domingo, 7 de enero de 2018

238. Lucía, la de Gabo y Joan Manuel Serrat

Finalizaba la década de los años cincuenta, y daba comienzo la de los sesenta, cuando una estrofa del poeta Guillermo Valencia me impactó con contundencia demoledora:

“Nunca pruebes, me dijo, 
del licor femenino; 
que es licor de mandrágoras 
y destila demencia. 
Si lo bebes, al punto 
morirá tu conciencia, 
volarán tus canciones, 
errarás el camino. 
-Y agregó- Lo que ahora 
vas a oír no te asombre: 
La mujer es el viejo 
enemigo del hombre, 
sus cabellos de llama 
son cometas de espanto”.

Viene ahora a mi mente el poema de entonces; por cuenta de Lucía, la musa de Serrat. 


Yo no diría que el Nobel Gabriel García Márquez haya sido "un play boy tumbalocas" de esos por los que las mujeres se descosen o “se orinan a goticas”, como sí lo ha sido Mario Vargas Llosa. Pero, en todo caso, la fama da un prestigio que alcanza hasta para calentar sábanas; y el poder, ni se diga. No son pocas las mujeres que sucumben bajo la cobija de un presidente, la casaca de un militar, o la bota de un policía. El poder es un potente afrodisiaco.

Remitiré a un artículo de Julio César Londoño en El Espectador, a raíz de la muerte de Alba Lucía Ruiz en el año 2006. 

Alba Lucía Ruiz fue amante de Gabo… ¡Amante de Gabo!, así como suena. Y yo que creía que el hombre era más bueno para enamorarse que para que se enamoraran de él, pero así es la vida. Y no fue una amante cualquiera esta palmirana. Fue una intelectual bellísima y millonaria, candidata en reinados de belleza. Ganó mucha plata como modelo de pasarela (fue la primera top model de Colombia); y fue más la plata que le quitó a un enamorado empresario judío al que desplumó hasta el último centavo. A Gabo lo dejó “por tacaño”, y tuvo amoríos con toreros de renombre, hasta que resultó liada con Joan Manuel Serrat y disfrutando de las playas de la isla de San Andrés, haciéndolo cancelar el resto de la correría artística que tenía programada por Suramérica, lo que es de entender porque, como decían los viejos, “un pelo ensortijado de mujer jalona más que un cable de acero de pulgada”. La pelea que tuvieron por asuntos de precisión en un poema fue de alquilar balcón, al punto que ella lo acusó de ser un simple intérprete, y él la llamó puta sudaca con el despectivo o peyorativo que le dan los españoles a las sudamericanas. Por menos se armó Lorena Bobbit de tijeras. Como despedida esa noche, él compuso en su homenaje una canción y se la dejó en la grabadora. A esa canción le puso por título el nombre de ella.

Artículo en la sección Opinión, de El Espectador, 2 enero de 2009. “Adiós, Alba Lucía”, Por: Julio César Londoño:


Dice Londoño en el artículo que su belleza y su estilo fueron únicos, y cita al fotógrafo Hernán Díaz y a los pintores Enrique Grau y Alejandro Obregón como admiradores suyos:

“En noviembre de 2006 falleció Alba Lucía Ruiz, la primera top model que tuvimos. Después de ella muchas colombianas han hecho buena pasarela pero ninguna, si exceptuamos a Adriana Arboleda, ha vuelto a plantarse delante de una cámara como Alba Lucía. No lo digo yo, lo dice Hernán Díaz, quien la retrató hasta el cansancio; lo decía Enrique Grau, quien soñaba ser como ella; y lo repetía Alejandro Obregón, que la pintó dormida”.

No dice Londoño si Obregón la pintó dormida en el asiento de un avión, ni dice si lo que Grau le envidiaba eran el éxito o la fama.

Alba Lucía Ruiz, fotografiada por Hernán Díaz en el portal Colarte.com

Dice el portal Colarte.com que:


“A Alba Lucía no le importaba el qué dirán: se fue a vivir en unión libre e hizo fiestas con marihuana. Dejó el modelaje a los 25 años. Hoy es ama de casa, escribe poesía y aún le dicen La Flaca… Posó para Bicicletas Monark y para el Periódico El País. Comenzó a los 18 años, a finales de los años 50”. 

Eso significa que nació en la década de los cuarenta y que como Brigitte Bardot que nació en la de los treinta tal vez en este momento Alba Lucía se vería muy ajada, aunque bien pudiera ser que hubiera envejecido como Sofía Loren que, a estas alturas, conserva su “buen ver”.

Ya en el siglo XXI, dice Londoño:

“Volví a verla hace poco en su casa de la Calle de la Raqueta, en Bogotá. Seguía bella, serena, esbelta y casi victoriosa sobre el tiempo. “Estoy perdida —se quejó— no he sido capaz de inventar un solo pecado nuevo”. No había vuelto a teñirse sus canas onduladas, que le sentaban muy bien, y era el centro de un círculo social inteligente, pequeño y divertido”.   

Sigue diciendo Londoño que:

“Alba Lucía dominó la escena durante los años 60. Su figura copaba las vallas y las portadas de las revistas y vendía, como por ensalmo, todo lo que anunciaba. Era una flaca alta y curvilínea a quien le decían la Twiggy colombiana. En realidad era un milagro de la naturaleza, el mejor poema de la materia. Tenía facciones nítidas, bien marcados los pómulos y las líneas del maxilar, piel blanca, cabellos castaño, y unos ojos de metáfora imposible que le daban un delicioso aire de bandida del alto mundo”.

Un milagro de la naturaleza, una metáfora imposible, que sea el mejor poema de la belleza, es el sueño de todo hombre. Pero, no nos digamos mentiras, una mujer así, de “belleza dolorosa”, es (¡Ay!)… ¡Una pesadilla!

A una mujer así conocí cuya belleza resplandecía en el balcón frente a donde yo me encontraba. Tengo mis sospechas de que ella veía los ojos golosos con que yo la miraba, tengo mis sospechas de que ella salía al balcón para lucirse y cosechar mis miradas de admiración, y tengo mis sospechas de que a mí no me hubiera dado ni la hora. Se casó con un traqueto que la cubrió de joyas y de vestidos… y la encerró con llave triple clave en el apartamento para que solamente pudiera salir a la calle en su compañía. Ella encontró la manera de esconder una escalera liviana en el techo y de escaparse por una ventana trasera, hasta que su marido entró en sospechas de que algo estaba pasando. Surgió una discusión de la que ella resultó empujada rodando desnucada por las escaleras del salón, y el hombre terminó en la cárcel alegando locura temporal en estado de ira e intenso dolor. Salió de allí en menos que canta un gallo. La muerte de la muchacha (¡Cómo era de bella!) fue muy lamentable y muy lamentada.

En fin, sigamos, dice Londoño que cuando el arquitecto Rogelio Salmona le construyó la denominada “Casa Alba”, que ella nunca habitó:

“Ya era multimillonaria, producto de su profesión y de la fortuna de un industrial judío al que desplumó con aplicación”.

Entonces, cuenta Londoño:

“El general Omar Torrijos se la presentó a Gabo, de quien fue amante hasta que lo dejó por tacaño. La gota que rebosó la taza ocurrió una noche en la Quinta Avenida de Nueva York. Ella se detuvo a curiosear las deslumbrantes vidrieras de Tiffany & Co. Mira qué preciosa diadema, le dijo, pero él no contestó. Cuando volteó a buscarlo, el hombre estaba a diez metros, en el borde del andén, buscando estrellas en un cielo azul Manhattan. Alba Lucía no soportaba tipos así”.

Hay que reconocer que si uno protagoniza con una belleza de estas una escena del tipo “Desayuno en Tiffany´s”, da pie para pensar dónde y con quién uno pasó la noche. Por las razones que fuera, mi querido Gabo, ¡Me quito el sombrero! Tú bien sabes que a los hombres no nos matan los celos sino la envidia.

Dice Londoño que:

“Luego le dio por los cantantes y contrató a Camilo Sesto, a Raphael, a Serrat. Por su apartamento de Bogotá pasaba el meridiano intelectual del país. Sus fiestas eran históricas y tenía una de las mejores colecciones privadas de arte del país (“Darío Morales es el más aplicado, Luis Caballero es el último dibujante vigoroso, y Botero es el más paisa”, decía)”.

Para que uno sea capaz de contratar a cantantes como los mencionados, se necesita tener más que ganas. No cualquiera lo puede hacer. Y para comprar obras de Darío Morales, de Luis Caballero, y de Fernando Botero, sabiéndolas apreciar, hay que tener más que dinero. Pablo Escobar también tenía Boteros colgados en la pared, pero de su compra y escogencia se había encargado algún Popeye, algún Quica, algún Tyson, algún Arete, alguno de los que le hacían los mandados.

Y hemos llegado al meollo del asunto, la historia que nos convoca:

“Con Serrat tuvo un corto e intenso romance. Él canceló una presentación en Caracas para pasar un fin de semana en la casa de Alba Lucía en San Andrés. Luego canceló seis presentaciones más en Argentina, Brasil y Perú. Al final lo salvó un error de apreciación poética: una noche cenaron en la playa y escanciaron varios odres. Demasiados, quizá. Él cantó Elegía a Ramón Sijé, “a quien tanto quería”. “Con quien tanto quería”, le corrigió ella, que se sabía de memoria el poema de Miguel Hernández y no toleraba ningún cambio, en especial los torpes. Serrat le dijo que ella sabía, sobre todo, de toreros y de modas. Ella le restregó que él era sobre todo un intérprete. Entonces él la llamó “puta sudaca”, ella lo miró con compasión y se fue a dormir. Cuando se levantó, Serrat ya no estaba pero le había dejado en la grabadora una canción nuevecita: Vuela esta canción/ para ti, Lucía/ la más bella historia de amor/ que tuve y tendré… Dicen que Lucía caminó días y noches por la playa con una grabadora sobre la cabeza que molía incansable su canción”.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
-------------------------------------------------------------
“Lucía” de Joan Manuel Serrat (letra, música e interpretación):


Vuela esta canción 
para ti, Lucía.
La más bella historia
de amor
que tuve, y tendré.

Es una carta de amor
que se lleva el viento
pintado en mi voz…
a ninguna parte…
a ningún buzón.

No hay nada más bello,
que lo que nunca he tenido;
nada más amado,
que lo que perdí.
Perdóname si
hoy busco en la arena
una luna llena
que arañaba el mar.

Si alguna vez fui un ave de paso,
lo olvide para anidar en tus brazos.
Si alguna vez fui bello, y fui bueno;
fue enredado en tu cuello y en tus senos.

Si alguna vez fui sabio en amores,
lo aprendí de tus labios cantores.
Si alguna vez amé;
si algún día, después de amar, amé;
fue por tu amor, Lucía…
Lucía.

Tus recuerdos son
cada día más dulces;
el olvido sólo
se llevó la mitad;
y tú sombra aún
se acuesta en mi cama,
con la oscuridad
entre mi almohada
y mi soledad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario