domingo, 1 de marzo de 2015

84. Manuel Mejía Vallejo hizo la tarea de lidiar con el idioma

–Dijo Lawrence Durrell, y me lo confirmó don Mario Escobar Velásquez, que “el escritor es un animal solitario”. 

No tuve la fortuna, y el orgullo, de estar en el taller de escritura literaria del maestro Manuel Mejía Vallejo en la Biblioteca Pública Piloto ¡Qué más hubiera querido!, pero estuve en el de su amigo, alumno, y sucesor Jairo Morales Henao; y soy amigo de varios miembros de su cofradía de Ziruma con los que suelo hablar del maestro Manuel: El fallecido Miguel Escobar Calle, Clara Lew de Holguín, Oscar Hernández Monsalve, Orlando Mora Patiño y su esposa Marta, Orlando Gallo, Darío Ruiz Gómez, Elkin Restrepo Gallego y otros. Hay quien dice que no puedo llamarlos amigos hasta que no hayamos bebido juntos de madrugada y me hayan prestado plata sin interés, pero con ese termómetro de la amistad pocos seres humanos merecerían ese calificativo. La última vez que hablé con Clarita Lew, hace un mes, hablamos de Mejía y al despedirnos ella me dijo ¡Qué conversación tan enriquecedora! Es que hablar de Mejía Vallejo es estimulante para los que trajinamos los caminos del idioma y nos metemos en la tarea de aprender a escribir, aunque decía el maestro Manuel que “Uno nunca se gradúa de escritor. Esa es una habilidad que hay que cultivar y aprender y practicar día a día para seguir vigente”. Esa es la idea. Dirá alguno que esas no fueron exactamente sus palabras, pero uno cita a alguien tal como lo tiene en la memoria, y los recuerdos no tienen que ser transcripciones taquigráficas (sic) como si se tratara de anotaciones notariales de juzgado. El médico Emilio Alberto Restrepo Baena ha montado un blog sobre decálogos, consejos, y opiniones para los talleristas aprendices de escritores, y en él tiene ideas expresadas por Manuel Mejía Vallejo que invito a leer en el siguiente enlace–

http://decalogosliterarios.blogspot.com/search/label/MANUEL%20MEJIA%20VALLEJOhttp://decalogosliterarios.blogspot.com/search/label/MANUEL%20MEJIA%20VALLEJO

–Estamos próximos al 23 de abril de 2015, con una nueva celebración del Día del Idioma, y me encontré este texto con apuntes para una charla que di en la Biblioteca Comfenalco del parque de Belén (antecesora del actual Parque Biblioteca). Encuentro pertinente compartirlo con los lectores de este blog, así hubiera tenido que abstenerme de editarlo para no correr el riesgo de que se pierda la esencia de lo que dije en esa oportunidad. Espero que, a pesar de su extensión, lo encuentren de su interés–


Los descubridores españoles despojaron a los aborígenes americanos de muchas cosas, incluída su cultura autóctona, pero les dejaron el idioma español como regalo, y no es cualquier cosa. Algunos hubieran preferido el inglés, el alemán, el francés, o el ruso, pero no fueron esos sino el español. Por mi parte, bienvenido sea.

El doce de octubre de 1992 se celebraron los quinientos años del Descubrimiento de América, continente que fue “otorgado” por el Papa de turno Alejandro VI Borgia a Fernando de Castilla e Isabel de Aragón, los reyes españoles de turno; lo que dio pie a Seattle, el cacique de los Duwamish, para decirle a Isaac I. Stevens, gobernador norteamericano de turno, que uno no puede regalar lo que no es de uno. Para la celebración se pusieron de acuerdo los gobiernos de España y de los países americanos, pero don Germán Arciniegas estuvo ausente; se pusieron de acuerdo los escritores hispanoescribientes, pero Eduardo Galeano estuvo ausente; se pusieron de acuerdo los habitantes del mundo iberoamericano, pero los indígenas actuales, descendientes de los indígenas precolombinos, no sólo estuvieron ausentes sino que declararon ésa como fecha luctuosa para el alma de la nación, y esos días como días de duelo para sus corazones. Nosotros no lloramos porque, aunque los genetistas han descubierto que en la sangre de cada antioqueño examinado hay algún porcentaje de sangre indígena, nos creemos no sólo descendientes de españoles sino, quizás, procedentes del ombligo de la reina Isabel II de Borbón y herederos de “la madre patria”; aunque allá nos exijan visa para entrar, y sistemáticamente nieguen la solicitud de cualquiera que tenga cara de indio.

El veintitres de abril de 2005, el año de los cuatrocientos años de El Quijote, celebramos el natalicio de Miguel de Cervantes, padre del idioma no porque él lo haya inventado sino porque le dio grandeza. Esta fecha sirve de pretexto para celebrar el “Día del idioma” porque, por uno de esos azares del destino, este día también nació y murió William Shakespeare, que cumple el mismo papel en el idioma inglés. En esta fecha celebramos también el natalicio de don Marco Fidel Suárez que fue “don” antes que doctor; que por derecho propio fue señor, más que doctor; a pesar de que su padre el Dr. José María Barrientos Jaramillo le negó el apellido mientras el hijo no se hizo Presidente. Cuando pretendió dárselo, el Presidente no lo quiso aceptar porque ya era suficientemente conocido por el apellido de su madre y hay una choza, la choza en donde nació el hijo, que ha sido guardada entre urna de cristales para recordarnos que cada quien es lo que es por sí mismo, a pesar de los demás y a pesar de nacer en pesebre de paja como Jesucristo. 

Como si fuera poco, para dar relevancia a esta fecha, ese día también nació Manuel Mejía Vallejo, en 1923; y murió el 23 de julio de 1998, a los setenta y cinco años de edad. Manuel Mejía Vallejo fue un gran escritor en lengua castellana a quien admiro. Alguien me dijo alguna vez que no le gustaba. A mí sí.

LA OBRA DE MANUEL, UNA OBRA MERITORIA

Independientemente de si a uno le gusta Manuel Mejía Vallejo o no, vamos a mirar algunos logros de un individuo que nació el 23 de abril de 1923:

1 Cuando a cualquier tallerista aprendiz de escritor, le ponen tarea de escribir algo: una crónica, un resumen, una página cualquiera, se da cuenta de lo difícil que es escribirla, se da cuenta de lo difícil que es escribir bien. Pensemos, entonces, en la cantidad de páginas que Manuel Mejía Vallejo escribió en su vida y que le gustan a muchísima gente. Démonos cuenta de lo difícil que es gustarle a tantos. Él lo consiguió.

2 Pensemos en todo el esfuerzo, toda la dificultad que a cualquiera, y particularmente a un tallerista, le supone publicar un primer número de revista. Lo difícil que es publicar un libro. Lo difícil de publicar muchos libros. El solo hecho de escribirlos. Los trajines de su preparación, diseño, e impresión. Y luego el mercadeo. El lograr que mucha gente se meta la mano al bolsillo y compre. Créanme, no es una, sino muchas tareas bastante complicadas. Él lo logró.

3 Si uno piensa en lo difícil de llenar el espacio de un solo día de taller. En lo difícil de organizar cualquier taller. En lo difícil que es tener la capacidad de convocar a tres, a cuatro, a cinco personas, para que asistan a cualquier taller, piense en el Taller de Escritores de la BPP que Manuel Mejía Vallejo dirigió y en donde llegó a tener setenta personas matriculadas. Lo dirigió y sostuvo hasta 1994 cuando enfermó.  Todo un record, puesto que si un taller no tiene calidad, al siguiente año no tendrá alumnos. Así de sencillo. Para eso se necesita tener más que buenas intenciones. Se necesita tener el prestigio que él tenía, y mostrar los resultados que él logró.

Sólo por esto el hombre tiene ganado su pedestal en el reconocimiento de quienes nos sentimos orgullosos de ser llamados sus paisanos y tenemos la pretensión de ser llamados, algún día, sus colegas.

En sus setenta y cinco años de vida, Manuel Mejía Vallejo publicó libros de cuentos que contienen algunos hasta setenta cuentos, y son varios. Libros de poemas y coplas hasta con doscientas coplas por libro. Doce novelas. No sólo publicó, sino que ganó premios. Si uno ha enviado propuestas para participar en algún concurso, sabe lo desalentador que puede ser eso: 

La Casa de las dos palmas La sombra de tu paso
La tierra éramos nosotros Al pie de la ciudad
Los abuelos de cara blanca Las muertes ajenas
Y el mundo sigue andando Tiempo de sequía
Aire de tango El día señalado
Los invocados Tarde de verano

Por golpe del destino, Manuel Mejía Vallejo se enamoró desde niño de la palabra y le rindió culto. Se acostumbró a buscarle a las palabras las raíces lingüísticas, la semántica, y a acomodarlas en su uso. A registrar esas palabras en sus libros para preservarlas del olvido. A los españoles debemos el idioma español. No fue su propósito. Venía con ellos y eso no lo podían remediar. Si hubieran hablado papiamento, nos hubieran legado el papiamento. Trajeron, pues, el español, pero fueron avaros. Los indígenas se lo tuvieron que copiar ladinamente, con malicia indígena, para poder entender lo que decían. Los españoles trataron por muchos medios de impedirles el estudio a los indígenas. De impedirles el acceso a los colegios. De impedirles el acceso a los libros. Después hicieron extensivos los impedimentos a los negros y a los mestizos y a los mulatos y a los zambos. Poco faltó para que lo hicieran extensivo a los criollos, es decir, a los descendientes de españoles que tuvieron la desgracia, a sus ojos, de nacer en estas tierras y no ser peninsulares. No lo digo yo, está en los escritos de Germán Arciniegas, en los de Eduardo Galeano, y muchos otros, para confirmarlo. No fue lo peor. Se propusieron acabar con la cultura indígena, poniéndolos a rendir culto a la suya propia, española, y casi no quedaron escritos sobre el lenguaje precolombino. Quedaron vasijas de barro, huacas enterradas, que los guaqueros han venido encontrando, los arqueólogos han venido comprando, y los etnólogos han venido estudiando, y que nos hablan de la vida que los indígenas llevaban, pero ¿diccionarios?, ninguno. No es que los indígenas los tuvieran, pero hubiera sido un buen aporte cultural y una muestra de respeto hacerlos para la posteridad, lo que no se hizo por el afán de acabar con las culturas autóctonas. Aparte de Chía (la luna) y de Sugamuxi (el sol), es una proeza tratar de encontrar el significado de los nombres de nuestras poblaciones de Garagoa, Tabarita, Funza y Quinchos. De Tiribitá, Consacá, Tibaquirá o Ubaté. De tantas otras. Saber qué significan los apellidos Sáchica, Tibasosa, Guáqueta, Piraquive, Sinitabé, Panqueva, Quirigua o Pataquiva. 

Consciente de que sin la palabra escrita no hay pasado, Mejía Vallejo fue prolífico en sus escritos y en ellos consignó aquellas palabras que sonaban dulces a su oído (como bondadoso o fiesta o “somos dos caballejos uncidos al mayal” –palo de molino– o zumbambico); o que le eran sonoras (como nubarrón); y cuando éstas no le fueron suficientes, se inventó otras que cumplieran sus propósitos (aldear, charlorreír, bondadosear, tristear, soledumbre); o recogió las que empleaba el pueblo con sentido diferente al que les da el diccionario de la DRAE (confiscao por amalhayado); o que simplemente se inventaba el pueblo (como vidurria por vida), usándolas Manuel y conservándoles la grafía de su pronunciación popular; o les dio un sentido metafórico de acuerdo a su visión de las cosas como en La casa de las dos palmas cuando dice: “Nunca supo nada... la endosarían a un hombre...”, en donde aparece la mujer endosada como si fuera un cheque para que el portador haga lo que quiera con ella. Portador que algunas veces era un ricacho, pero las más un hombre sin fondos. Tuvo Manuel la fortuna de vivir entre indígenas y que su padre fuera un blanco allegado a ellos que hasta aprendió su lenguaje que, infortunadamente, el hijo no aprendió pero sí se ve que le llegaba al alma. Veamos este párrafo de Tarde de verano:

[Pascasio, vos sabés, zumbambico. Zumbambico, zumba que zumba, zumbambico, palabra linda. Porque si hablamos de amor... ¡palabras hijueputas!  Hay palabras que sirven y palabras que no sirven; hay palabras lindas, hay palabras desastrosas al sonar. Los indios Nutabes, los indios Tahamíes, los indios Macombíes y los Sinifanaes, los indios... decí nombres indígenas y te sale un poema... La palabra búcaro, ¿te gustan los búcaros?  No importa que no existan los indios Bucaraes, es una raza de machería (la de los cultivadores de esos árboles)].

Se apropió de muchas palabras, historias y leyendas que nos ha regalado en su obra. Encontramos en ella, y especialmente en la novela Los abuelos de cara blanca, una colección de vocablos indígenas como éstos:

Aluna (Koguis): pensamiento, idea, deseo 
Baturá (Katíos): canasto de bejucos de monte 
Burubá (Motilones): paruma (taparrabo) 
Cinetéotl (Aztecas): dios del maíz 
Cunha taí (Guaraníes): dulce amor 
Haray harawi(Quechuas): canción de ausencia 
Kareca (Tunebos): curandero 
Levlun Mapú (Huitotos): nuestra llanura 
Libán (Pijaos): hijo del trueno 
Yuma (Chibchas): río, pero también “amigo” como 
llamaban al Magdalena desde Honda hasta su desembocadura.

Hay en su obra un museo de palabras disecadas, fuera de uso, puestas para contemplación de los visitantes y para invitarlos (invocarlos, convocarlos) a dar un paseo por el pasado.  Se ha inventado los nombres de Balandú y Santamaría de los Robles, para hablarnos de dos poblaciones de ficción que pueden ser Jericó, o Jardín o cualquier población del suroeste de Antioquia:

[Nací por esas vertientes / de Jardín y Jericó, / junto al bravo Docató (río San Juan)  / y al Piedras de audaz corriente]. (De Otras décimas en el tomo de Poesías de las Obras completas –Concejo de Medellín- BPP).

[Tengo pues, dos nacimientos, dos camas primeras, dos casas iniciales, y me gozo de tener dos pueblos como cuna]. 
(De Confesiones de un escritor).

¿Por qué del suroeste?  Porque uno escribe sobre lo vivido, y como se crió por esos lados, la mayoría de sus escritos giran alrededor de los paisajes, costumbres, gentes campesinas o venidas a la ciudad desde esos pueblos. Lo que sienten, sufren, gustan, la forma como hablan.

Tomémonos otro aguardiente, que hoy me siento como achantao –me dijo un amigo con voz aguardientosa mientras golpeaba la mesa con la copa vacía, para reclamar atención de la mesera.

¿Achantao por qué?

Porque cometí el error de casarme con una mujer que no quería. Su padre era rico y me prometió darme un plante para que pudiera poner un negocio. Me ha ido bien con el negocio, pero todas las noches revivo la primera noche de la luna de miel... cuando descubrí que ella no era virgen.

Este diálogo es real. Yo lo viví. El hombre tenía un taco atravesado en la garganta y necesitaba soltarlo. Yo fui su confidente, y acabo de contarlo con mis pobres palabras. Alguna vez Mejía Vallejo supo de una historia similar y la incorporó a su novela Tarde de verano, enriqueciéndola con sus palabras. Hay diferencia. Llevados de su pluma sentimos el frusfrutar de unos zamarros que descienden de la bestia desaferrándose de la rienda. Oímos golpear la lluvia sobre el encauchado y chirriar las botas cuando entra en el zarzo el hombre cumplido, honrado, juicioso, bueno... y aburridor, con su ritmo puebleño, para levantar la cobija y poner sus manos sobre los senos aterrados de la mujer bondadosa y bobadosa, en medio de una oscuridad aguaventera, antes de salir a gritar su decepción queriendo tirarse al río porque la mujer no era virgen. Manuel vio lo mismo que yo había visto pero, al leerlo en la novela, yo lo encuentro con una gracia y unas palabras contagiosas, contagiadoras, de su atmósfera; que era el genio que él tenía. Así por el estilo. Colombia ha vivido la violencia desde antes de que llegaran los españoles. Para empezar, los indios no vivían pacíficamente comiendo fruticas y cazando pajaritos. Vivían en unas guerras entre ellos, unas esclavitudes, unas necesidades de destruir al enemigo que los hicieron perfeccionar las flechas y los venenos para untarles en la punta desde mucho antes de la llegada de Colón. Son la mitad de la sangre que llevamos. Los conquistadores no eran condes ni marqueses de la corte ni profesores de la Universidad de Salamanca. Eran de lo peorcito de España. Si dijeran que van a colonizar la Amazonia y a impulsar una ciudad que va a llamarse “Marandúa”, como lo dijo el Presidente Belisario Betancur, con seguridad que no se irían para allá ni el alcalde ni el Gobernador, no se irían los empresarios ni los profesores de cátedra, no se irían los trabajadores con sus familias organizadas. Se irían los que lo han perdido todo: la esposa, los hijos, el hogar. Los que no tienen empleo. Los arruinados. Los que tienen deudas con la justicia o con los vecinos y quieren poner tierra de por medio. Los que no tienen nada que perder. Esos eran los conquistadores que constituyen la otra mitad de la sangre que llevamos. ¿Qué se puede esperar de una mezcla tal? Violencia. Mucha violencia. Y la hemos tenido desde siempre. El siglo XIX tuvo cuarenta y nueve guerras. Una cada dos años, en promedio. Las contó Gabriel García Márquez para “El General en su laberinto”. La primera mitad del siglo XX empezó con la guerra de “los mil días” en la que peleó el General Rafael Uribe Uribe que cuando logró hacer la paz... lo mataron. Pasó por Guadalupe Salcedo que también hizo la paz... y lo mataron. Por Bernardo Jaramillo Ossa el de la UP, por Carlos Pizarro León-Gómez el del M19 que hizo la paz y lo mataron, por el próximo que firme la paz antes de que lo maten. Se le atribuye a la muerte de Gaitán el comienzo de la guerra entre liberales y conservadores que acabó con medio país. Eso venía de atrás. Él sólo fue el “florero de Llorente”. Pero asumamos que el hervor de ese cocido fue tan fuerte que en ese momento estalló en burbujas y se derramó por el borde de la olla. Y ese fenómeno de la violencia partidista que fue previo al de la violencia de guerrillas que está acabando con la otra mitad del siglo y quedó como herencia de la primera (vaya uno a saber si con los mismos actores, como les dicen a los que matan). De lo que se ha escrito con mayor o menor fortuna. Los de mayor fortuna ustedes los conocen. De los de menor fortuna recuerdo, por decir alguna cosa, “Sucesos Sensacionales”, un periódico amarillista que circulaba en los cincuenta. De menor fortuna, por ser una colección de fotografías escuetas y brutales y relatos horrendos sin lo que llamamos “embellecimiento literario”. Eran testimonios de la realidad tal cual se vivió por esos días en los que empezó el fenómeno del desplazamiento campesino hacia las ciudades con su única carga de miedo traída sobre sus espaldas en el fondo de un costal.

Manuel Mejía Vallejo fue testigo de esa época. A los venticinco años andaba los caminos del suroeste cuando “el bogotazo” en que mataron a Gaitán. Murió en 1998, al cerrar el siglo XX. Tuvo que exiliarse en Centroamérica por sus ideas políticas. Había publicado El día señalado a los veintidos. Novela que habla de la violencia machista. Ésa que estaba ahí, incubada, y no esperaba sino un brote infeccioso, un toque como el de los intereses partidistas, para volverse epidemia. De ahí en adelante sus novelas, en muchos casos, tienen como protagonista a la violencia porque fue un testigo de su época, fue un notario registrador de hechos para la posteridad, pero con la fortuna del embellecimiento literario que saca sus testimonios del común y los proyecta para que los lectores de su tiempo, los de ahora, y los de las generaciones futuras, disfruten de su lectura y le encuentren gusto a volver a saber sobre esos hechos que causaron tanto dolor en el pasado. Quizás ahí, por fin, aprendan del pasado para no verse obligados a repetirlo en el futuro, como tanto se ha dicho.

Ésa es la huella que quedará grabada en piedra, como un fósil, cuando le llegue la pudrición al esqueleto de Manuel. De la mano de su espíritu convertido en otro “abuelo de cara blanca” recorreremos esos caminos. Por eso, en la recientud de su muerte, como él mismo hubiera dicho, Manuel Mejía Vallejo es inolvidable para nosotros. Algún día dirán nuestros hijos, desde su distancia, que Manuel es inmortal.

Compartiré con ustedes este texto, y no sé si al hacerlo esté haciéndole la tarea a los muchachos perezosos que vendrán aquí a copiar para quedar bien con la materia. Yo me tomé, apenas, el trabajo facilista de copiar aquellas palabras que me llamaron la atención en la lectura de algunas novelas de Manuel Mejía. Pero él, él, consignó en ellas el trabajo de muchos años de investigación, de muchos años de observación, de muchos años de oír o leer esas palabras y coleccionarlas para nosotros. Ese es parte del legado que nos dejó, así algunos se atrevan a decir (Padre, perdónalos porque no saben lo que dicen) que “Manuel Mejía Vallejo fue un mal escritor”.

ORLANDO RAMÍREZ- CASAS (ORCASAS)
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EL VOCABULARIO INVENTADO O ACOMODADO
POR MANUEL MEJÍA VALLEJO

De algunos de estos vocablos que he entresacado de su obra, sin rigor académico, me hacen la aclaración de que son castizos y aparecen en el diccionario de la RAE. Los dejo simplemente como registro de aquel otro aporte suyo que fue el de sacar vocablos de la nevera y ponerlos a airear en su obra, para que no se anquilosaran.

Apalabrados (acuerdo previo)     Viringa (desnuda)
Entrepalabrados (diálogo cruzado de vaivén)  Aldear (sentir de aldea)
Voltehusmeando (vueltas para husmear)    Canizar (de ladrar)
Enlirecidos (días que se llenaban de lirios) Acosón (de acosar)
Pompilianizándose (parecerse a Pompilio) Capaje (cubierta)
Des-soñar (caer de la nube, desengañarse)  Abracijo (abrazo)
Closeticémonos (metámonos en el closet)  Acoctelado (de coctel)
Embarriguecido (tener la barriga grande)   Aferrantes (aferrar)
Engrisaban (días que amenazaban lluvia)  Abruptez (abrupto)
Conviteros (participantes en un convite)   Cojinetera (de cojo)
Clavelizados (adornados con claveles) Atristar (entristecer)
Emperezándose (llenándose de pereza) Barriana (del barrio)
Guachaquiar (fiestear ordinariamente) Jugueaban (jugaban)
Incambiabilidad (no se puede cambiar) Irguiente (de erguir)
Inencontrable (no se puede encontrar) Inguandia (enredo)
Tomapuntera (tomadora de apuntes) Humazón (humo)
Bondadoseando (siendo bondadoso) Gozaderales (gozar)
Calzonudo (tener coraje o calzones) Huracanas (huracán)
Dobleandar (ir de un lado para otro) Fiestosa (enfiestada)
Frutecía (llenarse el árbol de frutos) Horrorantes (de horror)
Invencionera (que inventa bobadas) Horadante (de horadar)
Romanticada (de manera romántica) Granizolanas (granizo)
Balconerío (profusión de balcones) Deseantes (que desean)
Remansada (metida en el remanso) Bullanguear (festejar)
Patasarribiao (muerto patas arriba) Añales (muchos años)
Apesadillando (viendo pesadillas) Picardiar (hacer picardías)
Preguntero (que pregunta mucho) Chocantería (ser chocante)
Antenería (profusión de antenas) Eseante (ir haciendo eses)
Medicamentoso (medicamentos) Maniada (atada de manos)
Inconsolabilidad (inconsolable) Papandujas (papanaterías)
Chalaniar (tener baquía equina) Roperío (cantidad de ropa)
Chacharacheras (dicharacheras) Charlorreía (charlar y reír)
Diamonologando (no deja hablar al otro)  Cavilosiar (estar caviloso)
Chisperío (cantidad de chispas) Escupitiar (lanzar escupas)
Exabruptada (metiendo la pata) Nadaizantes (hacerse nada)
Animalías (cosas de animales) Enlocando (enloqueciendo)
Jovenciar (actuar como joven) Tronazonas (que truenan)
Vaivenudas (que van y vienen) Envolatero (que envolata)
Lunografía (estudio de la luna) Rocheliar (hacer rochela)
Metedrogómano (mete droga) Estridentear (hacer bulla)
Runruneador (chismoseador) Lumbranada (alumbrada)
Aguardientosa (aguardiente) Calledumbre (estar callado)
Horqueteado (a horcajadas) Modorriento (con sueño)
Nocturnecido (nocturno) Nostalgiando (nostalgia)
Escondidijo (escondrijo) Arrolletado (enrrollado)
Apolismao (apolillado) Confiscao (malhayado)
Anti-ser (anti persona) Laberintea (laberinto)
Maparrachos (mapas) Nocharniego (noche)
Matojales (matojos) Llorantes (de llorar)
Neblinado (neblina) Olvidanzas (olvido)
Nubazones (nubes) Lucífagos (de luz)
Nacencia (nacer)         Nuberío (nubes)
Orantes (que oran) Terremotas (de terremoto)
Origineros (innovadores) Sensalidad (sentimiento)
Tictaquea (hacer tic tac) Soledosos (de soledad)
Oteantes (que divisan) Tristedumbre (tristeza)
Palocaído (palo caído) Venteante (que ventea)
Venturrio (ventorrillo) Ventorretas (de pedo)
Rezandería (de rezar) Reclametas (reparón)
Paliquiar (conversar) Soñantes (de sueño)
Unitivos (que unen) Volcanas (volcanes)
Tiringa (titiritando) Pedrerío (pedrero)
Quejumbre (queja) Sabitud (sapiencia)
Vidurria (vida) Vaivenudo (que va y viene)


Onir (sueño) Onírico (adjetivo)
Onírida (como Inírida) Onirancia (como quiromancia)
Onirantes (soñadores) Onirólogo (estudioso de los sueños)
Oniralgia (dolor de...) Onirófobo (que rechaza los sueños) 
Oniróptico (como tríptico) Onirotecnia (técnica de los sueños) 
Oniropedia (sueñopedia) Onirópolis (ciudad de los sueños) 
Oniroco (como Orinoco) Onirómano (adicto a los sueños) 
Onirosueño (sueño-sueño)  Oniroteca (colección de sueños)
Oniríasis (que sueña mucho) Onirama (como orquideorama)
Onirorrea (diarrea de sueños) Oniroclasta (como iconoclasta)
Onirodonte (como mastodonte) Onirótico (como zorombático)
Oniróptero (insecto del sueño) Onirógamo (de un solo sueño)
Oniríada (cantidad de sueños) Onirograma (trazo del sueño) 
Onirocracia (gobierno de los sueños) Oniriático (maniático de los sueños)
Oniria Onironte
Onirocefalitis (inflamado por los sueños)
Onirofílmica o filmonírica (sueño de película)
Onirosíquico o siconírico (sicólogo de los sueños)

GLOSARIO:
EL VOCABULARIO INDÍGENA EN LA OBRA DE
MANUEL MEJÍA VALLEJO

1 Accan huel netlacualido (Azteca):
no hay lugar para el reposo

2 Ah Raxá Lac:
señor del verde plato (la tierra)

3 Almecatl (Azteca):
dios de la alegría

4 Áluna (Koguis):
pensamiento o idea, deseo

5 Amukin kolila, koli pankara (Kechua)
cállate linda, linda florecita 

6 Anyi ai ara (Motilón):
bastón de jaibaná (curandero)

7 Bai (Motilón):

8 Barisaumá nithelthé jovo (Katío):
te saludo, padre mío

9 Baturá (Katío):
canasto de bejucos de monte

10 Bochica (Chibcha):
diosa organizadora y del diluvio

11 Bodiquerá (Motilón):
bejuco del sol (para el amor, para el sueño,  para mi silencio soñado) 

12 Bunkua-sé (Koguis):
lo primero creado, hijo de Nainuema y de Se Ne-Nuláng

13 Burubá (Motilón):
paruma (taparrabo)

14 Caguana (Katío):
bebida no fermentada, para ahuecar el maguare

15 Canangucho (Jidúas):
palma amorosa o afrodisiaca

16 Caripuena (Caribe):
río

17 Casabe (Katío):
tortas de yuca

18 Chalchihuitlicue (Aztecas):
esposa de Tláloc, la de la falda azul, diosa de los mares y de los lagos, de los ríos y de las corrientes

19 Chatagai (Motilón):
virgen

20 Chatuagay (Katío):
doncella de la iniciación

21 Chibchacum (Chibcha):
el que carga el mundo sobre los hombros (y auspicia las actividades agrícolas)

22 Chiminigagua (Chibcha):
el de las alas oscuras, pero iluminadas, que hizo el mundo, el iluminado, el santo, el bueno y poderoso

23 Chorara (Katío):
cuento de los antepasados

24 Chuquilla, Catuilla, Intyllapa (Incas): 
son los tres nombres sagrados del trueno

25 Cinetéotl (Aztecas):
dios del maíz

26 Cuchavira (Chibcha):
el dios protector de los partos

27 Curaca (Siona):
médico brujo

28 Curare (Katío):
veneno para flechas preparado con la niaarina extraída del árbol Pakuro niaara y mezclada con la bufidina o toxina exhalada por la rana venenosa. 

29 Curiara (Guaraúno –del Orinoco):
canoa

30 Dabeiba o Dobaibe (Urabáes):
diosa de las tormentas

31 Droa bia guirná (Katíos):
la muy buena tierra

32 Dzules (Azteca):
conquistadores extranjeros de piel blanca

33 Esquimales (Esquimales):
comedores de carne cruda

34 Euma: (Katío):
el arco iris

35 Fíkabbas (Muinane):
mariposas

36 Gaulchovang (Koguis):
la mar, madre de todo lo creado, se llamaba Se-Ne-Nuláng, antes de dar origen a las cosas

37 Harahuac (Incas):
juglares

38 Haray harauis (Incas):
canciones de ausencia

39 Huitzilopochtli (Azteca):
dios de la guerra

40 Imandú (Katío):
sol

41 Imatu warao ja nine / tobes iará / 
nomoni yatu a jisaque ja nine, / na 
nine niné (Guaraúno):
al filo de la media noche yo me convierto / en lechuza. / En cualquiera de ustedes yo me convierto, / yo me convierto.

42 In hualquiza tonatiuj amo totonqui 
quinicuac ye inteliz yetih (Náhuatil):
no al salir el sol calienta, sino cuando va subiendo

43 In otin ihuan in tonaltin nican tzonquica (Aztecas):
allí terminan los caminos y los días (en la muerte). ¿A dónde iremos que no haya muerte?

44 Inabe-nabe-nabe / inabera-nabe / 
ircu-cui (Jidúas):
ya se desprende el racimo del canaguncho

45 Inai:
maracas de totumo ovoidal que se tocan de a dos

46 Intiyira (Motilón):
nosotros

47 Irabai (Motilón):
él, ellos

48 Iseike (Koguis):
nube, copo de algodón, humo de tabaco, sueño

49 Itzama (Mayas):
el que puso nombre a las cosas de los Mayab. 

50 Ixtab (Chibcha):
protectora de los suicidas

51 Jaibaná (Katío):
el que cura con el canto

52 Jeque (Chibcha):
curandero

53 Jimenede: (Katío):
rito de iniciación de los adolescentes

54 Jittona o Fusiñamuy (Huitoto):
el errante, el escondido, el ángel de la guarda

55 Jolojic re jat (Pocomchí):
eres hermosa

56 Juakka (Huitoto). 
También Arorabenna (Okaina):
palillos o manos de goma, para golpear el maguaré. 

57 Kakaravico (Kogui):
padre del sol

58 Kandutu (Kogui):
cocuyo

59 Karagabí (Katío):
dios creador

60 Kareca (Tunebos):
curandero

61 Kindé (Katío):
picaflor o colibrí

62 Kuisi:
flautas verticales, macho y hembra 

63 Kuúmma pimaneke (Rosiggaro):
convocar a la gente con el maguaré

64 Levlun Mapú (Huitoto):
nuestra llanura

65 Libán (Pijaos):
hijo del trueno

66 Lulumoy (Pijaos):
dios del maíz

67 Maguaré (Katío-tribu Maru):
También: Juaro (Huitoto) 
También: Keeme (Bora), 
También: Arón (Okainas)
tambor de macana o madera dura del árbol Obberai. Maguaré, 

68 Marrijubí:
ya se nos va

69 Mindeledue (Koguis):
padre del oro, de la canoa y de los árboles

70 Monsaní (Kogui):
padre de la lluvia y el granizo

71 Mung-subaldá:
trompetas de calabaza de un solo sonido

72 Nai (Motilón):
yo

73 Nainuema (Huitoto):
padre de todo lo creado

74 Nantacoa (Chibcha):
el dios protector de los tejedores de mantas

75 Nañangue (Siona):
luna

76 Nencatacoa (Chibcha):
dios de la embriaguez, y de los pintores y tejedores de mantas

77 Nianamá (Kogui):
brujo

78 Nobotomira (Guaraúno):
el Eterno Niño

79 Ñamandú (Guaraní):
nuestro padre, el primero

80 Oralaigda (Motilón):
vosotros

81 Pah (Pawnee, de Nebraska):
la luna

82 Pampatao (Muisca):
río

83 Papaloapam (Aztecas):
río de las mariposas

84 Payé (Tukano):
curandero

85 Purmiá (Kogui):
bastón abrillantado para curaciones mágicas que usa el brujo

86 Quiché Achí:
hijo de las nubes y de las neblinas

87 Quipucamayu (Quechua):
historiador, estadístico o contador de nudos en el kipu o anuario.

88 Rafuena (Koguis):
curandero

89 Sahakuro (Pawnee, de Nebraska):
el sol

90 Sai (Koguis):
noche

91 Sara Mama (Incas):
diosa del maíz

92 Sekukue (Kogui):
madre del sol

93 Tachi akxoré –tachiajoré–  (Emberá): 
dios-hombre

94 Tecsi Huiracochan (Araucano):
príncipe y hacedor de todo (Creador)

95 Teononáncatl (Aztecas):
hongos alucinógenos, divinos, carne de los dioses

96 Texoriwa (Yonomama):
espíritu del colibrí

97 Tezcatlipoca (Aztecas):
señor del espejo humeante

98 Tirawa (Pawnee, de Nebraska):
Señor Supremo y Atira, su esposa

99 Tláloc (Aztecas):
dios de las lluvias y de las cosechas

100 Tlaloques (Aztecas):
nubes creadas por Tláloc

101 Tlaltiepac toquichtin tiez (Náhuatl):
la tierra será lo mismo que son los varones

102 Tunatiúh (Mayas):
el sol

103 Tutruicá: (Katío):
dios del mundo de abajo, el de más abajo

104 Tzitzime (Araucano):
pájaros míticos de negrura cruel

105 Uchuwé (Siona):
rancho para pasar la menstruación

106 Vivirede amena vaitcaña, ayena uaina 
forede kiburade (Huitoto):
“Encontramos un palo bueno, grato para oír de lejos”. Es largo el son del maguaré

107 Xibalbá:
demonio, difunto, visiones que saltan de pronto

108 Xibil:
desaparecerse como visión o fantasma

109 Xochimique (Azteca):
mártires de guerra

110 Xoxhipilli (Aztecas):
Príncipe flor; dios de la música, el canto y los placeres terrenales

111 Yllapas (Araucano):
truenos (del cielo), como también “armas de fuego”

112 Yuma (Chibcha):
río, amigo (el río Magdalena es el “Río Yuma”)

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