William Ospina Buitrago
Género ensayo
Editorial Planeta, 2013
240 páginas
https://www.youtube.com/watch?v=n8ta0y0rD-s
(La gota fría o Qué criterio, vallenato con letra y música de
Emiliano Zuleta Baquero, en versión de Guillermo Buitrago)
Aprovecho para aclarar que la letra de La Gota Fría cantada por Carlos Vives, y los que han venido detrás de él, diciendo "Acordate, Moralitos, de aquel día que estuviste en Urumita y no quisiste hacer parranda" ¡Es un error! Lo que Emiliano Zuleta le reclamó a su amigo Lorenzo Morales fue "Acordate, Moralitos, de aquel día que estuviste en Urumita y no quisiste hacer parada", o sea que no quiso parar en ese lugar y siguió de largo. Él parranda sí quería hacer, pero en otra parte donde no estuviera el otro desafiándolo a trovar para dañarle la noche.
Pasando al tema que nos ocupa, lectores optimistas habrá que encuentren en este libro una esperanza. No es mi caso. Soy un pesimista de miedo. William Ospina es un historiador independiente, no académico, que más que copiar el discurso histórico oficial lo que hace es construir la Historia con base en datos e indicios, sin sesgos ni manipulación. Los historiadores de academia, metidos entre estanterías, menosprecian el trabajo de los historiadores de escenario como la Diana Uribe radial o como el William Ospina de este libro que algunos tildan de culebreros por su estilo de lenguaje ametrallado que condensa en media hora lo que a otros les lleva años. Ese es su encanto, logrando captar el interés y reconocimiento de una audiencia que rehuye los estiramientos.
Diré que no me gustó el título de humor danielsamperpizaniano que encuentro desafortunado para este ensayo sobre la atávica violencia colombiana que llevamos en la sangre. El verso del vallenato “La gota fría” de Emiliano Zuleta evoca las contiendas de duelistas a puñal venteado, tomados de las puntas de un pañuelo, en que “me lleva él, o me lo llevo yo, pa que se acabe la vaina”; y la razón para evocarlo es que Ospina hace apología de los duelos de palabra en que se dialoga sin necesidad de llegar a las manos ni a las armas. Sueño utópico para un ensayista de origen campesino que nació en Padua junto al Páramo de Letras; perdido pueblito del Tolima orgulloso de “nacer, vivir, morir, amando el Magdalena”; y páramo por donde los actores armados de la violencia pasaron innumerables veces para uno u otro lado dejando ríos de sangre y de dolor; título que se plasma en el episodio macondiano de la violencia partidista, cuando dos duelistas vieron sus garrotes convertidos en zocos desgastados. Hicieron pausa y compraron machetes para seguir dándose filo el uno al otro hasta quedar tendidos en la lona, decididos a cumplir con la promesa de “me lleva él o me lo llevo yo, pa que se acabe la vaina”.
Yo hubiera escogido otro título, y me fui al himno nacional en busca de sugerencias. “En surcos de dolores” lo usó José Alberto Guzmán Chocontá, que no deja dudas sobre sus hispano ancestros paternos y sobre su indígena ascendencia materna. “Entre cadenas gime” lo usó María Isabel Fajardo. “Se baña en sangre de héroes la tierra de Colón” abarca a toda América. Me encontré con “Justicia es libertad”, que podría ser. Pero me encontré, sobre todo, con “De sangre y llanto un río… se mira allí correr”, y pienso que Ospina lo debió escoger para su ensayo. Nada qué hacer. Escogió el vallenatoso, y deje así, “Pa que se acabe la vaina”. El título no me gustó, pero sí el resto.
Es usual que Agatha Christie lo atrape a uno hasta la última página donde se descubre cuál es el asesino. O Corín Tellado lo obsesione hasta saber si la de los tintos logra casarse con el dueño de la empresa. Lo que no es usual es que un ensayo sobre la violencia lo atrape a uno como me sucedió con éste. Tiene Ospina el mérito de no ser un historiador de museo sino viajero que ha recorrido la geografía nacional grabándola en su memoria con sentido analítico. No es turista de cámara en mano para retratar el edificio Coltejer, sino uno que convive con pobres en los tugurios y sabe qué comen los campesinos cuando se sientan a la mesa; o en el borde de la cama, cuando no hay mesa; o en el suelo, cuando no hay cama; o lo que sea que comen, cuando no tienen comida ni tienen suelo.
William Ospina estudió para abogado pero es un literato y es ante todo un analista, un ensayista, un clarividente pensador de nuestra realidad; opuesto a la miopía de los políticos siempre aliados con los poderosos, financiados por ellos, hechos elegir por ellos, sostenidos por ellos. ¿Cómo ha logrado este campesino, hijo de campesinos, remontar la escala de la cultura y el conocimiento para llegar a donde ha llegado y ser capaz de encumbrarse en una escala social que no es una escalera abierta peldaño tras peldaño sino una sucesión de compartimientos estanco con esclusas herméticamente impermeables al ascenso “de los igualados”? Un pobre, eso se sabe, sólo asciende en la escala cuando demuestra que está identificado con los intereses de los poderosos. Caso curioso este hombre de quien sospecho que a pesar de ser invitado a todas partes y a todas horas, y estar rodeado de gentes de todas clases, y de contar con el círculo de sus más íntimos y sus más amigos, es un solitario. Tal vez le basten los libros y sus pensamientos para estar ocupado y no necesitar de ninguna otra compañía. Quizás cualquiera compañía no sea otra cosa para él que un simple estorbo. Podría pensarse que es un hombre que vive de y para la literatura, si no se ocupara tanto de la política, sin ser político. Su política va más allá de la politiquería de los partidos y de la domesticidad de nuestra política.
A diferencia de muchos, es un hombre coherente. Un izquierdista capaz de dialogar con pensadores de derecha, y no lo veo metido en el corral fundamentalista, fanático, sectario, polarizado, y parroquial, de nuestros izquierdistas de discurso y escritorio. Si no fuera un acto tan ingenuo, infantil, e iluso, lo veo más cerca de ser capaz de colgar la sotana burguesa e irse de guerrillero al monte, como el cura Camilo; que de quedarse en el discurso desde la cómoda vida de diplomático que vivió Neruda.
Este libro tiene como antecedente “Dónde está la franja amarilla”, otro ensayo del autor convertido en libro de texto para estudiantes de bachillerato en un intento del profesorado por enseñar a sus discípulos a no tragar entero y pensar el país que les tocó vivir. Es un preámbulo para leer, pensar, y meditar “Pa que se acabe la vaina”; y para entender el proceso que se está viviendo en los diálogos de La Habana y decidir si valen la pena o no esos diálogos. Por mi parte, soy un fatalista, un pesimista de miedo.
Ospina plantea como condición para alcanzar la paz que los ricos y poderosos de siempre entreguen sus armas (el arma de los ricos y poderosos es el dinero y son sus propiedades) y que la contraparte entregue las suyas que no son, con seguridad, las dos docenas de changones hechizos que pongan sobre la mesa sino la inmensurable cantidad de fusiles AK que esconden en sus caletas y que para ellos y para sus víctimas representan el poder. Ni los unos están dispuestos a lo uno, ni los otros están dispuestos a lo otro. Cada uno ve como única solución el aniquilamiento del contrario y no concibe, con seguridad, el poder compartido. “Me lleva él, o me lo llevo yo; pa que se acabe la vaina”.
Contrario a lo que se cree los diálogos no deberían ser entre el gobierno y los jefes de la guerrilla, sino de los ricos y poderosos con los pobres igualados de la plebe. No concibo a los grandes cacaos untados de pueblo y sentados a manteles con “indios patirrajados”. El ensayo de Ospina es una radiografía pesimista. El cáncer está muy avanzado y ha hecho metástasis. No hay nada que hacer. Su ensayo se resume en que las armas siempre han estado dispuestas no a defender al pobre sino a las castas privilegiadas. Ese es un caldo de cultivo para el inconformismo social, la eterna violencia, y la irredimible desesperanza. Ya lo decía el pueblo desde antiguo en la copla que recogió Ñito Restrepo para su “Cancionero antioqueño”:
“Si ves a un negro comiendo,
de algún blanco en compañía;
o el blanco le debe al negro,
o es del negro la comida”.
ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS)
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