia Woolf caminando hacia el agua?, África, y La prisa de los árboles". Sintió alegría y ansiedad pueriles, como un niño que hace la primera comunión, cuando lanzó su novela "Ursúa" en Medellín. Decía que por fin se iba a graduar de novelista, por ser ésta su primera novela y la única publicada hasta ahora. Faltarían un libro de relatos y otro de cuentos infantiles o juveniles, para completar su incursión en todos los géneros de la literatura. Es novelista con esa sola novela histórica publicada –"Ursúa"–, de las tres que tiene en mente sobre el tema de La Conquista, donde aunó la seriedad investigativa en la recopilación de datos, con la factura poética y la recreación en el texto que hacen que, en rigor, no sea una novela de ficción –por estar basada en hechos históricos–; no sea una crónica –por recrear situaciones imaginadas cuya vivencia real no es posible testimoniar–; ni sea un documento notarial histórico, escueto, y desprovisto de la fantasía del escritor. Es un texto que reúne estos tres géneros sin que ninguno desmerezca ante el otro y, al leerlo, el lector queda a la expectativa de la publicación de los otros dos de la trilogía que el escritor anuncia: "El país de la canela" y "La serpiente sin ojos". A la novela "Ursúa" puede aplicársele lo que él escribió en "Las auroras de sangre" (Pag. 64), después de leer las 113.609 estrofas de "Elegías de varones ilustres de Indias", del padre Juan de Castellanos: 

"Es mucho más que una crónica en verso y mucho más que un relato histórico, un esfuerzo desmedido y afortunado por aprehender a América en el lenguaje y nombrarla no con el tono seco de un informe oficial, ni con el lenguaje fantasioso de un cazador de endriagos, ni con el tono probo pero incoloro de un acumulador de datos, sino con la voluntad de introducir todos esos hechos en el ritmo nuevo de la lengua, en la fluidez de una música, en un orden de belleza y de verdad". 

La novela Ursúa es a la vez historia, crónica y poesía.

En sus tareas de escribir y publicar libros de ensayos sobre las problemáticas del país y el continente; de publicar artículos en las revistas "Número, Cromos, Semana y Cambio 16"; de publicar artículos en periódicos dentro y fuera del país; ha sido puesto en la mira de sus lectores e invitado a sustentar sus tesis en entrevistas radiales y televisivas, en charlas y conferencias, en foros y cátedras universitarias, y en reuniones de intelectuales. Sus tesis que, para utilizar un lugar común, son de una “claridad meridiana”, hacen que no quepa duda de que William Ospina es un escritor comprometido con la responsabilidad de dar testimonio de su tiempo, de denunciar las situaciones sociales y políticas que vive el país, y de defender los derechos de los menos favorecidos. De ahí que yo recoja el calificativo que le han dado de que William es “un escritor comprometido” y tal vez su ensayo más difundido y el que lo matriculó en esta categoría es "¿Dónde está la franja amarilla?

Este ensayo ha sido convertido en documento de texto de bachillerato y universidades donde sus profesores de cátedra acuden a él para ilustrar dos aspectos en la formación de los estudiantes: de una parte la necesidad que tiene el hombre de no tragar entero ni memorizar textos a la antigua, sino de cuestionarse y cuestionar las situaciones que lo rodean. En esto William es un ejemplo. Y de otra, el caso específico y puntual de un país cuya bandera tricolor es de colores amarillo, azul y rojo, y se ha visto monopolizado políticamente por dos partidos que sembraron la violencia para imponer quién dominaba sobre quién, si el azul sobre el rojo o el rojo sobre el azul y se preguntó el escritor –de la misma manera como Álvaro Salom Becerra decía que "Al pueblo nunca le toca"–: "¿Dónde está la franja amarilla?", dando a entender que hay un grupo grande y creciente de ciudadanos que no quieren ser rojos ni azules y quieren tener otras opciones de pensamiento y pluralidad y que, sobre todo, el rojo y el azul no son dos colores distintos sino caras distintas de un mismo partido: el partido de los poderosos que se amangualan para golpear al pueblo.. 

Es un campesino de origen humilde, hijo de Luis Ospina e Ismenia Buitrago, cuyo primer recorrido fue salir de la parcela rural para la cabecera del pueblo de Padua, donde nació; del pueblo para la ciudad de Ibagué, capital departamental; y de Ibagué para Cali, donde estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad del Valle. Pero no se graduó. La literatura ya lo había atrapado y llevado a recorrer el país y muchos países del mundo. De hecho, vivió dos años en Europa. A diferencia de la gran mayoría de escritores que uno conoce, no es pretencioso ni se da ínfulas que lo distancien de sus admiradores. Todo lo contrario. Parece un político en campaña por su amabilidad con los que se acercan y por la disposición para firmar autógrafos en libros, en programas y folletos de sus presentaciones y hasta en servilletas de restaurante. Es un relacionista público de gran amabilidad con los medios que lo siguen para entrevistarlo y abrirle espacios de comunicación con su gente y es un hábil mercadeador de sus productos literarios que encuentran eco en editoriales, periódicos, revistas, programas de televisión. Es, por lo tanto, un hombre vigente y, después de García Márquez y Álvaro Mutis, el tercer hombre que se viene a la mente de las personas cuando se les pregunta por los escritores vivos más relevantes de nuestro país. En eso de mercadear su imagen, es seguido por otros que van aprendiendo sus métodos de sostenerse en la escena pública en todo momento. Si fuera sólo un hábil publicista que se da maña para que le publiquen dos o tres libros por año y les den publicidad, los lectores ya habrían descubierto su truco. Pero del contenido profundo de sus escritos el público se entera y en eso no hay engaño posible. La clase intelectual no traga entero y la crítica no habría vacilado en descalificarlo, si su obra no fuera consistente. 

Podría decirse de él que es un hombre sencillo por venir de abajo, pero no sería verdad. Son demasiados los hombres salidos del más humilde fondo que, al llegar a las alturas, se vuelven más altos que los altos y más pretenciosos que los pretenciosos. Carangas resucitadas los llamaban las abuelas que tenían un refrán apropiado para cada caso. No pasa eso con William Ospina que sigue siendo de trato cordial aun en los momentos en que lo agobia el cansancio. Es incapaz de ser grosero o descortés con nadie aunque, como todo personaje, es acosado por las invitaciones. 

Tendrá otros refugios regados por el mundo, supongo, pero cuando viene a Medellín y los compromisos lo abruman, y el cansancio, toma un vehículo y se pierde por los caminos de la vuelta a oriente y, en algún momento, se desaparece de la vista de los que lo tienen en la mira. Entra al Retiro y allí lo espera la casa acogedora de su amiga Estela García de Peláez que mantiene un lugar para él y lo recibe con los brazos abiertos a cualquier hora del día o de la noche porque ella es de una hospitalidad extraordinaria y siente por el poeta un cariño y una admiración muy grandes. Él le corresponde llamándola también a cualquier hora del día o de la noche desde algún lugar de Colombia o Suramérica, desde Estados Unidos o Europa, desde la India o el Japón, para leerle un poema que acaba de escribir, un ensayo, un artículo periodístico. Ella le prodiga elogios –¿A quién no le gusta recibir elogios?–, pero también le reprocha sus falencias y le hace ver sus errores. ¿Por qué no amplías esa idea?, le dice o, ¿Por qué no la reduces o la cambias? A veces él atiende sus sugerencias y a veces no. No renuncia a ser el dueño de sus textos o de su pensamiento, pero a veces le parecen pertinentes y ella siente satisfacción al ver un texto publicado que contiene alguna de sus anotaciones. Es la potestad, que concede a los más cercanos, de aportarle sus consejos y sus luces. Unos pocos en Medellín tienen ese privilegio. Estelita es una, ya lo sabemos. El vicerrector de la Universidad Autónoma Latinoamericana, Doctor José Raúl Jaramillo, es otro. La Mona, Lucía González, directora del Museo de Antioquia, es otra. Son las casas adonde se escapa cuando está cansado del trato eficiente y frío de los hoteles, o cuando lo ataca una gripa que requiere de bufandas y bebidas calientes a medianoche. En esas casas encuentra calor de hogar y lo ayudan a mantener contacto con la gente.

III. EL DON DE LA PALABRA

Media hora después de haber filado en la mesa de bufet en el comedor de un hotel y tomado toda clase de bocados apetitosos para ponerlos sobre la bandeja, recordaba las palabras de mi abuela:

"A usted le hacen más los ojos que la boca".

Incapaz de comerlo todo, dejé la mitad de lo escogido sobre la bandeja y me retiré con una sensación de llenura y arrepentimiento.

Cuando oí la propuesta de dedicar al escritor William Ospina el próximo número de la revista Papiros, de los aprendices del Taller de Escritura Literaria de Comfenalco, agregué entusiasmo a mi entusiasmo e inicié una recolección de datos ambiciosa que desbordó mi bandeja, superando con mucho las posibilidades de publicación. Acababa de asistir al lanzamiento del libro "Poesía 1974-2004" y de leerlo con la emoción del minero que encuentra un filón de oro entreverado en los terrones de algún barranco. Sabía de él como escritor, pero hasta ese momento, en su lectura, había sido un desconocido para mí. ¿Cómo hacer para tener contacto con él y obtener, quizás, una colaboración para este número de la revista? 

"Habla con sus amigas, ellas te pueden dar informes".

Fui a la residencia de una de ellas, una acogedora vivienda campestre, habitada por los espíritus de los seres más queridos de la casa. Paredes, mesas, rincones, están cubiertos de fotografías dispuestas con amor.

"Éste es mi hijo, ésta mi hija, éstas mis nietas, éstos mis abuelos, éste es William con barba, éste sin ella. En este sillón estuvo él sentado. En esa silla se sentó a escribir".

Sintiéndome entre agujas de tejer en un costurero, único entre mujeres, ansioso por arrebatarles la palabra para decirles el motivo de mi visita, descubrí que no estaba solo. Más que la de ellas, más que la mía, la presencia del poeta se presentía en la conversación. 

"Háblenme de William. Ustedes son testigos del momento creador en que algunas de sus palabras salen de la pluma y luego las vuelven a ver, impresas. Allí está el escritor, pero también el hombre".

"Podemos hablar de él, pero no escribas nuestros nombres. Él es el personaje, nosotras somos circunstanciales. Escribió él que `Aunque conozcas todas las palabras / las verás volver vírgenes / y algo nunca soñado dirá el azar con ellas. / Un sentido más dulce o más atroz, un día / tendrán en tus oídos esas voces´ (Palabras). Cuando publiques esta entrevista verás que `Nada nos pertenece. Todo sigue un oscuro rumbo. Son sueño el árbol, el castillo, la esfinge´ (Poema), o las palabras inocentes de lo que hablemos esta tarde".

"Respeto esa decisión, pero la amistad es un don y ustedes son privilegiadas de tener el regalo de su amistad".

Estando allí no sé qué agradecer más, si la oportunidad de conocer a William, a través suyo; o la de conocerlas a ellas, por causa de William. Son personas que hablan de él con entusiasmo contagioso. Conversadoras alegres, tienen datos que transmiten sin egoísmo. Me proporcionaron materiales, escritos, recortes de prensa, manuscritos. 

"Toma lo que quieras" –dijeron, como si estuviéramos frente a una mesa de bufet. 

¡Un momento!, de todo no sólo se saca una entrevista, puede escribirse un libro. El personaje da para mucho, pero no soy único colaborador de la revista. Hay más participantes tengo qué circunscribirme a los espacios asignados.

"¿Cómo lo conocieron?" –pregunté.

"Fuimos invitadas al Festival de Poesía Medellín 1998. Igual que tú, al oírlo, nos sentimos cautivadas por la magia de esas palabras desconocidas. Nos acercamos a él y descubrimos su abrumadora sencillez en el trato. Maestro, ¿qué es para usted la poesía?" –le preguntamos–.

Contestó como en su prólogo a "Hilo de arena":

"Alguna vez creía que ésta dependía de la destreza verbal, de las astucias sintácticas o de las virtudes de la hipérbole y del énfasis. Alguna vez creí, como en su tiempo los surrealistas, que la fluencia desordenada del lenguaje podía capturar los secretos profundos del espíritu. Alguna vez creí que sólo el metro riguroso y las rimas exactas podían conservar el vigor de la poesía que me parecía amenazado por las languideces de la prosa moderna. Ahora sé, ahora creo saber, que destrezas, desorden, medida y frecuencias sonoras son sólo instrumentos posibles; que ningún recurso puede ser rechazado de antemano, porque cada poema es único y merece evolucionar por caminos propios hacia su forma singular". 

Agregaron que es un conversador extraordinario, no sólo por su cultura, sino por la forma que tiene de decir las cosas. Por las palabras, por la voz, por la expresión del rostro, de las manos, y concluyeron:

"Es un histrión".

"¿Saben a quién me recuerda?" –les dije–  "A Manuel Mejía Vallejo".

Fueron amigos. William colaboraba en la revista "Cambio 16" cuando Manuel murió. "El hombre de las palabras" es un recuerdo sentido que escribió a su muerte por ser Manuel, para él, "Un hombre que dice versos a solas en la penumbra, un hombre para quien fueron hechas las palabras... que sólo resulta concebible como conversador, como juglar... un amigo personal, generoso y cercano. No sólo había en él un conversador, sino también un interlocutor. Sabía oír, y esa es la condición primera de todo novelista. Vivió para las fiestas de la amistad, y su cercanía significaba la promesa de que la noche sería bien celebrada y bien conversada".

"Como una imagen reflejada en el espejo, esas palabras se aplican perfectamente a él" –les dije.

"¿A Manuel?" –preguntaron.

"A William" –respondí.

Manuel tomaba licor, y William poco. Toma poco, pero sí trasnocha. Canta con buena voz. Don Luis, su padre, lo acompaña con guitarra; y las noches a su lado son fiestas fantasiosas. Eso en cuanto a lo terreno. En cuanto a intelectual, su mente no es la roca que deja rodar húmedas las ideas, sino la esponja que las absorbe y apropia, como también el crisol que las transforma. Sus frases ingeniosas, sus conocimientos, su capacidad de memoria, su conversación, su queridura. Es noctámbulo. Escribe de noche y vive de noche. 

"¿Es un bohemio?"

"No. No es el hombre que va de bar en bar, sino el que hace tertulia intelectual con los amigos. La poesía es sólo una de sus facetas. Dice de sus `Poemas tempranos´ que: `Harto testimonian mi indiferencia ante las modas literarias y mi conciencia de que la poesía, más que algo que buscamos, es algo que nos busca y a veces nos encuentra... nadie aprende a hacer poesía: sólo podemos aprender a escuchar esa voz que no se sabe si está en la mente o en el viento. Cada vez volvemos a ignorar cómo se hace el poema, cada vez tenemos que volver a aprender... Nada me veda pensar que en algún momento de esos años tempranos, en alguna línea de esos poemas, me fue dado vislumbrar el rostro de la poesía´...". 

Se le conoce más como pensador político, y ha publicado más trabajos como ensayista. Es bueno en todo lo que escribe. Es un iluminado, un tocado por los dioses, un visionario. No tenía treinta años cuando escribió en "La palabra del hombre" que consideraba al poeta nariñense Aurelio Arturo el gran desconocido, y que el tiempo lo tendría que sacar a la luz. Los años le dieron la razón.

"O sea que él ha publicado... ¿qué libros?"

"Pon atención a los títulos. Deslumbran por lo acertados. En poesía están sus libros `El país del viento, Hilo de arena, La luna del dragón, Con quién habla Virginia caminando hacia el agua (sobre Virginia Woolf), África (que es un libro-arte con ingenios de hojas plegadas en acordeón y cosas de ésas), La prisa de los árboles y Poesía temprana´ (que son inéditos, si se exceptúa que están incluidos en `Poesía 1974-2004´). En ensayos y libros de ensayos: `Esos extraños prófugos de occidente, Un álgebra embrujada, La decadencia de los dragones, Es tarde para el hombre, Los nuevos centros de la esfera, Los dones y los méritos, Lo que se gesta en Colombia, La herida en la piel de la diosa, De lo racional y lo razonable´ (un libro-arte, de circulación limitada, en edición de lujo), `Las auroras de sangre´ (sobre el descubrimiento y don Juan de Castellanos, que dedicó a sus padres y a su hija Andrea, y tardó diez años escribiéndolo), América mestiza (que es un libro-arte publicado por Villegas Editores), La franja amarilla (que se ha vuelto texto obligado de estudiantes universitarios). Posiblemente se me escape alguno. Apenas está saliendo `Ursúa´, la primera de una trilogía de novelas que tiene proyectada. Ésta primera, sobre el descubrimiento y la conquista de América y el personaje de don Pedro de Ursúa, del que dice en su ensayo `Lo que está en juego en Colombia´ que era valiente y cruel y libró cuatro guerras feroces: una contra los panches, en el país de las montañas azules de Neyva; otra contra los muzos, en el verde país de las esmeraldas, otra contra los chitareros, desde los páramos de la Pamplona que él fundó, hasta el cañón del Chicamocha; y otra contra los tayronas, en el país de ciudades de piedra de la Sierra Nevada de Santa Marta. Lleva diez años escribiéndola y se goza en llamarla novela, pero creemos que es Historia, historia novelada, por la profundidad de sus investigaciones y el rigor de ensayista que le pone. Es que él escribe los ensayos con lenguaje de poesía". 

Podría dedicar horas a hablar con ellas, sobre él, y a llenar cuartillas. No nos dejan ni el tiempo ni el espacio. Las dejo con ese aprecio que le tienen al hombre, y ese amor que tienen por su obra, que trasciende esos dos niveles; porque no lo deterioran la vejez, las arrugas, las enfermedades, ni la muerte. Amor por la inteligencia, que se aquilata con los años y se magnifica con la huella inmortal ("Muerte: el más cobarde cruzará esa puerta –Líneas") que es el destino que le espera algún día cuando resuelva encontrarse con Manuel. En la poesía los muertos se desviven por decirnos lo que alguna vez callaron. "Ella, que es anterior a los poetas, sobrevivirá a ellos", dice Alberto Quiroga en el prólogo al libro de poesías recientemente presentado en Eafit y entonces "la dureza, el metal, la exacta forma / que laboriosos siglos disgregaron, (Quién sabe ya qué cosas fue este `Polvo´)". A Manuel muerto y a William vivo, los sobrevive la obra inteligente de su espíritu.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


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