sábado, 3 de agosto de 2019

268. Good hair; Pelo bueno, pelo malo; Pelo maluco

(Nota de Orcasas: Este no es un mensaje comercial, sino la exposición de un tema de actualidad)

Según el Génesis, Dios hizo el mundo en seis días. En el sexto hizo al hombre, entendida la palabra hombre como el conjunto de hombres y mujeres de la humanidad. No debió hacer primero a Adán, y luego a Eva de una costilla suya; sino primero a Eva, sacando a Adán de su vagina. Eso tiene más lógica, pero Dios es Dios, y Él hace las cosas como le parece y no atendiendo la lógica de los demás. “No le botes corriente a eso, que la Biblia es una metáfora de la evolución y, en este caso, cada día abarca un período de millones de años”, me dicen.

Dicen también que Dios hizo la raza blanca europea, la raza negra africana, la raza amarilla asiática, y una infinidad de mestizajes indígenas de imprecisa procedencia. Aquí se me confunde lo de la metáfora, porque no sé si Él creó primero a Adán, y las demás razas vienen a ser adaptaciones darwinianas en el proceso de la evolución; o si creó un Adán para cada raza, y de ahí se derivan sus descendientes. No sé, pero el caso es que las razas tienen diferencias marcadas de comportamiento o modo de ser, debidas a asuntos culturales o cultivados por las respectivas sociedades humanas, y también a asuntos heredados en los genes transmitidos de generación en generación por los ancestros. Se habla de gentes que “son de mala sangre”, de otras que “son de buena sangre”, y de unos de élite que como los caballos de carreras “son pura sangre”.

Personalmente, me gusta pensar en la humanidad como una sola, proveniente de un solo origen que ha evolucionado con el tiempo; y no con el concepto racista de varias humanidades cuyas características obran, para su fortuna o para su desgracia, transmitidas a todos los descendientes.

Entra aquí el concepto de identidad, y pienso que la cultura es una cosa que recibimos desde muy antiguo impresa en nuestros genes, pero que para cultivarse depende también del ambiente en que somos criados. 

De hecho, de la palabra cultura han sido clasificadas más de 250 acepciones o connotaciones distintas. Dice Wikipedia que:

“Cultura es el conjunto de saberes, creencias, y pautas de conducta de un grupo social… cuando el término surgió en Europa, entre los siglos XVIII y XIX, se refería a un proceso de cultivación o mejora, como en la agricultura u horticultura. En el siglo XIX, pasó primero a referirse al mejoramiento o refinamiento de lo individual, especialmente a través de la educación, y luego al logro de las aspiraciones o ideales nacionales”.

De eso dependen la sobriedad y circunspección en el vestir y actuar de un lord inglés, contrapuestas con el exotismo y extravagancia exagerados que a nuestros ojos tiene un rapero africano que venga de Kenia, de Nigeria, o de Namibia. Por cierto que el exótico look artístico de los cantantes Freddy Mercury y Miley Cyrus me parecen más del corte africano que del corte londinense, mientras Nat King Cole y Harry Belafonte me parecen lo contrario. 

Recurriré a algunos párrafos que hacen parte del inserto “Herencia musical colombiana” del blog Postigo de Orcasas, puesto que son conceptos que se aplican también al tema que nos ocupa. Particularmente, me refiero a la reseña de lectura del libro “Con vose de caramela –Aproximaciones a la música del Pacífico Colombiano”, por Germán Patiño Ossa, 1ª Edición septiembre de 2013. Editado por la Secretaría de Cultura y Turismo de la Alcaldía de Santiago de Cali; en la que se hace mención de diferencias culturales entre la raza negra y la raza blanca afincadas en Colombia; y esto no solo es cultural de lo que se aprende en el seno del hogar y del entorno social, sino cultural heredado en los genes; pero decir esto es algo muy simplista, porque hay cosas que uno no puede cambiar, aunque quiera. Mucho dinero puede gastar una persona como Michael Jackson para arreglarse quirúrgicamente la nariz y blanquearse artificialmente la piel, y nunca conseguirá cambiar sus genes. No se puede tapar el sol con las manos. Tendrá ese hombre que casarse con mujer blanca y esperar a que en sus hijos predominen los genes de ella sobre los de él. Tampoco puede una rubia escandinava tostarse al sol en alguna playa caribeña o meterse dentro de una cámara hiperbárica para convertirse en una agraciada morena de piel canela, porque así no funcionan las cosas.

No se puede hacer eso, pero hay casos como el del actor y cantante blanco Al Johnson que se pintó la cara con betún para parecer negro en la película “El cantor de jazz” filmada en 1927; y Cristóbal Díaz Ayala en su obra “Cuando salí de La Habana” cuenta de las rubias parisienses que en 1928, para parecerse a la mulata cubana Rita Montaner, se pintaban la cara ¡Con yodo!

En el trabajo “Los problemas de la memoria musical en la conexión África-Colombia: el caso de las marimbas de la costa pacífica colombo-ecuatoriana”, del antropólogo e investigador Carlos Miñana Blasco, anexo al mencionado libro de Patiño, habla Miñana de que (Patiño, pág. 98): 

“Algunos han sido críticos sobre las ideas de las raíces africanas, las supervivencias, las huellas; y, en concreto, sobre las conexiones construidas sobre marcos interpretativos de tipo general basados en el reduccionismo biológico (que asume un vínculo causal entre raza y cultura), el determinismo socio-sicológico (la forma de ser de los afro), el reduccionismo seudo-histórico (no basado en un trabajo histórico concienzudo), el particularismo histórico (con los conceptos de selección, retención, supervivencia, reinterpretación, sincretismo, aculturación…), el materialismo cultural (con su determinismo socio-económico y ambiental), o el difusionismo cultural (aplicando métodos históricos a materiales de campo contemporáneos de la tradición oral o de archivo y basándose en la cultura material”. 

Es un análisis socio-sicológico en el que llama particularmente mi atención la mención a la “forma de ser” de los afrodescendientes promedio, y digo promedio porque hay excepciones como la del presidente norteamericano Barak Obama y su familia que visten correcta y sobriamente “a lo europeo”, en contraste con el mundo estético africano que, tal como ya he dicho, se inclina por lo que para los europeos es vistoso, llamativo, exótico, extravagante, estrambótico, para recoger palabras que he oído usar en algún momento con referencia a algún comportamiento. Un ejemplo de esto podría ser el lugareño afrodescendiente que recorre la playa con pelo ensortijado teñido de color verde, vestido de chanclas plateadas, camisa coloreada con verdiamarillos estampados de palmeras, gigantes gafas de sol oscuras con marco dorado, y grabadora inmensa al hombro sonando a volúmenes estridentes. Esta descripción parece una caricatura, pero casos se han visto en las temporadas vacacionales. “Les Sapeurs du Congo” africanos entran en esta categoría del buen gusto… mirado desde la otra orilla. Es una expresión derivada del acrónimo “Sape” (The society of ambianceurs and elegant people, o Sociedad de maestros ceremoniosos y gente elegante).


https://www.youtube.com/watch?v=W27PnUuXR_A

A muchos costarresidentes les molesta el modo de ser apagado, circunspecto, pausado, de la gente del interior a la que denominan cachaca; y a muchos cachacos les molesta el comportamiento costeño alegre y aspaventoso de los denominados corronchos. Son dos estilos culturales diametralmente opuestos en cuanto a gustos, y una muestra de esto tal vez la den los peinados y motilados de la clientela que sale de las barberías afro, que las hay especializadas en nuestras ciudades; comparados con los que se ven a la salida de la barbería del Hotel Waldorf Astoria de Nueva York, por poner algún ejemplo. 

Trasladado el símil a la música, pueden contraponerse las composiciones de Joe Arroyo en un extremo, y las composiciones de Blas Emilio Atehortúa en el otro. Hay marcadas diferencias, y de ahí que a los antiguos amos blancos la bulliciosa música de sus esclavos africanos les pareciera “un bullerengue”.

El afrodescendiente chocoano Rogerio Velásquez Murillo en su trabajo “Instrumentos musicales del alto y bajo Chocó”, anexo en el libro de Patiño, dice que (Patiño, pág. 130): 

“El negro gusta de colores fuertes y relampagueantes, de la voz alta y recia, del estruendo. Consuno con esto, emplea instrumentos como la guacharaca, el chucho, las marimbas angolenses, y las simbas cafres. Hijo del calor, busca aire libre, tablado al sol, representaciones teatrales anchurosas, algo que le fatigue mental y corporalmente, algo en donde pueda encajar su imaginación rica, fogosa, y explayada”.

Hace un tiempo vi una película norteamericana titulada “La barbería”, hecha por afroamericanos, con el bullicio, las exageraciones, los excesos propios de su raza; de la que se deriva otra que acabo de ver titulada “Salón de belleza”, también producida por afroamericanos, con Queen Latifah como protagonista, en la que trabajan la actriz negra Octavia Spencer y los actores de raza blanca Kevin Bacon, Andie Macdowell, y Alicia Silverstone. Bacon actúa como peluquero estilista marcadamente amanerado; Andie Macdowell como cliente que en ese salón se ve, por así decirlo, “como mosca en la leche”; y Silverstone es la única trabajadora blanca de ese salón que, para serlo, se tiene que comportar de manera alborotada. Si así no fuera, no encajaría en ese ambiente que es lo que los circunspectos Magistrados de una Corte denominarían “relajado”. Hay diferencia entre los salones de belleza atendidos por peluqueros blancos para clientes de raza blanca, y los destinados prioritariamente a la afrodescendencia.

La industria de los salones de belleza, barberías, productos químicos, aparatos mecánicos y eléctricos, y todo tipo de accesorios para embellecer, cambiar, o modificar las características físicas de las personas, es una industria que mueve millones de dólares porque, como dice el testimonio en el documental “Good Hair” (Cabello bueno) producido y narrado por Chris Rock en el año de 2009, “Se trata de aumentar la autoestima, ya que una mujer con baja autoestima vive en un infierno y convierte su vida en un infierno para los que la rodean”. Según este testimonio, la cantidad de dinero que un hombre invierte en embellecer a su mujer es bien empleado y “Equivale a adquirir una propiedad en un condominio. La propiedad es de uno, pero hay que pagar mensualidad por el mantenimiento y la administración”. Los gastos de embellecimiento es el precio que el hombre paga por tener a su lado a una mujer bonita. “Y si es negra, muchacho, ni se te ocurra tocarle el pelo porque eso las enfurece después de haber pagado 150 dólares por el arreglo. Tú puedes poner la mano en los pechos o donde quieras de ahí para abajo, pero el cabello con sus alises y sus extensiones, ¡Es intocable!”. De hecho en Brasil lo titularon “No me toques el cabello”.

En el año 2008, un año antes del documental referido, el guionista Miguel Expósito le propuso al director español Miguel Parra Jiménez la idea de realizar un documental de 22 minutos de duración detallando el asunto, documental titulado “Pelo bueno, pelo malo”, que fue realizado con testimonios recogidos en República Dominicana, país con alto porcentaje afrodescendiente; un país que colinda con Haití, mayoritariamente de raza negra.

Diario Libre.com de República Dominicana:


Artículo El Tiempo.com:


Documental dominicano de Miguel Parra Jiménez, 22 minutos de duración:



Ocurre que muchas personas de raza negra, cansadas de ser discriminadas, quisieran no serlo; y el principal rasgo que ansían cambiar es el ensortijado cabello que en la Costa Caribe colombiana denominan “pelo maluco” y constituye un problema estético y de difícil mantenimiento. Cuánto dieran estas damitas por tener una larga y lacia cabellera de mujer blanca, fácil de lavar, fácil de peinar, agradable a la vista, una melena rubia que pueda ser agitada al viento a la manera de Farrah Fawcett en el comercial del champú Wella de los años 70. 


O en el comercial del Shampoo Wellapon de los años 80:

https://www.youtube.com/watch?v=_fP6Ww5rP-s

Dice un testimonio del documental norteamericano que cuando un aspirante acude a una entrevista de trabajo con una cabellera afro sobre sus hombros, es casi seguro que no obtiene el puesto; mientras que si su cabellera tiene apariencia de raza blanca tiene más posibilidades, y eso se aplica igual para un abogado, un médico, un arquitecto, o alguien de cualquier otra profesión.

Es posible que de allí hubiera sacado Jeff Stilson en el 2009, al año siguiente del dominicano, la idea de filmar “Good Hair”, el mencionado documental de hora y media de duración dirigido por él y conducido por Chris Rock, un comediante norteamericano que en este filme no actúa como comediante sino como narrador que muestra la escueta realidad de quienes exponen su cuero cabelludo, y el de sus bebés de tres o cuatro años de edad, a graves riesgos de quemaduras por los productos químicos que se utilizan para alisarlo de manera artificial. Escueta realidad de quienes en vez de comprar una casa o un automóvil de último modelo gastan fortunas en extensiones de pelo para no tener la apariencia del “pelo maluco”. Hasta el reverendo Al Sharpton, un reconocido pastor o predicador evangélico afroamericano, destina una parte importante de su tiempo y sus recursos al aplanchado de su cabello ensortijado, desde que hace varias décadas fue invitado a la Casa Blanca y le dijeron que si no cambiaba el look de su cabello “no sería tomado en serio por el presidente”.


Este documental va más allá de su antecesor dominicano, y se refiere a la cantidad de dinero que las afroamericanas destinan al asunto de su cabello, adquiriendo costosas extensiones de pelo lacio negro y castaño procedente de la ciudad de Bangalore en la India, donde los fieles de unas concurridas sectas religiosas acuden a los templos para ser purificados en la ceremonia de Tonsura, y la purificación consiste en que la cabellera negra y lacia que durante muchísimos años fue acumulándose en sus espaldas, porque la religión les prohíbe motilarse, es rapada de raíz por el oficiante que las bendice y estimula para “entregar el cabello a su dueño, que es Dios”. Se refiere al dios Venkateswara, una reencarnación del dios Vishnu, que recibe así esas ofrendas de cuya venta se lucran sus pastores. Así como en nombre de sus divinidades en África se somete a las niñas a la extirpación del clítoris en la ceremonia de la Ablación o Infibulación; y los judíos someten a sus niños a la práctica ceremonial de la Circuncisión; en la India ese cabello es cortado en nombre de Dios y es recogido, limpiado de piojos y liendres, clasificado, enmadejado, y vendido por kilos a los traficantes que lo llevan al mercado de los Estados Unidos, un jugoso negocio que es manejado por unos pocos y que, a diferencia de la cocaína, tiene la ventaja de ser un tráfico legal. Se habla allí de que hay mujeres que son despojadas del cabello mientras duermen en su habitación, o se los rapan en el cine mientras ven una película. Otras son asaltadas por atracadores callejeros que les roban el cabello para venderlo, porque reporta una buena suma de dinero. 

Beverly Hills, en el condado de Los Ángeles en California, es la capital mundial de las extensiones de cabello; y hay concursos especializados para estilistas de raza negra. Concursos que son hechos con todas las exuberancias y exageraciones de los estilistas unisex o bisex; sumadas a las vistosas características de la raza afroprocedente; que hacen palidecer el reinado universal de la belleza o la entrega de los Premios Oscar, haciéndolos parecer comparativamente como actos de graduación de escuela evangélica.

En fin. La industria de la belleza capilar, en general, mueve muchísimo dinero para tratar de dar a los clientes lo que no tienen; pero la del alisado y las extensiones de cabello, en particular, es una industria que genera ingentes utilidades. Los afrodescendientes norteamericanos están empeñados en una campaña por ser ellos mismos sus controladores porque, a la hora de la verdad, “las que se están lucrando son las grandes multinacionales de los blancos, y eso es simple y llanamente colonialismo económico”. 

Se trata, pues, de cambiar el colonialismo blanco por el colonialismo afrodescendiente, en favor de los respectivos dueños del negocio y en perjuicio de los pobres hindúes que a cambio de la salvación del alma y los favores espirituales recibidos ofrendan sus cabelleras al dios que adoran en el cielo, y a sus ministros recolectores de cabello acá en la tierra.

AFROAPARIENCIA EN MEDELLÍN

Desde hace unos años han surgido en Medellín muchos negocios denominados tiendas del peluquero para surtir de productos ese inmenso mercado económico que alimenta la vanidad de hombres y mujeres. Y de unos años a esta parte han surgido cantidad de peluquerías unisex especializadas en atender a la población de raza negra afrodescendiente, atendida por afropeluqueros y afroestilistas. No es que un blanco, o un mestizo con apariencia de blanco, no pueda entrar a un negocio para pedir que lo motilen, sino que es mal visto en ese lugar, es visto como un intruso invasor que está en el lugar equivocado. También ellos son racistas discriminadores, y no me extrañaría que algún día aparezcan avisos en la puerta de “No se admiten blancos. Negros solamente”. Esos avisos a la hora de la verdad no hacen falta. Se lo dicen a uno con la mirada. Son negocios donde ha prosperado un concepto de belleza que se denomina el “Alize” o “Alise” o “Aliss” o “Aliz”, que de todas formas lo he visto escrito y consiste en que emplean modernos aparatos eléctricos y productos químicos para la técnica de alisar el cabello que desde África viene ensortijado por naturaleza. 


Este fenómeno costumbrista y sicosocial ha llevado a un par de mujeres emprendedoras a dejar la práctica de su carrera de ingenieras para dedicarse al estilismo. “No me avergüenza peinar una cabellera afro debajo de mi diploma de ingeniería, porque estoy buscando cambiar la manera de pensar de mucha gente”, dice una de ellas a la presentadora Patricia López Ruiz que ganó el reinado de belleza Señorita Colombia 1986 y conduce el programa “Ellas dicen” en el TV Canal Capital de Bogotá, e hizo un programa entrevistando a las ingenieras agrónomas Ana María Araque Román y Luz Adriana Almanza, creadoras de la empresa “Puro Crespo” que se ocupa no sólo de productos y procesos para atender las cabelleras de los afrodescendientes sino que va más allá para tratar de cambiar el concepto que esta clientela tiene de sí misma y de su cabello. “Se trata de cambiar la mentalidad y aceptar nuestro cabello tal como es, de que entendamos que no hay pelo bueno o pelo malo, porque todos los cabellos son buenos… aunque diferentes”. Algunas clientes encantadas con el look de estas afropeluqueras llegan con el pedido de que “queremos que nos hagas un peinado así como el tuyo, o como el de ella”. La respuesta no está en lo que piden, sino en lo que necesitan: “Eso no es posible, porque tu cabello y el mío son diferentes, pero te haré un peinado que esté de acuerdo con la textura y características del tuyo y tal vez te va a gustar”. Están haciendo campaña de reivindicación del pelo crespo en los centros comerciales, haciendo que sus congéneres se sientan crespopoderosas, y se disponen a realizar en Bogotá la Segunda Convención Nacional de Crespas, aglutinando a su alrededor a las personas que viven sus mismas circunstancias. “Hay tres tipos de cabello ensortijado: el ondulado, el crespo, y el afro; y no se trata de cambiar estas características sino de darles un tratamiento de embellecimiento como a cualquiera otro, que parta de la propia aceptación. No es disfrazándolo con alisamientos y extensiones como se obtiene la belleza, sino realzándolo y elevándolo ante nuestros ojos y nuestra autoestima”. La expresión que emplean para describir lo que hacen es “la desestigmatización del pelo afro”, y a fe que el entusiasmo con que describen su tarea es contagioso, e invita a muchas personas a adherirse a su campaña. Son mujeres destinadas al éxito, cuyo empoderamiento consiste no en lo que dicen, sino en lo que hacen.

http://www.purocrespo.com/creadoras/

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



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