martes, 8 de diciembre de 2015

129. Bananas al vuelo

El plátano es una fruta originaria del suroeste asiático conocida desde 500 años antes de Cristo, y en la actualidad su consumo se ha extendido por todo el mundo, con grandes cultivos en los países tropicales. El nombre científico de las variedades de consumo más extendido proviene de la familia de las Musáceae, el orden de las Scitamineae, género de las Musa, sección de las Eumusa; y el subgrupo de mayor calidad es distinguido por el apellido Cavendish aportado a la clasificación por al parecer un anónimo cultivador o estudioso que no registran las monografías especializadas en este producto cuya variedad frutal de consumo crudo conocemos con el nombre de “banano”, un nombre que proviene de una palabra árabe que significa “dedo”.


Los países de mayor producción son India y Filipinas, en el Asia; y en América los de Colombia, Ecuador, y los países centroamericanos; puesto que las condiciones climáticas imperantes la favorecen. Son países que se han agrupado en la UPEB (Unión de países exportadores de banano) en un intento por dominar el comercio mundial a la manera de los países de la OPEP (Organización de países exportadores de petróleo), pero es un intento fallido porque se enfrentan al poderoso consorcio de las grandes empresas multinacionales compradoras que ponen las condiciones de mercado y, en la práctica, vienen a ser sólo tres: United Brands (Chiquita) o United Fruit Company, Castle and Cooke (Dole), y Del Monte. Son estas las que determinan los precios, determinan a quien le compran y a quien no, y determinan qué le compran y cuánto le compran. El banano que no cumple con sus parámetros de calidad de exportación es desechado para dar de comer a los marranos, o para traer en camiones que surten las carretillas de venta perifoneada por las calles de Medellín (“A cien, a cien, doce por mil, lleve la docena por mil”) y surtir a los supermercados. No significa esto que su calidad no sea apta para el consumo humano, sino que alguna circunstancia en el tamaño del producto, maltrato en la operación, o fecha prevista de maduración, hace que no pueda ser llevado a Europa o al Japón. De ahí que en los supermercados se encuentren a veces bananos con las contramarcas “Chiquita” o “Unibán” adheridas con stickers. Los otros, los que pasaron las pruebas, van a adornar las mesas de los comensales del mundo, convertidos en golosinas de sobremesa. Es un negocio que mueve millones de dólares, y sustenta de modo importante la economía de varios países.

Pues, bien, según los estudiosos botánicos esta fruta está en vías de desaparecer; pero primero se convertirá en un producto tan apreciado, tan escaso, y tan costoso, como el caviar de primerísima calidad.

Plátano a precio de caviar-La variedad más popular se dirige hacia la extinción” en Yahoo noticias:


Es una mala noticia para la región de Urabá en Antioquia, cuya cercanía con el canal de Panamá la hizo óptima para el desarrollo de su producción por el abaratamiento en los costos de transporte, desaparecido el Ferrocarril del Magdalena y disminuida la producción magdalenense después de la llamada “Masacre de las Bananeras”.

El banano en Centroamérica debe su auge a que un gringo de nombre Minor Keith (o su tío, para ser más precisos) recibió la concesión de construir el Ferrocarril de Costa Rica en el siglo XIX, y esto le costó un dineral que no se recuperaba solamente con el transporte de pasajeros y alguna que otra carga. Encontró en el cultivo del banano y en los grandes volúmenes de exportación la carga necesaria para hacer viable el negocio del transporte ferroviario. El banano en esa región comenzó siendo un negocio marginal.

A Centroamérica llegó un hombre nacido en Missouri, Estados Unidos, con el encargo de construir unos molinos de harina. Se casó con una bella dama mexicana de apellido Rodríguez, y luego recibió el encargo de construir unos molinos para la empresa Harinera Antioqueña de Medellín, donde vino a parar con su esposa y se enamoró de esta ciudad en donde se respiraban aires de prosperidad. Mr. Louis Halley Coulson se convirtió en el Sr. Luis H. Coulson, y aquí hizo dos cosas: montó una empresa que se llamó Molinos Nutibara, con su filial la Fábrica de Galletas Coro, sigla derivada de los apellidos Coulson Rodríguez de sus hijos; y montó una plantación de banano en Urabá, cultivo que había aprendido a manejar a su paso por Centroamérica. En Medellín nacieron sus hijos Jorge Pedro, Luis Ricardo y Joann Coulson Rodríguez.

En los comienzos de su llegada a Medellín el transporte aéreo de pasajeros era incipiente, y la carretera al mar de Urabá era apenas un sueño impulsado por don Gonzalo Mejía Trujillo y dos o tres visionarios, no más. La carretera era una trocha denominada “La vía de la muerte” donde al encontrarse dos camiones uno podía seguir hacia adelante, y el otro debía retroceder hasta rodar por un precipicio. De allí le vino a don Luis Coulson la idea de montar su tercer negocio pensado en el desarrollo de la aviación regional en nuestro país, y alquilando aviones después de la segunda guerra mundial lideró la fundación de la empresa ACES (Aerovías Centrales de Colombia), y lideró la fundación de la empresa SAM (Sociedad aeronáutica de Medellín), y lideró la fundación de la empresa aérea de carga TAMPA (Transportes aéreos mercantiles panamericanos). Su nombre está ligado indisolublemente al desarrollo del transporte aéreo en nuestro país, y su afecto a esta ciudad de donde no quiso salir después de conocerla, y en donde se quedó para esperar la muerte después de aportarle el caudal de su energía empresarial. 


Recientemente se realizó en Medellín un diplomado para el periodismo especializado en aeronáutica, y el afable don Jorge Coulson fue invitado a dar cátedra sobre el tema, y testimonio de las empresas que él gerenció, llevado por la dirección visionaria de su padre. Fue don Louis H. Coulson, a no dudarlo, un antioqueño de corazón.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


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