domingo, 8 de noviembre de 2015

124. Zorba el griego, y la Vida después de la Muerte

Hace poco escuchaba una canción y su ritmo me sonó un poco al kasatchok ruso, o al sirtaki griego, pero ¿De qué autor y de qué compositor es esa obra? La respuesta que me dio el Sr. Google fue sorprendente: esa canción tiene música de Mikis Theodorakis y letra de Dimitris Christodoulou, y su título original en griego es “O Kaimos” que significa “La tristeza” (Es grande la costa, es alta la ola; es grande la tristeza, es amarga la vergüenza…). El nombre de Theodorakis me estremeció, porque está relacionado con una de las obras que cambiaron mi vida. Ignoro de quién sea la letra en español cantada por la colombiana Claudia Osuna, pero su título y contenido son diferentes al original griego:

El amor brilla en tus ojos” (Brillaba en tus ojos el amor, brillaba tanto en tu sonrisa…):

https://www.youtube.com/watch?v=JYS2qck2dEc

Hay libros, películas, y canciones cruciales que le cambian a uno la vida. Coincidente con mi primer amor platónico, en los años de adolescencia, fue el adentramiento que en mí hizo el género del bolero. Naturalmente ya lo escuchaba desde nueve meses antes de nacer, pero fue entonces cuando le encontré el verdadero sentido a esa música; y empecé a cantarla a voz en cuello en el baño, con la esperanza de que la escuchara mi vecinita piernas de boliche, y supiera que yo estaba cantando para ella.

Eran mensajes como decir la balada “El telegrama” de los hermanos Alfredo y Gregorio García Segura, que interpretó la chilena Ana Nora Escobar con el nombre artístico de Monna Bell, y cuyo texto no es propiamente un poema, pero dice lo que tiene que decir para un muchacho como era yo en ese momento: “Antes de que tus labios me confirmaran que me querías, ya lo sabía, ya lo sabía. Porque con la mirada tú me pusiste un telegrama que lo decía…”:


Como decir el bolero “Presentimiento”, con letra del español Pedro Mata y música del mexicano Emilio Pacheco, que me llegó en la voz del colombiano Lucho Ramírez (“Sin saber que existías, te deseaba; y antes de conocerte, te adiviné; llegaste en el momento en que te esperaba, y no hubo sorpresa alguna cuando te hallé…”):


O como decir el bolero “Quisiera ser” (“…Como la canción que te guste más, y así poder estar en tus labios y en tu soñar…”), con letra y música del argentino Mario Clavell, que aquí escuchamos en versión del argentino Roberto Yanes, del boliviano Raúl Shaw Moreno, y del trío mexicano de Los Panchos:


Y ya que menciono a Mario Clavell, ni se diga el impacto con que sacudió mi alma el bolero con música suya y letra de Félix Lipésker titulado “Somos” (“Somos un sueño imposible que busca la noche… Somos dos gotas de llanto en una canción”) que me llegó en la voz de Lucho Gatica. “Mucha gente piensa que la letra es de Clavell”, me dijo un día don Ricardo Ostuni, “pero en realidad es de Lipésker


O ni se diga la zarandeada que me pegó el bolero “Alma mía” (“Si yo encontrara un alma como la mía, cuántas cosas secretas le contaría; un alma que al mirarme, sin decir nada, me lo dijese todo con la mirada…”), con letra y música de la mexicana María Grever, que escuché por primera vez en la voz de Néstor Mesta Chaires. Fue un terremoto. Fue ¡Un tsunami!


Tiempo después casi pierdo la razón por culpa del bolero “Me la robaste” (“No sé qué tienes, para mí, que no puedo separarme de ti. Mi alma te reclama, me la robaste…”), con letra y música del cubano Facundo Rivero, en la voz de la puertorriqueña Julita Ross. Pero no, no es justo decir que ese bolero me iba deschavetando, sino la dama en quien pensaba cuando lo oía cada tres minutos hasta que la mesera le dijo a mis encharcados ojos que ya no lo podía poner más porque los otros clientes del bar pedían oír otras cosas. Casi me mata esa pena. Casi me muero.


Al finalizar la década de los 80 me impresionó el libro “Muchas vidas, muchos sabios”, de Brian L. Weiss, en el que cuenta cómo en sus experiencias como siquiatra hizo hipnosis regresivas a una paciente que lo llevaron a aceptar la reencarnación. Así “los doctores que tiene la Santa Madre Iglesia” digan que no existe, para un creyente como yo, que quiere tener fe pero sin cerrar los ojos a otras posibilidades, tal perspectiva se abre. La inquieta mente me dijo que tal vez pudiera ser… Lo que me llevó a asistir a unas sesiones dominicales de hipnosis regresiva en la biblioteca José Félix de Restrepo en Envigado, con resultados impresionantes en un par de pacientes cuya regresión presencié. Me ofrecieron hacerme un par de sesiones gratuitamente, pero me negué porque no me gusta buscar lo que no se me ha perdido. Poniéndole humor a la cosa, le dije al terapeuta que no gracias, porque donde yo llegara a descubrir que fui travesti en la corte del emperador Calígula me moriría de la vergüenza. Como trataron de insistir en la gratuidad de la experiencia, agregué que si a mí me ofrecieran abrirme gratis el abdomen en el Hospital General, para ver qué encuentran, yo no aceptaría por miedo a que encuentren alguna cosa. Hay casos en que es mejor la ignorancia que el conocimiento, y pregúntenle a la creencia inconmovible del carbonero que tiene fe porque “fe es creer en lo que no vemos, porque Dios lo ha revelado”. Con eso le basta, y punto.

A finales de la década de los 70 el libro “Vida después de la vida”, del estadounidense Dr. Raymond A. Moody Jr. (nacido en junio de 1944), me había sacudido con la confirmación de que el alma existe y que existe otra vida después de que el espíritu abandona el cuerpo “como una mano que sigue siendo mano después de que sale del guante que la contuvo”. Por su preparación como estudiante de teología, con miras a convertirse en pastor de la Iglesia Bautista; por su experiencia como graduado en medicina, con prácticas en las ambulancias de emergencia y en las salas de urgencia de algunos hospitales policlínicos; y por su escogencia de especialización en la rama de la siquiatría, que se enfoca no sólo en el cuerpo sino en la mente de los pacientes; reunía el autor en sí tres disciplinas que lo capacitaron para interesarse, indagar, y entender, las experiencias de pacientes que en algún momento fueron declarados clínicamente muertos y que luego, por alguna circunstancia a veces inexplicable, volvieron a la vida. No es cosa de la que los que viven esa experiencia gusten de hablar con cualquiera. Recogió cientos de testimonios y escribió el borrador de su libro contando cómo los sujetos víctimas de un fatal accidente se sintieron levitar, abandonando el cuerpo y contemplándolo desde la distancia; de cómo veían a los médicos y paramédicos hacer esfuerzos por revivirlos y a los familiares llorar angustiados, queriendo hablarles pero sin poder comunicarse con palabras; de cómo el espíritu atravesó paredes y fue impulsado a través de un túnel al final del cual había una luz intensa; y de cómo los espíritus de los seres queridos ya fallecidos, en medio de una multitud de otros espíritus, le daban la bienvenida a ese otro mundo; de cómo la película de su vida pasó por su mente en milésimas de segundo, y de cómo alguien en algún momento tomó la decisión de devolverlo a la vida para cumplir con alguna misión. No recuerdan nada del viaje de regreso, sino el momento en que el cuerpo vuelve a moverse con energía propia y los circundantes están sorprendidos, afanados por atenderlo, y aliviados por su recuperación. 

Cuando el borrador del libro estaba pronto a ir a imprenta, se enteró el Dr. Moody de que había otra persona que tenía un libro listo para imprimir, y que trataba el mismo tema que él. Se trataba de la médica suiza Elizabeth Kübler Ross (1926-2004) y su libro “Vida después de la muerte”. Sorpresivamente, y contra toda humana previsión, los dos doctores no se sintieron invadidos por los celos o los resquemores de que el otro pudiera adelantarse al arduo trabajo de investigación realizado por cada uno, sino que se sintieron complacidos de encontrar que sus tesis no eran fantasiosas y tenían confirmación por otra persona que había trabajado de manera independiente. Se hicieron amigos, aunaron esfuerzos, y dedicaron el resto de su vida a divulgar y compartir su experiencia. 


Aquí es donde falla todo, porque la experiencia no se aplica con inyecciones, no se introduce con supositorios, no se contagia por ósmosis, ni se transmite por virosis. Dice la sabiduría popular que “nadie experimenta por cabeza ajena”. Los que creemos en la inmortalidad del alma, seguimos siendo creyentes como antes de leer esos dos libros. Los que no creen en ella, siguen sin creer a pesar del cúmulo de esos testimonios. Para seguir con la sabiduría popular, “Cuando a la gente se le mete una cosa en la cabeza, es más fácil sacarle la cabeza que la cosa”.

Tímido como fui, obsesiva e irremediablemente tímido, la película “Zorba el Griego” del director Michael Cacoyannis, protagonizada por Anthony Quinn, me sacudió a mediados de los años 60 con el mensaje de la novela de Nikos Kasantsakis: “El hombre necesita un poco de locura para poder vivir, y debe vivir el momento presente tal como se presenta; disfrutando de la fortuna, cuando hay fortuna; y aceptando el infortunio, cuando hay infortunio”. Ese mensaje me sacudió, y me liberó de la tiranía del qué dirán. Casi sesenta años después, todavía me estremezco cuando escucho el sirtaki de Mikis Theodorakis y recuerdo la escena del baile sobre la mina derrumbada:


No volví a ser el mismo después de ver esa película, ni después de leer la novela en la que se basó, cuya reseña de lectura o anotaciones comparto con ustedes abajo, después de la noticia que me llevó a escribir este artículo. 

El periodista Rob Waugh reporta para Yahoo Noticias Internacional en octubre 27 de 2015 que “En sus últimas horas de vida, la mayoría de las personas que están a punto de fallecer reciben la visita de sus amigos muertos con anterioridad”. 


Yo sabía eso. Me lo dijeron dos seres queridos que en su hospitalización se sintieron “más del otro lado que de este”, y me confirmaron que los trabajos del Dr. Moody y de la Dra. Kübler-Ross no eran fantasiosos sino realistas, tomados de la vida misma.

https://es.noticias.yahoo.com/los-medicos-registran-una-actividad-cerebral-inexplicable-diez-minutos-despues-de-que-el-paciente-muriera-094730255.html

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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Reseña de lectura:

ALEXIS ZORBA, EL GRIEGO.
(Nikos Kazantzakis)
1973.  Carlos Lohlé S.A. i.c., Tacuarí (Buenos Aires-Argentina)
Octubre 2 de 1973, Talleres Gráficos Didot s.c.a. (Buenos Aires-Argentina)
(Película dirigida por Michael Cocoyannis con música de Mikis Theodorakis, actuación de Anthony Quinn).

ALEXIS ZORBA, EL GRIEGO –Nikos Kazantzakis–Carlos Lohlé S.A. i.c., Tacuarí, Bs As–Arg. Oct. 2/73, Talleres Gráficos Didot s.c.a. 

Director, Michael Cacoyannis.
Música, Mikis Theodorakis
Actor protagonista, Anthony Quinn  
(Enlace: 

El hombre necesita 
un poco de locura
 para poder vivir
(Nikos Kazantzakis en Zorba, el griego)

Yo era un muchacho de veinte años con timidez enfermiza, introvertido, montañero. Concentrado en leer mucho, rascar papeles, escribir malos versos. Me sentía atrapado en un círculo vicioso de aislamiento ante los demás, y consciente de que el leer y escribir me intoxicaban. Sentía que tenía que romper con mis hábitos y obligarme a relacionarme socialmente. Aprender a bailar y a conversar, a mirar la vida como una persona normal y no como un ser excluido del contacto ajeno. Pero no me atrevía a dar el paso. Iba a cine solo y una noche presencié una película de la que salí transformado y dispuesto a pasar al otro lado, a encontrar ese poco de locura que me era necesaria para poder vivir, según la recomendación de Alexis Zorba, El Griego, y a aceptar los fracasos como precio a pagar por el aprendizaje. Esa película cambió mi vida. En la película, un hombre maduro, entrado en la tercera edad, se propone explotar una mina y procede a construir sus instalaciones. Un hombre que en su vida ha tenido altibajos y algunas veces se ha visto en la ruina total, pero otras le ha ido bien en los negocios, ve en esa mina la oportunidad de levantar de nuevo su patrimonio y, por su edad, tal vez sea la última ocasión de su vida. Tiene una filosofía: vivir el momento presente. Fiel a sus principios, cuando tiene oportunidad de conquistar una joven hermosa y fresca y llevarla a la cama, no se para en peros por su edad o “el qué dirán” o por menguas en sus bienes de fortuna. Pero cuando no dispone de medios y la que tiene al alcance es la anciana casera con la piel llena de arrugas, pero con el corazón henchido de deseos, tampoco se para en peros y la lleva hasta su cama. En últimas es un hombre que disfruta de lo que tiene al alcance de la mano, mientras lo tenga. Cuando una falla de construcción produce un derrumbe subterráneo en la mina que está montando y los invitados a la inauguración salen en estampida, su dueño, en vez de ponerse a llorar sobre las ruinas, resuelve festejarse con las viandas y el licor. Y ponerse a bailar. Solo, o con su patrón, porque “el que no tiene más, con su mujer se acuesta”. Una frase lo resume: "¿Sabes lo que significa vivir? Apretar el cinto y meterse en el tumulto (de la masa anónima)". (Pag. 109) 

Alexis Zorba era un hombre ante todo alegre. A pesar de los fracasos, nunca perdió la alegría y Anthony Quinn, el actor norteamericano de origen mexicano, personificó ese papel con tal maestría que la imagen de la mina derrumbada, y Zorba solitario comiendo el cordero asado de la celebración, bebiendo el vino y bailando su danza para sobreponerse... Vencer, diría mejor, a su suerte; se me quedó grabada en la memoria. Por la imagen en sí, y porque el tema musical griego, en ritmo muy parecido al ruso “kasatchok” que estaba de moda por esos días –zeimbekiko, hasapiko o pentozali, aclara el autor en el libro; sirtakí decía la versión del disco en español–, se convirtió en una de las bandas sonoras de película más conocidas. ("Si tú quieres ver de rosa lo que hoy día ves de gris / ven y baila con Zorba, ven y baila el sirtaki", según la versión que nos llegó). Tanto que llega a nuestros días, ¿cuánto tiempo después? Tal vez cuarenta o cincuenta años. De entre sus muchas películas, Quinn quedó asociado por siempre al personaje de Zorba. El autor de la novela, Nikos Kasantzakis, habría de ver triunfar otras dos obras suyas llevadas al cine: Cristo de nuevo crucificado y La última tentación de Cristo. Sus descripciones son ciertamente pictóricas, cinematográficas, e invitan a hacer guiones, proporcionando algunas de las tantas confrontaciones entre libro y película que hacen a la gente decir “me gustó más el uno, o, me gustó más la otra”. Para el caso, novela y película son buenas. La una no desmerece de la otra, pero son diferentes. Es natural. El apego literal se da pocas veces.

Ya adulto, me dediqué a buscar el video de la película y no lo pude conseguir. Pero en la Biblioteca Pública, en uno de mis recorridos de “rata papiróvora” –como nos llama el autor a los ratones de biblioteca– encontré el libro, cuya lectura abordé, tratando de reencontrar el espíritu del mensaje que me había transformado. Alguien lo había leído antes, señalando las frases que más le gustaron. En él, el autor reconoce, por medio de su principal personaje, haber sido influido por un libro: Diálogo entre Buda y el Pastor. Es decir, como en un espejo, yo me veo mirándolo a él mirarse en otro espejo y así “ad infinitum”, como dice André Gide. El pastor se vanagloria de tener pocas cosas, las pocas que le son necesarias, y Buda se vanagloria de tener ninguna cosa, puesto que ninguna le es necesaria. Y en tener cubiertas sus necesidades basan su respectiva riqueza... "Y tú puedes llover cuanto quieras, Cielo (que yo estoy bien con lo que tengo)". Para mi sorpresa, el libro que me impresionó tan grandemente se terminó de imprimir en traducción al español en los Talleres Gráficos Didot s.c.a., de Buenos aires, el 2 de octubre de 1973, día de mi cumpleaños. Como si me hubiera estado destinado. 

Algunas frases de Alexis Zorba, el griego:

He aquí la dicha verdadera: no tener ambición alguna y trabajar como un condenado, como acosado por todas las ambiciones. Vivir lejos de los hombres, no tener necesidad de ellos, y quererlos.

Sobre la vejez:

1 Zorba: Cuanto más viejo me voy poniendo, más intensos son mis deseos. ¡Que no me vengan a mí con que la vejez calma al hombre! Ni con que al acercarse la muerte (uno) tiende el cuello diciéndole: “córtame la cabeza para ir cuanto antes al cielo”. Yo cada día que pasa me siento más rebelde a la muerte. (Pag. 84) 

2 Lo único que me da miedo es la vejez. Es vergonzosa. Hago cuanto puedo para que nadie advierta que he envejecido: aunque me duelan los riñones, bailo. Y no solamente cuando hay alguien presente, también cuando estoy solo, pues me avergüenzo de mí mismo. (Pag. 156) 

3 El monje que conocí en el monte Atos, padre Lavrentio, aparentaba ser santo, pero decía que tenía un demonio en su interior a quien llamaba Hodja. Y cuando Hodja quería comer carne en Viernes Santo, matar al Abad o fornicar, no era Lavrentio sino Hodja, su espíritu del mal, que vivía adentro de él. Yo también, patrón, tengo dentro de mí un demonio que no ha envejecido ni envejecerá nunca. Tiene 32 dientes, pelo negro y el clavel rojo (de los hombres solteros) en la oreja. El Zorba de afuera, a cambio, ha claudicado, le han salido cabellos blancos, se ha arrugado, se ha encogido, se le caen los dientes y se le ha poblado la amplia oreja de blanco pelo de vejez, (la cabeza) de largas crines de asno. ¿Cuál de los dos vencerá al fin? Si muero pronto, está bien. Pero si vivo mucho, estoy frito, pues llegará el día en que me sienta envilecido. Perderé la libertad. Mi hija y mi nuera me mandarán a que cuide de sus mocosos, monstruos tremendos, vástagos suyos, y que vele por que no se quemen, no se caigan, no se ensucien. Y si se ensucian, me meterán a mí ¡puah! a limpiarlos...internémonos en la montaña a sacar cobre, hierro, zinc; ganemos dinero para que nuestros parientes nos respeten, para que los demás nos laman las botas. Si no logramos éxito, que nos devoren los lobos. Para eso creó Dios a las bestias feroces: para que devoren a la gente como nosotros y no lleguemos a envilecernos. (Pag. 156 y 157) 

Sobre la inspiración:

4 ... Zorba ve cada día todas las cosas por vez primera. (Pag. 58) 
Los visionarios sublimes, los poetas inspirados, ven siempre toda cosa por primera vez. Cada mañana se abre a su vista un mundo nuevo; no ven sólo un mundo nuevo: lo crean. (Pag. 147)

5 El patrón: (Zorba) tomó el santuri (guitarra) y desnudándolo de su estuche, como si desnudara a una mujer, acarició ligeramente sus cuerdas. Inició una canción y otra y otra, pero no le salían:
No quiere. No hay que forzarlo. Todas las cosas tienen su alma: la leña, las piedras, el vino que se bebe y la tierra que se pisa. Todo, todo, patrón. (Pag. 84)

Sobre la mediocridad:

6 ... Un día pasaba yo por una aldehuela. Un viejo nonagenario estaba plantando un almendro al que no vería dar fruto. Le digo: 
¡Eh!, padrecito ¿plantando un almendro?
Yo, hijo, obro como si no hubiera de morir nunca.
Y yo –le respondo– obro como si mi muerte fuera inminente.

¿Cuál de los dos acertaba?... (Pregunto, y me respondo: los dos, porque no hay que tomar dos cosas al tiempo). Nada de cosas a medias. (Pag. 41)
No son cosas que se hagan a medias –me decía a veces–. El decir las cosas a medias, ser bueno a medias, es causa de que el mundo ande a tumbos hoy en día. (Aconsejo:) Marcha derecho hasta la meta, mísero hombre, pega fuerte, sin miedo, y vencerás. (¡Ay del tibio!). Dios detesta mil veces más al semidiablo, que al archidiablo. (Pag. 241) 
Lo que ocurre hoy, en el minuto presente, es lo que me interesa. ¿Duermes? Duerme bien. ¿Trabajas? Trabaja bien. ¿Besas? Besa bien. (Pag. 284)

7 El día es para el trabajo, es varón. La noche es hembra. No hay que mezclar una cosa con otra. (Pag. 193) 
El espíritu del hombre es como la lupa que concentra los rayos del sol para encender el fuego. Harás milagros si concentras tu voluntad en una sola y única cosa. (Pag. 195)

Sobre la mujer:

8 El trasero de una molinera (que se bambolea provocativo) es la razón (de ser) humana. (Pag. 15) 
... Miraba yo cómo iban acercándose las mozas hurañas, muy juntas unas a otras, formando infranqueable barrera... (al llegar) se les iluminaron las caras (en una sonrisa) y todas juntas me dieron los buenos días con voz alegre y límpida. En ese momento las campanas del monasterio, felices, juguetonas, llenaron la atmósfera con sus jubilosos llamados (y así mi corazón). (Pag. 38) 

9 Zorba, después de hacer el amor a doña Hortensia, la anciana casera, a quién llama cariñosamente “mi Bubulina”, dice:
Joven, o decrépita, hermosa o fea, no son más que variantes sin importancia. Detrás de cada mujer se yergue, austero, sagrado, lleno de misterio, el rostro de la diosa Afrodita. Doña Hortensia no significa más que una máscara efímera y transparente que se rasga para besar la boca inmortal. (Pag. 48) 
... No has obrado bien, patrón, ¿Qué es esa manera de retirarte del lado de doña Hortensia sin cortejarla siquiera una pizca, como si fuera una vieja de mil años? ¡Qué vergüenza! No es tener cortesía, eso, patrón, no es así como debe comportarse un hombre...al fin y al cabo ella es una mujer... menos mal que me quedé yo a consolarla. (Pag. 52)  

10 El patrón y Zorba conversando:
¿Qué dices, Zorba, crees de veras que todas las mujeres no piensan más que en eso?
Sí, no piensan más que en eso, patrón. Es una llaga que no cierra nunca, siempre está abierta. Si no les dices que las amas y que las deseas, lloran. Puede que a ti no te deseen y hasta les asquees y estén decididas a decirte que no, pero ésa es otra historia... porque la juventud es inhumana, cerrada a toda comprensión. (Pag. 52 y 53) 

11 Siguen conversando:
No te rías. La vida es como la vieja Bubulina. Vieja y no carece de atractivos. Sabe trucos que te hacen perder el seso. Cerrando los ojos, imaginas apretar entre los brazos a una mocita de veinte años. ¡Y tiene veinte años, te lo aseguro, cuando estás entusiasmado y has apagado la luz!  Me dirás que ha vivido una vida muy agitada. ¿Qué importa eso? Olvida pronto, la perdida, y no se acuerda de ninguno de sus amantes...Vuelve a ser en cada ocasión una inocente paloma que tiembla como si fuera la primera vez. ¡Qué misterio es la mujer!  Aunque caiga mil veces, vuelve a ser virgen por no acordarse. (Pag. .85)

12 El tío Anagnosti afirmaba deber su vida a un milagro de la Virgen pues, aunque nació sordo, pudo haber nacido ciego o cretino o corcovado. O lo que es peor –¡la Virgen nos ampare!– pudo hacer que naciera niña. (Pag. 66) 

13 Zorba habla de la mujer y de las uniones matrimoniales:
Las uniones honestas no saben a nada, son platos sin condimento. Sólo la carne robada tiene sabor. Mis uniones deshonestas no tienen contadero. ¿Lleva el gallo la cuenta de las gallinas que despacha mirándoles solamente la cresta? Las semihonestas no dejan de tener su encanto: se dan sin preguntar nada ni ser preguntadas. Son la libertad. La mujer es una fuente fresca: sediento te inclinas hacia ella, ves el rostro reflejado en sus aguas y bebes; bebes y te crujen los huesos. Luego llega otro también acosado por la sed, se inclina, ve su rostro y bebe. Luego otro más...una fuente es así. Una mujer también. (Pag. 88 y 89) 
¿Cuántas veces he estado casado? Honestamente, una vez… Semihonestamente, dos… Deshonestamente, miles. (Pag. 88) 
Las eslavas aman con libertad. No son como esas griegas codiciosas que te dan amor con cuentagotas y se  empeñan en procurarte menos de lo que te corresponde y en robarte en cuando a la calidad de la mercadería de su amor. (Pag. 92) 
La mujer es una eterna historia. En mi opinión, no es cosa humana. (Pag. 95) 
Bendita la joven viuda (y su caminado) que es a modo de querida de toda la aldea, dueña de sus sueños: apagas la luz y te imaginas que no es tu mujer la que tienes entre los brazos, sino la viuda. Y por esa razón nacen tan hermosas criaturas en la aldea. (Pag. 105) 
¿Casarme yo? –dijo el bobo del pueblo– ¿que me eche encima fastidios? La mujer tiene necesidad de calzado, ¿de dónde lo conseguiría yo que ando descalzo? ¡No soy tan tonto! (Pag. 108) 
Zorba: Aunque seas inválido, cojo o corcovado, si tienes voz acariciadora y sabes usarla, las mujeres pierden el compás. (Pag. 111)
Zorba: Aquel que pudiendo acostarse con una mujer no lo hace, comete un gran pecado. Si una mujer te invita a compartir su lecho, y tú te niegas a satisfacer su deseo ¡Pierdes el alma! Dios perdona todo: el robo, el asesinato, el adulterio. Pero (al momento de morir) te condenará el suspiro de una mujer desdeñada. (Pag. 111) 

14 El patrón: (La canción de Zorba me hizo sentir que) malgastaba mi vida, que la viuda joven y yo no éramos sino dos insectos cuya vida dura un segundo bajo el sol y luego mueren por toda la eternidad. (Pag. 111)

15 El patrón: (Deja, Zorba, no quiero complicar la vida con mujeres)  Cada cual sigue su camino. El hombre es como el árbol: a nadie se le ocurre reñir a la higuera porque no da cerezas. (Pag. 124) 

16 Una mujer venía a mi encuentro, llena de abnegación, ternura, paciencia... la mujer... yo que creí no tener necesidad de nada, comprendí de repente que sentía necesidad de todo. (Pag. 127) 
El patrón: (La viuda venía hacia mí)... Me lanzó una mirada lánguida y sonrió. Los ojos le relucían con suavidad felina. Quise hablarle, pero sentía la garganta anudada. Alzó las cejas, y siguió, meneando las caderas. Quise llevarla en brazos hasta su lecho, como hombre, como hubiera hecho mi abuelo, como espero que haga mi nieto, pero me quedé plantado, cavilando, sofocado. –En otra vida, murmuré con amarga sonrisa, en otra vida me portaré de mejor manera–. (Pag. 132 y 133) 

17 Sobre la atracción opina Zorba: Todo hombre despide un olor particular. Los olores se mezclan, y hiede a humana fetidez. Las mujeres, como los perros, tienen el hocico húmedo: ventean desde lejos al hombre que las desea, y perciben al que no se siente atraído por ellas. Por eso siempre y en todas partes, aún ahora que estoy viejo y feo, no han faltado dos o tres que corren tras de mí. Me siguen el rastro, las perras, ¡Dios las bendiga! (Pag. 159) 

18 En aquel bar una mujerona danzaba sacudiendo sus faldas, pero yo no le prestaba mayor atención, y he aquí que una pollita bonitilla, morenita, revocada con llana de albañil, viene y se sienta a mi lado:
–  con permiso, abuelo –me dice riendo (y llevándome)–. (Pag. 160) 
La atendí espléndidamente, pero no le puse las manos encima. Cuando joven, lo primero que hacía era manosearlas. Ahora lo primero que hago es gastar. Esto las enloquece. No ven nada más que la mano que tira el dinero como de un bolso desfondado. Se me arrimaba mimosa, apoyando la rodillita en mis zancas, pero yo como un témpano. La procesión iba por dentro. Eso es lo que les hace perder el tino. Que perciban que por dentro te quemas y, no obstante, ni te dignas tocarles un pelo. Pagué el gasto, dejé una generosa propina e hice ademán de irme. La chiquilla se prendió de mi brazo y preguntó con voz desfallecida: ¿Cómo te llamas? (Pag. 160) 

19 Las aventuras me sientan bien. En pocos días me he convertido en un jovenzuelo de veinte años. He ganado tantas fuerzas, te lo aseguro, que me han de nacer nuevos dientes. Ya no me duelen los riñones. No me sorprende que los cabellos se me vuelvan tan negros como el betún. (Pag. 162)

20 Yo tengo la convicción de que solamente aquél que quiere ser libre es un ser humano. La mujer no quiere ser libre. (A la chiquilla le ha dado por llevarme a los suyos)  Ahora le ha dado por casarse. (Pag. 163)

21 La mujer verdadera –anótalo para tu gobierno– goza más con el placer que da, que con el que recibe. (Pag. 284)

22 Los hombres se unen y se separan como las hojas que arrastra el viento; en vano quiere la retina guardar una imagen del rostro, del cuerpo, de los gestos del ser querido: a los pocos años no recordaréis ya si eran azules o negros sus ojos. (Pag. 310)

23 El hombre echa fácilmente en olvido todo aquello que no le conviene recordar. (Pag. 190) 

24 Tío Anagnosti al patrón:
Pavlio, el hijo de Mavrandoni, no pudo soportar los desdenes de la joven viuda. Se lanzó al mar, y se ahogó. Ahora se ha salvado. 
¿Salvado?
Sí, ¿qué podía esperar de la vida? Si se casaba con la viuda, pronto se hubiera visto enredado en continuas riñas y caído, quizás, en la deshonra. Porque la desvergonzada es como una yegüita, en cuanto ve a un hombre, relincha. Y si no se casaba con ella, su vida se hubiera convertido en un tormento, pues nadie le quitaba de la cabeza que había perdido una inmensa dicha. Por delante, el abismo; el precipicio por detrás. La vida es cruel, ciertamente, aún para los más afortunados es cruel, ¡Maldita sea! Tú eres joven. No prestes atención a lo que digan los viejos. Si la gente los escuchara, pronto se acabaría el mundo. (Pag. 174)

25 Sobre la felicidad:
Nos salvamos a nosotros mismos, cuando nos esforzamos por salvar a los demás. (Pag. 9) 

26 ... (Llevamos una) máscara sonriente e inmóvil. Lo que ocurre detrás de la máscara, es asunto nuestro. (Pag. 9) 

27 El patrón: ... A ratos me embargaba un sentimiento de compasión... no sólo por los hombres, sino por el mundo entero... por todas esas vanidades hechas de sombra y de luz que de pronto agitan y mancillan el aire puro. (Pag. 22) 

28 ... La santa soledad se extendía ante mí, triste, fascinadora, como el desierto... ¿Cuándo me retiraré al fin a la soledad, solo, sin compañeros, sin alegrías ni tristezas...? (Pag. 30) 

29 Tan cierto es que el hombre verdadero necesita de muy pocas cosas. (Pag. 63)

30 Zorba: ... No creo en nada ni nadie; solamente en Zorba. Y no porque yo sea mejor que los demás. ¡De ningún modo!  Soy una bestia yo también. Pero creo en mí porque soy lo único que tengo en mi poder, lo único que conozco, todo lo demás son fantasmas. (Pag. 60) 

31 ... (Necesitaba)... liberarme de Buda, apartar juntamente con las palabras todas mis preocupaciones metafísicas y dejar a salvo el alma de una vana angustia. Establecer, desde ese instante, contacto hondo y directo con los hombres. (Pag. 62) 

32 Anagnosti: ¿Qué podría yo querer, hijo? Pues que mi nieto siga por el buen camino, que llegue a ser un hombre honrado, un buen jefe de familia, que se case y tenga como yo hijos y nietos, y que uno de sus hijos se parezca a mí. Para que los viejos digan al verlo: “Oye, cómo se parece al viejo Anagnosti, Dios haya acogido su alma, que era un hombre bueno!”. (Pag. 67) 

33 Zorba al patrón: ¿Recuerdas que tú decías que te gustaría iluminar el espíritu del pueblo, abrirle los ojos? Pues mira, trata de abrirle los ojos al tío Anagnosti. ¿Viste cómo su mujer se estaba delante de él, esperando órdenes, como un perrillo amaestrado? Ve tú, ahora a predicarle que la mujer tiene iguales derechos que el hombre. Sólo disgustos le traerías con tus ridiculeces. ¿Qué beneficio podría obtener la tía Anagnosti? Sería el comienzo de riñas enconadas, la gallina pretendería convertirse en gallo y la pareja habría de trenzarse en lucha a picotazos, desplumándose mutuamente... Deja en paz a la gente, patrón, no les abras los ojos. Si acaso se los abrieras, ¿qué verían? ¡La miseria propia!  Déjaselos, pues, bien cerrados, (para que sigan con sus sueños). (Pag. 68) 

34 Mientras estamos viviendo una dicha, es raro que lo percibamos. Sólo cuando ya pasó y volvemos atrás la mirada, comprendemos de pronto –a veces con sorpresa– cuán felices fuimos. (Pag. 72) 

35 Dime en qué conviertes lo que comes y te diré quién eres. Gente hay que lo transforman en grasas y excrementos; otros, en trabajo y buen humor; algunos en Dios. Yo, patrón, no cuento entre los peores, como tampoco entre los mejores. Me conservo en el término medio. Y no está mal así. (Pag. 74) 

36 En una ocasión estuve trabajando en una mina en Rusia. Había aprendido apenas las palabras imprescindibles para mi negocio: “no, sí, pan, agua, te quiero, ven, ¿cuánto? Trabé amistad con un ruso, bolchevique furioso. Nos comunicábamos danzando las ideas. Mediante gestos y ademanes nos entendíamos más o menos, y cuando no lográbamos comunicarnos, bailábamos lo que queríamos decir: con los pies, con las manos, con los ojos, con el pecho, con el vientre o con gritos salvajes. Hasta con los cabellos y la ropa que vestíamos. Y con la navaja que colgaba de la faja. ¿Hasta qué extremo han decaído los hombres? Han dejado que se les enmudezca el cuerpo y sólo saben hablar con la boca. ¿Y qué quieres que diga la boca? Si pudiera borrar todo lo que aprendí antes, pasaría una esponja borradora y empezaría a ejercitar los cinco sentidos, la piel entera, para que gocen y comprendan. Aprendería a correr, a luchar, a  nadar, a montar a caballo, a remar, a dirigir un auto, a tirar con fusil. Llenaría con carne mi alma. Llenaría de alma la carne. Reconciliaría, en fin, dentro de mí a estos dos enemigos seculares (cuerpo y alma)... Sentado en la cama, meditaba sobre mi vida que transcurría a pura pérdida”. (Pag. 80 y 81) 

37 ... Tengo un hermano: hombre casero, sensato, beatón, usurero, hipócrita, un hombre de bien, pilar de la sociedad. Vende comestibles en Salónica... (Pag. 75) 

38 Dice Confucio: “Muchos buscan la dicha más alto que el hombre; otros más bajo. Sin embargo, la felicidad está a la altura del hombre” –Pero la altura del hombre no es siempre la misma, con sus altibajos–. (Pag. 99) 

39 Zorba: El buen maestro no desea recompensa más brillante que ésta: la de formar un discípulo que lo sobrepase... Me hace feliz, amigo, que tengas necesidad de mí. (Pag. 101)

40 (Vives demasiado embebido en tus libros, lo que te priva de vivir)... una idea se me ha ocurrido...meter en una pira todos tus libros y darles fuego. Quizá después de eso, como no eres tonto y eres un buen tipo, podría sacarse algo de ti. (Pag. 102)

41 El patrón: Esperaba que viniera Zorba, portador de todos los bienes que alegran al hombre: la risa clara, la buena palabra, los manjares sabrosos. (Pag. 83) 

42 Toda aldea cuenta con un bobo inocente, y si no lo tiene a mano, lo inventa para pasar el rato (bufoneando). (Pag. 105) 

43 ¿Sabes lo que significa vivir? Apretar el cinto y meterse en el tumulto (de la masa anónima). (Pag. 109) 

44 No soy esclavo del dinero, el dinero es esclavo mío. (Pag. 150) 

45 He cortado la felicidad a mi altura, como tú dices, la actividad me devora. La acción, estar activo: no hay otra salvación posible. (Pag. 152) 

46 Todo tiene su momento y no se puede forzar a la crisálida a salir de su capullo antes de tiempo, porque muere. Es pecado mortal forzar las leyes de la naturaleza. No debemos precipitarnos, ni impacientarnos, sino seguir con entera confianza el ritmo eterno. (Pag. 131) 

47 La precipitación, a menudo, resulta nociva. No nos precipitemos, pues. (Pag. 162) 

48 Cuando decidas algo, /sin miedo, ve adelante. / Da riendas sueltas a tu mocedad anhelante. / Atrévete, no temas, y sea lo que fuere. / Quien juega, gana o pierde; /quien ama, vive o muere. (Pag. 191) 

49 La vida del hombre es una ruta que va a ratos cuesta arriba y a ratos cuesta abajo. La gente sensata avanza por ella con frenos. Pero yo, y en esto radica mi mérito, hace mucho tiempo que me desprendí de todo freno, porque no me inspiran miedo los descarrilamientos, no tengo miedo a las carambolas, hago lo que me place. (Pag. 158) 

50 La terrible advertencia de que esta vida es única, para todos los hombres, que no existe otra vida, que todo cuanto puede gozarse, sólo aquí se ha de gozar. No volveremos a tener en lo eterno de los tiempos otra oportunidad como ésta... veis con meridiana claridad que sólo sois un hombre perdido, que vuestra vida se consume en minúsculas satisfacciones y aflicciones mínimas, agotada en la hueca vanidad de las palabras... (Pag. 180) 

51 No tengo confianza alguna en las fuerzas ocultas, que, según dicen, protegen a los hombres. Creo, si, en la existencia de fuerzas ciegas que hieren a derecha e izquierda, sin maldad, sin propósito preconcebido, y matan al que se ponga a su alcance. (Pag. 154) 

52 Zorba: No me regocija el bien, ni me aflige el mal... ser pobre o rico... mucho me temo que Dios y el diablo sean uno, (por lo tanto:)  Todas las cosas dan lo mismo... sólo hay diferencia entre estar vivo y estar muerto... (Pag. 156) 

53 Zorba: No puedo decir que creo, como tampoco que no creo. Cuando estaba niño me emocionaban las historias religiosas de la abuela. Cuando asomó el pelo de mi barba, eché a un lado todo esto. Pero he aquí que en los días postreros he vuelto a creer... ¡Curioso bicho, el hombre! (Pag. 126) 

54 Pues debo decirte, patrón, que Dios es un gran Señor y la nobleza sólo esto significa: perdonar. (Pag. 114) 

Sobre las ganas de vivir. 

56 (Bubulina) Había retirado del cofre, en cuanto se vio en trance de muerte, un crucifico de hueso pulido y lo tenía bajo la almohada. Desde años atrás lo tenía olvidado en el cofre, entre camisas deshilachadas y andrajos de terciopelo (que le recordaban sus mejores días). Como si Jesús fuera un remedio que sólo se usa en las enfermedades graves. Y mientras dure la buena salud y se coma bien y se ame sin cuidados, para nada sirviera. (Pag. 270) 

57 (La agonizante Bubulina) Tomó a tientas el crucifijo y lo apretó contra el pecho bañado en sudor, musitando:
¡Jesús mío de mi alma...! –murmuraba fervorosamente, estrechando contra sí al último de sus amantes. (Pag. 270) 

58 Doña Hortensia, la vieja sirena tan sacudida de los temporales, oyó el estridente grito y su grata visión se desvaneció... y ella volvió a verse de nuevo en su lecho de muerte que hedía, allí en un apartado rincón del mundo. Hizo un movimiento como para levantarse, como para huír, pero cayó sin fuerzas y clamó otra vez, más quedamente, con tono lamentoso:
–  ¡No quiero morirme!  ¡No quiero!  (Pag. 272) 

59 Un anciano campesino, robusto, acompañado de su mujer y su hija, se dirigía al monasterio. A pedirle a la Virgen:
Yo carezco de mayor instrucción, pero una vez oí en la iglesia algo que dijo Cristo: “Vende cuanto poseas para adquirir la gran perla”.
¿Y qué es esa gran perla?
La salvación del alma, hijo, la salvación. (Pag. 181) 

60 ¿Qué son diez o quince años ante la eternidad?... La eternidad es cada uno de los minutos que pasan. (Pag. 185) 

61 Los hombres obran como el que recibió una astillita de puerta carcomida envuelta en algodón y le fue dicho que se trataba de una reliquia de la Santa Cruz. La colgó al cuello y desde aquel día fue otro hombre: Avanzaba intrépido, sin miedo, en medio de las balas, pues no había plomo que pudiera alcanzarlo. ¿Tienes fe? Una astilla de puerta carcomida se te convierte en santa reliquia. ¿No tienes fe? La misma Santa Cruz es para ti sólo un madero carcomido. (Pag. 233) 

62 Si quieres dejar el tabaco, emborráchate fumando. Solamente así se libera el hombre, hartándose de todo. (Pag. 206) 

63 Desdichado del que no tiene en sí mismo la fuente de la felicidad. / Desdichado del que quiere agradar a los demás. / Desdichado del que no entiende que esta vida y la otra no son sino una. (Pag. 194) 

64 Zorba al patrón:
Te tragas todo lo que te cuentan los rascapapeles en los libros: detente un momento a considerar qué gente es la que los escribe. ¡Pedantones! ¿Qué saben de mujeres y de los que andan tras de ellas? ¡Nada en absoluto!
¿Por qué no escribes tú, Zorba, y nos explicas todos los misterios del mundo?
¿Por qué? Pues por la razón de que yo los vivo y no me queda tiempo para otra cosa. (Pag. 228) 

65 ¿Qué te falta? Tienes dinero, eres joven, sano, inteligente, de buena índole. ¡Nada te falta, rayos!  Sólo una cosa única: un gramo de locura, para poder vivir. (Pag. 311) 

66 Cada hombre tiene su locura. Pero la mayor locura de todas, es no tener ninguna. El hombre necesita un poco de locura para poder vivir (Pag. 158) 

Reseña de lectura de ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



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