domingo, 31 de julio de 2016

163. Del Cerro del Moral al Cerro del Padre Amaya, un triste cambio de nombre

¿Por qué el antiguo Cerro del Moral pasó a llamarse Cerro del Padre Amaya?

En la decisión de hacerse sacerdote hay dos componentes: uno espiritual, y otro material. Esto era aún más claro en los albores españoles de ocupación del territorio de Antioquia. De una parte estaba la vocación y el deseo de dedicar la vida al servicio de la religión católica y del Dios Creador, propagando la doctrina de su hijo Jesucristo que es Dios, es Cristo, y es Salvador. De la otra, estaba la necesidad de ganarse la vida con una profesión digna que garantizara buenos ingresos y compensaciones económicas materiales por el hecho de ocuparse de esa tarea espiritual. Ambas cosas tendrían que estar unidas.

Hay apellidos que han sufrido modificaciones en su escritura con el transcurrir del tiempo. Tal el caso por ejemplo de los Echavarría, Echeverría, Cheverría, y Chavarría, que tienen un mismo origen genético. Es el caso de los Rublas y los Arrubla. El de los Betancourt y Betancur. El de los Córdoba y los Córdova. El de los Escobar y los Escovar. El de los Echeverri y los Echeverry. El de los Olguín y los Holguín. El de los Mauris y los Amaury. El de los Acevedo y los Acebedo. Y el de los Maya y los Amaya de Antioquia que, al decir del genealogista Rodrigo Escobar Restrepo, son lo mismo.

Según las Genealogías de Antioquia y Caldas de don Gabriel Arango Mejía, la rica familia de los Álvarez del Pino en Antioquia, origen de los Álvarez antioqueños, proviene del español don Diego Álvarez del Pino que casó con doña Justina de los Arcos Cortés. Fueron padres, entre otros, del capitán Mateo Álvarez del Pino y Arcos que casó con doña Isabel de Lezcano Heredia y de estos desciende el alférez don Mateo Álvarez del Pino Lezcano, casado con su prima doña Ana María Álvarez del Pino y García de la Sierra, la que una vez viuda fundó el Convento del Carmen en Medellín. A estos se les reconoce como ricos propietarios en la población de Amagá y en las fracciones de Altavista, Belén, La América, y San Javier, en el Valle de Aburrá.

Hijo también del capitán Mateo y de doña Isabel fue don Carlos Álvarez del Pino Lezcano, que casó con doña Tomasa García de la Sierra y fueron padres de la mencionada doña Ana María. 

Hermano del alférez fue don Carlos José Álvarez del Pino Lezcano que casó con su prima doña María Antonia Álvarez del Pino y García de la Sierra, hermana de doña Ana María, y fueron padres entre otros de don Bernardino Álvarez del Pino-Lezcano y Álvarez del Pino-García de la Sierra, que casó con doña Lorenza Gaviria Mazo y Ochoa Londoño. Estos fueron padres, entre otros, de don Ángel María “Angelito” Álvarez del Pino y Gaviria Mazo, el conocido viejo dueño de las salinas de Guaca (hoy Heliconia).

Don Juan de Flórez y Paniagua, que contrajo matrimonio en Medellín el 1º de mayo de 1720 con doña Rosa Maya Álvarez del Pino, fue propietario de tierras en la Loma de San Javier o San Cristóbal, colindando con su parentela de la familia Álvarez del Pino. Al dar libertad a sus esclavos, ellos agradecidos por la libertad y por las tierras que recibieron, adoptaron los apellidos de sus ex-amos. Son los afrodescendientes Álvarez y Paniagua, fundadores de la famosa Banda Paniagua.

Don Ventura de Maya y Suárez contrajo matrimonio el 28 de octubre de 1669 con doña Juana de Acevedo y Vibancos y fueron padres entre otros de don Juan José de Maya y Acevedo, nacido en 1670 y casado en 1698 con doña María Álvarez del Pino Lezcano. Tuvieron once hijos relacionados en la ”Genealogía Maya”, de don Ramón Arturo Vélez Arango, a saber:

Rosa (1699), casada en 1721 con don Juan de Flórez y Paniagua; Teresa (1701); Catalina (1703); Juan José (1706); Bárbara (1708); Isabel (1710); María Sabina (1712), casada con don Juan Manuel Tamayo Piedrahíta; Manuel Ignacio (1715), ordenado sacerdote en 1740, que anteponía una A a su apellido en reemplazo de la I de Ignacio; Salvador (1721), casado en 1766 con doña Tomasa Ochoa Tirado; María Victoria (1723); y María Micaela (1725).

De la rica familia de los Álvarez del Pino descendía por línea materna el padre Manuel A. Maya y Álvarez del Pino. Ignoro por qué él, siendo bautizado Manuel Ignacio, anteponía la letra A a su apellido, tanto en la firma como en el reconocimiento público; pero tal letra dio lugar a que las gentes lo conocieran como “el padre A. Maya”. Dicen los historiadores Zamira Díaz López, Daniel Gutiérrez Ardila, Roberto Luis Jaramillo Velásquez, Armando Martínez Garnica, y María Teresa Ripoll Echeverría; en su obra “Quién es quién en 1810, 1ª parte –Guía de forasteros del Virreinato de Santa Fe para el primer semestre de 1810, Gobernación de Antioquia y Cabildos“; de la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, que en 1810 fue nombrado como Alcalde Pedáneo de San Cristóbal el Sr. José María Maya Ochoa:


San Cristóbal: don José María Maya Ochoa, hijo de don Salvador Maya Álvarez del Pino y de doña Tomasa Ochoa Tirado. Está casado con doña Antonia Posada Restrepo y emparentado con las mejores y más poderosas familias del Valle de Aburrá. Es sobrino del padre don Manuel de Maya, que se firmaba anteponiendo una A a su apellido, dueño del cerro más alto de esta jurisdicción”.

Ese alto cerro tenía por nombre, en vida del padre Amaya, el de Cerro del Moral, tal vez por algún matorral de moras silvestres que hubiera en él; y en la actualidad, por su altura de 3100 mtrs. sobre el nivel del mar, es apetecido para instalar transmisores y antenas repetidoras de las estaciones de radio y televisión que cubren el Valle de Aburrá. El Sr. Juan Guillermo Llano, que al igual que lo fue su padre era técnico de RCN Televisión, contó al Dr. Mario Ceballos Zuluaga, gerente local de la cadena, que alguna vez oyó a los baquianos de la zona narrar que:

El padre Amaya recorría en mula el camino desde Santa Fé de Antioquia hasta su predio de la Loma de San Javier; y cuenta la leyenda que un día venía cargado con oro en la faltriquera y se perdió en el cerro “El Moral”, de su propiedad, fragoso monte en límites de San Cristóbal con San Antonio de Prado al que, tras infructuosa búsqueda, siguieron llamando Cerro del Padre Amaya”. 

No volvieron a encontrarse ni el tesoro, ni la mula, ni el cuerpo del sacerdote, de cuyo recuerdo sólo vino a quedar el nombre del cerro que sufrió cambio de nombre por tan triste motivo.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


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