La biografía de Daniel Santos
Retomando la lectura del libro biográfico sobre Daniel Santos escrito por Joseán Ramos (José Arsenio Ramos Rodríguez, puertorriqueño criado en Nueva York), con el título de “Vengo a decirle adiós a los muchachos” (Publicaciones Gaviota, Puerto Rico, 4ª edición en noviembre de 2015); y haciendo un recorrido por el mapa amoroso del cantante boricua, me encuentro con que en tratándose de mujeres en su vida no son todas las que están, ni están todas las que son. Los números de tamaño pequeño, que aparecen entre paréntesis, corresponden a las respectivas páginas de este libro, de donde fue tomada la información.
A gato viejo, ratón tierno
De todo hubo en la relación amorosa de Daniel con las mujeres, pero es claro que lo suyo fueron las mujeres jóvenes. No importa que en algún momento de su vida se hubiera relacionado con mujeres mayores que él, pero jóvenes. Al final de sus días no se permitió tales debilidades de carne curada, y se limitó a la carne fresca.
En el año 1957 por ejemplo, al decir de Joseán Ramos, el Inquieto Anacobero era un hombre de 41 años que estaba en Caracas y frecuentaba el burdel de María Luisa “La Gata” Saavedra; “...saboreando el nácar que se derramaba de los duros pezones de Marmolina; sintiendo el tibio y excitado pubis de Chucha que acariciaba su boca al ritmo de Quisqueya; atragantándose con el suspiro de savia que depositaba en sus labios La Tamborito; asfixiándose con los húmedos besos que dejaba caer sobre su cuerpo tendido la Filé Miñón; y acomodándose como un felino enfermo de calentura entre los tibios pechos de La Gata”. “La Gata tenía entonces cuarenta años, más o menos. Era una mujer hermosa y muchas personas importantes de Caracas se enamoraron de ella, y ella tenía cariño para todos”. “Con la misma cara de luna redonda que la había descrito Salvador Garmendia… el hociquito puntiagudo, los ojos verdosos, el pelo rizado sobre la frente reducida, la piel blanca de niña impúber que le disimulaba sus cuarenta y cinco años; amortiguando heridas a los enfermos de amor en el mismo local que administró durante diez años”. “De la gata conservo unos recuerdos muy tiernos… Su verdadero nombre era Delfina". “Fue muy amiga mía. Nos teníamos un gran cariño de hermanos, y ella siempre estaba pendiente de mí… En una ocasión me enfermé. Estaba solo, y recurrí a ella. Delfina me atendió, se ocupó de mí como si fuera mi madre, y me cuidó en su casa hasta que me curé. Una cosa así no se olvida” (pag. 140, 144 a 146). Se ocupó de él como si fuera su madre, y se tenían un gran cariño de hermanos. La Gata era, pues, una mujer cuatro años mayor que Daniel aprovechando sus últimos días de esplendor porque, a poco, ya iba a estar muy vieja para él… o quizás ya lo estaba.
En Caracas convivió en 1957 con una mujer que ya era madre de seis hijos. No tuvieron hijos propios. Ella tenía una hija de 18 años, y la hija tenía un novio muy celoso. Este novio acusó a Daniel de haber violado a la muchacha. Yo no sabría decirlo, pero es posible que hubiera alguna relación consentida entre los dos. No era Daniel hombre que se parara en peros a la hora de aprovechar una oportunidad, y no sería esa muchacha la primera que sucumbiera a los encantos de Daniel. Fácil decir, al sentirse sorprendida, que él la violó. Fácil para el novio decir, al sorprenderla, que la novia fue violada. Esas cosas se dan pero, ¿Cómo saberlo? El caso es que no hubo un juicio ni fue condenado por la justicia venezolana; pero por ese asunto se causó su salida de Venezuela, y no volvió hasta el año de 1965 (pag. 146-147, 437, 441-442).
En República Dominicana, recién salido del ejército, lo sorprendió el terremoto del 4 de agosto de 1946 mientras se revolcaba en vino con una sobrinita del general Rafael Leonidas y del mayor José “Petán” Trujillo Molina, su hermano. “Años después volví a encontrarla en un cabaret y viví con ella durante algún tiempo. La dejé preñada, y se casó con un tipo que le dio el apellido López para evitar que el niño tuviera el apellido Santos, porque así sufriría menos. A ese hijo nunca lo llegué a conocer” (pag. 92).
Por los días del año 1938, “Cuando Jorge Negrete debutaba como maraquero y cantante en el Cabaret Yumurí”, Daniel ganaba muy poco por una presentación porque en ese entonces “diecisiete dólares apenas alcanzaban para vivir. Fue entonces que me metí a chulo… me pasaban el dinero por debajo de la mesa, una por una… se sentaban en la cantina en lo que yo terminaba mi presentación para ver cuál se iba conmigo esa noche… me llevaba a esta, el otro día a la otra, y después a Panchita, y así todo el mundo estaba contento. A veces me llevaba a más de una, a veces me las llevaba a las cinco, y aquello terminaba en una bacanal” (pag. 42, 70).
En el año de 1930 Daniel era un jovencito de 14 años clasificado como green hornet o avispón verde que les decían a los dominicanos recién llegados (pag. 407), y madurado biche en los vaivenes del destino; cuando conoció en Nueva York a la primera mujer de su vida, una puertorriqueñita de 12 años que lo marcó tanto que quedó grabada con tinta indeleble en el tatuaje que Daniel se hizo hacer en el antebrazo derecho con las palabras “Love-Augie” (pag. 253), encerradas por un corazón con una flecha. La chiquilla con la que Daniel aprendió las caricias del amor “Se llamaba Agustina Muñoz, y le decían Augie” (pag. 27); y fue su pretendido amor eterno que duró lo que dura un suspiro de Daniel.
En esta novela biográfica escrita por Joseán Ramos habla Daniel “De su encuentro con Myrta Silva, y cómo se llegó a enamorar de ella a los catorce años” (pag. 45). Hay que aclarar que en ese momento la que tenía 14 años era Myrta, puesto que ella nació en 1927, y de ahí se deduce que corría el año de 1941. Aunque al rememorar los últimos días de Myrta dice Daniel que ya “no alcanzaba a ser una sombra de aquella niña de 13 años que me robó el corazón en la urbe neoyorquina y me enamoró profundamente cuando cantaba en el Cabaret Marta por veinticinco dólares semanales y un plato de spaghetti diario” (pag. 137-138); lo que hace pensar que si ella tenía 13 años cuando la conoció, el que corría era el año de 1940. Claro que un año de más o de menos en los recuerdos al cabo de los años, tampoco es diferencia. Y también hace pensar que quien cantaba en el Cabaret Marta era Daniel, porque tal vez una niña de 13 años no fuera admitida a trabajar en un cabaret neoyorquino, aunque fuera como simple cantante. Con los años, la relación entre los dos terminó mal, así al final él reconociera que “sentí mucha compasión por ella, y le deseé luz para su espíritu” (pag. 137).
En 1931, dice Daniel, “En Nueva York conocí a Rosa Sarno, una italiana que llegó a ser mi mujer por muchos años y por ella tuve que dejar a todas las otras mujeres… Era tan brava que la llamaban Rosa la Peligrosa. Yo no quería dejarlas, pero ella me las espantó” (pag. 409). Él tenía 15, y ella 22. Con ella tuvo Daniel su primer hijo, de nombre Joe Santos, que al crecer llegó a ser actor de cine en Hollywood. Rosa se casó con otro italiano, y pasó a llamarse Rose Minieri (pag. 186, 198-199). “Ya licenciado del ejército en 1946 volví con La Peligrosa. Me conmovió y me casé con ella por lo civil. Seguí casado, aunque no viviendo con ella, por veinte años más. Viví una existencia de celos y de peleas, y la dejé por incorregible” (pag. 414).
La amarga copa de la decepción
No todas las mujeres que se le atravesaron en el camino lo quisieron, y también él bebió la amarga copa del desengaño y de la decepción. En Panamá le propuso matrimonio a Dulce, la costarricense que conoció en un cabaret y de quien se enamoró. Ella simplemente calculó la conveniencia de tener a un hombre que no tuviera dificultad para ganarse la vida, y lo llevó a conocer a su familia en Costa Rica; pero apareció el marido que tenía, echando por tierra las posibilidades de ese nuevo matrimonio (pag. 455).
En 1950, por haberle desfigurado el rostro a Nora Calvo, fue a la prisión El Príncipe en La Habana, donde escribió su canción “preso estoy, y estoy cumpliendo la condena que me da la sociedad”. Fue indultado por el presidente Carlos Prío Socarrás, a ruegos de su madre doña Tecla, que era admiradora de Daniel (pag. 209).
La bailarina norteamericana Patricia Schmidt (Tras un viaje glorioso al paraíso, quiso ella forjarse una ilusión…), apodada Satira (pag. 101, 202), inspiró dos de los temas de Daniel, pero entre ellos no hubo nada amoroso; aunque viendo sus fotografías bien se ve que era bonita, y Daniel podría decirse que le tiraba hasta a su propia sombra. Mucho contribuyó él para sacarla de la cárcel, y sus acciones tuvieron que generar alguna deuda de gratitud. Cuando salió de la cárcel se fue ella sin despedirse. Tal vez lo suyo fue una muestra de ingratitud… pero tal vez fue una manera de irse sin tener que pagar deudas amorosas por aquello de que “es mejor deber plata, que deber favores”. Todas las mujeres no son para uno, por más Daniel Santos que sea. En la canción “Ya tú ves, Patricia”, dice Daniel que “Siempre acuérdate que un Dios hay en el cielo, y nunca pierdas ni la fe ni la esperanza”.
En los años cincuenta estuvo en Cuba donde:
“Sostenía relaciones amorosas con una joven cubana muy guapa, y un día me dijo que no podíamos continuar debido a que yo no quería darle la seriedad que ella se merecía, puesto que continuaba viviendo en forma desordenada. Traté de convencerla para que no tomara la decisión de dejarme, pero al ver que nada podía hacer dejé de insistir y me fui para las playas más lindas de Varadero donde entré a un bar y pedí un trago tras otro. Salí de medio peo, y al llegar a la orilla del mar decidí seguir caminando mar adentro como Alfonsina con su soledad… Cuando sentí sus aguas llegar al cuello, detuve el paso y dije para mí: ¿Debo matarme por una mujer?... Di vuelta y, tiritando, volví al bar por otro trago porque “No buscaré alivio con la muerte y seguiré mi vida de una vez, ya que la suerte me ha olvidado, y ella ya no me quiere, por eso no me mataré” (pag. 109).
La vedette Elisa Araújo, a quien Agustín Lara apodó “La María Félix cubana”, dice el libro de Joseán Ramos que “fue una conquista difícil para Daniel, y la única que rechazó su propuesta de matrimonio” (pag. 220). Con ella estuvo Daniel en Colombia, y “la presentó como su esposa durante el corto romance que vivieron” (pag. 231). En la página 18 del libro “Daniel Santos en su Habana”, del cubano Helio Orovio, se recoge una declaración dada por ella en entrevista: “Daniel se enamoró de mí, y quiso casarse conmigo. Aunque tuvimos una relación muy bonita, yo no quise casarme con él porque decían que a él le gustaba dar escándalos y pegarle a las mujeres. El 5 de enero de 1960 coincidimos en Panamá y recibí un telegrama comunicándome la muerte de mi padre, pero yo tuve que actuar así. Daniel se enteró, y fue a verme. Estuvo toda la noche conmigo. Él era muy bueno, una gran persona”. En el libro de Orovio aparece su nombre como Elsa; pero es Elisa, puesto que como Elisa Araújo aparece su nombre en un cartel que anuncia su actuación en la película cubana “La mesera del café del puerto”, filmada en 1955. Elisa Araújo viene a ser, pues, la esposa que no fue esposa.
Sus hijos
En algún texto leí que él había tenido doce hijos, otro habla de catorce, en otro se habla de ocho y en otro se habla de seis. Mis cuentas incluyen a Joe Santos, el actor; a Daniel Santos Jr., el diplomático; a Ronnie Santos, el hijo adoptivo de Maelo; al hijo de la sobrinita del dictador Rafael Leonidas Trujillo; a un hijo “que tuve en Cuba en 1950, pero al que no conozco” (pag. 436); a “otro que tuve en Nueva York en 1955, al que quiero mucho” (pag. 437); y en una entrevista concedida a José Pardo Llada habla, sin identificarlo, de “un hijo mío que se suicidó y yo lo quería con el alma”. Según Roberto Llanos Rodado en su artículo “Daniel Santos y las huellas que dejó en Barranquilla”, en un momento en que Daniel visitó esa ciudad “No tenía hijos a su cargo. Vivía con un hijo de crianza que llamaba Armandito y menciona en la canción El 5 y 6”. Efectivamente, en la transmisión de la carrera de caballos que hace Daniel Santos dice con voz de locutor “… Y Armandito, que casi no se ve”. Y, claro, no podemos dejar por fuera a David Albizu y a Danilú Santos, los hijos de Luz Dary Pedredín. A Danilú le escribió en Puerto Rico la letra de una canción a la que Pedro “Davilita” Ortiz Dávila le puso música con fecha de 1975 según Danilú, pero más seguramente con fecha de 1973 porque en ese año aparece grabada por Mario Hernández y su conjunto en el sello Lozano en LP de 33.1/3 rpm., con canciones navideñas que Jaime Suárez Cuevas y los socios de ACME de Cali registran con el número 1089 de la discografía de Daniel. Son doce temas grabados en ese año que van desde el número 1087 al 1098 de dicha lista.
Trae el libro de Ramos una “Reflexión”, un texto escrito de puño y letra del mismo Daniel, en el que se refiere a sus amores y a sus hijos diciendo que:
“Tengo el pelo completamente blanco. El día 6 de junio de este año de 1986 acabo de cumplir por la Gracia de Dios 70 años… se me aprieta el alma con el sufrimiento de tantos amores pasados y perdidos que me cansan la conciencia… Si fui yo el culpable, o si fueron ellas, no sé. Cada uno le echa la culpa al otro. Pero nos queda el consuelo dentro del dolor que no somos los únicos que en el curso de la vida hayan tomado el mismo camino de alegría, de tristeza, de sentimiento, de dolor. Pero no me quejo, con seguridad, porque también he conocido el triunfo, y los momentos de éxtasis, y los momentos de amor. Sí, tengo muchos recuerdos que vívidamente representan momentos de amor, momentos de éxtasis. Sí, tengo recuerdos, y algunos llevan nombres que yo mismo he pensado y he registrado en los diferentes departamentos demográficos de diferentes países del hemisferio. De los que he conocido personalmente, estoy muy orgulloso: un actor, un diplomático, un policía, dos que jamás he visto desde su nacimiento, y dos que están en el presente bajo mi custodia por haber sido abandonados por su madre natural, una mujer sin alma. Ojalá yo tenga el amor de ellos, que ese es el único que me hace falta para seguir… Hasta que Dios quiera” (pag. 461).
Según este recuento de Daniel, son siete, pero faltan datos de otros municipios. En ese momento se acababa de divorciar, o estaba próximo a hacerlo, de Ana Mercedes Rivero Morales que fue su viuda; con la que cuatro años después se volvería a casar. En el recuerdo de Daniel la esposa colombiana era una mala madre que abandonó a sus hijos. Habría que conocer la versión de ella para tener otro punto de vista porque, como dijo un juez de familia: “En todo asunto hay tres versiones. La del uno, la del otro, y la verdadera”.
Sus doce matrimonios
Hasta aquí hemos hecho un repaso de algunas de las mujeres que pasaron por la vida de Daniel Santos desde que la chiquitina Agustinita Muñoz le enseñó los placeres del sexo en Nueva York, cuando todavía nadaba en las aguas de la adolescencia en el año de 1930. No se casó con ella, pero a lo largo de su vida lo hizo en doce ocasiones (pag. 107). Ya hemos mencionado a su esposa dominicana Rosa Linda “La peleona” Santana, y a Rosa “La peligrosa” Sarno, madre de su hijo Joe Santos que se hizo actor en Hollywood. Pero también está Gladys Serrano, la madre de su hijo Rodney “Ronnie” Santos, que se casó con Ismael “Maelo” Rivera, y con el beneplácito de Daniel Maelo crió al hijo como suyo (pag. 45, 229). Está la cubana Eugenia Pérez Portal, madre de su hijo Daniel Jr. que se hizo diplomático para el gobierno norteamericano e inspiró el disco “Déjame ver a mi hijo”, con quien se casó en 1947 y el hijo nació en 1948 (pag. 102, 138, 150, 204-205). Está la cantante mexicana Alicia de Córdova, hermana del actor Arturo de Córdova, con quien se casó en 1958 (pag. 138, 216). Está la norteamericana Judith Ford, que era su esposa en 1960 (pag. 229). Está Lucy Montilla, con quien se casó en 1934 en Nueva York, pero no tuvieron hijos (pag. 474). Está Luz Dary Pedredín, la caleña de 15 años con quien se casó en 1972, que fue su penúltima esposa y le dio dos hijos: a David Albizu (no Daniel como dicen algunos) y a Danilú, que fueron criados por la última esposa (pag. 30, 240, 434). Está la última esposa, Ana Mercedes Rivero Morales, con quien se casó dos veces: la primera en 1984, con divorcio en 1986; y la segunda en 1990, a quien dejó viuda en 1992 (pag. 168, 254).
Hasta ahí van nueve matrimonios registrados en el libro de Joseán Ramos. ¿Cuáles son los otros tres? En otras partes se encuentran relacionadas Anita López, Nohemy Minerva, y Cuti Rebollo. Con estas se completan las doce; y hasta ahí lo que se sabe, aunque ordenarlas cronológicamente es un embrollo de difícil o casi imposible solución. Para completar la información fue útil leer el reportaje de Lucy Lorena Libreros en “La Gaceta” de diciembre 17 de 2012, y lo escrito por el Dr. Héctor Ramírez Bedoya (QEPD) en el blog Sonora Matancera.com; pero, sobre todo, el artículo de Freddy Gómez Ortiz en la revista “Son del Caribe”, que puede verse en este enlace:
A la hora de la verdad, para poder escribir completa la historia amorosa del Inquieto Anacobero se hubiera requerido de un narrador omnisciente o un camarógrafo que lo siguiera día y noche durante los 76 años de su vida; y eso a duras penas lo pudo conseguir el biógrafo Joseán Ramos por un corto tiempo debido a que en uno de sus accesos temperamentales, “Daniel me echó”; tal como le sucedió a todas sus mujeres.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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