miércoles, 18 de septiembre de 2019

270- Rodrigo Arenas Betancourt, Ave Fénix que resurgió de su secuestro

OCTUBRE 23 DE 2019 –CENTENARIO DEL ESCULTOR–

Aclaro que las letras que en este texto siguen a la palabra “página” identifican el libro de donde tomo la cita respectiva, que es uno de los referenciados en la bibliografía al final. 

¿De dónde viene el nombre de Fredonia?

Al parecer “… proviene de una sugerencia del ingeniero inglés Tyrrel Moore, quien propuso la anglopalabra Freedom (Libertad) para el poblado”.

De él si vino, pero no fue un invento suyo sino una palabra traída del sur de los Estados Unidos, según dato que copio de Wikipedia:

[La Rebelión de Fredonia (21 de diciembre de 1826 al 31 de enero de 1827), fue el primer intento de colonos anglosajones de Texas para separarse de México. Los colonos, encabezados por el empresario Haden Edwards, declararon su independencia de la Texas mexicana, y crearon la República de Fredonia cerca de Nacogdoches. La efímera república abarcó la tierra que el gobierno mexicano había concedido a Edwards en 1825, y las áreas que habían sido previamente colonizadas. Las acciones de Edwards y las hostilidades de los colonos que había reclutado, llevaron al gobierno mexicano a revocarle el contrato al empresario]

Aunque de origen campesino, el fredonita Rodrigo Arenas Betancourt no era un hombre campechano. Su viaje por el mapa de los libros, y por el mapa del mundo, y por el mapa de la amistad con intelectuales, y por el mapa de las aulas universitarias como maestro, lo impregnó de una cultura que lo hacía sobresalir del común. Al ver algunas de sus obras, la primera palabra que tuve en mente fue surrealismo; años atrás, cuando escuché un discurso pronunciado por él al pie del monumento a Córdova en Rionegro para ayudar a la campaña presidencial de su amigo el Dr. Belisario Betancur, en el que habló de Ícaros y Prometeos, se me vino a la mente la expresión grecolatino; pero al leer el libro autobiográfico “Los pasos del condenado” (PDC), que publicó con la historia de su secuestro, él mismo escribió la palabra que andaba buscando para describirlo (página-pdc 13): “Este discurso barroco, esta apología o elogio de la muerte que se irá convirtiendo en carga alucinada, es un autorretrato…”. Arenas Betancourt fue un hombre barroco, con vivencias y anécdotas recargadas, y con una obra que no es simplista sino que se sale del común. 

Hijo de José Dolores Arenas y de Virginia Betancourt Restrepo, fue un humilde campesino nacido el 23 de octubre de 1919 en la vereda rural de El Uvital de la población cafetera de Fredonia, en el suroeste antioqueño. Fue José Dolores quien le contagió la fiebre de la talla, según cuenta el maestro Rodrigo (página-ceam 60) en el libro “Crónicas de la errancia, del amor, y de la muerte” (CEAM): 

Mi primer orientador fue mi padre. Aprendí mucho de él cuando lo veía tallar en trozos de madera cabezas de perros, caballos, y otros animales… Trabajaba en madera de balso muñecos articulados, con los cuales nos entretenía. Los policromaba en forma muy ingeniosa. Tenía un fino sentido artístico que he comprobado en estos últimos días al ver sus bellos dibujos de caballos. En mi padre esta inclinación artística era gratuita y espontánea. Dibujaba y esculpía para dar rienda suelta a su imaginación”.

Como muchos, o como todos por los lados en su vereda, él pudo haber sido campesino sembrador de café y recolector de cosechas, pero aparte de su padre tuvo también la fortuna de conocer a su paisano escultor, pariente por línea materna, Ramón Elías Betancourt; con quien trabajó y quien lo reafirmó en el virus de la escultura. Lo conoció cuando tenía diecisiete años y, aunque era un primo segundo de su madre, lo llamaba tío. De la descendencia de Arenas Betancourt, sólo su hijo Rodrigo José heredó la vena artística, pero le pudo más su carrera de ingeniero y administrador “Que, a la hora de la verdad, da más con que comer que el arte”. Como se sabe el arte, con pocas excepciones, paga mal a los artistas; y sólo viene a ser económicamente rentable, aunque no en todos los casos, de manera póstuma.

El maestro Rodrigo hizo la primaria en las escuelas rural y urbana de Fredonia; y viajó a Medellín para estudiar un bachillerato que lo hizo un año aquí y otro allá, pasando por los liceos Efe Gómez de Fredonia, Seminario de Misiones de Yarumal, y Liceo de la Universidad de Antioquia; antes de llegar al Instituto Pascual Bravo donde se graduó en el bachillerato técnico. Estos constantes cambios dan a entender que no encontraba acomodo en el rígido pensum tradicional de esas instituciones, y que su espíritu libre lo empujaba a otros vuelos. Por ese tiempo estudió también en el Instituto de Bellas Artes de Medellín, pero de su talento habla el hecho de que en las instituciones por donde pasó, siendo estudiante, ejerció también como maestro. Estudió, sin graduarse, en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Bogotá; donde también fue profesor. Antes de vender la primera escultura, y mientras vendía tallas en las aceras, se ganó también la vida como fotógrafo con cámaras prestadas. Había llegado en marzo del año de 1944 a estudiar en el Instituto San Carlos de Bellas Artes de ciudad de México, en la Escuela Libre de Artes de La Esmeralda en México, y en la Universidad Autónoma de México, donde también fue profesor; pero se sostenía haciendo esculturas artesanales en piedra y tallas en madera, que vendía en las aceras y pasillos universitarios. Allí lo conoció el muralista David Alfaro Siqueiros, que se convirtió en su mentor y lo relacionó con Diego Rivera, José Clemente Orozco, y Rufino Tamayo, facilitándole su amistad con ellos que se movían en los círculos intelectuales del Distrito Federal, D.F., como llama México a su capital. Veinticinco años vivió en ese país en donde muchos lo consideran mexicano. Durante su estadía, y en el transcurrir de los años, hizo viajes a Europa, Asia, América, relacionados con sus estudios de la carrera de escultor y con la aprehensión de un bagaje de cultura general, junto con varios semestres de arquitectura y diseño que aportaron también al cúmulo de conocimientos que le permitieron el ejercicio de la docencia. En algún momento colaboró también con el escultor colombiano nacionalizado en México Rómulo Rozo, y en todo el tiempo colaboró con artículos en periódicos y revistas haciendo gala de sus dotes de escritor. Llegó a ser, inclusive, diplomático para el gobierno como Ministro Consejero de la Embajada de Colombia en Roma, Italia, en los años de 1966 y 1967.

Se le conoce, ante todo, como escultor; pero fue también pintor y fue escritor; en resumidas cuentas, fue un connotado artista. En México aprendió que (páginas-pdc 51-52) “el arte es el único lenguaje universal, eterno, que forma parte absoluta y total del hombre”, pero eso tal vez era algo de lo que él ya tenía conciencia desde la cuna.

El Dr. Jorge Enrique Molina Mariño, rector de la Universidad Central, en el prólogo del libro “Rodrigo Arenas Betancourt; el sueño de la libertad; pasos de una vida en la muerte” (PVM), que fue escrito por la Dra. María Cristina Laverde Toscano, dice que fue (página-pvm 20):

… Un hombre excepcional por su cultura y la claridad para señalar el rumbo y los caminos de la inteligencia colombiana e indoamericana. Leyéndole sus juicios, nos da certeza acerca del arte; nos pone en otra pista, no siempre lúcida para el hombre común: No se pueden tener grandes concepciones artísticas, y lograr realizar éstas, si no se cuenta con una preparación en diferentes ramas del saber”.

En sus primeros tiempos de estudio en Medellín se hizo amigo, y se volvieron entrañables, de los intelectuales doctores Belisario Betancur Cuartas, Jaime Sanín Echeverri, Otto Morales Benítez, y Miguel Arbeláez Sarmiento, quienes le patrocinaron el viaje a México y le subsidiaron en un comienzo su estadía con el producido de los artículos que publicaban en el periódico El Colombiano, de Medellín, bajo la firma colectiva PRAB (Para Rodrigo Arenas Betancourt), cuyos pagos iban a una cuenta de fiducia bancaria que le hacía los giros a ese país. Pasado un tiempo les escribió: “No me ayuden más, que ya soy capaz de autosostenerme”. No cualquiera hace lo que ellos hicieron por su amigo, y muchas cercanías había entre ellos porque la amistad, a fin de cuentas, es cuestión de afinidades. También estaban el caricaturista Hernán Merino y el escritor Alberto Durán Laserna. “Éramos seis los caballeros”, dijo una vez, “a veces cinco o a veces siete, pero juntos estábamos en las buenas y en las malas”.

No menciona en sus libros Arenas que haya conocido o sido amigo del pintor Ramón Vásquez o del poeta Jorge Robledo Ortiz. No menciona entre sus amigos a Débora Arango o a Eladio Vélez. Su círculo de amistades eran otros, como reconoció a María Cristina Laverde (páginas-pvm 30-31):

"¿Quiénes conformaban en Antioquia el grupo de intelectuales al que pertenecía?".

"Intentemos enumerarlos, con el riesgo de que muchos se me queden por fuera. Era un conjunto muy heterogéneo desde el punto de vista ideológico. Había conservadores clásicos, como Belisario Betancur; de extrema derecha, como Jorge Montoya Toro, Alberto Acosta, Juan Roca Lemos “Rubayata”; liberales clásicos como Otto Morales Benítez, Hernán Merino, Saúl Aguirre, y Carlos Castro Saavedra, quién después viró a la izquierda; en la izquierda estaban incluidos Eddy Torres, Octavio Gamboa, Benjamín Jaramillo Zuleta, Monseñor Gerardo Valencia Cano… y yo… Discutíamos y peleábamos duro, pero algo superior nos unía y yo lo sabía desde ese tiempo… La lucha por la justicia nos hermanó, y colateral a ella la duda por la democracia. La vida me ha llevado a cambiar o a variar mis posiciones. Por supuesto que el origen de todo radica en la injusticia social. Como dije anteriormente, un indígena o un minero del Chocó no pueden ejercer el voto con la misma lucidez y, sobre todo, con la misma libertad de Jaime Sanín Echeverri. Ello alude a la imposibilidad de la democracia en su más estricta acepción. Pero aun así, y con todas las imperfecciones que son fruto de la situación del país, es mejor eso que otra cosa; y pensemos en la experiencia de los países socialistas".

Como suele suceder, una persona no se hace amigo de todos los que conoce, ni se vuelve amigo de todos sus colegas. Dice que (página-ceam 87): 

Caí en manos de Pedro Nel Gómez, y no podía ser de otra manera… Debo confesar que fui su discípulo, pero tampoco puedo decir que en ese tiempo fuera mi amigo. Con el paso de los años sí llegamos a serlo”. Luego agrega que: “Pedro Nel, con Fernando González, eran el tronco mayor de la cultura en Antioquia… Con Fernando González, para mí el escritor de mágicos y jesuíticos símiles eróticos, no pude llegar a la amistad”.

Él no fue amigo de varios personajes, pero sí fue amigo de muchos; y, entre estos, están el escritor Manuel Mejía Vallejo y el médico Jorge Franco Vélez que es el “Hildebrando” a quien menciona en la primera carta escrita durante su secuestro, pidiendo que lo contacten para que sea mediador en esas negociaciones, tarea que cumplió en contravía de su natural modo de ser (página-pvm 116): 

Dos personas se jugaron todo por mí, ante el secuestro. María Elena y Jorge Franco Vélez. Jorge, como mi amigo de muchos años, como mi médico del cuerpo; pero, por sobretodo, como mi médico del alma. Los dos adquirieron la dimensión entrañable de amigos y compañeros. Franco se dio íntegro, a pesar de ser la antítesis del negociador por ser, contrariando la apariencia, introvertido, poco táctico, sin rodeos. Se sacrificó incondicionalmente, dispuesto a todo por el amigo…”.

El maestro cae por primera vez

Arenas contrajo primeras nupcias en México con la pintora Celia Calderón de la Barca Olvera, que era quince años mayor que él. El matrimonio civil fue una ceremonia sencilla, íntima, a la que asistieron varios amigos como testigos o padrinos, entre ellos el pintor David Alfaro Siqueiros. La mujer, trajinada de otras batallas, no era de pretensiones de ceremonias religiosas con vestido blanco de velo y cola, y con ramo de flores, que camina hacia el altar. Arenas, por su parte, había intentado entrar al seminario por conveniencias de estudiar becado, pero nunca había sido religioso. Años después hizo claridad respecto al matrimonio (página-pvm 127): 

Es un concordato… Cada ser humano tiene el amor que se merece, que adquiere, o que conquista. Hay que reconocer que esa noción del amor consagrado por las leyes, por la religión, y por la sociedad, corresponde a una condición de clase. A este amor sólo acceden quienes cuentan con los recursos económicos para sostenerlo. En el caso mío, proveniente de unos estratos muy populares, sólo me era posible el amor que se encuentra en el camino, el amor del emigrante…”. 

Según dice (página-ceam 93), “Ella era tan emigrante como yo... la encontré tan desolada, solitaria, y retraída, que me conmovió… pintaba con una meticulosidad enfermiza… una mujer amarga y capaz de amargar los momentos en que uno estaba con ella. Pero un no sé qué de ternura o de indefensión se le escapaba por los resquicios de su dolor… No sé si por masoquismo, por debilidad, por fijación maternal, o por pura y escueta aberración, yo encontraba en ella algo que me atraía…”. Dice (página-ceam 94) que lo suyo fue un amor platónico. “No la tuve una sola vez sexualmente, y no me arrepiento… Al otro día del matrimonio Celia se fue a Inglaterra, y yo me quedé en México solo, absolutamente solo”. Al mencionar el nombre de Celia, el maestro Rodrigo siempre anteponía el calificativo de “ex de Arenas Betancourt” porque se separaron de cuerpos pero él no se pudo separar de corazón, y al cabo de los años seguía mencionándola y recordándola como si se la hubiera tatuado con tinta indeleble en la tetilla izquierda donde se hacía coser sus tatuajes. La propuesta de matrimonio había venido de ella (página-ceam 93): “Casémonos, para que al menos exista algo entre nosotros y yo sepa que tengo a alguien en la tierra”. Dos o tres oportunidades tuvo él de intimar con ella, pero las desechó. No que les faltaran besos y caricias, no, pero fue un matrimonio que entre sábanas no se consumó. Algo en su fuero interno le impedía llegar a esa comunión de cuerpos. Era una “mujer india, cruel, déspota, extraña, áspera, dura, inflexible, que no perdonaba ni transigía… y sólo algunas veces, muy pocas, tenía inflexiones de ternura”. Como es natural, no tuvieron descendencia. Ella había sido “amante de su difunto maestro de pintura Julio Castellanos… aquel que le dejó una herida profunda y un trauma emocional tan inmenso que no se entendía a sí misma, ni entendía al mundo… llevaba el recuerdo de su cadáver dentro de los pechos y entre muslo y muslo”, según cuenta Arenas (páginas-ceam 10 a 12) en el libro mencionado. Escribe él (página-ceam 34) que “esa tarde, prematuramente invernal de mil novecientos cincuenta, saliste para Inglaterra y me dejaste en el aeropuerto de México en compañía de Fanny Rabinovich, prendido a esa maldita reja negra del aeropuerto y viéndote avanzar hacia el avión…”. Le partió el corazón. Sabía que la estaba perdiendo para siempre, pero tal vez nunca había sido realmente suya, según lo que le dijo su amiga. En Inglaterra ella se encontró con el escultor Henry Moore; y Arenas se enteró de que no sólo el espíritu de Julio Castellanos se interponía entre ellos, sino también la sombra de Henry Moore que pendió como una espada de Damocles sobre su frágil y tormentosa relación.

Fanny me dijo que no sabía porqué Celia se había casado conmigo siendo que yo era enano pero no era cabezón… Dicen que los chaparros son buenos para el amor…”. Al parecer, según la viuda de Arenas, en ese viaje la mujer se hizo amante del escultor Henry Moore que era el tercer escultor en el currículo de la pintora, y quizás la relación con Moore ya le viniera de antes porque durante su matrimonio con Arenas tenía una exigencia que a él lo incomodaba y era que la llamara “My Darling”. Fue una mujer cuyo recuerdo se volvió presente e imborrable “Desde aquella mañana en que te encerraste en tu nauseabundo salón de clases de pintura en la Academia de San Carlos, te pusiste la pistola en la sien, jalaste del gatillo, y te volaste los sesos…”. 

¿Cuál pudo ser el encanto de esta mujer, para que Rodrigo Arenas se prendara incondicionalmente de ella? Él así lo describe: 

Era bella, con esa cierta belleza ambigua de algunas indígenas mayas, y con un ligero dejo de masculinidad. Se le notaba ese acento masculino en su actitud desafiante ante la vida, y en esa cierta prevención a no dejarse dominar y aún en la energía física que desplegaba por momentos. Ahora pienso que no era mujer para ser compañera, y menos para ser esposa. A pesar de todo, yo la amé como un loco furioso, como un enajenado… Puedo decir, aún a costa de que mancille su recuerdo, que era una mujer sensible a los juegos eróticos. Su piel sedosa y morena se estremecía al tacto. Besaba con una voracidad e intensidad que enajenaba…”. 

No se diga más. De una mujer así es difícil escapar, y nunca pudo hacerlo. Luego de que ella se marchara a Londres, dice (páginas-ceam 81-82) que “Me costó trabajo volver a mis quehaceres cotidianos y, sobre todo, a mi taller del convento de San Diego”. Eran muchos recuerdos por ahí regados, difíciles de soportar. “Te veía en todas las mujeres que encontraba por la calle… Me escribiste desde Londres con asiduidad y en un principio ese era un consuelo inmenso. Tú te manifestabas triste, infiel hasta el fondo de la existencia. Algún día presentí que estabas angustiada… porque así habías nacido, y procuré resolverte los problemas económicos… comprendí que no me quedaba más camino que alejarme también de ti, de tu pensamiento, de tu presencia obsesiva, para poder vivir sobre la misma tierra mancillada de Zapata… A tu regreso de Londres fuiste a mi estudio…”. Ella volvió, pero en un ataque de furia él había quemado todo lo que se la pudiera recordar. “¿Qué fue de mi retrato que tenías en la pared?”. Junto con todo lo demás, lo había quemado. “Yo no pude decirte nada. Te había visto en la cartera una bella foto de Henry Moore…”. La alejó de sí, y pudo hacerlo porque “había encontrado en La Soldadera a la camarada, la compañera que con sus asperezas y abnegaciones había creado un nuevo día, puesto oficio a las manos, retirado todo el pus que tenía acumulado en el corazón”. Logró rehacer su vida apartado de Celia, pero ella no. Como le había dicho su amiga Fanny Rabinovich cuando lloraba el abandono: “Así somos las mujeres, no te preocupes”. La noticia se la dio el fotógrafo colombiano Guillermo Angulo el sábado 19 de octubre de 1969: “Celia se suicidó”.

Dijo el maestro a la Dra. María Cristina Laverde que (página-pvm 59):

Analizar el amor es cruel… absolutamente irracional, fatalidad e irremediabilidad que no acepta raciocinio… Es como un toro que se suelta a chocarse contra todo… El amor se consustancia con mi existir. Desde los primeros recuerdos, siempre he sido tímido. Con frecuencia el amor platónico me ronda. A los catorce años me enamoré frenéticamente de la hija del juez en Fredonia. Jamás le dije una palabra porque le tenía un miedo de horror. En el amor he sido imbécil e irracional, y así moriré”.

El maestro cae por segunda vez

Luego se casó por segunda vez, con la mexicana Lydia Rosas Rodríguez, La Soldadera, nieta del pintor Ignacio Rosas, y procrearon tres hijos: José Patricio, que al morir su padre se vino a vivir al municipio de Caldas en el departamento de Antioquia; Rita Virginia, una profesora universitaria en la capital mexicana; y Margarita, residente en ese país. 

Dice que (página-pdc 58) “A mí la cruz del matrimonio me ha creado una fosfórica malquerencia entre los amigos, que se traduce en nominaciones injuriosas… y soñé, quizás soñé, desvarié, que solo he podido percibir la vida en mis oscuros sentimientos sexuales o sea dentro de una simple y llana neurosis erótica”. Reconoce que (páginas-pdc 51-52) “En México aprendí a amar, con ese amor que se teje de espinas, cactos, y herrumbres…”. 

Como el hombre no vive solo por amor al arte, ni vive solo del arte, ni vive solo del amor; en sus viajes por el mundo Arenas no solo se dedicó a visitar museos y lugares históricos, en aquellos días en que no había asentado cabeza, sino aquellos lugares del sexo que no es amor sino sólo amor al sexo. Así lo dice (página-pdc 59): “Sólo he podido escanciar la vida en los inciertos rostros y cuerpos de las muchachas que, como sombras, esperan a los fantasmas bajo los dinteles destartalados de México, Washington, París, Roma, Atenas, Sevilla, El Cairo, El Pireo –¡Ah, El Pireo!–, Barcelona, Mérida, Manzanillo, Fredonia, Cochabamba…”. Cuando se trata de recorrer el mundo, hay que conocer el mundo para volverse un hombre de mundo. En sus recorridos se recuerda (página-pdc 81) de que “Fui feliz persiguiendo una negra maorí por las calles de Saint Denis de París mientras las gentes gritaban la negrés, la negrés, la negrés…”; y también recuerda sus escarceos en Fredonia (página-pdc 85) “… con María Eunice Agudelo Puerta, que estará en alguna parte del mundo exhalando su lácteo aroma y por ese camino, por las anfructuosidades deliciosas de su cuerpo, el Desgraciado se va hasta su amarga-hermosa-ardorosa-emputecida-juvenhombretud”, pensando que “Antes de que me maten, sueño con el coñito de María Eunice, sueño con la juventud, mi juventud maldita, en Fredonia, entre malparidos… el tormento de recordar aquellos días floridos y sombríos, asumidos en el pueblo, que estaban cargados de esperanzas, remordimientos y frustraciones”. Con María Eunice Agudelo Puerta da inicio a su libro (página-ceam 9) “Crónicas de la errancia, del amor, y de la muerte” (CEAM), citándola como una “mujer mancillada y luminosa, que encontré sollozando en la casa pública y nocturna…”. El secreto de María Eunice, según cuenta (página-ceam 51), era “… la tierra, la montaña abierta, las manos que imploran en la noche, los ojos que son como mares de lágrimas… y un sexo insaciable e hirsuto”. Ahí está el secreto de Eunice. 

Y recordó a Ofelia, cuyo nombre se hizo tatuar en la tetilla izquierda, el frustrado amor que le hizo un nudo de lágrimas en la garganta con sus desdenes (página-pdc 116). Y recuerda (página-pdc 90) a “La Gitana” de sus días de putañero cuando era un montañero que buscaba la zona de la putería, junto con “La Jericoana” a la que fue empujado por el zapatero que le dijo (página-pdc 118) “Tú le gustas a la jericoana”. Esa frase tiene más magia que cualquier afrodisiaco.

Menciona (página-ceam 12) a Ana Magdalena Armel de Carvalho y se reconoce como “el desdichado peregrino que sembró en tu alma, en tus pechos, en tu sexo, el signo del amor; y así me lo dijiste una noche cargada de blasfemias. Intento escribirte para recordarte y para amarte, mujer de Sopetrán, mujer estéril, amarga, agridulce, mía y ajena, casta y puta, de amor rencoroso, abierta como una herida y sellada como un misterio…”.

De Esperanza Olivares Santana, india de Zacoaltipán, dice (página-ceam 13) que “Su figura escuálida se me viene a la memoria con los bancos de la escuela, el patio de recreo, la estampa rechoncha del maestro…”. De ella vuelve a decir (página-ceam 28) que:

…Era una criada del vecindario que me cayó con necesidad de marido y nos liamos luego, luego; y al fin, como yo no tenía nada que ganar pero tampoco que perder, me fui a vivir con ella a las calles de El Nogal, cerca de San Cosme… Era una vieja puta, inocente, enamorada, y cachonda, que venía de Zacoaltipan en el estado de Hidalgo. India de a tiro, con su personalidad madura y agradable, vivía en aquella vecindad con el hermano y sus cuñados, y tenía un muchacho de algunos años que de ninguna manera impedía nuestros desfogues. Era una mujer valiente que había salido de su tierra con dificultades, acosada por el hambre y por los pretendientes. Hacía bien de comer, y yo me divertía consumiendo pescado frito con fríjoles y plátano maduro cocido. Dentro de aquella miseria de espanto pasé unos días felices y tranquilos porque todo me daba igual y todo estaba todavía por delante. Es muy claro y confuso a la vez el cómo perdí a Esperanza Olivares. Muy claro, porque sabía de sus infamias y fui testigo de sus infidelidades y de sus desmanes de prostituta; y muy confuso porque a su lado fui feliz. En los peores momentos de mi destierro, ella me enseñó los misterios de la vida, los mimos, las súplicas, las caricias, los celos, y el lecho tibio. A su lado sufrí mucho, y fui infinitamente feliz”.

Y recuerda a una (página-ceam 13) “que ni siquiera he conocido tu nombre pero ceñí a tu vida mi ansiedad de bestia alucinada; y, de rodillas, besé tu sexo, oscuro paraíso, bosque encantado, origen de mi cosmogonía; mujer de ojos garzos sobre la piel morena: Amo en ti a la tierra profanada…”.

Muchas otras menciona en las páginas de sus libros, con sus nombres, con sus iniciales, con simples referencias de su paso fugaz pero imborrable, y juntas todas se convierten en los fantasmas que lo atosigaron en los días del secuestro que sufrió cuando ya había doblado muchas páginas en su vida y para contarlas, para escribirlas, para publicarlas, pidió a su amigo Dr. Otto Morales Benítez que (página-ceam 24) “No sé si puedas encontrar editor y tampoco sé si estos apuntes lleguen a mortificar oídos inocentes, pero te ruego que te defiendas con ellos así como están, sin hacerles recortes o mutaciones mojigatas”.

El maestro cae por tercera vez

Se separó de su mujer mexicana y se vino para Colombia, donde se casó por tercera vez; en esta vez con la poetisa María Elena Quintero González, su viuda, que fue su compañera para el resto de la vida, y fueron padres de la sicóloga Elena María y del ingeniero Rodrigo José.

María Elena viuda de Arenas Betancourt 
en el jardín museo de la casa campestre 
Villa Ney de la vereda La Tablaza en el 
municipio de Caldas (Antioquia); detrás 
el postiguero Orcasas
(Fotografía tomada por Oscar Domínguez)

Siendo gobernador de Antioquia el Dr. Jaime R. Echavarría Villegas, en el año de 1974, María Elena era una agraciada joven de veintitrés años que acababa de obtener el segundo puesto en un concurso de mujeres poetas y por tal motivo fue invitada por la Gobernación para hacer parte de la comitiva encargada de llevar los restos del poeta Porfirio Barba Jacob a su tierra natal de Santa Rosa de Osos. Barba Jacob había fallecido en México, donde vivió por largos años, y sus restos habían sido repatriados desde ese país y extrañamente depositados en las bóvedas del Banco de la República mientras se definía su paradero definitivo. Dice el maestro Rodrigo Arenas Betancourt (página-pvm 67) que:

Por legítimo, por digno, y como elemental homenaje, promoví el traslado de los restos a Santa Rosa de Osos, donde luego se colocaría mi escultura de este gran maestro de la poesía americana”. 

La historia tiene detalles inconsistentes de esos que aterran a los puristas de la rigurosidad y que, a la hora de la verdad, son minucias sin importancia que no desvirtúan la esencia del relato. Como decir que esta misma historia contada por María Elena es una, y contada por el maestro Arenas Betancourt es otra. La versión del maestro (páginas-pvm 67-68) dice que “no nos volvimos a ver hasta después de dos años”, mientras en la versión que ella nos contó a sus visitantes el reencuentro fue después de año y medio. No importa. Para no matarnos la cabeza, en este escrito nos apegaremos a la versión femenina, porque las mujeres suelen ser más atentas a los detalles que los hombres. 

Allí se conocieron la joven y el barbado escultor, de cincuenta y cinco años de edad, que se encontraba entre las personalidades que ocupaban los primeros puestos de la iglesia catedral durante la misa fúnebre celebrada por el obispo Monseñor Joaquín García Ordóñez, junto a las altas autoridades civiles, religiosas, y militares. La joven poetisa ocupaba uno de los asientos que venían detrás de esa primera fila, bancas de iglesia que suelen ser incómodas para los que no aguantan una misa con pólvora. Ella, poco religiosa y poco afecta a cumplimientos sociales, sintió hambre y frío, y se salió para el parque con intenciones de buscar un lugar dónde comer empanadas o alguna cosa para mitigar el hambre. Sabía que a continuación vendría un banquete oficial programado para atender a los visitantes. Iba alcanzando ya las gradas del atrio, cuando advirtió que el señor barbado de la primera fila venía detrás. “Yo también estaba cansado de esa ceremonia, y tampoco soy afecto a las prácticas religiosas, la invito a que comamos algo en la cafetería del frente”. Entonces, en ese sentido, se juntaron el hambre con la necesidad. A las empanadas siguió la propuesta de “busquemos una fondita de las afueras, lejos de los reflectores, y sentémonos a oír música y a tomarnos un par de aguardientes”, propuso el hombre avezado. No se diga más, pensó la joven ingenua pero extrovertida para la que cualquier cosa que la alejara del ceremonial religioso era bienvenida.

Llevábamos tres o cuatro aguardientes cada uno, cuando los que lo buscaban vinieron a llevárselo para el banquete donde habían iniciado los discursos. Él fue ubicado en la primera fila, y a mí me asignaron un asiento entre los invitados de la parte de atrás. En algún momento el gobernador anunció que iban a poner una escultura de Porfirio Barba Jacob en el parque, y que el encargado de hacerla era el prestigioso escultor maestro Rodrigo Arenas Betancourt a quien invitaban al micrófono para decir algunas palabras. Se paró entonces el viejo barbado que acababa de ser mi acompañante de aguardientes, y ahí supe quién era el personaje que me había tocado en suerte. A él se lo llevaron en el lujoso carro negro donde iba el gobernador, y no volvimos a vernos… Año y medio después yo iba por la calle Calibío, cuando alcancé a verlo saliendo de la Gobernación. “¡Arenas!, le grité, y él me miró sin aparentemente reconocerme. Le recordé quién era, y me invitó a que lo acompañara a su finca de El Uvital en Fredonia porque tenía que pagar su salario al trabajador. Ni siquiera pedí permiso en casa, porque no me lo hubieran dado, y salimos a cumplir esa cita con el destino porque yo me sentí honrada de acompañarlo”.

Él la puso a trabajar como mecanógrafa para sacar en limpio una conferencia que tenía que pronunciar sobre su viaje por Europa y Grecia y, dice ella: 

Yo cumplí la tarea chuzografiando en hojas que tenía que repetir una y otra vez porque a él se le ocurría agregar un párrafo, adicionar alguna frase, corregir otra; y vuelta a empezar. En eso se nos fueron varios meses y yo había tenido que mandar a buscar ropa a Medellín para reemplazar la única muda que había llevado puesta y que para esos momentos ya no aguantaba más lavadas y vueltas a poner, cubriendo con cobijas una desnudez que ya no era un secreto porque él la había develado en El Uvital. Los veintidós años de diferencia con un hombre que pudiera ser mi padre, no fueron inconveniente cuando resolví entregarle mi corazón”.

Él se había enamorado de la belleza, la alegría, y la frescura de la juventud; y ella se había enamorado de la cultura, la conversación, el aire de hombre de mundo, y el prestigio de un artista al que para esos momentos ella miraba como un dios. Toda una vida habría de transcurrir para ella, antes de que la muerte los separara; y varios años antes de que se resolvieran los asuntos jurídicos que impedían realizar su matrimonio oficial. Cuando volvieron de El Uvital, ya venía embarazada de su primer hijo; que venía a ser el cuarto para él; y se habían vuelto imprescindibles el uno para el otro. 

Cuando un hombre se enamora de una mujer, se enamora de todo, se enamora con todo; y el enamoramiento de Arenas por esta sensible poetisa que lo cautivó con su belleza, y lo cautivó con su palabra, y lo cautivó con sus atenciones, y lo cautivó con su alegría, está expresado en su libro (página-pdc 124): “Pero después de todo, y de todos los adioses, sólo quedaba ahí la hermosa novia del Condenado. La novia con las cenizas del poeta Barba Jacob y el aguardiente en Santa Rosa de Osos…”, y sigue él diciendo, sin ambages ni tapujos, cuáles fueron las cosas que lo enamoraron de esta mujer a la que él conquistó dándole todo lo que le podía dar pero, también, viéndola lavar y poner a secar su única muda de ropa al sol; y ocuparse en la cocina de cocinarle platos con los que quería impresionarlo mientras él, de memoria, le recitaba poemas de Walt Whitman: 

A TI

Lo abandonaré todo y vendré, 
y cantaré himnos en tu honor.
Nadie te ha comprendido, 
pero yo te comprendo;
nadie te ha justificado, 
y tú no te has justificado tampoco.
No hay nadie que no te haya encontrado imperfecta, 
sólo yo no hallo en ti imperfecciones.
No hay nadie que no haya querido esclavizarte, 
y soy el único que no aceptará tu servidumbre.
Yo soy el único que no te impone 
señor, ni dueño, ni superior, ni Dios, 
fuera de los que hay intrínsicamente en ti misma”.

He llorado leyendo a Walt Whitman”, escribe él en su libro (página-pdc 135) y a partir de ahí comienza un relato sobre las obras artísticas, arquitectónicas, pinturas, esculturas, que vio en su viaje a Roma y otras ciudades europeas, y de su recorrido por Grecia. En estas páginas pueden reconocerse algunas de las que le dictó a la joven mecanógrafa que había resuelto darle su corazón para el resto de la vida.

Se dice que el mejor camino para llegar al corazón de un hombre es el estómago, pero también el mejor para conquistar el de una poetisa es la poesía.

"No sé, María Elena, pero yo no diría que él fuera un hombre apuesto, ¿No crees?". 

Apuesto no era, y eso lo sé; pero me dio mucha guerra porque él era bohemio y mujeriego. Mujeres no le faltaron que me disputaran su atención”.

No le faltaron. Menciona (página-pdc 213) a Mariana Yampolsky “Que fue un amor blanco de juventud en México”, y eso tal vez signifique que fue solamente un amor platónico. Menciona (página-pdc 217) a “Esperanza, que iba de pueblo en pueblo vendiendo suspiros de azúcar para traer al Condenado con su oscura carga de afecto”, menciona a la ya mencionada Ofelia, y a Lucía, y a Germana… Dice (página-pdc 151) que el “Prometeo” en México lo hizo amparado bajo el arrullo de Constanza Herrera, la andrógina chica que también menciona en otro lugar (página-ceam 11); y en la misma página habla de que el “Monumento a los Lanceros” del Pantano de Vargas en Paipa, Boyacá, lo hizo a martillazos endulzados por las caricias de Margarita… la Margarita que reafirma (página-pdc 160 y siguientes) diciendo que “…Fue su amor casto y era una mujer hermosa, de extracción campesina, que se desenvolvía con una cierta rigidez en el contexto social, lo que le daba una especial personalidad, un aire hermoso que atraía. La encontró trabajando en Coltejer, cuando fundía en bronce en los talleres de Furesa el Córdova de Rionegro, y después el de los Lanceros que se fundió en Medellín y fue trasladado a Boyacá”. Dice él (páginas-pdc 165-166) que “una mañana brumosa partió… hubiera querido ir al aeropuerto y detenerla… en la distancia sonó el avión y estaba petrificado… en él iba Margarita… Le dolía el corazón y quería morirse”. En entrevista al periódico El Tiempo puso la pieza que faltaba en el rompecabezas: Su nombre era Margarita Muriel. Algo se rompió entre ellos en el momento en que por alguna razón no pudo darle un hijo, pero fueron cosas del destino que en la vida del maestro se apareciera María Elena, a quien preguntamos:

A ti tampoco te faltaron admiradores, con seguridad…”.

Demás que no, pero desde que lo conocí no hubo para mí otro; y no lo ha habido después de enviudar. Un hombre así la marca a una para toda la vida”.

No otra cosa podía esperarse de un hombre que, viniendo de México y desde el primer día en que la conoció, le cantó al oído porque no quería deslucirse en voz alta con el bolero del mexicano Lorenzo Barcelata titulado “María Elena”:

Tuyo es mi corazón, oh sol de mi querer. Mujer de mi ilusión, mi amor te consagré. Mi vida la embellece una esperanza azul, mi vida tiene un cielo que le diste tú. Tuyo es mi corazón…”.

Ese bolero fue una premonición de lo que sería el resto de sus vidas, aunque fue allí donde ella descubrió que él era desafinado para cantar –“… y le incomodaba que yo se lo dijera”, dice ella–. Meses después ella descubriría que también era destemplado para bailar.

Bueno, pero siendo bohemio supongo que fue serenatero”, le dijimos. 

No lo fue. Le gustaba oír la música, pero serenatero no fue”.

Amaba tanto la música que en su libro (página-pdc 117) escribió sobre sí mismo: 

…La música lo anestesiaba, sobre todo esa agobiante tonada de los tangos, cargada de la añoranza de los emigrantes, navegantes, y hombres que perdieron la concatenación histórica. El tango es la música de los hombres que se jugaron el alma, la echaron al mar, y se metieron a la tierra sin guía y sin ángel, conducidos solo por la nostalgia, pero ¿Nostalgia de qué? ¿Nostalgia del infinito? ¿Nostalgia de la nostalgia? ¿Quizás miedo? Cada hombre lleva un miedo adentro…”.

Le gustaba la música, como decir:

…las canciones de Lydia Mendoza, que le gustaban mucho desde los tiempos de vivir en Fredonia y luego en México”, según dice su viuda. 

De este repertorio hicieron parte “Tango negro” (…Miro pasar la vida y sus encantos y ya no siento ninguna ilusión…), que menciona (página-pdc 118) por cuenta de La Jericoana que desfloró su inocencia; “Mal hombre” (…Tan ruin es tu alma que no tiene nombre…), que cita (páginas-pdc 114-115); “Celosa” (…No puedo negarlo que estuve celosa al ver que con otro te burlas de mí…), y el bolero de Sergio de Karlo “Flores negras” (…Me hacen daño tus ojos, me hacen daño tus manos, me hacen daño tus labios que saben fingir…).

Y de sus gustos tangueros da fe (página-pdc 87) en su libro recordando aquella “Melodía de Arrabal” cantada por Carlos Gardel: “…Barrio plateado por la luna, rumores de milonga, que es toda mi fortuna. Hay un fuelle que rezonga en la portada mistonga, mientras que una pebeta, linda como una flor, espera coqueta, bajo la luz de un farol…”. También “Arrabal amargo” (…metido en mi vida como la condena de una maldición…). Sigue recordando (página-pdc 88) su música con el tango “Amargura”, del repertorio gardeliano, con su “…Viento de locura atravesó mi mente y deshecho de amargura yo me quise vengar. Mis manos se crispaban, mi pecho las contuvo, su boca que reía yo no pude matar…”. El tango que más se le oía cantar era el gardeliano “Volver” (Volver con la frente marchita, las nubes del tiempo blanquearon mi sien…) que cita (página-pdc 88) junto con “Volvió una noche” que cantó Gardel: “…Volvió una noche, nunca lo olvido, con la mirada triste y sin luz. Tuve miedo de aquel espectro que fue locura en mi juventud…”. Está (página-pdc 89) “Niebla de El Riachuelo” (amarrado al recuerdo yo sigo esperando…). Cita (página-pdc 115) a “Percal” (…la juventud se fue, tu casa ya no está, y en el ayer tirados se han quedado acobardados tu percal y mi pasado…); y también “Desdén” (No necesito amar, absurdo fuera repetir el sermón de la montaña…). 

Acerca de la vocación tanguera de los paisas dijo que (página-pvm 46) “El antioqueño ama el tango porque tiene mucho del desarraigo del argentino”.

Dijo él en la entrevista a la Dra. Laverde que (página-pvm 68) que María Elena: 

… Ha sido mi compañera en todo momento. Es mi amiga de siempre, y ha sabido soportar mis infidelidades y debilidades porque así me asumió. Exige y se le sube el veneno, como a cualquier mujer… Ha sido una relación diferente, porque el manejo de la sensibilidad le ha permitido comprender la vida borrascosa y diabólica de este peregrino”.

Sentados a la mesa de comedor, en la casa de Villa Ney en donde muchas veces estuvo sentado el maestro, preguntamos a su viuda:

"María Elena: Podría suponer que, superadas las barreras de la edad, desde ese entonces tú le empezaste a decir a él, o él a ti, “Mi amor”.

No fue así, porque él a mí siempre me dijo “Gorda”; y yo a él a veces le decía Arenas, a secas, y a veces le decía “Maestranza”. Ese era el trato que nos dábamos. Su primera mujer quiso que él la tratara de “My Darling”, y cuando él supo los porqués fue algo que le dolió en el alma”.

La obra del maestro

En algún momento quisimos saber en dónde se encuentra la obra privada del maestro y preguntamos a la viuda.

No sé en el estudio de Axotla en México, porque no conozco ese país, pero en Colombia teníamos la finca de la vereda El Uvital de Fredonia; y en el municipio de Caldas, cercano a Medellín, la casa de campo Villa Ney en donde instaló los hornos y el taller, y también su biblioteca y su estudio de lectura y escritura. El nombre es un homenaje al mariscal de los días de la Revolución Francesa. También tenía obras en una casa que compró para traer a sus hermanas en el barrio Granada, de Belén”.

La casa del barrio Belén Granada, situada en la esquina noroccidental de la calle 29 con la carrera 72, que está en mal estado, fue adquirida por él para traer de Fredonia a su tía materna Rosa Betancourt y a sus fallecidas hermanas Elvia y Mariela. Les sobrevive su hermana Margarita Arenas Betancourt, al cuidado de un joven que las ha atendido en esta casa convertida por el maestro Rodrigo en casa taller. Allí se encuentra una buena cantidad de sus obras.

Casa taller del barrio Belén Granada

Él iba dejando a su paso obras de su incansable e inagotable producción, que en México quedaron en manos de su familia mexicana y en Villa Ney son preservados por la Fundación Arenas de su viuda María Elena con sus hijos colombianos. Eso de la Fundación Arenas es un eufemismo sentimental, porque no cuentan con el apoyo de entidades estatales o privadas, ni con ingresos propios sino gastos, por lo que sostienen el aviso royéndole migajas al presupuesto familiar “Que si no fuera por el apoyo de mis hijos equivaldría a cero”, dice su viuda. 

La casona donde vive, de extensa área, situada a pocos metros de la antigua vía que conduce de Medellín al municipio de Caldas en la vereda de La Tablaza, está rodeada de jardines y demanda para su sostenimiento de un celador mayordomo jardinero todero, a quien hay que pagar y sostener, “porque si no estaríamos enmontados por la maleza”. Los antejardines están sembrados de veinte o treinta, o tal vez más, esculturas del maestro; y deben ser cuidados por siete perros de raza pastor alemán “ariscos, desconfiados, ladradores, buenos cuidadores, cuyas bocas demandan cuantiosos gastos de alimentación y veterinaria”. Estos perros no son un lujo, ni un capricho, sino una necesidad por requisitos de seguridad. De no tenerlos, los ladrones ya habrían entrado a la casa y robado varias o todas las esculturas disponibles que los depredadores del arte no dudarían en adquirir para enriquecer sus colecciones particulares. “Algo me ayudo con la venta de réplicas de esculturas, pero ese no es un mercado regular que le permita a una vivir con solvencia”, nos dijo la viuda. “Te ayudarás con lo de la pensión, supongo”, le dijimos. “No, yo no tengo pensión. Él no fue un hombre previsivo, y no aportó a la seguridad social”. Muchos de sus trabajos debieron ser por honorarios, o por tareas, o por pagos a destajo, sin una continuidad; y seguramente hay aportes dispersos descontados de un pago aquí y otro allá por las distintas instituciones, que no alcanzan el monto legal requerido, y cuya información no está recogida en una carpeta. Eso es algo de muy difícil reclamación, por no decir imposible. El amigo que nos acompañaba comentó que “Tal vez todas las administraciones municipales, departamentales, y nacionales, le han ofrecido ayuda, pero han incumplido”. 

Hay una Ley que le asigna una, en su momento, generosa partida para la instalación de un monumento suyo en la natal Fredonia, del que él alcanzó a hacer una maqueta representando a una chapolera recolectora de café, pero “La Chapolera” se quedó en veremos, la Ley se quedó en buenas intenciones, y la partida nunca apareció; como tampoco los ofrecimientos de financiar la Casa Museo en donde se recogiera su obra y se preservara para la posteridad. Dice su viuda que:

Nosotros hemos tratado de recoger aquí su obra dispersa, pero sin ayuda esa es una tarea muy difícil y dispendiosa, a veces abrumadora”.

No toda la obra puede recogerse en la familiarmente proyectada Casa Museo, porque sus monumentales obras están regadas en varios países.

La entrevista recogida en el libro “Rodrigo Arenas Betancourt, el sueño de la libertad, pasos de una vida en la muerte” (PVM), de la Dra. María Cristina Laverde Toscano, se ocupa del análisis de su obra escultórica con selección de las piezas monumentales más representativas, acompañada de fotografías, y en ella sale a relucir el Arenas filósofo con su concepción sobre lo que es la vida, el amor, la muerte, la política, la religión… –“…Tampoco tuve la preparación requerida para ser filósofo…”, dice el maestro–. Sale a relucir su visión u opinión sobre esas respectivas obras que rompieron con esquemas y tuvieron que abrirse paso –les tuvo él que abrir paso– sorteando grandes dificultades y oposiciones, bien por sentido crítico hacia su obra como tal, o hacia él y su estilo como artista. Salen a relucir, sin que él lo mencione abiertamente; las rencillas, envidias, zancadillas, que suelen ser comunes a todos los gremios, pero notoriamente en el caso de obras escultóricas monumentales con contratos que mueven mucho dinero. No han de faltar políticos a los que el monumento a “La Raza” en el Centro Administrativo de la Alpujarra en Medellín les parezca un adefesio, y hubieran preferido ver instalada allí una obra de Édgar Negret, o de Eduardo Ramírez Villamizar, o de Omar Rayo, más al alcance de los presupuestos y los bolsillos. Es posible que por cuestión de estética, pero también por motivaciones económicas.

Entre sus anécdotas, cuenta Rodrigo Arenas Betancourt (página-pvm 70) sobre su primera venida a Colombia desde el año 1944 en que partió para México: 

… Fue en los comienzos del año 1956 y me hospedé en el Hotel San Francisco de Bogotá. Una mañana salía muy temprano y me encontré con un joven que tenía un diente de oro –no sé cómo se lo cambió–. Me solicitó un reportaje para el periódico El Espectador, argumentando que durante toda la noche había estado custodiándome… Estaba bien informado, y se mostró muy interesado. Logró una muy buena entrevista, que luego salió en otras publicaciones. Se llamaba Gabriel García Márquez”.

Aquí hay un lapsus de memoria por parte del maestro, porque el reportaje fue un año antes; puesto que salió publicado en febrero de 1955.

Dice la Dra. Laverde (página-pvm 102-103): 

Maestro, hablando de García Márquez, hasta él reconocía la calidad de escritor de Rodrigo Arenas Betancourt… Crónicas de la Errancia, del Amor, y de la Muerte; y Los Pasos del Condenado, del cual creo que está trabajando sus últimos capítulos, con creces manifiestan su extraordinaria capacidad de escritor. ¿Cuáles son las razones que lo han llevado también al mundo de las letras?”. 

El maestro respondió: 

… Esto hace parte de una situación conflictiva… lo que yo quería expresar quizás lo hubiera hecho mejor en la literatura, pero jamás me preocupé por la preparación que esta actividad requiere. Circunstancialmente escribo, y lo hago de una forma muy torpe. Me cuesta inmensa dificultad. Los orígenes de mi educación conducirían a pensar que el camino era la literatura… Es una especie de frustración el pensar que lo que quería expresar del mundo y de la realidad no lo logré. Con frecuencia tengo la sensación de que el mundo se me quedó en el tintero… Mi preparación para esta actividad literaria puede radicar en que he vivido la vida en toda su intensidad, en que he conocido el mundo por todos sus rincones, y en que he leído con desaforo. Pero escribir es un oficio. Un oficio difícil que reclama el contacto permanente con la lengua, con las palabras, con las ideas. Ocasionalmente me meto en él, pero sé que ya no lo puedo convertir en mi mundo… Todo este bagaje que me proporciona el convulsionado siglo al cual pertenezco… Sé también que ya no podré expresarlo en la literatura… Me produce mucha tristeza no haber podido registrar muchas de mis inquietudes”.

Algunas obras de Rodrigo Arenas Betancourt

Aunque parcial, un detallado inventario de sus libros, escritos, pinturas, tallas, y esculturas, se encuentra en el portal de Benjamín Villegas Editores junto con una somera biografía del artista de la que hemos entresacado algunos datos para este texto.


Escultura “El hombre creador de energía”, en la
plazoleta central de la ciudad universitaria de la
Universidad de Antioquia en Medellín
(Foto tomada de Internet)

De ese inventario hemos seleccionado también algunas obras, sólo algunas, a manera de muestra de su importante legado aquí en Colombia. En México dejó también una importante cantidad de esculturas emplazadas en lugares públicos, y hay otras en colecciones particulares como las de los doctores Belisario Betancur, Otto Morales Benítez, Ernesto Gutiérrez Arango, y otros coleccionistas.

Bolívar desnudo. Plaza de Bolívar en Pereira, Risaralda.
Bolívar, fuego, bandera y alas. Hall del edificio de Seguros Bolívar en Bogotá. La obra sirve de emblema a la compañía. 
Bolívar-cóndor. Plaza de Bolívar de Manizales, Caldas.
Creación (La). Edificio Vicente Uribe Rendón, del antiguo Banco Comercial Antioqueño en Medellín.
Cristo de la liberación latinoamericana. Basílica Primada de Barranquilla. 
Cristo-Prometeo. Ciudad universitaria de la Universidad de Antioquia en Medellín. 
Desafío (El). Edificio del Banco Popular en el Parque de Berrío en Medellín.
Flautista (El). Patio del edificio central de la ciudad universitaria de la Universidad de Antioquia en Medellín. 
Gaitana (La). A orillas del río Magdalena en Neiva, Huila. 
John Lennon. Hotel La Posada Alemana en Armenia, Quindío (esta obra fue retirada del lugar por órdenes, al parecer, de la familia de su propietario Carlos Ledher).
Hombre (El) creador de energía. Fuente en la plaza central de la ciudad universitaria de la Universidad de Antioquia en Medellín.
José María Córdova (General). Monumento en la Plaza principal de Rionegro, Antioquia. 
Lanceros (Los). Monumento conmemorativo de la Batalla del Pantano de Vargas, en el Pantano de Vargas de Paipa en Boyacá. 
Largo viaje desde el vientre al corazón del fuego. Fachada del edificio de la Beneficencia de Antioquia en Medellín. 
Dr. Otto Morales Benítez –cabeza–. Biblioteca Pública Piloto de Medellín.
Porfirio Barba-Jacob. Parque central de Santa Rosa de Osos en Antioquia. 
Prometeo. Edificio del antiguo Banco Industrial Colombiano (hoy Bancolombia) en Bogotá. 
Prometeo. Fachada de la Biblioteca Pública Piloto en Medellín. 
Raza (La). Monumento en el Centro Administrativo de La Alpujarra en Medellín. 
Vida (La) –Tentación del hombre infinito–. Plazoleta del Edificio Suramericana de Seguros en Otrabanda de Medellín.

En las páginas finales del libro “Rodrigo Arenas Betancourt; el sueño de la libertad; pasos de una vida en la muerte” (PVM), de la Dra. Laverde, aparece la trayectoria cronológica del maestro Arenas, un detallado inventario de sus obras y escritos, una bibliografía de lo que otros han publicado sobre él. En resumidas cuentas, una información muy completa.

El episodio de su secuestro

Los intelectuales suelen ser hombres de paz. Si de casualidad tuvieran un arma debajo del colchón o la almohada, no la sabrían usar. Distinto talante es el de los hombres que se meten en la guerrilla. Para vivir en el monte y cargar arma en bandolera se necesita tener la sangre pendenciera que vuelve a los hombres agresivos en los gestos, en las palabras, en las miradas amenazantes, amedrantadoras, abusadoras, hacia los hombres débiles e inermes que se les cruzan en actitud de paz. En eso reside su fuerza, que es una fuerza bruta y para nada espiritual. Ya en las primeras páginas de su libro (páginas-pdc 13 a 15) Arenas cuenta, con menos dramatismo del que puse en este preámbulo, la escena en que el domingo 18 de octubre de 1987 los guerrilleros, en la tarde noche, le arrinconan el carro en la carretera de Caldas (Antioquia), cuando se dirigía hacia su finca de Fredonia, y lo orillan para abordarlos violentamente a él y a su familia. Me horrorizo solo de pensar qué pudo haber pasado por la cabeza de María Elena en esos angustiosos y terribles momentos cuando grita a los secuestradores que “¡No lo maten, tienen que darle medicinas, no lo maten!”. De lo que él pensó, dejó constancia: “Hijos de puta, secuestradores hijos de puta, nos van a matar”; y cuenta cómo el corpulento jefe, pistola en mano, se acomodó con otros secuaces en el carro, estrechando a la familia, y cómo uno de los sicarios puso su pistola en la nuca de María Elena mientras a él lo maniataban e imposibilitaban. “¡No la mates!”, gritó El Condenado, que es el nombre que se da a sí mismo como protagonista del descarnado libro y, dice él, que “El sicario no contestó nada. Guardó la pistola y siguió como tan tranquilo”. Un momento de estos es, para los sicarios, un simple operativo, “una acción de guerra con un objetivo civil involucrado”; pero, para quien la sufre, es una tortura, un atropello, una acción de vida o muerte, una tragedia. Escribe (página-pdc 31) que “Cabizbajo, reducido a cero, cual una miserable pavesa en la tormenta, El Condenado se dijo que hasta aquí llegué, es hora del balance, de las cuentas y la retrospección, ¡Qué carajo!, antes de la vida y del amor existieron la ceniza y el olvido, la ceniza parda y amarga de Dios, la ceniza de los tiempos, la ceniza de la nada, las cenizas antes y más allá del amor, de las mujeres, y de la muerte”. En un principio, en medio de su secuestro, El Condenado fue obligado a escribir una nota a su esposa dictada por el corpulento jefe que lo secuestró (página-pdc 20): “Elena, estoy con el Frente 22 de las FARC… Enséñales la declaración de renta y los extractos bancarios, todo lo que sea necesario para demostrarles nuestra situación… habla con Palau, habla con Hildebrando, habla con El Flautista, habla con Virginia en México…”. Las FARC lo secuestraron porque pensaron que él tenía plata para pagar su rescate, y él ignoraba que las relaciones entre sus dos familias no serían buenas porque en México pensaban que la familia de Colombia tenía plata, y la familia colombiana estaba atrincherada con sus obras… pero sin plata. La plata, como se sabe, es junto con el sexo un poderoso motivador, y al sexo dedica El Condenado buena parte de sus elucubraciones durante el secuestro, las que plasma en dibujos que hacen parte de las surrealistas ilustraciones del libro. Dice (página-pdc 39) que “Los sicarios llevaban pistolas en la mano y miraban hacia atrás, temerosos de que pudieran seguirlos… Empujaban violentamente al preso que en aquel momento ya estaba descalzo porque había perdido un zapato en la primera refriega y temblaba de miedo y de frío. Con dificultad se sostenía de pie y era un guiñapo animal y brutal. Sabía que atrás habían quedado su mujer y sus dos hijos y que quizás ellos irían a escuchar la descarga mortal”. Se escribe fácil, pero para saber lo que eso significa hay que vivirlo, hay que meterse en la piel del secuestrado y en la de María Elena para saber lo que se siente. Menciona (páginas-pdc 57-58) la Cruz de Boyacá que le fue concedida con asistencia de muchas personalidades, entre ellos varios expresidentes y el que después lo sería, su amigo el Dr. Belisario Betancur. “…Y el Dr. Gilberto Echeverri Mejía, quien fue el promotor de todo este embrollo…”, según dijo en su discurso de aceptación. Arenas, que murió de una afección hepática el 14 de mayo de 1995, no alcanzó a saber de la noticia del secuestro y asesinato ocho años después de su amigo Echeverri, por parte de la guerrilla de las FARC, el 5 de mayo del año 2003. Dos amigos unidos por la misma tragedia del secuestro, así estuvieran ya separados por la muerte. 

Maestro Rodrigo Arenas Betancourt

Es curioso este vejamen izquierdista contra un hombre que (página-pdc 68) “…en lo intelectual fue fiel a la libertad de pensamiento y en lo moral estuvo siempre con las izquierdas renovadoras…”, pero luego dice que “…aprendí en los últimos años a huir del sectarismo, de lo que se conocía como Stalinismo…”. Este hombre que en otros tiempos (página-pdc 85) “braceaba la vida… en un estéril batirse con la miseria que lo marcó para toda la vida y hasta cierto punto le impuso una visión sombría de la existencia y lo condujo a la militancia activa en la izquierda y en la insurrección”, muy tarde vino a darse cuenta de que a los hombres no los mueve el afán de las ideologías sino el amor al dinero; el amor al poder y al dinero, por sobre cualquier ideología. A la final, el maestro Arenas Betancourt se había decepcionado de la izquierda (página-pvm 105): 

…Antes pensaba y militaba vigorosamente en la izquierda para construir un bello mundo ideal. Después, comprendí que esa postura sólo nos permitía pensar en eso, en el ideal. Anhelaba cambios profundos y hoy me pregunto: ¿Cuáles podrían ser esos cambios? Como hablábamos antes, la democratización real no se ha podido practicar en ninguna parte del planeta. Sólo existe en la teoría… Es preciso el desarrollo, la industrialización, la creación de la riqueza para poderla distribuir equitativamente sobre la base de la justicia social… Muchas revoluciones en el mundo no han sido más que la repartición de la pobreza… Pero algo tengo muy claro y es la necesidad de preservar la democracia. Sin ella, Colombia caería en la peor desgracia”.

El Dr. Jorge Enrique Molina Mariño cita al maestro (página-pvm 21) diciendo que “La tragedia nacional, la más grave, es que nos hemos hundido en un proceso de desamor en el que todos destruimos lo poco que tenemos”.

Dijo Arenas Betancourt (página-pvm 120) que:

Un secuestro te reduce a la impotencia absoluta… Empezaron esos ochenta y un días sin consuelo, todos igualmente tensos, en medio de unos criminales con quienes no hay nada que hacer, herméticos, incapaces, crueles, bloqueados sicológicamente, inscritos en una tipología absolutamente específica en la cual no cabe ningún tipo de comunicación. No porque no hablen, sino porque han sufrido un proceso de lavado de cerebro que les impide entender el lenguaje humano. Son inconmovibles –Fíjate que hablarles de mis hijos les provocaba risa–. Los jefes de estos criminales jamás los escogen como guardianes por lúcidos, sino por su calidad de bestias”. 

En la entrevista a la Dra. Laverde dijo que (página-pvm 55): “A pesar de todas las reflexiones posibles, no es fácil darle cara a la muerte”. Y luego dice que (página-pvm 124): “Cuando uno siente más precaria la existencia, con más fuerza se despierta el deseo de vivir”.

En fin, no voy a hacer la reseña completa de “Los pasos del condenado” sino a dejar constancia del cruel episodio que hace parte de la vida que a él y a su familia les tocó vivir, y que alimenta el inventario de las obras contenidas en esta casa museo en que nos encontramos por gentil deferencia de la anfitriona.

En los distintos libros y artículos de prensa aparecen los nombres de María Elena y María Helena escritos indistintamente, aparecen Lydia y Lidia confundidos, aparecen Betancourt y Betancur. Aparecen Villaney y Villa Ney. En uno aparece erradamente como fecha de nacimiento del maestro el año de 1921, cuando él nació en 1919. Para los efectos de este texto, esos detalles no importan, porque no cambian lo que se quiere decir, no cambian la esencia.

Fíjate”, dice su viuda, “que el año de 1921 como fecha de nacimiento de él es un error; pero hay partes en que aparece el día 23 de octubre y en otras aparece el día 24. Le pregunté, y me dijo que era su culpa al momento de dar declaraciones a los periodistas. La explicación es de novela, pero muy real, porque me dijo que a su madre le empezaron los trabajos de parto el día 23 poco antes de la medianoche, y cuando él nació ya eran los primeros minutos del día 24. Nació con un pie en el 23 y otro pie en el 24”.

Y nació con un pie en Colombia y otro en México, y nació con un pie en la riqueza y otro en la pobreza, y nació siendo estudiante y docente universitario, sin un título o diploma que lo acreditara. Fue un hombre de contrastes y contradicciones.

Centenario del natalicio

Se adelantan los preparativos para celebrar el centenario del natalicio del maestro el próximo 23 de octubre, y al parecer los actos de celebración se centrarán en un proyectado parque de las esculturas en el municipio de Fredonia en donde ya hay una instalada con el nombre de “La Libertad” que es obra del escultor fredonita Gustavo Vélez Mejía y parece ser que instalarán otra del escultor itagüiseño Salvador Arango Sánchez. En tratándose de un parque de las esculturas en homenaje al maestro Rodrigo Arenas Betancourt, sería deseable que algún día ese parque tuviera alguna escultura representativa de este hijo de la población que le da el nombre al parque. Eso sólo el tiempo lo dirá.

La periodista Mónica Quintero Restrepo, del periódico El Colombiano, escribió un artículo al respecto titulado “El olvido de Rodrigo Arenas”, que fue publicado el 23 de marzo de 2013:


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
Medellín, septiembre 12 de 2019
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Bibliografía
1 Arenas Betancourt, un realista más allá del tiempo”, (MAT) Benjamín Villegas Editores, 1986. Cuatro textos de Rodrigo Arenas Betancourt con fotografías de sus obras y prólogo del Dr. Otto Morales Benítez.


2 Los pasos del Condenado”, (PDC), Rodrigo Arenas Betancourt, Arango Editores, 1988.

3 Crónicas de la errancia, del amor, y de la muerte”, (CEAM), Rodrigo Arenas Betancourt, OP Gráficas Ltda., 1990, con prólogo de Harold Alvarado Tenorio.

4 Rodrigo Arenas Betancourt, el sueño de la libertad, pasos de una vida en la muerte”, (PVM), María Cristina Laverde Toscano, Fundación Universidad Central de Bogotá, 2ª edición 1989, prólogo del Dr. Jorge Enrique Molina Mariño.

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El martes 17 sept. 2019 a las 8:01, Fundación Arenas Betancourt (<fundarenas@hotmail.com>) escribió:

Hola Orlando. Excelente texto sobre Arenas. Increíble tu dedicación para autoabastecerte de información en tan poco tiempo. Muy bueno, resumido y entretenido artículo. Gracias por este homenaje a Arenas y por ayudar en la tarea de hacer bulla por el Centenario. Abrazo fuerte!!!      Marie 

Enviado desde mi iPhone
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María Elena:

Gracias a ti, por tu generosa acogida, totalmente desprovista de egoísmos. Me alegra que el texto haya sido de tu agrado, y me propongo ponerlo en el blog para que esté al alcance de muchos lectores... Un abrazo para ti, y de nuevo mis agradecimientos por todo. Por todo.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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