sábado, 23 de julio de 2022

281 Rodrigo Arenas Betancourt, su vida bohemia entre féminas y traganíqueles

El de don José Dolores Arenas y su esposa doña Virginia Betancourt Restrepo era un matrimonio de campesinos que cultivaba su parcela de la vereda El Uvital de Fredonia, y tuvieron muchos hijos cuyos brazos se necesitaban para que ayudaran a recolectar los granos de café, a dar aguamasa a los marranos, y a llevar maíz a las gallinas. Un hijo en ese lugar, y por ese entonces de las primeras décadas del siglo XX, no era una boca más para llenar en la cocina sino dos brazos para trabajar la tierra, justificando aquello de que “cada hijo nace con su arepa bajo el brazo”; y de ahí que primero les naciera Ángel Rodrigo, y fuera seguido por Alfonso, Diego, Elvia, Mariela, Margarita, y José Dolores. Los pusieron a estudiar en la escuela primaria de la vereda, y algunos pudieron viajar a la cabecera municipal para hacer el bachillerato, con posibilidades de seguir después a la capital del departamento para cursar una carrera profesional, si las circunstancias les eran dadas. Estas dependían de que pudieran obtener becas de estudio, porque de lo contrario tendrían que volver con sus brazos para echar azadón en los cultivos. 


LA HIJA DEL JUEZ


Ángel Rodrigo, el mayor de la camada, era el escultor Rodrigo Arenas Betancourt, quien tenía catorce años de edad cuando se instaló en la cabecera municipal de Fredonia para estudiar la secundaria, y allí fue donde vio pasar por una esquina del parque a la bella hija del Juez Promiscuo Municipal, una chica que era más o menos de su misma edad. Se enamoró de ella, pero fue un amor platónico porque era tímido y apocado (montañero, que les decimos los que nos creemos de más mundo, por haber nacido en la ciudad), y no se atrevía a decirle nada a la muchacha. Ella era pretendida y ponía sus ojos en los hijos del médico, del boticario, del notario, del hacendado; y, apurándola un poco, hasta en el hijo del carnicero, en el del peluquero, o en el del policía. Un montañero de vereda, a sus ojos, nada que ver. Amor de ojo, que es de los más dolorosos que pueda haber porque entre el enamorado y la chica no hay nada de nada.


LAS MUJERES DE GUARCITOS


Guarcitos es el lugar de la salida de Fredonia hacia Puente Iglesias, zona de tolerancia de la población, en donde quedaban varias cantinas y dos o tres casas de citas; y para allá se iba el catorceañero a ponerle conversación al zapatero de la acera del frente, y a echar el ojo a las damiselas de la noche que se levantan en piyama a desayunar a las dos de la tarde. Un muchacho de catorce años con las hormonas de la testosterona y similares regadas por todo el cuerpo, es un bocado apetitoso para cualquier dama de esas que ya esté curtida de trajines, puesto que se les despierta un instinto maternal de querer enseñar al que no sabe. 


Rodrigo sintió un estremecimiento cuando el zapatero le dijo: “¿Sabés qué, muchacho? Vos le gustás a la Jericoana”. Así le decían a esta mujer por haber venido de Jericó a Fredonia para ejercer la prostitución entre los putañeros, como llaman a los campesinos en una mezcla burlona entre puteadores y montañeros. La Jericoana, o Gitana que también llamaban por vestir ropajes de bolas coloridas de amplios boleros al ruedo, y pintarse los labios de rojo con un lunar negro en la mejilla, ejercía sus funciones en la casa de frente a la zapatería. Era ella unos treinta años mayor que el zagal, y era ya una mujer de más de cien cuando la muerte vino a llevársela. Él, que para ese momento era un hombre de setenta, la visitó agradecido en el lecho de enferma, pero ella no lo reconoció de entre los centenares o miles de caras de varones que alguna vez tuvo almacenadas en los rincones de la perdida memoria. Él, que no podía olvidarse de lo que ella hizo por sacarlo piadosamente de la ignorancia púdica, asistió al sepelio de la Jericoana, en unas exequias que estuvieron escasas de parientes, y nutridas de curiosos que habían conocido a la mujer en épocas de gloriosos trajines.


HUBO UNA OFELIA


Por estos lados fredonienses Arenas también conoció a Ofelia, de la que no tenemos mayores datos; pero, si él la menciona en uno de sus libros, fue porque algo hizo, y lo hizo bien. El nombre de Ofelia allí aparece.


MARÍA EUNICE AGUDELO PUERTA


A María Eunice Agudelo Puerta, hermosa mujer de cuerpo espectacular la encontró llorando en un rincón de una casa de citas en Medellín, y se acercó a consolarla de la mejor manera que él sabía hacer, o sea desfogándole sus energías mal contenidas. Fue un amorío que trascendió las cuatro cortinas moradas de las ventanas y el bombillo rojo de la entrada porque él le alquiló pieza en una casa de inquilinato y “la sacó a vivir juiciosa”. Con semejante cuerpo, fueron muchas las veces en que dejó la ropa colgada en el tendedero y le sirvió de modelo desnuda cuando él ya se había vuelto pintor y escultor. Pasado un tiempo de que hubiera dejado de visitarla, ella se apareció en la casa de El Uvital a buscarlo, pero lo encontró casado con la jovencita que podía ser su hija, por lo que María Eunice armó viaje para otro continente a rebuscarse la vida como el buen Dios la ayudara, poniendo tierra de por medio. La última vez que vieron a la modelo de sus trazos desnudos, fue al abordar las escalerillas del avión que la llevó a morir en Filipinas, y de ella Arenas no volvió a saber.


ANA MAGDALENA ARMEL DE CARVALHO


También tuvo a Ana Magdalena Armel de Carvalho, una mujer casada de Sopetrán que hacía el amor con desespero rencoroso para vengarse de las infidelidades de su marido y demostrar que “yo también soy capaz de ser infiel, pa´ que vea”. Sus orgasmos tenían el dulce sabor de la venganza y el amargo sabor de la derrota.


LA NEGRA MAORÍ


En alguna parte habla de la escultural negra maorí que conoció en París y por algún quítame de ahí esas pajas salió desnuda y despavorida por las calles de Saint Denis, con él detrás en paños menores para darle alcance y recuperar la cartera con documentos y billetes, mientras el público parqueado en las aceras gritaba entre gozoso y sorprendido: “¡La negrés! ¡La negrés! ¡La negrés!”. 


PUTAÑERÍA EN OTROS LUGARES


Con fruición habla de las prostitutas del puerto griego de El Pireo; de las de Barcelona, Washington, Atenas, Sevilla, Cochabamba, Roma, Amsterdam, México; y demás burdeles de los lugares por donde esparció el tendal de sus recuerdos.


MARGARITA MURIEL


Era obrera de la fábrica de textiles Coltejer, y de origen campesino y porte airoso, a quien conoció cuando él trabajaba en los talleres mecánicos con grandes hornos de Furesa, a un lado de dicha factoría, haciendo el vaciado de las esculturas del Córdova de Rionegro y Los Lanceros del Pantano de Vargas. Fue un amor apasionado, pero ella era estéril y no estaba en capacidad de darle un hijo; y él tampoco estaba en disposición de acceder a las exigencias de su enamorada, pues esta pretendía ni más ni menos que él la llevara entre azahares al altar; y no valieron explicaciones de que una mujer con tres hijos viviendo en México equivalía a un matrimonio vigente. La última vez que se miraron fue cuando la vio abordando la escalerilla del avión que la llevó adonde él ya no tuviera forma de volver a verla.


ESPERANZA OLIVARES SANTANA Y OTRAS MEXICANAS


Esta india zacoaltipanense mexicana lo quiso a su manera, pero le era infiel hasta con la sombra del vecino que tuviera más al alcance de la puerta o de la cama. De todos modos, ella tenía suficientes energías como para hacerse perdonar. Era mujer de dar y repartir.


De sus escarceos mexicanos menciona en sus libros también a una Lucía, y a una que apodaban La Germana, y a una de nombre Mariana Yampolsky, que ameritaron tener una mención en sus recuerdos.


LOS MATRIMONIOS


Celia Calderón de la Barca Olvera (de Arenas Betancourt)

En 1950 la pintora Celia Calderón de la Barca Olvera, que venía de procesar el duelo de un amor no resuelto con el difunto pintor Julio Castellanos, le propuso matrimonio a Arenas y él aceptó. Se casaron en notaría, con David Alfaro Siqueiros como testigo, pero no alcanzaron a lo que llaman “consumar el matrimonio” porque ella armó viaje para Londres en busca de su verdadero amor del momento que era el escultor británico Henry Moore. Arenas la despidió en el aeropuerto de Ciudad de México, y la vio subir las escalerillas del avión con la sensación de que la estaba perdiendo para siempre. Moore estaba casado con la pintora rusa Irina Radetsky y le dijo a Celia que se olvidara de pretensiones porque él no se divorciaría de su mujer para casarse con otra. Celia regresó a México en 1951, y tuvo que hacerlo con pasajes comprados por Arenas Betancourt, condolido porque ella estaba sin un chelín o un penique en tierra extraña. “Pero una noche, / cansada y vencida, / volvió arrepentida / buscando el perdón”, como dice la canción. 


Cuando Celia regresó, Arenas ya se había casado de facto con Lydia Rosas Rodríguez, a quien apodaba la Soldadera, en un matrimonio del que hubo tres hijos. A la Celia arrepentida le ofreció su amistad afectuosa, pero no más; debido a que, según dijo él:


“Después de haber sido amante de su maestro de pintura Julio Castellanos… aquel que le dejó una herida profunda y un trauma emocional tan inmenso que no se entendía a sí misma, ni entendía al mundo… llevaba el recuerdo de su cadáver dentro de los pechos y entre muslo y muslo”. 


Una mujer que le era infiel a Rodrigo con el recuerdo de un hombre muerto en México, y con el recuerdo de un hombre vivo en Londres, es difícil de volver a aceptar entre sábanas y cobijas. No la aceptó.


Ella solucionó las cosas volándose la tapa de los sesos con un disparo de revólver, cuando se encontraba sola en el aula universitaria donde daba clases de dibujo. La noticia del suicidio de Celia se la dio a Arenas Betancourt su paisano el fotógrafo antioqueño Guillermo Angulo, y ese suicidio marcó al escultor.


Lydia Rosas Rodríguez (de Arenas Betancourt)

Arenas llegó a México para 1944 con el propósito de estudiar la carrera artística y perfeccionarse; y para 1974, cuando fue su tercer matrimonio, llevaba quince años de haberse separado de Lydia, su segunda esposa, que fue la madre de sus tres hijos mexicanos. Eso sitúa el regreso de Arenas a Colombia en el año de 1959, si bien los viajes entre uno y otro país fueron frecuentes hasta el último que hizo a México tres meses antes de fallecer. Con Lydia se unió en 1951 y, luego de enviudar de la primera, contrajo matrimonio legal con la segunda. Al hacer cuentas, entre 1951 y 1959 da nueve años de duración del segundo matrimonio. La relación con Margarita Muriel en las trastiendas de los talleres de Furesa ocurrió entre la separación del segundo en 1959, y la realización del tercero en 1974.


María Elena Quintero González (de Arenas Betancourt)

No fue un matrimonio formal de iglesia o notaría, sino la decisión mutua de compartir el resto de sus vidas hasta que la muerte los separara, y fue ésta la que los separó el día 14 de mayo de 1995, tras 21 años de matrimonio.


Se conocieron en 1974, cuando él era un hombre de 54 años cercano a cumplir 55, y era un veterano de batallas y trajines que cargaba con la cruz de muchas desazones y muchos desengaños, necesitado de atemperarse y de sentar cabeza. En esos momentos ella era una jovencita de apenas 23, en la flor de la vida. Dijo ella que:


“Él y yo nos casamos, pero nunca dejó de ser un mujeriego admirador de la belleza femenina en donde la encontrara. No le faltaron mujeres, y estando en sus últimos días en el lecho de enfermo, con la muerte sentada al lado en espera de que llegara el momento, él todavía seguía con la mirada turbia y los labios golosos el caminar de las enfermeras que lo atendían. Su corazón fue enamorado hasta exhalar el último suspiro”.


LA MÚSICA EN EL MAESTRO RODRIGO ARENAS BETANCOURT


En entrevista con su viuda, reconoce ella que él no tocaba ningún instrumento musical, y no era buen cantante. Sí cantaba en el baño, pero era desafinado, y le molestaba que ella se lo dijera. Tampoco fue buen bailarín. En cuanto a ser mecenas de músicos y llevador de serenatas, eso tampoco fue.


Pero sí fue melómano, y las primeras canciones que escuchó en la vida seguramente fueron música de despecho molida en los traganíqueles de las fondas de camino entre la vereda de El Uvital y el parque de Fredonia. De allí vino su gusto por oír “Mal Hombre”, canción compuesta por la mexicotexana Lydia Mendoza inspirada en una estrofa que un admirador anónimo le entregó escrita en el respaldo de un empaque de chiclets. Ella le puso música y la grabó. Esa canción le gustaba a Arenas Betancourt no porque tuviera para él algún significado personal, sino por escucharla por los días de su niñez. De hecho, las canciones de despecho de Lydia Mendoza y de su emuladora colombiana Lydia Méndez eran sus preferidas; como decir el “Tango Negro”, canción con letra y música del mexicano Belisario de Jesús García de la Garza que grabó la Mendoza y después grabó en Colombia la Méndez. Ese tema ya lo oía de antes, pero cuando empezó su vida bohemia y entendió las letras que escuchaba en su niñez, esas letras cobraron sentido. Podemos imaginarlo en sus recorridos con la Jericoana, sintiéndola reflejada en esa letra: “En un café de céntrica avenida / bailaba tango, suspirando amor; / era de negro como ella se vestía, / y resaltaba más su perdición…”. Después vino el amor frustrado de su matrimonio con Celia Calderón, y en sus oídos resonó la letra: “Jugóme, una negra traición; / por otro querer me dejó. / Tan negra tenía su alma de hiel, / que toda mi vida por siempre manchó. / Su amor fue un infierno voraz, / quemó la ilusión de mi ser… / ¡Qué negro destino! ¡Qué largo camino! / ¡Qué abismo se abre a mis pies!”.


1.

Mal hombre”, con letra de autor anónimo en el respaldo de una caja de chiclets, y música de la mexicotexana Lydia Mendoza, e interpretado por ella misma:

https://www.youtube.com/watch?v=eFnxvWgX73Y



2.

Tango negro”, con letra y música del mexicano Belisario de Jesús García de la Garza, interpretado por la colombiana Lydia Méndez:

https://www.youtube.com/watch?v=X_H5ru_qRME



Dijo Arenas que: “El antioqueño ama el tango porque tiene mucho del desarraigo del argentino”. Le gustaban los tangos de Carlos Gardel (Volver, Arrabal Amargo, Melodía de Arrabal, Amargura, Volvió una Noche…). 


Este, con música de Carlos Gardel y letra de Alfredo Lepera, que grabó el mismo Gardel, “Volvió una noche, / nunca lo olvido, / con la mirada triste y sin luz. / Tuve miedo de aquel espectro / que fue locura en mi juventud…” qué bien se aplica al regreso de Celia con la esperanza de recuperarlo, cuando él ya vivía la vida al lado de otra. 


3.

Volvió una noche” (…nunca lo olvido, con la mirada triste y sin luz. Tuve miedo de aquel espectro que fue locura en mi juventud…), con música de Carlos Gardel y letra de Alfredo Lepera:

https://www.youtube.com/watch?v=i3D1Gk1KY-Y


Del mismo corte, cuya letra puede aplicarse a la tortura de su frustrado amor con Celia Calderón, es el tango “La brisa”, que con letra de Juan Andrés Caruso y música de los hermanos Juan y Francisco Canaro interpreta Andrés Falgás, tango que se empezó a oír en los traganíqueles cuando de los restos de Celia no quedaban ni las cenizas, pero él en la letra sí la recordaba para arrugarle el corazón: 


4.

La brisa” (…una noche, cansada y vencida, volvió arrepentida buscando el perdón…), con música de los hermanos Juan y Francisco Canaro y letra de Juan Andrés Caruso:

https://www.youtube.com/watch?v=qF-acwx5Hxc

“Yo fui sincero y supe quererla, / sin pensar que un día pudiera perderla, / pero ella nunca pensó en escucharme, / y siguió su camino, tal vez para odiarme. / Y yo en silencio guardé mis penas, / que me torturan y me condenan; / pero una noche, cansada y vencida, / volvió arrepentida buscando el perdón. / Después de haber bebido la copa de amargura, / después de haber sufrido la cruel humillación, / tuviste la osadía de hablarme del pasado; / has deshecho mi vida, ¡Vos no tenés perdón! / Que lindo hubiera sido seguir nuestros amores, / unir nuestras dos almas, formar un dulce hogar. / Solo queda el recuerdo, y aquel retrato amado / que un día me entregaste, jurando siempre amor”.


Cuando Celia regresó de Londres lo fue a buscar al estudio y le preguntó:


“¿Qué fue de mi retrato que tenías en la pared?”. 


La respuesta de él no pudo ser más dolorosa. Junto con todo lo demás que tenía de ella, le había prendido fuego en el patio, para arrancarla de la memoria.


En cuanto a él mismo, muy presente debió tener toda su vida sus comienzos de campesino con las humildes camisas de lino barato, de percal (¿Te acuerdas del percal?), que usaba a los catorce abriles y luego sustituyó por camisas de seda y otras texturas de más vuelo y de más mundo. “Percal”, un tango con música de Domingo Federico y letra de Homero Expósito, que interpreta Alberto Podestá con acompañamiento de la orquesta de Miguel Caló, era espejo de su vida cuando se lanzó a recorrer el mundo.  


5.

Percal”, tango con música de Domingo Federico y letra de Homero Expósito, interpretado por Alberto Podestá con acompañamiento de la orquesta de Miguel Caló:

https://www.youtube.com/watch?v=d8_ketmc86Q

“Percal, ¿Te acuerdas del percal? / Tenías quince abriles, y anhelos de sufrir y amar; / de ir al centro, triunfar, y olvidar el percal. / Percal… Camino del percal, te fuiste de tu casa / y sólo sé que al final te olvidaste del percal. / La juventud se fue, tu casa ya no está, / y en el ayer tirados se han quedado, acobardados, / tu percal y mi pasado”.


Le gustaba también “Celosa” (…No puedo negarlo que estuve celosa, al ver que con otra te burlas de mí…), vals con letra y música de Pablo Rodríguez, interpretado por Lydia Mendoza.


6.

Celosa” (…No puedo negarlo que estuve celosa, al ver que con otra te burlas de mí…), vals con letra y música de Pablo Rodríguez, interpretado por Lydia Mendoza:

https://www.youtube.com/watch?v=7tFl0xKsY0o


Y le gustaba “Desdén”, un vals peruano con letra y música de Miguel Paz, interpretado por María Jesús Vásquez Vásquez, “Jesús Vásquez”, acompañada por José Carlos Martínez (1896-1946) y su conjunto típico peruano:  “Aunque mi vida está de sombras llena, no necesito amar, no necesito”.


7.

Desdén” (…Aunque mi vida está de sombras llena, no necesito amar, no necesito…), vals peruano con letra y música de Miguel Paz, interpretado por María Jesús Vásquez Vásquez, “Jesús Vásquez”, acompañada por José Carlos Martínez (1896-1946) y su conjunto típico peruano:

https://www.youtube.com/watch?v=Y3rgZiZZjO8


Hizo parte de sus simpatías el tango de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo que compara a los barcos viejos y desvencijados que no admiten reparación en su abandono de algún recodo, “Turbio fondeadero donde van a recalar, naves que en el puerto para siempre han de quedar”, con los viejos marineros que no son contratados para embarcarse en largas travesías ni tienen ya arrestos para tener un amor en cada puerto. En su letra hay algo de la vejez maltrecha, y de los desamores de las mujeres que se suben a un avión para poner tierra de por medio y ya no regresan: “¡Niebla de El Riachuelo!, de ese amor para siempre me vas alejando... Nunca más volvió, nunca más la vi, nunca más su voz nombró mi nombre junto a mí... esa misma voz que dijo: "¡Adiós!".


8.

Niebla de El Riachuelo” (…Turbio fondeadero donde van a recalar, naves que en el puerto para siempre han de quedar…), con música de Juan Carlos Cobián y letra de Enrique Cadícamo, interpretado por Roberto Polaco Goyeneche:

https://www.youtube.com/watch?v=tkyYytIp4TA


El regreso de Celia a México debió dolerle por la sensación de fracaso, y por no anticipar el desenlace trágico que tendría, lo que explica la particular debilidad que tenía por escuchar a Víctor Piñero con Los Melódicos cantando el bolero de Sergio de Karlo “Flores negras”: “Me hacen daño tus ojos, me hacen daño tus manos, / me hacen daño tus labios que saben herir. / A mi sombra pregunto si esos labios, que quiero, / un beso sagrado podrán fingir. / Y, aunque viva prisionero de mi soledad, / mi alma te dirá: "Te quiero". / Esos labios guardan flamas / de un beso voraz, que no olvidarás mañana. / Flores negras, que el destino nos aparta sin piedad, / pero el día vendrá en que seas / para mí no más, no más”. Este bolero fue grabado unido a otro de la autoría de Johnny Rodríguez, cuya letra bien se acomoda a la situación vivida con Celia Calderón. “Fichas negras”: “Yo te perdí, como pierde aquel buen jugador / que la suerte reversa marcó, su destino fatal. / Yo allí jugué con mis cartas abiertas al amor; / la confianza que tuve tronchó, nuestra felicidad. / Pero, en cambio, tú me jugaste fichas sin valor, / fichas negras como es el color, de tu perversidad. / Hoy ya perdí, y te juro no vuelvo a jugar, / porque a nadie volveré a amar / cómo te quiero a ti”.


9.

Flores negras” y “Fichas negras”, interpreta Víctor Piñero con Los Melódicos:

https://www.youtube.com/watch?v=ME4gNzO3O-o


Arenas sí volvió a amar, porque las letras de las canciones no siempre calzan al 100% con los designios del corazón.


Al encontrar a María Elena Quintero en su camino, le vino muy a propósito el tema compuesto por Lorenzo Barcelata titulado “María Elena”, que muchos conocen por el título “Tuyo es mi corazón”: Quiero cantarte, mujer, / mi más bonita canción… / Mi vida la embellece una esperanza azul; / mi vida tiene un sueño, que le diste tú. / Tuyo es mi corazón, oh sol de mi querer”.


10.

Muchos lo conocen como “Tuyo es mi corazón”, pero su título real es “María Elena”, de la autoría de Lorenzo Barcelata. Hay muchas versiones, pero pondré como ejemplo una que tiene la introducción que muchos omiten. Por el dueto de Ríos y Macías está la que tiene (Quiero cantarte, mujer, mi más bonita canción… Mi vida la embellece una esperanza azul; mi vida tiene un sueño, que le diste tú, Tuyo es mi corazón, oh sol de mi querer…):

https://www.youtube.com/watch?v=eie9uF63ilg


María Elena le trajo seguridad de hogar a un alma que fue bohemia por naturaleza, y supo aceptarlo con sus defectos y sus virtudes (y en ocasiones, la mayoría, más virtudes que defectos), acompañándolo hasta el último minuto de su vida. De ahí para acá, la vida de María Elena ha estado dedicada a recordarlo y a rendir tributo a la memoria del amor de su vida y padre de sus dos hijos.


PAZ EN SU TUMBA


Hicimos un recorrido por las mujeres de la vida de Arenas Betancourt, mencionadas en los libros “Crónicas de la errancia, del amor, y de la muerte”; “Los pasos del condenado”; “Rodrigo Arenas Betancourt, el sueño de la libertad, pasos de una vida en la muerte”; “Arenas Betancourt, un realista más allá del tiempo”; y también por las canciones que a él le gustaban, según testimonia su viuda al recordar sus tarareos y cantos destemplados, y los alaridos de su alma pletórica de vida. 

Este artículo se complementa con el inserto “Rodrigo Arenas Betancourt, Ave Fénix que resurgió de su secuestro”, de este blog Postigo de Orcasas.


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



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