ALBERTO LLERAS
CAMARGO:
BRÚJULA MORAL
DE LA NACIÓN
Este artículo es una especie
de trabajo de los de recortar y pegar en cartelera, puesto que está armado con
frases tomadas de algunos libros leídos sobre el tema. Empezaré un poco al
revés de lo que se acostumbra, y es dando primero la bibliografía, para
facilidad de los lectores:
1. MEMORIAS DE
ALBERTO LLERAS CAMARGO. Editorial Taurus, 1997. Áncora Editores, 2006.. Prólogo
de Gabriel García Márquez.
2. POLÍTICOS EN LA
INTIMIDAD. Alejandro Vallejo (Inst. Col. de Cultura, 1971): Jorge Eliécer Gaitán; Alfonso López y Cía. –Alberto Lleras Camargo–; Gabriel Turbay;
Augusto Ramírez Moreno; Juan Lozano y Lozano.
3. EVOCANDO A
LLERAS, 100 AÑOS –ENSAYOS Y EPISTOLARIO– Antología y prólogo de Otto Morales
Benítez. Colsubsidio, 2006.
4. REVISTA
HISTORIA, DE CREDENCIAL –El siglo de Alberto Lleras: 1906-2006– #199, julio de
2006. Por Leopoldo Villar Borda.
MATILDE DÍAZ
Alberto Lleras se casó con Berta
Puga, hija del embajador de Chile en Colombia, y tuvo tres hijas mujeres y un
hijo hombre, Alberto, abogado ajeno a la política, de bajo perfil y no sé si
solterón empedernido o viudo o separado, sólo que, al cabo de las quinientas,
resultó casado con Matilde Díaz, que había dejado de ser cantante de la
orquesta de Lucho Bermúdez y había dejado de ser esposa del músico.
RESEÑA POLÍTICA
Era mi idea hacer la reseña
de un libro, pero ha resultado ser una mezcla de varios, a propósito de una
personalidad relevante. Se me ocurrió esta charla por haber encontrado en las
estanterías de la biblioteca pública el primer tomo del libro de memorias que “para dejar un testimonio de mi
tiempo” fue escrito por el Doctor Alberto Lleras Camargo, periodista,
político, expresidente; tomo que él tituló “Mi gente”. No hay un segundo tomo. Parece contradecir la elección
de este tema mi intención de no referirme a asuntos de religión, de política o
de deportes; asuntos que implican polémica o polarización. El desarrollo de este
texto mostrará que no es del político de quien vamos a hablar sino del hombre
digno de admiración y de respeto. De un hombre grande por sobre las simpatías o
antipatías que su condición de político pudieran generarle. Pero, y es
contradictorio con lo que acabo de afirmar, no hay manera de hablar del hombre
que fue, sin hablar también de la política en la que se desenvolvió su vida. Este
libro, “Memorias de Alberto Lleras
Camargo”(1), es
esclarecedor.
INTERTEXTUALIDAD
Las frases recortadas con
tijera para este texto no se sucederán en orden cronológico, por lo que alguna
referencia a su época de Presidente podrá ir seguida de otra sobre su época de
periodista; o una tomada de una revista podrá aparecer intercalada entre otras
tomadas de un libro, o se cita la voz de un personaje que a su vez cita a otro
o al mismo Lleras. Son cosas propias de lo que hoy llamamos intertextualidad. En
su lectura omitiré la acostumbrada advertencia de “abrir y cerrar comillas”,
pues por su abundancia se volvería cargante para el oyente, no así para el
lector que podrá apreciar cuándo unas palabras son propias del reseñador y
cuándo son tomadas de sus lecturas. Hago la salvedad de que en las citas, tanto
de uno como de otros documentos, puede aparecer cambiado el orden de algunas
frases, sin alterar su contenido, para ponerlas en contexto.
PRECOCIDAD
Las palabras “cuando apenas tenía” van a
aparecer frecuentemente en esta reseña sobre Alberto Lleras, un hombre en el
que todo fue precoz. Juan Roca
Lemus, Rubayata, inició una crónica diciendo “Desde que Shirley Temple está a la cabeza del gobierno”… (Políticos… Pág. 51)(2), comparando la temprana aparición de Lleras en la
vida pública con la pequeña actriz que fue precursora de las actrices
infantiles en el celuloide.
Lleras
fue presidente por primera vez a los 38 años. Lleras, el periodista, dijo en
una entrevista que concedió a Eduardo Santos Montejo, el director de El Tiempo:
“Mi precocidad
no me sirvió nunca sino de estorbo. Me hizo insurreccionarme en las escuelas, no
me dejó aprender jamás aritmética, me obligó a guardar hasta los dieciocho años
una cara de genio palpable, serio, austero. Entonces comprendí que aquello era
inútil y volví a mi naturaleza despreocupada, alegre, intrascendental. Detesto
la gravedad de la vida, como detesto el humorismo en literatura” (Evocando… Pág. 336)(3).
Lleras
fue, pues, lo que los muchachos de ahora llaman “un nerd”.
PRESTIGIO
Con motivo del centenario de su nacimiento
(julio 3 de 1906), se declaró en Colombia “2006, el año de Alberto Lleras Camargo”. Dijo algún expresidente que Alberto Lleras era “la brújula moral de la nación” y dice Leopoldo Villar Borda:(4)
“Cuando Lleras abandonó el poder por segunda
vez en 1962, su prestigio en el país y en el exterior no tenía paralelo con el
de ninguno otro de los presidentes de Colombia… Sigue siendo, a cien años de su
nacimiento y dieciséis de su muerte, la “Brújula moral de la nación” y sus
palabras cobran más actualidad porque el país no ha dejado atrás las
discordias, la corrupción y la violencia”.
ESTADISTA
Hasta
que tuve sus memorias entre manos, siempre oí calificar a Alberto Lleras como
estadista, y a los sobrevivientes de la vieja política definirlos a él, junto
con Carlos Lleras Restrepo, hijo de su primo hermano Federico, como “los últimos verdaderos hombres de talla
presidencial que habíamos tenido en el solio de Bolívar”. Esta última definición es la que
clasifica a Álvaro Gómez Hurtado como hombre de talla presidencial que no fue
presidente; y descalifica a dos o tres que, siendo buenos escritores, o poetas,
o gramáticos, o diplomáticos, o ingenieros; fueron presidentes sin dar la talla.
Sin entrar a cuestionar la validez de estas afirmaciones (los que las hacían
han venido muriéndose), las registro sólo para reafirmar que el título de
estadista endilgado a Alberto Lleras es merecido y sin discusión.
DOCTORADO
El
título de “Doctor Don” –era un muchacho de diecinueve años y acababa
de echarse un discurso acaballado sobre los hombros de Alfonso López Pumarejo–,
le fue dado nadie menos que por Laureano Gómez, un hombre descalificador a
troche y moche, que reconoció en el joven Lleras su señorío y lo tituló Honoris
Causa como doctor. En esto se adelantó Laureano a varias universidades como
Harvard, Columbia y Princeton, de los Estados Unidos; Cauca, Los Andes y
Antioquia, de Colombia. Cuando estaba en el bachillerato oí decir que Lleras
nunca se graduó de doctor y ni siquiera de bachiller, lo que me venía de perlas
para justificar mi ocio estudiantil. Allí hay una falacia que desentrañó Germán
Arciniegas (Evocando… Pág.
14):
“Cuando se dice que Alberto Lleras no pasó por la universidad, se olvida
que en su momento la universidad estaba también fuera de los claustros, en la
calle, en el periódico, en el café, en el teatro, en la cátedra libre… Alberto
sabía mucho más de las letras hispánicas y universales, de la ciencia, la
filosofía y la política, que nosotros perdiendo horas en memorizar el Código
Civil… nadie se asombró viéndolo llegar, años después, a la Rectoría de la Universidad de los
Andes o recibiendo grados de doctor Honoris Causa en una decena de
universidades americanas, donde estas distinciones no se otorgan sin razón”.
Leyendo
sus memorias se da uno cuenta de que lo que no recibió fue el diploma titular
académico, pero que sus lecturas, estudios y relaciones de toda índole lo
calificaban como el que más para llevar todos los títulos posibles, incluyendo
el de Licenciado, que poco se acostumbra entre nosotros.
CONTENDOR
DE LAUREANO
Años
después, el mismo Lleras, graduado en caliente como doctor, demandó por
calumnia al Dr. Laureano, su graduador, según cuenta Villar Borda:
“Éste es detenido por un día, el 9 de febrero de 1944, y hay desórdenes
en las calles de Bogotá, pero se ha comprobado algo sorprendente: Lleras ya
tenía suficiente estatura política para desafiar al “Monstruo”, como se conocía
al aguerrido y temido jefe conservador”.
Tres
lustros más tarde harían las paces –y la paz– en Benidorm y Sitges, originando
el Frente Nacional, esa vieja idea de López Pumarejo que Lleras conocía al
dedillo. “¿Cómo se le ocurre semejante
estupidez de ir a arrodillársele a Laureano?”, dijeron muchos, ignorantes de que Laureano sentía por él una
indeclinable admiración y respeto. “Fue
una acción inteligente”, dijo
Eduardo Santos, “era lo único que se
podía hacer en esas circunstancias”.
Lleras había logrado unir en ese propósito a muchos liberales que querían tirar
cada uno por su lado, pero Laureano casi no logra unir alrededor suyo a los
amigos y oponentes de su mismo partido, que casi dan al traste con el Frente
Nacional por quisicoseos de comadres.
PRÓLOGO
Cuando
alguien escribe un libro –y Lleras venía escribiendo el suyo desde hacía rato–,
busca un padrino calificado para que haga un prólogo que no sólo esté a la
altura, sino que lo enriquezca. De hecho el Dr. Otto Morales Benítez, amigo y
ministro suyo, incorporó en su compilación “los prólogos que se escribieron para los diez tomos de “Las obras
selectas de Alberto Lleras”, que publicaron la Federación Nacional
de Cafeteros y la Flota
Mercante Grancolombiana en el año de 1987, compiladas por
Aníbal Noguera Mendoza” (Evocando… Pág. 14). Son escritos por hombres de gran relevancia en la vida nacional; y cualquiera
de los hombres de primera línea en la política continental, con quienes se
relacionó, habría prologado las “Memorias
de Alberto Lleras” con el mayor
gusto, considerándolo un honor. Quizás fueron sus herederos los que escogieron
a García Márquez, cuya relación con el autor se fundamentó principalmente en el
colegaje del periodismo que ambos ejercieron en El Espectador en épocas
distintas porque GGM afirma que “Lo
conocí en Ciudad de México en la primavera de 1970”, iniciando una conversación tardía en el aeropuerto de México,
conversación que era apenas un reportaje no intencional de un hombre que ya
había dejado de ser reportero a otro que había dejado de ser estadista. El
prólogo da un título a Alberto Lleras que yo no le conocía: el de escritor.
ESCRITOR
Cita
Villar Borda a García Márquez: “Lleras
fue un escritor extraviado en la política” y el prólogo de Gabo inicia con una frase que seguramente será citada
por más de uno cuando entre a referirse al estadista fallecido:
“Alberto Lleras Camargo era un gran escritor,
que
fue dos veces presidente de la república”.
En
entrevista con Juan Lozano y Lozano, Lleras confirma (Evocando… Pág. 203):
“Yo no soy típica, ni temperamental, ni vocacionalmente, un político. Más
bien sería un escritor, es decir, el que escribe por oficio, el que goza
escribiendo. Probablemente si me hubiera dedicado a serlo, de manera integral,
absoluta, como debe realizarse una vida ordenadamente, habría logrado dominar
la técnica de la expresión y habría aprovechado una sensibilidad adecuada para
ese esfuerzo. No fue así, y ahora vivo confundido, en medio de experiencias
espléndidas, recibiendo posiciones y honores que no fueron jamás objeto de mi
ambición, y, como a todo extraviado, me duele vagamente una especie de
nostalgia sin objeto preciso. Confieso que cada vez que me hago un recuento de
las situaciones, honores, cargos, que he ocupado, se desdobla en mí el
frustrado escritor para exclamar, sin pensar, pero sin admiración: ¡Caramba!,
¡Qué carrera para un político!”.
Lo
que hubiera querido ser es escritor; pero lo que todo político quiere es una
carrera como la suya en que fue dos veces Presidente, después de haber recibido
todos los honores. Al dejar su primera presidencia manifestó:
“Volveré a escribir para los periódicos cuando quiera que lo crea
necesario. Todo el tiempo que me reste, lo dedicaré a escribir cosas ajenas a
la política, tal vez algo de historia, y quién sabe si logre renovar
experimentos literarios que dejé truncos hace muchos años como la novela de las
“Memorias de un hombre mediocre” en las que el hombre mediocre no soy yo” (Evocando… Pag. 352).
Alberto
Zalamea dice de él (Evocando… Pág.
359):
“Es uno de los más inteligentes colombianos del siglo. Pocos artículos
periodísticos resisten la relectura. No es el caso de Lleras. Sus textos se
defienden por sí solos. Si el estilo es el hombre, el suyo corrobora con
esplendidez el lúcido temperamento de quien, con más exactitud que nadie, supo
expresar su circunstancia y escudriñar las entrañas históricas de su país y de
su pueblo”.
NO
FUE MAESTRO
Se
refiere Villar a “la múltiple
vocación de Lleras, a la que también se puede agregar la de maestro”. Lleras, en sus memorias, lo desmiente. Cuando
ejerció por un año la vocación familiar de maestro, le fue mal. No era lo suyo,
aunque estuvo a punto de volver a intentarlo: “Alberto nos anunció un día en el camarote de Germán Arciniegas en el
diario de La República :
Me han nombrado profesor de esa materia importantísima que se llama la Retórica” (Políticos… Pág. 32). Tenía diecisiete años. Pero no alcanzó a
ejercer porque jugó su corazón al azar, como Arturo Cova, el personaje de La Vorágine , y se lo ganó la
política por cuenta del ofrecimiento que le hizo el Dr. López Pumarejo de que
fuera su secretario privado, que lo fue varias veces, incluida aquella en que López
le mandó a decir o le dijo “que
escogiera ministerio” y Lleras prefirió volver a ser
secretario privado porque “desde esa
posición se manejan todos los hilos del poder”. No fue maestro, pero fue fiel a otras rutas familiares:
NO
FUE ORADOR
“Con excepción de José Manuel Lleras, su bisabuelo, primero de la
familia en llegar a la
Nueva Granada en 1810; todos sus antepasados incursionaron en
la literatura, el periodismo, o la política; y su abuelo, Lorenzo María Lleras,
fue secretario de Santander” (Memorias… Prólogo).
Fue
la de Lleras Camargo…
“Una existencia en la que se conjugaron, de forma excepcional, el
periodista, el escritor, el político, el diplomático, el estadista… De su
vocación por las letras da testimonio su inmensa obra escrita (miles de textos
periodísticos, discursos y conferencias, ensayos históricos, y la admirable,
aunque trunca, autobiografía), que contienen las ideas a las que consagró su
vida… Cuando termina su breve paso por la presidencia a mediados de los
cuarenta, Lleras no sólo ha demostrado sus raras dotes de orador, parlamentario,
y político; sino de administrador” (Memorias… Prólogo).
Estas
“raras dotes de orador parlamentario” son, aparentemente, contradictorias para
García Márquez. Aparentemente, porque sí era un buen orador, pero no
improvisaba sino que escribía para luego leer. He ahí la diferencia que
desmonta un mito: Junto con Villar Borda, yo pensaba que Lleras era un gran improvisador
de discursos. Sí fue, pero se deduce de lo escrito por GGM que no fue un
librador de batallas tribunicias ante micrófono, como Laureano Gómez o
Guillermo Valencia o Jorge Eliécer Gaitán, sino uno que se aplicaba mejor con
sus escritos.
LOCUTOR
Ese
político colombiano que, “como ningún
otro ha utilizado tan magistralmente el poder de la palabra escrita y hablada”, al decir de Villar Borda; según GGM actuó
de manera decisiva el 10 de julio de 1944:
“Cuando un grupo de militares sediciosos se apoderó en Pasto del
presidente López Pumarejo –en un momento en que el periodismo radial estaba en
pañales–, Alberto Lleras, Ministro de Gobierno, se llevó para el Palacio de la Carrera los micrófonos de la Radiodifusora Nacional ,
y mantuvo al país durante el día entero en un ambiente de sosiego y confianza
hasta que la rebelión fue derrotada. El prestigio de su voz y la credibilidad
de sus palabras fueron los héroes de la jornada. Pues bien: todo lo que se oyó
por la Radio Nacional
en aquel día memorable lo había ido leyendo Lleras ante el micrófono a medida
que lo escribía, para estar seguro de que no habría noticias que rectificar,
ni promesas vanas de qué arrepentirse” (Memorias… Prólogo).
En
estos tiempos de metidas de pata y rectificaciones presidenciales, la frase
subrayada es clara demostración de lo que es un estadista (lo que no tiene por
qué ser sinónimo de presidente). De ese momento opinó el Dr. Carlos Lleras
Restrepo que “Pocas veces, en nuestra
historia, ha sido más patente el poder de la palabra de un hombre respaldada
por un sereno valor personal” (Evocando… Pág. 215). Excelente registro reporteril el que hace García Márquez de ese
episodio para reforzar su afirmación de que Lleras era un escritor. Sus libros
publicados están clasificados entre los documentos políticos y no en las
estanterías literarias. De la cantidad de documentos impecablemente escritos
por Lleras con su paternidad o atribuidos al presidente Alfonso López Pumarejo,
que se encuentran en los archivos, ninguno puede ser tildado de chapucero o
descuidado, en un hombre cuya cualidad más reconocida fue la ecuanimidad aun en
los momentos más difíciles de la vida política que le tocó protagonizar.
LLERAS
Y LÓPEZ PUMAREJO
Era
un escritor con la capacidad de poner en palabras sus sentimientos y de
transmitirlos y contagiarlos a otros, por medio de la palabra. López lo supo y
le confió la redacción de sus escritos pero no se convirtió en un ventrílocuo. Revisaba
minuciosamente cada párrafo y corregía a Lleras para eliminarle los excesos. Germán
Arciniegas lo describe (Evocando…):
“Su mano se veía en los grandes papeles del Estado, en los discursos, no
porque fueran de la invención de Alberto, sino porque trabajaban en llave maestra
presidente y secretario; López era un gran escritor. De partos laboriosísimos. No
he conocido otro que consultara más el diccionario de la Real Academia de la
Lengua. Alberto, en cambio, era veloz. Pero cuando López fijaba su pensamiento
en una palabra, era tan precisa, que al escribir Alberto el discurso lo estaba
haciendo con las palabras de López, que no se podían cambiar”.
Lleras
reconoció que (Memorias… Pág.
14):
“López hizo por mí lo que mis profesores de castellano y de retórica
jamás lograron: quitarle a mis escritos, que iban a ser en último término los
suyos, el resplandor de las imágenes, la violencia verbal, el dogmatismo
literario, hasta convertirlos en esos mensajes… con el predominio de las ideas
sobre el aspecto puramente formal”.
Dice
Fernando Londoño y Londoño que (Evocando… Pág.
185):
“Andaba Alberto Lleras por sus mocedades de los veinticuatro años,
cuando regresó de Europa y se encontró con la histórica aventura del
liberalismo… Su primera salida de orador en las plazas abiertas tuvo lugar en
la muy historiada de Popayán… haciendo en aquella ocasión compañía y guardia
intelectual a Alfonso López Pumarejo… bien puede admitirse que de esta primera
colaboración personal –más o menos ocasional o fortuita– arraigó una amistad
política inquebrantable que no tuvo vacilaciones…”.
Afirmación
inexacta puesto que el primer encuentro de los dos hombres, y primer discurso en
una plaza pública, lo pronunció Lleras a los diecinueve años sobre los hombros
de López Pumarejo. Luego se encontraron en España cuando Lleras era
corresponsal de El Mundo de Buenos Aires, de donde provino el regreso de Lleras
a Colombia para vincularse a El Tiempo como jefe de redacción y escritor de
editoriales con el seudónimo de “Allius” (tenía veintitrés años) y allí recibió el
ofrecimiento de López de que se conviertiera en su secretario personal. Dice
Juan Lozano y Lozano (Evocando… Pág.
202):
“De Lleras se dice generalmente que es un afortunado de la política, a
quien la amistad de López ha colmado de dones y beneficios. Y evidentemente
Lleras había sido Ministro de Gobierno apenas pasados los veinticinco años, y
ahora se hallaba como embajador en Washington, bien antes de llegar a los
cuarenta; y muchos lo consideraban como el próximo candidato a la Presidencia de la República ; y si más
honores no había recibido, y si más cargos no había ocupado, es porque el breve
lapso de su vida pública no le había dejado el tiempo material para ello. Y
evidentemente López había sido el único autor o el único responsable de esos
nombramientos. Pero a tan altas distinciones no llegó Lleras de balde; ni aun
cuando su modestia, su amor, y su gratitud, lo ofusquen a él mismo. Lleras no
tiene nada que agradecer a López, como no sea el calor cordial de la amistad
personal. Lleras ha hecho a López tanto como López ha hecho a Lleras; el uno no
tiene razón de ser sin el otro; el uno no podría existir en la política sin el
otro; son dos remos de una misma barca; son las dos alas de un mismo pájaro –y
pájaro de pico y garra, por cierto–… cuanto López ha dado a Alberto Lleras en
posiciones, Alberto Lleras se lo ha devuelto a López en posición”.
De Alfonso López Michelsen (en la Revista Semana a la
muerte de Carlos Lleras Restrepo):
“Un obstáculo, desde luego
involuntario, en su carrera ascendente fue la competencia con su pariente
Alberto Lleras Camargo. No era grande la rivalidad entre los dos. Tampoco la
familiaridad. (...) Se distanciaron grandemente con ocasión de mi candidatura a
la Presidencia
de la República
en 1973. Alberto acogió de buen grado la decisión de la Convención Liberal
mientras el doctor Lleras Restrepo no ocultaba su fastidio con mi proclamación.
Ocho años más tarde los dos trabajaron estrechamente para impedir mi
reelección, fomentando el Nuevo Liberalismo y estimulando una disidencia dizque
de "liberales con Belisario" que ni antes ni después del gobierno de
Betancur tuvo electorado. Lo más curioso en la vida de Alfonso López Pumarejo
fue su relación con cada uno de ellos. Alberto Lleras era su más íntimo
confidente y su escritor de cabecera en el sinnúmero de ocasiones en las que él
no podía redactar personalmente sus mensajes. Complementaba, en cierto modo,
las limitaciones literarias del Presidente. En la otra orilla, Carlos Lleras
Restrepo era el hombre de confianza del doctor Eduardo Santos: su genio en
materias económicas que le ayudaba a sortear las situaciones más difíciles en
temas a los cuales era completamente ajeno el presidente Santos: el arreglo de
la deuda externa, el Pacto Cafetero o el fideicomiso de los bienes de los
súbditos del Eje durante la
Segunda Guerra Mundial. Lleras Restrepo era el complemento
indispensable en el orden económico para un hombre de las calidades literarias
y periodísticas del presidente Santos. Lo paradójico de esta situación fue que
con el transcurso del tiempo y los avatares de la política Alberto Lleras se
fue aproximando más y más al doctor Santos hasta adoptar su filosofía política
republicana, a tiempo que el doctor Carlos Lleras Restrepo acabó siendo la gran
admiración y el gran colaborador de López Pumarejo en la dirección del partido,
durante sus años de adversidad (...)”.
EL
PRIMER MANDATO
Cuando
López renunció y Lleras lo reemplazó por un año, en medio de un tenso ambiente
político, con el encargo de convocar a elecciones para elegir presidente en
propiedad, este discurso lo puso por encima de las reyertas partidistas, según
cita Otto Morales Benítez (Evocando…):
“Los hombres de mi partido saben que el gobierno no hará nada para
establecer en su favor el más pequeño privilegio o para mirar con lenidad
cualquier abuso que se intentara cometer a nombre de una bandera que fue
siempre de democrática pureza del voto. No habrá fuerza capaz de impedirme
reconocer la victoria a quien la obtenga”.
La
obtuvo el conservador Mariano Ospina Pérez, y no se habló de fraude en esas
elecciones por una sencilla razón: no lo hubo. Son sus palabras en reportaje
concedido a Silvio Villegas, de La
Patria de Manizales, cincuenta días antes de dejar el poder
en su primer gobierno:
“La responsabilidad del Gobierno pasa a otras manos y a otro partido,
pero la de mis actos y mis ideas permanecerá en mí. Yo he gobernado como querría
que me gobernaran, y cualquier autoridad que tenga en la República , en el campo
político o moral, debo emplearla en pedir que se nos gobierne de esa manera. A
los que hablan de “las excesivas garantías” que otorgó el Gobierno, sólo les
digo que aspiraría a que las tuviera el liberalismo, para sus luchas futuras. Porque
no las juzgo excesivas ni cabe exceso en la garantía de los fueros políticos. Mi
partido quiso que yo hiciera un gobierno como el que hice, y estoy seguro de
que si hubiera ido a las urnas unido, se habría consolidado sobre esa política
en el poder, por muchos años. Probablemente no me hubiera correspondido ver su
ocaso ni su derrota. Las cosas pasaron de otra manera y si todos los demás
renunciaran a esa política que hice a su nombre, yo no podría hacerlo… de ella
puede decirse que sirve para la oposición y para volver al gobierno… no la hice
por equivocación, sino por convicción; no por error, sino por la certidumbre de
que era útil al país” (Evocando…).
Sólo
un año duró el primer mandato pero, si no hubiera más realizaciones qué
mostrar, la creación de Acerías Paz del Río y de la naviera Flota Mercante Grancolombiana,
ideas suyas, serían suficientes. Una espontánea manifestación frente a los
balcones del Palacio de la
Carrera le coreó cuando iba a entregar el poder: “¡Gracias, Alberto Lleras!” Eran partidarios suyos de uno y otro
partido conscientes de que había hecho mucho en ese año y de que su manera de
hacer política con justicia rompía los moldes de zancadillas a los que el país
se había acostumbrado.
NO
FUE SECTARIO
¿No
es maravilloso que en un siglo signado por la violencia partidista en la que nuestra
intolerancia ancestral se manifestó con toda clase de aplanchadores, chulavitas,
pájaros, chusmas, contrachusmas, guerrillas, contraguerrillas, paramilitares,
autodefensas, asesinos todos, incluidos los oficiales y los extraoficiales; nadie
calificara como “sectario”
a este Lleras?
EL
PERIODISTA
Hernando
Téllez, su compañero en las horas de cierre del periódico, lo describe en sus
épocas de periodista (Evocando… Págs.
329-330):
“Su oficina era estrecha, escasa de muebles, una completa refutación al
confort. El envejecido escritorio, cuya milagrosa supervivencia se debía nada
más que al cariño invulnerable que por sus antiguos muebles sentía y aún siente
el director del periódico, nos servía a los interlocutores para reemplazar los
soñados y lejanos asientos… Ya en la iniciación de la madrugada… no le quedaba
tiempo a Allius para cambiarse de traje, y trabajaba vertiginosamente,
fácilmente, poniendo en ejercicio todos los raros privilegios de su
privilegiada inteligencia… El ritmo de su pensamiento era casi palpable para
quienes oíamos el correr sin pausa de la maquinilla. Parecía que de antemano ya
lo tuviera todo pensado, pues apenas si notábamos la interferencia ocasionada
por el cambio de las cuartillas. Concluía su empeño en un plazo tan corto, que
desataba nuestra envidia y acrecentaba nuestra indeclinable admiración por sus
talentos. Nos daba a leer algunas veces sus comentarios y nos resultaba
imposible suponer que así, naturalmente, pudiera acumularse porción mayor de
entraña ideológica. Al terminar, siempre estaba insatisfecho y su intransigente
autocrítica lo hacía exclamar entre sonrisas:
–
Debe ser
cuestión del vestido, pues me parece que este editorial lo he escrito con
guantes. Hubiera querido una cosa más directa, menos ceremoniosa.
No
había tal. El artículo era, como casi todo lo suyo, una pequeña obra maestra de
doctrina política y de hermosura idiomática. Las ideas se expresaban allí en
valores de sencilla belleza que nos dejaban perplejos a quienes habíamos sido
testigos de la orgullosa y abrumadora facilidad con que cumplía esa tarea”.
En “Alberto Lleras, el escritor”, Eduardo Caballero Calderón escribió (Evocando… Pág.
98):
“Pero aquí no se trata de analizar al hombre de Estado, sino de trazar
someramente la figura del escritor. La una y la otra, en verdad, se confunden. Lleras
es un hombre de Estado que sabe escribir y que sabe hablar, y tiene una secreta
complacencia en hacer bien lo uno y lo otro. Sabe que la palabra, cuando es
bella, deslumbra y apasiona a las multitudes; y cuando es la fiel expresión de
una ideología, y sobre todo de un carácter, puede gobernar a los ciudadanos. Su
prosa es clara, objetiva, armoniosa y en los últimos años se ha ido desnudando
de vanidades literarias y muestra al través de las palabras su nervadura
interna”.
Alejandro
Vallejo hace la semblanza de cinco personajes de la política, entre ellos Alfonso López & Cía. La compañía es Lleras. Son descripciones
como pinceladas de acuarela y a éste se aplica una sobre Gabriel Turbay (Políticos… Pág. 61):
“Fue jefe nacional. Sobre todo, era una de las dos o tres cabezas que
dirigían esa muchedumbre locuaz, deliberante, legisladora e irresponsable que
es el Congreso”.
Y
sobre Lleras dice que:
“Las cualidades oratorias de Lleras ofrecen una curva bastante
accidentada en el diagrama. De ahí que, a pesar de haber sido el hombre joven
que ha pronunciado en Bogotá los discursos más brillantes y en las
circunstancias más solemnes, no pueda definirse como orador” (Políticos… Pág. 49).
Gran
paradoja que un orador –que no puede definirse como tal con la palabra hablada–,
haya alcanzado hitos tan importantes con la palabra escrita. Dice Caballero
Calderón:
“La Academia Colombiana de la
Lengua hizo bien en llamarlo a su seno porque Lleras no sólo
ha demostrado en su administración que es un gran escritor de Estado, sino que
al agregar esa nueva especialidad a la de cronista, humorista y
editorialista, que había practicado en largos años anteriores con soberana
maestría, ha demostrado hasta la saciedad que es un gran escritor” (Evocando… Pág. 101).
HUMORISTA
Y TANGUERO
Aparece
una faceta que tampoco le hubiera endilgado yo antes de leer estos libros: la
de humorista. La compilación de Morales Benítez muestra fotografías en las que
no aparece el austero hombre de Estado, sino el amigo sonriente. En el artículo
de Caballero Calderón está la transcripción de una de las colaboraciones de
Lleras para El Tiempo en la que hace una graciosa crítica de cine. Esta faceta
sorprende porque también son proverbiales los raptos de mal humor propios de
los dos Lleras, rasgo que debe ser una tara de familia. Y hay otra faceta poco
conocida. Lleras fue amante del tango y bailarín destacado. No es extraño. Dice
GGM (Memorias… Pág. 11) que en Colombia se había entregado “A la bohemia dura de aquellos años, que por
poco no lo arrastró a la perdición… Desesperado,
se fue a Buenos Aires, sin más recursos que una carta de recomendación que le
dio Laureano Gómez, y allí fue redactor de La Nación”. Viajó a Buenos Aires y allí
trabajó como periodista en varias publicaciones ¿Qué otra cosa puede hacer un
muchacho de veinte años, en los años veinte, solo, en una ciudad desconocida,
sino acudir a los sitios de milonga y aprender a bailar como se debe? Juan B.
Fernández Renowitsky, el director de El Heraldo de Barranquilla, lo confirma (Evocando… Pág. 156):
“Andar bien vestido en medio de la vida social, con lances amorosos al
fondo, seduce al intelectual bogotano (Lleras), hasta el punto de que, durante su
permanencia en Argentina, una de sus mayores satisfacciones conocidas fue la de
poder adquirir en medio de la bohemia bastante soltura y garbo en la ejecución
del tango”.
EL
SOCIALISTA
Eduardo
Santos le preguntó en una entrevista, después de dos años de haber entrado como
redactor de planta en Lecturas Dominicales de El Tiempo, cuando apenas tenía dieciseis
años (Evocando… Pags. 335-336):
–
“¿A qué va
usted a la Argentina ?
–
No estoy
aburrido en Colombia. Cada persona que se va declara enfáticamente que se ha
apoderado de él el tedio, que es imposible vivir en Colombia y que no regresará
nunca. Yo no siento fastidio. En Colombia he vivido muy bien (me permito llamar
Colombia a Bogotá, que es lo único que conozco). Creo que es indispensable
conocer algo distinto a Colombia, para poder orientarse más tarde y saber qué
hay que hacer aquí… Ser ignorante en Colombia ha llegado casi a ser un título
de distinción y de nobleza de sangre. Y llegar a ser ignorante, habiendo
conseguido títulos y licenciaturas, es el mayor esfuerzo y el más alto mérito.
–
¿El socialismo
suyo se terminó?
–
No. Soy socialista todavía, por honradez, y
no por estudio. No soy socialista de escuela. Tengo intención de estudiar
economía política algún día y entonces rectificaré muchos juicios. Presiento
que mi socialismo de hoy merecerá una rectificación en toda la línea. Creía,
por ejemplo, que el socialismo había que hacerlo con los obreros, con los
trabajadores. Cuando los trabajadores y los obreros declararon que iba a
explotarlos, en asocio con mis compañeros, y que no tenía derecho a pensar por
ellos, porque no trabajaba con ellos, investigué el socialismo de otros países
hasta llegar a la conclusión en que estoy actualmente: el socialismo no hay que
hacerlo con los obreros, sino para ellos. Si ellos se oponen, hay
que hacerlo contra ellos”.
Ese
muchacho que sería luego presidente y era visto por su jefe Eduardo Santos como
poseedor de “un talento que pudiéramos
calificar de único en su generación, que posee también un corazón nobilísimo
que le atrae todas las simpatías”,
se ganó en esa casa editorial un espacio en que “todos principiamos por admirarlo y acabamos por quererlo” y estaba haciendo en esos momentos una
escuela que lo llevaría a la primera magistratura, gobernando para todos los
colombianos, a pesar de que por sus venas corría una sangre patricia, racista y
discriminadora que afloró en una de las cartas que le dirigió desde Europa (Evocando… Pág. 438):
“¡Tengo tantas ganas de estar otra vez entre mis gentes! Y mis gentes son todos allí, exceptuando a
los negros, mulatos y cuarterones que pueblan desde los alrededores de Bogotá
hasta las costas. Los demás, son todos de mi familia”.
Por
los días en que llegó a trabajar a El Tiempo la primera vez ya entraba a formar
parte de Los Nuevos con León de Greiff, Luis Tejada, Luis Vidales, Ricardo
Rendón, Gabriel Turbay, Jorge Eliécer Gaitán, etc. y dice Eduardo Zalamea Borda
que:
“Me hacía notar José Mar, el grande escritor político, que uno de los aportes
fundamentales de esa generación había sido la voluntad de implantar en Colombia
condiciones sociales más justas, y ello es cierto” (Evocando… Pág.
380).
Una
carta a Eduardo Santos, ilustra su claridad de miras cuando tenía apenas ¡23
años! Si el reloj nos da oportunidad
leeremos (Evocando… Pág. 430-435) su aspiración de regresar al país en 1930, y la de
ser jefe de redacción con autonomía para modernizar las estructuras de un
diario que, siendo nacional, era de presentación y redacción provincianas. Se
ofrece para servir de filtro entre el Director y sus amigos que querían publicar
todos los días declaraciones, manifiestos, notas sociales, pinitos en poesía y
multitud de textos de compromiso que no cumplían con los requisitos de un
diario moderno y “no sería
problema para usted porque sería yo quien los estuviera rechazando”.
Allí
propone:
“El
suplemento de El Tiempo podría modificarse de formato, y hacer de él un
magazine agradable que no empachase al público de literatura solamente, ni de
ideas generales. Yo me encargaría, siempre que en él tuviese absoluta autonomía
para publicar o dejar de publicar a gentes y cosas. Le advierto, para su
confianza, que yo ya no soy de Los Nuevos… El Tiempo, a mi modo de ver, no
tiene sino dos caminos: o se va con los revolucionarios, o se va con los
ordenados… El Tiempo puede ser lo que son todos los diarios independientes del
mundo. La mejor empresa comercial y la más alta cátedra de educación popular…
Se comprende que se puede hacer más orientando al público de Colombia por el
camino de la serenidad absoluta y del buen juicio en todo – en política, en
literatura, en todo–, que haciendo de revolucionario. Nuestro pueblo no tiene
escuelas. Hay que enseñarle algo todos los días. Y no excitarlo a la revolución.
Ni enseñarle la manera más ingeniosa de decirle imbécil al gobierno”.
SÍ
ERA ORADOR
De
lo leído se deduce, pues, que Lleras Camargo fue un gran escritor y están sus
discursos escritos para demostrarlo; como también se deduce que fue apenas un
pasable orador y no deben ser muchas las grabaciones de sus momentos de
improvisación que permitan juzgarlo, puesto que los registros de su voz en la HJCK y en la Radiodifusora Nacional
corresponden, ya lo vimos, a textos leídos. Pero aparece un testimonio para
desmontar ese mito que habíamos armado sobre la faceta de orador del hombre
mítico. Escribe Germán Zea Hernández (Evocando…
Pág. 417-420):
“Ya,
al finalizar el siglo XX, podemos hacer una apreciación de la tarea política
cumplida por los varones que le dieron lustre… Uno de los sobresalientes, en
toda la amplitud y exactitud de la palabra es, sin duda, Alberto Lleras… Sus
escritos son obras maestras que lo señalan como el primero de los escritores
políticos, hasta hoy no superado. Sus intervenciones en los episodios más
azarosos que le tocó enfrentar, constituyen un verdadero ejemplo para los
colombianos, no sólo por la serenidad, sentido de justicia, fe en nuestras
instituciones democráticas, sino por el brío y la altura de su prosa, su hondo
sentido de la patria, su energía y su valor moral… Si como escritor público, el
Presidente Lleras ha ocupado sin duda el primer puesto en el presente siglo, su
condición de orador político no es inferior en modo alguno. Hay oraciones suyas
de tanto valor conceptual, que han sido difícilmente superadas. Se ha dicho que
sus discursos escritos están muy por encima de su capacidad para la
improvisación. Sin embargo sus intervenciones, tanto parlamentarias como en la
plaza pública, sin un apunte, sin una nota que lo fuera guiando en el decurso
de sus palabras, han sido también magistrales. Afrontó debates memorables en
las Cámaras, ya como Ministro de Estado o simplemente como parlamentario, que
dejaron una estela de admiración no sólo por lo impecable de sus períodos, sino
por la manera de combatir a sus adversarios”.
SUS
MEMORIAS
Las
memorias de Lleras Camargo estaban destinadas a aparecer en dos volúmenes, de
los cuales la muerte sólo le dejó escribir el primero. Éste que se publicó se
divide en dos partes: la que ya él tenía revisada y aprobada, titulada “Mi gente”, y la “inédita” por calificarla de alguna manera, a la que le faltaban
complementos y articulaciones que estaban en la mente del autor, algunos de
cuyos componentes aparecen con el título de “Adolescencia y Juventud”. Este
libro es la punta de un iceberg cuya mole oculta ya no podrá salir a la superficie
como memoria, sino como biografía. En la obra publicada, se perciben dos
estilos: la crónica histórica relacionada con los personajes y sucesos
políticos a los que se vio sujeto Lleras Camargo en su juventud; y el relato
coloquial de sus vivencias como persona del común. Del primero es una muestra
su descripción, “independientemente
de otros sentimientos afectuosos”,
del abuelo Lorenzo María Lleras, contemporáneo de Bolívar, amigo y secretario de
Santander, y distante de los jesuitas que “volvieron a salir de la republicana Nueva Granada, con las mismas
precauciones que del realista Nuevo Reyno de Granada y, claro, seguros de que
algún día estarían de regreso” (Memorias… Págs. 70 y 71). Del
segundo, el relato de los recuerdos y la semblanza de su padre de “Cuando murió, a los sesenta y un años” tratando de sacarle el pan de cada día a
“la Sabana envuelta en niebla, en
diciembre; bajo la lluvia en abril y octubre; seca y polvorosa en enero” (Memorias… Págs. 100 a 104).
ARISTÓCRATA
POBRE
Siempre
percibí a los Lleras (Camargo y Restrepo), como delfines de la estirpe de
Lorenzo María que no fue un desconocido –y, en el caso de Alberto, de Felipe
Lleras Triana y del General Sergio Camargo–. Este libro trata de desmentir tal
cosa y presentar a la familia donde él
nació como pobre, pero digna, que hasta la muerte del padre “no había conocido los límites extremos de la
pobreza” (Memorias… Pág. 100). Ricos no
eran –bien–, eran pobres, pero no humildes, puesto que su padre “era hacendado, sin hacienda” (Memorias… Pág.
100)
por administrar haciendas ajenas en
alquiler y “la encarnación, entre los
campesinos de la región, del amo, del patrón… autoritario jefe de pueblos, de
una categoría social y política que otros hombres de las aldeas circunvecinas,
mucho más acaudalados, no lograban alcanzar”… (Memorias… Pág. 101). Eso desmiente lo que siempre pensé: no
era un rico heredero. Pero eso confirma lo que siempre creí: era un aristócrata.
Un aristócrata pobre como hay muchos, en una actitud como la de muchas familias
aparentadoras capaces de desayunar con aguadepanela con tal de no despedir a “la institutriz que nos iba abriendo el
camino arduo de las primeras letras” (Memorias… Pág. 101), no por la institutriz, sino por “lo que puedan pensar nuestras amistades de plata”
y esta última frase no es de Lleras ni
mía, sino de las damas pertenecientes a esas familias vergonzantes venidas a
menos. La probidad y honradez de Lleras son indiscutibles y conmovedoras. Al
finalizar su periplo por la
Secretaría de la
OEA , por la presidencia de Colombia, por el Congreso de la República , por la clase
política colombiana (y enumerar estos desempeños en orden cronológico inverso
es adrede); finalizó sus días con una pensión digna de expresidente, y en condición
de pequeño propietario. Fue un hombre que no utilizó el poder para
enriquecerse, y eso es algo que no se entiende ahora cuando la corrupción sigue
gravitando. Un día escribió Lleras: “Yo
no tengo mérito en mi pobreza, y ésta me importa una higa” (Evocando… Pág.
326).
Jorge
Eliécer Gaitán, su antiguo compañero del grupo de Los Nuevos, ahora enfrentado
a su política y a la de su jefe Alfonso López Pumarejo, y a la política de su
ex compañero en ese grupo, el doctor Gabriel Turbay; se estrelló calificando a
Lleras en una plaza pública de oligarca y representante de la oligarquía. Gaitán
ejercía así sus dotes demagógicas que no se compadecían con las comodidades del
momento en sus vidas. Para ese momento Gaitán recorría carreteras en su coche,
y Lleras no tenía ninguno:
“Gaitán,
que ya comenzaba por entonces a hablar de oligarquía, quiso hacer de Lleras el
símbolo de lo que pretendía abatir. ¡Alberto Lleras oligarca! Él mismo se encargó de deshacer en unas
cuantas gotas de ácida prosa, concepto tan ruin. La pulcritud y la pobreza de
Lleras eran las paralelas sobre las cuales se movía su vida de entonces,
sabiendo lo que era la suspensión del servicio de energía por falta de pago y
lo que significaba no tener siquiera un mal coche… Oligarca, sí, del talento,
de la dignidad, del decoro, del señorío” (Evocando… Pág. 396-397).
Gabriel
Turbay se unió al coro gaitanista, cerrándole a Lleras las puertas del Senado,
y Lleras se pegó a López, abriendo las de la Presidencia. La rebatiña por el
poder entre Turbay y Gaitán dio paso a la presidencia del conservador Ospina
Pérez. En medio de las luchas feroces en que se hacía por esos días la política
(no me atrevo a decir que también en los días que corren), Lleras consiguió
defenderse con dignidad, consiguió comportarse con dignidad, consiguió dejar el
poder con dignidad. Esa dignidad fue la que lo llevó, años después, a hacer
parte de la fórmula salvadora para los males de un país herido de gravedad. Su
imagen no fue nunca la de un tribuno desaforado, sino la de un hombre ecuánime.
Y en las peores circunstancias los pueblos saben que la solución está en la
ecuanimidad.
LLERAS
Y LOS OTROS PRESIDENTES
Dice
Villar Borda:
“No
extraña que hasta cuatro años antes de morir (enero 4 de 1990), Lleras ejerciera influencia decisiva en la
elección de los presidentes del Frente Nacional y, más tarde, en la de los
siguientes mandatarios liberales: López Michelsen, Julio César Turbay y
Virgilio Barco. Lo escuchaban y consultaban, porque apreciaban su visión,
sabiduría y honradez” (Historia…).
En
un libro sobre Jacqueline Bouvier se registra una frase de su esposo, el
Presidente John F. Kennedy (Evocando… Pág. 21): “Si
hubiera en América Latina diez presidentes como Alberto Lleras, el continente
habría podido hacer mucho más de lo que ha hecho”. Al morir, Lleras había tenido que ver con casi todos los presidentes de
Colombia en el siglo XX, incluyendo a aquel de la Generación del
Centenario, José Vicente Concha, a quien vio de niño, cuenta García Márquez (Memorias… Pag. 11):
“Caminando por la calle Real
de Bogotá, a su regreso de una larga estancia como embajador en Roma, saludando
a diestra y siniestra con una especie de levita con solapas de seda brillante y
un cubilete de ocho reflejos que dejaba ver los gajos de una melena gris”.
Y
–escribió Lleras–:
“Navegando
por la vertiente de la opinión, muy consciente de la conmoción que producía,
inclinado hacia la proa y como empeñado en mostrarse de perfil por alguna
oculta y vanidosa razón”.
Uno
hubo con el que no tuvo cercanía y sí motivos de contrariedad cuando fungía
como jefe de redacción de su periódico: El Indio Olaya Herrera, presidente
liberal del que Lleras manifiesta en una carta a Eduardo Santos (Evocando… Pág.
440):
Usted
se queja de nuestra actitud con el presidente. Pocas veces he tratado yo una
persona más inteligente, y, desde luego, menos estimable personalmente… El Dr.
Olaya tiene un temperamento terrible, que usted le debe conocer. A mí me tocó
como representante, y como periodista, tratarlo de cerca durante un año y le
aseguro que jamás he admirado tanto a un político, ni me he decepcionado tanto
de un hombre… Es inconsciente en él el espíritu sistemático de servirse de todo
el mundo y de halagar a aquellos de quienes se sirve, mientras lo está
haciendo, para hablar con menosprecio y malevolencia de los que,
circunstancialmente, no le pueden prestar servicio… Como empleado de El Tiempo
sería extravagante que no me doliera la actitud que ha asumido con nosotros en
todo momento, como si tuviéramos no solamente la obligación de servirle, sino
la humillante obligación de no discutirle jamás sus actos”.
PERIODISTA
EXTRAVIADO EN LA POLÍTICA
De
los libros comentados no bastarían frases sueltas, y ni siquiera párrafos, para
adentrarse en la fascinante vida del hombre fuera de serie que fue Lleras. De
uno de los ensayistas invitados a la antología compilada por el Dr. Otto
Morales Benítez, el mencionado Juan B. Fernández Renowitzky, habría que leer
todas las páginas que pintan al personaje como periodista y como escritor. No
es posible con las limitaciones de tiempo y de formato del espacio que nos
congrega. Básteme transcribir lo que él afirma:
“Los
colombianos de esta época hemos visto envejecer a Alberto Lleras Camargo con
respeto y admiración… en Alberto Lleras lo más perdurable es lo periodístico…
el expresidente elude ese peligro ornamental eliminando casi por completo el
uso de la metáfora y, cuando recurre a una imagen comparativa, ésta surge en
forma madura y espléndida, no meramente para ilustrar o decorar lo dicho, sino
iluminándolo más profundamente… Lo mucho que ha hecho, él mismo lo ha relatado
insuperablemente y a menudo por la radio con la mejor pronunciación… era el
Presidente de la República
quien hablaba, pero lo hacía con tal precisión idiomática y tal conocimiento de
las circunstancias reales, que parecía un periodista con el mejor sentido de la
palabra… Lleras es un periodista que comenzó siendo literato, y que no ha
dejado de serlo… La incompatibilidad grave que existe en Colombia en los
últimos años es entre la cultura y la política. Cada día crece la brecha que
separa a los hombres con ideas de los hombres con votos. Caciques y gamonales
ocupan los puestos que antes se otorgaban a personalidades prestigiosas…
cualquier mequetrefe, si es rico mercader de sufragios, puede hoy escalar las
más altas posiciones del Estado, con el respaldo y la bendición incondicional
de los jefes naturales de la tribu política… En contraste con ese desolado
panorama de la actual vida pública colombiana, la figura histórica de Alberto
Lleras Camargo se engrandece cada día. Su vida y su obra demuestran que la
ética es cuestión de inteligencia o, mejor, que la máxima inteligencia coincide
con la máxima moralidad en una persona excepcional, como lo predicaban y
practicaban los filósofos griegos… Alberto Lleras Camargo es el periodista
liberal con la mejor prosa que ha tenido Colombia a través de todos los tiempos”.
Admirable
lo que dice Fernández Renowitsky, para rematar con una cita de las propias
palabras de Lleras al recibir un homenaje en sus últimos años. Dice Fernández (Evocando… Pag. 160):
“Pocas
palabras lo definen mejor que las suyas sobre el criterio con que ha cumplido
una valiosa e inconmensurable tarea de pensador… Dijo Lleras, previendo
entonces con asombrosa lucidez las dificultades que hoy padece el país,
inclusive las provenientes del auge de la mafia:
Yo, como tantas otras personas que hemos actuado en
conferencias internacionales y hemos escrito públicamente sobre estos temas, no
he hecho otra cosa que creer, en cada instancia, en la racionalidad del hombre
y en la capacidad que ha poseído hasta ahora para ir dejando detrás de sí un
rastro aterrador con los detritus de la violencia, la estupidez, la
intransigencia, la ira, el odio contra sus semejantes. Hoy se pueden cometer
todavía actos de tanta barbarie como los más espantables de los últimos
milenios, pero al menos no se van a hacer sin conciencia, sin arrepentimiento,
sin vacilación, como propios y naturales del hombre. Y llegará el día en que no
se hagan de ninguna manera. Porque tengo ese convencimiento, he trabajado con
humildad por contribuir a que se forme la atmósfera purificada en la cual se
ahoguen la torpeza, la mala fe, y la hipocresía de los gobiernos y las
multitudes feroces, de las mafias sin escrúpulos y de los candorosos compañeros
de viaje de la violencia organizada, venga ella de donde viniere. Con todo lo
que veo y lo que oigo cuando ya no tengo
los reflejos jóvenes que me hacían salir
contra la injusticia y la mala fe al primer toque a somatén, no pierdo la
esperanza de que esas hojas de papel periódico que se yerguen contra la fuerza
brutal y embrutecida, sigan siendo, como lo fueron siempre, la formidable
barrera contra el despotismo de los fuertes y la estupidez de los débiles,
cegados por lo irracional y por el fanatismo de todas las causas equívocas”.
POLÍTICO,
A SU PESAR
El
destino de las personas es impredecible e inmodificable. Al iniciar los años
cincuenta el Dr. Lleras era Secretario General de la OEA y escribía al Dr. Santos (Evocando… Pág. 461 y 464) que “Tengo
el propósito irrevocable de no volver a participar en política activa por
el resto de mis días… y para este propósito no veo otro camino que el
periodismo”. De allá se vino para
asumir la rectoría de la
Universidad de los Andes que ejercía a mediados de la década
haciendo “En la medida de lo posible
un esfuerzo independiente para tratar de crear una generación y una vida mejor
para cualquier grupo de colombianos, aunque sea muy pequeño”.
Cuando
el General Gabriel París, Ministro de Guerra, notificó a la nación en el Diario
Oficial que “las Fuerzas Armadas habían
tomado la decisión irrevocable de prolongar hasta 1962 la dictadura del
General Rojas Pinilla” (Evocando… Pág. 247), y el Partido Liberal respondió que esa colectividad tomaba “la decisión irrevocable de luchar
contra la tiranía”. Lleras se retiró
de la Universidad
para hacer de oferente en un acto de desagravio al Dr. Eduardo Santos por la clausura
de El Tiempo, asumir la
Dirección Nacional Liberal, y encabezar la lucha contra Rojas
que desembocaría en el Frente Nacional y en su segunda presidencia.
LOS
DELFINES
Alberto
Lleras, “hijo político” de Alfonso López Pumarejo, fue heredero de sus banderas
y ejecutor del viejo sueño del Frente Nacional. Alfonso López Michelsen, “hijo
biológico”, se opuso tanto al Frente Nacional que fundó un movimiento para
acabarlo: el MRL.
Si
las cualidades políticas y de estadista fueran hereditarias y heredables, hasta
podríamos salir beneficiados los colombianos en el caso de que Alberto Lleras hubiera
dejado un nieto con su apellido. Pero, con contadas excepciones, nunca segundas
partes han sido buenas, ni los delfines han tenido la capacidad de sus mayores.
En estos días, cuando hay un nieto Vargas Lleras-Restrepo
ejerciendo en la política, no hay ningún Vargas Lleras-Camargo ocupado de ella. Aunque aquí sigamos pensando que
llevar el apellido Gómez, o Gaviria, o Uribe, o Galán; o ser nieto de algún
Lleras o algún Rojas Pinilla son suficiente garantía de capacidad para
administrarnos.
EN
RESUMIDAS CUENTAS
Las “Memorias de Alberto Lleras” son un buen registro histórico de sus
ancestros, una buena crónica de sus vivencias, y un buen análisis del tiempo
que le tocó vivir. ¿Qué otra cosa pueden ser unas memorias? Bueno sería conocer
su versión de los hechos que originaron el Frente Nacional y de los aconteceres
políticos de la nación en los años previos a que se nos dejara venir “el elefante a nuestras espaldas”. Bueno sería saber qué pensaba él de su
retiro en Chía con un solo guardaespaldas que era a la vez chofer y mayordomo,
y faltaba los lunes porque se emborrachaba los domingos, mientras el patrón se
entretenía conversando con “Los
sabaneros que son gente individualista, cada uno en su feudo, en los caserones
helados, entre perros finos y gozques fidelísimos, ordeñando a la madrugada,
soplándose un aguardiente con niebla en la tienda de Tres o Cuatro Esquinas,
fumando puros de Ambalema” (Evocando… Pág. 360); saber qué pensaba de los paseos con cachucha al pueblo, en bicicleta,
sin guerrilleros, sin autodefensas, sin contraguerrillas; qué de sus hijos tan
alejados de la política; o qué de Matilde Díaz, esa nuera que se le coló por la
puerta de atrás y logró instalarse en su corazón con señorío, a pesar de los
sones de clarinete de Lucho Bermúdez y otros cantos de sirena que quedaron
sepultados en el pasado. La acogió bien, a pesar de que su incursión familiar
eliminaba la posibilidad de que su único hijo varón le diera un nieto para
prolongar, por su parte, el apellido de la estirpe Lleras.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS
(ORCASAS)
-------------------------------------------------------------
Algunas frases resaltadas o
copiadas al margen de la lectura
Del prólogo
(Gabriel García Márquez)
1
Era un gran
escritor que fue dos veces presidente de la república. (Memorias… Pág. 9).
2
No recuerdo un
presidente que no reniegue después de haberlo sido, pero tampoco conozco
ninguno que no quiera volver a serlo. (Memorias… Pág.
14).
3
Fue una buena
época para conocerlo, cuando él empezaba a liberarse del óxido del poder que le
había creado una rara imagen de monarca intratable. (Memorias… Pág.
16).
4
Se le consideró
también como el mejor locutor del país, y tal vez lo fuera por su voz diáfana y
su dicción perfecta, pero de las muchas y grandes palabras que se le oyeron en
su vida pública, fueron muy pocas las que no escribió antes de decirlas. (Memorias… Pág. 9).
5
Ese locutor
imperturbable consagró en Colombia un estilo político que no tuvo antecesores
ni herederos. (Memorias… Pág. 9).
6
Así se entiende
que no se destacara como orador legislativo en un congreso nacional cuyas
gracias retóricas contaban más que la inteligencia. No intervenía en los
debates porque no se admitían discursos escritos. (Memorias… Pág. 9).
7
Los escritores
naturales son devotos del azar. Escriben primero dentro de la cabeza y después
ponen lo pensado en el papel, cuando ya no hay más remedio. (Memorias… Pág.
10).
8
Así son los
escritores: nunca están trabajando tanto como cuando parecen dormidos en la
playa. (Memorias… Pág. 13).
9
La verdad es
que el Lleras del bachillerato era olvidadizo de lo que no quería saber, y casi
clarividente para lo que le gustaba. (Mem… P 10)
10
Las
calificaciones del joven Lleras en el Colegio del Rosario son reveladoras. En
los dos años sacó 5 en latín y retórica, lo rajaron en metafísica y pasó
raspando con un 3 en gramática. Este chasco final es típico de los escritores
sublevados desde niños contra las camisas de fuerza que quieren ponerles sus
maestros. (Memorias… Pág. 10).
11
En la
biblioteca del tío Santiago Lleras, abundaban la literatura clásica y la
española del siglo XIX. Alberto aprendió a leer en francés y en inglés con
ayuda de su 5 en latín y sus diccionarios ilustrados. Cuando se inició en el
periodismo profesional había contraído la fiebre universal de los escritores y
poetas malditos de Francia (Baudelaire, Huysmans, Villiers de L´Isle-Adam, Verlaine,
Rimbaud) (Memorias… Pág. 10).
12
Lo más seguro
es que sus lecturas fueran de queso gruyère: apetitosas, pero llenas de
agujeros, como las de la inmensa mayoría de los escritores sin formación
académica, autodidactas voraces que leen no sólo por el placer sino por
descubrir cómo están escritos los libros ajenos para escribir los suyos. Con
razón. No se ha inventado otra manera de aprender a escribir. (Memorias… Pág.
10).
13
Monseñor Rafael
María Carrasquilla, su rector y maestro, le dijo: “Lo paso en el examen de
metafísica si me da la definición de tiempo de Santo Tomás”. Alberto Lleras,
por fortuna, no la sabía, y la calificación de 2 le cerró las puertas del
colegio y le abrió de par en par las de la vida. Es decir: no fue bachiller
porque no era urgente ni irreparable para lo que él quería. (Memorias… Pág.
11).
14
Más tarde,
cuando lo aceptaron en la
Facultad de Derecho sin ser bachiller, prefirió matricularse
en la redacción de El Tiempo. (Memorias… Pág. 11).
Del preámbulo
(Alberto Lleras Camargo)
15
Creo que
alguien ha dicho que las memorias suelen ser libros que se escriben cuando los
autores comienzan a no recordar cosa alguna de importancia. (Memorias… Pág.
23).
16
Las memorias
más apasionantes no se han escrito por viejos sino por jóvenes… como Rousseau,
Chateaubriand. (Memorias… Pág. 24).
17
Fueron escritas
antes de que todos sus contemporáneos, y las circunstancias mismas de su
existencia, hubieran desaparecido. (Memorias… Pág.
24)
18
A mi edad,
cuando no se le teme a la muerte, no se teme a nadie. (Memorias… Pág.
26)
De la sección Mi gente, capítulo La guerra
(Alberto Lleras Camargo)
19
Entre los
fantasmas de mi niñez ocupa puesto eminente la guerra. Cuando nací, se había
extinguido la de los Mil Días. Pero sobrevivía su rescoldo, sobre un territorio
devastado, y, desde luego, ardía el rencor de los vencidos. En mi casa éramos
de éstos. Las tropas, la policía, el clero, los alcaldes, los maestros y
recaudadores, todos los funcionarios, eran vencedores. (Memorias… Pg. 27)
20
Otro día se
llevaron a mi padre entre jinetes, a cintarazos; él a pie, por el camino que
subía, como angosta y tortuosa escalerilla de piedras, hasta perderse en la
niebla del páramo. Ayudada por los Culebras, mi madre en un borriquillo, con el
hijo recién nacido en brazos, abandonó la finca y subió, afanosamente, a Facatativá.
Desde mi niñez, cuandoquiera que veía la estampa de la huída a Egipto –la madre
sobre el asno, el niño–, alumbraba en mi memoria la guerra civil y se
entrelazaban, sin ninguna humildad, nuestros padecimientos con los de la
familia de Jesús. (Memorias… Pág. 28).
21
¿Cómo y dónde
se incubaban estas guerras?… Los terratenientes, su influencia y mando sobre
los campesinos de pie al suelo, macheteros naturales para quienes la guerra,
dura y letal, resultaba un ejercicio alegre que, con sus tiros y gritos, sus
asaltos y atropellos a la propiedad y a la
mujer del prójimo; rompía la sórdida rutina del trabajo desde el alba a
la noche, del mezquino salario, de las comidas sin sabor, las tediosas
borracheras en la venta; y los menudos hechos de violencia, crueldad y celos. (Memorias… Pág.
30).
22
Porque la
guerra era, en cierta forma, una gran diversión, una fiesta, el sublime deporte
del pueblo, secularmente aburrido de vivir entre la pobreza y el pecado. (Memorias… Pág.
31).
23
La misma gris
cúpula de plomo que parecía haberse forjado a campanazos desde las iglesias,
cuyas espadañas lanzaban sobre los parroquianos órdenes, oraciones, amenazas,
imprecaciones, parecía desgarrarse cuando curas y frailes comenzaban a predicar
la movilización y el odio, extendiendo general amnistía para los beligerantes
que, por curioso rebote, cubría a sus pecadores adversarios. (Memorias… Pág.
31).
24
Fue
precisamente a Sergio Camargo a quien se refería el epigramista Ricardo
Carrasquilla en la célebre cuarteta: (Mem… Pág. 37).
En Colombia, que es la tierra
de las cosas singulares,
dan la paz los militares
y los civiles dan (la) guerra.
(A Lleras le
falló el oído al transcribirla: sobra el artículo que antecede a la palabra
guerra).
25
A la mañana
siguiente mandan un papelito al Tuso Gutiérrez. (Memorias… Pág.
101).
(Un pie de
página aclara que tuso, en este caso,
no se refiere al corte de cabello sino a tener el rostro picado de viruela).
De la sección Mi gente, capítulo El abuelo
(Alberto Lleras Camargo)
26
El Senado
aprueba… la pensión. La Cámara, en cambio, la niega. Se consuela pensando que,
si la hubieran aprobado, jamás la hubiera recibido, porque el gobierno no paga
lo que debe. (Memorias… Pg. 91)
De la sección Mi gente, capítulo La familia y la infancia
(Alberto Lleras Camargo)
27
(Los hijos de Lorenzo María Lleras) No fueron, pues, “doctores”, como la
inmensa caterva de abogaditos tomistas que lograban pasar por el cedazo del
Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario o por San Bartolomé, únicas fuentes
legítimas de la sabiduría regeneradora. (Memorias… Pág. 94).
28
Algunos eran
matemáticos, otros botánicos, otros químicos, otros filólogos. Eran las
ciencias de su tiempo, y sólo una generación más tarde comienzan a aparecer en
la familia los ingenieros, los médicos, los abogados. Pero todos, maestros. (Memorias… Pág.
94).
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS
(ORCASAS)
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