De niño observé que hay días en que el sol sale más temprano, y hay días en que sale más tarde. Era un misterio para mí, hasta que en clases de geografía me enseñaron aquello de los solsticios de invierno y de verano. Durante mi viaje a Cuba el año pasado pude ver como a las nueve de la noche en la Habana el día estaba tan claro como a las cinco de la tarde en Medellín ¡Sorprendente!
Cuando la crisis energética sufrida en Colombia por la merma de agua en las reservas de los embalses durante el gobierno del Dr. César Gaviria Trujillo en los años de 1992 y 1993, debido al fenómeno climatológico del Niño, a algún genio se le ocurrió copiar el asunto de la llamada “hora de verano” que se usa en los países donde hay estaciones, adelantando una hora los relojes respecto de la hora estándar. Para muchos de nosotros, tan peregrina idea resultó ser un despelote y al recordar tal cosa solemos burlarnos de esa idea como de quien piensa que la calentura está en las sábanas o de quien resuelve buscar el ahogado río arriba.
En Venezuela al presidente Chávez se le ocurrió adelantar la hora oficial en media hora para que sus ciudadanos no tuvieran que levantarse antes de que saliera el sol. Por tal medida, el sol de los venezolanos ya no sale una hora antes que el de Colombia sino apenas media hora. Tal cosa también sucede en Birmania y en la India, y empezará a suceder en Corea del Norte cuyo dictador acaba de tomar esa decisión para los ciudadanos en vista de que no puede darle órdenes al sol de que salga más temprano. Sí pudiera, pero el sol no le haría caso; como no le hicieron caso los ciudadanos a la revolución francesa que ordenó cambiar el nombre de los meses (vendimiano, brumario, frimario, etc.). Tuvieron que recular, y adaptarse a la nomenclatura internacional (septiembre, octubre, noviembre, etc.).
Hay cosas que no son fáciles de explicar o definir con palabras. Recuerdo los días de adolescencia en que hacíamos la prueba de abordar a algún condiscípulo y preguntarle a boca de jarro: “Defíname la palabra desmenuzar”. El hombrecito empezaba a hurgar en su cerebro, e incapaz de encontrar las palabras adecuadas hacía una maniobra gestual con la mano derecha frotando la yema del pulgar contra las de los dedos índice y anular. Tal pareciera que estaba palpando una pizca de talco.
Con mucha razón se ha dicho toda la vida que “el tiempo es relativo”, y el artículo de hoy es relativo al tiempo.
“Reloj”, bolero con letra y música de Roberto Cantoral, interpretado por Lucho Gatica:
Para describir la pieza musical que sigue, es necesario haber cursado largos estudios musicales y haber alcanzado altos grados en las materias de solfeo y pentagrama. No de otro modo se domina tal sencillez en la explicación, con el uso adecuado del lenguaje propio de la profesión. Cometería una infidencia si anticipara a ustedes el nombre del autor (o de los autores, puesto que se trata de una creación colectiva) de esta muestra de simplicidad académica y didáctica en un campo que es, per se, especializado. Me abstengo de transcribir tanto el texto en inglés, que viene anexo a la letra en español; como la dicha letra que es, por naturaleza, inexistente; ya que se trata de una obra de corte esencialmente instrumental.
(Tomado del blog letrasdecanciones.com):
Los antiguos valses ya habían inspirado a Ravel sus deliciosos “Valses nobles y sentimentales” y su hermoso poema sinfónico “La Vals”, para “el” orquesta, cuando los alumnos del último curso del Centro de Altos Estudios Musicales Manuela encararon la composición colectiva de "El Vals del Segundo". "El Vals del Segundo" añade a su riqueza temática y formal, que se manifiesta ya desde el primer compás, un indudable valor musicológico. En el trabajo de investigación previa, los compositores consultaron viejas partituras de la Belle Epoque y descubrieron con sorpresa que la tonalidad era la misma en todas: blanco amarillenta. En "El Vals del Segundo"está presente el espíritu de Johann Strauss, Lehar y Waldteufel; Offenbach, Beckenbauer y von Suppé; Kollmann, Oskar Strauss, Joseph Strauss, Karl Maria y von Weber. Para su ejecución se emplea habitualmente una orquesta limitada, pudiendo modificarse sensiblemente con una orquesta buena. "El Vals del Segundo" comienza con un portato assai. El segundo tiempo es un deciso e a terra col battere, en el cual se plantea el desarrollo ulterior de la obra plácidamente, en forma muy tensa, con total serenidad, agitadamente, en una paz plena, turbulenta, creando un clima calmo, caótico, definiendo indubitablemente la intención de los autores, de alguna manera. Sigue el intermezzo, compuesto sobre un esquema en el cual las figuras predominantes son negras, como en el jazz. El intermezzo desemboca en el tiempo siguiente, que por otra parte era la única posibilidad. Se trata del levare languente, que establece una atmósfera de bacanal. Las cuerdas cantan, ebrias de gozo, mientras los oboes se superponen a las flautas. El desenlace es abrupto: un pizzicato tanto de ritmo alocado, paradójicamente a cargo de las cuerdas. La agrupación bien antigua de Les... la agrupación Viena Antigua de Les Luthiers ejecuta "El Vals del Segundo".
Les Luthiers
Les Luthier no sólo son unos músicos destacados, sino que se han posicionado en los primeros lugares del mamagallismo, como también podría denominarse al género de la filobromistosofía.
He recordado esta pieza del humor lesluthierano, por cuenta del reloj Mido Ocean Star que mi padre me regaló cuando cumplí 15 años para recordarme “que ya era hora” de algo que sólo él sabía de qué. Yo tardé por lo menos tres años más en descubrirlo.
Muy orgulloso vivía yo de mi reloj, y todas las mañanas lo desprendía de mi muñeca y con él en mano me disponía a esperar el momento en que en el Radionoticiero Caracol sincronizaban la hora con la señal horaria desde Fort Collins, Colorado; momento en el que yo sacaba un poco la tuerca del minutero para ajustarlo al segundo con dicha hora y darle cuerda con el tornillo como si estuviera definiendo la palabra desmenuzar.
Hora Caracol, sincronizada con la señal horaria de Fort Collins, Colorado (USA):
Justo es decirlo, era ese un reloj mecánico análogo, de los de volante, pelo y rubíes incrustados; antes de que hicieran su aparición los relojes electrónicos digitales de batería de cuarzo, que no requerían de dar cuerda cada mañana. De ese elemento fui despojado a navaja pelada una vez en que salía con él de la prendería barrioguayaquilera donde acababa de rescatarlo dando gracias a Dios “por la resaca que ya pasó, y la de la noche que llega”.
Por ese entonces el lugar que marcaba la señal horaria en el mundo, y señalaba el meridiano cero, era el observatorio de la ciudad inglesa de Greenwich, cuya sigla GMT indicaba cuál era la “Greenwich mean time”, según me dice el Sr. Google aunque mi ignorancia siempre pensó erradamente que era “Greenwich meridiam time” (¡Qué bruto!). De ahí para adelante, o para atrás, había que agregar o quitar horas según el meridiano en que estuviera ubicada la ciudad donde uno vive. La cosa sigue siendo igual, pero ahora el tiempo se mide según la UTC que es el Tiempo Universal Coordinado y se controla con un reloj de cesio cuya precisión es del orden de un segundo de atraso cada 1.400.000 años (un millón cuatrocientos mil). Podría decirse que un reloj de esos nunca se atrasa, pero resulta que hay un fenómeno que podría denominarse la “cámara-lentización” de la Tierra, pero no se llama así sino “ralentización”, y consiste en que se frena un poquito en su rotación alrededor del sol. Estoy seguro de que ninguno de nosotros acató a atrasar un segundo sus respectivos relojes el pasado mes de junio. Los científicos sí lo hicieron por requerirlo en razón de su trabajo, y leo que algunos computadores alcanzaron a afectarse por lo que diría un albañil que “un segundo sí es desplome”.
De todos modos, estas mediciones están sujetas a los conceptos técnicos de los científicos que son humanos, y errare humanum est, como se sabe. Total que se inventaron los controles satelitales y el sistema de locación GPS del cual se aprovechan hasta los taxistas. Fue así como se descubrió, por medio de un aparato GPS, que el meridiano 0º 0´00” ¡No queda en el observatorio de Greenwich sino 102 metros más allá! La explicación la da doña Wikipedia de Google:
¿Por qué un dispositivo GPS
situado sobre el Meridiano de Greenwich
no indica la longitud 0º00'00"?
Existe una diferencia angular de 5.3 segundos entre el meridiano de Greenwich y el meridiano de referencia utilizado por el sistema GPS WGS84 (denominado IRM). Es consecuencia del procedimiento utilizado para la puesta en marcha en 1958 del primer Sistema de Posicionamiento Global por Satélite, cuando se usaron como base de partida del nuevo sistema geodésico las coordenadas en el sistema NAD27 de la estación de observación de satélites situada en las inmediaciones de Baltimore. La mayor precisión del nuevo método por satélite, se tradujo en un desplazamiento del Meridiano 0º del Sistema GPS (utilizando la longitud de Baltimore como referencia de partida), quedando situado unos 102 metros al este del meridiano de Greenwich materializado en el Observatorio. Esto es debido a la corrección de diversos errores de concordancia entre los sistemas cartográficos europeo y norteamericano, difícilmente apreciables por los métodos de geodesia clásicos. Cuando se constató esta diferencia en 1969, se descartó la posibilidad de reajustar todo el sistema GPS para eliminar este desfase.
Así es que el verdadero regulador del tiempo de los humanos no es el sol, como siempre se creyó, sino el reloj de cesio de la UTC que señala el Tiempo Universal Coordinado.
Ahora, volvamos a la música, en general; y al vals, en particular.
El Dr. Luciano Londoño López y yo fuimos amigos, pero también fuimos contradictores. Tal vez era ese el encanto de nuestras conversaciones, ya que ninguno de los dos tragaba entero. Con frecuencia teníamos posiciones distintas, claro, pero después de forcejeos terminábamos por ponernos de acuerdo. Y frecuentemente, también, uno de los dos partía desde una posición, y terminaba compartiendo los argumentos del contrario, como en el asunto de la cuna gardeliana en que yo empecé siendo francesista y terminé siendo uruguayista; pero no por imposición, sino por convicción.
Él era apegado a la tesis de que los textos originales había que respetarlos (sic), y yo defendía mi punto de vista de que cuando un letrista o un cantante se equivocan hay que corregirlo. El ejemplo que yo más solía poner era uno inexistente, pero posible: si a alguien le da por escribir “tristezas del corason” en la partitura original; por más original que sea, uno tiene que enmendarle la plana y escribir corazón como es debido. No parecíamos ponernos de acuerdo en eso pero, puntilloso como él era, terminó por aceptar que yo tal vez no andaba tan desenfocado con mi capricho. Yo lo definía a él como “un purista”, y él me definía a mí como “un transgresor”. Un transgresor en la escuela de la Nueva Historia –la de la teoría de los indicios– a la que él se adhirió, no tenía cabida. Presiento que en mi ayuda vino don Ricardo Ostuni una vez en que escribí una charla o medio ensayo acerca de los gazapos en las canciones, y expuse la frecuencia con que los argentinos caen en el dequeísmo, como en aquel tango que dice “nunca digas de que no me quieres” que yo proponía reformar con un “nunca digas que tú no me quieres” y el Dr. Luciano puso el grito en el cielo pero don Ricardo me dio la razón. Así es que cuando yo escribí acerca de “Bajo un cielo de estrellas” diciendo que ese era un vals argentino, el Dr. Lucio me corrigió: “Don Orly, no existe tal cosa de vals argentino. Un vals es un vals, y punto”. Yo argumenté que la diferencia regional de un vals a otro estaba dada por el sabor, y que el sabor del vals argentino se lo daban el piano, el violín, el contrabajo, y el bandoneón; que el vals venezolano estaba marcado por el arpa; el vals mexicano por el sonido de mariachis; y el vals ecuatoriano, y el vals peruano, y el vals colombiano, y mil valses más con sus propios sonidos; que los diferenciaban del vals vienés evocador de los salones de la corte austrohúngara enmarcado en el formato de la orquesta filarmónica. Ahora me entero de que en esos salones el vals fue mal recibido en un principio, y que su origen no es vienés sino ¡checo! Vea, pues.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Wikipedia:
Al oír la palabra "vals", enseguida se relaciona con música clásica, pero lo cierto es que el vals sólo es una forma musical y puede estar en cualquier estilo, por ejemplo en forma de rancheras mexicanas, Su característica más significativa es que sus compases son de ¾.
EL VALS
(Por José Portaccio Fontalvo)
Uno de los géneros musicales centenarios, que se extendió por todo el mundo, ha sido el vals. Contrario a lo que se ha creído, el vals nació en la antigua Checoeslovaquia, pero un edicto del emperador del estado austro-húngaro lo hizo expulsar de Bohemia por señalarlo “dañoso para la salud del cuerpo y del alma”. Como era canción y baile que se apartaba de la contradanza y del minué, se consideraba vulgar que por primera vez una pareja –hombre y mujer– se abrazaran bailándolo. Erradicado, fue acogido por los músicos vieneses Josef Franz Karl Lanner y Johannes Strauss, quienes no solo lo impusieron ante el pueblo sino que más tarde fue acogido por las más encumbradas familias de la capital austriaca. Lo meritorio del vals es que tempranamente fue también aceptado por la gran mayoría de las naciones del orbe. Cada uno de estos pueblos lo vistió con sus instrumentos típicos y lo hizo hacer parte de los respectivos folclores musicales, especialmente en los países de Latinoamérica. Son famosos los valses Danubio azul, de Johannes Strauss II, austriaco; El caballero de la rosa, de Richard Strauss, alemán; El vals de las flores, de Peter Tchaikowsky, ruso; Sobre las olas, de Juventino Rosas, mexicano; Estrellita del sur, de Felipe Coronel Hueda, peruano; Noche azul, de Ernesto Lecuona, cubano; Juliana, de Leonel Belasco, venezolano, y nuestro crédito colombiano Tristezas del alma, de Luis Alberto Rodríguez Moreno. El corto espacio no me permitió mencionar otros ejemplos.
José Portaccio Fontalvo
joseportaccio@hotmail.com
(Comentario tomado del periódico EL HERALDO, de la ciudad de Barranquilla. Edición del día miércoles, 9 de octubre de 2013)
El Dr. Luciano Londoño López y yo fuimos amigos, pero también fuimos contradictores. Tal vez era ese el encanto de nuestras conversaciones, ya que ninguno de los dos tragaba entero. Con frecuencia teníamos posiciones distintas, claro, pero después de forcejeos terminábamos por ponernos de acuerdo. Y frecuentemente, también, uno de los dos partía desde una posición, y terminaba compartiendo los argumentos del contrario, como en el asunto de la cuna gardeliana en que yo empecé siendo francesista y terminé siendo uruguayista; pero no por imposición, sino por convicción.
Él era apegado a la tesis de que los textos originales había que respetarlos (sic), y yo defendía mi punto de vista de que cuando un letrista o un cantante se equivocan hay que corregirlo. El ejemplo que yo más solía poner era uno inexistente, pero posible: si a alguien le da por escribir “tristezas del corason” en la partitura original; por más original que sea, uno tiene que enmendarle la plana y escribir corazón como es debido. No parecíamos ponernos de acuerdo en eso pero, puntilloso como él era, terminó por aceptar que yo tal vez no andaba tan desenfocado con mi capricho. Yo lo definía a él como “un purista”, y él me definía a mí como “un transgresor”. Un transgresor en la escuela de la Nueva Historia –la de la teoría de los indicios– a la que él se adhirió, no tenía cabida. Presiento que en mi ayuda vino don Ricardo Ostuni una vez en que escribí una charla o medio ensayo acerca de los gazapos en las canciones, y expuse la frecuencia con que los argentinos caen en el dequeísmo, como en aquel tango que dice “nunca digas de que no me quieres” que yo proponía reformar con un “nunca digas que tú no me quieres” y el Dr. Luciano puso el grito en el cielo pero don Ricardo me dio la razón. Así es que cuando yo escribí acerca de “Bajo un cielo de estrellas” diciendo que ese era un vals argentino, el Dr. Lucio me corrigió: “Don Orly, no existe tal cosa de vals argentino. Un vals es un vals, y punto”. Yo argumenté que la diferencia regional de un vals a otro estaba dada por el sabor, y que el sabor del vals argentino se lo daban el piano, el violín, el contrabajo, y el bandoneón; que el vals venezolano estaba marcado por el arpa; el vals mexicano por el sonido de mariachis; y el vals ecuatoriano, y el vals peruano, y el vals colombiano, y mil valses más con sus propios sonidos; que los diferenciaban del vals vienés evocador de los salones de la corte austrohúngara enmarcado en el formato de la orquesta filarmónica. Ahora me entero de que en esos salones el vals fue mal recibido en un principio, y que su origen no es vienés sino ¡checo! Vea, pues.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Wikipedia:
Al oír la palabra "vals", enseguida se relaciona con música clásica, pero lo cierto es que el vals sólo es una forma musical y puede estar en cualquier estilo, por ejemplo en forma de rancheras mexicanas, Su característica más significativa es que sus compases son de ¾.
EL VALS
(Por José Portaccio Fontalvo)
Uno de los géneros musicales centenarios, que se extendió por todo el mundo, ha sido el vals. Contrario a lo que se ha creído, el vals nació en la antigua Checoeslovaquia, pero un edicto del emperador del estado austro-húngaro lo hizo expulsar de Bohemia por señalarlo “dañoso para la salud del cuerpo y del alma”. Como era canción y baile que se apartaba de la contradanza y del minué, se consideraba vulgar que por primera vez una pareja –hombre y mujer– se abrazaran bailándolo. Erradicado, fue acogido por los músicos vieneses Josef Franz Karl Lanner y Johannes Strauss, quienes no solo lo impusieron ante el pueblo sino que más tarde fue acogido por las más encumbradas familias de la capital austriaca. Lo meritorio del vals es que tempranamente fue también aceptado por la gran mayoría de las naciones del orbe. Cada uno de estos pueblos lo vistió con sus instrumentos típicos y lo hizo hacer parte de los respectivos folclores musicales, especialmente en los países de Latinoamérica. Son famosos los valses Danubio azul, de Johannes Strauss II, austriaco; El caballero de la rosa, de Richard Strauss, alemán; El vals de las flores, de Peter Tchaikowsky, ruso; Sobre las olas, de Juventino Rosas, mexicano; Estrellita del sur, de Felipe Coronel Hueda, peruano; Noche azul, de Ernesto Lecuona, cubano; Juliana, de Leonel Belasco, venezolano, y nuestro crédito colombiano Tristezas del alma, de Luis Alberto Rodríguez Moreno. El corto espacio no me permitió mencionar otros ejemplos.
José Portaccio Fontalvo
joseportaccio@hotmail.com
(Comentario tomado del periódico EL HERALDO, de la ciudad de Barranquilla. Edición del día miércoles, 9 de octubre de 2013)
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