Reseña de lectura
VENGO A DECIRLE ADIÓS A LOS MUCHACHOS
de Daniel Santos–
Por Joseán Ramos (Puerto Rico)
Publicaciones Gaviota de Río Piedras en Puerto Rico
4ª edición revisada y ampliada, noviembre de 2015
(Reedición para conmemorar el centenario natal del cantante puertorriqueño Daniel Santos Betancourt, nacido realmente en junio 6 de 1916 y fallecido en noviembre 27 de 1992; a los 25 años de haber publicado la primera edición de esta biografía en junio 6 de 1989, cuando el personaje aún vivía y celebraba sus 76 años).
Un libro, y este no es la excepción, tiene tantas lecturas cuantos lectores tenga, que están condicionados por los antecedentes, los conocimientos, los sentimientos, las simpatías, las predisposiciones y los prejuicios de cada quien. No encontrarán los amantes de la música clásica material de interés en este libro sobre un cantante que es un ícono de la música popular; uno que fue cantante de los de antes, cuando para triunfar en la música se requería tener talento, voz, y capacidad para salir adelante sin las ayudas tecnológicas, pistas, y karaokes, de que disponen muchos en la actualidad. Fue Daniel Santos artista en una época diferente de la de ahora, cuando en cualquier reality show de la televisión promocionan, ensalzan, inflan, hinchan, engordan, y elevan de categoría a cualquier aspirante que, mirado con ojos estrictos de calificación, no pasa de ser un mediocre aficionado. Hay que entender que para que un cantante sobresalga del montón tiene que tener un compositor que le haga sus canciones y, al parecer, los compositores se han acabado. Los cantantes se presentan en público una y otra vez cantando las mismas canciones de hace treinta, cuarenta, y más años, que gracias a su promoción vuelven a surgir como si fuera la primera vez que se oyen, y hasta aparecen en Google como si fueran de la autoría de ese cantante que sin tal recurso se tendría que resignar a cantar villancicos. La sola faceta de compositor de más de 300 canciones de su autoría, ya hace de Daniel Santos un hombre meritorio en su exitoso legado.
El autor califica este libro como novela, seguramente por la cantidad de situaciones y diálogos que tuvo que recrear sin haberlos vivido; pero es obvio que se trata también de una biografía, por la cantidad de datos de los que fue testigo presencial como acompañante en la sombra del personaje, o recibió información confiable de primera mano de personas que conoció en el ejercicio de su labor; aparte la cantidad de indagaciones y datos sobre otros artistas a los que tuvo que recurrir para completar lo que desde ese punto de vista puede también considerarse un ensayo del que, no dudo, va a convertirse en libro de consulta y referencia para los que lo adquieran, como seguramente ya lo es para los que compraron las primeras ediciones.
Hay quién dice que de los artistas lo único que interesa es su obra, y que la vida privada debe respetarse y dejarse en la intimidad. Si así fuera, no existirían las revistas del corazón ni las de farándula, en Hollywood no montarían un espectáculo de alfombra roja para que el público contemple a sus artistas en la entrega de los Premios Oscar, y las biografías no se necesitarían porque podrían reemplazarse por un simple catálogo discográfico o por un boletín; pero la realidad dice que el público se siente ávido de conocer detalles e intimidades de la vida de sus ídolos, y es en este sentido en lo que las biografías llenan el vacío que las noticias de prensa no alcanzan a cubrir.
Tuve que emprender dos veces la lectura porque en la primera se me dificultó identificar las situaciones, hasta que entendí que el narrador omnisciente en tercera persona es el autor que asume el apodo de El Secre, por haber sido secretario de prensa para Daniel Santos en la correría de “Los tres ases del bolero” que éste realizó junto con Leo Marini y Roberto Ledesma por varias ciudades de Colombia en el mes de julio de 1977, y fue una sorpresa para mí encontrar a Medellín como locación protagonista de varios de los primeros sucesos relatados en el libro, como decir una alusión a la Discoteca Viejos Tiempos, más una alusión al afamado Salón de los Espejos del Hotel Nutibara que sirve a su vez como metáfora para las reflexiones del personaje biografiado, que se mira en otros artistas como en un espejo, en una sucesión de espejos de sus reflexiones (“Daniel lloró el dolor de Panchito Riset y su miseria, el de Sindo Garay cuando cantó la última canción, el de don Pedro Flores en su lecho de soledades, y el suyo frente a los espejos… y un frío como de muerte se apoderó de su cuerpo, como un desgarramiento del más terrible dolor, se le nublaron los ojos, alma y corazón adentro, y le llegó hasta el hueso aquel terrible dolor de aquel horrible momento que vivía frente al espejo empañado…”, pág. 52). Entendí, entonces, que había párrafos relatados en tercera persona por el narrador, y párrafos relatados en primera persona con las reflexiones del cantante. A mi modo de ver, al libro le hubiera venido bien una solución en el terreno del Diseño Gráfico. Cuando logré entender mi dificultad de la primera lectura, procedí a tener lápiz a la mano para señalar y distinguir unos párrafos de otros y ¡Listo! Para ser más gráfico en lo que quiero decir, diré por lo tanto que:
“Sabedor de que este ejemplar venía en camino hacia mí, mi expectativa crecía y crecía, hasta que llegó el momento de tenerlo entre manos y ahora procedo a leer su dedicatoria: “Para Orlando Ramírez-Casas, con el mayor respeto, esta aventura musical con nuestro querido Jefe cuando vino a decirle adiós a los muchachos. Con abrazo…”. Sella la rúbrica del autor Joseán Ramos, a quien aún no conozco personalmente sino por referencias, y la nota de que es una cortesía de don Cristóbal Díaz Ayala. Don Cristóbal es el autor del prólogo en el que hace mención al hecho de que tratándose de una obra biográfica sobre un cantante de música popular, ha sido escrita desde un punto de vista del quehacer literario porque “… Joseán acomete el juego al revés y, en vez de poner el protagonista al servicio de la literatura, usa la literatura como herramienta para darnos lo que es al mismo tiempo una biografía, un retrato sicológico, un guion cinematográfico, y un testimonio de los tiempos; como puede, y debe ser, una buena obra literaria…”. En este enunciado don Cristóbal ya responde a mi primera inquietud de si me estoy enfrentando a la lectura de una biografía o un ensayo apegados a la realidad, o de una novela con las concesiones que en tales casos se hacen a la ficción. Creo entender, entonces, y la respuesta me la dará la lectura, que la literatura solamente va a aportar el uso de metáforas e imágenes, como licencia para transmitir hechos reales”.
Recurre el autor a frases tomadas de las letras de muchas canciones del personaje, o de otras que fueron escuchadas por la época, combinándolas con textos de su autoría. Son frases que van aflorando dentro del contexto, como si vinieran del subconsciente para desempolvar la memoria de los lectores. Tal el caso, entre muchos, del párrafo donde dice en la página 25 que “Una ola de amargura mojó las penas de su alma cuando se vio en uno de los espejos intermedios como el payaso aquel que en cofre de vulgar hipocresía ante la gente esconde su destino… payaso como el de Javier Solís…”. En las notas finales el autor reconoce estas letras intercaladas como otra de las voces que le ayudan en la narración.
En la primera página se encuentra uno con el esbozo de la última presentación en público de Daniel Santos, y recrea la impresión que Daniel podía tener en su recuerdo de cuando asistió a la última presentación pública de Sindo Garay:
“Un anciano sentimental que en sus mejores años deleitaba a las multitudes nacionales e internacionales con sus éxitos… Lo recordó como lo había visto en aquella fiesta que le celebraron sus amigos en el bar Vista Alegre veinte años antes de cumplir los ciento uno que alcanzó a vivir… Un anciano de mirada penetrante, frente ancha y piel cuarteada, con una voz trémula que lo hizo ganar el apodo de El trovador más viejo del mundo, y una sensibilidad renovada por el salitre de los tiempos… Un cantante que a los ochenta y un años ya no podía entonar su propia canción. Por primera vez El Jefe tuvo conciencia de ese mismo final que cuarenta años más tarde, frente a la galería que forman los espejos paralelos, lo asaltaría en la soledad del camerino…”.
En este y otros textos el personaje manifiesta temor a la vejez y a la decadencia, corroborado por declaraciones que dio en algunas entrevistas, lo que resultó premonitorio porque, a la hora de la verdad, sus simpatizantes podemos distinguir con claridad dos etapas en la vida artística de Daniel: Su época de apogeo… y su decadencia.
De que no supo parar a tiempo da constancia esta declaración que en 1991, un año antes de morir, dio al periodista José Pardo Llada, cubano radicado en Cali, en su programa Mirador. Lo acompañaba la puertorriqueña Ana Mercedes Rivera, su última esposa:
"No soy millonario. Fui pobre, y soy pobre. Hay algo más grande que el dinero, y es la felicidad que ahora busco todo el tiempo. Quiero tener amistades. Fui un tipo de la calle, un bohemio, hasta que conocí a esta señora. Sólo dejaré de cantar cuando me claven en la caja y me metan para abajo. Le tengo miedo a la muerte. Un hijo mío se suicidó, y yo lo quería con el alma. He pasado días muy tristes, pero la vida es buena. Yo le pediría a Dios que me dé más vida".
El libro de Ramos no menciona lo del suicidio de su hijo, y apenas a medias da a conocer una nota de Daniel Santos donde explica por qué llevó a sus dos pequeños hijos caleños a vivir con su última esposa, acusando a la colombiana Luz Dary Pedredín, con quien sólo vivió durante cuatro años, de ser una mala madre.
Estos detalles aparecen en otra biografía del cantante titulada “La importancia de llamarse Daniel Santos”, escrita por Rafael Sánchez, según se cuenta en el blog Herencia Latina de Umberto Valverde:
El biógrafo Joseán Ramos es consciente, pues, de que Daniel Santos recorrería el mismo camino de Garay en los últimos años y se vería reflejado en esa imagen como en un espejo. Admirador como soy de la música de Daniel en sus años frescos, mi último recuerdo de él, que suelo poner como ejemplo de los cantantes que no saben retirarse a tiempo, es el de un cantor que da muestras de decrepitud, que se le olvidan las letras, que exagera en demostraciones de histrionismo derramando lágrimas corridas en la representación, con voz quebrada, de su canción “La despedida”, y que ya incluso da muestras de demencia senil. Triste ver a una persona llegar a este deprimente estado.
Coincido con el prologuista don Cristóbal Díaz Ayala en el sentido de que este libro es una afortunada simbiosis entre el libro contenedor de datos de referencia y el libro de creación literaria, y coincido también en que al tratarse de Daniel Santos “queda siempre margen para preguntarse por qué Daniel era como era… y quizás esta fue la mejor forma de hacerlo, llegándole, adentrándose en el personaje, conviviendo con él”.
No fue fácil para el autor, ni podía serlo, la recopilación de información para escribir este libro pero, sobre todo, la convivencia de mucho tiempo en el día a día con un personaje venerado cuya voz y canciones despertaban en el público una indudable admiración, pero cuyo comportamiento personal era de muy difícil asimilación para quienes lo rodeaban. En la página 37 dice Ramos que:
“Moldear el comportamiento del Jefe durante la gira fue una tarea difícil no sólo para los promotores, sino para todos los que lo tuvieron cerca al final de su carrera. Era la amargura viviente que se traducía en soledad y silencio, de llantos secos a medianoche, quejas del alma que escupen la memoria, ansias de no ser después de ser tanto. Era el duro Jefe que en su ocaso encuentra el rosal de su vida muy triste y en él no florece ninguna ilusión, ninguna flor de consuelo, ni siquiera una esperanza inútil para morir en su corazón…”.
Hay que entender que era un hombre de humilde origen que, aunque tenía buena caligrafía, sólo alcanzó a graduarse de bachiller (pág. 407). Así en el transcurso de la vida hubiera adquirido alguna cultura que le permitió formar y liderar un movimiento político nacionalista, su formación profesional y su bagaje no lo hubieran capacitado para desempeñarse como estadista de los de antes, de cuando para ser presidente había que tener “pelo en la moña”, como decían los abuelos. Megalómano y egocéntrico, no admitía sentirse pordebajeado en un segundo lugar en sus presentaciones artísticas, y sus exigencias de divo causaron no pocas dificultades a los empresarios que no la tuvieron fácil con él porque era guapo y pendenciero y no se dejaba mangonear de nadie. No sé si una o dos de sus idas a la cárcel lo haya sido por causa injusta, pero otras se las ganó a puño cerrado porque era un hombre fácil para salirse de casillas y golpear a la mujer que tuviera al lado. Machista a morir, infiel y mujeriego, y proxeneta, y desconsiderado, y promiscuo, tuvo infinidad de mujeres que se enamoraron de su figura en los tiempos juveniles, y de su prestigio y fama en los años de madurez. Posiblemente entre sus cualidades no estuvo la gentileza o finura de trato; o posiblemente sí, de manera esporádica y alternada con episodios bipolares de violencia y salidas de tono. En fin. Muchas cosas deduce uno de la lectura de este libro que el autor tuvo que escribir con pinzas para no ganarse la animadversión del personaje diciendo verdades escuetas (la primera edición salió cuando aún vivía), y para no ganarse la de la familia heredera celosa de la fachada pública del astro fallecido. La discreción y diplomacia del autor le permitieron acceder a las cajas con documentos y fotografías inéditas que tenía en su poder la cantante Kamenza Betancourt, prima hermana de Daniel, de donde extrajo información muy valiosa para la segunda parte de esta cuarta edición, que complementa lo que él ya había escrito en la primera sobre un cantante que con el Trío Lírico inició su vida artística el 14 de septiembre de 1930 en el Borinquen Social Club, en Columbia St. de Nueva York.
“Daniel Santos siempre se jactó de que había nacido bien
parecido y de que ejercía un atractivo especial para las
mujeres”. (Hernán Restrepo Duque, ejecutivo de Sonolux
en Medellín Colombia y propietario de Discos Preludio),
citado en la pág. 189 de esta biografía.
En las páginas 34 y 35 el autor pone en boca de Daniel la frase que seguramente le escuchó decir:
“Jugábamos cartas en el billar de Antón, y hacíamos una que otra trampa para llevar la novia al cine y comprarle algún dulce. Años más tarde, en compañía de ese grupo que le gustaba la vida fácil, la trampa, y el vino, recibí una puñalada cerca del corazón que por poco me priva de la vida a esa edad. De eso conservo un grave recuerdo que aún me hace palidecer”.
Es claro que Daniel llevó una vida desordenada, y aprovecho este momento para reafirmarme en mi tesis de que uno puede admirar la obra y la música de algún autor, y puede admirar la calidad interpretativa de un artista, sin dejar de reconocer y reprochar la vida desordenada que ese artista tenga. “Amor no quita conocimiento”, decían los viejos, y no estoy de acuerdo con que a un ídolo popular, llámese Diomedes Díaz, O. J. Simpson, Oscar Pistorius, o Daniel Santos, se le perdonen o disculpen delitos o tropelías solamente por ser artista. Estoy en desacuerdo con eso.
Después de la primera parte, compuesta por el prólogo y la biografía que, suponemos, es el corpus de la primera edición de la biografía; vienen los dos centenares de fotografías con pie de página, los comentarios de algunas personas, unos anexos sobre el tras bambalinas de la escritura del libro, y unas memorias tomadas de apuntes que Daniel Santos dejó al morir en unas cajas o baúles, incluidas letras de algunas composiciones suyas, en especial algunas de tema revolucionario, y algunas partituras facsimilares. Interesante encontré, en particular, el relato del encuentro de Joseán Ramos con el coleccionista boricua Emilio “Millín” Rivera, calificado por Ramos de ser “La memoria de Santurce”, cuya especialidad musical es, precisamente, “La Sonora Boricua” de Daniel Santos (pág. 323). Se trata de una sonora similar a la Sonora Matancera pero con un sonido identificable por dos o tres instrumentos adicionales que no tenía el conjunto cubano. Millín encontró que en algunas producciones se incluían temas de la Sonora Boricua como si fueran de la Sonora Matancera, e hizo un trabajo de separación de unos y otros temas. Con Millín fue Ramos a visitar a una reliquia viviente que, a los 93 años, conservaba su lucidez: el trompetista de la Sonora Boricua Pito Sepúlveda. Con su ayuda no sólo lograron establecer la nómina de músicos que conformaban ese conjunto, del que hacía parte un joven que tocaba la tumbadora y el requinto y cuyo combo musical llegaría a tener un gran reconocimiento: Rafael Cortijo. De este grupo hacía parte también el músico puertorriqueño de padre norteamericano Roberto Colé que era bajista, compositor y arreglista. En algún momento llegué a pensar que él pudiera haber tenido el apodo de “Cheche” e inspirado el tema de Willie Colón y Héctor Lavoe titulado “Cheche Colé”, pero éste resultó ser un tema inspirado en otro de título “Cheche Kulé” inspirado en un juego infantil africano y tocado por la Banda Osibisa, un grupo afrocaribe radicado en Londres a finales de los años 60. Nada qué ver, pues, con don Roberto el de la Sonora Boricua. Daniel Santos dijo de su Sonora Boricua (pág. 420) que “era un conjunto todo de estrellas, músicos con calidad… el mejor conjunto musical que he dirigido en mi trayectoria artística… pero el que no tenía dinga tenía mandinga. Tenía marihuaneros, tecatos, irresponsables, negros, blancos, chotas, chulos y borrachones”. Esta afirmación de Daniel es desmentida por el memorioso músico Pito Sepúlveda, entrevistado por Ramos. “Si alguien ha dicho eso, dígale que Pito Sepúlveda dijo que se expresó mal porque lo más que tenía allí eran caballeros y buenos artistas, de los cuales sobrevivo yo y, mírame, tengo 93 años y en mi vida no he fumado ni de los buenos. Yo sí bebía, como bebe cualquiera, y toqué con todos los directores de orquesta en Puerto Rico. Todo lo que tocábamos lo tocábamos bien… bebíamos, pero no nos emborrachábamos porque así no podíamos hacer bien el trabajo, y él tampoco lo hubiera permitido… lo hicimos con gran responsabilidad”. Asegura el coleccionista Millín que los pocos discos grabados con la Sonora Boricua tienen mejor calidad que el sonido de la Sonora Matancera, así ese grupo no hubiera contado con suerte y no hubiera tenido la trascendencia que tuvo el de los cubanos.
Me hubiera gustado que este libro trajera una separata o anexo con una lo más completa posible discografía de Daniel. No la trae, y en recoger información para divulgarla están trabajando el amigo Jaime Suárez Cuevas de Cali, uno de los colaboradores de Joseán Ramos para este libro, en compañía de los coleccionistas y melómanos asociados a ACME, la entidad que los agrupa. Muy pronto la tendremos a disposición, posiblemente para el 6 de junio de 2016 cuando se conmemora el centenario del registro de nacimiento real de Daniel, cuatro meses después de su nacimiento apócrifo el 6 de febrero.
Me hubiera gustado también una cronología revisada, corregida, y aumentada, como las que aparecen en los blogs de Herencia Latina y de la Corporación Sonora Matancera de Antioquia, quizás con inclusión de las mujeres (años, lugares, nombres, hijos) que tuvieron importancia en su vida, y en lo posible las de los doce matrimonios.
Eso, como cosas que extraño y me gustaría ver; pero, por otra parte, he disfrutado mucho la primera lectura de este libro, disfruté de la segunda en la que siempre se encuentran cosas que no se habían notado en la primera, y seguramente voy a disfrutar cuando, de manera más desprevenida y transitando por terrenos conocidos e informaciones ya reveladas, emprenda una tercera. Sobra decir que felicito al autor por haber logrado recopilar tantos datos dispersos y, sobre todo, conservar el equilibrio emocional al lado de un personaje de temperamento particularmente difícil, a mi modo de ver.
A la final encuentro que Santos no nació cuando se dice que nació, que Daniel no se llamaba Doroteo como se dice que llamaba, y que su hijo David Albizu no se llama Daniel Albizu como se dice en muchos lugares.
He terminado la lectura de este libro, y en pocas horas mi mente se olvidará de que Daniel alguna vez estuvo en la cárcel, de que tuvo tal o cual altercado con alguna mujer, de que se acostó con dos o tres al mismo tiempo, que dos o tres se revolcaron del cabello en la plaza pública disputándose su atención, o que la desordenada vida no le permitió parar a tiempo. Todo eso será olvidado y quedará en mis oídos, en mi memoria, y en mi corazón, sólo el cúmulo de canciones que me han emocionado en el transcurrir de toda una vida, o que me han proporcionado placer una y mil veces al escucharlas; entonces, volveré a oír aquellas inolvidables que oía a finales de los años 50:
“Oye, Pedro, ¿tú sabes la de Catalina? ¡Catalina la de Pedro! ¿Quién, yo? Yo no sé nada, yo llegué ahora mismo, si algo pasó, yo no estaba ahí…”. O aquella de “Corneta pa saludá, corneta pa no sé qué…” O aquella de “Se estaba ahogando un ratón dentro de un barril de vino, y viendo al gato vecino le dijo de vacilón: ¡Ay, compae gato, compadézcase usté y sáqueme de esta…”. O… puede uno programarse para oír toda una tarde tantas y tantas canciones con que Daniel nos alegra la vida aún después de muerto y “¿Quién se condolerá de mi amargura si yo vuelvo y no encuentro a mi mamá?”. Y, claro, aquella de “Yo no he visto a Linda, parece mentira… Menos el domingo, todas las tardes salgo a ver al cartero a ver si tiene algo para mí…”. El Jefe no ha muerto. Mientras viva su música, él vivirá en el recuerdo de sus admiradores y, particularmente en el mío cuando “en una playa de mi tierra, tan querida… donde estaba celebrándose una jira debajo de un palmar…” que todavía me estruja el corazón más de medio siglo después:
“¡Cómo recuerdo, ay! Aquel viaje en tren desde Medellín hasta los balnearios de Cisneros, en un soleado domingo, con una muchacha de mi adolescencia que inmisericordemente lo opacó “en un café de Levante, entre palmas de alegría” y me arrugó el corazón haciendo aflorar un par de lágrimas de impotencia. Daniel Santos fue testigo de eso, “Pero ella indiferente a mi amor, tan sagrado, mi vida ha destrozado. ¡Maldigo a esa mujer!”, que seguía y seguía dando volteretas por la pista de baile como si mi pena no fuera honda. “Esperanza inútil, flor de desconsuelo, ¿por qué no me matas con un desengaño, por qué no me hieres con un desamor?…”:
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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CODA
Temprano en la mañana sonó el teléfono con una llamada desde Montreal. El microhistoriador Hugo Bustillo Naranjo llamaba a reportar su lectura de la reseña sobre la biografía del Inquieto Anacobero, por Joseán Ramos, y a compartir un par de experiencias (ya se sabe que lo que es conmigo es vox populi, mientras no se me advierta lo contrario).
– “¿Sabés, Orlando, que yo conocí al Jefe Daniel Santos?”.
– “Hombre, no, y eso ¿Cómo fue?”.
Hugo Bustillo, nacido en 1951, vivía con unas tías en el barrio Aranjuez, “Como quien dice a la vuelta de Las Camelias”, la famosa zona de tolerancia de Medellín situada en la vieja carretera que del sector de Moravia conduce al corregimiento de Machado en Copacabana. “En la adolescencia uno se daba sus pasaditas por allá, pero era difícil que lo dejaran entrar por ser menor de edad; ya que, en ese entonces, la cédula la expedían a los 21 años y solamente a partir de ahí uno se podía considerar hombre”. Tres bares o cabarets, entre muchos, eran los más reconocidos. Estaba el Bar Argentino, de don Jorge Bustamante, cuyo portero era Carlos “Guarapo” González con la misión de no dejar entrar a nadie indebido, para evitar problemas con la policía. Tenía burdel en la parte de atrás, y era sitio de reunión de los futbolistas argentinos después de que se cansaban de tomar café con leche en el Salón Versalles. Estaban también el Bar Pakistán, el Acapulco Night Club, y Las Camelias, la casa de citas que dio nombre al sector porque El Indio Tamayo, cuando la construyó, contrató al violinista y pintor de brocha gorda Amantino Rivera para que le pintara unas flores decorativas en la pared de la entrada. Las flores que pintó resultaron ser unas camelias, y de allí tomó su propietario el nombre del lugar; tal como lo cuenta Bustillo en su obra “El Valle de las Ninfas”, sobre las casas de lenocinio de Medellín. En todos los bares del sector había lindas chicas recién desempacadas de sus pueblos, que estaban listas para complacer a la clientela. En el bar Argentino había una pasarela para lucimiento de las estriptiseras, cuyo show central era la aparición de Romelia Perfumes vestida solamente con una pluma de pavo real en la cabeza. Para cuando terminaba su recorrido, Romelia Perfumes ya había botado la pluma ante su enardecida clientela, que entraba a disputársela aflojando billete a bolsillo venteado. En estos sitios los propietarios se ponían de acuerdo para contratar artistas que atrajeran clientela hacia el lugar y que incrementaran la venta de licor. Se decía que Daniel Santos había estado varias veces por allí, recorriendo esos lugares, y que “una vez escuchó cantar al cantante vallecaucano Raúl López, que lo imitaba. Muchos pensaban que a Daniel le daría rabia que lo imitaran, pero él lo único que dijo fue que ese muchacho canta mejor que yo”, en chanza seguramente, pero también como reconocimiento al imitador. Con el dinero de los contratos que le llovieron a partir de ese momento, Raúl adquirió un bar en Guayaquil por los lados de la carrera Cundinamarca, pero una tarde chocaron un bus de Transmayo y una volqueta del Departamento de Caminos Vecinales del Ministerio de Transporte, en la carrera Carabobo entre calles de San Juan y Amador, y él infortunadamente perdió la vida al quedar atrapado por el rebote de los vehículos, según noticia aparecida en el periódico El Colombiano del martes 5 de julio de 1966.
Una noche, en los años de 1968 o 69, Daniel Santos estaba en Medellín y se presentó con Orlando Contreras en varios escenarios. También vinieron en esa fecha los integrantes del Club del Clan, que había fundado don Guillermo Hinestroza Isaza, entre los que estaban Vicky, Oscar Golden, y Harold. Como Daniel Santos y Orlando Contreras estaban contratados para presentarse en el Bar Argentino, allá llegaron con los del Club del Clan como acompañantes. El sitio estaba a reventar, y cuando Daniel cantó “Virgen de Medianoche” las mujeres se querían enloquecer y se le iban encima como si lo fueran a ahogar. Don Jorge Bustamante autorizó a Guarapo para que sacara a la acera unos altoparlantes grises inmensos, con el fin de que la multitud de muchachos que estaban afuera no le fueran a dañar las puertas tratando de entrar. El olor a marihuana era denso, y se podía partir con cuchillo como si fuera mantequilla, pero los policías se hacían los locos para no tirarse en el programa. Cuando terminó el desfile artístico y los clientes se retiraron a sus casas, el establecimiento fue cerrado para atender a los artistas. Según contaron, se inició el desfile de estriptiseras por la pasarela. Cuando le tocó el turno a Romelia Perfumes a Daniel se le iban las babas y ella le lanzaba miradas coquetas. No sé qué pasaría después, pero esa noche la Dama de las Camelias no le tiró la pluma al ayudante sino que se la botó a Daniel.
– “Eso me tocó ver pero, en todo caso, yo no sé nada, yo llegué ahora mismo; si algo pasó, yo no estaba ahí” –dijo Bustillo.
Años después, el padre Vicente Mejía del Grupo de Golconda ocupó la casa donde había funcionado el Bar Argentino y montó en ese lugar la Cooperativa de Recicladores de Basura de Moravia, la primera que tuvo la ciudad. Las primeras misas las celebró con el altar sobre la pasarela de las estriptiseras, en donde Romelia Perfumes botaba la pluma.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
–Según relato de Hugo Bustillo Naranjo–
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ALGUNAS NOTAS MARGINALES A ESTA LECTURA
1. Pag. 53 y 54
Daniel hace memoria de los componentes del Cuarteto de Pedro Flores, en el que “había otro cantante que se llamaba Daniel Sánchez, un cubano que había hecho la segunda voz en el Cuarteto de Machín. Hacía un dúo del carajo, pero Chencho Moraza era mejor que todos. Con don Pedro Flores tocaba el piano Roberto Quintón, la trompeta Pito Rodríguez, y el virtuoso Moncho Usera hacía los arreglos y tocaba la flauta”. No hace mención Daniel Santos del cantante Doroteo Santiago porque no coincidieron en la misma época en ese cuarteto. Don Pedro Flores llamaba Daniel a Daniel, y Doroteo a Doroteo, contrario a lo que creen los que afirman que “don Pedro llamaba a Daniel por su segundo nombre de Doroteo” porque, como ya vimos, éste no es el segundo nombre de Daniel.
2. En el primer capítulo (páginas 22 a 24) el autor habla de una correría artística denominada “Los tres ases del bolero” que Daniel Santos, Leo Marini, y Roberto Ledesma, dieron por Colombia. Esa correría marcó el comienzo de la colaboración de Joseán Ramos con Daniel Santos en calidad de Jefe de Prensa. El autor no da las fechas precisas de esa correría, pero da algunos datos o pistas cuando entre los comentarios del público a la llegada de Daniel al aeropuerto (página 22) alguien comenta que “No hace tanto, cuando se casó con la nena de Cali, tenía el pelo todo negrito”. El matrimonio con Luz Dary Pedredín fue en 1972. Luego en la página 24 dice que “este viernes 8 de julio”, y el calendario más cercano que coincide con esta fecha es el de 1977. Aunque no da fechas precisas, podría pensarse que tal correría se realizó a principios de julio de 1977 en un espectáculo que no se veía desde “el mes de noviembre de 1974 cuando la Sonora Matancera acompañó en la ciudad de Medellín a Celio González, Carlos Argentino, Nelson Pinedo, y el jefe Daniel Santos”. Otra pista aparece en la página 161 cuando el presentador de la gira en Cartagena anuncia que “esta noche se despide del público una de las figuras cimeras de la historia de la música popular… para celebrar los sesenta y pico de años de estar de barra en barra, de trago en trago, de interpretar los innumerables boleros, guarachas, tangos, mambos, chachachás, salsa, plenas, villancicos y otros estilos musicales de famosos compositores, y después de darse a conocer en todos los rincones del continente”. Se deduce, entonces que esta gira la hizo en 1977 a los sesenta y un años de edad.
Hay algo que no me cuadra en esta cronología y es que Daniel cumplió 60 años en el año de 1976, y para la fecha que calculo de la correría ya tenía 61, pero en la página 23 dice Daniel que “Mira, mijo, a los cuarenta y ocho años ya son muchas las cosas que no puedo hacer”. El 8 de julio de 1964, cuando Daniel tenía 48 años cumplidos, cayó un día miércoles una década antes de su matrimonio. Las cuentas no cuadran y es ahí donde entra uno a pensar en la parte recreada o imaginada de esta novela, o posiblemente en la extrapolación de vivencias y declaraciones de un lugar a otro de la cronología. Mucho después encuentra uno que cuando era ya un hombre que peinaba canas le preguntó al público qué opinaban de él “con apenas 34 años” y dice allí que a él le gustaba jugar quitándose los años. Ya en el epílogo, por fin, en las páginas 167-169 dice el autor que la escritura de esta biografía se inició un año antes de la gira, y que después de conocerse personalmente con el cantante “… al regresar a Puerto Rico busqué toda la información disponible sobre sus sesenta años en el acontecer musical del continente latinoamericano”, lo cual indica que ese encuentro se dio en el año de 1976… un año antes de la gira. Entre los lapsus detectados aparece uno en el pie de foto donde aparecen el autor y el biografiado porque dice que “En 1986 el escritor y periodista Joseán Ramos comenzó a investigar y recopilar la vida de Daniel Santos”. Tal hecho sucedió diez años antes, en 1976 (pág. 276).
3. Pag. 57
El autor dice que Daniel “… siguió de gira hacia una bahía de la costa caribeña donde el tuerto y cojo don Pedro de Heredia fundó a Cartagena de Indias”. Aquí hay un error histórico porque don Pedro sí fue el fundador de la ciudad, pero el que era manco, tuerto, y cojo, era don Blas de Lezo el defensor de la ciudad contra los piratas ingleses y del que hay una estatua conmemorándolo. Es conocido como “El manco”, aunque propiamente no le faltaba la mano sino que la tenía inútil.
4. Pág. 61 y 62:
En estas páginas cuenta la historia de “Linda”, el bolero de la autoría de don Pedro Flores que Daniel interpretara exitosamente, que se inspiró en una chica que Flores conoció en alguna oportunidad. Varias mujeres de las que pasaron por la vida de Daniel se autoatribuyeron ser las inspiradoras de ese bolero que, dice el cantante, “… sirvió de inspiración a otras tres composiciones que escribí para completar la historia de mi Linda”. Una dominicana en particular, de nombre Rosa Santana, que se autobautizó Rosa Linda Santana para encajar en la serie de discos, a quien Daniel Santos llama “La Peleona”, que es descrita en la página 311. La verdadera Linda, ya envejecida, a quien don Pedro Flores conoció en la juventud y se le desapareció como La Maga de Rayuela, le fue llevada a don Pedro al hospital cuando estaba próximo a morir, según se desprende de la página 162 en donde se cuentan algunas elucubraciones de Daniel Santos en que vuelve a ver “… a don Pedro Flores al ver a su Linda la noche en que lo visitó en el Hospital de Veteranos”.
5. Págs. 75 a 79
En las últimas cuatro páginas del capítulo 7 el autor se embarca en un monólogo procaz, de mucha vulgaridad y ordinariez para una obra escrita, que estaría fuera de lugar si no fuera porque, sin decirlo, al hacerlo lo que está haciendo es recoger las malhabladurías y malsonancias que le escuchó al personaje en el largo período de convivencia, cuando no se ocultó a su observación ninguna de las miserias del artista que era un ídolo en el escenario pero guardaba ecos de las vivencias barriobajeras de la primera crianza trastalleriana. En la primera página del capítulo siguiente, el número 8, hay una descripción escatológica que se va por las cañerías, como una confirmación de que todos los seres humanos nos nivelamos… por lo bajo. Ya en otra parte yo había leído que alguna vez Santos no se podía tener en pie de la borrachera, después de una presentación, y dejó sus suciedades embadurnando los pasillos de un hotel, de donde prácticamente tuvo que ser arrastrado a los baños para poder lavarlo a punta de manguera. Estas páginas fueron causa de uno de los varios desencuentros que tuvieron el personaje y el biógrafo. A nadie le gusta que le ventilen sus miserias al público, pero el autor consideró que eran trazos necesarios para transmitir al lector las dificultades sufridas con un biografiado así.
6. Pág. 92
Aparece aquí un episodio en que Daniel Santos se lleva a una jovencita y la deja en embarazo, de la que nació un niño. Esa jovencita era sobrina del Mayor Petán Trujillo y, por lo tanto, de su hermano Rafael Leonidas Trujillo, el dictador de República Dominicana. “Años después volví a encontrar a la sobrina de Petán en un cabaret que había en la Avenida Ponce de León y viví con ella durante algún tiempo. La dejé preñada y se casó con un tipo que le dio su apellido para evitar que el niño se llamara Santos, porque sufriría menos con el apellido de López. A ese hijo nunca lo llegué a conocer”.
7. Pág. 117
“… Y en varias emisoras de la capital azteca donde habría de tener otra de mis grandes broncas… y de repente entró un músico borracho que, según el rumor, era protegido por algunos miembros del gobierno. Estaba casi intoxicado por la cocaína y al entrar me empujó y ordenó que besara a su acompañante. No supe qué hacer, pero el tipo la tomó por un brazo y me la acercó para que le diera un beso. La besé en el cachete y el tipo me empujó contra la silla y luego se fue. A los pocos minutos empezó a gritar que dónde estaba el Anacobero de la chingada y que a ese extranjero lo iba a sacar a tiros con su Linda y su música. Empezó a disparar como un loco hasta que uno de los dueños logró quitarle la pistola y darle con ella en la cara. El tipo se fue, pero la cosa no quedó ahí, pues al rato volvió con una carabina 30-30 y empezó a disparar contra la fachada del cabaret. Logré refugiarme en el hotel, y al día siguiente salí de México para cumplir contratos en otras naciones de Centro y Sur América”.
Leyendo la escena, uno como lector queda sin saber quién era el desafiante, pero en la página 110 hay una pista cuando se reproducen los rumores callejeros de sus fanáticos: “A mí me contaron que el Güero Gil le puso un revólver en la cabeza y lo hizo arrodillarse”.
“En México tuvo un altercado con un músico borracho y drogado, posiblemente el Güero Gil” (integrante del trío Los Panchos), dice en este portal:
8. Pág. 137 y 138
Al parecer Myrta Silva fue uno de sus amores, así fuera por corto tiempo, como también una artista de nombre Elisa Araújo con quien estuvo en Colombia y la presentó como su esposa. Le propuso matrimonio, pero ella no le quiso aceptar la propuesta:
“Aún así, cuando supe del padecimiento que tuvo Myrta Silva durante sus últimos años, de su repentino envejecimiento, las quemaduras y los olvidos, de su muerte y entierro solitario, sentí mucha compasión por ella y le deseé luz para su espíritu… No alcanzaba a ser ni sombra de aquella niña de trece años que me robó el corazón en la urbe neoyorquina y me enamoró profundamente en 1940 cuando cantaba en el cabaret Marta por veinticinco dólares dólares semanales y un plato de spaghetti diario. Tenía uno de los rostros más hermosos con su lunar en el pómulo derecho, pero la nuestra fue una relación esporádica porque tenía un carácter muy fuerte que no podía juntarse con el mío”, dice Daniel.
9. Pág. 276
Hay una fotografía que tiene escrito a mano “En Venezuela” pero en la placa identificadora de la tvcadena aparece el logotipo de la programadora colombiana Producciones J. E. S., de Julio E. Sánchez Vanegas. Deduzco que es un lapsus.
10. Pág. 288
Cuando escribía mi ensayo “Rayuela, de Cortázar, un tango en homenaje a Gardel”, me encontré con una entrevista en la que el escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado atribuía a la viuda Aurora Bernárdez de Cortázar ser la inspiradora del personaje de La Maga en esa novela. Yo había leído que la verdadera inspiradora fue Edith Arón y que incluso en algún momento llegaron a cenar los tres: la exesposa, la examante, y el escritor Cortázar. Me pareció que Ramírez Mercado estaba tratando de congraciarse con la Sra. Bernárdez, y tal vez yo no estuviera tan equivocado porque, en un anexo para el libro de Joseán, Ramírez Mercado escribe que: “Uno miente con alevosía y ventaja en beneficio de la invención, y no pocas veces de manera doble, como en este caso… Pero así, y todo, no cejé en mi mentira porque de mentiras, ese tejido sutil que viste a los dioses, están hechas las novelas”.
11. Pág. 332
En esta página encuentro dos curiosidades. La primera, que Santos se casó dos veces con la puertorriqueña Ana Mercedes Rivera Morales que fue su viuda. La primera, en 1984, de la que se divorció en 1986 para volverse a casar con ella en el año de 1990. La segunda, que aunque él no fue religioso sino descreído, y tal vez un poco adscrito a la religión de la Santería Yoruba cubanopuertorriqueña o el vudú haitiano (pág. 458), tuvo vínculos con la religión protestante de sus padres que fueron reverendos de su comunidad; así y todo, cuatro días antes de morir fue bautizado en la Iglesia Católica, lo que tal vez explica por qué un cura católico rondaba el cuarto donde falleció a consecuencias de un infarto cardiaco, cuando ya tenía antecedentes de derrames cerebrales y de demencia senil.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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ALGUNAS DE SUS MUJERES Y ESPOSAS
(Someros datos entresacados uniendo cabos entre este libro y otros textos sobre Daniel)
1. Aunque no fue su primera esposa, ni su único amor entre el incontable número de conquistas, sí tiene un sitial especial en la historia de su vida, como quiera que se hizo tatuar en el brazo un corazón con la palabra “Love” y el nombre, en letras imborrables, de la que fue su amor de adolescencia: Agustina “Augie” Muñoz, en 1930, a los 14 años de edad. Ella tenía 12, tal como lo dice en la página 27.
2. Rose Sarno, italoamericana de 22 años de edad, con quien Daniel procreó su primer hijo en 1931, cuando él sólo tenía 15. El hijo, de nombre Joe, se hizo actor y fue criado por su padrastro de apellido Minieri (pág. 199). Daniel la llamaba “Rosa, la peligrosa”.
3. Lucy Montilla (en Nueva York, primer matrimonio, sin hijos, en 1934).
4. Eugenia Pérez Portal, de Cuba (en 1947, y en 1948 tuvieron al primer hijo de Daniel, de nombre Daniel Jr., que se hizo diplomático norteamericano), pág. 102.
5. Alicia de Córdova, de México, cantante (en 1958).
6. Gladys Serrano, madre de un hijo suyo de nombre Ronald, “Ronnie”, que crió el padrastro Ismael “Maelo” Rivera (página 45).
7. N. N. de López, de República Dominicana (sobrina de Petán y Rafael Leonidas Trujillo, madre de un desconocido hijo de Daniel Santos, página 92).
8. Rosa “Linda, la Peleona” Santana, de República Dominicana (pág. 311).
9. Anita López
10. Nohemy Minerva
11. Cuti Rebollo
12. Lucy o Judith Ford, de Estados Unidos
13. Dulce, de Costa Rica (en 1969. La conoció en Panamá).
14. Luz Dary Pedredín, de Cali en Colombia (en 1974); madre de Danilú, su hija; y de David Albizu, su hijo, que en algunos textos aparece erradamente como Daniel Albizu.
15. Ana Mercedes Rivera Morales, de Puerto Rico (en 1984)
16. Una venezolana, madre de seis hijos anteriores a su relación, con quien convivió por un año y fue acusado de violar a la hija mayor, de 18 años, en acusación de la que Daniel se defendió aduciendo falsedad y calumnia de parte de un celoso novio que tenía la muchacha.
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