miércoles, 25 de marzo de 2020

276- GGM, Una vida -por Gerald Martin- Reseña

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, UNA VIDA
Gerald Martin
(1ª edición en inglés “Gabriel García Márquez, a life”, Bloomsbury Publishing, Londres, octubre de 2008)
Traducción al castellano, Eugenia Vázquez Nacarino
Sello Editorial Debate del Grupo Editorial 
Penguin Random House Mondadori, 
Barcelona, enero 2009
Impreso y encuadernado por Cargraphics 
de Colombia en tamaño de 15 por 23 centímetros
762 páginas 

Hay personas que escriben sesudos ensayos sobre la obra de un escritor, o en razón de sus conocimientos convierten sus reseñas de lectura en eruditas comparaciones con profundos análisis. No es mi caso. Soy apenas un lector del común y esta reseña, como corresponde a mi condición, es apenas una intención de compartir mis impresiones de lectura diferentes, y tal vez muy diferentes, a las de cualquier otro lector.

Me parece curioso que la portada de este libro tenga alguna similitud con la del “Viaje a la semilla” de Dasso Saldívar, por el fondo negro y por la pose fotográfica del personaje, que son similares. 

A pesar de que es cosa de esperarse en libros que tratan del mismo tema, me encontré leyendo párrafos que me dejaron una sensación de Déjà vu: Esto ya lo había leído. Como si el escritor hubiera repetido algo que ya había escrito páginas atrás. No es el caso, sino que lo que el uno cuenta ya el otro en su libro lo había contado, y los dos lo leyeron en alguna entrevista que yo había leído en “Para que no se las lleve el viento”. El episodio ha estado, pues, dando vueltas de un libro a otro, y su paisaje ha terminado por hacérseme conocido.

Antes de la lectura me ocupé en ver el video del debate o contienda gallística amistosa entre Gerald Martin y Dasso Saldívar el sábado 25 de abril de 2015 en la Feria del Libro de Bogotá, moderado por el escritor Juan Gabriel Vásquez:


Al igual que Saldívar, Martin también le dedicó casi dos décadas a recoger información y escribir esta biografía en la que, como es lógico, uno encontrará muchísimas coincidencias entre dos hombres que manejan la misma información, pero también habrá discrepancias como la que surgió en el debate sobre el verdadero año en que GGM acompañó a su madre a vender la casa de los abuelos en Aracataca ¿1950? ¿1952?

Llamó mi atención en el video la imagen del escritor inglés, un hombre sonriente cuya apariencia se aparta del estereotipo del inglés tradicional retratado en la tvserie Downton Abbey, y en la película Los Rezagos del Día que protagonizan Anthony Hopkins y Emma Thompson, flemático, circunspecto, parsimonioso, ceremonioso, protocolario. Martin, por el contrario, es un hombre con un buen manejo del idioma español, y un hombre con un talante que casi se diría caribeño. Si de imágenes se trata, en ese conversatorio el paisa parecía más inglés que el inglés, y el inglés parecía más caribeño que el paisa.

Sobre su discrepancia en ese debate no sé qué pensar. En el libro de Saldívar me pareció bien sustentada la tesis de que el viaje a Aracataca fue en el año de 1952, pero Martin sostiene que tal cosa sucedió en el año de 1950. García Márquez en su autobiografía “Vivir para contarla” coincide con Martin:

“Ése fue el camino que mi madre y yo emprendimos a las siete de la noche del sábado 18 de febrero de 1950 –vísperas del carnaval– bajo un aguacero diluvial fuera de tiempo y con treinta y dos pesos en efectivo que nos alcanzarían apenas para regresar si la casa no se vendía en las condiciones previstas”.

(En efecto, no se vendió hasta años después, en 1957)

Eso inclinaría la balanza a favor del inglés, si no fuera porque es mi parecer que, consciente o inconscientemente, las autobiografías están sometidas a los deleznables recuerdos de la memoria de hombres que se asoman a los últimos años de su vida; y en este caso de uno que escribe bajo el influjo de la embellecedora tendencia literaria en el estilo de quien es paradigma de un realismo mágico capaz de convertir las imprecaciones de una negra exuberante envuelta en sábanas enredadas por el viento en un tendedero de ropas, en un rubio ángel de belleza inusitada que se eleva al cielo en cuerpo y alma; o de convertir una mariposa blanca que coincidencialmente entra en casa de los abuelos en el momento en que un electricista se ocupa de hacer reparaciones, en un hombre rodeado de una nube de mariposas amarillas. El mismo García Márquez era consciente de las distorsiones porque, tal como sucedió con el episodio del toro que se entró a la cocina en la casa de los abuelos, “un relato mil veces repetido, cada vez que se repite se vuelve más heroico”. 

Más allá de los datos contenidos, la diferencia de la autobiografía de Gabo con las biografías escritas por sus dos biógrafos es que la suya se lee como si fuera una novela, y en parte tal vez lo sea. De hecho, el mismo García Márquez advierte con una de sus célebres frases lapidarias, o epigramas sentenciosos que llama Martin en la página 518 de su libro, que “La vida no es la que uno vivió; sino la que recuerda, y cómo la recuerda para contarla”. Tal cual infidelidad de la memoria se encuentra en su autobiografía a la que casi se podría aplicar aquello de que “Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Como dice Martin en la página 33, “García Márquez no siempre es fidedigno en estas cuestiones”. En resumidas cuentas, la autobiografía resulta ser la menos confiable de sus biografías porque (páginas 602 y 603):

“En ella no se revelan verdaderas intimidades ni se hacen auténticas confesiones. El libro contiene su vida pública, y su vida falsa o inventada; pero no abunda mucho en su vida privada, y apenas si aparecen aspectos de su vida secreta… Cierto mecanismo psíquico lo mueve a ocultar más que a mostrar… Ahora se oculta casi por completo en las memorias, en apariencia transparentes, de Vivir para Contarla… A pesar de la promesa de las primeras páginas, esta no es una obra confesional”.

En nota 1 de la página 679 Gerald Martin dice que García Márquez –las iniciales GM, son mera coincidencia–:

“En el artículo Breves Nostalgias Sobre Juan Rulfo, publicado por El Espectador el 7 de diciembre de 1980, vuelve a ofrecer erróneamente la mayor parte de las fechas y cálculos de su temporada en México. Incluso las memorias más prodigiosas son falibles”.

Precisamente surge otra discrepancia entre los biógrafos en la nota 26 de la página 681 porque:

“En Viaje a la Semilla Saldívar dice en su página 429 que Álvaro Mutis sugirió que GGM nunca trabajó El Otoño del Patriarca en ciudad de México, pero Plinio Apuleyo Mendoza en Barranquilla el 1º de julio de 1964 despeja cualquier duda respecto a esta cuestión”.

La puesta en escena para el conversatorio entre los dos biógrafos, moderado por Juan Gabriel Vásquez en la Feria del Libro de Bogotá (Filbo) el sábado 25 de abril del año 2015, consistente en un redil de gallera para simular una riña de gallos, bien pudo consistir también en un cuadrilátero con dos púgiles calzando guantes de boxeo para simular una pelea de pesos pesados, porque posiblemente entre los dos haya más de un punto de discrepancia. Específicamente en este, Martin es categórico al afirmar (página 169) que Luisa Santiaga, la madre de Gabo, lo había buscado en Barranquilla para que la acompañara a Aracataca a vender la casa de los abuelos y después de quince años de su viaje anterior al pueblo, “Ahora había vuelto de nuevo un par de semanas antes de que Gabito cumpliera veintitrés años”, lo que sitúa tal fecha en el mes de febrero de 1950. Al pie de esta afirmación hay un llamado de pie de página que remite a la nota 29 de la página 659 donde Gerald Martin aclara que: 

“Saldívar, en Viaje a la Semilla, refuta la historia de GGM y afirma categóricamente que la visita a Aracataca con su madre fue en 1952, y que GGM sólo dijo que había sido en 1950 para que Barranquilla fuera el lugar donde escribió La Hojarasca, así como para hacer del viaje con su madre la fuente de inspiración para esta novela; pero que de hecho, según Saldívar, La Hojarasca fue escrita en Cartagena nada menos que entre 1948 y 1949. Dado que en el momento en que Saldívar afirmó esto Gabo planeaba hacer del viaje con su madre el punto de partida de todas sus memorias, y la confirmación definitiva de su vocación literaria. La hipótesis de Saldívar es especialmente imprudente y, a mi juicio, equivocada”.

En mi opinión, al afirmar esto Martin da pie para que vuelen plumas en el redondel de la gallera.

Entre una y otra biografía releí Vivir para Contarla, la autobiografía de García Márquez, para tener una perspectiva al afrontar la lectura del libro escrito por Gerald Martin; y simultáneamente, por causas circunstanciales, empecé a leer a tramos la autobiografía de otro personaje basada en sus experiencias de vida y recuerdos de niñez y adolescencia en el municipio natal. 

Confirmo lo dicho. Es mi apreciación que, por sus estilos, las de Dasso y Martin son dos biografías, la del otro personaje es una autobiografía, y la de García Márquez es una historia novelada. 

Pero, a medida que avanza la lectura de los libros biográficos sobre Gabo y me acerco al final, llego a la conclusión de que no hay ninguno mejor ni peor que el otro, sino que son diferentes y se complementan. En su conjunto constituyen el mapa de la vida de este hombre excepcional, pero a la vez salido de las vivencias del común de las gentes, en el territorio y el momento que a él le tocó vivir. 

Desde que leí Cien Años de Soledad me sorprendí, y me sigo sorprendiendo, de encontrar en García Márquez vivencias que coinciden con las mías. Decir que llego al final es un decir, porque en las lecturas y bibliografías aparecen menciones a otros libros como, en este caso, los de su hermano Eligio Gabriel y Silvia Galvis, que me van despertando el interés por su lectura.

En Vivir para Contarla Gabriel García Márquez habla de su tía abuela “Francisca Simodosea Mejía”, que era la grafía habitual de escribir ese exótico nombre por parte de las dos o tres mujeres que lo llevaban, como decir Simodosea Rueda Hernández o Simodosea Gómez Morales, y como lo escribían algunos del entorno familiar de la tía o prima del coronel Nicolás Márquez, abuelo del Nobel, a quien se refiere el comentario (Página 29):

“Lo enviaron por un tiempo a vivir con su prima Francisca Cimodosea Mejía en la ciudad de El Carmen de Bolívar, al sur de la majestuosa ciudad colonial de Cartagena…”.

Es el nombre de una de las Nereidas en la mitología griega, y se le dio a una especie botánica, escrito como Cymodocea. Según Dasso Saldívar en sus notas a pie de página, dedujo por la firma de ella en una carta que escribía su nombre con C y no con S (Francisca C. Mejía), y así lo trae Gerald Martin en su libro; pero en el árbol genealógico (página 628) que Martin tiene como apéndice, hecho con ayuda de Ligia García Márquez la hermana del escritor, aparece Francisca sin apellido, como si su apellido fuera Cimodosea. Tengo mis sospechas de que al pronunciarlo más de uno, por no decir todos, le decían Cimo-dosia, como Teodosio o Capadocia; y no Cimo-do-cea, como panacea, pero estas sospechas no pueden deducirse de la lectura de estos libros.

Esta observación me pone en la clasificación garciamarquiana, que merezco, de no ser un crítico sino un “corrector de pruebas”. Doy un ejemplo. En la página 138 encontré una frase que me llamó la atención y me movió a corregir con mi bolígrafo (página 138):

“García Márquez se puso en camino de mala gana, pero cambió de parecer tan pronto como perdió de vista a Pareja, y desandó el camino en medio del caos de una Bogotá que en ese entonces era un lugar mortalmente peligroso…”.

Me quedé pensando… porque la conjugación correcta no es desandó, sino desanduvo. Andar y desandar se conjugan lo mismo.

En su artículo “Gabriel García Márquez, in memoriam”, de fecha 18 de febrero de 2015, Héctor Abad Faciolince relata un encuentro con el Premio Nobel:


“…Yo acababa de hacer una reseña agria de Noticia de un Secuestro, que había salido en El Espectador, y a él le habían enviado esa nota por fax. Yo quería esconderme de vergüenza porque en ese artículo (“La paja en el libro ajeno”) señalaba —con inútil pedantería— algunos errores de ortografía, como poner “haber”, en vez de “a ver”, al contestar el teléfono. Él me dijo: “tienes razón en eso, pero no comprendo por qué se dice “a ver” si por teléfono no se ve nada”. Un día más tarde, durante una comida, puso su mano en mi rodilla y dijo: –Esto no lo oigas tú: lo malo es que en Colombia no hay críticos, sino correctores de pruebas…”.

Encuentro en la página 195 una frase que no logro entender:

“…Lo había intentado con todas sus fuerzas, pero un hombre joven sin posibles ni títulos no podía ganarse la vida decentemente en la Costa. Tal vez algún día...”.

Es una frase que no pude entender, y tuve que seguir adelante con la lectura para no quedarme enfrascado en esa duda de lo que el autor quiso decir con el “posibles” (¿Posibilidades de empleo, quizás?).

En la nota de pie de página 2 al Prólogo, Gerald Martin hace un recuento de los distintos libros publicados como biografía o a manera de biografía del escritor. Están la de Dasso, claro, y la de Eligio García Márquez. Están el Olor de la Guayaba, de Plinio Apuleyo Mendoza; la Historia de un Deicidio, de Vargas Llosa; y muchas otras que naturalmente leyó para documentarse. “Los García Márquez”, de Silvia Galvis, no aparece en esta nota; pero sí aparece en la bibliografía, o sea que también tuvo que haberla leído. Si la leyó, porque en la página 16 de Agradecimientos la menciona también:

“… Silvia Galvis, cuyo libro Los García Márquez es del todo indispensable”.

Tiene, pues, todo un mapa de ruta y una abundante lista de soportes para verificar lo que él trae en su contenido.

Martin no lo dice, pero es posible que con la sola excepción de Gabo, que tenía verdadera aversión al uso de grabadoras en sus conversaciones, los demás testimonios y entrevistas tengan detrás el soporte de grabaciones para respaldar lo que Martin afirma capítulo por capítulo.

Volviendo a la tía Cimodosea, esa falta de precisión de si era tía, tía abuela, o prima del abuelo –lo que en realidad era–, se debe al trato intrafamiliar en que se les dice primos o tíos a algunos que no lo son estrictamente en primer grado. Eso puede confundir al lector. Tal es el caso del aracataqueño periodista de El Espectador Gonzalo González Fernández, Gog, con quien Gabriel García Márquez se reconocía como primo aunque Martin aclara, en la página 109, que este paisano venía a ser sólo “un primo lejano”.

Al leer a Martin, tendré que prepararme para encontrar no uno, ni dos, sino varios asuntos en que los hechos reales sean los mismos, pero no coincida la visión de los biógrafos. Claro que también deberé prepararme para encontrar en Martin cosas que no encontré en Saldívar, así como en ambos se encuentran cosas que uno no encuentra en “Vivir para contarla”.

Sobre la suya dice Gerald Martin que (página 23):

“He estado diecisiete años trabajando en esta biografía… No es una biografía autorizada, es una biografía tolerada”. 

Casi dos décadas tardó en la tarea, y seguramente García Márquez no estuvo de acuerdo con algunas cosas –ninguna, seguramente, que ameritara una descalificación o desautorización–. Las cosas que se escriben sobre ellos no son en muchos casos las que los personajes quisieran oír sobre sí mismos. De ahí mi desconfianza hacia las autobiografías y hacia las biografías que se escriben por encargo de los protagonistas, aquellas que se denominan autorizadas. Dice Martin (páginas 23 y 617):

“…No obstante, para sorpresa y gratitud mías, en 2006 el propio García Márquez dijo ante los medios de todo el mundo que yo era su biógrafo oficial. Así que, probablemente, yo sea ¡Su único biógrafo oficialmente tolerado! Ha sido un privilegio extraordinario…”.

Cita Martin en la página 24 del Prefacio la frase de García Márquez referida a su biografía: “Bueno, supongo que todo escritor que se respeta debería tener un biógrafo inglés”. Es un gran elogio, y muy merecido; pero también está el caso de Dasso Saldívar, que a la larga contó también con el reconocimiento de Gabo, quien lo localizó telefónicamente después de leer “Viaje a la Semilla”, y le dijo que se lo había devorado en tres días, y que “Si lo hubiera leído antes, no habría escrito mis memorias”. 

Una obra no descalifica de ninguna manera a la otra sino que, a mi juicio, son complementarias. No se trata de una competencia olímpica para ver quién se queda con la medalla de oro, puesto que se trata de un podio que en este caso no tiene sino dos participantes y dos ganadores simultáneos del mismo nivel, sin medallas de plata ni medallas de bronce para terciar. La autobiografía de García Márquez, como dijimos, es más novela que biografía. Pero, puede decirse, los dos biógrafos vienen a ser dos compiladores si tenemos en cuenta que en parte, en gran parte, los dos trabajan con los mismos testigos y los mismos testimonios, y que ambos se soportan en otros trabajos de Eligio Gabriel García Márquez, de Silvia Galvis, de Germán Castro Caicedo, de Juan Gustavo Cobo Borda, y de muchos otros cuyos escritos aportaron al bagaje total que traen estas dos biografías.

Aunque traté de prepararme para afrontar esta lectura, me sentí abrumado de entrada con la sección de Agradecimientos del autor (página 11), que dice que “Uno de los inconvenientes de acometer una biografía es que hay que pedir un sinfín de favores a infinidad de personas…”. Eso es entendible, pero en el transcurso de veinte años la lista se vuelve inmensurable. No sé si cuatrocientos o quinientos nombres se encuentra uno entre los que están su familia, sus secretarias y sus colaboradores editoriales; toda la familia de García Márquez encabezada por él y sus quince hermanos matrimoniales y extramatrimoniales, los colaterales con primos en 1º, 2º y 3er. grado, cuñados, vecinos; intercalados están los nombres de los presidentes Virgilio Barco, Ernesto Samper, César Gaviria, Belisario Betancur, Alfonso López Michelsen, Fidel Castro Ruz, en muchos casos con sus respectivas esposas y a veces hasta con los hijos; escritores, periodistas, músicos vallenatos. Como dicen los cronistas de sociedad, “el que no figure, es porque desde el punto de vista social no existe”. Allí está, como se dice, “Le tout Paris”. La lista completa es un directorio del quién es quién, y tal vez resulte más fácil juzgarla por las ausencias. 

No encontré en la lista, y no sé si por omisión o porque su aporte no fue relevante, al presidente Bill Clinton, ni al presidente Julio César Turbay Ayala, cuyo gobierno es culpable de que Gabo se hubiera tenido que asilar en México. No encontré a los fotógrafos Rodrigo Moya, Indira Restrepo, Vicente Rojo e Isabel Esteva Hernández “Colita”; faltó mencionarlos, pero sería raro que no estuvieran incluidos en los recorridos.

El mismo autor advierte de sus dificultades y ofrece “A quienes haya podido pasar por alto, mis más sinceras disculpas”, así como aclara que “me gustaría poder detallar cada una de sus contribuciones, muchas de ellas considerables y algunas inmensas”. 

Al parecer, desde un principio el autor se propuso llevar un registro de todo el que contribuyera de algún modo al acopio de información, teniendo en mente incluirlos en sus agradecimientos una vez culminada la obra. Sin haberlo leído, tengo mis sospechas de que los taxistas de barranquilla y las pajaritas de la noche del segundo piso de las notarías también entraron en las pesquisas. 

Refiriéndose a García Márquez reconoce el autor en el Prefacio (página 22) que:

“Sus favores y su amistad han sido codiciados por los ricos, los famosos, y los poderosos: Francois Miterrand, Felipe González, Bill Clinton, la mayor parte de los presidentes de Colombia y de México en los últimos tiempos, al margen de otras celebridades… Al mismo tiempo su estrecha amistad con otro líder político, Fidel Castro, ha sido una fuente constante de controversia y críticas durante más de treinta años…”.

Después de los agradecimientos lo siguiente que uno se encuentra, y pienso que como producto de la mentalidad europea del autor, son tres mapas de ayuda para el lector entrar a reconocer el recorrido vital de Gabriel García Márquez con nombres geográficos que en Colombia pueden sonar comunes pero a un extranjero le ofrecen dificultad. 

De Colombia el primero (página 18), donde se aprecian desde el Cabo de la Vela en la Guajira en el extremo más noreste del país, hasta Pasto en el extremo más suroeste; con el río Magdalena como columna vertebral. Allí aparecen los nombres de ciudades que de alguna manera están relacionadas con García Márquez y si no aparecen Cúcuta, Arauca, o Leticia, fue porque nunca estuvo allá o no le sucedió nada que mereciera mencionarse. 

El segundo (página 19) es un recuadro ampliado de la costa caribe colombiana en el que aparecen lugares como Caimito, Achí, La Sierpe, Sitionuevo, El Difícil, Camarones, Pivijay. Es un mapa útil hasta para los colombianos, pues muchos ignoramos qué son y con qué se comen. Son sitios que de alguna manera se relacionan con los recorridos de García Márquez o de su obra. Allí aparece, naturalmente, Aracataca; pero también aparece un punto denominado Macondo entre Aracataca y Sevilla, que seguramente señala el lugar donde se ubicaba la hacienda bananera que ostentaba ese nombre que inspiró a Gabo para situar sus Cien Años de Soledad. 

El tercero (página 20) es un mapa del Caribe y el Golfo de México, que García Márquez solía considerar un solo “país de agua”, no territorial, en el que se incluye a Brasil pero se excluye a Bogotá. Su razonamiento es muy claro, porque para Gabo las fronteras no son físicas sino culturales, y mientras los caraqueños son caribes en su modo de ser, los bogotanos y los paisas somos andinos. La diferencia en las costumbres es inmensa. Los andinos somos muy eurodescendientes, mientras que los caribes son muy afrodescendientes. Después de leer a García Márquez en sus declaraciones para entrevistas, esta es una idea que me queda clara. En este tercer mapa se incluyen Pascagoula, Chiapas, Birán, Dominica y Georgetown.

En el Prefacio (páginas 21 y 22) dice el autor que:

“En realidad, si tomamos en consideración los novelistas del siglo XX, descubrimos que la mayor parte de los grandes nombres sobre los que la crítica actualmente coincide llegan hasta los años cincuenta: Joyce, Proust, Kafka, Faulkner, Woolf; pero en la segunda mitad del siglo quizá el único escritor que ha cosechado verdadera unanimidad haya sido García Márquez… Cien Años de Soledad acaso sea la única novela publicada entre 1950 y 2000 que haya encontrado tal número de lectores entusiastas en prácticamente todos los países y culturas del mundo. En ese sentido, tanto en relación con el asunto que aborda (a grandes rasgos la colisión entre tradición y modernidad), como por su acogida, probablemente no sea excesivo considerarla como la primera novela verdaderamente global… En 1982 fue el ganador del Premio Nobel de Literatura, y es uno de los más populares en tiempos recientes”.

Dice el autor que Gabo, al igual que Charlie (Chaplin) y Pelé (Edson Arantes do Nascimento) son tan entrañables para el público que “todo el mundo los conoce por su apodo” (página 22).

Avanzo en la lectura del Prefacio de este voluminoso libro de 762 páginas, no apto para leer de pie en el Metro. Es uno de esos libros que, como la Biblia o el diccionario “Pequeño Larousse Ilustrado”, que no tenía nada de pequeño, me hace pensar en la idea de conseguirme un atril de altura graduable para hacer más cómoda mi lectura, porque su peso no es el de un breviario de monje que se pasea por los corredores del patio o por el antejardín del convento. Y entonces me encuentro con una nota de pie de página del autor (página 23) en que dice que:

“Había superado ya los dos mil folios y seis mil notas al pie, cuando al fin me di cuenta de que tal vez nunca llegaría a terminar el proyecto… Lo que el lector tiene en sus manos es, por lo tanto, ¡La versión abreviada de una biografía mucho más extensa!...”.

Los signos de admiración son míos. ¡Qué bárbaro! 

“… La versión abreviada de una biografía mucho más extensa, casi terminada, que tengo la intención de publicar dentro de unos pocos años, si la vida me trata bien… Parecía sensato retrasar esa tarea titánica, y extraer los hallazgos y conocimientos acumulados, en una narración breve relativamente compacta…”.

Vuelvo a mirar los cinco centímetros del lomo de este libro, que debe tener cientos de miles o un millón de palabras; y me quedo, literalmente, sin palabras.

Llevo cuatro meses dedicado a leer, a pensar, a hablar, acerca de Gabriel García Márquez. Llevo diez páginas escritas en esta reseña de la cual apenas he terminado de leer el prefacio y, como quien dice, no he empezado todavía a leer el libro. Pero considero mi tiempo bien empleado y, sobre todo, muy entretenido. ¿En qué cosa mejor podría emplearlo un jubilado amante de la lectura, como yo? De la valía de esta acción da fe el autor del libro al afirmar al final de su Prefacio (página 25):

“…Si alguna vez hubo un asunto al que mereciera la pena dedicar una cuarta parte de la propia vida, sin duda sería la extraordinaria trayectoria vital y profesional de Gabriel García Márquez…”. 

Estoy de acuerdo con eso. No me lo tiene que decir.

En la página 9 aparece un índice con el contenido que consta de:

Agradecimientos (página 11), Mapas (página 18), Prefacio (página 21), y Prólogo (página 27). 

Luego viene la biografía propiamente dicha (páginas 37 a 616); y, entre las páginas 384 y 385, se han intercalado ocho páginas con 77 fotografías de especial interés.

A continuación el Epílogo (página 617), Árboles genealógicos (página 627) Notas de pie de página (635), Bibliografía (página 713), Referencias de las ilustraciones y textos citados (página 720), e Índice alfabético de nombres (página 735).

Después del Prefacio de Gerald Martin viene el Prólogo “De orígenes oscuros –1800-1899”, escrito por el mismo autor, que podría tomarse también como un primer capítulo. Las primeras frases del prólogo, en el primer párrafo, me obligan a desdecirme de lo que ya dije. Es esta, al parecer, una biografía que tiene tono de novela; de sabor garciamarquiano, si se quiere (página 27):

“Una calurosa, axfixiante mañana de comienzos de la década de 1930, en la región costera tropical del norte de Colombia, una mujer contemplaba por la ventanilla del tren de la United Fruit Company las plantaciones de banano…”.

El mismo Martin lo reconoce (nota 1 de la página 635):

“Este capítulo, a pesar de que cultiva un cierto estilo literario, está basado en conversaciones…”.

Deja claro, entonces, que él se apega a los hechos conocidos o recibidos en testimonio, pero trata de presentarlos de manera un poco literaria sin hacer demasiadas concesiones a la ficción propia de la creación o recreación denominada Escritura Literaria. ¿A qué me refiero con eso, y a qué se refiere él? A que uno puede imaginarse lo que piensa una mujer que viaja en un tren por la calurosa y asfixiante región de la zona bananera del Magdalena, no inventando mucho sino basándose en el testimonio ofrecido por esa misma mujer (página 27).

Ni Gerald Martin en esta biografía, ni Dasso Saldívar en la suya, dan cuenta de un hijo desconocido de don Gabriel Eligio García, que fue realmente el primero que tuvo, a quien Gustavo Tatis Guerra en un artículo denomina “El hermano invisible de García Márquez”. Tampoco Ligia, la hermana de Gabo que asesoró a los dos biógrafos en los cuadros genealógicos supo de su existencia en esos momentos. Se trata de Rafael Olimpo García Miranda (1924-2009), de Achí en Sucre, que nació antes de Abelardo (página 49):

“En Achí, un pequeño pueblo junto al río Cauca al sur de Sucre, nació Abelardo que fue el primero de sus cuatro hijos ilegítimos…”.

No fueron cuatro sino cinco, con Rafael Olimpo el que menciona Gustavo Tatis Guerra.

El coronel Nicolás Márquez, militante de raca mandaca en el Partido Liberal desde antes de la Guerra de los Mil Días, abuelo de Gabo y padre de crianza en los primeros años de la niñez, fue un hombre que a la usanza costeña tuvo tal vez decenas de hijos extramatrimoniales que no fueron causa de disolución del matrimonio. Igual don Gabriel Eligio, el padre de Gabo, tuvo cinco hijos extramatrimoniales: Dos antes y dos después de la boda; y, como vimos, el mayor de todos, también de antes, que fue “El hermano invisible". Once del matrimonio y cinco extramatrimoniales no son poca cosa. 

¿Por qué teniendo rabo de paja el coronel se opuso con tanta inquina a que su hija Luisa Santiaga se casara con el telegrafista Gabriel Eligio, a pesar de ser un joven apuesto y trabajador? Gerald Martin lo cuenta (páginas 48 y 27):

“… Cuando se conocieron Nicolás Márquez y Gabriel Eligio García, el pretendiente de su hija, tenían poco en común salvo, irónicamente, un aspecto que en la obra de Gabriel García Márquez deviene en un tema recurrente: una colección de hijos ilegítimos… (El pretendiente) No solo era pobre y forastero, sino también hijo ilegítimo, mestizo, y quizás lo peor de todo, ferviente incondicional del detestado Partido Conservador…”. 

Como quien dice, a los ojos del coronel el pretendiente tenía todos los defectos juntos, y no le faltó sino el de ser feo para completar la mano de ases de la baraja.

Si yo me las estaba dando de ser meticuloso en esto de los detalles genealógicos, me quedé corto; porque las cosas son más complicadas de lo que yo creía, y eso se refleja en Cien Años de Soledad. En realidad no entiendo muy bien cómo es la cosa pero dice Martin, refiriéndose a la española Juanita Hernández, radicada en la Guajira, (página 31) que:

“Tan solo dos generaciones después, dos de los nietos de Juanita, Nicolás Márquez Mejía y Tranquilina Iguarán Cotes, primos hermanos, se casaron en Riohacha. Aunque ninguno de sus apellidos coincidía, el padre y la madre de ambos eran de hecho hijos de la audaz Juanita, y por ende ellos venían a ser ¡Hermanastros!”. 

Los signos de admiración son míos. Después uno se encuentra con el hecho de que Argemira, la abuela por el lado paterno, era de sábanas alegres y no se molestaba en ocultarlo; y entonces llega uno a la conclusión de que en Cien Años de Soledad nada es inventado, todo es real y conforme a las habladurías familiares, y solo cambia la manera de contarlo. Y también se concluye que Pilar Ternera lo único que tiene de ficción es el nombre.

Del coronel Nicolás, hijo de dos medio hermanos, dice Martin (página 31) que “sembró tal vez docenas de hijos ilegítimos después de casarse”, pero la abuela Tranquilina no hizo de eso un escándalo sino que prefirió seguir casada hasta que la muerte los separó. La página 32 del libro de Gerald Martin es realmente un embrollo genealógico difícil de entender.

Este Prólogo, con sus intrincadas y yo diría que inextricables alambicaciones de telaraña, es de por sí toda una novela.

Gerald Martin cita a Guillermo Henríquez Torres en “El misterio”, un texto que hace parte de “García Márquez, el piano de cola, y otras historias”, libro inédito del año 2003 (nota 11 de la página 638); con relación a los acontecimientos que siguen a la saga familiar de los García Márquez en una versión que discrepa de la que Dasso Saldívar da de esos acontecimientos. La versión de Martin habla (página 45) de que: “Sin embargo, la gente de Ciénaga insiste en que Nicolás y su familia pasaron allí tres años después de que saliera de prisión, de 1910 a 1913, año en que se trasladaron a Aracataca”. Se habla en este caso del recorrido del coronel Nicolás Márquez y su familia, luego de que él diera muerte a Medardo Pacheco en la población de Barrancas en la Guajira, aquella misma población donde una novia burlada que se quedó con el vestido arrugado y con los crespos hechos al pie del altar diera origen a la expresión “Vestida y alborotada como la novia de Barrancas (Guajira)”, que muchos tergiversan y citan erradamente como “Vestidas y alborotadas como las novias de Barranca” (abreviatura de Barrancabermeja, Santander). Esta viene a ser, pues, un error.

Para el año de 1915 la familia estaba muy afincada en Aracataca, y la población se había convertido en un municipio en el que (página 46):

“Quien de veras lo dirigía no era el coronel Márquez, como su nieto aseguraría con frecuencia, sino el general José Rosario Durán”. 

Para esta afirmación el biógrafo cita en la nota 15 de la página 639 a Judit White en “Historia de una ignominia, la United Fruit Company en Colombia”: 

"… A pesar de ello, el coronel Márquez fue sin lugar a dudas uno de los liberales destacados de la ciudad, y de joven había presidido la Sociedad Liberal de Riohacha…”.

Los cálculos de Gerald Martin sobre la fecha de nacimiento de GGM el 6 de marzo de 1927 (página 54), según la nota 34 de la página 640, dan a entender que el escritor “fue encargado antes de tiempo”, para forzar al coronel Nicolás a dar su consentimiento a esa boda.

Los hechos principales de la vida de GGM, y en especial los que de alguna manera se asocian con los libros que escribió, son suficientemente conocidos y han sido trajinados en las entrevistas, en la autobiografía, y en la biografía escrita por Dasso Saldívar. Solo encontraría uno pequeñas discrepancias o inconsistencias alimentadas, en primer lugar, por el mismo personaje a quien Gerald Martin define de ser un poco mitómano, amigo de adornar y distorsionar los detalles sin alterar el hecho básico. La prima en algún lugar, se convierte en tía en otro; una abuela pasa a ser bisabuela, una fecha es citada con uno o dos años de diferencia en distintos lugares. En fin. Uno se encuentra en Gerald Martin o en Dasso Saldívar precisiones a tal o cual hecho, pero no se altera la esencia. Sin embargo, de la lectura de estos libros biográficos se llega a la conclusión de que Gabriel García Márquez, según leí en alguna entrevista, tenía razón cuando afirmó acerca de Cien Años de Soledad que “ahí está todo”. Eso es cierto. A la hora de la verdad, esta novela es más autobiográfica que la misma autobiografía.

Hasta el momento no había encontrado nada, o solo muy poco, que alterara la información básica que yo tenía en mi cabeza sobre él, pero hay una anécdota que no había leído antes y me parece simpática. La madre de Gabo se la contó a Martin (página 96):

“A los doce años Gabito, en ausencia de su padre, por ser el hijo mayor de los ocho, tuvo que organizar el viaje de Barranquilla a la población de Sucre. Todavía puedo verlo contando a los niños en la cubierta del barco de vapor que subía por el río Magdalena y, de pronto, muerto de pánico, dijo ¡Falta uno!... Y era él, que no se había contado a sí mismo”.

Tal vez sea el momento de hacer una precisión acerca de las citas que entresaco de mis lecturas. Quienes confronten la respectiva página del libro encontrarán que no son citas textuales, estrictamente literales, porque para esta reseña tengo que ponerlas fuera de contexto. En el contexto de la lectura, se entienden por lo que se leyó en los párrafos anteriores y lo que se venía diciendo, pero al sacarlas de allí, es necesario decirle al lector por qué el niño de doce años tuvo que encargarse de organizar el viaje, de donde partió el barco y hacia donde se dirigía, cuantos eran los hijos del matrimonio que habían nacido hasta ese momento. Si no se hacen esas cosas, amarres que dicen los literatos, se le pierde la gracia al chiste.

A diferencia de las novelas escritas por un autor, o de las novelas escritas por diferentes autores, en las que cada una es diferente de las otras; estos cuatro libros que he leído en los últimos días (Vivir para contarla, Viaje a la semilla, GGM una vida, y Para que no se las lleve el viento) tienen en común estar basadas en los mismos hechos y situaciones así, naturalmente, sean cosas que se aprecian desde distintas interpretaciones y distintas maneras de describirlas. La venta de la casa de Aracataca, la vez en que el abuelo llevó a Gabo a conocer el hielo, el pequeño automóvil Opel blanco que compró en 1962 con el dinero recibido del Premio Esso por su novela La Mala Hora, el real o falsamente frustrado viaje a Acapulco cuando le vino a Gabo la iluminación sobre cómo debía escribir Cien Años de Soledad, son cosas que uno encuentra una y otra vez con diferencias en tal cual detalle pero identificadas en esencia. 

En lo que llaman intertextualidad, voy a terminar citando alguna frase o contando alguna situación sin recordar exactamente donde fue que la leí. 

Gerald Martin en las páginas 336 y 337 describe el instante de iluminación en que, como por efusión del Espíritu Santo, o epifanía que llama Dasso Saldívar, a García Márquez le sobrevino la revelación de la novela que le había estado rondando la cabeza sin encontrar una salida apropiada hasta ese momento:

“La carretera de ciudad de México a Acapulco es una ruta tortuosa, llena de recodos y curvas estremecedoras, y García Márquez, que siempre ha sido un conductor apasionado, estaba disfrutando de lo lindo al volante de su pequeño auto Opel blanco, recorriendo el paisaje cambiante de la carretera mexicana. A menudo ha dicho que conducir es una habilidad en cierta medida automática, que sin embargo exige concentrarse mucho, lo cual le permite abstraerse y pensar en sus novelas. No llevaba mucho tiempo conduciendo aquel día, cuando de la nada la primera frase de la novela Cien Años se presentó en su cerebro. Tras ella, invisible pero palpable, estaba toda la novela como si le fuera dictada, trasvasada, desde arriba. Fue tan poderoso e irresistible como un hechizo. La fórmula secreta de la frase se hallaba en el punto de vista y, por encima de todo, en el tono: Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento… García Márquez, como sumido en un trance, se hizo a un lado de la carretera, dio media vuelta con el Opel, y tomó rumbo de nuevo hacia la ciudad de México”.

Es la misma versión de la entrevista que concedió a Manuel Pereira de la revista Bohemia:

“Íbamos para Acapulco con Mercedes y los hijos y, de pronto, en medio de la carretera, ¡Pas!... No llegué a Acapulco, di la vuelta y regresé a México. Mercedes me dijo `Tú estás loco, pero se lo aguantó, porque tú no tienes idea de la cantidad de cosas que ha aguantado Mercedes en locuras de esas. Ya en México, eso fue saliendo como un chorro, porque lo más difícil de todo siempre es el principio, la primera frase de una novela o de un cuento…”.

En la entrevista que concedió a Claudia Dreyfus es más ambiguo, pero más real:

“Fue como una visión o algo así. Como si hubiera descifrado, de golpe, todo lo que debía hacer. De modo que volví a la ciudad de México y me puse a escribir durante los dieciocho meses siguientes desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, cada día”.

Ambiguo, porque no dice que se hubiera devuelto a mitad de camino; pero tampoco dice que hubiera llegado hasta Acapulco. Lo que sí dice es que al volver a ciudad de México se dedicó obsesivamente a escribir esa novela durante dieciocho meses.

Todavía no tenía ese título sino que él la llamaba La Casa, pues el título de Cien Años de Soledad (página 300) solamente se le ocurrió tres o cuatro renglones antes de estampar la palabra fin en el borrador de esa novela que escribió de un tirón, encerrándose durante dieciocho meses en su estudio a escribirla obsesionado como un poseso. –GGM en varias entrevistas habla de que fueron dieciocho meses, pero Martin saca cuentas y parece que apenas fue poco más de un año. A eso es a lo que me he venido refiriendo en relación con los detalles de memoria del escritor–.

Piensa Martin (página 337) que ésta tan repetida versión sobre el mágico momento en que le sobrevino a Gabo la inspiración es una versión novelada, tal vez propiciada por el propio escritor mágicorrealista, pero cree que la versión más convincente de entre las distintas alternativas que él, Martin, ha oído es la que:

“Nos lo muestra repitiéndose aquellas líneas y reflexionando acerca de sus posibles implicaciones mientras conduce, y luego elaborando profusas notas al llegar a Acapulco para empezar la novela propiamente dicha cuando regrese a la capital”.

Tiene razón el biógrafo. Cualquiera que esté casado y con hijos pequeños, en medio de un viaje planeado a la playa, sabe que es más fácil morir asesinado con un afloja pernos de cruceta o una caja de herramientas descargada en la cabeza, que interrumpir las largamente acariciadas vacaciones de la familia. En la nota 57 de la página 683 dice que Gabo declaró en entrevista para la revista Cambio, de Bogotá, que:

“Llegó en coche a Acapulco para pasar el fin de semana pero no tuvo un momento de sosiego en la playa y volvió a la ciudad de México el martes”.

No sé por qué GGM considere un error suyo haber aceptado el Premio Esso de Novela, puesto que fue el que le dio con qué pagar los gastos clínicos por el nacimiento de su hijo Gonzalo, y con qué adquirir el automóvil que no sólo les dio la comodidad de movilizarse en México, y de desplazarse a las playas de Acapulco, sino que luego de ser vendido les permitió sostenerse por unos meses mientras lograba publicar la novela Cien Años de Soledad. Si no fuera por ese premio, la situación económica de la familia hubiera sido aún más precaria. 

Dice Martin en la nota 21 de la página 680 que:

“Véase en particular el artículo La Desgracia de Ser Escritor Joven, del periódico El Espectador en septiembre 6 de 1981, donde afirma que haber aceptado este premio y el anterior por Un Día Después del Sábado en 1954, son los únicos hechos que lamenta de su carrera de escritor”.

Quizás se deba a que a él particularmente le molestó que el presidente de la Academia Colombiana de la Lengua, el jesuita Félix Restrepo Mejía que hacía parte de los jurados del premio, le metió mano a la novela La Mala Hora para quitarle palabras malsonantes, y el resultado no le gustó a García Márquez. Cuando años después la reeditó, restituyó las palabras que le daban el sabor coloquial original que tenía el texto. No es lo mismo decir “No seas hijo de verdulera” a un bandido, que decirle “No seas hijueputa”, así, de una, como por estos lados la decimos con acento en la jijue.

Y quizás se deba también a que (nota 24 de la página 681), según le contó a su amigo Álvaro Cepeda Samudio en carta escrita en la primavera de 1963, recién estrenado el automóvil:

“Confiesa que tuvo el accidente del coche mientras estaba borracho como una cuba”. 

Una cosa así causa remordimientos de conciencia y cantaletas de la mujer por el resto de la vida porque ese auto (página 322):

“Es el juguete más extraordinario que he tenido en mi vida. Me levanto en la madrugada a ver si todavía está ahí”.

García Márquez consideró que el viaje con su madre para tratar de vender la vieja casa de Aracataca, que había sido de los abuelos y donde él se crio, marcaba un hito importante en su vocación como escritor. Sea que tal cosa sucedió en 1950, como pregona Martin; o en 1952 como dice Saldívar; lo cierto es que, según Martin en la página 275:

“Sin embargo el viejo caserón del coronel en Aracataca se había vendido, por fin, el 2 de agosto de 1957”.

Cinco años esperanzados en vender una casa, decisión a la que habían sido llevados por la necesidad, son mucho tiempo. Equivale a que para el coronel pasen décadas esperanzado en que el correo traiga la noticia de que por fin salió resuelto el asunto de la pensión de jubilación. 

Gerald Martin encontró que don Gabriel Eligio se hacía llamar “Doctor”, por ser homeópata y tegua empírico, y hasta se había agenciado un diploma universitario para validar la práctica de su profesión de farmaceuta y recetador de pueblo en lo cual, por cierto, sólo fue efímeramente exitoso. Su hijo Gabo no creía en él (de hecho sus relaciones no fueron muy buenas porque su padre para Gabo, por haberse criado en casa de los abuelos, venía a ser apenas una especie de tío, o un pariente más incómodo que afectuoso. Los sentimientos del padre hacia el que consideraba un muchacho díscolo y mentiroso eran más familiares que filiales. De ahí que cuando a Gabo en el colegio de jesuitas le dieron unas rabietas tremendas que fueron calificadas por su madre de esquizofrenia fregada, al padre se le ocurrió la peregrina y absurda idea de trepanarle la cabeza a su hijo “En el lugar donde se ubican la conciencia y la memoria”. A Gabo le debieron dar seguramente escalofríos de oírle decir eso. La sola idea, viniendo de parte de cualquier neurocirujano especialista estremece, pero viniendo de un tegua recetador de hierbajos, ¡Horroriza! (página 102):

“No cuesta imaginar el efecto de un plan de esta clase en un muchacho que, en cualquier caso, no tenía ninguna fe en el doctor de la casa y que debía de quedarse petrificado ante la idea de que su padre se metiera, literalmente, en su cabeza”.

El adolescente seguramente no se hubiera dejado hacer tal cosa en la que el padre se hallaba empeñado con tenacidad, pero (página 102):

“Tan solo la amenaza de Luisa de hacer públicos sus planes, lo contuvo”.

En lo que destacó don Gabriel Eligio, al parecer, fue en dejar hijos regados, y aparte de los once que tuvo dentro del matrimonio tuvo otros cinco por fuera para un total de dieciséis. Insiste GGM en que costeños y cachacos somos dos culturas diferentes, vivimos en dos países diferentes, pertenecemos a dos mundos diferentes. Tal vez él exagere, pero en esencia es cierto. Nuestro modo de ver las cosas cambia de la región andina a la región caribeña. En el interior, la simple sospecha de una infidelidad frecuentemente acaba con un matrimonio. En la costa, la mujer acepta las otras mujeres y los otros hijos como cosas naturales de la especie porque los hombres son así, y a veces termina recibiéndolos bajo su mismo techo. Eso creía yo, pero las cosas no son tan folclóricas como las pintan. En la costa también hay tormentas bajo las sábanas por esa causa. Según Martin (página 99):

“Gabito se encontró con que las infidelidades de su padre habían dado lugar a una alteración discordante de la organización de la familia. Cuando subía la pendiente desde la lancha a su regreso a Sucre, a finales de 1940, fue a abrazarlo una joven vivaracha que dijo ser su hermana Carmen Rosa; y aquella misma noche descubrió que su otro hermanastro, Abelardo, estaba también en el pueblo trabajando de sastre…”.

Gabo tal vez nunca se enteró, o vino a enterarse muy tarde cuando ya había escrito todo lo que iba a escribir y dado todas las declaraciones que iba a dar, que había otro hermano más viejo que todos, el “Hermano invisible” entrevistado por Gustavo Tatis Guerra, como dijimos párrafos atrás. Se trata de Rafael Olimpo García Miranda. Ahí sí, como se dice por estos lados, a la manera de los reportes de las registradurías electorales, “faltan datos de otros municipios”; pero Martin dice (página 101) que:

“En sus primeras vacaciones anuales Gabito no sólo tuvo que asimilar la aparición de Abelardo y Carmen Rosa, sino las misteriosas noticias a media voz sobre otro hermanastro ilegítimo”. 

Es decir que si Gabo no lo supo a ciencia cierta, por lo menos tuvo trasuntos de su existencia en aquellos tiempos, antes de ir a estudiar el bachillerato en Zipaquirá.

La madre (página 101):

“Luisa Santiaga, tras las inevitables discusiones y reproches, hizo lo mismo que había hecho su madre antes que ella, y aceptó que los hijos de su marido eran también suyos. Como reconocería el propio García Márquez, ella estaba enojada, y mucho, pero aceptó a los niños y yo la escuché un día decir aquella frase de que la misma sangre de mis hijos no puede ir rondando por ahí”.

Cuenta Martin (páginas 110 y 111) que:

“Durante aquel primer año en Zipaquirá, fuera de casa, a finales de marzo había nacido el noveno hijo de la familia, Hernando “Nanchi”, y su padre Gabriel Eligio, mujeriego incorregible, durante el embarazo de su mujer había vuelto a meterse en líos con el nacimiento de un nuevo hijo ilegítimo. Esta vez tanto Luisa como Margot, su hija mayor, habían aunado sus fuerzas ante el ultraje y durante un tiempo incluso Gabriel Eligio pensó que tal vez había ido demasiado lejos. No obstante, como de costumbre, logró convencerlas”.

Este hijo espurio vendría a ser Antonio García Navarro, y después nacería una medio hermana, suya y de todos ellos: Germaine (Emy) García Mendoza.

En octubre de 1967, años después, ya con un Gabo triunfador aireando la celebridad que le dio Cien Años de Soledad, casado y con dos hijos pequeños, llegó de visita donde las familias en Cartagena. Se encontró con Gabriel Eligio, su padre, pero se le veía intimidado y sojuzgado como si fuera todavía el muchacho díscolo de otros tiempos. Dice Martin en la página 366, citando a sus hermanos, que:

“Llegamos a la conclusión de que Gabito no sabía cómo comportarse frente a él… y aún lo veía como una especie de padrastro”.

Encuentro en la lectura una frase que, a mi modo de ver, es inexacta; a pesar de que trae un llamado de pie de página que remite a una nota citando Vivir para Contarla, pero en ese libro no encontré que dijera tal cosa. Es cierto que hace referencia a la Avenida Gonzalo Jiménez de Quesada en Bogotá; pero Gabo no dice, como cita Martin, que (página 106):

“… En Jiménez de Quesada, la gran avenida que recibe el nombre del español que conquistó a Colombia y fundó a Bogotá…”.

La inexactitud que detecto es que Jiménez fue uno de los conquistadores, pero no el único, por lo que no puede decirse que fue el hombre que conquistó a Colombia. Hay otros, porque aparte de él que fue, digamos, el más importante, están también Pedro de Heredia, Sebastián de Belalcázar, Nicolás de Federman, Ambrosio Alfinger, Alonso de Ojeda, Jorge Robledo; considerados ellos también conquistadores de Colombia. 

Martin habla de los tiempos en que Gabo, ya bachiller, regresa a Bogotá para matricularse en la carrera de Derecho en la Universidad Nacional a seguir estudiando y viviendo entre cachacos (páginas 127 a 130):

“Para entonces, García Márquez era un orgulloso representante de su cultura costeña y compensaba su pobreza vistiéndose de un modo aún más estridente de lo que había empezado a hacer en el Colegio San José de Barranquilla”.

Por esa causa Gabo en Barranquilla se había ganado el apodo de “Trapo loco”. En Bogotá, por lo mismo, se dijo que (páginas 127 a 130):

“Virando entre el funerario enjambre de trajes y sombreros oscuros, sorprende el relámpago de un traje tropical de color crema… Era un pez fuera del agua, con su pelo afro anárquico y crecido, sus gastados pantalones de colores, y sus estrafalarias camisas a cuadros, rebelándose conscientemente con todos y cada uno de sus movimientos”. 

Dice Plinio Apuleyo Mendoza (páginas 127 a 130) que:

“Muchos lo miraban con desdén, con cierto dejo de lástima”.

Y en Cartagena (página 153):

“Su amigos Ramiro y Oscar de la Espriella vivían en la gran residencia decimonónica de sus padres, en la calle segunda de Badillo, de la ciudad amurallada. García Márquez era una visita habitual, que a menudo iba a comer e incluso dormía allí de vez en cuando… Oscar, el mayor de los hermanos, recuerda que su padre le decía –Oiga, usted tiene valor civil–, por la forma como se vestía…”. 

El comentario causó gracia entre los amigos que lo comentaron, y “Valor Civil” fue otro de los apodos que le endilgaron a Gabo.

Y viene ahora esta radiografía sicológica de Martin (páginas 127 a 130):

“Tras los atuendos vistosos, el mamagallismo costeño, y el orgullo adolescente, García Márquez era un joven profundamente solitario con sentimientos sumamente contradictorios acerca de su propia valía. Su vida ahora, a pesar de las nuevas amistades, se caracterizaba por la soledad, la alienación, la desorientación, y la falta de vocación por el Derecho; aunque también por su actitud desafiante. Tras el costeño efervescente, se adivinaba la necesidad de protegerse… Muchos jóvenes se ven acosados por impulsos contradictorios, y perciben con actitud defensiva y agresividad sus capacidades y su relación con los demás; sin embargo, es a todas luces inusual la brecha entre la confianza de García Márquez en sí mismo, rayana en una arrogancia fuera de lo común –y en ocasiones sorprendente, así fuera nieto del Coronel Nicolás Márquez, y estuviera orgulloso de serlo–; y la inseguridad y el sentimiento de inferioridad que simultáneamente dejaba traslucir (porque era hijo del curandero, del padre que lo había abandonado a los abuelos, y al que acaso se pareciera). Ese antagonismo creó en su interior una dinámica que le permitió desarrollar la ambición oculta que ardería en su interior, como una llama intensa e inextinguible”.

De las entrevistas compiladas en el libro “Para que no se las lleve el viento”, por Fernando Jaramillo Echeverri, se deduce que GGM pasó muchas penurias económicas antes de coronar el éxito; y se deduce su mal gusto para vestir antes de que le llegara la bonanza y, muy seguramente, la asesoría de imagen por parte de la elegante Mercedes Barcha de García Márquez, porque cuando un hombre es de mal vestir y poco gusto para combinar las ropas suele decirse que “se ve que ese hombre no tiene mujer que se ocupe de él”.

Dice Gerald Martin en las páginas 148 y 149:

“…Desde el punto de vista profesional, le iban bien las cosas en Cartagena, pero económicamente estaba al borde del desastre. A pesar de que a efectos prácticos era un periodista en la nómina de El Universal, García Márquez cobraba por artículos… Su amigo Ramiro de la Espriella calculó posteriormente que lo que le pagaban equivalía a 35 centavos, o sea un tercio de peso, por artículo escrito fuera firmado o no, y prácticamente nada por sus otras obligaciones. Eso estaba por debajo de cualquier salario mínimo que pueda imaginarse. A finales de junio lo habían echado de la pensión y había vuelto a dormir en bancos, en las habitaciones de otros estudiantes, y famosamente sobre los rollos de papel de prensa de las oficinas del periódico, el único lugar que nunca cerraba… Jorge Franco Múnera lo llevó a la casa de su familia que acogió al estudiante hambriento y sin hogar con los brazos abiertos… Se alojaría allí de forma intermitente, procurando acallar su conciencia comiendo lo menos posible durante el resto de su estancia en Cartagena… Incluso aquí en la Costa era célebre por sus chillonas camisas de muchos colores y por lo común sólo tenía la que llevaba puesta, y sus chaquetas de cuadros que llevaba encima de pantalones de paño negros de algún traje viejo, calcetines amarillo canario que le caían hasta los tobillos, y mocasines polvorientos que no lustraba nunca… En repetidas ocasiones reunían dinero entre todos para invitarlo a comer e incluirlo en sus excursiones nocturnas…”.

Dice Martin (página 160):

“En Bogotá anduvo siempre escaso de dinero; y en Cartagena, al igual que después en Barranquilla, rozaría la indigencia”.

En algún momento de su estancia en París, cuando el dinero de la venta del billete de avión se acabó, dice Martin en la página 243 que:

“Recogía botellas vacías y periódicos por los que le daban apenas unos céntimos en los comercios del barrio… En ocasiones escamoteaba un hueso de una carnicería para que su compañera Tacha Quintana hiciera un estofado… Y un día tuvo que pedir para el billete del Metro porque de nuevo le faltaban los últimos cinco céntimos, y se sintió humillado por la reacción del francés que le dio el dinero”. 

Imagino la situación. La he visto por estos lados especialmente en estos días con la invasión de venezolanos desplazados: “Usted, con esa pinta, tan entero, y ¿Pidiendo limosna? Trabaje, muévase, no sea sinvergüenza”. Ahí sí, como dicen, nadie sabe la sed con que otro bebe.

No alcanza uno a imaginar cómo fue la cosa, y que GGM sobreviviera a tantas penurias antes de estar en capacidad de tener siete casas propias amobladas esperándolo en distintas partes del mundo, hasta que un biógrafo la desentierra y la da a conocer como es el caso de Martin en la página 250:

“Su hermano Gustavo ha dicho que se acuerda de otra confidencia de Gabito en Barranquilla, tomando trago los dos solos. –Fíjate, es que después de Cien Años de Soledad todos son amigos míos, pero no saben cómo me costó a mí esto. Nadie sabe que yo comí basura en París. Una vez estaba yo en una fiesta en una casa de amigos que, en cierta manera, me ayudaban y resolvían algunos problemas. Cuando se terminó la reunión, la señora de la casa me dijo `García, ven acá, cuando vayas bajando, lleva este paquete de basura y lo dejas abajo, en la calle´–. Cuenta Gabito que él tenía tanta hambre, que sacó lo que pudo de allí, y se lo comió”. 

Pasó, pues, las de San Patricio; y físicamente comió basura, para no decir que literalmente comió mierda.

Antes de estas lecturas, francamente yo no imaginé que en algún momento él se hubiera encontrado en situaciones tan críticas, y me temo que el mal gusto en el vestir era adrede y provocador para desviar la atención de sus carencias. 

Su amigo Carlos Alemán Zabaleta, que había sido elegido para la Asamblea Departamental, recuerda su llegada a Sucre en mayo de 1949 durante una gira política (página 156):

“En medio de la multitud que saludaba nuestro arribo desde las barracas, se destacaba un hombre de exótica vestimenta que tenía abarcas trespuntás, pantalón negro, y camisa amarilla. Yo le pregunté a Ramiro de la Espriella –¿Quién es ese papagayo?–, y él me contestó: Es Gabito…”.

Eso de hacerse uno notar por el color chillón de las camisas, ¡En la Costa!, es ir demasiado lejos. La cosa es simple. Si los demás se acostumbran a fijarse en la estridencia de los combinados, no pondrán atención en el desgaste de los dobladillos y las asentaderas de los pantalones, pero, caramba Gabo, ¡Creo que se te fue la mano!:

“Las opiniones de amigos y conocidos eran diversas. Mucha gente, en especial los más conservadores, lo consideraban un excéntrico, incluso un lunático, y no era raro que lo tomaran por homosexual…”.

En algún momento, no hace mucho, me enteré de una anécdota ocurrida durante la primera visita del cantante venezolano Alfredo Sadel a Medellín, cuando su amigo y colega Víctor Hugo Ayala se apareció en la habitación del Hotel Nutibara llevándole de regalo una morena espectacular, bailarina de profesión, ninfómana por afición, que dejó a Sadel de cama. Fue un regalo de amigo de esos que no se pueden olvidar. 


A García Márquez le pasó algo parecido cuando conoció a Roma, a mediados de la década de los cincuenta. Se hizo amigo del tenor colombiano Rafael Ribero Silva, que llevaba muchos años viviendo allá y se convirtió en su cicerone, según cuenta Gerald Martin (página 226):

“… Su entretenimiento predilecto era observar a las prostitutas de Villa Borghese haciendo calle mientras empezaba a oscurecer. Inspirado por este pasatiempo inocente, Ribero Silva le brindó a García Márquez uno de sus recuerdos más dulces de la capital italiana cuando, al decir de García Márquez: Después de almuerzo, mientras Roma dormía, nos íbamos en una Vespa prestada a ver las putitas vestidas de organza azul, de popelina rosada, de lino verde, y a veces encontrábamos alguna que nos invitaba a comer helados. Una tarde no fui porque me quedé dormido después de almuerzo y, de pronto, oí unos toquecitos muy tímidos en la puerta del cuarto. Abrí, medio dormido, y vi en la penumbra del corredor una imagen de delirio. Era una muchacha desnuda, muy bella, acabada de bañar y perfumar, y con todo el cuerpo empolvado que me dijo con una voz muy dulce –Buona sera, mi manda il tenore”.

Crónica de una siesta anunciada. Una maravilla de amigo. La desnudista de la Villa Borghese, sería citada alguna vez por García Márquez como una de las putas tristes que le había deparado la vida, al igual que Puppa la prostituta romana que lo consoló en una pelea que tuvo con Tachia Quintana en París.

No se conoció a García Márquez precisamente como poeta, aunque él mismo aclaró que sus novelas en prosa están cargadas de poesía, pero sí se sabe que leyó mucha poesía y se la aprendió de memoria, que escribió décimas y estrofas rimadas satíricas o jocosas en los primeros tiempos de estudiante, y ahora por Gerald Martin me entero de que también escribió poemas que, aunque pastiches a la manera de Pablo Neruda, son de buena factura. Dos trae Martin entre las páginas 115 y 118 de su libro: “Canción”, que Gabo dedicó a una amiga fallecida en Zipaquirá; y “Niña”, que le inspiró la apenas púber Mercedes Barcha, que con el tiempo habría de ser su esposa, en el municipio de Sincé. Este poema originalmente tuvo otro título más largo, y tal vez por eso lo abrevió posteriormente:

“SONETO MATINAL A UNA COLEGIALA INGRÁVIDA” 

“Al pasar me saluda, y tras el viento
que da al aliento de su voz temprana;
en la cuadrada luz de una ventana
se empaña, no el cristal, sino el aliento. 

Es tempranera, como una campana;
cabe en lo inverosímil, como un cuento;
y cuando corta el hilo del momento,
vierte su sangre blanca la mañana. 

Si se viste de azul, y va a la escuela,
no se distingue si camina o vuela;
porque es como la brisa, tan liviana, 

que en la mañana azul no se precisa
cuál de las tres que pasan es la brisa,
cuál es la niña, y cuál es la mañana”.

Buen poeta sí es, a mi modo de ver, y por lo menos mejor poeta y más, que muchos versificadores. Cualquier niña entre los nueve y los quince años en esos tiempos aceptaría intenciones matrimoniales de un hombre que le escribiera esos versos, si hasta en los tiempos de este nuevo siglo las hay que lo entregan todo aun por las burdas proposiciones de un rapero de calle. Era ese su encanto porque por esos días, según dice Gustavo Arango Toro en su libro “Un ramo de nomeolvides”, citado por Gerald Martin en la página 151:

“Ramiro de la Espriella sólo recuerda que mencionaba a una Mercedes que entonces era una colegiala de dieciséis años, mientras Gabo era un pelaíto ahí, insignificante, barroso, con rostro más bien palúdico. Yo no sé qué le vería Mercedes, porque parecía muy débil y físicamente no tenía ningún atractivo. Si alguien lo veía en la calle, podía confundirlo con un mensajero”.

También dice Martin, en la página 181, que:

“El propio García Márquez ha admitido que durante diez años fue el típico esquinero que merodeaba con la esperanza de atisbar a la altiva e irónica Mercedes, padeciendo agonías de frustración e, incluso, alguna que otra humillación, por parte de una muchacha a la que, al parecer, durante mucho tiempo le costó tomarlo en serio y mostraba muy poco interés por él”. 

Dice Martin en la página 232:

“Si algunos conocidos han descrito al García Márquez de la época parisiense, tal vez con escasa caridad, como un hombre poco atractivo; su amigo Plinio Apuleyo Mendoza también era así, o más”.

Y en la nota 8 de la página 669 agrega que:

“El libro La llama y el hielo, de Plinio Apuleyo Mendoza, causaría un distanciamiento entre este y García Márquez; y, sobre todo, entre Mendoza y Mercedes, que consideraría algunas de las revelaciones una traición a su confianza y amistad”.

Yo debería haberme hecho ya a la idea de que las cuentas en García Márquez muchas veces no cuadran, pero sigo cayendo en la trampa. Él nació el 6 de marzo de 1927, y Mercedes Raquel Barcha Pardo nació el 6 de noviembre de 1932. Cinco años y medio es pues su diferencia, que no es mucha; pero a la edad en que se conocieron es una diferencia abismal. En la nota 57 de la página 651 Gerald Martin cita las declaraciones que Ligia García Márquez, hermana de Gabo, dio a Silvia Galvis para el libro de “Los García Márquez”: 

“Gabito se enamoró de Mercedes en Sucre. Ella era una peladita de ocho años, con un delantalcito con adornos de patico”.

Martin en la nota 31 de la página 676 cita un artículo de la periodista Beatriz López de Barcha, esposa del periodista Eduardo Barcha Pardo, titulado “Gabito esperó a que yo creciera”, publicado por la revista Carrusel de El Tiempo el 10 de diciembre de 1982. Por poco creíble que parezca, insisten ellos en la versión de que cuando Gabo se fijó en Mercedes era ella una niña de apenas ocho o nueve años.

Me parece algo desmesurado eso de “La mujer que había escogido cuando sólo tenía nueve años” (página 212). Ocho o nueve años, en 1940 o 41, que se mencionan ambas fechas, es una edad muy temprana para que un muchacho adolescente que va a cumplir catorce se fije en ella, siendo una desmirriada niña apenas de primera comunión, o sea al comenzar el año de 1940. A esa edad los muchachos suelen poner sus ojos en mujeres más formadas y apetitosas. No sé. Digamos que sí pero, ¿Que el atolondrado muchacho de ese momento piense en matrimonio? Me cuesta trabajo creerlo, así él mismo lo haya dicho, y por más que uno se imagine la niña como una agraciada niña de primera comunión que le gusta vestir con elegancia de ciudad y caminar con porte vanidoso, cuyas facciones recordaban las de Sofía Loren, según leí y se comprueba en las fotografías. Ni aun así. Dice Martin (página 180) que:

“El noviazgo de Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha es un enigma de principio a fin. Ambos siempre han bromeado a propósito de que él reitere que decidió que sería su esposa cuando ella sólo contaba nueve años; y la insistencia de Mercedes en que casi no se había fijado en él hasta poco antes de que se marchara a Europa en 1955… El artículo de diciembre de 1950, que por supuesto no puede tomarse al pie de la letra, dice que hacía tres años (en 1947) que sus protagonistas se habían visto por última vez. De hecho, 1947 fue el año en que García Márquez se graduó de bachiller en Zipaquirá”.

Es obvio que por la distancia entre Bogotá, Sucre, y Medellín, los novios solamente se vieran durante las vacaciones estudiantiles. La situación económica de Gabo no daba para costear muchos viajes de Bogotá a la Costa, y no se sabe que hubiera estado en Medellín antes del año 1954 cuando ella ya no estaba en esta ciudad; pero no es creíble su afirmación de que “casi no se había fijado en él hasta poco antes de que se marchara a Europa en 1955” por lo que recuerdan sus compañeras de internado en el Colegio de María Auxiliadora en Medellín que dicen que su único tema de conversación era Gabito.

Atemos cabos. Para saber un poco más de Mercedes, cito un reportaje de la periodista Mónica Quintero Restrepo en el periódico El Colombiano de Medellín, que fue publicado el 17 de abril de 2015 con el título “Recuerdos de Mercedes Barcha en Medellín, y su amor por el escritor”, y es un testimonio de Sor Paula Quintero, una hermana salesiana que fue compañera de Mercedes Barcha en 1950 cuando la Gaba estudió interna en el Colegio de María Auxiliadora de la carrera El Palo con la calle Cuba de Medellín:

“Ella no hablaba de otra cosa que no fuera de Gabito, a quien había conocido cuando ella tenía ocho años de edad y él le llevaba cinco. Le propuso matrimonio a los doce, pero ella ya era amiga de los amigos de su padre que también lo eran de él… Yo conocía a Alfonso (Fuenmayor), a Germán (Vargas), a Álvaro (Cepeda Samudio) –explica Mercedes–. Eran amigos de papá. En ese momento ellos eran unos bohemios locos. Yo, una niña pura. Yo iba al colegio de las monjas en Medellín”.


Esto quiere decir que en los años de internado ya había algo entre ellos, ya se había fijado en él, y ya se había vuelto monotemática hablando del único amor de su vida. 

Ya vimos que ella inició la primaria en Magangué y la terminó en Mompox, donde empezó el bachillerato que continuó en Envigado y terminó en el Colegio de María Auxiliadora de Medellín en el año de 1952, cuando regresó a su tierra. No hay, pues, lógica en sus negativas, ni la hay en las afirmaciones de Gabo.

Claro que en García Márquez nada responde a la lógica del resto de los mortales. Ellos se casaron el 27 de marzo de 1958, cuando él acababa de cumplir treinta y un años, y ella era una mujer de veinticinco y medio. Según Martin en la página 121:

“En el transcurso de aquellas vacaciones navideñas de 1945-1946 (diciembre de 1945) él tuvo oportunidad de aproximarse a aquella muchacha serena, distante, cuando coincidieron en una fiesta, y en Crónica de una Muerte Anunciada el narrador recuerda que “Muchos sabían que en la inconciencia de la parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas había terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordó cuando nos casamos catorce años después”.

Según cuentas, en diciembre de 1945 ella acaba de cumplir trece años, y cuando se casaron en marzo de 1958 serían doce años y medio después, para completar los veinticinco años y medio. Doce años y medio; y no catorce, como dice Gabo; quien en alguna entrevista dijo haberse casado en 1959, siendo que se casó en 1958. Sus cuentas no eran medidas con escuadra sino con cabuya.

Acerca de Mercedes Barcha dice Dasso Saldívar en su libro (nota 10 de la página 557 de Viaje a la Semilla) que en ese año de 1945, cuando el encuentro en el baile, ella tenía trece años y acababa de terminar el cuarto año de primaria; y al año siguiente, en 1946, haría el quinto en el colegio del Sagrado Corazón de Jesús en Mompox; o sea que para ese momento ella todavía no había terminado los cinco años de la escuela primaria como mal le recordó doce años y medio después a su recién desposado enamorado:

“Los cursos primero, segundo, y tercero de primaria, los estudió en el colegio de los Niños Cruz, de Magangué, entre 1942 y 1944. El cuarto y quinto de primaria, y el primero y segundo de bachillerato, en el colegio del Sagrado Corazón de Jesús de Mompox, entre 1945 y 1948; el tercero y cuarto de bachillerato, en el Colegio de la Presentación en Envigado, entre 1949 y 1950; y el quinto y sexto de bachillerato en el colegio de María Auxiliadora de Medellín, entre 1951 y 1952. Las notas de calificación de tercero y cuarto de bachillerato sugieren que era no sólo una excelente estudiante, sino una de las dos o tres mejores alumnas durante estos dos cursos”.

De paso, recuerdo a los lectores que cuando García Márquez viajó a Medellín a mediados de 1954 para hacer las tres crónicas sobre el derrumbe de Medialuna que le encargó El Espectador, y las catorce crónicas que hizo sobre Ramón Hoyos Vallejo, ella ya no estaba en Medellín sino en la costa, porque había dejado de ser estudiante interna y regresado al hogar paterno. Es por eso que no hay registros de que ellos se hubieran visto en Medellín y, lo que es aún más curioso, no hay evidencias de que ellos se hayan escrito cartas o enviado poemas durante el tiempo en que ella estuvo en la ciudad. Tenía que haberlas, pero nunca las mostraron ni las dejaron ver.

La respuesta la encuentro en Gerald Martin que en las páginas 282 y 283 cita la entrevista que Mercedes concedió a su cuñada Beatriz López de Barcha:

“Mercedes se había traído a Caracas la inmensa colección de cartas de Gabo que conservaba. Había seiscientos cincuenta folios. Al cabo de unas semanas, él le pidió que las destruyera porque, según recuerda la propia Mercedes, alguien podía robárselas. La versión de García Márquez es que siempre que estaban en desacuerdo en algo, ella saltaba a decir que no puedes decir eso porque en tu carta desde París me dijiste que nunca ibas a hacer una cosa así. Cuando quedó claro que Mercedes era incapaz de hacerlo, teniendo en cuenta el carácter de ambos, debió de ser una discusión cautelosa y, en absoluto, fácil. Él se ofreció a comprárselas, y al final acordaron una suma simbólica de cien bolívares, tras lo cual las destruyó todas… De ser cierto, el incidente encierra un gran interés; y aunque no lo fuera también. En primer lugar, y sobre todo, da a entender que tácitamente García Márquez le estaba garantizando no separarse de ella por el resto de su vida, y que ella nunca habría de mirar atrás en busca de Gabito, porque jamás mediaría entre ellos una distancia que diera sentido a un momento de nostalgia en el qué hojear correspondencia antigua. En segundo lugar, tal vez para él las cartas fueran, en secreto, el recuerdo de un tiempo en el que la había abandonado durante el affaire con Tachia y el desliz con La Puppa. Sin duda su conciencia le exigía que las pruebas se destruyeran posiblemente porque no descartaba entablar contacto de nuevo con Tachia, a la que había conocido exactamente dos años antes de casarse con Mercedes. Por último, por improbable que pudiera parecer a primera vista, también podría sugerir que el joven que había alardeado en el avión de sus hazañas futuras esperara de veras alcanzar la celebridad, y de buen principio sintió que debía anticiparse a destruir todas las evidencias de su vida hasta entonces, y construir a su medida la imagen que deseaba dejar a los futuros académicos, críticos, y biógrafos, ya que muy pronto hablaría de escribir sus memorias. Sea cual sea la verdad, el gesto se corresponde en cualquier caso con un instinto muy profundo en García Márquez por no aferrarse al pasado, por no coleccionar souvenires ni recuerdos, ni siquiera de sus novelas”.

Dice Martin en la página 557 que:

“Contaba Gabo con toda una falange de admiradores entre los hombres de poder en el mundo, e influencias de peso, muchos de los cuales incluso envidiaban a García Márquez por tener una compañera que evidenciaba –aunque nunca alardeaba de ello– tal compendio de cualidades y tan buen criterio, en la cual hallaba por añadidura un apoyo a toda prueba. Era una diplomática consumada. Poco después a su marido le preguntaron qué esperaba del siglo XXI, y él dijo que creía que las mujeres debían tomar las riendas del mundo ¡Para salvar a la humanidad!”.  

La navidad de 1957 lo encuentra en un hotel de Londres haciendo planes para tratar de pasar por lo menos el año nuevo con su familia en Barranquilla, y escribe la crónica “Un sábado en Londres” que publica el periódico El Nacional de Caracas el día 6 de enero de 1958. En ese tiempo en Londres no aprendió inglés –después lo haría– porque se encerró en el hotel a escribir los cuentos de La Mamá Grande. Escribe a su madre diciéndole, cuenta Martin en la página 268:

“Según mis cálculos, estaré en Colombia en navidad o, a más tardar, en año nuevo. Todavía no me he cansado de dar vueltas por el mundo, pero ya Mercedes ha esperado demasiado. No es justo hacerla esperar aunque, si no me equivoco, ella podría tener todavía un poco más de paciencia. Sería injusto, porque si algo he aprendido en Europa es que no todas las mujeres tienen la solidez y la seriedad de ella”.

Eso es algo que tiene claro, porque acaba de pasar por una tormentosa relación con la española Tachia Quintana, de quien “también” estuvo enamorado por aquello de la canción “Corazón loco” (Yo no puedo comprender / cómo puedo yo querer / dos mujeres a la vez, / y no estar loco); pero esa frustrada relación fue la que le hizo entender que definitivamente el amor de su vida era Mercedes, y viajó a Colombia en los últimos días de 1957 para casarse con ella el 21 de marzo de 1958 en ceremonia realizada en Barranquilla. Martin cita en la nota 45 de la página 674 la entrevista que Gabo concedió a la revista Play Boy, a la pregunta de “¿Cómo reaccionó Mercedes ante su marcha a Europa?”:

“Ese es uno de los misterios de su personalidad que nunca se me revelarán con claridad, ni siquiera ahora. Ella tenía la absoluta certeza de que yo regresaría. Todo el mundo le decía que estaba loca, que yo conocería a alguien en Europa; y, de hecho, en París llevé una vida totalmente libre. Sin embargo, sabía que cuando eso acabara volvería a ella. No era una cuestión de honor sino, más bien, algo parecido a un destino natural, como algo que ya hubiera ocurrido”.

A Gabo se le atravesó el viaje de París a Caracas, antes de que pudiera viajar a pasar el fin del año 1957 en Barranquilla. Esa estadía solo fue interrumpida por los pocos días que empleó en marzo de 1958 para visitar su familia y casarse con Mercedes Barcha que, de inmediato, se llevó a vivir con él a la capital venezolana para iniciar la vida en común.

En entrevista a Germán Castro Caicedo, recogida en el libro “Para que no se las lleve el viento”, García Márquez desnuda sus cuentas, de las que se deduce que en el estado de pérdidas y ganancias de la publicación de un libro hay más pérdidas que ganancias:

“No tengo pudor de hablar de plata, porque no es más que un tranquilizante nervioso, algo material… Ahora bien, a cualquier persona que le digamos que hemos vendido en nueve años tres millones de ejemplares de Cien Años de Soledad semeja que esa es una enorme cantidad de dinero, porque generalmente el lector no sabe quién es el dueño del libro… Cada peso que el lector paga por un libro está repartido así: 50% para el editor, que por supuesto carga con los gastos de la edición; 20% para el distribuidor, 20% para la librería, y 10% para el autor. De este 10% vienen descontados los impuestos y viene descontado el 10% de los derechos del agente, que es un 10% bien ganado porque el agente es la persona que va y pelea con el editor. Entonces quedamos en que por cada peso que el lector paga por un libro, al autor le corresponden ocho centavos. Si tú tomas en cuenta que mis contratos de libros son hechos en la Argentina en pesos argentinos, y que allí en nueve años han tenido una devaluación de ¿Cuánto?, del ¡Dos mil por ciento!... Entonces coge lápiz y papel y verás que es una pura ficción lo de mis derechos de autor…”.

Conseguir un buen editor ayuda, en primer lugar, para que el libro sea editado. En segundo lugar, para que sea distribuido. Y, en tercer lugar, para que sea publicitado. Son cosas que contribuyen a obtener un buen volumen de ventas. Pero ya vemos, por las cuentas de García Márquez que son reales, que en términos de ingresos económicos el resultado es precario y muy cercano a cero. Nunca alcanza a compensar la cantidad de horas de trabajo y la cantidad de gastos invertidos en tener un producto depurado para poner en manos del editor. ¿Cuál es, entonces, la utilidad? Es más bien sentimental, en el sentido de la satisfacción que se siente por ese logro, y es de imagen por el prestigio y el reconocimiento que dicha publicación conlleva. Es, digamos, una compensación platónica. Vienen los contactos sociales y, en algunos casos, las ofertas de empleo apalancadas por esa notoriedad. 

Entra entonces en juego el importantísimo papel de un elemento clave que no está dispuesto a malgastar sus esfuerzos sino en un candidato probado o que sea muy prometedor: el manager o agente literario al que se refiere García Márquez en la entrevista que dio a Castro Caicedo: 

“El 10% de los derechos del agente, que es un 10% bien ganado porque el agente es la persona que va y pelea con el editor…”.

En el caso de Gabo este importante personaje vino a ser la agente literaria Carmen Balcells que los representó a él, a Vargas Llosa, y a algunos otros autores de primera línea. Leí en alguna parte que cuando GGM le envió los primeros capítulos de Cien Años de Soledad, después de que ella ya había logrado conseguir un buen contrato de publicación para un par de obras anteriores del escritor (página 336), ella soltó las lágrimas tal vez con ese sentimiento íntimo de “Nos ganamos la lotería. Se nos apareció la Virgen”. Dice Martin en la página 336:

“Probablemente pensó que aquel escritor debía dar gracias por la suerte (de tenerla a ella como agente), pero poco podía sospechar cuán afortunada iba a ser ella misma (de tenerlo a él como representado)”.

García Márquez acabó su libro El Amor en los Tiempos del Cólera y, dice Martin en la página 509:

“Carmen Balcells recibió su copia en Londres, y se dice que pasó dos días llorando sobre el manuscrito”.

Muchos méritos tenía la agente literaria Carmen Balcells para que Gabriel García Márquez le dedicara uno de sus libros, pero esto explica por qué en la dedicatoria de su novela Del Amor y Otros Demonios él escribió (página 563):

“Para Carmen Balcells, bañada en lágrimas”.

No era para menos. Alguna vez, después de Cien Años de Soledad, le dijo a García Márquez que “Tú eres el 32,5% de los ingresos de mi agencia”. La nueva novela iba a incrementar esos ingresos, pero sin ella y sus capacidades negociadoras, él no habría podido lograr acuerdos ventajosos con sus editores; y sin él, y el talento artístico suyo y de sus otros representados, ella no hubiera tenido materia prima para trabajar. Fue una simbiosis, una afortunada alianza, que trajo beneficios a ambas partes; y súmese a ellos los nombres de Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Luis Donoso, Carlos Fuentes, Juan Marsé, Luis y Juan Goytisolo, Juan Carlos Onetti, Álvaro Mutis, y muchos otros de importancia similar, incluidos los otros integrantes del denominado boom latinoamericano que quedaron cobijados bajo la falda o las alas de la que ellos mismos apodaron “La Mamá Grande”; para tener el conjunto de la más exitosa empresa literaria iberoamericana de su tiempo.

Luego de terminar de escribir Cien Años de Soledad, en su primer artículo escrito en cinco años y fechado en julio de 1966, aunque no dirigido al público mexicano, García Márquez elaboró una meditación autorreferencial para El Espectador titulada “Desventuras de un escritor de libros” (página 353):

“Escribir libros es un oficio suicida. Ninguno exige tanto tiempo, tanto trabajo, tanta consagración, en relación con sus beneficios inmediatos. No creo que sean muchos los lectores que al terminar la lectura de un libro se pregunten cuántas horas de angustias y de calamidades domésticas le han costado al autor esas doscientas páginas, y cuánto ha recibido por su trabajo… Después de esta triste revisión de infortunios, resulta elemental preguntarse por qué escribimos los escritores. La respuesta, por fuerza, es tanto más melodramática cuanto más sincera. Se es escritor, simplemente como se es judío, o se es negro. El éxito es alentador, el favor de los lectores es estimulante, pero éstas son ganancias suplementarias, porque un buen escritor seguirá escribiendo de todas maneras, aun con los zapatos rotos, y aunque sus libros no se vendan”.

El capítulo 15 se titula “Melquiades, el mago de Cien Años de Soledad, 1965-1966” y viene a ser una reseña dentro de esta reseña sobre una novela que físicamente se escribió en ese año transcurrido entre mediados de 1965 y mediados de 1966 (aunque García Márquez afirmara repetida y erradamente que fueron dieciocho meses); pero que en realidad llevaba escribiendo en su cabeza desde que era un adolescente. Gerald Martin se pregunta en el último párrafo de la página 339 ¿Qué le había ocurrido a Gabriel García Márquez?, y en respuesta a esa pregunta inicia un análisis que va hasta el último párrafo de la página 344. Por su extensión no lo copio, pero son cinco páginas que, como se dice, no tienen pérdida y a ellas puede aplicarse la frase que GGM dijo de esta novela: “Ahí está todo”. En la página 344 está la nota 4 de pie de página que remite a la página 683 y cita a Alistair Reid en su libro “Basilisk ´s Eggs” diciendo que él “Hace un excelente análisis acerca de la veracidad y la verosimilitud en Gabriel García Márquez”; refiriéndose a que hay cosas en esa novela que son veraces, porque ocurrieron realmente; y las hay que son verosímiles, porque son similares a la realidad como si realmente hubieran ocurrido.

Leí, creo que en Viaje a la Semilla, que Esperanza “Pera” Araiza, la secretaria de Manuel Barbachano Ponce que había aceptado ser mecanógrafa de Gabo hasta que él tuviera con qué pagarle, casi había sido atropellada por un autobús cuando cargaba con el manuscrito de Cien Años de Soledad, y las hojas quedaron desperdigadas en las calles húmedas de Ciudad de México con una cantidad de transeúntes que le ayudaron a recogerlas. Es una tragicomedia digna de haber quedado dentro de la novela si no fuera porque ya estaba prácticamente terminada y a punto de entrar en imprenta. Pero ahora leo en la página 347 del libro de Martin que:

“Sólo mucho después ella confesaría que los fines de semana invitaba a sus amigos para leerles la última entrega”.

O sea que Gabo daba a leer capítulos de la novela, a medida que avanzaba, a un grupo de amigos seleccionados que le aportaban sus opiniones, como Álvaro Mutis y su esposa Carmen Miracle Feliú, Jomi García Ascot y su esposa María Luisa Elío; mientras que la mecanógrafa clandestinamente se los leía a un grupo de sus propios amigos que anónimamente se sorprendían con el avance de la novela. Esta viene a ser, pues, otra anécdota de novela en el tras bambalinas de Cien Años de Soledad.

García Márquez leía por las noches a estos y otros amigos capítulos de la obra, y hablaba constantemente de ella. En algún momento, este auditorio parecía mostrar cansancio, menos la bella escritora española María Luisa Elío que no parecía cansarse y siempre estaba ávida de más. De ahí que la dedicatoria de esta novela le fue destinada a “A Jomi García Ascot y María Luisa Elío” como premio a tanta dedicación, y a que fueron ellos quienes, cuando los García Barcha tuvieron que salir de su vehículo, se dedicaron a transportarlos, y sobre todo a llevar y traer a sus hijos del colegio, así como también a cuidarlos para que los padres pudieran atender algunos compromisos. Ver aparecer uno su nombre en la dedicatoria de las páginas iniciales de un libro como ese es, de alguna manera, ser inmortalizado, y fue la forma que encontró Gabo de agradecer a los García Elío. María Luisa, por su parte, encontró la manera de agradecer a García Márquez la deferencia de su dedicatoria (página 362):

“Compró el cesto más grande que pudo encontrar, y lo llenó de margaritas amarillas. Se quitó el brazalete de oro que llevaba, y lo puso en la cesta con un pecesito de oro y una botella de whisky. Y fue directamente a la casa de Gabo y Mercedes a llevárselos”.

¿Por qué hizo eso? Lo hizo como gratitud por la dedicatoria, claro; y porque fue testigo inmediato de las dificultades y afugias económicas que ellos pasaron mientras él escribía la novela, y porque tal vez no hubiera sido elegante ofrecerle dinero en efectivo mientras empezaban a recibir lo de las regalías, y porque habiendo sido también testigo de la abnegación y el sacrificio de Mercedes durante ese tiempo el brazalete era más bien para ella que para él. En fin, son especulaciones mías porque a la hora de la verdad sus intenciones estuvieron dentro del fuero íntimo de la agradecida mujer.

García Márquez fue invitado a leer como primicia un capítulo ante el público reunido en una sala del Departamento de Cultura del Ministerio de Relaciones exteriores de México (página 353):

“El resultado fue formidable, sobre todo porque el capítulo leído era el más peligroso: la subida al cielo, en cuerpo y alma de Remedios Buendía…”.

Le fue bien con esa lectura (página 348):

“…Cuando bajé del escenario, la primera persona que me abrazó fue Mercedes… ¡Con una cara! Ella tenía por lo menos un año de estar llevando recursos a la casa para que yo pudiera escribir, y el día de la lectura la expresión de su rostro me dio la gran seguridad de que el libro iba por donde tenía que ir”.

En entrevista a Germán Castro Caicedo (Para que no se las lleve el viento), y en el libro Lecturas Cómplices que Gustavo Arango Toro escribió sobre GGM, Cortázar, y Onetti; se cita la frase que Mercedes Barcha pronunció cuando se gastaron casi el último peso que tenían en los bolsillos en los portes para enviar la segunda parte del manuscrito de Cien Años de Soledad a la Editorial Suramericana de Buenos Aires:

“Ahora sólo falta que esta hijueputa novela sea mala”.

En la página 355 Martin cita la frase sin la palabra hijueputa (“Y si después de todo resulta que esta novela es mala”), posiblemente porque así se la dijeron años después García Márquez y su esposa; pero conociendo el alma caribeña, el alma iberoamericana en general, el alma universal, ¡Fuck you!, sin esa palabra la frase queda coja.

Gabo la terminó, pero (página 353):

“Se sintió incapaz de tomarse siquiera una semana de asueto para celebrarlo, pues temía que pagar las deudas acumuladas iba a llevarle años. Más adelante explicó que había escrito mil trescientas páginas, que al final quedaron en las cuatrocientas noventa que le envió a Paco Porrúa el editor; que se había fumado treinta mil cigarrillos, y que debía ciento veinte mil pesos. Como es lógico, se sentía inseguro… cuando su amigo el inglés James Papworth le preguntó por el libro, García Márquez contestó que –Aún no sé si tengo una novela o un kilo de papel–…”.

Cuenta Tomás Eloy Martínez (página 365) que la visita de GGM a Buenos Aires para la presentación de su libro puede decirse que fue apoteósica, por el reconocimiento que le demostraron los argentinos en los lugares en que aparecía (nota 24 en la página 685, cita a Tomás Eloy Martínez en “El día en que empezó todo”):

“Volvimos a encontrarnos furtivamente una noche, la víspera de su partida. Le habían contado que en un recodo del bosque de Palermo las parejas entraban en fogosas cuevas de oscuridad donde podían besarse libremente y le dicen El Tiradero, arriesgó a decir. “No, es Villa Cariño”, deduje, “¿Para qué quieres ir ahí?” –Es que Mercedes y yo estamos desesperados porque cada vez que vamos a besarnos alguien nos interrumpe”.

El libro está dividido en tres partes. La primera, por así decirlo, la vida de García Márquez antes de Cien Años de Soledad (1967). La segunda, su vida después del éxito de esta novela, cuyo análisis incluye el autor en esta segunda parte. Y una tercera a partir del Premio Nobel (1982) que incluye también los análisis de El Otoño del Patriarca, Crónica de una Muerte Anunciada, El Amor en los Tiempos del Cólera, y El General en su Laberinto.

Después de que leí por primera vez la palabra japonesa “sushi”, y oí hablar de él, me dije que tenía que comer sushi, y se me convirtió en un propósito que tenía que cumplir en la primera oportunidad. Cuando lo hice, me decepcionó profundamente y supe que tal plato no era apto para mi paladar afecto a chicharrones y morcillas. Igual me pasó con el Otoño del Patriarca, que intenté leer en un par de veces sin poder seguir adelante. Ya antes me había pasado con Cien Años de Soledad, pero a la tercera fue la vencida. Y antes me había pasado con Rayuela. Y antes me había pasado con El Quijote. 

Así es que en los últimos tres meses, mientras leo libros de García Márquez o libros sobre él, me vuelvo a hacer el propósito de leer El Otoño del Patriarca. Otra vez me escucho decir “Tengo que leerlo”. Pero al leer el análisis y reseña que hace Gerald Martin en las páginas 428 a 430 me percato de que este libro es un sushi y está hecho para paladares refinados. Declino, por lo tanto, esa intención. Dice Martin, en la página 430, que:

“Puede apreciarse ahora que la primera parte de su carrera de escritor no acabó con el éxtasis de Cien Años de Soledad, sino con la agonía de El Otoño del Patriarca”.

Esta frase tiene validez en cuanto a que Cien Años (1967) empezó a gestarse en su cabeza desde la adolescencia, y El Otoño (1975) ya lo andaba rondando desde antes de la publicación de Cien Años, con la lectura de ese Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias (1899-1974) publicado en 1946, que al autor le había valido ser Premio Nobel de Literatura en el mismo año en que se publicó Cien Años, y había muerto un año antes de que se publicara El Otoño; y quizás a GGM le hubiera gustado que el otro pudiera leer “para que aprenda como es que se escribe una novela”, porque la asturiana lo había dejado tan insatisfecho en cuanto a radiografía de los dictadores latinoamericanos, que sintió que él tenía que hacer algo mejor.

A Gabo no le gustó El Señor Presidente, a muchos no les gustó El Otoño del Patriarca, y a un par de amigos no les ha gustado Cien Años de Soledad. En cuestión de gustos, no hay disgustos. No es acertado, por lo tanto, decir “a mí me gusta Fulano, o Zutano, o García Márquez”, porque así a uno le guste él como escritor –y a mí me gusta– no tiene por qué gustarle todo lo que él escriba. Eso es lo lógico. A mí García Márquez me gusta como escritor y no me gusta como político, del mismo modo que el Pablo Neruda de Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada me encanta, inclusive me gusta el de Confieso que he Vivido, pero no me gusta para nada el Pablo Neruda del Canto General. Es que, en resumidas cuentas, a mí me gusta la literatura pero detesto la política. El García Márquez amante de la música parece que era, como dicen algunos, “un bacán”, y otros dicen “una cajita de música”. Del García Márquez social no tengo elementos para juzgar ya que jamás lo vi en persona. Sus amigos más cercanos, como dicen las señoras, “lo querían con trapitos y todo”. Muchos, incluso, “lo veneraban”. Pero muchos decían de él que era un petulante engreído que no cabía en la ropa. Cada quien habla de la feria según le va en ella, y el periodista colombiano que trabajaba para la radio Suiza en el momento en que a Gabo le concedieron el Premio Nobel con toda seguridad lo quedó detestando para el resto de su vida. El episodio lo cuenta Eduardo Gómez Ortega en el artículo “La cumbia del Nobel” publicado por la revista Gente, de Buenos Aires, en el año 1982: 

“El micrófono de otro periodista se interpone entre nosotros. Con evidente mal talante, García Márquez le larga una frase tan arbitraria como injusta: ¿Eres colombiano y trabajas para la radio suiza? No sé si te contestaré… Y no le contestó. Apurado, miró el reloj en un gesto que denotaba claramente sus pocas ganas de seguir hablando…”.

Páginas 596 y 597:

“A finales de 2002 Hugo Chávez dijo que, muy a su pesar, García Márquez nunca había vuelto a ponerse en contacto con él, desde el encuentro que mantuvieron a principios de 1999… es posible que García Márquez lo considerase demasiado imprevisible y peligroso para la nueva era y la diplomacia entre bambalinas a la que él mismo se había consagrado en la última década”.

Cuenta Martin en la página 467 que:

“En la prensa se especuló hasta la saciedad sobre si Torrijos había sido asesinado; y, también, en los cuatro días siguientes, sobre si García Márquez asistiría al funeral. Los medios no ocultaron su sorpresa y desilusión cuando no lo hizo. La explicación que dio, quedó inscrita de inmediato en el canon de las justificaciones clásicas de García Márquez: –Yo no entierro a mis amigos”. 

Tampoco había asistido al funeral de su gran amigo Álvaro Cepeda Samudio; y no solo estuvo ausente en el sepelio sino que no envió mensaje de condolencia a la viuda Gloria Pachón, su colega, amiga, y entrevistadora, cuando asesinaron al Dr. Luis Carlos Galán Sarmiento (página 542). 

–[Por cierto, con el tiempo se encontró que el general Miguel Maza Márquez, jefe del DAS, había estado implicado en esa muerte; lo que da razón a GGM cuando a los primeros indicios de que estaba en una lista negra de los altos mandos militares del gobierno de Turbay Ayala resolvió asilarse en la embajada y viajar con su familia a México. Esas cosas no van de chanza, y en el caso del servicio de inteligencia del DAS su consecuencia más protuberante fue que… ¡Le cambiaron de nombre a la institución! En cuanto al general Maza personalmente, y al DAS como institución, también habían sido objeto de atentados, y sobre esto habla Martin en la página 544]–.

Página 594:

“Mercedes negaba los rumores de cáncer y pedía a la prensa paciencia por un tiempo. Al principio se informó que padecía una extraña dolencia denominada síndrome de agotamiento general; sin embargo se temía lo peor. Finalmente, se le diagnosticó un linfoma o cáncer del sistema inmunológico…”.

Página 599:

“Mientras Gabriel José, Gabo, combatía el cáncer; su hermano más joven, Eligio Gabriel, había librado también sus propias batallas volcando todos sus esfuerzos en terminar el libro Tras las Claves de Melquiades –Historia de Cien Años de Soledad–, en el tiempo que le dejara el tumor cerebral terminal que padeció… Cuando se publicó en mayo, Eligio estaba confinado a una silla de ruedas y apenas podía hablar. Era el último de los Buendía, y moriría poco después de descifrar el documento ancestral de la familia, tal y como se había predicho con precisión asombrosa en Cien Años de Soledad… Gabito no logró reunir fuerzas para viajar al funeral de Eligio, que se realizó a finales de junio de 2001”.

Página 600:

“Estaba dando los retoques finales al libro Vivir para Contarla, cuando a los noventa y seis años murió en Cartagena su madre Luisa Santiaga Márquez Iguarán. Había sobrevivido a su marido y a dos de sus hijos. Una vez más, Gabito no asistió al funeral”.

Un personaje está hecho de facetas, unas más agradables que otras a juicio de quien las vive o de quien las sufre; y está hecho de momentos, unos más oportunos que otros. García Márquez no era la excepción. Como no es la excepción Vargas Llosa, no la es Fernando Vallejo, no la fue Miguel de Cervantes Saavedra, no lo fue León Tolstoi. Hombres perfectos no hay, santos completos tampoco, y los ángeles en la tierra no existen. Todos tenemos virtudes, pero al mismo tiempo todos tenemos defectos.

Dice Martin en la página 534 que García Márquez:

“A pesar de sus vanidades, y de su ocasional arrogancia, sometido a presiones que pocos escritores tienen la oportunidad de imaginar siguiera, ha reaccionado también, a su vez, a este desafío estético e histórico con una gracia y una valentía que pocos escritores serían capaces de alcanzar. De ahí la emotiva impresión que el libro El General en su Laberinto deja en la mayoría de los lectores”.

Es que GGM al escribir sobre Bolívar estaba también escribiendo sobre sí mismo, sobre la soledad del poder que se vive paradójicamente en medio de mucha gente y que él compara con la soledad del escritor. De la incomodidad de la fama y hasta del fastidio de la obsecuencia. De sentir mil ojos encima pendientes de uno (página 534):

“Bolívar, en su desnudez que impactó a muchos lectores y, de igual modo, que los impresionó hallarlo vomitando, peyendo, copulando, profiriendo insultos, haciendo trampa en las cartas, o mostrando un lado petulante, pueril, de su carácter, muy alejado de la visión hagiográfica tan común en los discursos y ceremonias latinoamericanas”.

Se podría tachar el nombre de Bolívar en este párrafo y escribir García Márquez, que de igual modo a él se pueden aplicar esas palabras; o aplicárselas a su amigo Bill Clinton del que hizo una vigorosa defensa contra el puritanismo macartista norteamericano que le encendió la loma porque lo sorprendieron recibiendo sexo oral de la pasante Mónica Lewinski (página 589); o del resto del mundo que armó un escándalo porque Vargas Llosa se cobró de un puñetazo un malentendido o un malencubierto asunto que Gabo hubiera preferido que quedara en el secreto sin salir a la luz.

“Bill Clinton, el amante inconcluso”:


Dice Martin en la página 593:

“Un artículo de GGM con una distribución aún más amplia que el dedicado a Hugo Chávez fue El Amante Inconcluso, que causó consternación entre las feministas de todo el mundo porque en lugar de concentrarse en los aspectos maliciosos de la conspiración republicana para poner a Bill Clinton en tela de juicio, lo presentaba como un típico hombre en busca de aventuras sexuales –igual que el resto de los hombres, se daba a entender– que simplemente trataba de ocultarlo de su esposa y del resto del mundo”.

En el encuentro de García Márquez con Bill Clinton donde William Styron, estuvieron presentes Carlos Fuentes y Patricia Cepeda Manotas, la hija de Álvaro Cepeda Samudio, tal vez no solo por la amistad familiar sino por su papel de traductora e intérprete. Sin embargo, es posible que fuera ella la propiciadora inicial del encuentro y se hubiera puesto de acuerdo con Styron para realizarlo porque (página 594):

“Patricia estaba casada con John O´Leary, abogado socio de Clinton que tiempo atrás había sido embajador en Chile”.

Puede deducirse, entonces, que ella no fue una simple “convidada de piedra”, y que aunque no salieron en la foto tomada en la casa de Martha´s Vineyard (El viñedo de Marta) en esa cena estaban presentes sus respectivos cónyuges.

Las relaciones de las personas no son fáciles, y aunque entre Gabo y Clinton hubo una buena empatía, es posible que al presidente no le hubiera gustado que los editores hicieran uso de una frase suya en la publicidad del libro Noticia de un Secuestro (página 588):

“… Anoche leí su libro de principio a fin. Bill Clinton… Sí, dijo Gabo, no me cabe duda de que aceptó que la frase se diera a conocer, pero no volvería a escribirme jamás una nota”.

Martin en las páginas 435 y 436 aborda el incidente que causó el rompimiento definitivo entre García Márquez y Vargas Llosa. Recoge los registros que se conocen en distintas entrevistas como decir las publicadas en “Para que no se las lleve el viento”, y tal vez con menos detalles que en aquellas:

“Iba a convertirse en el puñetazo más famoso de la historia de América Latina, y aún hoy es objeto de ávida especulación. Muchos testigos presenciaron el percance, y son muchas las versiones no sólo de lo que realmente ocurrió, sino del porqué”. 

Todos hablan, y Martin también, de “Esto es por lo que le dijiste a Patricia” o “Esto es por lo que le hiciste a Patricia”. La frase es la misma, pero cambia el verbo que en cualquier juicio puede ser un atenuante o un agravante, según el caso. Martin dice algo (página 436) con lo que estoy de acuerdo:

“Nadie más que García Márquez y Patricia saben lo que ocurrió… Y únicamente Patricia Llosa sabe qué le contó a su marido cuando se reunieron de nuevo”.

Es evidente que en la amistad de los dos escritores ya había deterioro por otros roces, aristas, y asperezas, derivadas de sus divergentes posiciones políticas, tal como Gerald Martin lo ha venido contando en las páginas anteriores; y el episodio del puñetazo, del que Mercedes Barcha y Elena Poniatowska fueron testigos presenciales, fue solo la gota que colmó el vaso; pero Martin aventura una hipótesis de celos profesionales por parte de Vargas Llosa hacia García Márquez, que a mí me parece traída de los cabellos. No sé si el biógrafo haya llegado a tal hipótesis por sus propios análisis, o si ello haya sido producto de sesgamiento causado por las conversaciones con el matrimonio García Barcha y demás parentela. En todo caso, a mí me parece forzada y los lectores de este libro, que yo sepa, no han levantado la voz para apoyarla como la prueba reina que desbarata las demás especulaciones. Para mí, con todas sus inconsistencias, me quedo con las hipótesis originales de la azafata escandinava y todo lo demás.

Encuentro una curiosidad; pueril e ingenua, pero curiosidad al fin y al cabo. Como dirían las muchachas paisas en mi adolescencia, “Veeee, ¡Qué tan charro!”. Son dos palabras homófonas en relación con el hecho de que García Márquez tenía su vida amenazada en el año de 1981 por encontrarse en una lista negra de los altos mandos militares del gobierno de Julio César Turbay Ayala, y fue acogido en asilo por la embajadora de México. Bajo la protección de doña María Antonia Sánchez Gavito, Gabito voló a México el 25 de marzo de 1981. No sé si a Gabito le haya llamado la atención el segundo apellido de la embajadora mencionada en la página 463, pero a mí sí. 

Según dice Martin en las páginas 465 y 466, el 7 de mayo de 1981 acababa de salir Crónica de una Muerte Anunciada cuando:

“Enrique Álvarez, un abogado de Bogotá, demandó a García Márquez y reclamó medio millón de dólares por difamar a los hermanos Chica Salas que se retrataban en la novela, puesto que los jueces los habían declarado inocentes del crimen mientras que el libro los mostraba como asesinos… además de otros miembros de la familia que se reunieron en Colombia, algunos de ellos procedentes de lejanas partes del mundo, para hablar de la injusticia de la que se sentían víctimas… Todos se llevarían un chasco al no sacar tajada de los beneficios astronómicos de García Márquez porque los tribunales de Colombia donde la mayoría de los profesionales siempre han contado con una sólida formación literaria, harían sutiles distinciones entre la verdad histórica y la ficción narrativa, y la libertad de autor quedaría confirmada con rotundidad”. 

Veeee, ¡Qué coincidencia!”. Lo mismo le pasó a GGM con Luis Alejandro Velasco el náufrago del relato, que perdió la demanda que puso contra el escritor. El abogado Guillermo Zea Hernández también lo demandó por considerarse maltratado en la autobiografía Vivir para Contarla, y también se llevó un palmo de narices. Y después le pasó a GGM con la demanda que Miguel Reyes Palencia, el hombre representado en Crónica de una Muerte Anunciada por el personaje de Bayardo San Román, que también reclamaba derechos de autor y también perdió el pleito. La obra de Gabo han querido convertirla en una ubre que como vaca de seminario tiene que sacudir la cola para espantar las muchas manos que tratan de ordeñarle las tetas. Cosas así tienen que volverlo a uno muy desconfiado y retrechero con la humanidad.

En las páginas 467 y 468 cuenta Martin dos episodios de GGM con el general Omar Torrijos. En el uno, los dos actuando como dos niños saltan al jardín en medio de una tormenta y se revuelcan en el prado ensuciándose las ropas y jugando con la fuerte lluvia que les cae encima. En el otro García Márquez, que le tenía miedo a volar; declina la invitación de Torrijos, que era adicto a montar en avión. Adujo que tenía otro compromiso, y ese fue el avión que estalló en vuelo y mató al general. Gabo se escapó por un pelo. Alguna vez se refirió a ese asunto:

“Torrijos viajaba demasiado en avión. Hasta sin motivos reales, viajaba compulsivamente. Daba tantas oportunidades a la fatalidad como a sus enemigos. Pero circula a un alto nivel la versión de que un escolta de Torrijos había dejado el walkie talkie o transmisor portátil en una mesa, poco antes de salir en el vuelo oficial. Dicen que cuando el escolta fue a buscar el aparato, lo habían cambiado por otro que contenía un explosivo”.

Ese es el tipo de cosas que quizás nunca se puedan confirmar, porque los organismos de inteligencia y contrainteligencia son muy celosos con sus archivos clasificados y un escudriñador solo encuentra frases como “Huevo en el nido. Pájaro voló”, y solamente ellos saben lo que tal cosa significa. Gabo agregó, curándose en salud con esta versión, tal vez gracias a su formación profesional, que “Si no es una versión real, por lo menos es muy atractiva literariamente”. No hay duda de que si él se lo hubiera propuesto hubiera salido una novela como El Sastre de Panamá o El Espía que Surgió del Frío, de John Le Carre.

Avanzo en la lectura; y al parecer superadas las, a mi juicio, áridas páginas referentes a la vida política de García Márquez; hemos llegado al momento de la concesión del Premio Nobel, los preámbulos, y el tráfago que se siguió al conocerse la noticia que Martin define como pandemonio (página 476 y subsiguientes). Es un asunto trillado para mí, porque sus pormenores los he leído ya en Para que no se las lleve el viento y en Viaje a la Semilla, pero aquí me encuentro leyendo esas mismas cosas como si fuera la primera vez y teniendo la sensación de que estoy leyendo una novela.

Aunque al final de los años suavizaron su relación, en el transcurso de estas lecturas me he encontrado con el hecho de que las relaciones de Gabriel José, Gabo, con su padre Gabriel Eligio, no eran fraternas sino tensas. Dibujado como un hombre iluso, romántico y poco realista, mujeriego, machista, déspota o por lo menos desplantador, poco creyente en las bondades de su hijo a quien consideraba un mentiroso irredimible, con un trato mutuo que en vez de padre era como de una especie de pariente, de primo, o de padrastro. Todo esto había tomado más o menos claridad en mi mente con respecto al personaje.

¿Cuál fue la reacción de su padre cuando se enteró de que a Gabo le habían concedido el Premio Nobel? Martin lo cuenta en la página 479:

“En Cartagena, mientras la familia lo celebraba, Gabriel Eligio decía a todo el que quisiera escucharlo que “Ya lo sabía”. Nadie le recordó su predicción de que por su decisión de convertirse en escritor Gabito terminaría “comiendo papel”… Poco a poco, a pesar del orgullo que sentía, y de la indudable euforia del momento, Gabriel Eligio empezó a desbarrar. Dijo que Gabito había obtenido el premio por la influencia de Miterrand porque esas cosas influyen. Que Gabito era uno más de los muchos escritores que había en la familia y no entendía por qué a este se le prestaba tanta atención…”.

En resumidas cuentas, peló el cobre; y el don Gabriel Eligio de imagen deteriorada que yo tenía en mi mente me es develado en la biografía de Martin como un ser mezquino a quien el triunfo de su hijo pareció más bien molestarlo que alegrarlo. Puede que nadie le hubiera enrostrado el nulo apoyo que dio a las pretensiones de su hijo de convertirse en escritor, pero seguramente él tuvo que saberlo, tuvo que intuirlo, tuvo que recordarlo en lo profundo de los recovecos de su mente. Otro hubiera sido el cuento si doña Luisa Santiaga hubiera dejado que “el doctor” en su locura siguiera adelante con la idea de trepanar el cerebro del locato de su hijo para buscar en donde se alojaba la fuente de su loquera. Me queda la impresión, pues, de que el hombre de Sincé (Sucre) no estuvo a la altura del gran honor que se le vino encima por carambola.

No todos están de acuerdo con esta imagen del padre del Nobel, y algunos han salido en defensa de este progenitor, según se desprende de un homenaje que los sinceanos le tributaron con la presencia de algunos de sus hijos que consideran que la memoria de su padre ha sido injustamente maltratada en la biografía de Martin. Mi pregunta es: ¿El punto de vista del biógrafo estuvo avalado por las conversaciones y la lectura del biografiado? Eso no sabría decirlo, pero si sus hermanos pensaban una cosa, y GGM pensaba otra… ¡Averígüelo Vargas!:


Aunque los dos hijos de GGM no fueron secreto de estado, ni podían serlo, de algún modo el escritor y su esposa pudieron mantenerlos al margen de reflectores y cumplir el objetivo de que su relación fuera más cordial que la que tuvo Gabo con su padre con quien al final de los años pudieron ser cordiales, pero por mucho tiempo fue una especie de padrastro. El menor, Gonzalo García Barcha, se casó con Pía Elizondo la hija del escritor mexicano Salvador Elizondo y son padres de Emilia, Jerónimo, y Mateo. Este es escritor con talento heredado de sus dos abuelos. Rodrigo, el mayor, se casó con Adriana Sheinbaum y son padres de Isabel e Inés García Sheinbaum. Los cinco nietos han sido tenidos celosamente al margen de reflectores y en la página 570 Martin cita a GGM en entrevista para Paris Match:

“Mantengo una relación excelente con mis dos hijos. Son lo que han querido ser, y lo que yo quería que fueran”.

En entrevista radial concedida a Darío Arismendi Posada de Caracol, haciendo gala de su eterno masculino, Gabo había dicho:

“Son nietos de Mercedes porque los hombres coquetos no tenemos nietos sino sobrinos, ¿Sabías eso?…”.

En la página 480 cita Martin a Gabo en declaraciones para la revista Gente, de Buenos Aires:

“Ya puedo morir tranquilo: Soy inmortal”.

Y agrega que “Tal vez bromeaba”. No. No bromeaba. Hizo un ingenioso juego de palabras, pero era consciente de que gustárale o no su nombre ya quedaría inscrito en la historia. Él siempre insistió en que no, porque consideraba a la fama una carga muy pesada, pero la realidad es que sí, que le gustaba ser notorio, que le gustaba codearse con gente importante, que le gustaba haber salido de la pobreza, que le gustaba haber superado el síndrome del campirano sabanero. No lo culpo. ¿A quién no?

Y hay otra realidad. Ser ganador del Premio Nobel de Literatura, y hago énfasis en esto y en este, es ingresar en una elite privilegiada cuyos nombres todavía caben en una página de Wikipedia. Pero no todos los ganadores han tenido la notoriedad, el prestigio, la presencia pública y mediática, la influencia de este ganador que además de sus condiciones profesionales para ganárselo tenía un incuestionable carisma de hombre público. Cuando muchos otros se lo han ganado sin pena ni gloria, por así decirlo, el nombre de Gabriel García Márquez será recordado, y citado, y mencionado; no sé si por los siglos de los siglos, pero sí por muchos años después de su muerte. Su presencia de baja estatura en medio de personas más altas que él, pero su imponente presencia espiritual y sólida personalidad acaparadora de las cámaras, y micrófonos, y reflectores en el salón, son algo inolvidable diría uno que no solo para los colombianos sino para todos los presentes en ese salón. A su lado estaban para recibir el premio, como ustedes bien lo recordarán, los suecos Sune Bergstrom y Bengt Samuelson con el británico John Vane, que recibieron el Premio Nobel de Medicina; el norteamericano Kenneth Wilson, por el de Física; el surafricano Aron Klug, por el de Economía. Son cosas que se quedan en la memoria colectiva. García Márquez… ¿Y quién es él?

Escribió Salman Rushdie (página 480):

“Es una de las decisiones del jurado del Nobel con mayor aceptación popular desde hace años, pues han elegido a uno de los pocos magos verdaderos de la literatura contemporánea, un artista con la rara virtud de crear una obra del más alto orden que llega y embruja a un público masivo. La obra maestra de García Márquez, Cien años de soledad, es en mi opinión una de las dos o tres obras más importantes y logradas en el ámbito de la ficción que se hayan publicado en todo el mundo”.

De algunas obras se suele decir que es más lo que ocultan que lo que muestran, pero no es este el caso. Para decir una cosa de esas el crítico tiene que estar muy enterado de los trasfondos, y de ninguna manera yo lo estoy. Hay cosas que solamente las saben sus protagonistas o quizás solo uno de los protagonistas, como decir que lo que pasó entre García Márquez y Vargas Llosa no lo sabe a ciencia cierta sino doña Patricia, hasta que a ella le sobrevenga el mal de Alzheimer, en cuyo caso ¡Sabrá Dios!

Aquí hay otro episodio de cuya ocurrencia al parecer solamente hubo dos testigos y uno de ellos está muerto. Lo dice Martin en la página 480 al hablar del séquito acompañante de García Márquez a Estocolmo para recibir el Premio Nobel, y de su esposa, y de sus hijos:

“En París Mercedes se encontró con Gonzalo, pero Rodrigo no acudió. La única nota decepcionante para García Márquez fue que su hijo mayor, que rodaba una película en el norte de México, estaba demasiado ocupado para viajar a Estocolmo, sin lugar a dudas el punto cumbre de la carrera de su distinguido padre. Ambos se habían reunido en Zacatecas el mes anterior, y nadie sabe qué ocurrió allí. Desde entonces, ninguno de los dos ha accedido a volver a hablar sobre el asunto”.

Para que Martin lo mencione, fue porque alguien se lo dijo; y para que deje las cosas en suspenso, es porque alguien le explicó el refrán español de lo que significa “mentar la soga en casa del ahorcado”.  

Dice en la página 487 que:

“Bien entrada la velada, cuando ya todos volvieron al hotel, hubo una llamada telefónica de Rodrigo desde el desierto del norte de México. El recién galardonado estaba con una veintena de amigos, todavía tomando champaña. Se hizo el silencio, y García Márquez, con la mirada brillante, se acercó al teléfono. Con posterioridad diría que sus hijos tenían “El sabor de su madre, y el sentido de negocios de su padre”. 

Presiento que esta es una sutileza de Gabo, y que es justamente lo contrario. Es un hecho que, de los dos, la que tiene sentido de los negocios es su esposa, mientras él es un buena vida bastante despalomado.

Martin habla de un Konserthus ocupado por mil setecientos invitados y un García Márquez vestido de liquiliqui “rodeado de trajes de etiqueta, estolas, pieles, y collares de perlas” en la imponente ceremonia; y cita en la página 484 a Plinio Apuleyo Mendoza diciendo que:

“Todos en compacto pelotón bajamos al tiempo las escaleras del Gran Hotel para acompañar a Gabo en el momento más memorable de su vida… Mientras avanza entre los resplandores del magnesio y las figuras de etiqueta, lo oigo exclamar en voz baja donde vibra una nota de repentino, alarmado, condolido asombro: ¡Mierda. Esto es como asistir uno a su propio entierro!”.

Martin sigue citando (páginas 485 y 486):

“Después de que le hicieran entrega de la medalla y el pergamino, saludó al monarca con una rígida reverencia, luego a los invitados de honor y, finalmente, al público; momento en el cual recibió la ovación más larga que se recuerda en la historia de estas augustas ceremonias, y que se prolongó por espacio de varios minutos con todos los asistentes de pie”.

Gerald Martin, en las páginas 508 y 509, hace un análisis o reseña de El Amor en los Tiempos del Cólera, que coincide con mis impresiones:

“…No obstante funcionan de contrapunto de los convencionalismos y el tedio existencial del matrimonio burgués, del afán por guardar las apariencias. García Márquez ponía con ello en grave riesgo… la reputación artística de este autor que cosechaba un éxito deslumbrante al acercarse al final de la madurez… La novela en su conjunto deviene en una curiosa mezcla de lo anodino y lo banal, con el realismo implacable y la profundidad sicológica. Se atreve a explorar los clichés más frecuentes de las cartas de los consultorios sentimentales, y los pésimos lugares comunes que suelen servir de respuesta: nunca conoces a alguien de verdad. No se puede juzgar a los demás. Algunas personas pueden cambiar su conducta, y en esa medida su personalidad; otros pueden mantenerse inmutables para siempre, a pesar del paso del tiempo. Nunca sabes lo que va a pasar en la vida, y la vida sólo se comprende cuando ya es demasiado tarde e, incluso, puede que entonces cambiaras de opinión si vivieras más tiempo. Es muy difícil moralizar sobre el amor y el sexo. Es muy difícil separar el amor del sexo. Es muy difícil separar el amor de la costumbre, la gratitud, o el interés. Puedes amar a más de una persona al mismo tiempo. Hay muchas clases de amor, y puedes querer a las personas de formas muy diferentes. Es imposible saber qué es mejor: la vida de soltero, o el matrimonio; la bohemia, o la convención; de manera parecida no podemos saber si la estabilidad es preferible a la aventura o viceversa. De lo que no hay duda, es de que todo tiene un precio. Por otra parte, sólo se vive una vez, y no hay segundas oportunidades. Nunca es tarde. Y, aun así… aun así una vida no es mejor que otra. Todos estos motivos se consignan en la primera parte, y después se entrelazan y desarrollan en el resto de la novela hasta su conclusión”.

Cómo me gusta esta lectura que Martin ha hecho de la novela, y su resumida forma de contarla; tan resumida, que va resultando más larga mi reseña de la reseña. No he podido parar de copiar este par de párrafos iluminadores. Muy buena. Es buena, y devela a un García Márquez muy conocedor del alma humana, lo que explica por qué a mí me gustó tanto la primera vez que la leí, y volvió a gustarme la segunda vez que lo hice, y me seguirá gustando cuantas veces la lea inclusive con ojos distintos cada vez. Y me trae una respuesta a la pregunta que me hice desde un principio de cómo es posible que un hombre como Florentino Ariza, fiel toda la vida a su amor por Fermina Daza, pudiera transcurrir la larga espera pasando de colchón en colchón, de cobija en cobija, de sábana en sábana. Sorprendente que García Márquez lo escribiera, sorprendente que Martín así lo leyera e interpretara, y sorprendente que a estas alturas de la vida yo venga a explicarme ese asunto que ahora me parece tan sencillo. Sencillo sí es, mientras uno no trate de que lo entienda la mujer latina y, sobre todo, la cachaca mujer andina. Valga la aclaración, porque la mujer caribeña es otro cuento. Pregúnteselo a doña Tranquilina Iguarán y a doña Luisa Santiaga Márquez que criaron hijos ajenos, pregúnteselo a una doña Mercedes Barcha y a una doña Tachia Quintana, contertulias y confidentes, que fueron capaces de sentarse a manteles y volverse amigas, de asistir al matrimonio de Tachia y apadrinarlo, y de apadrinar al hijo de esta con su nueva pareja, superados los celos y los resquemores porque lo que fue, fue, y ya no es. Por estos lados que se divisan desde la ventana donde me encuentro, no son muchas las personas que se comporten “así, de esa manera, y uno no se da ni cuenta”, porque por estos lados los celos asesinos son parte del paisaje que sale en las páginas de los periódicos como crónica de una muerte anunciada: “hombre celoso mata a su mujer y se suicida”. Si no es mía, que no sea de nadie; es la doctrina machista que impera por estos lados. 

Martin en la página 510 hace notar que esta novela fue escrita en computador u ordenador, y no manuscrita ni en máquina de escribir, y fue la primera de Gabo en ser grabada en disquetes y en memorias USB colgadas al cuello para no perderlas, la primera que tuvo copias de seguridad apropiadas por si se pierde el manuscrito original que se le sigue llamando así por pura costumbre. García Márquez en la ciudad de Nueva York:

“Muy consciente de ser uno de los primeros escritores célebres, tal vez el más famoso del mundo, en escribir una obra importante con ordenador… Más tarde, tan asombrado como si descubriera el hielo por primera vez, fue con sus disquetes a una tienda especializada e imprimió las seis primeras copias de su libro en cuestión de minutos”.

Este escritor, que había sido testigo del transcurrir del siglo XX con su tecnología inimaginable, vivió la transición de las mulas, a las tractomulas; de los camiones, al avión; de la escritura con encabador y pluma de tinta mojada, al bolígrafo y el computador; de las copias con papel carbón, a las fotocopiadoras y las memorias USB. Toda una revolución tecnológica pasó por sus ojos en medio de sus casi cien años de soledad multitudinaria, que es la peor de las soledades: la soledad en compañía.

En la página 511 alude Martin al movimiento M19 y la cruenta toma del Palacio de Justicia:

“Corría el rumor fehaciente de que fue el ejército y no el presidente Belisario Betancur el que tomó las riendas de la situación. La controversia sigue viva aún hoy, y Betancur me dijo con posterioridad que consideraba un acto de amistad que García Márquez hubiera guardado silencio”. 

En medio de toda la crueldad encerrada en ese asunto, una anécdota simpática y casi chistosa, una anécdota de no te lo puedo creer (página 511):

“… Al juez Humberto Murcia le dispararon en una pierna cuando trataba de huir, tras lo cual arrojó la pierna que era ortopédica y escapó del patio en llamas”.

Al igual que el novelista Thomas Pynchon (página 512), yo también me sentí encantado con esta “Deslumbrante y desgarradora novela”. No voy a copiar el fragmento de su comentario recogido por Gerald Martin, pero es un comentario elogioso por parte de éste que dice Martin es “uno de los más escépticos de los novelistas de talla”. Mayor mérito para el comentario que hizo. El caso es que me sentí muy sorprendido cuando vi la película Señales de Amor con John Cusack y Kate Beckinsale, que en inglés se titula “Serendipity”. La serendipia es aquello que se descubre por pura casualidad, lo que en la adolescencia llamábamos de pura chiripa o carambola, como decir la máquina que excava para la construcción de un edificio y se topa con una momia o un fósil de antes de Cristo. No era eso lo que estaban buscando, pero se lo encontraron. Los dos protagonistas, que tienen sus respectivos amores y compromisos, se encuentran en navidad por casualidad en una librería, y surge un flechazo de aquellos de amores a primera vista. Quedan de volver a encontrarse, y ella le anota su teléfono en la contraportada de un libro que, infortunadamente, él pierde. Volver a encontrarse en una ciudad como Nueva York se convierte en un caso de pura casualidad, en posibilidad de una en un millón, en búsqueda de aguja en un pajar; y el hombre empieza a tratar de encontrar ese libro, precisamente ese ejemplar, en las tiendas de libros usados. Ya ha perdido las esperanzas y se ha resignado a la pérdida, cuando de pura casualidad lo recupera. ¿Cuál es ese libro que le permite reencontrarse con la mujer que lo flechó irremediablemente? ¡Love in the time of cholera!, by Gabriel García Márquez.

En la página 521 me encuentro con uno de esos epigramas sentenciosos que llama Martin que, fiel a mi costumbre, citaré a mi manera sin dejar de ser fiel a la esencia de lo que dijo Mercedes a propósito del costoso patrocinio de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, que a ella le mortificaba (Alguna vez dijo ella que “Déjate de hacer cine y dedícate a escribir”. Ella era más pragmática que su marido). Esto dijo también:

“Cuando éramos pobres, se nos iba todo el dinero en ir al cine; y ahora que no lo somos, se nos va todo el dinero en hacer cine”.

Similar a este es el epigrama sentencioso que pronunció Fermina Daza para defender su derecho a emprender el viaje sin retorno aguas arriba y aguas abajo del río Magdalena con su eterno enamorado Florentino Ariza:

“Hace un siglo me cagaron la vida con este pobre hombre, porque éramos demasiado jóvenes; y ahora me lo quieren repetir porque somos demasiado viejos”.

Patrocinar esa escuela de cine en San Antonio de los Baños, cerca de La Habana en Cuba, implicaba unos costos muy altos. Dice Martin en la página 521 que:

“Fue entonces cuando empezó a cobrar a los medios europeos o norteamericanos que lo entrevistaban veinte o treinta mil dólares por sesión, a fin de reunir fondos para la fundación cinematográfica. Cuesta creer que tantos de ellos desembolsaran esas sumas”.

Cuenta Martin en la página 523 que las relaciones de GGM con el cine eran:

“El cine y él eran una especie de matrimonio desgraciado… No se llevaban bien, pero tampoco podían vivir el uno sin el otro”.

Es claro que el cine podía seguir campante sin García Márquez, pero no al contrario (página 523):

“El suyo era un amor no correspondido, un espejo de sentido único… él no podía vivir sin el cine”.

García Márquez le preguntó a su amigo Fidel Castro (página 525) qué es lo que más le gustaría hacer. La respuesta de este hombre condenado a vivir en medio de extremas medidas de seguridad no podría ser más patética:

“Pararme en una esquina”.

Yo, que fui y sigo siendo bohemio y vecino de barrio, conversador de esquina, tomador de copas en bares sin precauciones ni paranoias, sé de la inmensa riqueza de sentirse uno libre. Esa frase me ha revelado que hay cosas que uno disfruta, para las que no hay suficiente dinero con qué pagarlas, y la vida se las da a uno de gratis.

Viene luego El General en su Laberinto, del que me ocupé en uno de los artículos insertos en el blog Postigo de Orcasas:

“Bolívar en su último viaje, según quien lo mire”.


Suelo reconocer, no con humildad ni con falsa modestia, sino con franco realismo, que mis reseñas no son profundas sino superficiales. Diría, casi, que se centran en la forma y no en el fondo de los escritos. Son anecdóticas y enfocadas a las sensaciones y sentimientos que su lectura me produce; a diferencia de los sesudos estudios de los ensayistas y analistas de peso, que bucean en los recovecos de las estructuras de esos escritos. No es retórica. Es la pura realidad.

En la página 551 Martin se refiere a la concesión de una licencia para operar el noticiero QAP de televisión y explica:

“QAP… Quedo a la espera, en el argot de los taxistas”.

Se queda corto el biógrafo con la explicación, porque sí es cierto que cuando los taxistas instalaron en sus vehículos equipos de radiotelefonía propia de radioaficionados usaron la sigla para manifestar que estaban atentos y a punto como los scouts encargados de vigilar un campamento, pero ésta viene del lenguaje internacional de comunicaciones usados para la clave Morse de los telegrafistas, originada en códigos de comunicación militares. Aunque la letra Q hace alusión a la palabra “question” en inglés, y algunos creen que la sigla corresponde a Question At Point, no es así y las letras solamente se escogieron por facilidades de transmisión para evitar confusiones en las intermitencias de las comunicaciones trasatlánticas de principios del siglo XX. SOS en ese código es un llamado de auxilio en situaciones de emergencia. De los códigos usuales salidos de los manuales del argot policial, los taxistas usaban también una expresión para solicitar ayuda de un compañero que decía: “Hágame un 14”. El código 14 del listado consecutivo, según los protocolos, significaba “Pedir ayuda o apoyo en un operativo”.

En la página 555 habla Martin de un tumor pulmonar que le fue extraído a GGM en Bogotá, y dice esta frase:

“García Márquez había temido a la muerte desde siempre, y por tanto también sentía temor ante la enfermedad”.

No la comparto. Son dos cosas distintas. En mi caso, no siento miedo de morir de infarto fulminante o de la caída de un rayo. Son formas de morir que me seducen, puesto que de alguna cosa se tiene uno que morir algún día. Lo que me produce miedo es la enfermedad. La posibilidad de una larga y dolorosa agonía. Un infarto a medias que me deje severamente parapléjico, o un accidente cardiovascular o cerebral que me deje severamente cuadripléjico. Eso sí me causa pavor.

En efecto. GGM, en entrevista concedida a María Elvira Samper Para que no se las lleve el viento), dice que:

“El miedo a la muerte lo tiene todo el mundo, pero más que miedo a la muerte misma es miedo al tránsito. Por eso creo que los más felices son los que se mueren de un infarto fulminante. En fin, creo que el miedo no es a estar muerto, sino a estar muriéndose… Ser eterno me importa un carajo. Cambiaría todos mis libros por la posibilidad de seguir viviendo. Mi verdadera vocación no es la de escritor, sino la de estar vivo”.

Dice en la página 572 que:

“García Márquez empezó a preocuparse de que los guardaespaldas que le habían procurado los sucesivos gobiernos, desde el régimen de Betancur, ahora estaban pobre e irregularmente gestionados. Cambiaban con tanta frecuencia, que al final había más de sesenta hombres con conocimientos de primerísima mano de su estilo de vida y detalles sobre su persona. Hallarse en esta tesitura en Colombia, entrañaba graves riesgos y lo hizo cuestionarse sobre su propia seguridad en el país”.

¡Y que lo diga! Uno de los detalles inquietantes en el asesinato de Luis Carlos Galán fue que el DAS poco antes le había retirado el servicio de guardaespaldas. Bueno, y otro fue que de inmediato acusaron a Alberto Hubiz Hasbum que estaba en el lugar equivocado y se convirtió en lo que denominan chivo expiatorio o falso positivo al punto que le ganó la demanda al Estado. Murió sin recibir un peso, pero se la ganó. Y, bueno, resultó ser que uno de los autores acusados a la larga por ese hecho fue, por increíble que parezca, el propio director del DAS. No sé si en las circunstancias en que se encontraba García Márquez pudiera dormir tranquilo. Yo no creo.

En la página 576 aparece una curiosidad relacionada con el libro Noticia de un Secuestro, de la autoría de Gabriel García Márquez:

“… Quien alberga sentimientos sumamente encontrados hacia Escobar Gaviria, no cabe duda, que no excluyen un punto de admiración. Por la novela desfilan además incontables familiares y sirvientes, un sinfín de traficantes secundarios y sus subordinados y una larga lista de ministros y otros cargos públicos entre los que aparece el general Miguel Maza Márquez, jefe de la policía secreta y primo del autor”.

Martin no aclara este parentesco que, naturalmente, no es en primer grado sino en segundo o tercero de doña Luisa Santiaga, por cuenta de los muchos hijos extramatrimoniales que tuvo el coronel Nicolás Márquez. Si Martin lo menciona como pariente, algo encontró, pero no lo aclara explícitamente en el libro. Que yo sepa, no había una relación cercana o fraterna entre este general de la policía y el escritor, y no sé si en algún momento llegaron a reconocerse como parientes; a diferencia del columnista Gonzalo González “Gog”, cuyo paisanaje y parentesco lejano sí los llevó a darse cordialmente el trato de primos, después de que identificaron sus raíces.

Ese punto de admiración de GGM por Pablo Escobar Gaviria es mencionado en una entrevista que concedió a Darío Arismendi Posada (recogida en Para que no se las lleve el viento):

“Soy un verraco admirador de la infinita inteligencia y talento de los colombianos. Cuando su capacidad no se pone al servicio de causas nobles, se orienta hacia la delincuencia; y en cualquiera de las nos no hay quien nos gane. Eso explica infinidad de problemas”.

Eso lo refrendó en otra de las entrevistas compiladas en el mismo libro, la que concedió a José Hernández del periódico El Mundo de Medellín:

“A mí me produce un gran orgullo nacional saber que la mafia colombiana desplazó del puerto de Nueva York a las mafias irlandesas e italianas que eran las que tradicionalmente lo controlaban”.

Coincido con eso. Entiéndase bien: no está haciendo una apología del delito, sino que está resaltando que para imponerse a esos grupos tan poderosos había que convertirse en alguien más poderoso aún.

En la página 707 está la nota 51 sobre “Noticias” de El Tiempo el 5 de mayo de 1996 donde dice que:

“Enrique Santos Calderón en declaraciones para Newsweek comentó que GGM tiene fijación con Pablo Escobar porque representa el poder, que es la verdadera obsesión de Gabo y no la política”.

Para dibujar el contexto de este tema específico, deberé salirme un poco del libro de Gerald Martin para citar, como lo vengo haciendo, fragmentos del libro de entrevistas Para que no se las lleve el viento, que en conjunto aclaran al lector parte de esos sucesos.

García Márquez escribió Noticia de un Secuestro, donde el personaje central artífice y culpable de los delitos que allí se denuncian es, detrás de bambalinas, Pablo Escobar Gaviria; pero prácticamente no lo nombra ni muestra su presencia. De hecho, es el único de los actores principales que García Márquez no buscó para entrevistar, porque no quería que tal entrevista condicionara lo que él quería decir. Los demás están todos, incluido el expresidente Julio César Turbay Ayala por quien Gabo sentía, y con justificadas razones, verdadera antipatía; pero como padre de la sacrificada Diana Turbay no podía por menos que entrevistar para su libro. Después de eso su antipatía por Turbay no cambió, y supone uno que ese encuentro debió estar cobijado por la tensión.

Entrevista que GGM concedió a Susana Cato, incluida en Para que no se las lleve el viento:

“Turbay fue muy gentil, porque yo no quería hablar de mi exilio forzado, pero él me dijo que se sentía obligado a explicarme que había habido un equívoco y que en algún momento dio la instrucción de que fueran a verme y me dieran las explicaciones necesarias. Él creyó que eso había sucedido, pero nunca recibí esas explicaciones”.

En entrevista a Juan Gossaín (Para que no se las lleve el viento), GGM se refiere a un encuentro con los generales Matamoros y Vega Uribe, ocurrido muchos años después del exilio:

“Lo que pasa es que uno de los primeros que capturaron por el asunto del M19 dijo que usted estaba detrás de esa operación y había tenido que ver en la coordinación entre Cuba y Panamá del desembarco de esas armas… Confirmamos que no era cierto, pero usted ya se había ido del país…”.

Susana Cato en la entrevista citada preguntó:

“¿Por qué no habló usted con Pablo Escobar? – Porque estaba todavía vivo en la cárcel de La Catedral cuando empecé la investigación, y sé que él tuvo noticias del libro que yo estaba escribiendo. Había resuelto discutirlo con él en persona sólo cuando ya tuviera el primer borrador, pero murió antes. Estoy seguro de que él hubiera buscado que me pusiera en su lugar, para que fuera justo con él en el libro; pero en un buen reportaje no puede haber buenos ni malos, sino hechos concretos para que el lector saque sus conclusiones”.

En resumidas cuentas, GGM eludió con habilidad ser manipulado por un hombre que era manipulador por naturaleza, y la muerte de ese primerísimo actor de los acontecimientos lo libró de verse inmerso en situación tan comprometedora.

En entrevista concedida a Hero Buss, que aparece en el mismo libro, GGM, a la pregunta de “¿Qué papel desempeña Pablo Escobar en su libro?” dice que:

“Con el tratamiento puramente periodístico que le di al libro, queda como una fuerza oculta muy poderosa, que no se sabe dónde está y que incluso puede ser irreal. Hay un momento en que digo que no se sabía si Pablo Escobar era un seudónimo de Los Extraditables, o si éstos eran simplemente una razón social del capo. Es un poder que no se ve, ni se palpa, pero que existe y en un determinado momento condiciona la opinión del país como ningún ser humano la ha condicionado en la historia de Colombia. Había momentos en que tenía la impresión de que la suerte del país dependía de lo que resolviera esa fuerza invisible que era Pablo Escobar y, además, hay otra cosa y es que llegó a lograr tal credibilidad que en cierto momento de esta historia el país creía más en las mentiras de los comunicados de Los Extraditables que en las verdades que le decía el Gobierno”.

Menciona Martin en la página 508, con la nota 41 de pie de página que remite a la página 702, una curiosidad que encontró en sus pesquisas relacionada con El Amor en los Tiempos del Cólera:

“El punto de referencia más evidente es la “Fermina Márquez” de Valery Larbaud, publicada en 1911, acerca de una hermosa muchacha colombiana en Francia y los amores que inspira. Su título no pudo por menos que llamar la atención de GGM; después, la trama apresó su imaginación”.

Aunque Martin lo pone como una suposición, da a entender que Gabo supo de esa novela; porque, suponemos nosotros, el biógrafo debió comentarle al biografiado esta curiosa coincidencia.

¿Quién fue Valery Nicolas Larbaud? Remitámonos a la siguiente reseña del portal Planeta de Libros.com:


“Según Jean Cocteau, Valery Nicolas Larbaud reinó con André Gide en el mundo literario europeo en las décadas anteriores a la Gran Guerra. De origen aristocrático, de estilo penetrante, exquisito y moderno, creador inteligente, innovador, traductor de varias lenguas, entregado a la literatura en cuerpo y alma, escribía como respiraba y demostró siempre, desde la prudencia y la humildad, una vasta erudición. Descubridor de Walt Whitman y de James Joyce, de Faulkner y de Gómez de la Serna. Fue amante de la cultura española e hispanoamericana y pasó casi en secreto para el gran público, pero sentó las bases de una autoridad literaria que ha ejercido una influencia callada y profunda en la literatura francesa…”.

Larbaud es autor de esa novela de principios del siglo XX, anterior a la primera guerra mundial, cuyo título llama la atención: “Fermina Márquez”. Sigamos con la reseña de Planeta de Libros.com:

“…Un grupo de alumnos de un internado francés tienen en común una secreta pasión: su amor por la bella Fermina, una adolescente colombiana, dulce y exótica, arquetipo eterno de la niña que se está haciendo mujer. Todos los que se la acercaban, los muchachos a los que ella hablaba, formaban a su alrededor una corte de caballeros, admirados y enfrentados en el difícil y novedoso arte de la seducción. La penetración psicológica con la que Larbaud presenta la variedad de caracteres adolescentes y la delicadeza de matices con que evoca los breves paseos por el parque, el olor del tabaco fumado a escondidas, y el cálido perfume de la deliciosa Fermina, hacen de esta novela una pequeña obra maestra de la literatura universal”.

¿Una adolescente colombiana que estudia en Francia a principios del siglo y protagoniza una novela? Esa es una novedad.

García Márquez no escogió para sí el apellido de la novela, sino que le llegó por herencia, y eso es una coincidencia; y no había nacido en 1911 cuando la novela se publicó, por lo que la escogencia del título por parte de Larbaud es otra coincidencia; solo falta, entonces, que GGM no hubiera sabido de esa novela antes, y el nombre de Fermina escogido para El Amor en los Tiempos del Cólera sería otra coincidencia.

En la página 586 me encuentro con la refrendación de algo que ya había leído en los libros sobre García Márquez. En su discurso ante la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) plasmó sus ideas. De una parte, su tesis de que el síndrome de la chiva, el afán por la primicia exclusiva, estaba dañando el ejercicio del periodismo profesional y estaba sacrificando la crónica y el reportaje ante la redacción apresurada exigida por la inmediatez del momento. Su queja de que las facultades de comunicación y periodismo no estaban capacitando bien a los futuros representantes de la profesión dio pie a la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano para aplicar sus teorías de lo que debía ser la práctica de un buen periodismo. También su queja de que los empresarios del periodismo gastaban más dinero en la compra de maquinaria y la adquisición de nuevas tecnologías que en la capacitación de sus periodistas. 

Termina su discurso con una de sus frases lapidarias, un sonado eslogan, que revela sus estrategias de marketing y su aprovechamiento del protagonismo que le permiten los medios de comunicación, una técnica de cultivo de imagen que no dista de la que aplican los futbolistas para abanicar las tribunas cuando meten un gol:

“No basta con ser el mejor, sino que se sepa”.

Ahí está reflejado un escritor que fue maestro de la autopromoción publicitaria.

Martin (páginas 527 a 534) aborda el análisis de esta obra, y concluye citando una frase que no es suya pero cuyo juego de palabras encuentro afortunado porque si algo distingue a García Márquez, aparte de su genio y talento naturales para escribir, es su habilidad para mercadearse, para promocionarse a sí mismo, que fue depurando con el tiempo de la mano de Carmen Balcells en primer lugar, y de Mercedes Barcha en segundo lugar. Sin el soporte gerencial de estas dos mujeres, a él no le hubiera quedado fácil administrar el balance de sus pérdidas y ganancias:

“El anuncio de la publicación de la novela sobre Bolívar fue cobrando intensidad semanas antes de que apareciera… Por todo ello, años después algunos empezarían a apodarlo García Marketing”.

Muy ingenioso… y muy real.

En algún momento (página 569) el presidente Bill Clinton manifestó ser admirador de García Márquez, lo que motivó que el escritor William Styron y algunos amigos comunes propiciaran un encuentro del que el presidente y el escritor salieron siendo buenos amigos. En la conversación Clinton dio muestras de haber leído la obra de Gabo, y de habérsela apropiado con seriedad. 

En la nota 43 de la página 707 Martin cita el artículo “Una charla informal” publicado por la revista Semana el 6 de septiembre de 1994 en donde dice que en abril del 2009 García Márquez conoció al presidente Barak Obama en una recepción en la ciudad de México, y:

“Obama le comentó que era un admirador suyo, y que había leído todos sus libros”.

En la página 600 Gerald Martin aclara por qué las memorias de Gabo a veces se citan como Vivir para Contarlo (el hecho mismo de vivir), y a veces se citan como Vivir para Contarla (vivir la vida). Él mismo le tuvo el primer título y a última hora resolvió cambiarlo. Me parece bien. La palabra implícita que primero viene a mi mente es vida y coincide con el segundo título.

Dice el biógrafo Gerald Martin en la página 615 y 616:

“Hacía tres años que no manteníamos contacto. Tras algunas dudas, finalmente viajé a la ciudad de México a hablar con él en octubre… Ahora parecía el de siempre y era lisa y llanamente una versión más entrada en años del hombre que conocí entre 1990 y 1999. Sin embargo, estaba más olvidadizo…”.

Este encuentro de Martin con su biografiado me recordó el último que tuvo Joseán Ramos con Daniel Santos, un Inquieto Anacobero que mentalmente ya no coordinaba.

Página 618:

“Sin embargo su madre antes de morir no tenía conciencia de su propia persona, ni de quieres eran sus hijos; su hermanastro Abelardo, padecía de Parkinson desde hacía tres décadas; Eligio había muerto, a raíz de un tumor cerebral; Gustavo había regresado de Venezuela, con algo parecido al Alzheimer; y, ahora, la afección de Gabito… “Problemas con el coco –me dijo Jaime–. Parece que es cosa de familia”.

Esto me recordó a mi padre extraviado por el Alzheimer en los últimos cuatro años de su vida cuando ya no era capaz de reconocerse ni a sí mismo cuando se asomaba al espejo; me recordó a ¡Tantos! 

Más que el cáncer, el Parkinson y el Alzheimer son enfermedades que no perdonan. Sobre todo este último, que primero se lleva el alma y después se lleva el resto del cuerpo. A eso me referí párrafos atrás cuando afirmé que yo anhelaba morir de infarto fulminante. A eso me refería. Cuando dije que yo le tenía pavor a la agonía proporcionada por la enfermedad, también me estaba refiriendo a la decrepitud, a la demencia senil. ¡Qué horror!

El Alzheimer produce un deterioro gradual en el día a día, pero en algunas personas suele alternar episodios de relativa lucidez con episodios de completa desconexión. Ignoro cómo hayan sido los últimos días de García Márquez en la intimidad de su familia en México, lejos de miradas ajenas, hasta su muerte el 17 de abril de 2014 a los ochenta y siete años de edad. Pero al final de su vida hubo un evento que fue como decir el remate de una existencia increíble. Ocurrió en Cartagena con motivo del IV Congreso de la Real Academia de la Lengua Española en el que se le rindió un homenaje presentando una nueva edición patrocinada de Cien Años de Soledad, la novela que cuarenta años antes se había convertido en un fenómeno literario sin precedentes, y había sido publicada cuando el autor tenía cuarenta años de edad. Ahora, en esta celebración, hacía veinte días que le habían celebrado su cumpleaños número ochenta. El de la Real Academia fue un evento muy concurrido, naturalmente, pero lo que desborda toda imaginación es la cantidad y la importancia de los principales invitados que acudieron a homenajearlo (página 623):

“Por fin llegó el gran día, el 26 de marzo de 2007. Varios miles de personas hacían cola para entrar en el Centro de Convenciones de Cartagena… Asistieron también los expresidentes Andrés Pastrana Arango, César Gaviria Trujillo, Ernesto Samper Pizano, Belisario Betancur Cuartas, y el actual presidente Álvaro Uribe Vélez”.

Lograr reunirlos, me parece una proeza; pero lograr juntar a algunos me parece ¡un milagro!

“Los escritores Carlos Fuentes y Tomás Eloy Martínez, el director de la Real Academia, Víctor García de la Concha… el expresidente del Uruguay Julio María Sanguinetti…”.

Una nómina de lujo. Y luego (páginas 624 y 625) –me quito el sombrero–:

“Los reyes de España don Juan Carlos de Borbón y doña Sofía… hubo otro anuncio que dejó al auditorio electrizado cuando hizo su entrada Bill Clinton, el expresidente de los Estados Unidos…”. 

Hay que saber que reunir esa cantidad de celebridades para cualquier actividad, con sus atiborradas agendas, es muy difícil; y hay que saber que no estaban allí simplemente por un acto protocolario de cortesía sino para rendir homenaje en sus ochenta años a un hombre que para cada uno de ellos era ¡Su amigo! No sé de muchos que puedan darse tal lujo. Dice Martin (página 625):

“Algunos avispados observadores reflexionaron que las únicas superestrellas ausentes eran Fidel Castro, delicado de salud en Cuba, y el Papa de Roma”.

El episodio que viene a continuación me recuerda la película El Discurso del Rey, basada en el hecho real de un terapeuta de lenguaje que no solo ayudó al rey a superar su tartamudez, sino que en los rígidos protocolos de la corte inglesa logró hacerse su amigo.

En entrevista que GGM concedió al periodista español Miguel Hernández-Braso, éste lo describió como:

“Un hombre sencillo, agudo, no demasiado hablador, que posee un raro y bien medido equilibrio para la conversación y vuelve la espalda a la verborrea atosigante, sin caer en la economía de palabras. Maneja bien una distraída naturalidad, y se ríe de protocolos, adulaciones, y ritos burgueses”.

Su Majestad el Rey Juan Carlos de España estaba en el homenaje por invitación, seguramente, de la Real Academia Española de la Lengua; pero también lo estaba, según cuenta Martin, por invitación que Gabo le hizo personalmente al Rey, su amigo, en un encuentro que tuvieron (página 624) en el que Gabo campechanamente le dijo:

“Tú, rey, lo que tienes que hacer es venir a Cartagena”. 

Esta conversación tuvo que ponerle los pelos de punta a los jefes de protocolo de las casas reales europeas, tan amigos de venias y zalemas y de ser más papistas que el Papa, porque lo que vemos no es el trato irreverente e irrespetuoso de cualquier aparecido, en cuyo caso el rey Juan Carlos con toda seguridad lo hubiera mandado a freír espárragos, sino el encuentro de dos que se trataban con mutua confianza y simpatía. Supone uno que para los reyes no es fácil hacer amigos, y que los pocos amigos que logren hacer los hagan sentir como seres humanos y no como dioses. Cuando un rey encuentra un amigo con quien sentirse a sus anchas, es un tesoro. Claro que cuando un aracataqueño consigue hacerse amigo de un rey de España perteneciente a la Casa de los Borbón es… ¡Un prodigio! 

Eso fue apoteósico y, para aquel niñito de nueve años a quien su abuelo llevó a las instalaciones de la compañía bananera United Fruit Company para que conociera el hielo, fue el culmen de un recorrido cargado de realismo mágico.

En la entrevista que Gabo concedió a Darío Arismendi Posada, y también en la de Claudia Dreyfus, afirmó que:

“Mercedes y yo, por ejemplo, formamos una buena pareja… A veces digo, en broma claro está, que me he casado para no tener que comer solo. Mercedes, por supuesto, me contesta que soy un hijo de perra…”.

Muchas rabias habrá sufrido doña Mercedes Barcha por culpa de tal, o cual, o muchas, veleidades de su marido. No tiene aspecto ella de ser una mujer sumisa que traga entero y se queda callada ante provocaciones. Pero, como compensación, en el balance de su vida en común, hay que convenir con que en medio de todo él con su arte genial logró convertirla en una reina, y la hizo vivir una vida fabulosa. En medio de cámaras y reflectores de la celebración en Cartagena, tuvo que ser ella una persona que no se cambiaba por nadie.

Este libro es para Gerald Martin, su autor, la obra cumbre de toda una vida. Envidiable su dedicación. Envidiable su capacidad de trabajo e investigación. Y envidiable su maestría que, al igual que lo digo de la de Dasso Saldívar, es poco común. García Márquez tiene, pues, no uno sino dos extraordinarios biógrafos, y los estudiosos del presente y de la posteridad tenemos un par de fuentes de información invaluables a las que agrego además, y cómo no, la compilación de entrevistas que hizo Fernando Jaramillo Echeverri. 

La Memorabilia GGM de Jaramillo Echeverri en Cali, las casas museos en Aracataca y otros lugares, y la colección que alberga The Harry Ranson Center de la Universidad de Austin en Texas, son monumentos a este personaje universal nacido en el Caribe; y se agregan a una prolífica obra, que si no ha sido declarada aún, bien ameritaría que se le declarara patrimonio cultural de la humanidad. Sus lectores en todo el mundo así lo avalan.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


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