domingo, 27 de agosto de 2017

219. Multitud errante (la), de Laura Restrepo

(RESEÑA DE LECTURA DE UNA NOVELA QUE FUE ESCRITA DESDE LOS ENTREVEROS DE LA MONTAÑA. 
Posteriormente a la introducción de este texto me fueron señaladas algunas inexactitudes o errores de percepción, y procedí a corregirlas a la luz de la nueva información)


MULTITUD ERRANTE (LA)
Laura Restrepo Casabianca
Edit. Planeta, Bogotá, 2007

Al iniciar la lectura no puedo prescindir del conocimiento que tengo de que su autora, viniendo de clase alta, fue una guerrillera revolucionaria que primero hizo trotskismo urbano y después se metió al monte a guerrear, y allí se encontró con Antonio Navarro Wolf, jefe guerrillero del M-19. En la guerrilla se enamoraron y, mientras él perdió la pierna en un atentado, ella casi pierde la vida. Se deja venir la pregunta de lector: ¿Qué tanto de lo que la autora pone en este libro es autobiográfico? Porque uno tiene que poner sus experiencias en lo que escribe, y eso bien lo sabemos.

El título está correcto, de acuerdo con los cánones, puesto que el tema se refiere a los desplazados por la violencia que encuentran albergues de paso, atendidos por almas caritativas y ONGs, mientras consiguen adaptarse a otra vida en otro lugar de donde, con frecuencia, vuelven a ser desplazados. De ahí que ese mítico judío errante en nuestro país sea multitud. Sin embargo para mí no es un título afortunado, puesto que el tema me cautivó pero el título no logró grabarse en mi memoria, como sí lograron grabarse en ella el de “Cien años de soledad”, e inclusive “La cándida Eréndira y su abuela desalmada”, que en mi caso encontré largo pero recordable. Claro que criticar es fácil, lo difícil es hacer. El obvio título de “El guerrillero y la samaritana” tampoco hubiera sido afortunado, ni “El amor de Edipo en la guerrilla”. Recomendaba don Mario Escobar Velásquez escribir 20 o 30 posibles títulos y rumiarlos hasta encontrar el apropiado que, decía él, “a veces decide uno en el último momento, y a veces se decide por uno que no estaba en la lista primitiva”. Debo decir, entonces, que me hubiera gustado para esta novela un título que fuera algo así como: “Amor entre dos balas”, pero no sé si suene a episodio de pistoleros de los de Marcial Lafuente Estefanía o Keith Luger. 

Esta novela trata de una seglar que trabaja con monjas en un albergue para desplazados de la violencia, especie de ONG que auxilia campesinos en la peligrosa y delgada línea que separa a los guerrilleros de las víctimas de la guerrilla, y a los soldados y policías de las víctimas de los soldados y policías. Es un limbo en el que la muerte acecha de lado y lado, y la mujer ejerce: “Este oficio mío, que en esencia no es otro que el de enfermera de sombras” (pag. 23). La mujer conoce a un exguerrillero perseguido que se acerca en busca de ayuda pasajera, y se enamoran. Enamorar es un decir, puesto que él carga con un amor enfermizo hacia su desaparecida madre de crianza, un amor edípico que no se puede quitar de encima “porque son otros los vericuetos de su culpa. Siete por Tres no miraba a Matilde Lina como a una madre. Yo, que parí siete y perdí tres, conozco la forma de mirar de un hijo” (pag. 57). Él lleva ese apodo porque al sumar los diez dedos de las manos más los diez dedos de los pies tenía un dedo de más en un pie, un apéndice que le valió el apodo porque, sacando cuentas, veintiuno equivale a “Siete por Tres”. Ella se enamora de él, y él sigue enamorado de la otra, y su tema de conversación gira alrededor de la otra, de su búsqueda, y de lo que pudo ser de ella en los vericuetos de la vida. “Desde que me preguntó por su Matilde Lina, no bien hubo traspasado por primera vez la puerta, no paró ya de hablarme de ella, como si dejar de nombrarla significara acabar de perderla o como si evocarla frente a mí fuera su mejor manera de recuperarla” (pag. 20). Al final parece que resuelven hacer juntos el camino en lo que les resta de vida, aún sabiendo que tienen que cargar con ese fantasma a las espaldas. A menos de que con el tiempo, “Este hombre a quien amo sin esperanzas de retribución” (pag. 55), logre exorcizar ese recuerdo del pasado y acogerse a los brazos que se abren para el futuro. Pero eso no lo cuenta la novela, que termina en una señal de posibilidad, un trasunto de esperanza. Eso se sabe porque las últimas frases de la narradora nos cuentan que: “Adivino su silueta a través del telón del centro y sé que Siete por Tres se sienta en su catre y que se demora, botón por botón, al quitarse la camisa. Intuyo su mata de pelo y lo siento respirar en la sombra, como un animal en reposo. Hasta mí llega, muy vivo, el olor de su cuerpo y lo veo descolgar la tela de trama difusa y figuras borrosas que nos separaba” (pag. 137-138). En ese “nos separaba” está dicho todo. En la vida real las cosas fueron distintas. Laura Restrepo va por la vida con su destino de exitosa escritora de novelas y él, Antonio Navarro Wolf –porque supongo que el personaje tiene mucho de él– va por la vida con su pata de palo.

Malo es comparar, pero alguna vez tomé el “Atlas del cuerpo humano” de la española Almudena Grandes, de quien no había leído nada hasta ese momento ni volví a leer después, y cuando llegué a la página 54 descubrí que en mi libreta de apuntes no tenía ni una sola frase que yo quisiera rememorar, ninguna metáfora que me hubiera atraído, ningún giro bello, ningún pensamiento que despertara mi interés. Abandoné el libro decidido a dedicar el tiempo a lecturas más productivas para mí. A diferencia de ése, este libro de Laura Restrepo contiene bastantes citas que he copiado en mis apuntes.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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ALGUNAS FRASES

1 El mundo me sabe a ella –me ha confesado–, mi cabeza no conoce otro rumbo, se va derecho donde ella (pag. 13).

2 No se diferenciaba gran cosa de tantos otros que vienen a parar a estos confines de exilio, envueltos en un aura enferma, arrastrando un cansancio de siglos y tratando de mirar hacia delante con ojos atados a lo que han dejado atrás (pag. 17).

3 El envés del tapiz, donde los nudos de la realidad quedan al descubierto. Todo aquello, en fin, de lo que no podría dar fe mi corazón si me hubiera quedado a vivir de mi lado (pag. 18).

(Aquí sale a relucir una frase autobiográfica porque “mi lado” significa esa derecha formal, citadina y aburguesada que fue cuna de la autora antes de que decidiera pasar “al otro lado”)

4 A veces, al atardecer, cuando se aquietan los trajines del albergue y los refugiados parecen hundirse cada cual en sus propias honduras, Siete por Tres y yo sacamos al callejón un par de mecedoras de mimbre y nos sentamos a estar, enhebrando silencios con jirones de conversación, y así, cobijados por la tibieza del crepúsculo y por el dulce titileo de los primeros luceros, él me abre su corazón y me habla de amor. Pero no de amor por mí: me habla meticulosamente, con deleite demorado, de lo que ha sido su gran amor por ella. Haciendo un enorme esfuerzo yo lo consuelo, le pregunto, infinitamente lo escucho, a veces dejándome llevar por la sensación de que ante sus ojos, poco a poco, me voy transformando en ella, o de que ella va recuperando presencia a través de mí. Pero otras veces lo que me bulle por dentro es una desazón que logro disimular a duras penas (pag. 21).

5 Mientras más profundo llego, más me convenzo de que son uno el hombre y su recuerdo (pag. 24).

6 Sabía bien que toda rareza es prodigio y que todo prodigio trae su significado (pag. 27).

(Este es un pensamiento de autor insertado en el libro)

7 No te hagas mala sangre, niño –le decía cuando lo descubría asomado a la amargura–, que no te abandonaron tus padres por malos, sino por tristes (pag. 30).

8 El espectáculo nocturno de las casas en llamas; los animales sin dueño bramando en la distancia; la oscuridad que palpita como una asechanza; los cadáveres blandos e inflados que trae la corriente y que se aferran a los matorrales de la orilla, negándose a partir; el río temeroso de sus propias aguas que se aleja de prisa, queriendo desprenderse del cauce (pag. 31).

9 Viendo el caso irremediable, los rojos de Santamaría le dijeron adiós a su tierra, mirándola de lejos por última vez. Improvisaron caravana y avanzaron hacia oriente, desarrapados, fugitivos y enguerrillados, con la muerte pisándoles los talones y la incertidumbre esperándolos adelante, y siempre presente el acoso del hambre (pag. 34).

(La novela está ambientada en la violencia partidista de los años cincuenta posteriores al asesinato de Gaitán, entre rojos liberales y azules conservadores, y aquí recoge la autora las razones de muchos para desplazarse y meterse a la guerrilla)

10 Los niños no sufríamos –me confiesa Siete por Tres–. Íbamos creciendo en los vientos de la marcha y no teníamos antojo de permanencias (pag. 34).

11 Huíamos de la violencia, sí, pero a nuestro paso la esparcíamos también. Asaltábamos haciendas; asolábamos sementeras y establos; robábamos para comer; metíamos miedo con nuestro estrépito; nos mostrábamos inclementes cada vez que nos cruzábamos con el otro bando. La guerra a todos envuelve, es un aire sucio que se cuela en toda nariz, y aunque no lo quiera, el que huye de ella se convierte a su vez en su difusor. Los que no podían seguir, se iban quedando a la vera del camino bajo una cruz de palo y un montón de piedras (pag. 35). 

(He aquí un testimonio escalofriante de alguien que vivió la guerrilla en carne propia como víctima y como victimaria)

12 Recuerdo la esperanza que abrigábamos entonces porque es la misma que abrigamos todavía: “Cuando la guerra amaine…”. ¿Cuándo será ese cuándo? Ya pasó medio siglo desde aquel entonces y todavía nada; la guerra que no cesa, cambia de cara no más (pag. 36).

13 Los otros lo habían perdido todo y ellos nada, porque no se pierde lo que nunca se tuvo ni se quiere tener (pag. 37).

14 Cada cual tenía bastante, y aún demasiado, con cuidar de sí mismo (pag. 44).

15 Charro Lindo, el jefe nuestro, era reconocido por hermoso y por coqueto… Se había vuelto proverbial su problema de pecueca, único defecto que como enamorado le encontraban las muchachas que en las noches compartían con él la cobija (pag. 46).

16 No supieron nada hasta que tuvieron encima los insultos y los culatazos de la emboscada. Se entregaron a la muerte sin oponer resistencia, pero la muerte, que le saca el quite a quien se le ofrenda, no quiso pasarles la cuenta de cobro de un solo envión. –La muerte tiene una hermana, más taimada y perseverante, que se llama Agonía– (pag. 50).

17 Un hijo del monte, volando al capricho de los cuatro vientos, en medio de un país que se niega a dar cuenta de nada ni de nadie (pag. 53).

18 Vienen acompañados de escandalosa reputación, sea de ladrón, de puta, de guerrero o de asesino. A quien murmura suciedades sobre el pasado ajeno, se le dice de frente: “Mejor cállese, don Fulano, que aquí adentro no hay ni buenos ni malos” (pag. 56).

(Para los que estamos por fuera de la guerrilla, los guerrilleros son todos unos asesinos, pero ¿qué pensarán los que están adentro? Aquí lo dice)

19 No habrá sido el primer adolescente que le vea los pechos a la madre –le objeto a Perpetua, y ella se ríe y contesta  –No, no habrá sido, ni será el primero que de ahí en más ande buscándolos en todos los otros pares que se le crucen por delante (pag. 58).

20 Toda esquina era ansiedad que tras el cruce se volvía desengaño (pag. 64).

21 ¡Ay, mi Ojos de Agua! Mi guerra es más cruel, porque la llevo por dentro (pag. 64)…  Detrás de ese aire de derrota está vivísimo el rencor. Huyen de la guerra, pero la llevan adentro, porque no han podido perdonar (pag. 101).

22 Eres tú quien la mantiene atada al tormento de su falsa vigilia. Deja que se desprenda en paz; no la acucies con la insistencia de tu memoria (pag. 71). ¿Y si está viva? Si aún está viva no la puedo enterrar, y si está muerta tengo que enterrarla. No puedo dejarla por ahí, vagando solitaria como un alma en pena. Viva o muerta, tengo que encontrarla (pag. 71).

(Ni para qué le pregunto a Laura Restrepo qué opina ella de la muerte. Aquí lo dice, y muestra de paso el por qué las víctimas de la guerrilla y de esa otra guerrilla que se llama paramilitarismo, andan buscando en fosas comunes los cadáveres de sus seres queridos)

23 Ni siquiera el próximo advenimiento del Rey de los Cielos (pag. 72).

(Yo hubiera supuesto a una mujer con antecedentes trotskistas y de guerrilla del M19 bastante atea y alejada de asuntos clericales. Oí decir que cuando estuvo casada con un diplomático colombiano ante el Vaticano ella se sentía fuera de lugar y vestía de ropa informal y rehuía las formales reuniones diplomáticas con obispos y cardenales de por medio, eso oí decir; pero aquí pone Rey de los Cielos con mayúsculas. Eso es una señal de respeto que equivale a santiguarse al pasar por una iglesia. No me la imaginaba así, pero en la pag. 82 lo confirma cuando escribe Espíritu Santo también con mayúsculas, y eso deben ser rezagos de alguna de sus abuelas. En la novela la narradora parece ser una de las monjas francesas del albergue para desplazados pero si así fuera la Madre Francoise le habría recriminado duramente el enamoramiento que se adivina y ella no habría podido ir a bailar con el enamorado, como en efecto hizo. En cambio reconoce sin ambages que en algún momento clamó: Apiádate, Dios mío –rogándole a una divinidad en la que nunca he creído ni creo– pag. 112)

24 No hay en el mundo un país más hermoso que éste… –No, no lo hay, ni más asesino tampoco (pag. 72).

25 Escudados en lo irresistible del mece-mece y de una letra hiperbólica que hablaba de copas rotas y de frustradas libaciones de amor (pag. 74).

(No parece la autora ser muy aficionada a la música popular que se diga. Sus alusiones musicales son nulas, casi. Al hablar de copas rotas en esta única alusión, tal vez se refiera al bolero “La copa rota” que dice “mozo, sírveme en la copa rota, sírveme que me destroza esta fiebre de obsesión”, pero puede estar refiriéndose también al tango “La última copa” que habla de que “Eche mozo, no más écheme y llene hasta el borde la copa de champán… yo la quise muchachos y la quiero y jamás yo la podré olvidar”. Estas letras parecen escritas para Siete por Tres o Veintiuno, y su afanosa e infructuosa búsqueda de la mujer perdida)

26 Desmayada y volátil como un echarpé de seda gris (pag. 74).

27 No percibió el momento sutil en que el descontento, que en Tora se cocina a fuego lento, subió como leche hervida, rebasó todo canal de contención, y estalló (pag. 75).

(Tora en esta novela es Barrancabermeja en la vida real con su refinería y clima ardiente en permanente ebullición por dentro y por fuera de los espíritus)

28 Soldados disfrazados de matorral… un niño atravesaba la calle con un portacomidas en la mano… a uno de los falsos matorrales le debió parecer que se trataba de una bomba o de un coctel molotov… se sabe que en tiempos de guerra sucia no se puede confiar en la tropa, pero tampoco en los niños (pag. 76-77).

(Es una tragedia. La guerra es una tragedia. Este episodio tantas veces repetido de un soldado sometido a permanente tensión teme de todo, hasta de su sombra. El miedo a la muerte está latente y la conciencia de que hay que madrugarle al otro o se es hombre muerto. Entonces los niños dejan de ser niños para parecer infiltrados. A cualquiera le pasa)

29 Urgencia de salvar su propio pellejo que además traía sollamado por el gas (pag. 81).

(El español tiene sus trampas. Llamar es pedir a alguien que se acerque y llamear significa sopletear con fuego. Yo esperaría que sollamar significara llamar con voz muy queda y sollamear significara chamuscar levemente, pero no. Resulta que sollamar es chamuscar. Por mi parte, para el caso, prefiero sollamear, aunque cada autor es dueño de su texto)

30 Lo detuvo una patrulla de la policía, en pleno uso de su prepotencia y su ulular (pag. 83)… Lograron escapar de la prepotencia armada de la guerrilla; tirándose con niños, ancianos y heridos a las aguas del Opón y atravesando la selva, en extenuantes jornadas nocturnas, por el silencioso cauce del río (pag. 129).

(La guerra es cruel con los campesinos y desplazados y la autora considera, cosa que no me sorprende, que la policía hace gala de prepotencia con el ulular de sus sirenas. Lo que sí me sorprende es que páginas adelante también considera que la guerrilla armada también hace gala de prepotencia, eso sí me sorprende)

31 Supo que había atravesado el espejo para penetrar en el envés de la realidad, donde se extiende en silencio, a la sombra de la raquítica patria oficial, el inconmensurable continente clandestino de los parias (pag. 88).

(Si uno se pregunta qué hizo que esta mujer pequeño-burguesa traspusiera la línea y se pasara para la guerrilla, aquí está su pensamiento para responder)

32 Tienes que aprender a distinguir entre mentiras dañinas y verdades no dichas (pag. 91).

33 Inmensa barriada sedentaria de esta ciudad de Tora, cuyos habitantes habrán olvidado el origen trashumante de sus progenitores y estarán tan habituados a la paz que la darán por descontada (pag. 97).

(La autora se permite soñar con que algún día la paz sea algo habitual. Ojalá sus sueños no se queden en eso)

34 Yo lo que quiero, me dije, es un hombre como Dios manda: bondadoso como un perro y presente como una montaña (pag. 115).

(Yo pensaba que para una mujer de la trayectoria de la autora “un hombre como Dios manda” era un hombre osado, un aventurero sin problemas para lanzarse al monte a luchar por un ideal, pero parece que me equivoqué. Su ideal de príncipe azul es otro)

35 Sabíamos que no era fácil llamar la atención o pedir una mano en medio de un país ensordecido por el ruido de la guerra. Y si era casi imposible lograrlo desde una de las ciudades grandes, más aún desde estos despeñaderos ariscos hasta donde no arrima la ley de Dios ni la de los hombres, ni sube la fuerza pública, como no sea de civil y para aniquilar, ni asoma el interés de los diarios, ni se estiran los bordes de los mapas (pag. 118).

36 Las palabras no dichas siempre me han infundido temor, como si permanecieran latentes y esperaran la ocasión de saltarnos a la cara, y en el fondo las resentía como si fueran una pérdida, como si se hubiera debilitado el lazo más íntimo que nos ataba, el puente hasta ahora indispensable para pasar desde su aislamiento al mío (pag. 132-133).

37 Escribo “Fuera de sí” y me pregunto por qué será que Occidente carga negativamente esa expresión, como si implicara la desintegración o la locura, cuando estar fuera de sí es lo que permite estar en el otro, entrar en los demás, ser los demás (pag. 133).

38 Parecía que buscara liberarse de la obsesión que lo enclaustraba, parecía. Parecía, pero no se sabía a ciencia cierta; nunca se debe subestimar la fidelidad que cada quien le guarda a sus viejos dolores (pag. 134).

39 Le conté largamente sobre mi arribo al albergue tres años atrás. Le hablé de la entrañable amistad con mi madre, quien no ve la hora de que regrese a su lado; del amadísimo recuerdo de mi padre, muerto hace demasiado tiempo; de mis estudios universitarios; de los hijos que nunca he tenido; de mi afición por escribir todo lo que me acontece (pag. 134).

(Vuelve a rondar la pregunta: ¿Qué tanto de autobiográfico puso la autora en esta novela?)

40 Una mujer como usted debe haber roto muchos corazones… –En el pasado, tal vez. A mi edad, el único corazón que uno rompe es el propio (pag. 134).



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