Hay una canción de Michael Jackson titulada “Beat it”, que traduce “Golpéalo”. No es difícil que la generación norteamericana de los años cincuenta, que dio origen a una contracultura que golpeaba los valores tradicionales, recibiera el nombre de “generación beat” por ese golpear, ya que esta palabra también se aplica al ritmo de las baquetas o las manos golpeando los cueros de un tambor, unos timbales, o unos platillos. El rítmico golpear es un rítmico “beat”.
Quizás es coincidencial que el verbo inglés beat (golpear) tenga similitud fonética con la palabra escarabajo (beet); pero pudo ser esa sonoridad la que dio origen a un conocido nombre artístico cuando Stuart Sudcliffe, que fue uno de los primeros integrantes, resultó ser admirador del grupo de rock norteamericano The Crickets (Los Grillos) de Buddy Holly, y eso lo inspiró a sugerirle a John Lennon para su grupo de rock surgido en Liverpool (Inglaterra) el nombre de The Beatles (Los Escarabajos), conjugando el nombre rítmico con el de esa otra especie de la familia de los insectos, contraponiendo los escarabajos a los grillos.
En el caso del automóvil Volkswagen (el carro popular), resultó que su diseño se parecía al lomo de un escarabajo, y la gente resolvió apodarlo así: The Beetle.
En las últimas décadas los ciclistas colombianos han ganado renombre en las competencias europeas, y un apodo surgido en la década de los años cincuenta para los competidores antioqueños se ha aplicado genéricamente a los corredores de nuestro país. Es el apodo de “Escarabajos de la Montaña”.
Sobre el origen de este apodo Alfred López tiene una explicación en su “Cuaderno de Historias” del portal Yahoo Noticias:
Tal como él afirma, basó su inserto en las crónicas que Gabriel García Márquez escribió sobre el ciclista Ramón Hoyos Vallejo, pero contiene una inexactitud sobre el origen y es que tal apelativo no iba a ser el de escarabajo sino el de saltamontes.
El 12 de julio de 1954 en la carretera que conduce de Medellín a Rionegro por la vía de Santa Elena ocurrió un deslizamiento de tierra que sepultó a algunos campesinos que vivían en una casita rural; un segundo deslizamiento sepultó a algunos curiosos que acudieron a ver la tragedia; y un tercer alud sepultó a otros curiosos que habían acudido a ver los dos deslizamientos iniciales. Más de 70 muertos se calcula en lo que se denominó “El derrumbe de Medialuna”.
Para cubrir esa noticia, el periódico El Espectador envió como corresponsal a su casi desconocido reportero Gabriel García Márquez, quién entró en contacto con un hombre que había perdido en esa tragedia a su madre, a su hermana, y a otros miembros de su familia: El ciclista Ramón Hoyos Vallejo.
García Márquez anduvo algo así como una semana con Ramón Hoyos en Medellín, tomando notas no solo sobre la tragedia familiar sino sobre su desempeño como deportista. De allí surgió una serie de crónicas que el periódico publicó en el mes de agosto de 1954. Fue una serie de diecisiete en total, que aparecieron día a día en la edición matutina. Las tres primeras, fueron sobre la tragedia propiamente dicha. Las otras catorce fueron sobre el ciclista: “Ramón Hoyos Vallejo. Un personaje tan grande como desconocido”. En el capítulo VIII de esas crónicas García Márquez escribió:
[“El Escarabajo”, nombre equivocado
La primera etapa de la II Vuelta a Colombia, en la cual participó Ramón Hoyos contrariando el parecer de los técnicos, y solamente porque en ello se empecinó su patrocinador don Ramiro Mejía, es quizá la más accidentada de las etapas corridas por el triple campeón. Como él mismo lo ha contado, antes de llegar a Villeta se rompió la frente contra una piedra, como cualquier novato. “De verdad era un novato”, dice Ramón Hoyos, recordando aquellos tiempos que medidos por sus triunfos parecen remotos, pero que son recientes: hace apenas cuatro años… Cuando Hoyos participó en la II Vuelta a Colombia —y él mismo lo reconoce— no tenía ninguna experiencia. “Un ciclista debe conocer su bicicleta”, dice. Y Hoyos apenas tenía dos meses de estar montando en bicicleta propia. Además, sostuvo su moral milagrosamente, pues sus propios compañeros de equipo obstaculizaban su carrera, y el mismo don Ramiro Mejía —que Ramón Hoyos recuerda con extraordinaria gratitud— manifestó su pesimismo por la suerte de su patrocinado.
“Parecía un Cristo”
El redactor deportivo de El Tiempo, Jorge Enrique “Mirón” Buitrago, visitó a Ramón Hoyos en el hospital de Honda. Había oído hablar de un ciclista accidentado, y por pura curiosidad periodística acompañó a la madre de Pedro Nel Gil, quien conocía al actual triple campeón, y se sentía preocupada por su suerte. “Parecía un Cristo”, dice Mirón, recordando aquella mañana del nueve de enero de 1952 en que llegó al hospital de Honda y encontró a Ramón Hoyos, abierto en cruz en una cama, con el cuerpo lleno de peladuras, descalabrado y sin esperanzas. “Nadie creyó que pudiera subirse nunca más en una bicicleta”, continúa recordando Jorge Enrique Buitrago, cuando se le pregunta qué impresión le causó el ciclista antioqueño, recluido en una sala del hospital de Honda. Y sin embargo, como él mismo lo cuenta, Ramón Hoyos siguió corriendo. Al finalizar la II Vuelta a Colombia, los periódicos de Colombia publicaron su retrato con una leyenda: “La revelación de 1952”.
Una equivocación
Cuando el pelotón salió de Honda, Jorge Enrique Buitrago estaba retrasado. Por eso presenció el momento en que Ramón Hoyos se lanzó en persecución de sus adversarios, con un minuto de retraso. Fue testigo del accidente que sufrió el actual triple campeón, y de la forma en que llegó al final de la tercera etapa, con muy pocos minutos detrás de puntero, el francés Beyaert, quien por primera vez corría ese año en Colombia. Mirón recuerda que, cuando subía al páramo, Ramón Hoyos tenía “una rara apariencia de animal”. El cronista no pudo precisar, en su precipitud, el nombre del animal. Pero decidió bautizarlo, por la manera de correr, encorvado sobre su bicicleta: “El Escarabajo”… En la actualidad, Ramón Hoyos es conocido en todos los círculos deportivos y en la prensa con el nombre que le puso Mirón aquel día: “El Escarabajo”. Pero, pensándolo con más calma, Mirón admite que se equivocó:
—En realidad —dice— estaba pensando en un saltamontes]
Así es que por una falla de memoria de Jorge Enrique Buitrago, Mirón, el redactor deportivo del periódico El Tiempo de Bogotá, los ciclistas colombianos en general, y los antioqueños en particular, no son conocidos en el mundo con el apodo de “Los saltamontes de la montaña”, sino como “Los escarabajos”.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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