lunes, 2 de marzo de 2015

85. Jacqueline du Pré, talento extraordinario en un cuerpo enfermo

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Si bien la fórmula universal del rito matrimonial determina que la pareja se compromete a estar junta en la salud y la enfermedad hasta que la muerte los separe, la realidad en ocasiones se distancia del ideal porque, a la hora de la verdad, es un compromiso difícil de cumplir.

Un amigo me hablaba de su prometida, modelo de pasarela, bella, elegante, sofisticada, y le hice la pregunta del millón: “Si sufrieras un accidente y quedaras reducido a una silla de ruedas, ¿ella te acompañaría con abnegación hasta la muerte, o displicentemente te abandonaría a tu suerte?”. Y luego reforcé la idea: “Si fuera ella la que sufre una desgracia, ¿tendrías el valor de apoyarla en todas las circunstancias?”. No son cualesquiera preguntas. Cargar un cuerpo para bañarlo, percibir sus nauseabundos olores, limpiar sus repulsivas babas y mucosidades, limpiar sus excrementos, saberlos ayudar en sus crisis y entender sus ininteligibilidades, no es cualquier cosa. Suelen estos enfermos maldecir su suerte y resentirse con quienes los rodean, se vuelven caprichosos y demandantes, exigentes. No es fácil. La pregunta le quedó rondando en la cabeza, y semanas después me contó que había terminado con ella y se había conseguido una novia más humilde y de menor figuración. Vi en su mirada una señal de agradecimiento. No todos tienen la suerte de tener un amigo que les abra los ojos, ni todos tienen la capacidad de seguir consejos de terceros.

Alguna vez vi en el tvcanal Film & Arts un documental sobre una esplendorosa mujer que nació a mediados de la década del cuarenta, chelista culta, bella rubia de ojos claros y sonrisa tan radiante que sus amigos la apodaban “smiley” (sonrisita). De una alegría exuberante, tocaba el chelo con una pasión fuera de serie. Uno de sus maestros dijo de ella que le había arruinado determinado concierto porque después de oírselo ya no le parecía que ninguno más pudiera tocar como ella tocaba. Otro maestro hizo alusión a que fue niña prodigio, con una memoria portentosa y la capacidad de aprenderse, prácticamente de un día para otro, un concierto que le fuera puesto como tarea. Otro agregó que cuando ella llegaba a ocupar su lugar el escenario se iluminaba con su energía. “Todos los músicos la miraban arrobados y se inspiraban en ella. Tal vez todos estuvieran secretamente enamorados de su atrayente personalidad”, dijo algún otro. Los videos de apoyo en blanco y negro, caseros al parecer, la mostraban haciendo un despliegue de alegría y virtuosismo como si las notas le salieran de adentro y le hicieran cosquillas. A su lado un apuesto joven pianista, delgado, con pelo negro y cara de actor de cine, la miraba orgulloso y sorprendido por la magia de su interpretación. En cierto momento ella tomó el piano en vez del chelo para tocar y ¡qué pianista! Con cuanta pasión y precisión hizo vibrar también ese instrumento. Pasaba de un instrumento a otro con soltura.

Jacqueline du Pré

Video casero de Jacqueline du Pré tocando el piano para su joven esposo Daniel Baremboim:

Me costó trabajo reconocer en el apuesto joven que había a su lado al pianista y director Daniel Baremboim, y en la bella y feliz mujer a la chelista Jacqueline du Pré. Los videos pertenecían, seguramente, a los días posteriores al matrimonio de la musical pareja, cuando no había sombras que empañaran su dicha. Esas sombras llegaron. A los 28 años de edad a Jacqueline le sobrevino una esclerosis múltiple (¿Y deberé agregar que “deformante”?) que la sometió a una silla de ruedas hasta que la muerte se la llevó cuando apenas tenía cuarenta dos años. Estaba casada con Daniel Baremboim, aunque separados por las en este caso insuperadas dificultades que suelen surgir en casi toda relación de pareja. Sin embargo, había sido un matrimonio glamoroso que cosechó éxitos profesionales por donde quiera que iba. Cuando ella enfermó, Baremboim se multiplicó para darle su apoyo económico y emocional durante 14 años, viajando constantemente entre su casa en Londres y la de su segunda esposa, Yelena Bashkírova, en París. Lo que él hizo es cosa sabida y reconocida, pero no faltó quien criticara su actitud, como es el caso de esta minibiografía que encontré en Internet:

De María Neal:
Soy una gran admiradora de Jacqueline du Pré y de su música. No tuvo una vida fácil la artista, siempre de un lugar a otro y no creáis que su marido Daniel Baremboim dio del todo la talla en los años de su enfermedad terrible. Ella lo tenía todo para ser feliz: era joven, guapa, rubia, con éxito, se codeaba con los grandes de la música, tenía ángel y se casó enamoradísima hasta las trancas del pianista y director de orquesta, tanto que se convirtió por él al judaísmo y se casó en Jerusalén adonde acudieron todos sus amigos del mundillo musical, a la boda asistieron el presidente David Ben Gurion y su esposa Paula. Y luego todo cambió, mientras ella estaba en silla de ruedas él ya llevaba una doble vida en París y tenía un hijo con la que hoy es su esposa, eso sí, iba algunos fines de semana a Londres a verla, para cubrir el expediente. Mientras la dulce Du Pré languidecía siempre al cuidado de su fiel enfermera de color que la atendió hasta el final. Materialmente nunca le faltó de nada, su marido se ocupó de eso, pero… no solo de pan vive el hombre. Los años finales fueron terribles, su dulce aspecto físico se transformó de tal manera que daba escalofríos verla, su carácter se agrió, la enfermedad la fue devorando poco a poco hasta cercenar todas sus capacidades físicas, todas menos la conciencia para que así se diera cuenta de todo su sufrimiento. Cuando murió estaban con ella el Rabino Friedlander, que la consoló en muchos momentos de desesperación, su sicoanalista doctor Limentari a quien ella con su sentido del humor apodaba ”el limón”, su maestro de chelo William Plet y su hijo Anthony Plet, amigo de la infancia de Jacquie y Daniel Barenboim que llegó para recoger su último suspiro. Su tumba está en el cementerio judío de Londres y su epitafio en inglés reza “Jacqueline du Pré, amadísima esposa de Daniel Baremboim”. Hay también una inscripción en hebreo y a sus pies crece un bello rosal de rosas alpinas cuyas flores llevan el nombre de la violonchelista. Espero que donde esté lleve una vida más feliz que la que tuvo aquí.

Interesante nota pero… leyendo la que trae Wikipedia se encuentra uno con que la bella Jackie tampoco era fruta que comiera mono, como se dice, y las relaciones con su hermana Hilary tuvieron bemoles y desafines que dieron lugar a un libro biográfico y a una película basada en ese libro.

Reseña de la película inglesa Hilary y Jackie:

La película británica “Hilary and Jackie”, dirigida por Anand Tucker en 1998, y basada en esa biografía, tuvo como protagonista a Emily Watson en el papel de Jackie y por ella estuvo nominada al Oscar como mejor actriz. Es de suponer que se trata de una versión sesgada por parte de Hilary, una hermana cuya relación fraterna no fue del todo fraternal, pero pasa con las biografías autorizadas que solamente cuentan lo que conviene, y las que cuentan lo que no conviene no son autorizadas.

Tratándose de personas que sufren una enfermedad como la que sufrió la chelista, me parece meritorio que Baremboim hubiera estado pendiente de ella hasta el último suspiro, y no censuro el hecho de que teniendo él un hogar en Londres hubiera formado otro en París, máxime si había mediado una separación conyugal previa al momento de crisis de la enfermedad de su exesposa. 

En todo caso, independientemente de sus circunstancias de la vida privada, el hecho es que ambos esposos hacían gala de un talento artístico excepcional, y así digan que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, lo cierto es que la inteligencia y la razón ocupan el mismo cuerpo y caminan dentro de las mismas botas que ocupan los sentimientos y el corazón. Son distintos, pero van unidos por ese cuero que polvo es y en polvo se ha de convertir.

Stephen Hawking y Elaine Mason

Tal el caso del físico astrónomo Stephen Hawking, que en la medida en que sus conocimientos y su cerebro se fueron disparando a la categoría de la genialidad, el cuerpo que los contenía se fue aminorando en el deterioro por una enfermedad degenerativa denominada esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Varias biografías y documentales se han hecho sobre su vida, y sobre Jane Wilde, la mujer a quien conoció en la universidad y que se enamoró de él (de su inteligencia, naturalmente; ya que el atractivo físico, agravado por la enfermedad, no era su fuerte) al punto de casarse con él y afrontar la tarea de criar tres hijos a su lado, apoyándolo en su desarrollo profesional. Estuvo a punto de derrumbarse, reconoce en la biografía de su vida al lado del científico. Por romántico que suene, la vida al lado de una persona tan discapacitada no es nada fácil. Sólo el amor, y tiene que ser mucho amor, logra salvar tal situación. Que a la larga el matrimonio haya terminado en divorcio y ella haya contraído nuevo matrimonio con su profesor de música, no es extraño. Lo extraño es que los dos hayan seguido siendo amigos; y que él también haya contraído nuevo matrimonio con su enfermera Elaine Mason, así culminara en un nuevo divorcio entre mutuas acusaciones de maltratos físicos y emocionales. Dos matrimonios, en la situación de Hawking, no son poca cosa; y menos si se tiene en cuenta que siendo veinteañero en los años 60 le fueron diagnosticados solamente dos años de supervivencia, y ya cumplió 72. Eso supone medio siglo de horas extras, lo que es toda una vida.

De sus logros matemáticos como físico y como científico dedicado a pensar en la creación del universo, de cómo su Teoría del Big Bang logró imponerse contra la opinión de otros físicos que defendían tesis contrarias, hay suficiente divulgación; y sobre su vida hay varios documentales y películas, pero eso será tema para otro día.

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)


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