viernes, 1 de enero de 2021

277- Aguardiente, licor bendito; del tapetusa al chirrinche

http://postigodeorcasas.blogspot.com/2021/01/277-aguardiente-licor-bendito-del.html


Uno de los amores platónicos de mi primera juventud –y son muchos–, o sea aquella que corre desde la Primera Comunión hasta la sacada de la libreta militar, fue por los días de mi primer trabajo donde don Santiago Gutiérrez Gaviria, que quedaba en la Y o conjunción de las carreras Junín y Palacé, tres puertas más arriba de la entrada de la iglesia de San Antonio, por Junín, hacia el parque de Berrío. 


Yo tenía 17 años de edad y me paraba en la entrada del almacén. En diagonal, a mano izquierda, haciendo esquina con la calle San Juan, había un edificio de apartamentos de unos cinco pisos de altura. Yo no le quitaba la mirada a ese edificio, y por una sola razón: Todos los días, en cualquier momento hacia arriba o hacia abajo, dos o tres veces al día, hacía su aparición la joven de 14 o 15 años más bella que hubiera visto. Era de piel canela y cuerpo armonioso, con unas piernas torneadas como bolos de boliche; cabello negro lacio y bien peinado que caía por debajo de sus hombros, descubiertos coquetamente; unos ojos negros, como pepas enormes, enmarcados en unas pestañas largas y rizadas, techadas por un par de cejas azabache pobladas, que parecieran enmarcar sus miradas entre paréntesis; un caminar felino, sinuoso, provocador, atractivo, garboso, de “altiva y soberbia cual diosa pagana”; y su dentadura blanca y pareja, ¡Ay!, su dentadura… Cómo hubiera querido yo que me regalara esa sonrisa, pero vine a conocerle su dentadura porque le sonrió a una amiga que se cruzó a saludarla en el camino. 


Yo soñaba con esa mujer, pero para esa mujer yo no existía. Sencillamente, no existía. Si mi timidez no hubiera sido tan grande, mi paga de mensajero no daba para que ella se hiciera muchas ilusiones en la vida conmigo. Yo no existía. 


El edificio donde vivía se llamaba, y aún se llama, “El Sacatín”. Alguien me contó, y en alguna parte también leí, que allí había quedado una fábrica de aguardiente, y de ahí su nombre, por los días en que cualquier lugar situado más allá del río Medellín quedaba más lejos que la Quinta Porra. Esa fábrica, me dijeron, había sido de don Pepe Sierra, antes de que resolviera llevarla a su finca de la Otrabanda que mencioné en el anterior correo aguardientoso. El edificio El Sacatín, años después, dejó de ser un edificio de apartamentos, fue remodelado, y se convirtió en las oficinas municipales de Metro Salud, donde aún sigue esta institución.


Cualquier día, no hace mucho, yo era ya un hombre sexagenario (hoy tengo 75), salí del bar Homero Manzi y abordé de media noche un taxi para llegar a casa. Bajamos por San Juan hacia el barrio La América, y yo venía conversando con el taxista animadamente. Paramos en el semáforo del cruce con Junín. Dicen que el mundo es un pañuelo. Señalé ese edificio, y le conté la historia de la garbosa morena que fue mi amor platónico en la lejana juventud. Él me dejó contar el cuento con pelos y señales, y cuando creyó oportuno hacerme su confesión me la hizo: 


“Era mi tía. La hermana mayor de mi mamá. Cuando nací ella había muerto, pero su belleza en la familia era legendaria. Vi su fotografía en un álbum de la familia, y era tal como usted la describe”. 


Según lo que el joven taxista me contó, ella tenía poco más de cincuenta años cuando murió de cáncer. Se casó con un médico y tuvo dos hijos o hijas, ya no recuerdo. Sufrió mucho con esa enfermedad. 


“Se llamaba Aracelly Álvarez, mi tía Aracelly”.


No sé si lo dicho por el taxista sea cierto, pero encontró en mí terreno abonado para que le creyera. No acaté a tomar su teléfono para corroborar lo dicho. No acaté, pero no importa; porque, falso o cierto, lo que me dijo me permitió adornar una historia que ya, de por sí, no requería de más adornos que lo de mis propios recuerdos.


La palabra “zacatín” o “sacatín”, como se escribe indistintamente, viene del árabe “saqqattin”, que es una plaza o calle donde instalaban negocio los ropavejeros.


Es posible que en esas mismas plazas y calles junto con las ropas usadas se vendieran licores fabricados en la trastienda, porque en español “sacatín” pasó a aplicarse a la fabricación de licores, sobre todo los fabricados en alambiques y destilerías; y su mención me da pie para abordar el tema de los licores. No de todos, porque se volvería demasiado extenso, sino de los aguardientes colombianos, y tal vez la mención de unos pocos, muy pocos, rones; más los que se fabrican de contrabando en la ciudad de Medellín y sus cercanías.


Para escribir sobre el tema fue tan grande el aporte del historiador urbano Hugo Bustillo Naranjo, que justo es reconocer que este artículo fue escrito a cuatro manos. El objetivo es registrar la información para que quien desee consultarla pueda hacerlo en el entendido también de que nuestros datos son someros y para trabajos a profundidad deben ser confrontados y contrastados con las informaciones oficiales de las respectivas empresas licoreras.


Dice Bustillo que:


[… La mayoría de las licoreras sacaban unas botellitas pequeñas imitando los productos de su catálogo, que contenían un trago del respectivo licor. Estaban destinadas a proveer a las aerolíneas para consumo durante los vuelos, pero rápidamente se volvieron artículos de colección. Mi tío Cupertino Naranjo Caballero, que fue propietario de muchos bares en el barrio Guayaquil y yo le colaboraba, fue coleccionista de estas botellitas; y también coleccionaba las botellas grandes, que le servían para la decoración de las estanterías en sus negocios]


La Editorial EAFIT publicó en el 2008 un libro de la columnista Margarita Inés Restrepo Santa María del periódico El Colombiano de Medellín, titulado “Reportajes”, con una selección de crónicas suyas. Allí hay un capítulo con una sección dedicada al consumo de licores:


[Artículos en “Reportajes” (lista parcial):

1 ¿Alcohólico yo?... ¡Ni por el diablo!

2 ¿Cómo llegó al alcohol? Me emborraché el día de mi primera comunión

3 Si abusa del alcohol es fondo, es cuatro metros bajo tierra

4 Hogar, dulce hogar: hay un alcohólico en casa

5 No estás tomando… ¿Te embobaste o qué?

6 ¿Qué me hiciera yo pa’ este trago?

7 Después de la tempestad buenas noches… ¡Soy un milagro!

8 Los alcohólicos recuperados lo saben: los mejores días están por llegar]


Antes de seguir adelante, hagamos un poco de historia y, para ello, copio un fragmento del artículo sobre los cafés, bares, y cantinas de Guayaquil y el Centro de Medellín, en el que se habla de la denominación "once letras" para la palabra aguardiente, y de la expresión "tomar las once" para referirse a esa misma palabra.


[Según el historiador don José María Bravo Betancur, el nombre del barrio le viene a Guayaquil de una cantina instalada a orillas del río Medellín, cuando por esos lados había un balneario donde iban a bañarse los medellinenses de mediados del siglo XIX en lo que por ese entonces eran “las afueras de la ciudad”, y el lugar hacía parte de una hacienda llamada “El pantano”, propiedad de los descendientes del Dr. Ignacio Uribe Mejía, porque en invierno el río se crecía y se salía de madre en las vueltas de los meandros, inundando grandes extensiones en sus orillas, de donde le viene el nombre de “Las Playas” a un sector del barrio Belén en la otra banda. Hacía tal calor a veces en ese lugar donde se estaba construyendo un puente sobre el río, que muchos lo compararon con Sopetrán y le dieron ese nombre, pero a un parroquiano le pareció que el calor se comparaba más bien con el del puerto ecuatoriano de la ciudad de Guayaquil, y así fue renombrado. Esto lo corrobora el Dr. Alberto Bernal Nicholls en su libro “Miscelánea de historias, usos, y costumbres de Medellín”. El nombre del barrio le viene, pues, de una cantina a donde los bañistas acudían “a tomar las once letras”, como le decían al “aguardiente” para que las señoras y los niños no se dieran cuenta de sus etílicas costumbres. A cada nada se les ocurría proponer “vamos a tomar las once a Guayaquil”. Con el tiempo don Carlos Coroliano Amador, esposo de doña Lorencita Uribe Lema de Amador, hizo desecar esos pantanos, corregir el curso del río, y volver esos terrenos urbanizables]


El descubrimiento de los licores por parte del hombre se remonta a los albores de la humanidad. Quizás Adán, o alguno de sus descendientes inmediatos, observó el comportamiento de pájaros y animales después de que comían determinada fruta y quiso averiguar a qué se debía eso, o quizás él mismo probando uno y otro fruto dio con alguno cuyos efectos lo hicieron alucinar. Vaya uno a saber a quién se le ocurrió empetacarse de uvas medio magulladitas y ¡pum!, se le apareció la Virgen. 


No sabemos quién inventó el vino, pero sí sabemos que cuando el diluvio universal ya estaba inventado porque se cuenta que Noé, una vez descendido de su arca, dentro de su carpa se pegó una borrachera de padre y señor mío que lo hizo quitar la ropa pero se le olvidó ponerse la piyama. Lo cuenta la Sagrada Biblia en el libro del Génesis 9:20-27, y lo pintó Miguel Ángel en uno de los frescos de la Capilla Sixtina en el Vaticano. Como Sem, el ancestro de los semitas, cubrió su desnudez con un manto, el santo patriarca Noé lo bendijo a él y a su descendencia; Jafet, el ancestro de los jafetitas, también tuvo compasión de él y lo cubrió, por lo que fue bendecido junto con su descendencia; pero Cam, el ancestro de los camitas, de quien desciende Canaán, fue maldecido por haberse burlado de la borrachera de su padre. Gracias a ese episodio tenemos lo que podemos llamar la primera borrachera documentada de la historia.


El nombre de Caná de Galilea nos lleva a otro episodio documentado que es el primer milagro de Jesús cuando convierte el agua en vino (Juan 2:1-11). Convertir el agua en vino es un milagro, pero convertir el vino en agua es un hecho cotidiano y lo llaman bautizar. Se ha sabido de acólitos que se toman un sorbo de vino de consagrar en la sacristía, y le recuperan el nivel a la botella con un sorbo de agua, para que no se note la falta. Cuando el cura descubre que ese vino ya prácticamente no sabe a nada, despide al acólito y lo reemplaza por otro menos bautizador. El pintor Paolo Veronese, “El Veronés”, pintó un cuadro inspirado en este episodio del Evangelio.


Son tantos los poemas, canciones populares, brindis operáticos, bambucos; y, sobre todo, tangos; que hacen mención al licor como compañero del hombre en sus penas y alegrías, que me haría interminable con su mención. Me limito a dar fe de que “El vino puede sacar cosas que el hombre se calla”. Unos pocos de esos tangos aparecen en este artículo:


https://lapiedradesisifo.com/2020/04/16/el-alcohol-en-las-letras-de-los-tangos/


La música y la literatura se han ocupado del aguardiente y sus similares, y hay hasta una zarzuela de Federico Chueca que lo lleva en su título de “Aguas, azucarillos, y aguardiente” como los productos que las gentes van a buscar al ventorrillo.


Muy temprano, pues, nuestros colonizadores españoles establecieron la prohibición de fabricar licores sin permiso de la Real Corona, porque el licor estaba asociado a un régimen contributivo y alcabalero. Si alguien quería tomar o fabricar licor, tenía que pagar impuestos. No faltaba más que hubiera borracheras de contrabando. Surgieron, entonces, los concesionarios para la fabricación de aguardientes y rones; y surgieron, paralelos a ellos, los contrabandistas. No es que el licor de contrabando fuera de menor calidad que el oficial en todos los casos, y casos habría en que tal vez hasta pudiera ser mejor, sino que no tributaba y el pecado estaba en la evasión del pago de impuestos. Se crearon, entonces, los Resguardos de Rentas; una especie de policía creada para descubrir y reprimir con multas y penas de cárcel a los evasores. De ahí a inventar los fenómenos del soborno y de la corrupción consistente en “tú me descubres, yo te endulzo el bolsillo, y tú te haces el de la vista gorda”, no hubo sino un paso. Creo que ahí fue donde surgió el asunto de la Prohibición de Licores en los Estados Unidos, que dio origen a La Mafia Italiana con Al Capone y todo ese cuento. El whisky se sigue consumiendo y nunca dejó de consumirse, pero ahora tributa y paga impuestos.


Cito unos párrafos del libro “Buenos Aires, portón de Medellín”, en los que hablo de doña Sofía Sinitavé, una contrabandista fabricante de licores a quien conocí y era la humildad en pasta, para nada pendenciera, de quien a nadie se le hubiera ocurrido pensar que se ocupara en esos oficios.


“Buenos Aires, portón de Medellín”

(Fragmento)


[Sofía Sinitavé, anciana que pasaba de los setenta, vio la luz antesitos de la Guerra de los Mil Días, según decía. Campesina descalza, analfabeta que firmaba la nómina poniendo la huella del dedo índice entintado en la almohadilla de los sellos, era la trabajadora del aseo en una ferretería. A pesar de su piel blanca de mestiza tenía facciones indígenas enmarcadas por las canas que recogía en una moña de rodete, soportada por peineta; facciones que denunciaban a las claras su ancestro chibcha venido de Boyacá. La cabeza rematada por una cofia improvisada con pañuelo anudado en triángulo Pá que no le caigan pelos al cafecito y no se´noje el feje. Vivía a orillas de la Santa Elena, Quebrada Arriba por La Toma. 


¿De dónde es su familia, doña Sofía?


¡Hum!, P´a sabese. Mis taitas vivían, dende antes d´ellos nacer, en la casita onde nací. Ay vivían los agüelos. A nosotros no nos dieron escuela. D´esas cosas no si´usaban.


A comienzos de los años setenta salió la ley que obliga a los patronos a dotar de uniforme a los trabajadores. Aceptó feliz, pero pidió que le dieran el dinero para ella mandar a hacer los vestidos a su gusto: batas de tela medioluto floreado, sencillas, con ruedo por debajo de la rodilla. Delantales blancos, almidonados, con bolsillos grandes y tirillas de anudar atrás.


Los zapatos, doña Sofía, le hacen falta los zapatos.


Necesidá sí tengo de trabajar, pero si me van a obligar a poneme d´esas cosas, más bien me salgo. Yo no voy a martirizar mis pies por dale gusto a los demás.


No se los quiso poner manque me obligue la ley. Tenía experiencia en lidiar con leyes y leguleyos.


Los agüelos tenían casa en una manga inmensa a orillas de la quebrada. Comu´eran muchos hijos le dieron a cada uno su lote pa´que hiciera la casita y a mi taita le tocó el que queda más pegado de la quebrada. Esa fue la herencia; junto con las fórmulas pa´hacer chicha y tap´etusa, que también le enseñaron y yo aprendí.


La fabricación de chicha estaba prohibida, y la de licor era un monopolio del Estado. Junto con el cultivo y procesamiento del tabaco, esas actividades eran vigiladas por los agentes del Resguardo de Rentas. El pueblo siempre paga impuestos al Estado y diezmos a la Iglesia, y en su familia veían a los del Resguardo como enemigos, por atentar contra la industria familiar: fábrica de aguardiente de contrabando envasado en frascos que tapaban con las tusas que quedaban después de desgranar las mazorcas del maíz usado para la chicha. Así lo describió el escritor Manuel Mejía Vallejo en La Tierra Éramos Nosotros:


Tapetusa montañero... guarapo del campesino fermentado con anís... Sabroso y picante, enderezador del espíritu desde la primera saca... bandera que enarbola el alma en día festivo, compañero de ilusiones grandes, mitigador de desengaños duros, que está en la garganta como queja desgarrada...


Los del Resguardo caían de sorpresa, contaba misiá Sofía:


Los golvíanos locos. Llegaban desculcando toíto y oliendo a ver a´onde olían anís. N´uencontraban. “¡Ond´está el tap´etusa, ond´está el tap´etusa!”. Revolcaban debaj´ue las camas, en la cocina y en el solar buscando el sacatín y nada que l´uencontraban. Ellos sabían que vendíanos, pos les´habían sapia´o.


Y ustedes, ¿dónde lo tenían, doña Sofía?


Teníanos unas tablas haciendo cerca izque pa´que no se´ntrara la quebrada y teníanos unas piedras. De noche poníanos vigilantes y con las tablas y las piedras desviábanos la quebrada pa´destapar la cueva onde guardábanos la jábrica. Ellos se iban con las patas lavadas. Éramos probes, pero los borrachitos no nos jaltaban con el merca´o. Y midiosito querido que nunca lo desampara a uno]


En el año 2019 la Fábrica de Licores de Antioquia celebró el centenario de su aguardiente que lleva “Cien años sabiendo a bueno” y lleva alrededor de quinientos años fabricándose tanto legal como clandestinamente en el país. La primera fábrica de licores en Medellín de la que yo tengo noticias es la que se denominó El Sacatín.


El Sacatín de Medellín al que hago referencia era una destilería o alambique oficial de aguardiente y ron que estaba situada en las afueras de una ciudad que se extendía un par de cuadras alrededor del hoy llamado Parque de Berrío, en ese entonces denominado Plaza Mayor. La ubicación era la esquina de la calle 44 (San Juan) al cruce con la carrera 50 (Palacé o Calle Nueva), en donde con los años se construyó un edificio habitacional de cinco pisos precisamente llamado El Sacatín, que hoy da albergue a las oficinas de Metro Salud, del área metropolitana del Valle de Aburrá.


Cuando don José María “Pepe” Sierra Sierra obtuvo la concesión para la fabricación de los licores, trasladó la fábrica a una finca de su propiedad que quedaba a orillas de la quebrada Ana Díaz en la otra banda del río Medellín al occidente de la ciudad. Su finca, a orillas también de la Calle San Juan, estaba donde ahora están la Plaza de Mercado del barrio La América y la Urbanización Los Pinos. Esa fábrica de don Pepe Sierra, situada en ese lugar, se siguió llamando “El Sacatín”, como cuando quedaba 30 cuadras más abajo.


En 1919 el departamento compró a don Pepe la fábrica y creó la Fábrica de Licores de Antioquia que, como ya dijimos, celebró su centenario.


La quebrada La Jabalcona, que pasa por un costado de la actual fábrica, es un dolor de cabeza porque resulta que le dan ese nombre no a una sino a dos quebradas. Tal cosa no sería problema si las dos estuvieran situadas en Medellín, o si las dos estuvieran situadas en Itagüí, pero resulta que los límites entre estos dos municipios están señalados por “la quebrada La Jabalcona”, y los de Itagüí dicen que es la una, mientras los de Medellín dicen que es la otra. No se han podido poner de acuerdo. Según lo que los jueces encargados de dirimir el pleito resuelvan, la fábrica de licores quedará situada a un lado o al otro… y de eso depende a cuál municipio le tributan los impuestos que genera dicha fábrica. “Me babeo”, como dicen los políticos relamiéndose mientras se acarician los bolsillos. Eso es mucha plata.


Muy conocidas en Antioquia son las “Décimas del aguardiente” (“Mi querido amigo Luis: hace seis meses cumplidos que aquí en Estados Unidos suspiro por un anís…”), del Dr. Diego Calle Restrepo. Estas coplas hacen parte de una cuasi leyenda anecdótica referida a una carta que en 1951, cuando era estudiante en los Estados Unidos en la ciudad de Evanston, Illinois, dirigió a su tío paterno Luis Carlos Calle Lema contándole que por esos lados no se conseguía el Aguardiente Antioqueño que tanto añoraba. El nombre del destinatario de la carta aparece en un pie de foto con su fotografía acompañado de su sobrino Gustavo, hermano de Diego, en el libro “Semblanza de Diego Calle Restrepo”, EPM, 1995, por Marta López Restrepo de Calle y Luis Fernando Múnera López.


Valga la aclaración de que los afiliados políticos del partido conservador se distinguían por el color azul de su bandera, y los del partido liberal se denominaban rojos, por el color de la suya.


DÉCIMAS DEL AGUARDIENTE

(Diego Calle Restrepo)

“Mi querido amigo Luis:

hace seis meses cumplidos

que aquí en Estados Unidos

suspiro por un anís;

porque en este gran país,

por espantosa ironía,

cualquier cosa se hallaría

que la fantasía invente;

pero un trago de aguardiente

¡nunca se conseguiría!


Qué dolor, qué desencanto,

me tienen el alma presa

unos Andes de tristeza

y un Magdalena de llanto.

Fuera menor mi quebranto

y mi mal menos doliente

si tuviera el aliciente

que es propio de los varones:

un Farallón de limones

y un Atrato de aguardiente.


No hallo en la existencia halago

ni fuerzas para luchar,

cuando no puedo gozar

la satisfacción de un trago;

para hablar me siento gago,

para ver me falta un ojo

para andar me siento cojo

y hasta pienso en mi aflicción

que si no estoy copetón

no debo llamarme "rojo".


Yo nunca abrigo en mi mente

místicas aspiraciones

o infelices ilusiones

de las que abriga el creyente;

mas, te digo francamente,

que en esta ocasión quisiera

ser Moisés y que pudiera

sacar anís de una roca,

cuando mi vara la toca,

y beber el que quisiera.


Anís, precioso tesoro

que no se produce en mina,

pero que en cualquier cantina

lo dan no más por el oro;

tan claro, tan incoloro,

y tan fiel a su pureza,

que no hay humana destreza

que falsificarlo pueda,

pues pierde color y queda

al descubierto la empresa.


¿Qué es un país sin anís?

¿Qué soy yo sin aguardiente?

Soy una nación sin gente,

soy un árbol sin raíz,

soy un Nevado del Ruíz

lóbrego, desierto y frío,

una embarcación sin río,

sin mar y sin quieto lago.

Un antioqueño sin trago

es un cántaro vacío.


Es pues, de necesidad,

no teniendo más a quién,

como tú sabes muy bien,

pedirte la caridad

que a la mayor brevedad

atiendas este pedido

y me envíes de corrido

una media de aguardiente;

por lo que, eternamente,

te quedaré agradecido.


Si logras satisfacer

este afán que está conmigo,

probarás que eres mi amigo

como lo dijiste ayer.

Te portas como un señor

y que tienes por honor

refrescar nuestra amistad

en la blanca claridad

de una copa de licor.


Parece poco decente

escribirte tantas décimas

que yo bien sé que son pésimas,

no más pidiendo aguardiente.

Mas, sé que serás clemente

y excusarás mi torpeza,

ya que por naturaleza

y obra del destino aciago,

eres inclinado al trago

y lo bebes sin pereza.


Pongo aquí punto final

y silencio a mi laúd

deseándote salud

y éxito comercial.

Te doy mi abrazo cordial,

te agradezco este favor,

te deseo lo mejor

y en nombre del aguardiente

me suscribo atentamente

tu seguro servidor.


Con cariño,

Diego Calle Restrepo"


Un poco menos que esas, pero también conocidas, son las estrofas que al divino licor le dedicó Manuel Donato Navarro por los días de finales del siglo XIX cuando la pacata sociedad de ese entonces creó una liga que se denominó “Sociedad de Temperancia”, dedicada a combatir el gusto por el alcohol. Vanos esfuerzos. Acabar con el consumo de licor, o con la prostitución, es irse lanza en ristre nada menos que contra la santa madre naturaleza que en su infinita sabiduría hizo al hombre pecador… por naturaleza.


CANTO AL ALCOHOL

(Manuel Donato Navarro)


Es hija de la ignorancia,

y de la brutalidad,

la maldita Sociedad

que llaman de Temperancia.

Dime: ¿no es extravagancia

el pretender seriamente,

que no beba más la gente

y que, de hoy en adelante,

es mejor ser temperante

que una tina de aguardiente?


Yo les digo, francamente,

que no alcanzo a comprender

qué llegaremos a hacer

sin este vicio inocente.

Porque creo firmemente

que este pueblo, sin licor,

será un fuego sin calor;

especie de sol, sin luz;

un Santo Cristo, sin cruz;

una madre sin amor.


Juro que en estos seis meses,

y doy palabra de honor,

apuraré hasta las heces

el embriagante licor.

Porque creo, sí señor,

que lejos de ser un mal,

como lo afirma un tal cual

sin sentido y sin razón,

es el delicioso ron

hasta por ley natural.


El anís con su locura,

y su democracia ardiente,

prueba que es de mucha gente,

y que su sangre es muy pura.

Pero el hombre, en su locura,

siempre ciego y delirante,

lo maldice a cada instante

no siendo otro su deseo,

porque el hombre es un pigmeo

y el anís es un gigante.


(...)


Bebió aguardiente Jehová,

y Nabucodonosor;

y Cristo, Nuestro Señor,

en las bodas de Caná;

tragó mucho guandamá

el intrépido Noé;

y el gran soñador José,

y Confucio, y Faraón,

y Tiberio, y Cicerón;

lo digo, porque lo sé.


Como sé que fue un borracho

el gran Rafael de Urbino,

el Dante, y el Aretino,

y Correggio, y Juan Bocaccio,

y Cervantes de muchacho,

Tirso, Lope, Calderón,

Montalbán, Luis de León,

Shakespeare, Ariosto, y el Tasso,

Don Quijote, Garcilaso,

Byron, y Napoleón.


Ya ves que siempre ha habido

en todos tiempos y partes,

tanto en ciencias como en artes,

bebedores de sentido;

y, ¿no sabes quién ha sido

su inventor? No un holgazán,

como dicen, ni un patán,

ni cualquier ruin fariseo:

fue ¡San Carlos Borromeo

en la peste de Milán!


Así que si San Carlos Borromeo (Milán, octubre 2 de 1538 – noviembre 3 de 1584) fue el inventor del aguardiente en los comienzos de la Edad Moderna, y no bien llegaba a su fin la Edad Media; y consideró que su etílico invento era eficaz hasta para combatir la peste de Milán, ¿Quiénes somos nosotros para contradecirle al santo hombre las espirituosas bondades de su producto? Un padrenuestro debemos rezar pues, en amoroso recuerdo y piadoso loor a nuestro santo patrono San Carlos Borromeo.


Natalio Cosoy es un periodista argentino que se radicó en Londres por su trabajo con la BBC (British Broadcasting Corporation), y estuvo viviendo en Colombia como corresponsal de esa cadena durante tres años. Una de las cosas que estudió en nuestro país fue el asunto de las bebidas espirituosas, cuyos ancestros locales se remontan a la chicha y el guarapo de maíz o de piña y, pasando por el chirrinche casero de contrabando, se posesionan con el aguardiente en primera medida y el ron en segundo lugar. Claro que si de cantidades hablamos, tal vez el primer lugar lo ocupe la fermentada cerveza de lúpulo de cebada que inventaron los egipcios; abarcando en Colombia no solo las marcas industriales de la Cervecería Bavaria (Águila, Póker, Pilsen, La Pola, etc.), sino las caseras y artesanales de las que conocí una en la población de Málaga en el departamento de Santander que tenía la marca de Cerveza Violeta, pero era más conocida por su apodo de “Perra loca”. Una sola botella de esa cerveza era capaz de ponerlo a uno a volar como por entre las nebulosas. Sólo el consumo per cápita de cerveza en Boyacá y Cundinamarca echa por tierra las estadísticas de cualquier otro licor en el resto del país. Los consumidores de whisky, brandy, ginebra, vodka, tequila, vino, y similares, no alcanzan a mover la aguja en el reinado del consumo popular colombiano.


https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-38672097 


En un artículo sobre la heroína colombiana Policarpa “La Pola” Salavarrieta, que en castigo por sus actividades de espionaje y apoyo a la causa patriota fue fusilada por los realistas españoles el 14 de noviembre de 1817, Cosoy escribe que “…Para financiar las actividades insurgentes… Policarpa se dedicó a elaborar aguardiente, algo que estaba prohibido si no se contaba con los permisos necesarios…”. Ella no los tenía, y por lo tanto venía a ser no sólo una heroína de la patria perseguida por las autoridades españolas, sino una contrabandista de licores perseguida por los agentes del resguardo de rentas.


Al aguardiente casero, fabricado y vendido de contrabando, le decían en otros tiempos tapetusa, pero después le empezaron a decir chirrinche. Chirrinche y tapetusa son, pues, apodos ilegales contrapuestos al aguardiente legal. Tuvieron fama los tapetusas fabricados en las poblaciones de Urrao, que según los tapetusólogos y tapetusófagos era el mejor; el de Guarne era muy apreciado, y al de Santa Fe de Antioquia lo apodaban “Candelita”. La palabra tapetusa proviene de la vasija en que se almacenaba, que era un calabazo, o corteza de calabaza, cuyo cuello estrecho se tapaba con una tusa. La tusa era lo que quedaba de la mazorca del maíz después de que se la despojaba del capacho y se desgranaba. Según el cronista urbano Hugo Bustillo Naranjo, un aguardiente casero fabricado en Belén Rincón y escondido en una cueva como de conejo era apodado “Ñeque” y así apodaban también a su fabricante y, al morir este, así son apodados sus hijos, sus nietos, y el sector del barrio donde viven. En el barrio Manila de El Poblado fabricaban uno que era tan fuerte que sus consumidores lo apodaban “Tres Patadas”. Aseguraban ellos que el que se tomaba un trago de esos saltaba como un resorte y le daba tres paradas al piso relinchando.


Según me dijeron en los mentideros del Pasaje La Bastilla de Medellín, Sancta Sanctorum de los veneradores del guaro callejero, en vista de que muchos beodos de acera empezaron a fabricar mezclas usando alcohol antiséptico de uso medicinal, impotable, no apto para consumo como bebida humana, lo que causó mucho daño a su salud, la Fábrica de Licores de Antioquia, optó por fabricar para ellos un aguardiente de bajo precio y menor calidad que el aguardiente estampillado, que solamente vendían en los sitios próximos a los lugares de reunión de los chirrincheros. Era un aguardiente vergonzante que no aparecía relacionado en el portafolio oficial de productos de la fábrica. Lo llamaban Guaro, o Guarilaque. Solía ser un aguardiente que no se tomaba en copa sino que su sabor pasaba de boca en boca a pico de botella. Cualquiera que se considere consumidor chirrinchero hace muchos años que dejó de ser escrupuloso, y sabe por experiencia propia que quien llegue a la categoría de chirrinchero olvidó que había que usar cepillo y crema dental desde hace décadas, y posiblemente hace mucho que dejó también de tener dientes. Sus bocas resecas y sus lenguas pastosas son un foco de bacterias infecciosas, pero sus estómagos y sus batallones de anticuerpos han adquirido resistencia contra todo. Suelo decir que “nunca he visto un gamín que se muera de indigestión por comer sobrados recogidos de la basura”. La mejor vacuna, y perdónenme que se los diga con tanta crudeza, ¡Es la mugre!


Pues, bien, resulta que no pude obtener una muestra de este licor porque, me dijeron, “la fábrica dejó de producirlo, pero hay otro que traen de contrabando del Ecuador o de Venezuela o de yo no sé dónde, y es prácticamente lo mismo”. 


De este sí pude conseguir. No lo envasan en botella de vidrio por los costos y fragilidad de esas botellas que en manos de las tembleques manos de los chirrincheconsumidores se caen al piso con mucha facilidad. Lo empacan en bolsa plástica impermeable, con tapa, en presentación de 1.000 cm3, y para cumplir con requisitos dice que tiene 30° GL, que son grados de alcohol en la escala de Gay Lussac. Me sorprendió su marca: 


“Aguardiente

Anisado

COLOMBIANO”


Está cargado de avisos de que “El exceso de alcohol es perjudicial para la salud” y “El consumo excesivo de alcohol limita su capacidad de conducir y operar maquinarias” y “Puede causar daños en su salud y perjudicar a su familia” y “Venta prohibida a menores de edad”. Presiento que el único de los alrededores y de muchas cuadras a la redonda que leyó esos avisos fui yo, y que dichos avisos solo tienen la finalidad de calmar las exigencias de las autoridades sanitarias. Pero, además, aparece el letrero “Ministerio de Salud Pública de Venezuela”, un sello que dice “Aguardiente Colombiano –Licorera Herrera S. A.”–, un aviso que dice “Estado de Táchira, Ureña –Producido y envasado por Licores Herrera S. A., Industria de Venezuela” e “Industria Venezolana”. No encontré avisos en Internet de esa licorera de Ureña, pero sí una con el mismo nombre en Nicoya, Guanacaste, Costa Rica; pero al parecer es más un almacén de venta de licores que un fabricante.


Ureña es una ciudad fronteriza que queda algo así como a quince o veinte minutos desde la ciudad colombiana de Cúcuta cuando las fronteras están abiertas, y puede deducirse que este licor es fabricado para consumo de contrabando por parte de la población colombiana, puesto que no trae estampillas de ninguno de los dos países. Del que produce, porque basta con los impuestos de Industria y Comercio que se paguen en fábrica; y del que consume, porque llega a su destino por atajos. Es de suponer que los intermediarios lo adquieren en fábrica, y se encargan ellos mismos de hacerlo llegar a su destino. “Dígame”, le dije a un bebedor callejero, “dónde puedo conseguirlo”. Me miró con desconfianza, y me dijo “Deme los ocho mil pesos que vale, y yo voy y se lo traigo”. Por lo que veo, los vendedores tienen aleccionada a la clientela. Por último, el empaque trae un aviso con los ingredientes: “Agua desmineralizada, alcohol etílico, esencia natural, y azúcar”. Tal vez eso signifique que de anís en rama pocón-pocón. Lo que no encontré por ningún lado, como es usual, fue alguna dirección con teléfono, como decir: “Zona Industrial de Tal y Tal, Kilómetro tal carretera al mar, teléfonos tal y tal”. Nada de eso. 


“¿Sabés qué, hombre Orcasas? Ese consumo tal vez sea contrabando, pero la población de consumidores no es muy grande, por lo que no le hace mella al resto del consumo que venden las licoreras oficiales; y de todas maneras es mejor que compren de ese fabricado con alcohol etílico, y no que se pongan a hacer ensayos con alcohol industrial que es muy dañino”.


Tengo la idea, muy difundida por cierto, de que Wikipedia y Google son dos personajes que se las saben todas; pero no se las saben todas. Se saben muchas, pero no todas.


Le pregunté a Google si sabía qué es “pispo o pispa”, y sí supo:


“Significado de pispo: adj. Colom. Muy guapo, bonito, elegante, llamativo, vistoso. Aplicado a personas y cosas. Ejemplos de uso: es un nene muy pispo…”.


Le pregunté qué es “Cocacolo o cocacola”, y también supo:


“En Colombia, petimetre, jovencito muy amanerado en su forma de vestir o en sus modales. Es un vocablo de la jerga popular, ya en desuso. Un cocacolo es lo que en la actualidad se conoce como gomelo… todo muchacho en Medellín hasta los años treinta fue piernipeludo siempre y cuando hubiera llegado a los quince años, en esa época, dice el cronista Rafael Ortiz Arango. Al cumplir esa edad, el muchacho debía cambiar sus pantalones cortos y costearse la "largada de los pantalones", lo que era todo un ritual iniciático. En ese momento adquiría los derechos de hombre y como símbolo recibía la llave de la casa y los pantalones largos. Además su nueva vestimenta le abría las puertas de los billares y lo libraba de las burlas callejeras y las "rígidas y severas medidas de control de menores… el caso de muchachos que iban por las calles mostrando sus pantorrillas velludas, y de ahí el nombre de piernipeludos".


Le pregunté qué es "tote", y también supo:


“El tote es como una uña de plástico hecha con pólvora explosiva que al sacudirla lanzándola contra la acera explota y brinca hasta consumirse. Es altamente tóxica, y potencialmente productora de quemaduras”.


Entonces le pregunté: ¿Qué es pipo?, y me dio una cantidad de opciones de desambiguación, pero ninguna era la que yo estaba buscando:


[El término Pipo puede hacer referencia a:


Pipo (actor), presentador y actor mexicano.

Pipo de Ozora, comandante militar y tesorero real italiano.

Alberto "Pipo" Lernoud, poeta, compositor y periodista argentino.

Pipo Mancera, presentador de televisión argentino.

Pipo Rossi, futbolista y entrenador argentino.

Pipo Ferreiro, futbolista y director técnico argentino.

Pipo Gorosito, futbolista y entrenador argentino.

Pipo Cipolatti, cantante, músico y compositor argentino.

Pipo Pescador, cantautor, escritor y director de teatro argentino.

Pipo Giribone, militar argentino.

Pipo González, futbolista costarricense.

Pipo, uno de los nombres comunes de la especie de ave Ochetorhynchus ruficaudus en Chile].


Pero no, nada qué ver con militares, ni futbolistas, ni aves. Pipo, para nosotros los paisas adolescentes de los años cincuenta y sesenta, era un explosivo coctel de preparación casera, en sustitución del aguardiente que vendía la Fábrica de Licores de Antioquia, que resultaba más barato que comprar el licor estampillado en los expendios oficiales. Los había de muchas clases, empezando por un suave coctel señoritero que mejor merecía el nombre de sabajón (zabaglione). Era una bebida femenina de la que los varones solamente degustábamos una copa a sorbos o tal vez dos, pero no más. Cuatro sabajones reconocidos eran la Crema de Café, la Crema de Cacao, la Crema de Whisky, y una crema color beige de fórmula secreta que preparaba el Dr. Marco Tulio Botero, un odontólogo del barrio Buenos Aires, padre de nuestro amigo Aurelio Botero Duque, envasada con la marca “Oro en Crema”. En la Plaza de Mercado de Guayaquil ese sabajón Oro en Crema se vendía como arroz.


Del pipo, propiamente dicho, solíamos decir que para saber en qué momento estaba listo se tomaba un sorbo en la boca y se escupía en el piso. “Si sale haciendo explosiones como un tote, está en su punto”. Queríamos decir con esta exageración que el producto era apropiado para quemar la boca y la garganta a su paso, desinfectando todo lo que encontrara en el camino, y que con uno o dos tragos de este licor la cabeza empezaba “a volar por instrumentos” y la embriaguez estaba garantizada. Era un producto consumido por los beodos habitantes de la calle, por su preparación económica. Sólo que en la economía que ellos manejan a veces usan alcoholes impotables de uso industrial, y entonces vienen las cegueras irreversibles, las parálisis parapléjicas, las muertes fulminantes, y otras consecuencias del uso de productos no apropiados para consumo humano.


Las nuevas generaciones ya no le llaman pipo a tan explosivas mezclas sino otros nombres como el Frutiñazo o el Morescazo, si está mezclado con jugos de frutas Frutiño o Moresco; el Yogurtazo, si está mezclado con yogourt; o el Chamberlain, que es un apodo que no sé de donde sale.


https://www.elespectador.com/impreso/vivir/articuloimpreso198713-anatomia-de-un-coctel-antiseptico


Como tal, el pipo tenía también el apodo de “Lilí”, que se le daba cuando en la preparación entraba como componente el alcohol de la marca “Alhelí” al 40%; pero otros lo apodaban “Cocol”, por cacofonía de la palabra alcohol. 


Consultado el pipólogo Raúl García Zea nos dijo que fórmulas había muchas, según el gusto y el bolsillo, que empezaban en la categoría cachet con unas especies de sabajones, y a medida que la concurrencia se emborrachaba y adelgazaba los bolsillos se convertían en un agua saborizada con alcohol en la que era imprescindible que el contenido tuviera más alcohol que bautizo de agua, porque entonces no valía la pena. Él nos da la siguiente receta, como una entre muchas:


“Se toman una botella vacía de aguardiente de 750 ml. y una copa sodera de trago corto. La altura de la copa marca la mitad de la botella. Estos dos elementos se utilizan para envasar la mezcla. Previamente se ha adquirido una botella de alcohol antiséptico de 750 ml. o sean cc. (centímetros cúbicos), “que nosotros comprábamos en la Droguería Gutiérrez de la calle Ayacucho con la carrera Cundinamarca, porque la vendedora era amiga y nos daba un precio especial”. Se vacía el alcohol hasta la mitad en la otra botella, y se completa con agua y el jugo de un limón. “Mézclese, agítese, y consúmase a temperatura ambiente”. 


Esa era una fórmula para piperos callejeros. Había otra para piperos de esquina de barrio que variaba porque consistía en:


“Tómese una olla sancochera, y váciese una botella de alcohol. Mézclese un litro de leche, y medio vaso de licor de anís, para darle sabor. Sin dejar de mezclar con el dedo, váciese un tarrito de leche condensada y una malta. Póngasele una rajita de canela y azúcar al gusto. Pruébese. Si está flojo de sabor, agréguele más alcohol; si está fuerte, es que ya está en su punto; y si está demasiado fuerte, póngasele una gaseosa de las que llamábamos Carta Roja y ahora llaman Colombiana, pero con cuidado para no ir a dañar la mezcla. Si sobra Carta Roja, tírese el sobrante por la cañería. Recuerde que el alcohol nunca sobra. Si ha de sobrar alguna cosa, que sea el agua”.


Para una fórmula intermedia entre los sabajones de puro cachet y el agua saborizada con alcohol, se consideraban los siguientes ingredientes “al gusto”:


Alcohol

Anís

Azúcar

Bebida gaseosa

Canela

Extracto de vainilla

Frutiño (marca de polvo concentrado para preparar refrescos con sabores de frutas)

Leche

Leche condensada

Malta

Moresco (marca de polvo concentrado para preparar refrescos con sabores de frutas)


Pablo R. (Rolando) Arango Duque escribió un artículo para la revista Soho sobre los piperos callejeros del municipio de Caldas en Antioquia, y para hacerlo tuvo él que convertirse en pipero por un día. Aquí va su experiencia:


https://www.soho.co/historias/articulo/tomando-pipo-con-los-viejos-en-el-parque-caldas/26992


No niego que la curiosidad me ha llevado a probar muchos de estos productos sin bendecir, y naturalmente he probado también muchas marcas del licor bendito como algunas de estas. No todas, porque no hay que ser exagerado. Algunas de estas marcas tuvieron corta duración o con el transcurrir de los años han desaparecido:


Antioquia

(Actuales, y de otras épocas)

Anicete

Brillante

Casino Club

Suave

Aguardiente Antioqueño Tapa Azul (sin azúcar)

Aguardiente Antioqueño Tapa Roja (tradicional)

Aguardiente Antioqueño Tapa Verde (suave)

Aguardiente Real 1493 (premium)


–Los 500 años del Descubrimiento de América se iban a celebrar con la presentación de un aguardiente premium que tuviera por marca el año 1492, correspondiente a la llegada de Cristóbal Colón a América en su primer viaje (12 de octubre), pero ese nombre ya estaba registrado en Venezuela, por lo que la Fábrica de Licores de Antioquia optó por ponerle la marca Real 1493 a su producto, correspondiente a la partida del Almirante de regreso a Europa (15 de enero). Almirante en inglés es Admiral, y de ahí la marca de un ron fabricado en el país porque en España ya hay un ron con el nombre en castellano–


–El aguardiente tradicional antioqueño se publicita desde el 2019 con el eslogan “Cien Años Sabiendo a Bueno”, para conmemorar la fecha en que se fundó la empresa y adquirió la fábrica destilera o alambique llamada El Sacatín, de don Pepe Sierra–


Arauca y Llanos Orientales

Aguardiente Galopero

Aguardiente Arauca (de exportación)


Atlántico

Aguardiente Suave

Aguardiente Suave Rumba


Bolívar

Aguardiente Costeño

Ron Tres Esquinas

Ron Gobernador


Boyacá

Aguardiente Ónix Sello Negro

Aguardiente Líder

Ron Boyacá

Ron Boyacá Añejo

Ron Don Fernando

Ron Tunja


–Algunos de estos licores han sido premiados en las competiciones europeas–


Caldas

Aguardiente Cristal

Aguardiente Manzanares

Aguardiente Manzanares Premium 


–color amarillo de exportación–


–La Industria Licorera de Caldas saca su tradicional Ron Viejo de Caldas, pero hígados de alta fidelidad me informan que está sacando un Ron Joven de Caldas y un Aguardiente Joven de Caldas. No puedo asegurarlo, porque mi hígado no los ha probado, y no encontré en Internet una etiqueta publicitaria que validara esa información. Habrá que esperar a que salgan de su período de prueba–


“Al son del guarapo” por el grupo Saqueazipa, de Riosucio:


https://www.youtube.com/watch?v=KRUOUbl6cbk


Caquetá

Aguardiente Extra Tridestilado


Cauca

Aguardiente Caucano

Aguardiente Cauca Tapa Verde (suave)

Licor de Anís Escarchado


–…Tras ser acreedor, por tres años consecutivos, de la medalla de Oro que otorga el Monde Selection Bélgica y obtener la medalla de plata en el San Francisco World Spirits Competition, el Aguardiente Caucano ratifica al ganar con dos estrellas en el Superior Taste Award, realizado por Instituto Internacional de Sabor y Calidad de Bruselas…–


https://www.youtube.com/watch?v=be49wUgCGfI


Cesar

Aguardiente Tres Brincos 

-también conocido como Bolegancho o bola de gancho-


Chocó

Aguardiente Platino

Aguardiente Platino Plus (de exportación)

Aguardiente Triple Sec (hecho de mandarina)

Aguardiente Viche (o biche, es un aguardiente artesanal o tapetusa que ahora se fabrica industrialmente con esta marca)


–La Fábrica de Licores del Chocó, que en los años sesenta operaba con 50 trabajadores, se fue hinchando de burocracia política hasta que se reventó. Al final tenía más de 500 empleados de nómina para la misma producción. La fábrica cerró, pero el aguardiente Platino sigue siendo fabricado o maquilado en otros lados por concesión del departamento propietario de la marca– 


Córdoba

Ron Córdoba


–No era un ron amarillo sino un ron blanco, como aguardiente, tan fuerte que nadie lo tomaba solo sino mezclado con agua de coco. Se mezclaba en un recipiente una botella de ron con una botella de agua de coco, y se servía de preferencia en los mismos cocos a los que se les sacaba el agua. Cuando se armaban las peleas, había que sacarle el cuerpo no a los cuchillos sino a los cocos. Un coco de esos pegaba muy duro en la cabeza–


Cundinamarca

Aguardiente Néctar Rojo

Aguardiente Néctar Azul

Aguardiente Tequendama


Huila

Aguardiente Doble Anís


Magdalena

Aguardiente Tayrona

Aguardiente Anís Río de Oro


Meta

Aguardiente Llanero


Nariño

Aguardiente Galeras

Aguardiente Nariño

Aguardiente Anisado Extrafino

Aguardiente Trópico Seco 

(Posteriormente se llevaron la marca para el Ecuador)


Norte de Santander

Barbatusca

Extra


Putumayo

Aguardiente Putumayo (de exportación)


Quindío

Aguardiente Anisado del Quindío

Aguardiente Quindiano

Aguardiente Quindiano Verde


–Este aguardiente se publicita con el eslogan “Colombiano toma Quindiano”–


Santander

–La Industria de Licores de Santander no nació en Bucaramanga sino en El Socorro, en la provincia de Los Comuneros. Después se trasladó a la capital departamental y entre sus nuevos productos está el ya mencionado Aguardiente Superior. Los primeros productos, ya desaparecidos, son los que pasamos a enumerar–


–Esta industria licorera sacó en un tiempo el Ron Matusalem. Con esa marca hay varios rones en otros países de América, y es una marca cuyo solo nombre ya indica que se trata de un ron de mucho añejamiento–


Aguardiente El Común

Ron Málaga

Ron San Cristóbal

Aguardiente Pichón

Aguardiente Superior


Tolima

Aguardiente Tapa Roja Tradicional

Aguardiente Tapa Roja Special (sin azúcar)

Aguardiente Tapa Roja Ice (bajo en grados GL de alcohol)

Aguardiente Tridestilado


Valle del Cauca

Aguardiente Anís del Mono (Industria Licorera del Valle)

Aguardiente Tropical (de la Fábrica de Licores Tropical)

Ron Admiral (de la Fábrica de Licores Tropical)

Ron Nacional (de la Fábrica de Licores Tropical)


Valle del Cauca (particular)

Aguardiente Blanco

Aguardiente Origen


Aguardiente Tropical

Ron Admiral

Ron Nacional Añejo


–Estos tres son productos fabricados por la Fábrica de Licores Tropical, una industria particular, mediante la tributación establecida por las leyes–


Ron Puro Colombia (de exportación)


–El aguardiente y el ron Puro Colombia son productos fabricados por la Industria Licorera del Valle para Casa Grajales, con destino a la exportación– 


¿Por qué tantos departamentos tienen su industria licorera? Porque los ciudadanos primero dejan de beber agua que de beber licor, y estas fábricas son una fuente de ingresos que mueven las economías departamentales. Conscientes de eso, los legisladores se inventaron la fórmula de agregar al precio del aguardiente con sus respectivos impuestos un impuesto adicional con destino específico de financiar el pago de los maestros en la educación de escuelas primarias y secundarias. El día en que se acaben los beodos se viene al piso la financiación de la educación y, para que Colombia sea bien educada: 


“Eduque a un niño: 

¡Beba aguardiente!

¡Beba mucho, 

beba bastante, 

beba más!”.


Con dolor de patria, en el exilio, escribió Rafael Godoy Lozano su bambuco “Soy colombiano”; que interpretan Garzón y Collazos y con voz aguardientosa corean los colombianos emigrados a otros lugares a las voces de “que lo repitan, que lo repitan, que lo repitan”:


https://www.youtube.com/watch?v=SdamfcfEPuQ


“A mí deme un aguardiente,

un aguardiente de caña,

de las cañas de mis valles

y el anís de mis montañas.


No me dé trago extranjero,

que es caro y no sabe a bueno;

y porque yo quiero siempre

lo de mi tierra primero.


¡Ay! qué orgulloso me siento

de haber nacido en mi pueblo…”.


No se me ha olvidado el brindis de rigor de los arrieros en las cofradías camineras:


“Aguardiente cusco, 

porque me gustás, 

te busco. 


Arriba, 

abajo, 

al centro, 

y ¡Pa´dentro!”.


Y dijo un poeta callejero que:


"Beber aguardiente puro

nos mandan las santas leyes.

Que beban agua los bueyes,

que tienen el cuero duro".


De las innumerables canciones cosmopolitas que tienen el licor como punto de referencia he seleccionado “Licor Bendito”, el bolero son del cubano Otilio Portal Monterrey interpretado a dúo por Julio Jaramillo y Olimpo Cárdenas:


https://www.youtube.com/watch?v=WHhzusUclB8


Dice Hugo Bustillo que:


[“… Todos esos aguardientes que mencionás son correctos, pero creo que te faltó un aguardiente “Cusco” que hacían con caña gorobeta. La caña recta se exprime en los molinos y produce una miel de sabor característico, pero la caña nudosa o retorcida es una variedad cuyo licor tiene un gusto diferente, más apreciado. Entre los tapetusas había uno que fabricaba “El burro Molina” en el camino de la Chúcura que era el de Belén Aguas Frías. A ese tapetusa le decían “Guarrús”. Por cierto que los fabricantes de tapetusa de contrabando en Guarne eran miembros de una familia Loaiza cuyo secreto de fabricación pasó de abuelos a hijos y a nietos por varias generaciones. Un día la Fábrica de Licores les propuso contratarlos y ponerlos a trabajar para ella como agentes del resguardo de rentas, encargados de combatir los productos no oficiales. Ellos cumplieron bien su cometido, pero el tapetusa siguió apareciendo por otros lados y otros caminos por donde no transitaran los vigilantes del fisco.


Cuando hablás del Sacatín que don Pepe Sierra trasladó para su finca en cercanías de Tarapacá sobre la calle San Juan das la impresión de que ocupaba solamente los terrenos donde está la Plaza de Mercado de la América y la urbanización Los Pinos, pero esa finca era muy grande y tenía unas 16 hectáreas que llegaban hasta lo que hoy en día es el Velódromo Municipal. Era una finca con cercas altas, y la casa que era de tapia pisada tenía doble tapia. Estaba sembrada de frutales y cañaduzales, y tenía caballerizas cuyos ocupantes cascabeleaban en los patios empedrados. 


No voy a mencionar las marcas que tenés en tu artículo anterior, pero voy a complementar con los siguientes que te faltaron en ese listado.


Varios aguardientes y licores colombianos, como el Ónix Sello Negro o el Líder, han ganado medallas de oro en las asociaciones que otorgan premios o estrellas a los mejores. Hay una en Burdeos (Francia); otra en Bruselas (Bélgica); otra en San Francisco, California (USA), que es la World Spirits Competition. Estas competiciones han sido ganadas por licores colombianos en varias oportunidades. De hecho, hay marcas fabricadas solamente para exportación, o producidas por fabricantes privados para ventas en el exterior y en los almacenes in bond que surten de souvenires a los turistas que vienen en los cruceros. Por tal razón, no son marcas conocidas en el país, así hayan ganado premios. En este grupo están, por ejemplo, el “Ron Dictador”, de Cartagena; el “Ron Parce”; el “Ron la Hechicera”, de Barranquilla, que son fabricados por la Casa Santana de Rones y Licores, propiedad de la familia Riascos; y un licor tridestilado calificado de artesanal que fabrican en Santa Marta y ha sido premiado con la marca “Aguardiente Mil Demonios”.


Valga hacer la aclaración de que por convención se señalan con tapa roja las producciones de fórmula tradicional, con tapa azul las que vienen bajas en contenido de alcohol y azúcar, y hay unos de tapa verde que tienen sabor más suave. Estas producciones especiales conllevan un mayor costo de producción y, por ende, un mayor precio en el producto final.


Hay marcas locales con un mercado restringido o circunscrito a su territorio, que no tienen por el momento un renombre nacional. Tal es el caso del “Aguardiente Doble Yo”, del Huila (que vi por ahí atribuido erradamente a Norte de Santander); del “Aguardiente Paratebueno”, del Meta; o del “Aguardiente Tres Brincos”, de El Cesar; todas ellas con un solo objetivo: Morder un pedazo de torta del mercado dominado por nombres tradicionales en un país que parece tener más marcas de aguardiente que de café]


Me sorprendió enterarme del hecho de que el Aguardiente Antioqueño Suave de tapa azul y el de tapa roja… ¡Son el mismo! Parte de la producción es separada en otros tanques y mediante procesos químicos le quitan el exceso de azúcar y el exceso de alcohol para suavizarlo. Es un proceso adicional y, por lo tanto, la producción resulta más costosa.


De un ingeniero químico supe que se jubiló como empleado de la licorera. Parte de su labor consistía en ser catador de sabores. De cada saca tomaba un sorbo pequeño y calificaba sus calidades organolépticas. Esa labor lo alcoholizó, y al pensionarse iba todos los días a la tienda de la esquina a tomarse unos aguardientes que consumía poco a poco, de sorbo en sorbo, degustándolos con parsimonia y con deleite.


En cuanto a empaques, está el tradicional de vidrio, con su copa sodera para tragos cortos.



Está el empaque en bolsa.




Y está el empaque en caja de cartón Tetrapak que, según Wikipedia, está formado por 6 capas diferentes: 

Primera capa: Polietileno

Segunda capa: Cartón

Tercera capa: Polietileno

Cuarta capa: Foil de aluminio

Quinta capa: Polietileno

Sexta capa: Polietileno










Retomo la conversación con Hugo Bustillo, quien me dijo que:


[… ¿Te acordás, Orlando, que hace cuatro décadas se acostumbró beber una mezcla que llamaban submarino y era altamente embriagante? Consistía en introducir dentro de un vaso de cerveza Pilsen, que era la que más se tomaba por estos lados, una copa llena con aguardiente. Mientras el vaso se dejara quieto, los contenidos no se mezclaban; pero a medida que uno iba tomando se mezclaban de a poco y se potenciaba el efecto embriagador de la mezcla. Según hígados muy reconocidos, a esa toma le faltaba un grado para ser veneno…


… Algunos bebedores tomaron por costumbre mezclar en una copa medio trago de aguardiente con medio trago de ron, y tomar ese matrimonio etílico que ponía a volar al más guapo. A esa mezcla la llamaban “champurriao” (champurreado) y conocí a un bebedor que apodaban El Pinche y había hecho de ese su trago preferido…


En una vereda de Guarne vivía un campesino de nombre don Valerio que hacía su tránsito a Medellín por la carretera vieja, antes de que existiera la autopista. En el kilómetro 7 había un retén de policía, y don Valerio pasaba por el retén hacia la ciudad con su mula cargada de guaduas. Como ya lo conocían, lo dejaban pasar; y rara vez les daba por curiosear un poco la carga, pero siempre era la misma: Unos atados de guaduas amarrados en turega a lado y lado de su mula. Las guaduas se usaban en construcción y eran, por ejemplo, los soportes del empañetado en las casas de bahareque y en los cielorrasos de las tejas. Pasaba cargado, y regresaba vacío.


Resulta que la caña tiene unos canutos que empatan uno con otro, y él había encontrado la manera de vaciar el interior de esos canutos y llenarlo con tapetusa de contrabando. Los volvía a sellar, y el contenido pasaba por las barbas de los policías sin que ellos se dieran cuenta. La primera parada para surtir a la clientela la hacía en la cantina “Sol y Sombra”, de don Marianito, que quedaba pasando el retén. Después bajaba por Morro Rojo (hoy Santo Domingo) y seguía atendiendo pedidos hasta desocupar la mula…]


Calculo que las conclusiones o memorias de este simposio de tapetusólogos y aguardientólogos no quedó completo, pero avanzó mucho. 


¡Cómo han cambiado las cosas desde que nuestro patriarca Noé se emborrachó con un vinito ordinario hecho en casa. Mucho han cambiado! 


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



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