Hay un tango titulado “Amores de estudiante”, con música de Carlos Gardel y letra de Alfredo Lepera y Mario Batistella, que dice que: “Hoy un juramento, /mañana una traición. /Amores de estudiante, /flores de un día son”, refiriéndose a aquella flor que solamente dura un día en el tallo y muere, para dar paso en el amanecer siguiente a una nueva flor que también tendrá una vida efímera:
Flor de un día,
Hemerocallis fulva
Por contraste, hay otro tango con música de Enrique Francini y letra de Carlos Bahr, titulado “Mañana iré temprano”, en que el enamorado le promete a su finada amada que mañana irá temprano al cementerio para llevar a su tumba “las flores que tú amabas… las siemprevivas de mi dolor”, refiriéndose a aquellas otras no tan airosas ni tan vistosas, pero que las damas se aburren de tenerlas tanto tiempo en el florero y proceden a reemplazar sin que hayan completado su vida útil de ornamentación.
Siemprevivas, Xerochrysum
bracteatum
Tal la fama de las personas. Las hay de siempreviva, cuya fama es perenne en el tiempo, como la de Carlos Gardel; y las hay como flores de un día, efímeras, que duran un cuarto de hora y luego se olvidan. Hay unas que se merecen ese olvido, pero hay otras cuyo destino es injusto porque debieran haber brillado por más tiempo.
La noche de anoche fue un encuentro de apenas siete u ocho parejas, las suficientes para que ninguno tuviera que tirar cojines al piso y sentarse en el suelo. Ocho parejas, si contamos a las dos abuelas que suelen acostarse temprano pero sus hijos invitaron para no dejarlas solas en casa. Y si contamos la pareja que conformábamos la gata de la casa y yo, que había ido solo. A la gata hay que contarla, porque ella se sube a su mueble preferido y “busque, mijo, donde sentarse; porque este sillón es mío y no se lo presto a nadie, ¿Entiende?”. Digamos que yo estaba solo, porque la gata ni siquiera me miró.
Los dueños de casa (excelentes anfitriones, y no es por adularlos) estuvieron atentos a las exquisitas viandas y abundantes pasabocas, y el invitante tenía preparado un menú de rarezas musicales como para chuparse los dedos. Tenía que ser así, puesto que todos los asistentes tienen vínculos con la Corporación Club Sonora Matancera de Antioquia, que se prepara para celebrar el año entrante los 40 años de fundada y no sólo ha alcanzado renombre internacional sino el reconocimiento de los herederos del conjunto cubano que, en el año pasado, cumplió 90 años de fundado. El grupo de asistentes estaba compuesto por gente que sabe de música caribe, y por la gata y yo que no sabemos pero nos arrimamos a los que saben para tratar de aprender alguna cosa. La gata se hacía la dormida, pero movía las orejas en señal de que escuchaba. Y yo alcancé a dormir un poco (más de diez aguardientes, para mí, son un somnífero que me aísla del mundo por más Sonora Matancera que suene).
En ese encuentro estuve recordando mi viaje a Cuba para el Festival del Bolero de junio del 2014, cuando pasamos por el lugar donde murió el compositor cubano Polo Montañez, de lo que hice esta reseña:
[Me dijo el conductor del taxi particular que nos transportaba: “Ajá, chico, ¿Qué tú sabes de Polo Montañez? Él fue descubierto allá en tu país. Fueron los colombianos los que lo descubrieron para los cubanos”. Esa no la sabía. Me fui donde el Sr. Google y él me dijo que eso no era literalmente cierto, puesto que Montañez fue descubierto en Cuba por el portugofrancés José da Silva, de la casa grabadora Lusáfrica-Recsa de París. Da Silva se lo recomendó a don Humberto Moreno Cortés de Discos MTM Colombia, que hizo la primera grabación de Montañez y encontró en él un filón que sólo duró tres años hasta su trágica muerte en noviembre de 2002 cuando conducía su vehículo por la autopista de Pinar del Río, frente a la presa La Coronela, y se incrustó detrás de un camión mal parqueado en la vía. La falta de señalización influyó, seguramente, en el accidente; pero el grado de licor que llevaba el cantor campesino también seguramente tuvo su peso en tan fatal desenlace. En Colombia se convirtió en ídolo cuando todavía era prácticamente desconocido en su patria, y nuestro país lo inspiró a hacerle un homenaje en esta obra que cantó con la alegría de su alma guajira campirana].
“Colombia”, por Polo Montañez:
Otra de las cosas que recuerdo de ese viaje es la grata impresión que me llevé con un cantante sobre quien escribí esta reseña:
[Recuerdo a Dálila Tito San Jorge, un travesti cubano ya maduro, drag queen vestido con una batola vaporosa como negligé, de un rubio y desmesurado peinado afro, que salió al escenario con más aspecto de estilista capilar que de cantante. Hasta que empezó a cantar con una potente voz andrógina entre mezzosopránica y baritonal que pareció mezclar simbióticamente a Omara Portuondo, a Elena Burke, a Olga Guillot, a las reinas del “filin”. Extraordinario. Me pareció extraordinario. Su voz fue la del cierre de la noche, y el público lo aplaudió a rabiar. Mis acompañantes se rieron cuando escucharon mi comentario de que a un artista así se le pueden perdonar el afro y la batola].
No encontré fotografías de Dálila Tito San Jorge para compartir con ustedes porque ella, o él, no existen para el Sr. Google; ni encontré videos o grabaciones con su voz porque tampoco existe para doña You Tube de Google.
Siento la necesidad de hablarles en este momento de Freddy Mercury y de decirles que vi una vez en televisión a “Queen”, la banda británica de rock, y me llamó la atención que, a pesar del bigote, su cantante tuviera con su largo y cuidado cabello, sus ademanes, y su maquillaje, un aspecto bastante femenino. No sé si sólo fueran las excentricidades exigidas por su papel al subirse al escenario, pero era uno de esos casos en que uno no sabe si el tipo es gallo o es gallina; o si a la hora de la verdad es gallo pero parece ser gallina.
Freddie Mercury, cantante de Queen
Digo esto porque entre las rarezas que el anfitrión nos presentó se dejó oír de pronto una voz andrógina de mezzosoprano tirando a bajo, que resultó corresponder a una interpretación de Freddy, pero no el Freddie Mercury del que estamos hablando sino una cantante cubana que sólo estuvo tres años en escena entre 1959 y 1961. Cuando falleció, en ese año, había grabado un solo disco de larga duración que quizás no fue muy divulgado, y esto lo digo porque para la mayoría de los asistentes, por no decir que para todos, Freddy resultó ser una verdadera desconocida. Este artículo bien hubiera podido titularse como “Freddy, o la historia de una mujer llamada Fredesbinda”, pero no quise poner a mis lectores a preguntar ¿Cuál Fredesbinda? Creo que sólo hay una, y creo que sólo una habrá. Que su voz fuera tan andrógina que a uno se le ocurriera elucubrar que parece un hombre, era un elemento que daba para pensar; pero que a la apariencia física de la malencarada fotografía que vimos en pantalla se le agregara una especie de sombra de bigote, no dejaba lugar a dudas: “A esta vieja sólo le falta un grado para ser hombre”, me atreví a opinar en voz alta, dándole salida a mi pensamiento. La Freddy le decían, para que el artículo “la” suavizara un poco su sonoridad de hombre; y tuvo, creo, el infortunio de surgir en el momento en que Fidel Castro llegaba al poder en Cuba y la situación de trabajo en los centros de vida nocturna se complicaba. Veamos su figura y, de paso, oigamos su voz:
Fredesbinda “Freddy” García Valdés, con el productor musical Humberto Suárez,
a su izquierda; y Jesús Goris el propietario de Discos Puchito, a su derecha
“El hombre que yo amé”:
A Fredesbinda García Valdés (hay quien dice que su Valdés era también una especie de maquillaje de conveniencia social), nacida en Camagüey en 1933 y fallecida de infarto mezclado con borrachera en San Juan de Puerto Rico en 1961, no la culpo por hacerse llamar Freddy. Ese Fredesbinda no suena ni como nombre artístico, ni como nombre, ni como apodo. Si Fredesvinda, como algunos prefieren escribir porque su nombre tal vez ni ella misma supiera cómo se escribe, hubiera sido una mujer adinerada; con seguridad hubiera pagado gastos notariales para hacerse cambiar el nombre. Pero, además, si Fredesbinda hubiera sido rica, con seguridad se hubiera gastado toda la plata del mundo en cirujanos plásticos para cambiar la hombruna apariencia de su mole corporal que pesaba 300 libras. Ciento cincuenta kilos no hay manera de repartirlos en el cuerpo y que no se noten. Se notan porque se notan. No sé cuáles hayan sido sus inclinaciones sexuales. Eso no hay manera de saberlo porque, supone uno, a tal mole no hay hombre ni mujer que se le arrime. Pero sí hubo un hombre, y fue el que la dejó en embarazo de su única hija de nombre Grisel, hija a la que tuvo que abandonar en Cuba, dejándola al cuidado de otras personas, cuando salió de correría artística por Venezuela, Colombia, y Puerto Rico. No mucho antes de salir de Cuba se dio lo de su trasteo de una pieza de inquilinato para un hospedaje de arrimada, y dice la compositora cubana Marta Valdés, que iba a su lado en el automóvil, que “Todo lo material que poseía Freddy cabía en una cajita que ella misma llevaba cargada sobre las piernas”. En Puerto Rico se radicó porque era allí donde el destino le tenía reservada una cita con la muerte que la sorprendió en tal pobreza que sus amigos tuvieron que hacer colecta para pagar lo de su entierro. Quiso el destino que su arte no le diera para ser una mujer adinerada, y quiso él que a su paso por Colombia no dejara mayor huella entre nosotros porque ¿Quién la conoce? ¿Quién recuerda alguna cosa de su presentación? ¡Nadie! Creo que nadie. Esta mujer de raza mulata, una raza que no es raza porque a su vez es una fusión o mestizaje, tuvo el infortunio de ser demasiado gorda, de ser demasiado mulata, y de ser demasiado fea; y a pesar de sus efímeros triunfos artísticos, tuvo el infortunio de correr con mala suerte. Cuál sería su mala suerte que su historia no sólo figuró en la reconocida novela “Tres tristes tigres”, de Guillermo Cabrera Infante, sino que dio pie para que Cabrera Infante publicara otro libro con el título de “Ella cantaba boleros”. Su infortunio no consistió en que Cabrera Infante se fijara en ella y la publicitara, sino en que contó su historia dándole literariamente el nombre supuesto de “Estrella Rodríguez”. Con ese disfraz no la reconoce nadie. Su historia es una historia de novela, porque esta analfabeta campesina camagüeyana emigró a La Habana y allí se colocó (¿De qué otra cosa?) como empleada doméstica. Era su oficio barrer y trapear pisos en la casa que don Arturo Bengochea tenía en el barrio El Vedado, que tal vez fuera un sector muy exclusivo por esos días. Muy exclusivo sí, pero no para gente como ella que a nada podía aspirar fuera de ser fregona por un tiempo, para después ascender a cocinera. Pero, como todo no pueden ser malas noticias, un día alguien la oyó cantar a capella, mientras sacudía escobas; y la puso en contacto con don Jesús Goris el dueño del sello musical Puchito, quien en 1960 le grabó un único disco de larga duración con 12 canciones, que se convirtió en un objeto de culto para coleccionistas. Alcanzó a compartir escenario en emisoras con Benny Moré y Celia Cruz, y a emprender esa correría que finalizaría en el lugar donde encontró su tumba, una tumba que nadie visita, ni le reza, ni le pone flores, una tumba que tal vez figure como de N. N.
“Vivamos hoy”:
Sobre la muerte del personaje de Estrella Rodríguez el triple tigre de Guillermo Cabrera Infante dice tristemente que “De aquel monstruo humano, de aquella bestialidad enorme, no queda más que un esqueleto igual a los cientos, miles, millones”… de esqueletos que pueblan los cementerios, metido en una tumba poco menos que anónima. Y así remata: “No sé si todo este lío es cierto o es falso. Lo que sí es verdad es que ella está muerta, y que dentro de poco nadie la recordará”. Triste destino porque, como dicen, la verdadera muerte llega cuando a uno ya nadie lo recuerda.
Freddy no alcanzó a grabar más discos. ¿Cómo le iba a grabar más discos don Jesús Goris si muy pronto se vio obligado a cerrar su empresa y a emigrar del país que la revolución castrista había vuelto hostil para los empresarios? En los tres años iniciales de la revolución, de todos modos, La Freddy tuvo su cuartico de hora andywarholiano que, por lo menos, ha logrado que hoy nos ocupemos de ella.
No voy a escribir una profusa ni exhaustiva biografía suya porque ya otros se han ocupado de hacerlo. Una especie de minibiografía de 3 minutos en su homenaje fue compuesta por la cubana Ela O´Farrill, y es hermoso escucharla en la propia voz de la protagonista con el único título que cabía ponérsele a tal obra:
“Freddy”, composición de Ela O´Farrill, interpretada por La Freddy:
Es una pieza que comienza con unos acordes de película como Misión Imposible o El Hombre Increíble, como si la compositora O´Farrill quisiera aludir a la casi increíble historia de Fredesbinda y a la casi imposible misión de transformar a semejante mole en una estrella: “Soy una mujer que canta, /para mitigar las penas… /¿Qué fue mi vida desde siempre? /Sólo trabajo y miseria… /No era nada, ni nadie, y ahora dicen /que soy una estrella”. Era una misión imposible, pero el milagro no lo logró su figura sino su increíble voz; una voz que, al decir de antropólogo y jazzcaribmusicólogo payanés Jairo Grijalba Ruiz, era “una voz sobrenatural que parecía la erupción de un volcán, o el trepidar de un temblor de tierra”:
Hay un dossier amplio en textos, en fotografías, y en bibliografía; montado en el blog “Herencia Latina” por Jairo Grijalba, del que todo hay que tomar y nada hay para agregar, del que no saco nada por las razones que me dio el Dr. Luciano Londoño López en el prólogo para mi libro “Buenos Aires, portón de Medellín”:
“Con Arturo Jaureche diré ahora que incurro en transcripciones a menudo extensas… Lo hago por humildad, porque me parece que si otro lo ha dicho mejor que yo, mejor es reproducirlo que parasitarlo”.
Remito, pues, al dossier agrupado bajo el título de “Sombras y más sombras –Vida y obra de Freddy la bolerista” en el blog mencionado:
Comparto con ustedes también la versión de La Freddy del bolero de Consuelo Velásquez:
“Bésame mucho”:
Y su versión del bolero de Agustín Lara:
“Noche de ronda”:
Aquí está la lista de las doce canciones incluidas en ese único álbum de larga duración grabado por La Freddy en el sello musical Puchito, haciendo la aclaración de que como complemento datos en un video de You Tube donde dan el año de 1952 como fecha de grabación, lo que no corresponde con la realidad, puesto que el álbum fue grabado en 1960 durante los tres años de vida artística en que la cantante fue conocida, antes de que viniera la muerte a buscarla.
Lista de Canciones, y enlace del álbum completo:
01) Debí llorar (de Piloto y Vera)
02) Freddy (de Ela O´Farrill)
03) Gracias mi amor (de Jesús Faneity)
04) El hombre que yo amé (George Gershwin)
05) Noche y día (de Cole Porter)
06) Tengo (de Marta Valdés)
07) Vivamos hoy (de Wilfredo Riquelme)
08) La cita (de Gabriel Ruiz)
09) Noche de ronda (de Agustín Lara)
10) Bésame mucho (de Consuelo Velásquez)
11) Tengo que decirte (de Rafael Pedraza)
12) Sombras y más sombras (de Humberto Suárez)
Encuentro un paralelo entre la situación de Fredesbinda y la de Polo Montañez. Porque ambos eran cubanos, porque ambos tenían un origen campesino, y porque ambos vinieron a obtener reconocimiento artístico sólo en sus últimos tres años de vida. La diferencia es que a Polo lo seguimos recordando, mientras que La Freddy parece haber sido olvidada por la memoria colectiva.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Postscriptum:
La cubana Rosa Marquetti (sobrina de Luis Marquetti, el bolerista compositor de “Allí donde tú sabes”, “Amor qué malo eres”, “Plazos traicioneros”, “Sábelo tú”, y otros) tiene un blog denominado “Desmemoriados música cubana.blogspot.com.co”, con interesantísimos artículos entre los que hay uno dedicado a La Freddy con el título de “Freddy anda por las calles”, artículo que contiene amplitud de datos biográficos y curiosas fotografías:
Muchas gracias, Orlando, por citar mi blog y comentar sobre él. Muy interesante también su trabajo en esta su bitácora.!!
ResponderEliminarMil gracias, querida Rosa Marquetti, por su bello mensaje. Me alegra que este artículo haya sido de su agrado, me alegra divulgar el enlace de su blog para que los lectores se enteren de la minibiografía de Fredesbinda García, y me alegra contribuir a divulgar el nombre de La Freddy como una cantante excepciona. Cordial Saludo, Orcasas
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