LA CARAVANA DE GARDEL
Fernando Cruz Kronfly, 1ª edición 1998,
Editorial Planeta Colombiana
Antes de mi reseña de lectura de esta novela copio un artículo periodístico basado en testimonios de testigos, que pueden tener imprecisiones derivadas de la fragilidad de la memoria en el transcurrir del tiempo, pero que está cercano al rigor histórico del acontecer.
Artículo publicado por la revista “Hiram Abif”, Revista Internacional de la Masonería, en el nro. 66 de julio de 2005, Mar de Plata, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Este artículo fue reproducido por el periódico El Colombiano de Medellín el 16 de junio de 2006.
Litigio en torno a un finísimo ataúd
Por Juan José Hoyos
La historia me la contó el negro Hernán Caro hace unos años en un bar de Junín adonde él va con sus amigos, todos los días, a hablar de tangos y a tomar café. En la pared del fondo hay un solo cuadro: un retrato del cantante Carlos Gardel. El negro me dijo que cuando Gardel murió en el aeródromo de Las Playas, el 24 de junio de 1935, hubo un litigio en torno a su ataúd, un cajón finísimo de madera comprado por encargo de la Paramount Pictures, la empresa productora de sus últimas películas. El mejor ataúd que había ese día en las funerarias de Medellín.
La historia del litigio, bella y desconocida, fue rescatada del olvido por el periodista argentino Roberto Cassinelli, de la revista Cantando, de Buenos Aires. La revista lo envió a Medellín para preparar una edición especial sobre Gardel que se publicó en Buenos Aires el 27 de junio de 1961. El reportero argentino fue recibido por Hernán Caro, Francisco Yoni, Hernán Restrepo Duque, Leonardo Alzate, Armando Duval y Saúl de Jesús Montoya Moreno. Ellos lo ayudaron a buscar los rastros de los últimos días de Gardel en Medellín. Cassinelli habló con músicos, periodistas, cantantes, productores de discos, toreros y gente de la radio para tratar de reconstruir día a día el itinerario del cantante en 1935. Yo creo que logró su propósito, con contadas excepciones, como el episodio de la noche en que Gardel visitó con sus amigos un prostíbulo del entonces elegante barrio Lovaina.
Un maestro masón me dijo que el litigio tiene que ver con una Logia ya casi olvidada, tal vez la antigua Logia Iris del Aburrá. A esa sociedad secreta pertenecían varios personajes ilustres de nuestra ciudad, entre ellos el barítono italiano Roberto Ughetti. Él había llegado a Colombia con la compañía de zarzuelas de Marina Ughetti, después de una gira de más de quince años por ciudades de España, África y América. Cuando ocurrió el accidente en el que murió Gardel, la compañía estaba de gira en Medellín.
Entre los personajes que entrevistó el cronista estaba Marina Ughetti, hermana de Roberto, el barítono que pertenecía a la Logia. En 1961, Marina ya estaba dedicada a la radio y había perdido la memoria casi por completo. Por eso Cassinelli decidió hablar con su esposo, Roberto Crespo. Él no pudo encontrar los papeles que guardaba sobre el caso Gardel, pero le reveló que su muerte imprevista y la de sus acompañantes, en Medellín, creó un problema que nadie esperaba: el de su velación y sus funerales. Cuando le preguntaron quién se había encargado del asunto, Roberto Crespo contestó:
"Gardel y sus acompañantes no tenían parientes o amigos que pudieran hacerse cargo inmediato de las cosas, salvo sus propios empresarios y un núcleo de artistas y personas importantes. Excluyéndome a mí de la lista, puedo mencionar a don Jorge Isaza, de la empresa Cine Colombia; mi cuñado, Roberto Ughetti, y Fernando Morales, pertenecientes a la masonería colombiana".
Ellos sabían que Gardel pertenecía a una Logia y estaban celebrando la fiesta más sagrada de la Hermandad: la del 24 de junio, el día de San Juan Bautista, ¡el mismo día en que murió Gardel!
En un comienzo, Cassinelli no comprendió por qué era importante el papel de la masonería en la velación y los funerales de Gardel. Crespo le explicó que la gestión del grupo masón para sepultar los restos de un Compañero en una ciudad tan católica como Medellín generó algunos problemas. "¿Eso significa que Gardel…?" preguntó, muy intrigado, Cassinelli. "…¡Era masón!" le contestó Roberto Crespo. Luego le contó los pormenores de la historia.
"La primera medida nuestra se limitó a conseguir un lugar para instalar la capilla ardiente, donde velar los restos de Carlos Gardel y sus compañeros. La generosa actitud del canónigo Enrique Uribe (Ospina), párroco de La Metropolitana, basílica mayor de Medellín, zanjó las dificultades iniciales al ofrecer una casa quinta deshabitada, de su propiedad, ubicada en la Avenida de la Quebrada Arriba (Avenida La Playa), entre Junín y el Puente Baltasar Ochoa".
En 1961, la casa ya no existía. Sólo quedaba un extenso solar donde se levantaban varios almacenes. Crespo dice que la casa donde velaron a Gardel estaba situada en el mismo lugar de la mueblería Codilux (Edificio La Ceiba).
"La antigua casa tenía una reja negra y una amplia puerta de dos hojas. Un largo camino bordeado de césped y canteros florecidos conducía a una escalinata de mármol de pocos peldaños, distante de la calle una veintena de metros. En las dos amplias salas se instalaron los ataúdes. El de Gardel se cambió posteriormente por encargo de la Paramount, tarea que cumplió su representante en Colombia".
Hablando del sepelio del cantante, Crespo recordó que empezó alrededor de las diez de la mañana del martes 25 de junio.
"Antes de salir se realizó una curiosa ceremonia sobre el ataúd de Gardel. Un grupo de masones rodeó el féretro y se procedió a dar unos golpes sobre la tapa. Luego se inició la marcha hacia la iglesia de La Candelaria. Fue larga, fatigosa, imponente. Cuando el ataúd de Gardel fue introducido en el atrio de la Catedral en el Parque de Berrío, el pueblo católico participó de las exequias y media hora más tarde, después de diversas conversaciones, el grupo masón consiguió que se desalojara la iglesia de católicos para poder rendir ellos las correspondientes honras fúnebres al extinto Albañil de la secta que obedece al Gran Arquitecto y que practica la hermandad y la caridad".
En ese momento, mientras hablaba con Crespo, el periodista recordó unas palabras del torero Horacio Cano –"Canito"–, quien también lo acompañó recorriendo la ciudad: "Tuve la sensación de algo que pude ratificar durante la velación de sus restos, apenas trece días después…". Cano no le quiso decir ni una palabra más.
Roberto Crespo continuó con su relato:
"A las 11:30 se pudo colocar el féretro sobre la carroza y se encaminó el cortejo hacia el Cementerio de San Pedro, por la Carrera Bolívar. La última morada está en esa calle, entre Lovaina y Lima, a una distancia aproximada de dos kilómetros de la Iglesia de La Candelaria".
En el cementerio hubo otros problemas. "Era inevitable –dijo Roberto Crespo–. No se pudo soldar el revestimiento metálico del ataúd de Gardel al llegar a la bóveda, pues el público era impresionante y no queríamos que ese acto tuviera trascendencia". Los masones no dejaron el problema sin resolver.
"De ninguna manera. Nos retiramos del Cementerio, pero regresamos en la noche para retirar el cajón del nicho y soldar todo su contorno. No se pudo evitar que parte del público nos acompañara. Incluso el fotógrafo (Jorge) Obando, que registró ese instante. Una foto notable, pues me ha permitido rememorar cosas ya olvidadas".
Meses después, por petición de la Paramount Pictures, el ataúd con los restos de Gardel fue sacado de la bóveda. Don Luis Gómez Tirado, por encargo de la empresa Expreso Antioquia, lo llevó en un largo y penoso viaje de varios días –a lomo de mula, en carro y en tren– hasta Buenaventura. A lo largo del camino los restos fueron velados de nuevo por la gente, y hubo marchas de antorchas en varios municipios como Caramanta y Supía, que duraron desde la medianoche hasta las primeras luces del alba. Los restos de Gardel fueron recibidos en el puerto por Armando Defino y fueron llevados en barco hasta Nueva York, donde hubo un gran funeral organizado por la Paramount. Finalmente, después de otro largo desfile fúnebre, fueron a parar al viejo Cementerio de La Chacarita, en Buenos Aires. Solamente ahí terminó en paz este litigio en torno a su finísimo ataúd.
Juan José Hoyos
Pasemos ahora a la novela. Cada lector hace una lectura distinta del mismo texto, y hasta uno mismo hace otra lectura cuando lee un texto por segunda vez, como es el caso de mis lecturas del libro de Fernando Cruz Kronfly.
Sentí decepción cuando terminé de leer este libro la primera vez, porque el título me había predispuesto a esperar la historia del viaje que hizo el ataúd de Carlos Gardel desde el cementerio de San Pedro en Medellín, Colombia; hasta el de La Chacarita en Buenos Aires, Argentina. No es así.
Algo o mucho habla de su trayecto hasta Umbría, Caldas; que supongo es el municipio de Belén de Umbría en Risaralda. Mi perspectiva cambió en la segunda lectura cuando entendí que este no es un libro de Historia sino una novela o ficción, y por lo tanto tiene mucho de creación literaria; que simplemente se apoya en algunos datos históricos relacionados con el viaje del féretro de Medellín a Buenaventura haciendo de hilo conductor, pero cuyo verdadero leit motiv es la historia de Arturo Rendón.
Arturo Rendón y Heriberto Franco son, supongo, nombres inventados para dos personajes imaginarios, dos supuestos arrieros que acompañaron a don Luis Gómez Tirado (que fue propietario de la Agencia de Viajes Turismo Luis Gómez T., no sé si la primera agencia de viajes que hubo en Medellín) para llevar cargado en mulas el féretro con las pertenencias del cantor, con el fin de embarcarlos en Buenaventura por vía Marítima de Nueva York a Buenos Aires, en un largo periplo por no haber comunicación directa de Buenaventura a la Argentina, y porque por razones políticas al gobierno argentino le interesaba distraer la atención pública de algunos asuntos y poner a los periódicos a hablar de ese viaje fúnebre por entregas.
La novela es un pretexto que cuenta la rivalidad entre los dos arrieros por apoderarse de algunos objetos o souvenirs del cantor, como reliquias. Habla de sombreros, bufandas y otras prendas chamuscadas; y de trozos del cuerpo robados para venderlos a quienes hicieron altares para venerar el recuerdo del Zorzal. Esa rivalidad, y esa obsesión, podrían ser los verdaderos protagonistas de la historia, pero no son.
La verdadera protagonista de la historia es la personalidad de Arturo Rendón y la novela bien pudo titularse, como la del Jairo en la novela de Manuel Mejía Vallejo: “Aire de tango”.
Con aire de tango está escrita “La caravana de Gardel”, de Fernando Cruz Kronfly. Arturo Rendón en la novela es un arriero, y como arriero un hombre un poco burdo según supone uno, aunque la novela lo pinta desplantador pero no ordinario, que le gusta vestir con sombrero ladeado “a lo Gardel”, y caminar con elegancia, “a lo Gardel”. Su transformación de arriero a citadino se la dio su paso por el oficio de obrero de ciudad en Medellín. A Arturo le gustan los tangos de Gardel y tiene, según la novela, una pinta quebradora, como Gardel. Siendo hombre que se mueve por cafés y hospedajes de baja categoría, no es hombre para noviazgos en serio ni matrimonios, pero sí el tumbalocas y macho amante latino del que se enamoran las meseras de los cafés. Esos recorridos son los que constituyen el meollo de la novela que, de paso, pinta también el comportamiento de esas "mujeres de la vida”.
Que Arturo Rendón haya acompañado el ataúd de Gardel hasta Belén de Umbría sin hacerse a sus tesoros, es apenas anecdótico. Lo que pasó haciendo ese trayecto es lo fundamental. El autor superpone dos planos de los recorridos hechos por Arturo en esa ruta, y no es fácil para el lector diferenciar los tiempos del uno y del otro. De una parte está el que hizo en diciembre de 1935 con el cadáver, y de la otra el que hizo –¿quince años después?– en busca de las reliquias y del hombre que se las había robado (robado es un decir, porque “ladrón que roba a ladrón…”). Quería recuperarlas porque fundaba en ello su fortuna. Encuentra a Heriberto Franco muerto, y las reliquias por ninguna parte. Este segundo viaje coincide con la época de la violencia política en el país y su tendal de muertos con corte de franela, corte de corbata, cabezas desprendidas del tronco, cadáveres echados al río Cauca, y demás adornos que no logran convertir la novela en el relato de dos historias paralelas; y esta segunda historia la percibo más bien como relleno.
Este reconocido escritor se encontró con una buena historia (la repatriación de los restos de Gardel) y vio en ella un filón para escribir esta novela. Tiene el mérito de que al hacerlo, y no podía esperarse menos de su profesionalismo, leyó sobre el personaje y escuchó sus discos. Pero tengo también la sospecha de que desde su procedencia valluna, no paisadescendiente, el escritor no es tangófilo ni gardeliano, y al libro le falta “el sabor”, “la sazón”, de los que fuimos amamantados al son del tocadiscos tanguero de la esquina. Los personajes no hablan el paisa coloquial de los arrieros y putas del camino, sino un lenguaje refinado, de academia. La carta de despedida de una de esas mujeres de la vida, tiene el tono de una secretaria ejecutiva. No sé en qué momento sucumbió el autor a la tentación de llamar “pan de maíz” a la arepa con que los paisas acompañamos el desayuno; y se parece a la concesión que yo he hecho en algunos escritos, que pueden llegar a lectores de otros países, cuando le llamo “café tinto” al tinto, para que no se confunda con el vino oscuro. Cuando uno escribe tiene que hacer maromas para llamar “pericos” a dos cafés con leche, cuando en muchas partes entienden como tal los huevos revueltos, y no falta quien entienda por “perico” una dosis de alucinógeno.
Aunque algunos han querido encontrar en él un libro histórico, y encontrar Historia en la película que Carlos Palau hizo basado en esta novela, su contenido no es Historia sino novela; y como novela, como entretenida novela, deben ser mirados tanto el libro como la película.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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ALGUNAS FRASES DE LA NOVELA,
Y COMENTARIOS DEL LECTOR
1
La caravana de Gardel
Bueno, ya dije que este título no refleja, a mi parecer, el contenido. Gardel sólo hace parte del decorado, en este caso.
2
Antes de partir rumbo a la comarca Umbría, donde la tierra atardece, Arturo Rendón decidió darse una vuelta por el prostíbulo de María Bilbao.
Las primeras frases enuncian el verdadero protagonista de la novela: la vida bohemia de Arturo Rendón; pero yo preferiría introducir antes de este párrafo otro que a mi modo de ver redondea la historia, y es el último párrafo:
La gasolina se apoderó no tanto de la carrocería como de los cuerpos medio sonsos y muertos, y en el acto se produjo el estallido. Una gran llamarada se observó desde lejos, y todavía al amanecer del día siguiente el fuego no se había terminado de extinguir.
Párrafo que podría introducirse también como primero, empezando y cerrando el círculo de la novela (la frase subrayada es mía):
La gasolina se apoderó no tanto de la estructura del avión como de los cuerpos medio sonsos y muertos, y en el acto se produjo el estallido. Una gran llamarada se observó desde lejos, y todavía al amanecer del día siguiente el fuego no se había terminado de extinguir. Iba a iniciarse, entonces, el último viaje de Gardel.
3 Pag.9
El tango dice tanto de mí, que él y yo hemos quedado convertidos en la misma cosa, pensaba Arturo Rendón.
4 Pag.10
Expulsado del campo por causa de las masacres que vinieron más tarde, terminó por refugiarse en una barriada del bajo Medellín, en una especie de conventillo o vecindad para desplazados. Poco después conoció a una vaca medio loca llamada Amparo Cisneros, mujer infectada de rojos atributos por fuera, aunque hecha de semillas negras por dentro, de quien se enamoró como un perro y con quien se casó una mañana de abril de 1938, en medio de la tiniebla invernal.
Por una parte, el personaje seguramente no se desplazó por culpa de las masacres que vinieron más tarde, sino porque el clima de violencia que precedió a esas masacres ya empezaba “a espesar” en su vereda. Por la otra, aquí se descubre que tres años después de haber hecho el primer viaje acompañando los restos de Gardel, y doce años antes de hacer el segundo viaje por el mismo camino, Arturo Rendón se casó con una prostituta que conoció en un burdel. Ahí están pintadas su vida y su tragedia.
5 Pag.10
Pasadas las semanas que parecieron suficientes después del abandono, y sin saber cómo, Arturo Rendón se hundió en la pena. Hizo causa común con quienes, como él, rumiaban su desarraigo y su incerteza en las tardes del vecindario, rezongando ante la transformación moderna de los valores y de las sensibilidades, para venir a refugiarse en la agonía que brotaba del tango, como si aquella emanación rioplatense coincidiera con la secreción de su propia alma.
6 Pag.11
Había amasado la idea según la cual las mujeres, por las que a pesar de todo todavía echaba la baba, eran sin embargo la causa de todo dolor y de toda penuria. Con la única excepción de mamá, claro, que servía para confirmar la regla. Todas ellas motivo de pecado, culpa y cuerpo de tentación.
Es cuestión de estilo, pero creo que a la novela le falta el lenguaje coloquial que tiene su picante y su encanto. Escrita así, en lenguaje universal, la idea pierde la gracia que tuvo en boca del primer borracho que salió de la cantina exclamando a grito herido: “¡Todas las mujeres son putas!… ¡menos mi mamá!”. Siempre oí decir que “la gallina y el marrano se cogen con la mano”, y el juego de trinchetes cinco estrellas le quita el gusto a ese plato montañero. No es que la novela esté ausente de diálogos coloquiales, como el de Arturo al despedirse de Oropéndola en el prostíbulo de María Bilbao (pag. 17), sino que son insuficientes.
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