domingo, 8 de octubre de 2017

225. Pedro II, Papa de Barbosa, por Víctor Bustamante Cañas

NOTICIAS DE PEDRO II, EL PAPA DE BARBOSA
Víctor Bustamante Cañas
Edit. Babel, Copimpresos, Medellín (Colombia), 2ª edición 2008, 77 páginas.
Contraportada: Juan Carlos Celis

El libro es un aperitivo, un abrebocas, que hace pensar en otro, inédito, de más envergadura y más allá de lo anecdótico del discurso de este personaje pintoresco que se sale del común gracias a la locura, una locura que está mezclada con argumentos razonables al punto de no saberse donde termina la razón y comienza la locura o viceversa. No es extraño que los especialistas del Manicomio de Bermejal, encabezados por el Dr. Lázaro Uribe Cálad, no hubieran encontrado méritos para encerrarlo; pero tampoco es extraño que sus opositores, encabezados por el padre Jesús Antonio Arias, los hubieran encontrado para hacerlo examinar. El libro, evidentemente, no es estrictamente una biografía como tal sino una biografía novelada con detalles imaginados o recreados a partir de datos históricos, y de ahí algunas incongruencias o anacronismos cronológicos.

Busco en Internet y encuentro que sobre el personaje hay otros escritos (crónicas periodísticas). Uno de Juan “Rubayata” Roca Lemus, que lo entrevistó en 1939 a instancias de la poetisa cubana Dalia Iñíguez, acompañado por ella y por su esposo el cantante Juan Pulido que estaban de visita en la ciudad. El otro, escrito en El Tiempo por Luis Alberto Miño Rueda.

a) Juan Roca Lemus “Rubayata”:

b) Luis Alberto Miño Rueda (El Tiempo, jueves 13 de agosto de 2009):

La lectura deja más preguntas que respuestas sobre el personaje Antonio José Hurtado Hernández (1892-1955), que en su testamento afirma ser hijo de Vicente Hurtado Marín y de Luisa Hernández Agudelo (pag. 46). Aparece también con otros nombres y apodos (Antonio José de los Dolores Hernández Agudelo o Manuel José Hurtado pag. 8), por lo que el lector reclama que el nombre completo y verdadero se conozca, sin lugar a dudas, desde la primera página con las aclaraciones que sean necesarias respecto de los nombres que vienen después. 

Antes de este libro, yo veía al personaje como un loquito pintoresco, un desequilibrado mental, al que “le había dado la locura” por ser Papa, de la misma manera que a muchos les dio por ser Napoleón. No era un loco agresivo, puesto que no ameritó su internamiento, pero tampoco era un hombre normal e hizo de su fantasía un “modus vivendi”. Esto es un decir, pues le mezcló a “su apostolado” el ejercicio de la dentistería empírica. De que no era normal dan fe sus afirmaciones:

La humanidad no me comprende. Este mundo está perdido. Los dioses hemos sufrido mucho. Qué tal que yo no fuera la segunda persona de la Trinidad… ayer le mostré a los católicos parte de lo que soy capaz. Llamé a las nubes y reclamé dos rayos. Estos me obedecieron y vinieron a caer sobre Barbosa. Todo quedó en tinieblas” (pag. 56-57). 

Era un hombre normal, en apariencia, cuando inició sus estudios en el seminario con miras a hacerse sacerdote, habiendo alcanzado al parecer las órdenes menores. Algo frustró sus aspiraciones, pero quedó con unos conocimientos básicos en latín, idioma que era de rigor en los estudios religiosos de la época, en rituales, y demás parafernalia del ejercicio del sacerdocio. En algún momento establece contacto con la secta denominada Iglesia antigua de viejos católicos de 1870, que tiene personería jurídica y registro como culto establecido. Es ordenado por el obispo herético español Irineo Aznar. De esa Iglesia, hasta hace poco, había una parroquia en la Vuelta de Guayabal en la Toma, donde ahora están el Parque Lineal Bicentenario de la Avenida La Playa y el Museo de la Memoria, según anotación en mi libro “Buenos Aires, portón de Medellín”:

"Hay una pequeña iglesia, vergonzante, que acusa una pobreza franciscana, sobre el costado oriental de la cra. 36: la Parroquia del Santuario del Señor de las Misericordias. Exhibe un aviso en el frontis que dice que fue fundada en el año 2000 por el R. P. Fray Hipólito Sastre Ríos, pero los vecinos afirman que, aunque sus feligreses hacen empanadas y recogen limosna para él, no lo avala la Arquidiócesis.1  

Lo que pasa es que el cura es de una disidencia del catolicismo llamada Iglesia antigua de viejos católicos-1870 que tiene personería jurídica y, entre otras cosas, acepta sacerdotes casados. El padre fue multado en casi un millón de pesos por falsedad personal al ejercer el sacerdocio sin autorización, pues no se ordenó en un seminario de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. La Corte Suprema de Justicia confirmó la sentencia de multa.

El 18 de septiembre de 2002, a eso de las cinco y veinte de la tarde, fue capturado el señor Hipólito Sastre Ríos en la carrera 36 N° 51-56 de Medellín por agentes adscritos a la Policía Nacional de la ciudad, quienes habían recibido llamadas informando que aquél ejercía de manera ilícita la profesión de sacerdote y además anotan que en dicho lugar funciona un templo. Por su parte el retenido manifestó que sólo había estudiado la primaria; sin embargo ejercía como sacerdote católico y celebraba misas, matrimonios, eucaristías y bautizos por obra del Señor. 2

1  Francisco Higuita (vecino de la Vuelta de Guayabal en La Toma). Conversación en julio 14 de 2009.
2   Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación. Fallo proceso 22489 de oct. 20 de 2005".

Me hubiera gustado que de viva voz (grabada) o escrito de su puño y letra, Pedro II hubiera dejado dicho: “Los curas son unos hijueputas, empezando por mí”. En esta frase él estaría reconociendo que se creía sacerdote en su interior, y por eso celebraba misas y se revestía de ornamentos, y que tal condición le daba investidura para ser Papa. Eso daría oportunidad de rebautizar el libro con otro título y un subtítulo, que harían de éste un best seller de los que se disputan los compradores de semáforo:

LOS CURAS SON UNOS HIJUEPUTAS
–Pedro II, Papa de Barbosa–

Ahora que se ha perdido el miedo a “Mis putas tristes” y a “La puta de Babilonia”, ese título sería atractivo para los lectores y daría pie a la primera frase del primer capítulo: “Los curas son unos hijueputas, empezando por mí”, dijo el Papa de Barbosa sin rubores ante los doce seminaristas que se encontraban en el auditorio de la Casa de la Cultura".

Esas primeras frases que son tan importantes como “En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…” o “Antes de que me interesara por mujer alguna jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia…” o “Mucho tiempo después ante el pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía habría de acordarse de la vez en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”. En fin. Las primeras frases que golpean al lector con contundencia y se le quedan grabadas en la memoria.

Al libro le hacen falta fotografías. La misma fotografía de la portada es una caricatura carnavalesca. Vi en alguna parte la fotografía del personaje sin caracterización, cuando estaba joven, y me pareció un tipo bien plantado y de buen ver. Al final de sus años se veía achacoso, naturalmente. Bueno sería ver fotografías suyas de antes, fotografías familiares, de cuando estaba en el seminario, de después, de ahora, en fin. Las distintas épocas de su evolución fisonómica.

A un lector desprevenido le surgirán preguntas como ¿Cuál era el entorno familiar del personaje? ¿Dónde vivía? En los otros escritos se lee que vivía en “la gran casa familiar de los Hurtado, llena de balcones y jardines… Una mansión antigua y en reparación”,  pero no en este libro. ¿Era único hijo, o tenía más hermanos y hermanas? ¿Sus hermanos lo veían como “el pobre loquito de la familia”? ¿Por qué no siguió en el seminario? ¿Por qué rompió con los curas? ¿Tenía alguna biblioteca con libros anticlericales de Voltaire, Renán, Pelagio y otros? ¿Encajaba en él la frase escuchada al Hermano Benito de la comunidad lasallista de que “un hombre bueno, cuando se vuelve malo, se vuelve de lo peor”? Sabemos que estuvo enamorado de Lolita García hasta que ella murió de tuberculosis, y el libro da a entender que algún desfogue físico pudo haber tenido con Cielo, su ayudante. También que fue admirador platónico, con algún escarceo, con la poetisa Dalia Iñíguez. Aparte de eso ¿Tuvo novias, amigas sentimentales, enamoradas, y se decepcionó? ¿Tuvo alguna que lo quisiera “a pesar” de su extravío? ¿Tuvo fama de que “le gustaran los muchachos”? ¿Hay suficientes personas que conozcan su historia y su evolución hasta convertirse en lo que es, que puedan dar testimonio de los procesos que lo llevaron al cambio? Alguna vez oí decir, cosa que no cuenta el libro, que el personaje era marrullero y se las ingeniaba para atraer muchachitas ingenuas con ganas de apostatar y blasfemar para hacer orgías y bacanales en las que, a la hora de la verdad, la ropa quedaba tirada debajo del sillón. No sé qué haya de cierto en eso, porque el libro no lo dice; pero es de esas cosas que de llegar a ser ciertas son calladas por los protagonistas que son los únicos que saben la verdad de tales asuntos. Lo demás son leyendas y especulaciones.

Dalia Iñíguez y Pedro II

Por otra parte, su discurso me da la sensación de un hombre bien informado sobre los acaeceres de la historia y me pregunto: ¿Su discurso es coherente desde el punto de vista filosófico? ¿Lo es desde el punto de vista teológico? ¿Sus conocimientos son sólidos al punto de poder constituirse en interlocutor y controversial válido para un sacerdote no dogmático y de mente abierta? Fue visitado por el obispo Monseñor Joaquín García Benítez pero, al parecer, no hubo entre ellos un intercambio de ideas sino la simple satisfacción de una curiosidad. ¿Puede decirse que sus argumentos no son “locuras de extraviado” sino sesudos análisis? De “La puta de Babilonia” de Fernando Vallejo, que no he leído, se dice que “está bien fundamentada”; ¿Es ese el caso del discurso de Pedro II? El capítulo 23 de este libro (pag. 52) con su discurso y el enunciado de los nombramientos que se propone hacer si es elegido Papa, puede decirse que no es lúcido, es insensato. El que tal cosa afirma no puede estar en sus cabales, pero llama mi atención que el libro da a entender que el autor (Víctor Bustamante) y su hermano Edgar, junto con los poetas Omar Castillo y Luis Fernando Cuartas conversaron con el personaje. Lo encuentro incongruente porque al fallecer éste el autor sólo tenía un año de edad. ¿Es esta una conversación imaginaria? La lectura me deja esa ambigüedad y la sospecha de que puede ser uno de esos detalles aportados por la imaginación del novelista.

En mi caso, yo tomaría este libro y lo transformaría, ampliándolo. Partiría de la ordenación de Antonio como sacerdote de la iglesia herética para contar la historia de esa iglesia. Contaría cuál era el entorno que rodeaba a Antonio cuando era seminarista y por qué su mente se fue extraviando hacia el rechazo de la iglesia legitimamente constituida. Por qué le viene a la cabeza la idea de considerarse “Papa”, y la parafernalia de que se rodeó para meter a muchos en el cuento. Lo pintoresco de ese papel, visto por los demás, y lo en serio que él y los de su séquito cercano se lo tomaron. Finalmente, como anécdota, y sólo como anécdota, el discurso en el que fundamentó sus tesis, de ser verídico. O, tal vez, analizando qué de lo dicho en ese discurso tiene visos de razonable y qué no. 

Cada lector hace su propia lectura y esta depende, naturalmente, de las experiencias previas. No es lo mismo lo que opina un clérigo que lo que opina un anticlerical; no es lo mismo lo que opinan un literato, un periodista, o un lector del común. Cada quien lee bajo su propia óptica. 

El libro no tiene prólogo sino una opinión de lectura escrita por el Sr. Juan Carlos Celis que centra su visión en el análisis de los antecedentes políticos que dieron origen a la denominada “Violencia” de los años cincuenta, con la culpa que le cabe a la clerecía local en sus sermones instigadores de esa violencia. El tema es, de suyo, ambicioso y tiene tanto de ancho como de largo. No falta quiénes opinen lo contrario de lo expuesto por el prologuista, achacándole la peor culpa a la contraparte. En ese sentido me parece sesudo el ensayo (que se convirtió en libro de texto de universitarios y de bachilleres,) “Dónde está la franja amarilla”, de William Ospina. 

A toda estas, desde el punto de vista del contenido de este libro para los lectores y el prologuista, ¿Qué tienen qué ver Laureano Gómez, Monseñor Miguel Ángel Builes, la república Católica, Nacionalista y Orgánica, etc.? Me parece que el prologuista pretendió ver más allá de lo que el libro en realidad contiene. Distinto a que en el texto se hubiera explicado y hubiera tomado real importancia el hecho de que Antonio se distanció de su Iglesia de origen porque peleó con el obispo Builes, porque no estuvo de acuerdo con las tesis que éste defendía, porque la situación política del país lo llevó a hacer una oposición tenaz y decidida y a exponer alternativas de pensamiento en otro sentido. Nada de eso deja ver este libro ni hay justificación a que se hable en el prólogo “de fascismos europeos”.

Un último detalle que tiene que ver con la forma: la escuela inglesa de puntuación sólo utiliza signos de cierre. En español, por el contrario, se estipula que todo signo de cierre debe llevar su respectivo signo de apertura. Eso es válido con los signos de admiración, interrogación, comillas y paréntesis. En el libro se entremezclan la forma inglesa y la forma española, lo que se constituye en distractor para una lectura fluida. Hay tal cual detalle de tilde inadecuada, de puntuación, o de sintaxis, que pueden corregirse para futuras ediciones.

De todos modos, es este libro un registro para la Historia sobre un pintoresco personaje que con el transcurrir del tiempo ha venido olvidándose de la memoria colectiva, y que cada vez se diluirá más su excéntrico paso por la población de Barbosa. No le sucederá tal cosa a la Loca Margarita y al Loco Pomponio de Bogotá, gracias a las canciones que les compusieron; y no va a sucederle a Pedro II, el Papa de Barbosa, gracias a este libro de Víctor Bustamante.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)



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