(Este es un texto de usuario agradecido, no comercial, escrito para compartir experiencias de uso; y la mención de marcas registradas no tiene fines publicitarias).
Quizás por siglos los carpinteros fabricantes de sillas se limitaron a unir tablas y patas clavadas con puntillas metálicas para que los usuarios se sentaran en ellas. El que inventó el taburete hizo un avance al utilizar el cuero de las vacas como asiento más confortable que la simple tabla, cambiando los pesados muebles por sillas fácilmente transportables. El que se inventó recostar el taburete a la pared de la entrada de la tienda, facilitando que el tendero durmiera la siesta del medio día, ¡metió un golazo! Luego a alguno se le ocurrió que si sobre el asiento ponía un relleno de algodón y lo forraba con algún material dócil, las nalgas dejarían de maltratarse. Con eso se inventó la tapicería, otro golazo. Alguno agregaría lo de los espaldares abullonados, algún otro agregaría lo de los descansabrazos, en fin. La silla es un objeto de uso diario cuyo diseño industrial, término que en siglos pasados no se usaba, ha evolucionado.
Taburete con asiento de vaqueta
Cualquier día los dueños de negocios descubrieron que poniendo mesas y sillas a la entrada del establecimiento los clientes se sentarían a consumir y las ventas se aumentarían. Ya no sólo llegarían a comprar bolsas de pan para llevar a casa, sino que se sentarían en la mesa a comerlo y pedirían café, y cerveza, y otros artículos de consumo. Una simple cuestión de mercadeo y ventas que llevó a que cuando las sillas escaseaban los tenderos pusieran cajas vacías de cerveza para que se sentara parte de la clientela. Parejo con el uso práctico de este mueble vino la evolución en el diseño y aparecieron las sillas metálicas plegables de tijera, que no requerían entrarse afanosamente cuando empezaba a llover. Bastaba con secarlas cuando cesara la lluvia. ¿Cómo no se les había ocurrido antes?
Silla metálica plegable de tijera
Pero, como nada es perfecto en el mundo, un día los comerciantes descubrieron que había clientes que llegaban a las dos de la tarde a pedir un tinto ¡Y se quedaban sentados toda la tarde haciéndole siesta a ese tinto! El nombre de cliente le quedaba grande a un simple tinto de los de quinientos pesos sin propina. Ahí fue cuando hizo su aparición un fabricante paisa –supongo que es paisa, porque todos los negocios de Medellín han resuelto uniformarse con esos muebles– y se inventó la útil “silla incómoda, bella pero resbalosa”. Se trata de un mueble de hermosa y reluciente apariencia, con su brillo cromado de acero inoxidable, que está diseñado para que las personas de manera imperceptible se resbalen una y otra vez hasta que pronto se cansen y se marchen dejando el lugar a otra clientela. Idea luminosa. Ya uno no ve en las antesalas de espera de los almacenes de cadena a los esposos sentados interminablemente mientras sus esposas hacen el mercado. Ya no. Ya no se ven amigas conversando incansables a la entrada de las panaderías, ni se ven novios mirándose profundamente a los ojos en las cafeterías. Ya no. Al poco rato de uno estar sentado en una silla de esas se levanta despavorido y se va para otro lugar con alivio de los administradores del establecimiento que esperan la llegada de nuevos clientes. Este invento llegó tarde a la humanidad. Si nuestros abuelos lo hubieran conocido, se hubieran ahorrado muchos disgustos con sus hijas casaderas y con los novios de silla que cada nada había que mandar a tapizar y eso valía una plata. Cualquier muchacho de esa época hubiera llegado a la conclusión de que era mejor un matrimonio antes de tiempo que un largo noviazgo sentado en una silla de estas de panadería.
Silla tándem de aluminio con
estrías, y mesa incorporada
La empresa holandesa Ikea se diseñó una práctica silla plástica casera que lo mismo puede servir de asiento, de mesa auxiliar, de escalera para limpiar la parte superior de las cortinas, de estiba para que las herramientas no estén en el piso del garaje, para que las damas se suban cuando ven un ratón, y cosas así. Ignoro por qué la dotó de huequecitos, como no sea para ahorrar materiales, para hacerla más liviana, o por cuestión de apilonamiento. Lo ignoro. El caso es que un hombre que debido a un accidente o algo así, debía bañarse sentado bajo la ducha, encontró que este banquito plástico era muy práctico para eso, y se sentó a enjabonarse. Mejor no les cuento lo que pasó. Léanlo ustedes en este enlace.
Asiento Ikea de plástico, con huecos
1-
https://es.vida-estilo.yahoo.com/ikea-le-responde-a-un-cliente-al-que-se-le-qued%C3%B3-170720337.html
2-
https://www.informacion.es/sucesos/2018/03/23/auxilian-hombre-testiculo-atrapado-silla-5792424.html
¿Cómo puede pasarle algo así a don Claus Jorstad? Como decíamos los estudiantes en el bachillerato, ¡Mucha pelota, no joda! ¡Qué hombre tan de mala suerte!
El diseñador italiano Joseph Cesare “Joe” Colombo (Milán, 1930-1971) tenía nombre de mafioso de la Cosa Nostra, pero era buena gente. Es más, el tipo era un genio. Empezó siendo pintor exitoso, pero luego se convirtió en arquitecto, diseñador de interiores, administrador de la empresa familiar de electrodomésticos, para terminar alcanzando clamorosos éxitos y premios como diseñador industrial. Se inventó los muebles plásticos fabricados por inyección, lo que dio posibilidad de reciclar el plástico que atiborraba los basureros mundiales con sus varios siglos de tiempo para la degradación, pudiendo reutilizarlo una y otra vez en distintos objetos reciclados. Una maravilla. Por culpa de un infarto, sólo vivió 41 años, pero le fueron suficientes para cubrirse de gloria en el mundo del diseño. Por mi parte nunca tendré cómo agradecerle un invento suyo que amo con todo mi corazón. Adonde quiera que vaya, lo prefiero por encima de cualquier otro mueble que haya en los alrededores: la “Silla Rimax de brazos”; o sea la Universale 4860, como él la bautizó. La diseñó en la década de los sesenta y obtuvo premio por ese diseño ergonómico que hace de su producto la silla más descansada que yo conozca. No hay otra igual, ni siquiera su mismo diseño sin descansabrazos o su mismo diseño por otro fabricante de estos alrededores. No hay otra igual. Con el tiempo el plástico también se cristaliza y se vuelve frágil y fracturable, pero cuando tal cosa sucede es mucho lo que ha durado. Algo hay en el espesor de su plástico, en su conformación, que hace que resista incansable el peso de la mayoría de las personas normales. Digo normales y digo mayoría, porque a un luchador de sumo japonés encima sólo lo soporta una banca de cemento armado.
En la década de los 30 llegó a Colombia el matrimonio de don Isaac Gilinski, un judío croata desplazado por la guerra nazi que se venía encima. Montaron en Lebrija (Santander) una cutiembrería y tuvieron a sus hijos Max, Isaac, y Lazar Gilinski Sragovicz. De ellos su hijo don Isaac emigró a Cali donde contrajo nupcias con doña Perla Bacal, también de familia judía, cuyo único hijo varón nacido en 1957 es don Jaime Gilinski Bacal que figura en la lista Forbes como el 613 hombre más rico del mundo, con algo así como dos mil quinientos millones de dólares de patrimonio que equivalen más o menos a siete y medio ¡billones de pesos!, hablando en colombiano. Eso es mucho maní. Estar uno en ese puesto en un mundo con tantos euromillonarios no es cualquier cosa para este banquero que se casó con una dama panameña de familia judía y viven en Londres para sacarle el cuerpo a tanto pedigüeño que se le arrima a uno en los restaurantes a pedir una ayudita por el amor de Dios. Por estos lados uno tiene la sensación de que no hay judíos pobres. Debe haberlos, pero entre ellos existe una solidaridad de raza muy fuerte y la tendencia a ayudarse unos a otros para sacarlos de problemas financieros. No regalan nada, pero ayudan al plante y al montaje de cualquier negocio que pueda sacar adelante a su paisano o correligionario.
Empezando la década de los 50 llegó de Lituania un amigo de la familia, y don Isaac Jr. se asoció con su hermano Max y con el paisano recién llegado de Europa, para montar una fábrica de juguetería de plástico en Cali. El tercer socio, que sabía de plásticos, era don Rafael Sinkevicius que al parecer no dejó descendencia en Colombia y españolizó su apellido a Sinkovicios porque así se lo aprendían más fácil los colombianos por asociación con la expresión “cinco vicios”. Era un simple recurso nemotécnico, porque don Rafael y sus paisanos eran juiciosos en su vivir, y juiciosos en la administración de sus bienes. La empresa se llamó RIMAX, a la que don Rafael aportó la primera letra, don Isaac aportó la segunda, y don Max aportó el resto. Estando ya metidos en el asunto de los plásticos inyectados alguno de ellos se enteró en 1965 del diseño del italiano Joe Columbo, e hizo los arreglos para producir la silla en Colombia donde la marca Rimax se convirtió en un nombre genérico para las sillas plásticas, cualquiera sea la marca que las produzca.
Silla plástica Rimax
con descanzabrazos
Fue así como el invento de don Columbo llegó a mi necesitado coxis y a mis agradecidas posaderas, y aún no averiguo para qué sirve un huequito que tienen en el vértice o curva donde se juntan el asiento y el espaldar. Tal vez sea para que el agua escurra cuando llueve, supongo, pero tendré que poner cuidado para que no me pase la de don Claus Jorstad porque a estas alturas de la vida me dolería mucho perder uno de los pocos recuerdos que me quedan de los trajines de la adolescencia.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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