“Hombre, Orcasas”, me dijo Gazapero, el amigo que me hizo una llamada telefónica muy avanzada la mañana:
– Estaba releyendo pasajes de tu libro Buenos Aires Portón de Medellín, y me entraron ganas de recorrer a pie la vía del tranvía pero con vos, para que me contés cosas del barrio.
Acepté con gusto la invitación de mi vecino y paisano de territorio, y convinimos en iniciar el recorrido a las tres de la tarde de un día que, por fortuna, se presentó despejado y luminoso.
– Encontrémonos en la Estación Buenos Aires del Tranvía, cerca de la Puerta Inglesa, e iniciemos desde ahí el recorrido; porque dicen mis rodillas que es mejor bajar que subir.
Así lo hicimos.
– Te acordás que allí quedaba esto, o lo otro; y que había tal cosa allá, y tal otra cosa un poco más allá?.
De unas el uno se acordaba, de otras el otro no se acordaba, de otras nos acordábamos los dos, y otras el uno o el otro no las sabía.
– En este punto donde estamos parados estuvo el portón inglés de don Coroliano Amador, que dio su nombre a la Puerta Inglesa, hombre Gazapero.
– Ve, Orcasas, por estos lados de la Puerta Inglesa vivió el poeta Jorge Robledo Ortiz y vos no lo mencionás en tu libro. Ese se te pasó.
– Muchos se me pasaron, y eso me mortifica. Es claro que uno no puede abarcarlo todo, pero hay personajes que sí me hubiera gustado tener allí; como decir que el Dr. Belisario Betancur de recién casado vivió con doña Rosa Helena Álvarez en una casa por Las Mellizas de Miraflores; o como decir que su amigo el escultor Rodrigo Arenas Betancourt vivió en el Hoyo de Misiá Rafaela en el barrio La Toma, y eso lo contó nadie menos que Gabriel García Márquez en una entrevista que le hizo para El Espectador en febrero de 1955. Por cierto que Gabo escribió “El Hueco de Ña Rafaela”, que suena parecido pero es distinto, pero es que hasta al mejor Premio Nobel se le quema el pan. Esa hubiera sido una buena nota para el libro.
– Mirá, Orcasas, en aquella esquina que están tumbando quedaba el granero La Frontera de don Abel, ¿Te acordás?
– Sí que me acuerdo. En diagonal hacia La Toma quedaba la casa y la escuelita popular eucarística atendida por “la señorita” Flor de Benítez; que era casada, tenía cinco hijos, y estaba embarazada del sexto. Estando allí hice mi primera comunión.
– Ve, y en aquella casa de trincho, que está muy cambiada porque la han remodelado para peor, ya que era fea pero los dos pisos que le montaron a la guachapanda son un adefesio arquitectónico, vivió la familia de Gustavo “El Loco” Quintero. Ese sí lo metiste en el libro.
– Claro que lo metí, y a su vecina la historiadora musical Ofelia Peláez, pero con unas inconsistencias que no valen la pena y en ese tiempo no las sabía pero ahora las sé. No importa, porque no cambian la esencia de lo que se dijo, como decir que la casa en donde ella hospedó a Alfredo Sadel no fue en Copacabana sino en el barrio Velódromo; como decir que ella conoció a Sadel por medio de Restrepo Duque cuando a Duque lo conoció muchos años después, o como decir que la Restrepo que fue su compañera en la CADA no fue Teresita sino sus hermanas Alicia y Luisa. Son minucias.
Alfredo Sadel en Medellín,
con su amiga Ofelia Peláez
(Fragmento del capítulo 13
titulado “Días de Radio”,
del libro “Buenos Aires, portón de Medellín”)
Por los lados de la calle Colombia en Buenos Aires vivieron Ofelia Peláez y sus hermanas, asiduas visitantes de los Restrepo, por su amiga Teresita Restrepo, empleada de CADA. Ofelia fue secretaria de don Hernán, lo que le permitió ser amiga del cantante Alfredo Sadel y tenerlo hospedado en su casa de Copacabana. Tan amigos, que hasta lo puso a barrer y le tomó una foto, escoba en mano, para que no quedaran dudas.
– Eso es chisme, Orlando, porque él tomó la escoba por voluntad propia para barrer esa casa. Ofelia es reconocida como experta en música, que escribe libros y ha tenido programas de radio.
(fin del fragmento)
– Se me olvidó contarte, hombre Gazapero, que en la casa frente al libretista de radio vivieron Las Vírgenes, como llamábamos a Virginia y Virgelina –tan bellas ellas–, que eran de las que tenían afiche de Sadel en el dormitorio y se les iba la baba cuando oían un disco de él. Esas hubieran sido capaces de darle a Sadel lo que les pidiera, si hubieran tenido la oportunidad de conocerlo, y hasta ahí hubiera llegado la santidad de Ginia y Lina.
Las Vírgenes no tuvieron oportunidad de conocerlo, pero una vecina suya sí; y pasó lo que tenía que pasar. La historia la cuenta el venezolano Antonio “Gonzalito” González en su libro “Semblanzas de un ídolo”, y creo que la repite en alguno de sus escritos don Jaime Rico Salazar.
– ¿Ves aquella otra casa también de trincho, hombre Orcasas? Vos que sos chismoso te cuento un rollo. Ahí vivió la bailarina Lila Ruano, que era una negra hermosa, alta, elegante, sexy, inaccesible, a la que los muchachos del barrio no le daban la medida, pero que tenía un secreto no tan guardado porque entre sus amistades de bien, con las que le gustaba relacionarse, era vox populi de que la bella Ruano era ¡Ninfómana!, con un apetito sexual insaciable.
– ¿En serio, Gazapero? Yo a una mujer así la hubiera metido en mi libro a como diera lugar. Ni riesgos de irla a dejar por fuera.
– Es que la historia es todavía mejor, Orcasas, porque cuando Sadel vino por primera vez a Medellín, en octubre del año 1959, se hospedó en el Hotel Nutibara, y allá se le apareció su amigo el cantante Víctor Hugo Ayala a presentarle una amiga. Sadel estaba recostado en la cama, leyendo un libro, cuando Ayala le dijo “Vea el regalo que le traje, aquí se la dejo”. Sadel se acostó con el fenomenal cuerpo de la insaciable Lila, y al otro día se le vio ojeroso y demacrado diciendo que “Esa es la mujer más increíble que yo haya conocido en la vida; pero, ¡Me dejó de cama!”. ¿Vos no has leído eso en los libros?
– No lo he leído, y tendré que hacerlo, pero la vecina Lila y su sadeliada; o sea el cantante Sadel con su liliada; hubieran merecido en mi libro no sólo un párrafo sino ¡Todo un capítulo! ¡Qué chisme tan bueno!
Alfredo Sadel en los últimos tiempos
(Imagen tomada de Internet)
Alfredo Sadel, que nació el 22 de febrero de 1930, vino por última vez a Medellín casi treinta años después, en diciembre de 1988, y seis meses después murió en Caracas, el 28 de junio de 1989. Para entonces, ya estaba enfermo y se le veía envejecido y desmejorado. Estando en Medellín hablaba maravillas de esa mujer que conoció en una noche de hotel y que, a su juicio, era la mujer más fabulosa y espectacular con la que jamás se hubiera cobijado y descobijado. A su contertulio le brillaron los ojos por la posibilidad de atender al amigo y le propuso:
– Yo sé de ella, y tengo manera de contactarla para que se vuelva a reunir contigo.
Él, que ya tenía un pie puesto en la tumba, y que prefería no mirarse en el espejo para no sentirse autodesilusionado, no tuvo empacho en contestar:
– No lo hagas. Para mi gusto, a estas alturas de la vida esa mujer… ¡Ya está muy vieja!
–¡Ah!, vea pues, “El Cumaco de San Juan” resultó ser un gato fregado para los ratones; porque a gato viejo, ratón tierno.
https://www.youtube.com/watch?v=8PRrpjZHBBY
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