domingo, 24 de diciembre de 2017

236. Sayonara, puesto que así ha de ser -Ann Morrow Lindbergh-

Ann Morrow Lindbergh (1906-2001) fue una escritora y aviadora norteamericana que contrajo matrimonio con el aviador Charles Lindbergh, pionero de los vuelos trasatlánticos. Con él tuvo seis hijos, de los cuales Charles Augustus de 20 meses fue secuestrado y asesinado en una sonada tragedia que dio lugar a la expresión “Más perdido que el hijo de Lindbergh”, que aplica a algo que no tiene posibilidades de encontrarse. Fue común en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, cuando entre nosotros no se acostumbraba poner nombres de seres humanos a las mascotas, bautizar a muchos perros con el nombre de “Límber”, sin que sus dueños supieran por qué o por quién los llamaban así.

Fallecida a los 94 años de edad, en los últimos años la viuda de Charles Lindbergh se distinguió por su temperamento flemático o estoico, aparentemente inconmovible. No solo la tragedia del secuestro y muerte de su hijito y otras visicitudes templaron su carácter de tal manera, sino el tardío descubrimiento –después de la muerte de su esposo– de que éste había tenido tres hijos con una amante que mantuvo en secreto durante 17 años, uno con una hermana de esta, y otro con una secretaria. Cinco hijos por fuera del matrimonio y tres traiciones no son pocos para ser sacados de la nada cuando ya no había a quien hacerle el reclamo, y llevaron a la escritora a exclamar que: 

“Creo que una mujer no se resiente tanto de entregarse por completo, sino de descubrir que se ha entregado en vano”.
(Anne Morrow Lindbergh).


Alguna vez a comienzos de la década de los cincuenta leí en un número antiguo de la revista Selecciones del Readers Digest un corto escrito de esta escritora que llamó poderosamente mi atención, y quiero ahora compartirlo con los lectores. Es un texto que hace parte de su libro “De norte a oriente” (North to the Orient):


Selecciones del Readers Digest en español
febrero de 1948
Anne Morrow Lindbergh
North to the Orient
(Harcourt, Brace)

SAYONARA

De todas las despedidas que conozco, la más bella es el sayonara japonés (“Puesto que así ha de ser...”). A diferencia del auf wiedersehen alemán y del au revoir francés, no acude a ninguna esperanza aleatoria (“hasta que volvamos a vernos”), ni a ningún sedante para posponer la pena de la separación. No evade el hecho principal, como el farewell inglés, que es la despedida del padre (“ve al mundo y pórtate bien, hijo mío”). Encierra estímulo y advertencia, pero pasa por sobre la significación del momento: no dice nada de la partida. El good bye inglés y el adiós español, dicen demasiado; tratan de tender un puente sobre la ausencia, casi de negarla. Adiós es una oración: “¡No debías marcharte! ¡No puedo soportar tu separación!  Pero no irás solo ni sin vigilancia. Dios estará contigo”  Pero sayonara no dice ni mucho ni poco; es una simple aceptación del hecho (“Puesto que así ha de ser...”). Dentro de sus límites está toda la comprensión de la vida: detrás de ella, latente y refrenada, toda la emoción. Es la despedida silenciosa, la presión de una mano... sayonara.

Ann Morrow Lindbergh

Medio siglo después, este texto aún me conmueve.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



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