Hola, jóvenes:
Hace unos años Fernando
Botero (el pintor y escultor paisa, colombiano, italiano, y universal) en su
característico estilo esculpió en arcilla una gorda paloma para simbolizar la
paz; paloma que, trasladada a sus obesoproporciones, hizo fundir en bronce e instalar
en la plazuela San Antonio de Medellín. Una escultura cargada de simbolismo en
un país cuya guerrilla –cuyas guerrillas– tenían más de cinco décadas de
existencia, cuya guerra de independencia en el siglo XIX fue seguida por una
sucesión de guerras civiles que lo adentraron al siglo XX con la Guerra de los
Mil Días y que, a decir verdad, no ha conocido un momento de paz desde antes de
la llegada de los españoles cuando las tribus indígenas tenían que cuidarse de
ser capturadas por sus enemigos que engordaban a los prisioneros como si fueran
lechones, para comérselos en sus fiestas de celebración. La escultura de la paloma
de la paz fue instalada en pleno apogeo de la era pabloescobariana y hubo quién
le pusiera una bomba que le destrozó las entrañas.
Esa paloma destrozada no fue
reparada, y se convirtió en símbolo de la guerra, al lado de otra paloma de la
paz que se instaló a su lado. No pueden ser más apropiados esos simbolismos que
reflejan la tragedia del pasado y la esperanza en el futuro de un pueblo al que
le importa un pito lo que maquinen los políticos porque lo único que le
interesa es que lo dejen vivir en paz y eso es lo único que los políticos no le
han concedido a la Nación en sus doscientos años de independencia.
Hay quien acusa al Papa
Francisco de ser un “actor mediático que
hace cosas para posar ante las cámaras”. No lo dudo. Seguramente es así.
¿Quién no ha visto a los presidentes y a los reyes apartarse de su escolta para
cargar a un niño escuálido por un par de segundos mientras son disparados los
flashes de los fotógrafos? Lo de posar para la foto es una actitud universal de
los estadistas, sólo que hay casos en que lo que las cámaras captan es un
auténtico acto de amor al prójimo, como decir la Madre Teresa de Calcuta cuando
abrazaba a sus enfermos y se agachaba a besar sus llagas infectas. No nos
digamos mentiras, no seré yo el que le bese una verruga a nadie solamente para
que me quede de recuerdo una foto. Ahí no estoy.
Registraron también las
cámaras al Papa Francisco abrazando y besando la mejilla de un hombre que sufre
neurofibromatosis, una horrible enfermedad deformativa en la cara que lo
convierte en monstruoso. Esa masa informe de verrugas violáceas y peludas, no
tiene la más mínima posibilidad de que yo me le acerque, y confieso que hasta
aparto la mirada solamente para no verla. Pero el Papa aparece consolando a ese
pobre hombre en un gesto auténtico de conmiseración y amor. No me digan que eso
es sólo una pose para la foto.
Muchas muestras ha dado el
Papa de querer cambiar la Iglesia terrenal y, sobre todo, de despojarla de la
hipocresía y falsedad de esa cúpula de bandidos y pederastas que ha llegado a
las grandes alturas, ha dado muestras de querer limpiarla. Ojalá lo consiga.
Ojalá dejen que lo consiga. Por lo pronto, el Papa ha liberado desde su balcón
un par de palomas de la paz que, a poco de ser soltadas, fueron atacadas por
una gaviota y un gavilán guerreros que se les fueron encima. No podía ser mejor
el simbolismo que representa a los enemigos de la paz. ¡Qué maravilla! Ahora no
me vengan a decir que la gaviota y el gavilán eran unas pobres prisioneras enjauladas que
fueron soltadas para la foto. No me lo digan. No me maten la ilusión.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS
(ORCASAS)
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