domingo, 10 de diciembre de 2017

234. Corrientazos de estrato seis

(En este artículo haré mención de dos establecimientos de comidas. No se trata de una mención comercial ni de publicidad pagada, sino de un reconocimiento a su calidad y del hecho de compartir una experiencia de usuario)

Hay unas expresiones coloquiales antioqueñas que se refieren a los restaurantes de almuerzo para trabajadores y empleados. Los almuerzos corrientes de bajo precio para obreros, tipo casero, se denominan “corrientazos”; los almuerzos un poco mejor presentados de precio medio, para empleados, se denominan de “tipo ejecutivo”; y están los de alto precio para estratos altos, como también los de bajísimo precio de venta ambulante para trabajadores informales callejeros, no aptos para consumo del jet set.

Nos gusta, a mis amigos y a mí con nuestras respectivas esposas, almorzar por fuera los domingos. Casi siempre salimos a pueblear, y ya hemos conocido muchos restaurantes de carretera. Ustedes saben que los hay buenos, malos, y regulares. Pero somos, mis amigos y yo, de “hacha y machete”. Cuando nos toca de tres tenedores, pues que vengan los tres tenedores. Pero, cuando nos toca bandeja con cuchara de palo, que se venga la cuchara de palo; que no nos andamos con remilgos. Si almorzamos en una cafetería cerca de la plaza de mercado donde va la mayoría, pues se entiende que no tiene nada de raro que saquen porciones de fríjoles precocidos de la nevera y los calienten en el horno micro ondas. El bajo precio ($3.500 con juagadura de limón, o $4.500 con gaseosa) no da lugar a reclamos ni a discusiones.

Fue para mí, pues, una sorpresa cuando mi amigo nos contó que estuvo comiendo con su esposa en un exclusivo restaurante de estrato seis en el sector de Llanogrande en Rionegro, donde los precios por persona son de $45.000 el plato, más la propina. Casi $100.000 la cuenta de dos personas es una cifra que para mí tiene sus peros y sus pelos. Muchos pelos y sudores. Lo que se espera en un lugar así es un producto de altísima calidad y una demostración de fina gastronomía. No se excluyen los fríjoles, pero tienen que ser señores exquisitos fríjoles, sin nada de chambonadas ni choroteces. ¿Pueden creer que se dejaron venir en ese elegante restaurante de estrato diez donde estuvieron mis amigos, con unos fríjoles calentados en horno micro ondas? ¡Como para matarlos! “Me di el gusto de no dejar propina e hice retirar de la tirilla el porcentaje de servicio que la registradora factura automáticamente”.

Por mi parte, nunca he ido a ese restaurante… ¡y no vuelvo! Desconocen esos restauranteros que la vox populi es la mejor vitrina publicitaria, y que “cliente satisfecho atrae a más clientes satisfechos”.

Hablemos ahora de pizzerías. Las hay de todos los colores, pelambres y texturas, según los gustos. Muy afamada es la de un alemán que tiene negocio en el área de comidas de la urbanización Carlos E. Restrepo, bautizado con su apodo: “Pizzería Bigotes”. A mí me gusta, particularmente, la pizza de Pizzotas. Fue fundada por una pareja cuyo esposo trabajaba en el área contable del periódico El Colombiano. Alguna vez pasé con mi esposa por allí y ella me dijo “Mirá, montaron una nueva pizzería”. Entramos y ¡nos encantó! La pasta en su punto de asado, ni muy delgada ni muy gruesa, ni muy blanda ni muy tostada; los ingredientes frescos, esparcidos sin mezquindad. Hemos vuelto muchas veces y alguna vez la dueña nos dijo que “Ustedes son unos clientes especiales. Fueron los primeros en entrar a este negocio”. Un negocio que se creció, fue vendido, y tiene ahora sucursales en muchas partes de la ciudad. La calidad no ha mermado, y los precios son razonables. La pizza de ciruelas, que recientemente pusieron en la carta, me pareció particularmente deliciosa.

Creí que en cuestión de pizzas todo ya estaba inventado, y que las pizzerías son lugares de término medio, ni muy elegantes ni muy de corrientazo. Me equivoqué. Acabo de reunirme con un grupo de amigos en un restaurante cerca del parque Lleras de El Poblado. Queda en la esquina de la carrera 32 D con calle 10, en la “Y” que conduce a Vizcaya, diez metros a la derecha hacia la transversal inferior. Se trata del Restaurante Romero, que se anuncia como comida artesanal. Es elegante y de buen gusto, y la carta contiene una oferta de platos generosa de estrato seis, con precios razonables que oscilan entre $18.000 y $32.000, dependiendo de si uno se decide por una oferta sencilla o si prefiere algo cargado de mariscos. Pero lo que me descrestó fue su carta de pizzas con un sabor que me dio la impresión de ser asadas al carbón. Son una exquisitez, y ofrecen variedades con ingredientes exóticos, como decir frutas cristalizadas, o la pizza con variedad de tres quesos que incluye por ejemplo el queso azul, el gruyère y el camembert. Esa es mi dieta preferida. Con perdón de mi dietista en el club de hipertensos, lo recomiendo.


ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


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