domingo, 24 de septiembre de 2017

223. Bruja (la) -coca, política, y demonio-, de Germán Castro Caycedo

LA BRUJA
–Coca, política, y demonio–
Germán Castro Caycedo, 11ª edición 1997, 
Editorial Planeta Colombiana
Edición ampliada y adicionada con apéndice 
sobre “Las brujas de la bruja

Encontré una tesis de grado de María Alejandra Godoy Roa para optar al título de Comunicadora en la Universidad Javeriana de Bogotá, en la que analiza este libro de Castro Caycedo desde el punto de vista riguroso del periodismo y la comunicación:


Esa tesis apoya algunas de mis observaciones, pero empezaré por contar que vi la película “Sólo tú” (Only you) con Marisa Tomei y Robert Downey Jr. Nada del otro mundo. Una chica de once años con un nombre común, como decir cualquier María Rodríguez, juega a adivinarse la suerte con una tabla ouija (peligroso juguete, a decir verdad) y ésta le muestra el nombre que el destino le tiene designado para casarse; un nombre común, como decir cualquier Jesús Pérez. Tres o cuatro años después en una feria de circo entra a la caseta de una gitana adivinadora con bola de cristal, y ésta le dice que el hombre que el destino le tiene reservado es ¡Jesús Pérez! La chica no necesita más para buscarlo obsesivamente hasta el día en que se prueba su vestido de novia para casarse con algún Luis y recibe una llamada de un amigo de su prometido para avisarle que le agradece la invitación pero no podrá acompañarlo el día de su boda porque sale de viaje para Italia. “¿Cuál es su nombre, por favor?”, le preguntó la chica. El nombre de “Jesús Pérez” petrificó a la chica y desechando su vestido de novia la lanzó de una para el aeropuerto, de viaje para Italia, con la idea de encontrar allí al hombre que el destino le tiene reservado desde que era niña. Lamento no contarles el final, pero tuve que dejar de ver la película para atender otro asunto que reclamó mi atención en ese momento. 

A lo que quiero llegar es a que hay personas que van donde adivinos para hacerse leer las cartas, o el tabaco, o el fondo de la taza de café, y oír un sartal de fantasías; y se las creen, al punto de que condicionan su vida a las señales que les dan esas fantasías. Como quien dice, rigen su vida por los astros. Cuando uno hace eso, el juego ya no es tan inocente. No es sensato, por ejemplo, que muchos ejecutivos abran primero las páginas del horóscopo en el periódico que las cotizaciones de la bolsa, y si “el pronóstico para aries es: se avecinan tiempos difíciles, abstente de invertir en valores de negocios”, no compran ni venden acciones por nada del mundo en ese día. Hay gente así. 

El juego con la tabla ouija no es tan inocente, digo, porque entra en el campo de la santería y el ocultismo. He sabido de niñas escolares en el Tolima y en la Costa que jugando ese juego han entrado en trance “de posesión” del que no han podido sacarlas ni sicólogos, ni siquiatras, ni hipnotizadores, ni exorcistas. La cosa no es tan simple. 

En mi niñez oí hablar de mi tía, la hermana mayor de mi papá. Él era el menor de una familia de catorce hijos, y la mayor dicen que era una chiquilla muy linda que atraía las miradas por su belleza rubia de ojos claros, un angelito. Tenía dos o tres años cuando tocó a la puerta un pordiosero que fijó en ella su mirada, y desde ese día la niña “se descuajó”. Le entró “mal de ojo” y no hubo poder humano que la curara. La niña murió. No me pregunten si creo en el descuaje y en las ojeadas, porque ese testimonio lo oí de niñez y tuve que aceptarlo porque nadie tenía argumentos para desmentirlo. La familia entera creía en eso.

Es que a uno las creencias le vienen de niñez, aprendidas en el catecismo del padre Gaspar Astete. “Fe es creer lo que no vemos, porque Dios lo ha revelado” repetía uno hasta el cansancio; y “no se debe creer en agüeros, ni hacer uso de hechicerías, ni de cosas supesticiosas”. Como consecuencia de eso, uno sabía de las brujas “que las hay, las hay, pero no se debe creer en ellas”. En consecuencia, durante la edad media se estableció aquello de los Tribunales de la Santa Inquisición, y se desató una cacería de brujas que llevó a muchas mujeres inocentes a la hoguera, pero seguramente llevó también a muchas culpables. ¿Culpables de qué? De practicar la brujería. Puede que uno se permita dudar de que hubiera brujas durante la edad media, pero no puede dudar de que las hay en plenos siglos XX y XXI. Eso no hay que dudarlo, y de eso trata el libro denominado novela pero que es más crónica periodística que otra cosa: “La bruja”, de Germán Castro Caycedo.

Brujería 

Este libro trata de que hay personas que a la par con la lectura de horóscopos van a las oficinas promocionadas en esos volantes callejeros que lo remiten a uno al tercer piso del edificio la Ceiba donde una chamana, como decir Madame Leonie (¿recuerdan a Rayuela?) “Cura el mal de amores, el mal de ojo, adivina la suerte, le amarra al ser querido, y le regresa el ser perdido en tres días”. Muy rentable parece ser ese negocio que, casi siempre, no pasa de ser una hábil carreta palabrera cargada de superchería. Pero, parejo con esa práctica de un chamanismo que podríamos tildar de inocente, hay verdaderas brujas que practican la santería y el asunto de los monicongos enterrados en el cementerio y las fotos cruzadas con alfileres. Hay allí un ejercicio síquico que rebasa nuestra comprensión y lleva al campo de lo esotérico, los maleficios, la posesión de espíritus. 

Hay que leer el libro y, conociendo la seriedad periodística de Germán Castro Caycedo, entender que lo suyo es una transcripción de testimonios escuchados de boca de los protagonistas y de hechos inexplicables que modificaron la vida de muchas personas. Allí no hay cháchara, sino testimonios vivenciales. Eso, para mí por lo menos, es escalofriante. Dios lo libre a uno de la mala hora de cruzarse en el camino con una bruja de las que enyerban y hacen maleficios. Dios lo libre a uno de no creer en Dios. 

La historia de Amanda Londoño (Lucrecia Victoria Gaviria Díaz en la vida real) y de cómo se metió a bruja alcanzando a ser reconocida por su efectividad, es tenebrosa. A la final logró salir de eso, no sin antes vivir un proceso muy doloroso; pero de la brujería, como de la mafia, puede decirse que es más fácil entrar que salir; como también puede decirse que el dinero ganado con estas dos actividades es un dinero maldito, que a la larga sólo trae la ruina.

Exorcismo

La cosa es tan seria, y tan real, que la Iglesia tiene identificados algunos pastores (obispos, sacerdotes, monjas, laicos adjuntos al ejercicio pastoral) que tienen una fortaleza síquica poderosa que les permite ser capacitados como exorcistas para enfrentarse con las personas poseídas, y hacer salir de ellas a los espíritus del mal, que las tienen dominadas. En los ordos litúrgicos eclesiásticos hay oraciones y ritos para librar esa batalla (verdadera y agotadora batalla) contra las fuerzas del mal; cuya existencia es indudable para los creyentes, y cuyo testimonio para los no creyentes puede encontrarse en este libro que de ninguna manera puede tildarse de fantasioso, porque todo está basado en una realidad testimonial y escalofriante.

Mafia y narcotráfico

Jaime Builes Cardona fue un personaje reconocido y legendario en el suroeste antioqueño, que tuvo su época de esplendor durante la década de los años setenta, previos a la aparición y preponderancia de Pablo Escobar Gaviria y los Ochoa en los ochenta, que antecedieron a los Rodríguez Orejuela y el cartel del norte del Valle en los noventa, que antecedieron a la llegada de México al primer lugar en las mafias del narcotráfico hacia los Estados Unidos en el siglo XXI. Hay allí una larga historia que contar. 

Jaime Builes se hizo multimillonario con el narcotráfico, y un día apareció por los lugares donde había sido peón de estribo (y seguramente sufrido humillaciones por parte de los ricos y principales de la población) para presionarlos a venderle sus casas, y sus fincas, y sus clubes, y sus flotas de transporte, y sus hijas, y sus conciencias, y todo lo que se atravesó. 

Castro Caycedo visitó esos lugares, entrevistó gente, recogió información, se documentó, y contó la historia como él sabe hacerlo, con una sola concesión a las limitaciones que la sociedad le imponía: cambiar algunos nombres y circunstancias para que la identidad de los protagonistas quedara preservada. El difunto Jaime Builes (murió de muerte horrible, torturado por la policía de México) aparece con su nombre; pero sus suegros, y su esposa, y algunos relacionados, aparecen con nombre cambiado para preservar su privacidad, aunque con la circunstancia de que todo el mundo sabe quienes son. A mí no me costó trabajo identificar, por ejemplo, al profesor de Relaciones Humanas del Sena, el poeta Hernando Montoya, en el personaje de Hernando Londoño que aparece en la novela. “Blanco es, gallina lo pone, frito se come”. 

La narcopolítica bruja

En el libro se cuenta el que tal vez fue el primer episodio en el que el narcotráfico permeó las toldas de la política y por medio del truco de financiar las campañas de los políticos se infiltró en las esferas del poder público. Aunque con nombres cambiados u ocultos, uno puede deducir que “el presidente de la pajarita que tenía la muletilla del evidentemente” era Turbay Ayala, y el gobernador brujero que casó a su hijo con una hija de ese presidente era Rodrigo Uribe Echavarría. Uno puede adivinar a Misael Pastrana Borrero en “el expresidente de la sonrisa como una mueca permanente”. Y hay nombres de la política reconocidos que allí aparecen mencionados con nombre propio y que se vieron involucrados con Jaime Builes o con la bruja Amanda por sus actividades electorales. Fabio Valencia Cossio, Alvaro Villegas Moreno y Jota Emilio Valderrama aparecen allí mencionados. Libia González de Fonnegra y María Margarita Vásquez Arango han sido diputadas y congresistas suficientemente conocidas, pero lo que no se sabía era que estuvieran tan relacionadas con la brujería de la bruja Amanda (Lucrecia) y eso sólo salió a flote cuando se les ocurrió poner una tutela para obligar al escritor a retractarse, y a recoger el libro de las librerías.

Brutalidad policial y brutalidad de los narcotraficantes

En el libro se muestra la brutalidad de los narcotraficantes enfrentados entre sí por el dominio de territorios, que se inventan sistemas como el de picar a sus enemigos con motosierra y enviar partes del cuerpo por correo a sus familiares para advertirles de lo que puede pasarles si no hacen una cosa u otra que a ellos se les ocurra exigir, y muestra la brutalidad de la policía mexicana (y toco madera, porque por la norteamericana y la de los demás países, incluido el nuestro, no seré yo quien meta la mano al fuego) que a la hora de enfrentar falsos o reales positivos se apropian de mercancías y dineros para beneficio particular entregando solamente una porción de lo incautado, y que torturan con rigor, aun a personas inocentes, para obligarlos a confesar lo que no han hecho, o para obligarlos a confesar lo que sí han hecho pero con métodos inhumanos que son pecado de lesa humanidad pero que ellos sortean impunes porque ¿Quién puede probárselos? ¿Cómo puede demostrárselos? ¿Quién los condena? La injusticia y la maldad son, pues, otras de las protagonistas de este libro.

La justicia

En la 11ª edición del libro, edición ampliada, el autor cuenta de cómo fue el proceso jurídico con el que se le quiso amordazar para que no contara lo que cuenta. Cómo perdió con el juez de primera instancia, y cómo perdió su apelación con los magistrados del Tribunal Superior de Antioquia que quisieron obligarlo a callar. Cómo insistió en apelar ante la Corte Constitucional y en esa alta corte le fue dada la razón y revocadas las decisiones contraevidentes de los jueces que habían conocido del caso. Como si fuera poco lo que de por sí en el libro se destapa, aquí viene a denunciarse lo que es la amañada justicia que se somete a los influyentes grupos de presión política y se permea a los dineros mal habidos. Lo pone a uno a pensar que si eso le ocurre a un periodista tan prestigioso y reconocido como Germán Castro Caycedo, qué no ocurrirá a los montañeros de simple ruana y alpargatas que van a la justicia con sus demandas y salen con el costal cargado de injusticias.

La Bruja, telenovela

No es fácil llevar una novela a la televisión o el cine, y menos si el libro de que se trata no es una novela sino una crónica testimonial. Al terminar de leer el libro, y ver fotografías de los personajes reales en que se inspiró, uno encuentra que la telenovela fue exitosa no sólo en la forma de contar lo que cuenta, sino en los actores que escogió para representar los papeles. Un cambio yo habría hecho en el casting, por parecerme la fisonomía del actor Kepa Amuchastegui más acorde con la del Dr. Rodrigo Uribe Echavarría, que era el gobernador de la época. Yo le habría dado ese papel, y lo hubiera intercambiado con el del presidente que, para el caso, no habría tenido importancia porque el parecido físico no correspondía mucho así, que se diga. No sé si ponerle pajarita al actor habría ayudado a caracterizarlo mejor, pero eso tal vez habría sido meterse en honduras jurídicas con un personaje tan obvio del que se destapa que contrató a una bruja para que le rezara la separación de su esposa y le atrajera el amor del ser querido con quien quería casarse. De la efectividad de los trabajos de la bruja da fe el hecho de que a él las cosas le salieron tal y como las contrató. Andrés Parra, en el personaje de Jaime Builes, “está pintado”; y la descripción de los hechos que allí se narran, “está que ni pintada”.

Blog “Verdad corrosiva”, sábado 11 de junio de 2011:

Creo que el libro trata, en resumidas cuentas, de la eterna lucha planteada entre el bien y el mal, entre los ángeles buenos y los ángeles caídos o demonios; una lucha que no es subjetiva ni hipotética sino que es real en nuestro diario vivir, con legiones enfrentadas de un lado y de otro.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



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