viernes, 18 de abril de 2014

46 Gabriel García Márquez y la música

UN HOMENAJE A GABO


(Este texto lo escribí para una charla que di en el año 2007, y a raíz del fallecimiento de Gabriel García Márquez -GGM- adquiere vigencia, por lo que he resuelto compartirlo con los lectores del blog sin actualizar o hacerle modificaciones).

En las referencias que se hacen a Gabo es mucho lo que se inventa, es mucho lo que se exagera, es mucho lo que se distorsiona. Afirma GGM: 

Con el tiempo descubrí que... uno no puede inventar o imaginar lo que le da la gana, porque corre el riesgo de decir mentiras, y las mentiras son más graves en la literatura que en la vida real. Dentro de la mayor arbitrariedad aparente, hay leyes... La imaginación no es sino un instrumento de elaboración de la realidad y la fantasía, o sea que la invención a lo Walt Disney, la invención pura y simple, sin ningún asidero en la realidad, es lo más detestable que puede haber.(1) 

(1) Plinio Apuleyo Mendoza pp 31; 
El olor de la guayaba, Edit. La oveja negra, Colombia, 1982). 
(pag. XXI de Cien años de soledad)

Jean Paul Sartre, que había apoyado todo cuanto movimiento de izquierda se había atravesado, se sorprendió al conocer la noticia de haber sido nombrado Premio Nobel, uno de los íconos del establecimiento de derecha de los que había denigrado. ¿Qué presentación tenía recibirlo? Lo rechazó y fue un golpe contundente a los académicos. Prometieron no volver a cometer errores y se aseguran de que el premio va a ser bienvenido y, sobre todo, de que es lo que ahora llaman “políticamente correcto”, entonces piden el aval de los gobiernos hacia el autor o autores nominados. Al perro no lo capan dos veces, como bien podría decir García Márquez. Es tan prestigioso ganarlo, como aspirar a él y no hacerlo. Pregúntenle a Jorge Luis Borges. Cuando Luis Carlos Galán iba para presidente de Colombia que se las rumbaba, vino la muerte en auxilio de César Gaviria y ¡Suaz!, le trepó la banda presidencial sobre el pecho. En 1982 los pasos estaban dados para que el premio fuera concedido al cubano Alejo Carpentier, pero llegó la muerte y le dio un empujoncito a Gabo que también lo merecía. Al que le han de dar le guardan y si está frío le calientan, lo que es para uno es para uno. Lo políticamente correcto era que el premio de ese año fuera para la literatura caribe, y Gabo es caribeño, ¿quién lo duda?  Del prólogo de Agustín Cueva a Cien años de Soledad:

Cien años de Soledad es,  para comenzar, una obra absolutamente original tanto en su contenido como en su forma. En cuanto a lo primero, ya hemos visto cómo se fue forjando, de un modo aluvial, a lo largo de múltiples “ensayos” literarios de García Márquez, y de nadie más. Atrás de eso, lo que hay es el peso de una enorme tradición popular, que el autor a veces se empeña en señalar como específicamente caribeña.(2)

(2) Plinio Apuleyo Mendoza pp 54-55; El olor de la guayaba
Edit. La oveja negra, Colombia, 1982). (pag. XIX de Cien)

Gabo tiene la particularidad de que, cuando habla, los demás escuchan porque todo lo dice con esa sabiduría tan suya. Él lo sabe, y trata de permanecer en la seguridad del hogar, con su mujer y sus hijos, callado el mayor tiempo posible; para no tener que preocuparse por lo que dice –¡Carajo!– ni preocuparse de tener al lado a un equipo de periodistas con grabadora –¡Mierda!–. En El Coronel no tiene quien le escriba reconoce (pag. 181):

Comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad.

Gabo, cuando habla para los demás, usa pocos lugares comunes porque los que necesita se los inventa; y, como Séneca, habla con frases lapidarias que uno se siente identificado con ellas. Tiene la mala costumbre de que le pasan las mismas cosas que a mí y, cuando a mí se me han olvidado, él las recuerda. Eso no sería problema, si no fuera porque las cuenta con más gracia: La masculinidad inverosímil de Aureliano, es tal cual la del Manecoco de mi niñez; la glotonería apostadora del Míster Banano de mi niñez, es tal cual la cuenta en Cien Años de Soledad. Y yo me había olvidado, y hasta me avergonzaba, de que una vez tuve que salir con la corbata y el saco en una mano; los pantalones y los zapatos en la otra; para vestirme en una callejuela lateral de Lovaina, por culpa de un marido que regresó a su casa antes de tiempo. A él también le pasó y lo cuenta en Vivir para contarla. Dijo alguien y los demás repetimos, porque es verdad:  

La grandeza de Gabo es su universalidad.

Cuando leo, escribo, o duermo; es decir, casi todo el día; me gusta oír música clásica de Radio Bolivariana –por una razón: no me distrae de mis actividades, no me interrumpe… Me explico: si estoy en sueño profundo a medianoche y suena Celia Cruz con la Sonora Matancera golpeando mi cerebro con su No sé que tiene tu voz que fascina, no sé que tiene tu voz, tan divina… se me espanta el sueño y los ojos se abren como dos pepas de asombro. Si estoy escribiendo o leyendo, se me escapan las ideas porque la voz de esa mujer lo llena todo–. Me llamó la atención una entrevista que le hicieron (Tintas y tintos de UN Radio) al polémico y provocador escritor colombiano, residente en México desde hace cuarenta años, Fernando Vallejo. Es fanático de la música clásica de Glück que lo acompaña, junto con los perros callejeros que recoge en su soledad ahora que dejó de perseguir las cosas que perseguía cuando estaba muchacho. Los años no perdonan. Pero la música que le llega al alma, la de oír cuando no lee ni escribe, es la de la Sonora Matancera acompañando los boleros de Daniel Santos y Bienvenido Granda. ¡Quién iba a pensarlo!

Me sorprendió escuchar que a Gabo le pasa lo mismo. De que oye música clásica cuando escribe, no tengo dudas; y reconoció haber sido acompañado por la música de Los Beatles cuando escribía Cien años de soledad. En El amor en los tiempos del cólera hace referencia a La Chasse de Mozart, a Don Giovanni, a Tannhaüser, a La muerte y la doncella de Schubert. En otro lugar se refiere al canto desgarrador de In questa tomba oscura y al vals de La diosa coronada, vallenato al que está dedicada la obra; al aria Adiós a la vida, de Tosca; a Enrico Caruso y su capacidad de romper cristales con la voz, y a When wake up in glory, canto funerario de Louisiana. En alguna ocasión escribió un artículo o crónica periodística sobre el vallenato y en otra escribió sobre el bolero, según me dicen. 

Pienso que la música popular también es culta, aunque de una cultura distinta, pero si sólo pudiera llevarme un disco a una isla desierta, no dudaría un solo instante: La Suite #1 para chelo, de Juan Sebastián Bach.(3) 

(3) Artículo Bueno, hablemos de música. Gabriel García Márquez 
en revista La Canción Popular #19 de 2005, Puerto Rico

Muchos quisiéramos ganar el Nobel para tener dinero y ser famosos. El sueño de Gabo –reconoció en Caracas a Manuel Mejía Vallejo cuando éste ganó el Premio Rómulo Gallegos– es otro:

Aspiro a ser un hombre común y corriente.

No puede serlo. Lo persigue una nube de periodistas y mariposas amarillas como la doña Maribucha que se inventó Guillermo Díaz Salamanca:

¡Ay, Gabito!, ya que estás por aquí, ¿por qué no me regalas tu autógrafo en esta servilleta?

Un hombre que se presenta a recibir el Premio Nobel y a hacerle venias al Rey de Suecia con guayabera liqui-liqui, haciéndose acompañar de Rafael Escalona y los Hermanos Zuleta, no sólo se habrá pegado quién sabe cuántas escapadas a contratar merenderos vallenatos, sino que fue acunado por músicas de acordeones y guacharacas. No hay que dudarlo. Antes podía hacerlo, ahora no. De El Universal de Cartagena tomo este párrafo:

Ser Gabriel García Márquez debe ser muy difícil. Quizá le es igual de incómoda la sapería o lagartería de nacionales y extranjeros, que la inquina de sus detractores. Durante el almuerzo de la Sociedad Interamericana de Prensa en Cartagena, fue asediado de manera inmisericorde, grotesca, por una fanaticada que no lo dejó en paz ni un minuto. No dudamos de que en privado ha recibido propuestas y peticiones abusivas de quienes se esperaría delicadeza. Es suficiente para mosquear hasta al más ecuánime.(4) 

(4) Editorial de El Universal, de Cartagena, miércoles 28 de marzo de 2007

Cómo será la cosa para un hombre de ochenta años que empieza a arrastrar los pies, que a raíz de la celebración de esta semana en Cartagena, con Congreso de la Lengua y Reyes de España a bordo, hicieron una fiesta con todo lo que vale y pesa de Cartagena, lo más granado de la sociedad, como se dice. Asistieron 400 invitados, y el único que no llegó fue él.

Me cuentan que estando una vez en el Aeropuerto de Barajas en Madrid, una admiradora lo reconoció en la sala de espera y le dijo:

Maestro, es usted el más grande poeta de la lengua.

Se lo topó de buen humor.

No, señora, los grandes poetas de la lengua son los juglares del pueblo. Óigame esto: Me contaron mis abuelos que hace tiempo / navegaba en el Cesar una piragua / que partía del Banco, viejo puerto / a las playas de amor en Chimichagua. / Doce bogas con la piel color majagua, / y con ellos el temible Pedro Albundia, / le ponían a sus remos en el agua / un melódico crujir de hermosa cumbia.

Chispas quedaría viendo la señora mientras averiguaba dónde diablos queda Chimichagua, quién diablos era el temible Pedro Albundia y cómo diablos es la piel color majagua. 

Hablando sobre sus dificultades para traducir a Gabo, dice László Scholz su traductor al húngaro:

Las dificultades léxicas eran desalentadoras, no aparecen en mis diccionarios mapaná ni pacotilla, tenderete de chanchullos ni calanchín; no tenía idea de cómo sería La Guajira, ni de qué era una glándula de presagios, o las famosas astromelias.(5)  

(5) Artículo Retrato del lector joven húngaro. László Scholz, 
traductor de GGM al húngaro, en revista Semana #1296 de marzo 5 al 12 de 2007.

Quién sabe qué nostalgias de patria lo embargaban en esos largos momentos de espera que lo arrullan a uno en los aeropuertos.

Perdí la amistad de algunos escritores sin sentido del humor porque declaré en una entrevista –pensándolo de veras– que uno de los grandes poetas actuales era mi amigo Armando Manzanero.(6) 

(6) Artículo Bueno, hablemos de música. Gabriel 
García Márquez en revista La Canción Popular #19 de 2005, Puerto Rico

Ha dicho Gabo que le hubiera gustado escribir Pedro Navajas, de Rubén Blades; y con seguridad eso se aplica también a Juanito Alimaña:

Me alegra comprobar, por otra parte, que mi pasión por la música del Caribe está bien correspondida.(7) 

(7) Artículo Bueno, hablemos de música. Gabriel García Márquez 
en revista La Canción Popular #19 de 2005, Puerto Rico

Encontré en El coronel… (p. 6-7) una expresión de músicos. A nosotros nos puede parecer que entre la orquesta falta el flautista de la semana pasada, o el trombón del otro domingo, pero Gabo dice con términos de conocedor:

Mirando la banda de músicos (El Coronel) Aureliano, volteó la cabeza y se encontró con el muerto… envuelto en trapos blancos y con el cornetín en las manos. Pero no lo reconoció porque era duro y dinámico y parecía (dentro del ataúd con el instrumento de cobre, debiendo estar entre la banda)... tan desconcertado como él… La banda inició la marcha fúnebre. El coronel advirtió la falta de un cobre y por primera vez tuvo la certidumbre de que el muerto estaba muerto.

Para decirle cobre a una corneta, y para distinguir que se trata de un cornetín, se necesita ser músico; así sea de oídas. 

Hace poco Gabo reconoció a Marco Aurelio Álvarez de RCN su admiración por la Sonora Matancera y en especial por Bienvenido Granda a quien no sólo admira enfundado en sus guayaberas caribes, sino que hasta lo imita con su bigote que escribe. La admiración de Gabo por la música de la gente caribe es grande y viceversa, él mismo lo reconoce. Tiene que hacerlo. Uno no puede vivir temporadas en México y en Cuba sin oír música todo el día y en todas partes, sin impregnarse de melodías de pueblo. A cualquier niño que nazca, crezca y envejezca en la Costa Caribe colombiana, llámese Aracataca, Barranquilla o Macondo, le es imposible hacerlo a punta de cantos de cuna gregorianos con esa mano de vecinos compitiendo a cual pone sus vallenatos a mayor volumen. La primera música que Gabo mamó fue el vallenato, de eso no nos quepa duda. Y eso cuando aún no había sido llevado por su abuelo el coronel Nicolás Márquez a conocer el hielo y la música no se oía en discos sino de viva voz con acordeones y guacharacas regados por todos lados. 

Escalona habla de su amigo Gabo. Hay una foto en la que aparecen con Álvaro Cepeda Samudio y el pintor Jaime Molina al que Escalona dedicó su vallenato: Recuerdo que Jaime Molina me dijo que si yo moría primero él me haría un retrato, pero que si él moría primero le cantara un son:

Gabo y yo nos conocimos cuando estábamos en edad de mirar muchachas… Es uno de los mejores cantantes de vallenato que yo haya conocido. No lo digo por complacerlo, sino porque en nuestras parrandas en Valledupar y en La Guajira, aunque él era flojo para asuntos de trago, se emocionaba mucho y de pronto se ponía a cantar… Un día nos encontramos en Barranquilla y me invitó a La Cueva, donde se escuchaba mucho vallenato. Su entusiasmo por los vallenatos está expresado en sus libros.(8)
  
(8) Artículo El Vallenato. Rafael Escalona 
en revista Semana #1296 de marzo 5 al 12 de 2007.

Allá se reunían a hablar de música y a contratarla con merenderos. Heriberto Fiorillo ha tratado de rescatar el lugar con objetos, decoraciones, etc. y ha podido hacerlo con todo menos la gente que lo habitaba, porque ya no asoma por allá, ni son los mismos. 

Era un sitio en el que se podía beber ron, alternar con cazadores y toda suerte de parroquianos sin pretensiones… mantener un clima de festiva bohemia los blindaba del peligro de convertirse en aquello que detestaban. Ha cambiado: El otro día el Pato Abello y yo intentamos almorzar allí. Al recibirnos, alguien nos preguntó si teníamos reserva. Cruzamos miradas con el Pato, y huimos instintivamente.(9)

(9) Artículo En La Cueva. Armando Benedetti Jimeno 
en revista Semana #1296 de marzo 5 al 12 de 2007 

Aquel fanatismo enciclopédico fue el principio de una gran amistad. Aureliano siguió reuniéndose todas las tardes con los cuatro discutidores, que se llamaban Álvaro, Germán, Alfonso y Gabriel, los primeros y los últimos amigos que tuvo en la vida... (p. 301 de Cien años).

(En la librería del catalán don Ramón Vinyes: Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas Cantillo, Alfonso Fuenmayor y Gabriel García Márquez, lo que se denominaría Grupo de Barranquilla o de La Cueva). También José Félix Fuenmayor, Alejandro Obregón, Fanny Buitrago, Plinio Apuleyo Mendoza. 

Heriberto Fiorillo reunió en La Cueva de Barranquilla a un grupo de familiares y amigos para celebrarle a Gabo los 80 años:

Durante su visita a La Cueva, semanas atrás, Gabriel García Márquez va a las vitrinas donde reposa un centenar de libros que alguna vez engrosaron la biblioteca familiar de José Félix y Alfonso Fuenmayor. Su hermana Ligia aprovecha el paso del escritor junto al piano para pedirle que cante O sole mío. Gabito está más interesado en los títulos de los libros que en el canto y se niega. Tras los vidrios de la estantería, hay obras de Faulkner, de Mutis, de Steinbeck, de Lawrence Stern y Graham Green que roban su atención, pero ya la pieza operática ha empezado en las voces de varios amigos cuando, envuelto en el sentimiento colectivo, el colombiano ilustre se pone la mano en el pecho y, mirando a Salvo Basile, que parece liderar a los cantantes, demuestra cuánto sabe de la música y la letra de ese disco inmortalizado por el gran Caruso. Gabo canta firme, con la mano en el pecho, la misma mano que levanta al infinito en el envión final. “Esta la cobro cara”, exclamará luego, entre aplausos.(10)

(10) Artículo Una visita a La Cueva. Heriberto Fiorillo 
en El Heraldo de Barranquilla, junio 8 y 15 de 2007

En Memoria de mis putas tristes escribió Gabo (pag. 62):

Cantábamos… boleros de Agustín Lara, tangos de Carlos Gardel, y comprobábamos una vez más que quienes no cantan no pueden imaginar siquiera lo que es la felicidad de cantar.

Uno tiene en casa boleros, tangos, música vieja, joyitas de la Sonora Matancera y, como dije, no los oye para que no interrumpan el trabajo. Pero cuando llega algún amigo, entonces sí: déjame ponerte éste, qué opinas de este otro, y éste qué te parece. Saca sus descrestes del baúl y ya hay tema para conversar. Pues bien, quién sabe cuántas veces se habrán sentado Gabo y Escalona a hablar de música vallenata y de los fríos días en el internado de Zipaquirá en que Gabo se reunía con paisanos a soplarle acordeón a la nostalgia. Y no sólo acordeón: 

De esos tiempos me viene el gusto por la música cachaca –dice, refiriéndose a los boleros de Bienvenido Granda. 

La colección de música del Caribe es, de todas, sin excepción, la que más me interesa. Desde las canciones ya históricas de Rafael Hernández y el trío Matamoros… y, por supuesto, la que más ha tenido que ver con mi vida y con mis libros: los cantos vallenatos de la costa del Caribe colombiano… fue Daniel Santos quien divulgó algunas canciones que estuvieron de moda hace muchos años sin que nadie supiera que eran de Curazao con letra de papiamento (Caolina Caó, Caolina Caó, Caolina Caó…).(11) 

(11) Artículo Bueno, hablemos de música. Gabriel García Márquez 
en revista La Canción Popular #19 de 2005, Puerto Rico

No olvidemos que, para los vallenatos, todo lo que no sea del Valle de Upar es cachaco, incluyendo a los curramberos, y por eso cuando queda como rey vallenato Alfredo Gutiérrez o cualquier afuereño reclaman a Rafael Escalona:

Quisiera preguntarte, Rafael, por ese festival que has elegido tú para el pueblo vallenato…pues tu comportamiento contrasta con él… y no tendrán palabras pa exigirte que el nuevo rey sea un barranquillero. 

Uno no puede ser amigo de un compositor como Escalona y hablar de otra cosa, por lo que ya sabemos qué escribió García Márquez y reafirmó en la entrevista que le concedió al periodista cubano Rafael Lam, de la Agencia Prensa Latina de La Habana:

Si hay algo mejor que oír música, es hablar de ella.(12) 

(12) Artículo Bueno, hablemos de música. Gabriel García Márquez 
en revista La Canción Popular #19 de 2005, Puerto Rico

Tal como le ocurrió a Astor Piazzolla con sus tangos de vanguardia y le está ocurriendo a los que graban tangos electrónicos con acompañamiento de computador (Claro que exageran. Acabo de oír un montaje de Carlos Gardel con Ere dos dedos –R2D2– Artudito, el robot moderno, haciéndole la segunda voz). Los vallenatos se disgustaron con Carlos Vives por considerar que el vallenato que Vives canta es distinto del vallenato que ellos llaman clásico y al que tienen acostumbrados sus oídos. En tiempos de un Gabo anónimo, Escalona empezaba a ser conocido. Ya Guillermo Buitrago había grabado El Bachiller y algún otro tema. Pero por una de esas manías de regionalismo que todavía existen pero eran agudas en esos tiempos, se opusieron a Buitrago y calificaron su música de romántica, cachaca, y cursi. Les pareció corroncha porque Buitrago no podía negar su ancestro paisa y es que en asuntos de música, como en tantas cosas, juega un papel importante la idiosincrasia.

Un oficial en uniforme de campaña, sonrosado, con lentes de cristales muy gruesos y ademanes ceremoniosos, hizo a los centinelas una señal para que se retiraran… Úrsula reconoció en su modo de hablar rebuscado la cadencia lánguida de la gente del páramo, los cachacos (p. 147, Cien años de soledad)

Diría uno que los costeños son sueltos y desabrochados y los cachacos están enfundados en chalecos con leontina y sacos de paño. Que los unos escuchan vallenatos mientras los otros escuchan a Beethoven. Eso no es cierto porque hay especímenes raros en todas partes y recuerdo a un oftalmólogo casado con una dama española, el doctor Afranio Restrepo, que conservaba de sus estudios en Barcelona la costumbre de vestir estrictamente de saco y corbata ¡en ese calor de Valledupar! Bebía con su mujer una botella de vino tinto en el almuerzo como si todavía estuviera en Europa. El doctor Habib Molina, abogado, que era vallenato de nación de martes a jueves y cachaco por adopción en Bogotá los fines de semana, al lado de su familia capitalina; no renunciaba a la corbata y se limitaba a ponerse o quitarse el saco en las escalerillas de los aviones. Otro, el doctor Carlos Romero, cuñado de don Efraím Quintero, que era como solemos decir por aquí “una dama” no por sus amaneramientos, que no los tenía, sino por su cultura exquisita que lo hacía oír música clásica todo el día, a un volumen vergonzante, cuando sus vecinos de Rico-pollo al frente molían vallenatos a lo que les daba el pick up. Don Ramón de Zubiría, un lord tan cachaco como el Dr. Abelardo Forero Benavides. Don Jaime Mercado Jr. que exuda cultura por los poros, se ve frecuentemente encachacado. Entonces de Gabo, un hombre que se negó a vestir de frac para recibir el Premio Nobel y se mandó a hacer una guayabera liqui-liqui, ¡Cómo no imaginar sus noches de bohemia currambera con pura música Caribe!  

“Si Agustín tuviera su año (de muerto) me pondría a cantar”, dijo la mujer, mientras revolvía la olla donde hervían cortadas en trozos todas las cosas de comer que la tierra es capaz de producir. “Si tienes ganas de cantar, canta”, dijo el coronel, “es bueno para la bilis”. (pag. 12, Coronel).

Para Gabo cantar da una medida del descomplique y el no hacerlo es muestra de una triste severidad:

La laboriosidad de Úrsula andaba a la par con la de su marido. Activa, menuda, severa, aquella mujer de nervios inquebrantables, a quien en ningún momento de su vida se la oyó cantar... (pag. 58, Cien años).

José Arcadio Buendía, el fundador de Macondo, le cantaba a la pequeña Amaranta canciones de cuna; Remedios Moscote cantaba todo el día y fue esa alegría suya lo que más extrañaron cuando murió; Pilar Ternera cantaba en el patio con la tropa, etc.

La música a García Márquez le viene por herencia pues su padre no sólo fue telegrafista, según Patricia Lara Salive: (13) 

(13) Artículo De cerca y de lejos. por 
Patricia Lara Salive en la revista Semana

Gabriel Eligio García, quien además de telegrafista, homeópata y conservador fue lector obsesivo, poeta y virtuoso del violín…(Esta descripción es la misma del Florentino Ariza de El amor en los tiempos del cólera).

Su hermano Luis Enrique García Márquez, el contador, fotógrafo, guitarrista, cantante y guardaespaldas del trío Los Panchos.

Ligia, la mormona, pianista, eterna enamorada…

Gustavo, el topógrafo, seductor y cantante de tangos…

Gabo, ese optimista irremediable, supersticioso… ese ser bueno que no sabe odiar, ese gran conversador, bohemio, guitarrista, cantante de vallenatos, sones y boleros, chofer que en el carro, a toda y a todo volumen, acompaña las canciones de Vicky Carr, Agustín Lara o Juancito Trucupey; Gabo, ese conocedor de la música, amante de Bartok y bailarín de los buenos.

Yo creía que Gabo, como cantante, era malo y desafinado, pero no. Le dijo al periodista Rafael Lam que él se ganó la vida por unos días cantando rancheras en el Cabaret L´Scala de París y de la experiencia de los malos tiempos queda un disco grabado a dúo con el novelista mexicano Carlos Fuentes. Si fuera malo para cantar, no lo culparía y me solidarizaría con sus falencias. Al fin y al cabo son las mismas que me grita mi hija con los ojos, en los bailes, cuando piensa que ya está bueno de hacer el oso; y las mismas que me llegan desde su pieza cuando me estoy bañando y grita: ¡Papi, no cantes!  En esto Gabo y yo no nos parecemos y lo imagino cantando sus vallenatos mientras se enjabona. Sabemos que cuando un vallenato canta sus tristezas, lo hace con alegría. Y cuando un tango canta sus alegrías, lo hace llorando. ¡Qué se va a hacer!  Son cosas de la sangre. 

Pensamos que en Gabo, por tener sangre caribe, con seguridad la música caribeña alegra sus días aunque ya no pueda sentarse bajo una palmera de la playa con una botella de cerveza en la mano y un conjunto vallenato cantando sus complacencias, las mismas con las que al otro día se regodea recordando mientras recibe las caricias reparadoras de la ducha y lo espera un sancocho levantamuertos. No es imaginación mía. Le oí al poeta José Luis Díaz Granados en entrevista para Alberto Duque López de Nocturna de RCN (Lunes 19 de marzo de 2007, 11.30 pm) que la vez en que fue su vecino de habitación en el Hotel Tequendama, después de algún encuentro de literatos, le oyó cantar La custodia de Badillo, con fondo de chorros de agua en vez de acordeones.

Cuando se le metió en la cabeza a Gabo escribir en México Cien años de soledad –contó hace poco Juan Gossaín esta anécdota macondiana–, su esposa Mercedes lo acompañó en la aventura empeñando uno a uno los electrodomésticos para poder comer, a la manera de Úrsula Iguarán que, acompañada de los niños, Se partían el espinazo en la huerta cuidando el plátano y la malanga, la yuca y el ñame, la ahuyama y la berenjena; mientras José Arcadio Buendía adquirió el hábito de hablar a solas, paseándose por la casa sin hacer caso de nadie. Un diciembre el Niño Jesús les trajo a los niños de Gabo un vale con la promesa:

En esta navidad Papá Noel no tiene con qué, pero algún día entrará a esta casa un hombre con la maleta llena de billetes.

Cumpliendo instrucciones, el representante de Editorial Suramericana de Buenos Aires en ciudad de México le entregó las primeras regalías de la novela convertidas en billetes que copaban una maleta, e hizo entrada por la puerta de la casa del escritor. A partir de ese día dejarían de comer ilusiones:

“La ilusión no se come”, dijo ella. “No se come, pero alimenta”, replicó el coronel. (pag. 31 El coronel).

Se cumplió la predicción de José Arcadio Buendía a Úrsula Iguarán (p. 10) cuando le compró al gitano Melquíades dos lingotes imantados con los que esperaba encontrar oro, lo que no pasaba de ser una ilusión como la de pensar, por los días en que Gabo escribía sus Cien años..., que podría ganar el Premio Nobel: Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa

Gabo disfruta ahora las mieles del triunfo y de su sabiduría acumulada y, como dicen, Nos hacemos sabios demasiado tarde, y viejos demasiado pronto (Alguno). Sabiduría que le hizo decir alguna vez que las cosas no son como sucedieron sino como las recordamos, o también:

Así como los hechos reales se olvidan, algunos que nunca fueron pueden estar en los recuerdos como si hubieran sido. (P. 61, Mis putas)

Se habla mucho del rompimiento de GGM con Vargas Llosa y de la decisión del peruano de retirar del mercado su libro Historia de un deicidio; por elogioso con GGM, con quien acababa de romper. Hay fotografías de Gabo con el ojo amoratado y se cuenta sobre la supuesta proposición deshonesta a la mujer del amigo. La historia es interesante. Había expectativa sobre Vivir para contarla a ver qué decía sobre el tema y no dijo nada, entonces se generó expectativa sobre la Parte II de sus memorias.

No voy a escribirla porque no quiero contar cosas que prefiero mantener en el secreto –dijo luego. 

Hemos vivido treinta años sin Vargas Llosa y no nos ha hecho falta para nada –dijo la mujer de Gabo con esa maestría que tienen las mujeres para clavar la estocada final. 

Pues, se acaban de tirar el cuento y me han dicho que lo que ocurrió fue una infidencia –imprudente por demás y lengüilarga– que despertó las iras del agresor. Para acabárselo de tirar, ahora parece que van a hacer las paces y a reeditar el misterioso libro. Eso es lo que dice la catalana Carmen Balcells, editora de ambos: que ellos ya se reconciliaron, pero que no son amigos de andar ventilando sus diferencias o acercamientos ante todo el mundo. ¡Como estaba de bueno el chisme!  Algo tendrá de cierto, puesto que Vargas Llosa autorizó la inclusión de su prólogo en la última edición de Cien años de soledad. Lo es en la medida en que dos personas de su nivel, su cultura y su colegaje, necesariamente se encuentran en muchos lugares y posiblemente se saluden cordial y dignamente. Hasta es posible que, en el fondo de su corazón, se hayan perdonado. Pero que su amistad no vuelve a ser lo mismo, no vuelve. Francachelas al estilo de las que se pegan García Márquez y Álvaro Mutis ya no se vuelven a ver con Vargas Llosa.

Úrsula comprendió por el silencio de la alcoba que había empezado a oscurecer. Despídete de Fernanda, le suplicó, que un minuto de reconciliación tiene más mérito que toda una vida de amistad.(p 234 Cien)

Gabo ha envejecido. No de otro modo hubiera podido escribir que:

El amor me enseñó demasiado tarde que uno se arregla para alguien, se viste y se perfuma para alguien, y yo nunca había tenido para quién  (pag. 81 de Mis putas). El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor  (pag. 70, Mis putas). La edad no es la que uno tiene sino la que uno siente (pag. 61 de Mis putas).

GGM es un mamagallista que mezcla a los que lo rodean en la vida real dentro de sus escritos macondianos de realismo mágico: 

La única botica que quedaba en Macondo, donde vivía Mercedes, la sigilosa novia de Gabriel. (Mercedes Barcha, su esposa, hija de un médico amigo suyo). (pag. 311 Cien)

Muchos se ven retratados en Macondo: donde quería vivir hasta la vejez con un marido leal y dos hijos indómitos que se llamaran Rodrigo y Gonzalo, y en ningún caso Aureliano y José Arcadio, y una hija que se llamara Virginia, y en ningún caso Remedios. (pag. 296)

Se le realizó el sueño de tener dos hijos: Rodrigo y Gonzalo. Pero no el de tener a Virginia; y no parece que pueda realizársele el de volver a vivir en el Macondo que pastoreó su juventud.

En la celebración de los ochenta años del escritor se oyeron dos o tres, tres o cuatro, vallenatos que compusieron en su honor y fueron interpretados por niños de Valledupar, por sabaneros de la sabana, por curramberos de Barranquilla y, de pronto, hasta por merenderos de Cartagena. Se los aguantó todo el mundo, menos él que ya no está para esos trotes. 

A raíz del Nobel 1982 Daniel Santos, El Jefe de El Perro Negro, Inquieto Anacobero, con sus doce matrimonios (incluida una colombiana); sus catorce hijos (dos colombianos); y sus cuatrocientas composiciones (entre ellas Despedida); además de las de Pedro Flores, el que le dio el estilo; y muchos acetatos que lo convirtieron en el cantante que más grabó, según le oí al Dr. Héctor Ramírez y parece una estadística de GGM, quiso grabar un “Homenaje del Jefe a Gabo” (Bogotá, 1983, Antonio del Vilar en Estudios Ícaro) y cantó El hijo del telegrafista, incluido en el último larga duración de su vida. Recuerdo también a Gabriel Romero cantando el tema de doña Graciela Arango de Tobón Me voy para Macondo; Macondo, Macondo, yo me voy para Macondo; un disco bailable en homenaje a la mítica tierra inventada por GGM; y ¡claro está!, Los cien años de Macondo de Daniel Camino Díez-Canseco, aquel de las mariposas amarillas, Mauricio Babilonia que cantó Rodolfo Aycardi con Los Hispanos. Astor Piazzolla, "ese señor con alma de muchacho irremediable", al decir de Luis Alirio Calle, le confesó en una entrevista que en 1975, después de haber leído Cien años de soledad, compuso y grabó un tema con el título Años de soledad. El tema está incluído en el larga duración de bandoneón acompañado de saxofonistas titulado Reunión cumbre. Decía Piazzolla que:

Ese tema es una especie de gran himno a la tristeza porque “Cien años de soledad” es eso, casi una letra de tango, tú terminas de leerla y te deja destruido… me gustaría mucho conocer a García Márquez. 

Aunque ignoro si a GGM le gusten los tangos, tan del alma adolorida del paisa y tan distantes del alegre espíritu caribe, estoy seguro de que a Gabo también le hubiera gustado conocer a Piazzolla. No sé si lo consiguió, y ya no va a ser posible ahora que Piazzolla hace parte del coro celestial, pero es probable que Gabo, que a Dios gracias sigue vivo y lúcido, nos acompañe por otras décadas y es seguro que, cuando muera, seguirá vivo a la manera de Gardel, ya convertido en mito. Entonces, en ese momento, tal vez se resuelva a afinar la voz y a cantar, como dicen, mejor después de muerto… como El Zorzal del tango que era un ángel cuando cantaba en vida, pero la muerte lo convirtió en arcángel.

El tangólogo Luciano Londoño López escribió un artículo titulado “El tango y Gardel en la obra de García Márquez” en el que recoge apuntes de lectura relacionados con este género. Puede leerse en el siguiente enlace:

http://www.herencialatina.com/Edicion_Diciembre_2012_Enero2013/Garcia_Marquez_y_el_tango/Gabriel_Garcia_Marquez_y_El_Tango.htm

ORLANDO RAMÍREZ-CASAS (ORCASAS) 
Medellín, marzo 20 de 2007

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