Conocer personalmente a Tito Ortiz el sábado 29 de julio de 2017 ha sido, sin lugar a dudas, una grata experiencia que me hace rememorar los días de mediados de la década de los años cincuenta mencionados en este fragmento del libro “Buenos Aires, portón de Medellín”:
12. SON DE GUITARRAS
De Santa Elena baja el grupo de amigos que ha convenido en reunirse para recordar los viejos tiempos que vivieron en el barrio. Pasan por un lado del Barrio Alejandro Echavarría, rumbo a la casa de don Daniel Posada y rememoran sus intentos frustrados de ser músicos o coristas.
– ¿A vos te dio Educación Física en el Liceo Anexo de la U. de A., el de La Manga; don Ricardo Lagoueyte García?
– ¿El de las cinco vocales? No. Me tocaron don Filemón Aristizábal y don Darío Estrada. Con el profesor Lagoueyte me tocó en la Escuela Preparatoria Julio César García ¿vivió él en Buenos Aires?
– Vivió un tiempo con su tío, Don Germán García Penagos, en Alemania con Bomboná. Don Germán tenía taller en Bolivia con la calle del Chumbimbo, en Prado Centro. Allí fabricaba instrumentos musicales, como decir guitarras, tiples, bandolas, que eran de los mejores de esta región. Era un luthier, que llaman. A él le compró el Niño Jesús una guitarra, Primo, que le regaló a mi abuelo y yo heredé, hasta que en un baile me la pusieron de corbata.
– Periódicamente los del Trío Los Panchos le encargaban a don Germán la fabricación de instrumentos que enviaban a buscar cada dos o tres años y le pagaban bien. Le fabricó a un vecino una guitarra hawaiana como la que tocaba don Toño Fuentes para hacer sonar sus “Cuerdas que lloran”, hombre Darío.
– Que le oímos en el radioteatro de la Voz de Antioquia (o en el de la Voz de Medellín, ya no recuerdo), donde también oímos a Jimmy Borel con su serrucho que él llamaba “La soprano de acero” y oímos en otra oportunidad a Ernesto Hill Olvera, un organista ciego mexicano que hacía hablar a su órgano con mucha habilidad, logrando que pronunciara frases completas e inteligibles.
– Como la que le escuché al ciego paisa Hernán Betancur en el Jardín Clarita cuando estaba mamado de un borrachito que le pedía una y otra vez un título para su complacencia. Al final lo atendió pero en la mitad de la canción se oían unos tu-tu-tu-tus fuera de lugar que no sabíamos qué eran hasta que nos explicó que le estaba mentando la madre al fulano que lo tenía atosigado. Nos engomamos por esos días con los instrumentos exóticos. Ustedes me hicieron desistir del embeleco de contratar a un músico callejero que tocaba melodías con una hoja de naranjo o de guayabo. Quería que acompañara nuestras voces de borrachos y seguramente hubiéramos hecho el oso con esa serenata, ¿No crees, Darío?
Los almacenes Sears Roebuck tuvieron una vida efímera en Medellín, ciudad que no fue propicia para su esquema de negocios, y estaban ubicados en la calle 50 (Colombia) del sector de Laureles, donde está actualmente el Almacén Éxito, cumpliéndose la predicción y dando lugar al chiste fácil de que “en Medellín el Almacén Sears será un éxito”. Allí compraron mis primas, con el primer salario que obtuvieron al ingresar a la vida laboral, un lujoso juego de muebles de sala que fue motivo de peregrinación de las vecinas para conocerlo. Sus sillones, de brazos mullidos y amplios, ocultaban en el interior unos cajones que servían el uno como bar y licorera, al convertir la mullida tapa descansabrazos en bandeja de fondo nacarado; y el otro servía para guardar una buena cantidad de discos long play de larga duración al alcance del equipo de sonido, una vistosa radiola de marca Motorola con tocadiscos o tornamesa, que fue adquirida con una dotación de unos diez discos. María Luisa Landín y sus Orquídeas Vocales, la selección de boleros de Cuando Muere la Noche, Cuerdas que Lloran, Los Diplomáticos, Daniel Santos, Rufino Duque Naranjo, Alfonso Morquecho, Alfonso Ortiz Tirado, Pedro Vargas, Juan Arvizu; y “Época de Oro” del Trío los Panchos, que estaban en su apogeo y escuchábamos incansablemente, cuya portada era una fotografía del apoteósico recibimiento en el aeropuerto de la ciudad de Cali: “Nuestro amor, Sin ti, Contigo, No me quieras tanto, Los dos, Caminemos, Rayito de luna, No trates de mentir, Amorcito corazón, Un siglo de ausencia, Una copa más, y Sin un amor”; fueron los doce discos que se grabaron indeleblemente en nuestro corazón… y en el de la infortunada chica que tuvo como misión enseñar a bailar bolero al rígido y envarado esqueleto mío, que por esa época se enfundaba en unos tortuosos zapatos maltratapiés.
El escritor, investigador, e historiador musical, Pablo Marcial “Tito” Ortiz Ramos nació en Barranquitas (Puerto Rico) el 12 de octubre del año 1949, y este es el quinto libro que publica sobre temas de la música popular caribeña (Primera edición, San Juan –Puerto Rico–, 2004).
El escritor, investigador, e historiador musical, Pablo Marcial “Tito” Ortiz Ramos nació en Barranquitas (Puerto Rico) el 12 de octubre del año 1949, y este es el quinto libro que publica sobre temas de la música popular caribeña (Primera edición, San Juan –Puerto Rico–, 2004).
Este libro tiene un antecedente en el libro “A tres voces y guitarras, los tríos en Puerto Rico”, publicado por el mismo autor en el año de 1991, y es una ampliación de los capítulos correspondientes al Trío los Panchos, un trío iniciado por los mexicanos Alfredo “Güero” Gil y Chucho Navarro, con el puertorriqueño Hernando Avilés. Navarro y Gil continuaron por largo tiempo y Avilés se retiró, pero los dos mexicanos buscaron incorporar en su reemplazo voces y guitarras puertorriqueñas, que le dieron un color y calor característicos. “Durante su época de esplendor, el Trío los Panchos tuvo siempre a un puertorriqueño cantando la primera voz”, dice el autor en la contraportada del libro.
Un trío musical es cualquier conformación de tres instrumentos o voces para cualquier clase de música, pero se denomina “tríos románticos” a la modalidad hispanoamericana especializada en interpretar música para serenatas. Dentro de esta modalidad, dice el autor del libro que “La Historia se divide en un antes y un después del Trío los Panchos… que fue un trío de primera magnitud y fue el más importante de la historia de la canción romántica… Cuando surgieron, se remodelaron los tríos y se remodeló el bolero”, porque ellos innovaron en el estilo de interpretación y acompañamiento, y porque influyeron en ellos y fueron imitados prácticamente por todos los tríos que surgieron después de ellos. Ortiz Ramos cuenta en el libro que Alfredo “El Güero” Bojalil Gil (Alfredo Gil), fundador del Trío los Panchos, que era un virtuoso intérprete de guitarra, fue el inventor del requinto y su primer gran intérprete con este instrumento que revolucionó las introducciones de punteo de cuerdas características como preámbulo de las letras en los boleros románticos de serenata. Dice Tito que “Alfredo Gil fue un auténtico adelantado y un genuino vanguardista… Su genio creador concibió y propagó una técnica y un estilo musicales que dieron comienzo a toda una nueva era en el quehacer guitarrístico en la América Hispana… Su más grande aporte a la trova popular fue el haber creado un instrumento de la familia de la guitarra… que conocemos popularmente con el nombre de requinto, y es reconocido como el requinto Gil por ser de su invención”. A ese instrumento el propio Gil lo llamaba “La Tata” por haber sido fabricado en Estados Unidos por el famoso luthier español Vicente Tatay. Es un instrumento que “se afina una cuarta justa, o sea dos tonos y medio, por encima de la guitarra normal”. Dijo el Güero Gil que “Llevaba la idea y se la pasé al maestro Tatay… Me acompañaba Santiago “Chago” Alvarado… Quiero que me haga una guitarra, pero más pequeña…”; y dice Tito Ortiz que “Lo que el Güero había llevado a Tatay para que modificara no fue un diseño en un papel sino un instrumento colombiano: un tiple que había comprado junto con Chucho Navarro y Hernando Avilés, aportando cada uno veinte dólares para adquirirlo, en el almacén “Spanish Music Center”, de Gabriel Oller en San Juan”.
Así, pues, que el requinto Gil es un tiple colombiano adquirido en Puerto Rico por el mexicano Alfredo Gil y modificado en el renombrado taller del español Vicente Tatay en Nueva York.
Aplicando la fórmula de que “Los amigos de mis amigos son mis amigos”, debo decir que soy amigo de Tito Ortiz desde mucho antes de conocernos personalmente y de que pudiéramos compartir con él y con su esposa doña Irma Nydia un desayuno de bienvenida en el tradicional Salón Versalles de la ciudad de Medellín, apenas acabando de llegar ellos de Puerto Rico para asistir al Primer Encuentro Internacional de Melómanos y Coleccionistas de Música Popular en el Salón Málaga del centro de Medellín, y al Vigesimoprimer Encuentro Internacional Matancero de Medellín en la sede del Centro Artístico Musical Cooperativo (CAMC) del barrio San Joaquín en la misma ciudad. Lo llamo amigo de vieja data basándome en el hecho de que en la sección de agradecimientos de su libro menciona a colaboradores que son queridos amigos comunes a ambos: Jaime Rico Salazar, Aicardo González, Jaime Jaramillo Suárez, Cristóbal Díaz Ayala, Arturo Álvarez, Ofelia Peláez, Agustiné Vélez Jiménez (QEPD). No son pocos en el momento de sustentar la tesis de que los amigos de mis amigos son mis amigos.
No son pocos, pero son sólo algunos en una larga lista que incluye a varios integrantes del Trío los Panchos, a sus descendientes y herederos, a sus sucesores, entre una importante lista de músicos, intérpretes, y compositores a los que él da su agradecimiento. Es de notar que muchos nombres de colaboradores e informantes suyos ostentan las letras QEPD (Que en paz descanse) para indicar su fallecimiento previo a la publicación del libro. Y es de anotar que allí se menciona a un hombre considerado “el mejor requintista de Puerto Rico”, que es como decir uno del podio de los tres mejores requintistas de América. Se trata de Rafael Scharrón, su amigo entrañable. En el momento en que nos encontrábamos en el evento del Salón Málaga, Tito Ortiz recibió la noticia del fallecimiento de este amigo, noticia que lo sacudió íntimamente y puso en su alma una sombra de tristeza. Lamentó haberse encontrado lejos de su patria en el momento de acompañar al amigo a su lugar de descanso final.
La venida de Tito a Medellín fue gestionada por los amigos Jaime Jaramillo Suárez y su esposa Luz Marina Gaviria (considerados los más importantes coleccionistas de videos musicales en Latinoamérica), por Aicardo González Osorio (considerado el más importante coleccionista de música y conocedor del Trío los Panchos en nuestro medio, así el norteamericano Carl Anderson sea el que posee la más completa e impresionante colección del mundo especializada en este trío), y por Arturo Álvarez (considerado el más importante coleccionista de música del Trío Vegabajeño de Puerto Rico). Estos coleccionistas que uno encasilla en sus respectivas especialidades, resultan ser expertos en la música de tríos en general, que han compartido por muchísimos años los encuentros de la Asociación de Coleccionistas de Música Popular en las ciudades de San Juan y Ponce de la isla puertorriqueña, conformando una hermandad o cofradía de permanente intercambio de información y de rarezas. “Porque no tiene sentido ser uno poseedor de alguna cosa, si no la comparte con los demás que tienen y disfrutan del mismo gusto, y saben apreciar”.
Algo así como una treintena de entrevistas personales grabadas, ingente cantidad de discos, libros, artículos de periódicos y revistas, fotografías, y documentos varios, soportan el bagaje de información que Tito ha venido acopiando por décadas sobre este tema que lo apasiona. Gracias a él, esa información puede ser conocida también por nosotros; y gracias a su paciencia y tenacidad de investigador, y a su sentido del orden y la sistematización del trabajo, que le permitieron disponer las anotaciones y darle un desarrollo cronológico a la reconstrucción de las siete conformaciones que tuvo el trío, o que ha tenido a través de su historia; hasta llegar al enmarañado desenlace, fallecidos los fundadores, de los distintos tríos que dicen ser y se consideran herederos de Los Panchos.
Resulta ser que Alfredo Gil, Chucho Navarro, y Hernando Avilés se reservaron para sí mismos la propiedad intelectual del nombre comercial “Trío los Panchos”, pero lo hicieron de labios y no lo registraron notarialmente. Al faltar ellos, todo el que en algún momento hubiera estado en su nómina o la hubiera integrado ocasionalmente se considera heredero de Los Panchos, algunos con mayor o menor fortuna y calidad que otros (Hasta tres agrupaciones distintas se han presentado pública y simultáneamente cantando con el nombre de Trío los Panchos); y todo el que haya sido esposa, hijo, o relacionado reclama para sí participación en el ponqué. En esa maraña de reclamaciones, las autoridades judiciales tendrán la palabra pero… Una cosa es el derecho jurídico, y otra cosa es el derecho moral. Hay casos en que la falta de legalización pone las cosas en el umbral de la ilegalidad. Tito se adentró en esos asuntos, y tuvo acceso a documentos y testimonios de innumerables personas relacionadas con el asunto, “menos con la argentina Francisca Feregotto, tercera esposa de Chucho Navarro, con la que a pesar de ingentes gestiones me ha rehuido y ha sido imposible comunicarme con ella”. Largo es el registro de encuentros y desencuentros en un trío que tuvo una larga trayectoria de grabaciones y presentaciones personales, pero lo importante es el legado que perdura cuya completa discografía está reseñada entre las páginas 374 y 404, seccionada en:
Grabaciones del Trío los Panchos con:
Hernando Avilés, 153;
Raúl Shaw Moreno, 31;
Julito Rodríguez Reyes, 122;
Johnny Albino, 350;
Eydie Gorme, 34;
Ovidio Hernández, 86;
Ovidio Hernández y Estela Raval, 12;
Rafael Basurto Lara, 67;
Rafael Basurto y María Marta Serra Lima, 10;
Enrique Cáceres, 171;
Enrique Cáceres y Javier Solís, 11;
Enrique Cáceres y Estela Raval, 12;
Enrique Cáceres y Gigliola Cinquetti, 12.
Luego viene la relación de las 33 películas en las que intervino el Trío los Panchos, incluyendo “Pueblo, canto, y esperanza”, de 1954, que es una secuencia de tres cuentos consecutivos (uno cubano, otro colombiano, y otro mexicano). El cuento colombiano es “El machete”, del cuentista antioqueño Julio Posada, y en él Los Panchos con la voz de Julito Rodríguez cantan el famoso bambuco colombiano “Antioqueñita”, con letra de la autoría de Miguel Agudelo Zuluaga y música de Pelón Santamarta.
En la bibliografía registra 33 entrevistas personales con los integrantes del trío y otros conocedores, documentación obtenida de 9 fuentes, 53 libros usados como fuente de información, 7 periódicos, 9 revistas puertorriqueñas, 6 revistas extranjeras, y 2 ensayos o trabajos de tesis inéditos.
Trae un índice de nombres y temas que va desde la página 455 hasta la página 472.
Es este un detallado y meticuloso trabajo que constituye un texto de referencia obligada para quien se interese no sólo sobre la historia de Los Panchos y otros tríos relacionados con ellos, sino sobre el mundo musical en el que a ellos les tocó desenvolverse. Su autor tiene que darse por satisfecho de haber entregado al mundo, y a las generaciones actuales y venideras, un completo inventario sobre la obra de este trío que fue culpable de que se iniciaran muchos noviazgos, se contrajeran muchos matrimonios, y nacieran muchos descendientes que ahora y en un futuro se interesarán por saber sobre ellos.
Creería uno que a una persona tan enjundiosa en la preparación de esta obra no tiene nada que aportarle, pero en mi lectura encontré que sí, que tenía algo para decirle. Resulta ser que en una nota al pie de la página 345 se hace mención de “Romance de mi destino, bambuco”. En nuestra conversación le aclaré que este tema no es un bambuco, sino un pasillo ecuatoriano. Aclaración que él me agradeció. Luego le mencioné la canción de Edith Piaf que habían grabado Los Panchos, y me manifestó su sorpresa porque él no sabía tal cosa. Tuve el agrado, entonces, de hablarle acerca de “Si me quieres” (Himno al amor); y de remitirlo al enlace de mi blog “Postigo de Orcasas”, en el que hago mención de tal hecho:
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
No hay comentarios:
Publicar un comentario