Dice el diccionario que la bandolera es “Una correa que cruza por el pecho y la espalda desde el hombro izquierdo hasta la cadera derecha, y sirve habitualmente para llevar colgada un arma de fuego”. De allí proviene el nombre para la banda presidencial, y de allí proviene por extensión el nombre para un instrumento musical de cuerdas que los músicos cargaban a la manera de aquellas armas de fuego descritas por el diccionario que dieron nombre a los bandoleros, trátese de bandidos o trátese de integrantes de una banda musical.
En Sevilla, Valle del Cauca, hay un Festival de la Bandola en el que se reúnen músicos intérpretes de este instrumento de cuerdas descendiente de la mandolina y parecido en su forma a la guitarra y el tiple, que son sus acompañantes en el formato de trío o de estudiantina. Parecidos, pero no iguales, puesto que aparte de otras conformaciones técnicas la diferencia entre estos instrumentos la da el sonido que; en el caso de la bandola, bandurria, lira, o vihuela, que son nombres distintos para un mismo instrumento; lo da un conjunto de cuatro órdenes dobles de cuerdas denominadas 1º, 2º, 3º, y 4º orden, pero pudiendo ampliarse a cinco… En fin, músicos tiene la música que saben entenderlo y tocan este instrumento ayudados por una uña plástica denominada plectro, para obtener una mejor sonoridad.
En Maní, Casanare, a 81 kilómetros de Yopal su capital, tienen erigido un Monumento a la Bandola; y en este caso se trata de la bandola llanera que tiene algunas diferencias, digamos pequeñas, con relación a la bandola andina.
Mónica Ramírez Ríos habla en su blog sobre el pintor Gabriel Montoya Márquez (1872-1925), contemporáneo del Maestro Francisco Antonio Cano Cardona (1865-1935) y discípulo suyo adelantado que recibía el encargo de colaborarle en sus obras complementando trazos, poniendo color, y haciendo labores propias de quien con su maestro compartía el taller de pintura. Fue su legatario cuando Cano viajó a París para aprovecharse de una beca de estudio que le fue concedida; y fue su reemplazo posteriormente, cuando Cano se radicó en Bogotá, donde murió. De Montoya dice Mónica que:
[… La mayor parte de su obra fue realizada al óleo, pero también se encuentran acuarelas como “El Maestro Rivillas” (1897), una representación de un intérprete popular; o “La Campesina de Santa Elena” (1916), que muestra una idílica mujer descendiendo por un sendero, una obra que refleja el toque paisajístico impreso por su maestro y por los referentes de la “Comisión Corográfica Agustín Codazzi” de la época. Se observan las flores, como sello personal, que lleva la mujer a sus espaldas y que se entre esconden un poco por la pañoleta que lleva puesta, de color amarillo pálido, sobre su cabeza… Su obra más destacada “El Vía Crucis”, una copia de un pintor alemán de nombre desconocido. Se compone de 14 grandes lienzos (3.50 x 3 mts.) cuya realización se contrató por concurso donde compitió honrosamente con su maestro Cano, resultando Montoya como ganador…].
Este Vía Crucis de Montoya salió ganador en ese concurso, pero suyas son también las primeras estaciones que estuvieron colgadas en la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón en el barrio Buenos Aires, pinturas que fueron descolgadas para reemplazarlas por otras pintadas por el belga Georges Brasseur, desconociéndose el paradero de estas estaciones de Montoya.
En su nota Mónica Ramírez menciona la acuarela “El Maestro Rivillas”, que hace parte de la colección del Museo de Antioquia. Se trata del rionegrero Francisco “El Maestro” Rivillas Franco que, al decir de su hijo Jesús Amador “El Mono” Rivillas Muñoz de manera chistosa, y divertido por el juego de palabras, era un excelente músico, un reconocido …“¡Bandolero!”.
El Mono Rivillas se convirtió también en bandolero, y su bandola fue interpretada por él hasta tres semanas antes de morir, casi centenario, “porque los dedos todavía me dan para tocar música, pero mi corazón no resiste una misa con pólvora”. En sus últimos minutos dijo a sus hijos que lo rodeaban “No me lleven a la clínica, que allá no me pueden hacer nada porque es mi corazón el que no aguanta más”. Su viuda Gabriela Casas Restrepo, próxima a cumplir como él el centenario, lo acompañó en el rezo del “Alma de Cristo, Santifícame” antes de él entregar su espíritu al Señor, sin dolores, sin aspavientos, sin alharacas. Supo que ya era llegado el momento y apaciblemente se fue.
Tres días después, mientras corrían las novenas de rezos por su eterno descanso y la elaboración del duelo familiar estaba en su punto mayor, ella vio su espíritu venir de la cocina hacia el comedor, pero no se asustó sino que entró en disgusto: “¡Eeeeeh, no moleste Mono, que usted sabe que a mí no me gusta que me asusten con espantos, no me moleste!”. Él, sintiéndose regañado como tantas veces en la vida, resolvió dar vuelta a su espíritu e irse con el espanto para otra parte, a esperar a que a ella se le pasara la refunfuña.
En el video aparece Francisco Javier, su hijo mayor, entrevistando al Mono Rivillas; y Gabriela la esposa del Mono sentada entre él y Marta Elena, su hija menor. Estaban visitando al médico Javier en el municipio de Abejorral, cerca de dos meses antes del fallecimiento. De sus tres hijos médicos, Alonso es el menor. Suelen los médicos, y Alonso no es la excepción, ser escépticos con espíritus, milagros, y cosas de esas que se salen de lo pragmático que les enseña su profesión y entran en el campo de lo paranormal; por lo que él tomó la experiencia de su madre como “cosas de la imaginación… Hasta que a mí me ocurrió”.
Cuenta Alonso que un día se acostó bastante preocupado con unos asuntos personales que tenía qué resolver y a los que no hallaba salida.
“Cosa de la medianoche y entre dormido y despierto sentí como un peso, una energía, que se posó a un lado de mi cama. Me pareció que, sin palabras, el Mono me transmitía telepáticamente la idea de que me tranquilizara que él estaba bien. Cuando volví a dormirme, como por arte de magia y ayudado por él, la solución que estaba buscando a mis problemas se me reveló. Otras dos veces he tenido esa sensación de su presencia velando mis sueños en una experiencia diferente a la que se siente cuando uno simplemente sueña con otra persona. Yo calificaría estas tres o cuatro experiencias, que no se han vuelto a repetir, como sensaciones sobrenaturales”.
Interesante testimonio de un hombre maduro, profesional de la medicina, que no mucho tiempo antes declaraba ser escéptico hacia estas creencias.
Decía el Mono Rivillas que él creía que su padre era el compositor de un pasillo lento, instrumental, que bautizó con el título de “Ralentando”. Así lo define un glosario de italianismos en la notación musical:
Cuenta Alonso que un día se acostó bastante preocupado con unos asuntos personales que tenía qué resolver y a los que no hallaba salida.
“Cosa de la medianoche y entre dormido y despierto sentí como un peso, una energía, que se posó a un lado de mi cama. Me pareció que, sin palabras, el Mono me transmitía telepáticamente la idea de que me tranquilizara que él estaba bien. Cuando volví a dormirme, como por arte de magia y ayudado por él, la solución que estaba buscando a mis problemas se me reveló. Otras dos veces he tenido esa sensación de su presencia velando mis sueños en una experiencia diferente a la que se siente cuando uno simplemente sueña con otra persona. Yo calificaría estas tres o cuatro experiencias, que no se han vuelto a repetir, como sensaciones sobrenaturales”.
Interesante testimonio de un hombre maduro, profesional de la medicina, que no mucho tiempo antes declaraba ser escéptico hacia estas creencias.
“rallentando, rall.: ampliación del tempo, progresivamente más lento, que normalmente no se distingue del ritardando”.
Ese pasillo, según el Mono Rivillas, “al decir de los músicos contemporáneos de mi papá no se lo habían oído a nadie más y él era el único que se lo sabía de memoria y lo tocaba, por lo que ellos creían que era una composición de su autoría”. Todo parece indicar que así era, que no existe partitura con esa música de antes de que el Mono Rivillas hiciera la transcripción recordándola de oído, y que la única grabación casera del pasillo "Ralentando” de Francisco Rivillas Franco es este video interpretado por Jesús Amador, a quien acompañan Humberto Buitrago en el tiple e Ignacio Lopera en la guitarra, los músicos que cada ocho días se reunían con él en La Ceja a ensayar y a tocar su música, “una música en la que él con su bandola llevaba la melodía y nosotros lo acompañábamos”. Más de cuarenta años estuvieron tocando con el Mono que había pertenecido a la Estudiantina de Coltejer en los años cuarenta y cincuenta “y hasta toqué con Tinita López y Adelita Alzate en la emisora Ecos de la Montaña”. Del grupo musical de los últimos años hizo parte, hasta su muerte, la 2ª bandola interpretada por Genovina Uribe en cuya casa del barrio San Javier de Medellín se reunían a ensayar por ese entonces; y también hizo parte Samuel Otálvaro con la segunda guitarra.
Dicen Humberto Buitrago e Ignacio Lopera que:
Dicen Humberto Buitrago e Ignacio Lopera que:
“Nosotros nos conocimos con el Mono Rivillas en la Estudiantina Departamental de Antioquia, pero nos cansamos de que nos llevaran en correrías políticas animándoles sus opíparos almuerzos y conformándonos al terminar con un sánduche y una gaseosa. Luego, una vez terminada la jornada hacia la medianoche, nos dejaban en Bello o en Caldas para que nosotros nos la arregláramos como pudiéramos para acabar de llegar a Medellín. Eso nos cansó y resolvimos montar una estudiantina casera para nuestro deleite, aunque tocábamos en algunas presentaciones familiares. Nos limitamos a tocar piezas de manera instrumental, y tuvimos un repertorio ensayado de más de ochenta pasillos, bambucos, y danzas; entre los que se cuentan unas nueve piezas que como el pasillo lento “Ralentando” creía el Mono, con los mismos argumentos, que eran de la autoría de su papá porque efectivamente a nadie más se los hemos oído tocar. Estos eran: El ciego, que es una rumba criolla; Ojos de María, que es una danza; Ralentando, Los Totumos, La Ñata, Clarita, Ausencia, Llanto y Risa, y Sentimiento. Tocaba estas piezas el Maestro Rivillas, y de él aprendió el Mono, pulsando las cuerdas de la bandola a dos y tres cuerdas entre el 1º y el 2º tendido; y esta técnica la usaba solamente con estas piezas, porque las demás las tocaba de la manera usual”.
“Ralentando”, por El Mono Rivillas y acompañantes:
Esa música estaba transcrita en partituras con notación aprendida del maestro Carlos Vieco Ortiz, y la tenía organizada en carpetas marcadas alfabéticamente con el contenido de tres partituras, una para cada instrumento. Tales carpetas hechas de manera meticulosa y artesanal por el Mono Rivillas, que era “muy curioso” y de mucha habilidad manual, en algún momento fueron transformadas por él aplicando su inventiva para que la tapa se doblara hacia atrás como soporte y la parte delantera se convirtiera en un atril, facilitando la lectura de los músicos y el cuidado de las partituras que una vez interpretadas podían guardarse de nuevo en su lugar.
El maestro Francisco Antonio Rivillas Franco, nacido el 1º de abril de 1877, era hijo de Rafael Rivillas Correa y de María Ramona Franco Zapata; y estuvo casado en Rionegro con Tulia Muñoz Ospina, hija de Baldomero y de María. Tuvo el maestro Francisco por lo menos tres hermanos de nombres Ana Rosa, Froilano, y Hortensia; cuatro hijos de nombres Ana, Blanca, Rafael, y Jesús Amador; y descendía posiblemente del capitán español José de Rivillas que se instaló en el Valle de San Nicolás de Rionegro y al enviudar de su primera esposa doña María Gertrudis Gómez Arango se casó en segundas nupcias con doña Antonia Josefa Arango y Zafra Valdés… ¡Su suegra!; o sea que el capitán enviudó pero siguió estando en familia.
Decía el Mono Rivillas que:
“Mi papá, aparte de ser músico, también era zapatero remendón y cargaba sus herramientas en un estuche. Se iba de correría todo el año, y regresaba al empezar el mes de enero, después de cumplir los compromisos de navidad. Llegaba cargado de regalos y era entonces cuando en casa se hacía la natilla y los buñuelos. Debido a esa costumbre, mis hermanos y yo vinimos al mundo por los días de octubre y celebrábamos los cumpleaños en fechas cercanas pero, cosa curiosa, nunca supimos de hijos suyos nacidos en otros lados como hubiera sido de esperar en un músico ambulante”.
Hernando Gómez Rivillas, hijo de Ana, resultó ser también un buen intérprete de bandola que siendo niño alcanzó a ser escuchado por el abuelo. Dijo el Maestro Rivillas: “Pónganle cuidado a ese muchacho, que nos va a poner la pata a todos”. Para este momento el Maestro Rivillas ya se había dado al dolor con la música que transmitió a sus descendientes porque en un principio se oponía a que el Mono Rivillas se inclinara por ser músico como él, hasta que un día doña Tulia le dijo que dejara de molestar al muchacho porque la música le hervía en la sangre. Luis Carlos y Alonso, hijos del Mono, nacieron teniendo también inclinaciones musicales, “Pero no fuimos constantes, porque nos dedicamos más bien a otras cosas”. En esto se diferencian apenas un poco del Mono, porque cuando a él lo pusieron a estudiar con el maestro Carlos Vieco éste le dijo un día: “Ninguno de mis alumnos aprende tan rápido como usted, Mono, pero usted no va a llegar a ser buen músico”. El Mono le preguntó: “Y, ¿Eso por qué, Maestro Carlos?”. El Maestro Vieco le contestó: “Porque cuando termina la clase ellos se quedan practicando por una o dos horas, mientras que usted no ve la hora de que termine para salir corriendo hacia su casa. A usted le falta dedicación”. Si el Mono Rivillas logró lo que logró con la música sin tener vocación, llegando a ser un intérprete de bandola reconocido por sus colegas, ¿Qué tal que la hubiera tenido? “Mejor así, porque mi padre tenía razón. Con la música no consigue uno ni con qué merendar. Para vivir tiene que aprender uno cualquiera otra cosa”. A otras cosas se dedicaron Campo Elías, un hermano de Hernando; y Rafael, un hermano del Mono; que también fueron buenos intérpretes de instrumentos de cuerdas. Decía el Mono que sus dos tías, Ana Rosa y Hortensia, cantaban con buena voz.
El Mono Rivillas entró a trabajar como obrero en la fábrica de Coltejer del barrio La Toma en el año de 1935, y allí se jubiló después de treinta y ocho años de trabajo. Había ascendido a mecánico de máquinas textiles y pudo sostenerse por tanto tiempo gracias a su disciplina y buen comportamiento. Muchos compañeros vio pasar por allí en el transcurso de esas casi cuatro décadas, incluida su esposa Gabriela que entró a trabajar un año después y se hicieron amigos. “Duramos nueve años de amigos y vinimos a hacernos novios en el año de 1946 cuando falleció mi madre a quien había prometido que, siendo yo su hijo menor y los otros casados viviendo aparte, no dejaría sola. En el novenario nos hicimos novios, y cuatro años después nos casamos”.
Quemaron esas etapas básicamente por dos razones:
Delio Ramírez Toro y Elena Casas Restrepo, mis padres, contrajeron matrimonio el 1º de enero de 1945, y nueve meses después nací yo, el 2 de octubre. Se quedaron viviendo en casa de mi abuela Valentina Restrepo Atehortúa viuda de Casas, donde también vivía mi tía Gabriela Casas Restrepo que por esos días estaba soltera y pasando la resaca de un novio que resolvió casarse con otra. Pero mientras una vela se apagó otra se quedó encendida porque su compañero de trabajo y amigo el Mono Rivillas ya la asediaba a punta de serenatas que a él se le facilitaban como bandolista integrante de la Estudiantina de Coltejer. A cada nada salían de los ensayos y con dos o tres compañeros armados de tiples y guitarras paraban bajo los aleros de las ventanas de las enamoradas, o en proceso de enamoramiento, y ahí entraba mi tía Gabriela a ser objeto de tales atenciones. Yo era un bebé que dormía al pie de su cama mientras mis padres dormían en otro cuarto, y era también receptor obligado de esas serenatas que, puedo decirlo, recibía desde nueve meses antes de nacer. Una canción había que era el himno que identificaba esa relación y con la que abrían todas las serenatas que llevaba el Mono Rivillas: “Brisas del Pamplonita”, el bambuco de Elías M. Soto. Fue esa la primera canción de la que tuve conciencia que me gustaba en la vida, desde antes de tener uso de razón. Eso le permitió a mi tía deducir que el “Ay, Ay, quío…” que yo entoné tan pronto empecé a hablar era mi apócope de aquel cantar “Ay, Ay, Ay, si las ondas del río; / ay, ay, ay, si las ondas del río / revelaran las penas del corazón, / te contarían, luz de mi vida, / los amargos pesares de mi pasión…”, que fue la letra puesta por Roberto Irwin Vale a la música de Soto.
“Brisas del Pamplonita”, grabada por Francisco Cristancho y su grupo en 1950:
Años después, a mediados de los años cincuenta, por los días de mis once o doce años, me llevó el Mono Rivillas al Teatro Junín en la esquina que hoy ocupa el Edificio Coltejer, a la temporada de la Compañía Española de Zarzuelas y Operetas de Faustino García, y allí se impresionaron mis sentidos con “Los Gavilanes” de Jacinto Guerrero, con “Luisa Fernanda” de Federico Moreno Torroba, y con “La del Soto del Parral” de Reveriano Soutullo y Juan Vert. Al Mono Rivillas debo mi gusto por esa música, por muchas músicas, por toda la música.
El Mono, nacido el 30 de octubre de 1918 y fallecido el 1º de junio de 2018, se casó con Gabriela Casas el 2 de enero de 1950, y son padres de Francisco Javier, Luis Carlos, Fernando, Ana María, Marta, y José Alonso Rivillas Casas; y alcanzó a conocer y disfrutar “de la nietamenta”, pero no alcanzó a conocer a ningún bisnieto “porque los nietos todavía nos los están debiendo”. Falleció faltándole cinco meses para cumplir el centenario.
Sus nietos Ana María y Camilo Rivillas Castaño; Pablo Rivillas Yarce y Miguel Ángel Rivillas Restrepo; Valentina y Laura Galvis Rivillas; y Catalina, Alejandro, y Daniela Rivillas Cardona; afirman que “no pasa un día sin que nosotros recordemos al abuelo y las muchas cosas que él nos enseñó”.
Treinta y un videos han montado los hijos y nietos con el Mono contando historias de los tiempos que le tocó vivir, videos que aparecen en You Tube bajo el título genérico de Jesús Amador Rivillas Muñoz.
Uno de esos videos es el realizado bajo la dirección de Juan Guillermo Toro en 2015 para la serie “Mi primera vez”, dentro de la beca “Arte y Cultura para la vida” de la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín. En él el matrimonio Rivillas Casas de 97 años de edad para ese momento, llegados de sus respectivos pueblos a Medellín en la década de los años 30, cuentan sus impresiones sobre esta experiencia.
https://www.youtube.com/watch?v=ig45Cns066Y&feature=youtu.be
Al Mono Rivillas hago referencia en el artículo “Mono Rivillas, máquinas de escribir de la decadactilografía a la pulgotactilografía”, insertado en este mismo blog.
https://www.youtube.com/watch?v=ig45Cns066Y&feature=youtu.be
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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