domingo, 3 de abril de 2016

146. Queso más caro del mundo

(Este texto fue originalmente un correo de circulación limitada a mi lista de contactos, pero he resuelto compartirlo con la audiencia extendida que visita este blog)

En mi niñez había un producto veterinario en presentación de pomada llamado “Vacol”, que se frotaba en las ubres de las vacas para aliviarlas de la mastitis o inflamación producida por no ordeñarlas a tiempo. Según la lógica de las abuelas, “si es bueno para las vacas también debe ser bueno para mi hija”. A mi madre, que criaba un hijo por año, no le faltaba esa pomada verde de olor penetrante para frotarse sus henchidos senos. Sentía verdadero alivio con la que ella llamaba “pomada vaca”, puesto que llegó a la conclusión de que “si sirve para los senos, sirve para todo”; y tuvimos untura de pomada para las luxaciones de los tobillos, para el dolor de los juanetes, para los abscesos dentales, para las aftas palatolinguales, para las raspaduras de rodilla, para los furúnculos, para los dolores en las coyunturas, para la bursitis en el cuello, para los espasmos en el manguito frotador del hombro, como expectorante para el pecho congestionado, y para todo lo habido y por haber. Era una panacea o curalotodo que en casa no podía faltar.

Pomada Vacol

En Rusia se inventaron un producto para problemas cardiovasculares, o algo así, que empezó a ser usado por los deportistas “para lo que sea”, porque descubrieron que este producto, el Maldonio, mejoraba su rendimiento deportivo ¡Una maravilla! Ustedes saben que todos los días no está el palo para cucharas, y si hay un producto que adiós cansancio, adiós insomnios, adiós depresiones, y demás cualidades antikriptoníticas (ya sabemos lo que la kriptonita le hace a los poderes de Supermán), pues bienvenido sea. En enero la Federación Mundial de Tenis lo prohibió, pero mi admirada María Sharapova no se enteró porque, al parecer, ella no lee correos latosos. Dicen los encargados que a ella se le dijo, se le advirtió, se le recomendó, se le sugirió, y demás precauciones; pero que ella no hizo caso, desatendió las advertencias, se hizo la loca, y ha marcado positivo en pruebas de dopaje. Mal hecho cuando se supone que debe ser una persona muy enterada de las reglas de juego, y que sus médicos y asesores deportivos también deben serlo, pero no. Le falló el engranaje ¡Qué falla! Con mi (voy a cometer una infidencia)… adorada María Sharapova ¡Qué falla!

Novak Djokovic y María Sharapova

En tiempos de Cleopatra se consideraba que bañarse con leche de burra daba a la piel una tersura extraordinaria, sólo que tal gusto solamente se lo podía dar una reina como ella porque llenar una bañera con esa leche requería de toda una burrada, y eso no estaba al alcance del populacho. Hace poco una pareja de millonarios se dio ese lujo, y no con leche de burra fina sino con leche de burra común y silvestre. Cinco mil dólares les costó el chiste. A mi modo de ver es mucha plata para uno removerse el sudor del cuerpo.

El 7 de diciembre de 2015, noche de las velitas, nos halló en Bogotá a mi esposa y a mí visitando a nuestro nieto. Mi yerno, conocedor de mi debilidad, me sorprendió poniendo sobre la mesa una tabla de quesos. Fue una locura gastronómica que yo degusté con un deleite inmensurable. No soy un gran conocedor, como decir que ignoro cómo se llama éste de pinticas verdes, o cómo se llama aquel que es más cremoso, pero cada bocado se me deshizo en la boca e impregnó las papilas gustativas regodeándose gratamente en mi memoria. Hay una memoria del gusto que se activa cada vez que uno recuerda la noche aquella de la orgía quesera, y vuelve a revivirla con entusiasmo. Fue algo como para “chuparse los dedos”. Me dijo alguien que el queso le olía “a vaca recién ordeñada”… Pero, claro, ¡ese es el gran secreto! ¡Qué maravilla! ¡Placer de todos los dioses del Olimpo! ¡Boccato di cardinale! Mi amor por este milenario producto me viene en la sangre, llegó en mis genes. Un artículo en homenaje suyo publiqué en este blog (50. Quesos agujereados a la francesa).

Pues, bien, resulta que ahora me entero de que el queso de burra, el Queso Pule, es el queso más caro del mundo. Lo producen en Serbia y vale la bicoca de mil euros el kilo. Mil euros, son mil euros. Son más de tres millones de pesos de los del 2015. Una fortuna. Son burros (o burras, para ser más precisos) que crían especialmente para eso y engordan hasta un peso de un cuarto de tonelada. Una burra de 250 kilos es un animalote más parecido a una vaca que a un burro costeño de los de carga. Las ordeñan sagradamente tres veces al día. Ya se sabe que de no hacerlo se apodera de sus ubres la mastitis. De cada ordeño se obtiene solamente un chorrito de leche que sumado en un año da apenas 35 litros, lo mismo que producen algunas vacas en un día. De esos 35 litros se obtiene solamente un kilo y medio de queso, o sea que hay que alimentar y cuidar a la burra por todo un año para tan poca cantidad de producto final. Es natural que ese producto valga toda la plata del mundo (para pagar un kilo hay que juntar durante todo un mes los bolsillos de cinco obreros que ganen el salario mínimo en Colombia, o un obrero tiene que trabajar medio año para poder comprarlo). 

Queso Pule: 1.100 € el kilo

Hecho a partir de la leche de una escasa variedad de burro de los Balkanes en el norte de Bulgaria, el queso de Pule es quizá la mayor delicia gastronómica serbia y se paga al astronómico precio de unos 1.100 euros el kilo. Lo más llamativo es que ni aun así podrá usted viajar a Serbia a aprovisionarse de este manjar: el tenista Novak Djokovic se ha hecho con toda la producción para su cadena de restaurantes.

Ese queso no voy a probarlo en esta vida, ni en la otra. Es más fácil que a los setenta años se me atraviese la Sharapova y, como diría mi abuela, “Ahí amanece, y no lo prueba”.

Pensaría uno que los quesos no son inspiración para los artistas pero, sí, hay una canción de Ricardo Arjona que se titula “Quesos, cosas, casas”:

https://www.youtube.com/watch?v=U1SVszhl4H4

Y, según el blog Diario de Gastronomía.com, el autor Stan Layryssens en su libro “Dalí y yo, una historia surrealista” cita al pintor cuando dijo:

Podéis estar seguros de que los famosos relojes blandos no son otra cosa que el queso Camembert del espacio y del tiempo, que es tierno, extravagante, solitario, paranoico, crítico” (Dalí).

http://diariodegastronomia.com/los-famosos-relojes-blandos-de-dali-eran-quesos-camembert/

En el blog argentino Dixit Guía Óleo.com un artículo hace referencia al amor de Dalí por los quesos que era tanto que una vez llegó a decir que “Jesús es una montaña de queso”. Esa expresión, en su filosofía camembertiana, es un gran elogio… a Jesús. 

http://dixit.guiaoleo.com.ar/los-quesos-de-dali/

Dijo alguna vez que “Mi mística es el queso, Cristo es el queso”:

http://cocinayvino.net/gastronomia/especiales/10720-salvador-dali-y-la-gastronomia.html

Su famoso cuadro “La persistencia de la memoria” fue pintado una noche en que él y su esposa Gala se habían hartado de quesos. Meditando él en que el tiempo era algo blando y fundible se le ocurrió pensar que el tiempo era como un queso camembert que se derrite, y de allí le vino la inspiración para completar el cuadro que tenía iniciado. 


“La persistencia de la memoria”, por Salvador Dalí

La rusa Gala fue el amor de su vida, y tan importante como musa inspiradora como lo fue la fotógrafa Dora Maar, la veinteañera que unió su vida a la del quincuagenario pintor Pablo Picasso. Dora Maar era un seudónimo adoptado por la croatafrancesa Henriette Markovitch que nació y murió en Francia pero se crió en… Argentina. Junto con el francés nativo dominaba el español de crianza con acento porteño. Aunque tal cosa no se dice en su biografía, nada de raro tiene que amara el tango, y su vida al lado de Picasso fue un tango, un verdadero tango. Un tango a disgusto de su familia, que no vio con buenos ojos su relación con el pintor. Un día en que discutía acaloradamente por teléfono con su madre Julie Voisin de Markovitch, para decirlo a la manera colombiana, su madre se quedó callada de repente. Cuando encontraron el rígido cadáver, todavía sostenía en la mano la bocina. Murió de disgusto por culpa de la descabezada muchacha a la que le dio por enredarse con el vejete ese de Picasso.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



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